Te escribo

Me dejaste así, hambrienta, suspendida ante el abismo al que se precipitaban mis sentidos. Temblando al borde de la explosión. Con la sangre ardiendo en mis venas, en mi cuerpo. Mi sexo a punto de estallar.

TE ESCRIBO

Mi amor, sé que deseas que escriba, a ser posible sin sexo. Pero hoy comprenderás que no es posible

―Escribe, cuéntame tus fantasías más íntimas. Haz que tú y yo seamos los protagonistas de tus deseos―.Tu voz desgranaba en mis oídos palabras que entendía a medias. Tus manos se paseaban por mi cuerpo. Excitándome. Despertando mi sexualidad dormida, latente. Desnuda contra tu cuerpo aún vestido. Con suavidad, frotabas mis pezones entre tus dedos hasta hacerme gemir. En mi interior nacían sensaciones nuevas que me asustaban. Mi cuerpo se tensaba necesitando algo, a lo que me resistía a poner nombre.

―Por favor ―brotó casi inaudible mi súplica.

―Eso es, deséame, pídeme ―bajaron tus manos por mi cuerpo, rozándome el clítoris apenas―. Dilo, dime que quieres.

Abrí mis piernas a tu contacto. En un ofrecimiento mudo de mi cuerpo. Jugaste con mi sexo, acariciando, explorando. Llevándome casi al borde de la locura. Mordí mis labios sofocando mis gemidos. Y de pronto tus manos me abandonaron.

―Basta por hoy. Escribe ―repetiste―. Ponme caliente, muy caliente. Haz que me corra con tu mente, antes de hacerlo en tu cuerpo.

Me dejaste así, hambrienta, suspendida ante el abismo al que se precipitaban mis sentidos. Temblando al borde de la explosión. Con la sangre ardiendo en mis venas, en mi cuerpo. Mi sexo a punto de estallar.

Oí la puerta cerrarse a mi espalda, con suavidad. Tus juegos me estaban volviendo loca. No quería hacerlo. Te odiaba tanto como te deseaba.

Y mientras me debatía entre mi cuerpo insatisfecho y mi orgullo, me encontré sentada ante el ordenador. Y empecé a escribir...

Siento que mi cuerpo esta en ebullición, que mi piel me viene pequeña, que algo más grande que yo esta por estallar en mi interior. Que se me llena la mente de imágenes que no puedo, no quiero controlar; que afloran, que suben, sensuales, eróticas, ardientes, de ese lugar dentro de mi misma que esta a la vez oculto y a flor de piel.

Mi pasión, esa locura que me envuelve hoy que eres tú.

Siento mis pechos anhelantes de tus caricias, de tu boca, de tus dientes. Mis caderas casi sienten la presión de tus manos, mi sexo se abre para recibirte, palpita, suplica mojándose en una lluvia torrencial de deseo. Mi alma, mi yo, susurra que te quiero, ¡te quiero! Y mi cuerpo hoy no es luna, es necesidad pura, ardiente vacío que calmo con mis dedos y con mis manos.

Me estremezco, mi cara se ruboriza sin que pueda evitarlo, mis labios se secan, y mi boca en cambio, gotea de humedad, de saliva. Desea tu boca, desea tu cuerpo, desea envolverte en su oscuro, cálido y húmedo interior. Mi lengua quiere saborearte, quiere extender su humedad por todo tu cuerpo, lamer cada parte de ti.

Mi vientre espera la caricia de tu mano abierta. Tu boca juega con mi sexo, una y otra vez, tu lengua perdiéndose en él.

No soy más que un gemido profundo que emerge del alma. Un jadeo sin aire, un espacio que vibra. Te deseo.

Cierro los ojos, no los necesito para ver en mi interior. Para ver este blanco candente que surge de mis entrañas. Para sentir esta desesperación que hace que mis caderas se muevan solas.

Cada centímetro de mi piel, siente hasta la más mínima brisa que entra por la ventana abierta. Cada gota de sudor que se desliza desde mi nuca bajo mi pelo hasta mi espalda.

Mi mente perversa se recrea en imágenes de tu sexo entrando en el mío, de tus manos abarcando mi culo, levantándolo, presionándome contra tu vientre. Imagino el momento en que dejas de moverte dentro de mí, te quedas quieto, con tu polla llenándome, mis piernas abiertas al máximo, mis caderas elevándose para recibir tu semen, tu leche ardiente.

Y siento que estoy a punto de correrme, de correrme contigo en este encuentro imaginario de nuestros sexos luchando por unirse más y más.

Y todos nuestros deseos compiten en mi mente para ser quien me lleve al orgasmo y todos ellos se reducen a ti, a sentir tu cuerpo erecto, a escuchar tu respiración jadeante, a morirme de placer cuando llegas al orgasmo, cuando me lo das.

Siento tu mirada en un sitio público, tus ojos líquidos de deseo, hambrientos, quemándome. Un restaurante, una cafetería. Tus manos en mis muslos bajo la mesa, hacen que mi respiración se agite, que las palabras salgan entrecortadas de mi boca, que mi pecho se mueva más aprisa. Y abro mis muslos lentamente. Deseando, temiendo que llegues a más, que tus manos rocen mis bragas, que sientas que están mojadas por ti. Y juegas a comerme la oreja, a susurrarme al oído.

― Quiero comerte entera ―la voz temblando de deseo, tus dedos han llegado ya a mis bragas―. Quiero poner la boca donde están mis dedos. Que te corras una y otra vez en mi lengua.

Y tiemblo al oírte, y trato desesperadamente de no gemir, de que nadie ―sólo tú― sepa lo caliente que estoy.

―Tócame ―tu voz de nuevo en mi oído, suplicante, quemándome―. Toca mi polla, nótala, siéntela... tan dura, por ti.

Sabes ¡Oh, sí! Sabes en que punto mi pasión, mi deseo supera mi timidez, mis miedos. De golpe estoy en él y mi mano se dirige sin titubear a tu polla. Mis ojos te buscan. Te dejan ver mi yo más lascivo. Él que intuitivamente sabes encontrar.

Presiono tu polla a través del pantalón, siento tus dedos separando las bragas de mi piel, metiéndolos en mi sexo. Sonríes tenso, con la ansiedad pintada en tu cara. Los sacas lentamente, los levantas en el aire. Contengo la respiración por un segundo, los veo brillar mojados de mí. La suelto, explosiva cuando te los llevas a la boca.

La gente nos mira desde las otras mesas. El aire que nos envuelve vibra, se llena de energía, crepita y me quema en los pulmones.

―Ve ―me dices―. Te deseo.

Me levanto. Me tiemblan las piernas. Recorro los metros que nos separan del baño. Paso entre las mesas como en un sueño. Ni me fijo, ni me importa si me miran, si saben que va a pasar. Sólo sé que te necesito. Ya. Dentro de mí.

Empujo la puerta del baño. Un estremecimiento de anticipación me cruza el estómago, el sexo. Llevo mis dedos a él, como tú has hecho antes y me noto tan mojada, mi amor. Cuando entras estoy repitiendo tu gesto y tengo los dedos dentro de mi boca, saboreándome.

Cierras la puerta. Te doy la espalda, te miro sobre mi hombro y subo mi falda. Busco tu sexo pegándome a ti. Tu mano cruza mi cintura, atrayéndome aún más contra tu cuerpo. Con la otra, desesperado bajas la cremallera de tus pantalones. Impaciente muevo mis caderas contra tu mano, siento el roce de tus nudillos en la entrada de mi sexo. Noto como liberas tu polla, arqueo mi espalda. Apartas mis bragas. Y me penetras de golpe. Escucho tu grito mezclado con el mío. No existe nadie, nada más en el mundo que tu y yo. Unidos, fundidos uno en el otro. Moviéndonos ciegos, sordos a lo que no sea el roce de nuestros sexos, Desplazas las manos por mi cuerpo, tocando, amasando, sujetándote a él, sujetándome a mí. Anclándonos.

Alcanzas mi sexo, ahuecas tu mano sobre él. Deslizas los dedos, los mojas en mí, acaricias mi clítoris, mientras tus embestidas son cada vez más rápidas, más urgentes.

―Joder ―dices, entrecortado, jadeante― Joder, que mojada estás. Córrete, mi amor. Córrete para mí, conmigo. Ahora... ahora.

Me sujeto a tu muñeca, a tu mano, tus dedos se aceleran. Siento tu polla atravesándome. Dejo de pensar, Siento como el placer crece y crece, como el calor se extiende por todo mi cuerpo, como el deseo llega a dolerme. Y necesito... necesito... más, más rápido, más fuerte.

Te suplico, me retuerzo, busco mi voz.

―Ya, por favor, ya.

Tus manos me sujetan de las caderas. Me incrustas en tu cuerpo. Un golpe seco de tu polla en mi sexo, dilatándome aún más. Me rompo. Me quiebro. Las palpitaciones de mi vagina, de mi cuerpo me hacen temblar contra ti. Apretarme contra ti, apresar tu polla en mi coño. Te pones rígido.

―Lléname, mi amor, inúndame de tu semen. Quiero sentirte dentro de mí siempre.

No aguantas más. Te introduces en mí casi más de lo que puedo soportar. Viertes tu leche caliente en mi interior.

Y así, sin movernos, quietos, sintiendo como nuestros fluidos se mezclan, me susurras: Te amo.

Abro los ojos. Me siento desorientada. La pantalla del ordenador me ilumina. Y tú no estás. Sin embargo... El aire huele a ti, a nosotros. El aroma del sexo, del deseo, de nuestro amor me impregna.

Sin releerlo, con mis dedos aún mojados de mi sexo, abro el correo, escribo tu dirección y te lo mando. Y ahora, espero...

FIN