Te entrego por amor III

Recibió mucho más de lo que esperaba.

Cuando llegamos a casa y entramos en nuestro dormitorio, nos quedamos parados mirándonos.

Hacía unas horas estábamos en esa misma situación, pero su peinado y su maquillaje lucían perfectos.   Su perfume era fresco y su rostro desprendía miedo y deseo.

Ahora… su pelo estaba alborotado, su rímel corrido y olía a sexo.

Su semblante había cambiado, se percibía vicio en su cara, culpabilidad y satisfacción por lo pasado.

Le abrí el abrigo, tenía los pechos rojos y las medias las tenía rotas. Entre sus piernas todavía había rastros de lefa reseca. Lo dejé caer al suelo igual que cuando lo hizo ante él y fui a besarla.

  • Antes estabas bellísima, ahora estás insoportablemente atractiva.

  • Recuerda, no puedes tocarme.

  • Ahora no nos ve.

  • Pero veo yo y yo no quiero que me toques.

Esto iba en realmente en serio, seguía sintiendo entregada y poseída.

Sentía como los celos me estaban volviendo loco, pero con la misma intensidad el deseo hacia ella.

Se tumbó tal estaba y empezó a acariciarse. Yo me acosté desnudo a su lado y tocándome también le pregunté:

-          ¿Qué sientes ahora mismo?

-          Después de los nervios y el miedo de los días previo, serenidad, relajación y placer… Por primera vez en mi vida alguien me ha vuelto del revés, ha hecho mostrarme tal como soy, sin pudor y sin miedo a qué dirán o a lo que tú puedas pensar. Me han quitado la máscara que llevaba pegada a mi cara toda mi vida.

-          ¿Y que sientes ahora hacia mí?

-          Amor, ahora te quiero mucho más que antes. Me has demostrado que eres generoso y valiente reconociendo tus limitaciones y tus debilidades proporcionándome a alguien que me dé el placer que necesitaba. Me aportas seguridad y confianza, me siento protegida y acompañada, pero hora quiero que respetes los espacios que hemos creado. No intentes invadir el que ya no te pertenece.

-          ¿Qué has querido decir?

-          Que nosotros seguiremos teniendo sexo pero diferente, tú eres mi marido y entre nosotros hay amor y ternura. Con él solo hay sexo y pasión.

-          Hoy ha sido un día muy intenso y excitante también para mí y te deseo más que nunca. Déjame follarte por favor.

-          ¿Hoy me deseas más que nunca? Y quién ha provocado ese deseo… ¿Tú? ¿No verdad? Eso es precisamente lo que quiero que respetes, él ha provocado este deseo y el día no ha terminado todavía. Él desea que hoy no me toques y tus manos no me tocarán.

Pero con una sonrisa bastante malvada e irónica, separó sus piernas y me dijo…

-          Pero tu lengua sí.

Empezó a reírse y me dejó en una situación muy comprometida y bastante humillante. Por un lado sentía asco de la lefa de otro tío, pero por otro no era la lefa de cualquier tío, era del que le había proporcionado a mi mujer el mejor polvo seguramente de su vida. Yo tenía que estar a la altura. A la altura que me habían dejado, claro.

Me coloqué entre sus piernas y empecé a besarlas desde las rodillas, por el interior del muslo. Desprendía un fuerte olor a sexo, notaba el sabor salado de la lefa reseca.

Cuando me planté delante de la parte más sagrada de mi mujer, la observé, la vi profanada, roja, abierta.

Todavía emanaba lefa de su interior y cumpliendo con la parte que me tocaba desempeñar en esta nueva relación, con mi lengua acaricié su sexo dándole cariño y cuidados intentando reparar la agresión sufrida.

Se corrió en mi boca, se convulsionaba, me apretaba mi cabeza contra su sexo y me gritaba…

-          Trágatelo mi amor, trágatelo.

Se quedó tumbada e inmóvil, realmente tenía que estar muy cansada.

No la reconocía, por primera vez la veía como una hembra, una hembra satisfecha y agotada de sexo. Abrió sus ojos y me miró como yo seguía con mi miembro totalmente erecto y con ironía me dijo…

-          Creo que este pequeñín se merece una recompensa.

Se arrodilló y empezó a chupármela. Había pasado tantos nervios y había sentido tanto deseo, que no habían pasado ni treinta segundos cuando me corrí. Ella siguió chupando hasta que sacó la última gota.

Sa acercó a mi cara, con sus manos me abrió la boca y me lo echó dentro.

-          Esto es tuyo mi amor. Si que has tardado poco en correrte.

-          Lo siento.

-          No te preocupes, ahora tengo quién me va a dar lo que me falta.

Me acababa dejar claro cual era la nueva situación y el sitio en que cada uno estaba.

Entró a ducharse y vi que su móvil recibía un mensaje. No fui capaz de resistirme y lo miré. No sé en que momento, seguramente en el coche de vuelta, ella le había mandado un mensaje diciéndole:

-          Gracias por llevarme al paraíso.

Él le acababa de contestar:

-          No es al paraíso precisamente donde te quiero llevar, sino al infierno. Ya sabes lo que tienes que hacer para volver.

(Continuará)