Te entrego por amor

No quería perderla, pero yo no le podía dar lo que necesitaba.

Toda mi vida he estado lleno de complejos, nunca he sido guapo, ni he tenido un buen cuerpo, ni he estado bien dotado ni he sido un buen amante.

Tengo otras virtudes, soy cariñoso, romántico y una buena persona. Esto me ha llevado a conquistar a algunas mujeres, entre ellas mi esposa. Ahora tengo 37 años y tuve un par de novias antes de casarme. Novias a las que enamoré, pero que pronto descubrieron mi punto débil y me dejaron.

No pasó lo mismo con Ana, tiene 32 años y es muy sensible, dócil, tímida y muy vergonzosa; lleva siempre gafas pero muy atractiva. Tiene una cara angelical, un cuerpo muy bien formado y aunque no tiene grandes pechos, los tiene muy bonitos. Su problema era que no sabía vestir y no se sacaba partido de su hermoso cuerpo.

Tenemos una vida muy acomodada, los dos trabajamos, los dos tenemos aficiones comunes y aunque no podemos tener hijos, la apariencia es que formamos una pareja perfecta.

Pero eso no es así, fallamos en el sexo, o mejor dicho, yo fallo en el sexo. Cada vz que lo hacemos yo me corro enseguida y tengo que completar con mis dedos lo que no soy capaz de hacer con mi miembro. Ella siempre me dice que no es importante y que no me obsesione con eso, pero cada vez se van espaciando más nuestras relaciones y cada vez eson de menor calidad.

Era cuestión de tiempo que ella empezara a echar de menos a un hombre y tuviera deseos de encontrarlo.

Busqué ayuda y me vino precisamente en internet. A través de un chat, entablé amistad con un hombre que me dijo que era mejor que le buscara yo los amantes a que se los buscara ella.

Victor se había convertido en mi confidente y habíamos conseguido una complicidad que nunca imaginé con alguien que no conocía de nada y que además vivía a 500 km de distancia. Era psicólogo y profesor en la universidad, culto, inteligente y muy interesante. Me aconsejaba de cómo actuar y como convencer a mi mujer.

Debería hablarle sobre la fantasía de ser una pareja liberal, de incorporar a alguien en nuestra cama y conseguir que ella aceptara hacerla realidad. Esto me pareció bien, pero tenía muchos matices, el primero era aceptar yo la realidad de ceder a otros lo que más quiero. Pero también es cierto que, aunque me resulte doloroso pensarlo, en el fondo me excita.

Otro de los problemas es que ella lo aceptara. Aunque tuviera deseos y necesidad de tener una vida sexual plena y placentera, no es fácil para una mujer tímida y con muchos prejuicios, admitir dichas relaciones.

La estrategia era sencilla, solo tenía que empezar a hablarle de mi fantasía y conseguir que fuera participe y se animara;  el problema podría venir en que igual necesitaba siete vidas para convencerla.

Aproveché uno de nuestros encuentros amorosos para empezar a hablarle de ello. Le dije que me gustaría que fuésemos atrevidos y sinceros y que cada uno contase sus fantasías más secretas.

Al principio me dijo que ella no tenía ninguna fantasía y que no me preocupara por nuestra situación, le contesté que era bueno hablar y que estaba seguro de que sí tenía fantasías al igual que yo, que debíamos darle más sentido a nuestras relaciones sexuales y potenciarlas antes de que acabaran por deteriorar nuestra relación.

Se sorprendió de que yo las tuviera y enseguida me preguntó cuales eran.

-No tengo problemas en contártelo, pero la condición es que tú también me cuentes las tuyas.

-Pero si yo no tengo…

-Todo el mundo las tiene Ana, solo hace falta el valor de decirlas y de ser sinceros. Si quieres te cuento yo la mía y después tú me cuentas la tuya.

  • Está bien, miedo me da lo que pueda pasar por tu cabeza.

Era el momento de lanzarme, no se me presentaría ocasión mejor y empecé a contarle que hacía tiempo que me imaginaba a ella con otros, que cuando follábamos, pensaba  en que eran otros los que lo hacían y que muchas veces estábamos con amigos o conocidos y me los imaginaba con ella.

Estábamos a oscuras y no pude ver su cara, pero estoy seguro que algo así no se le había pasado ni remotamente.

-¿En serio quieres verme con otros?

Le expliqué en qué consistía el mundo liberal, la cantidad de gente y locales que había dedicados a ello. Que el sexo había que desmitificarlo y que era un juego del que se podía disfrutar mucho más de lo que lo estábamos disfrutando. Que el que ella follara con otros no tenía por qué acabar con nuestro matrimonio ni que iba a debilitarlo; es más, por experiencias que había tenido ocasión  de contrastar en diferentes foros, las parejas que habían entrado en este mundo, habían mejorado muchísimo su relación.

Yo le aportaba seguridad, estabilidad, amor y compañerismo; y los demás eran meros peones que solo le aportaban placer, morbo y chispa a nuestras vidas.

La primera reacción positiva que noté fue que me escuchó con atención y no cortó la conversación cabreada. Nos quedamos un rato callados, ella asimilando lo que le acababa de soltar y yo esperando sus reacciones.

-He leído algo sobre eso, pero no pensaba que a ti te atrajera eso.

-Estamos sincerándonos y es una fantasía. Una fantasía que no me importaría hacerla realidad

-No estoy segura de querer verte con otras.

-No te estoy pidiendo que hagamos intercambios, solo que tú tengas las relaciones

-¿Y por curiosidad, con cuál de tus amigos me has imaginado?

Me sorprendió la pregunta, pensé que iba a poner otro tipo de inconvenientes.

-Con Ernesto.

-No está mal, pero no pienso acostarme con ninguno de tus amigos.

-Eso lo tengo muy claro, pero Ernesto solo aparece como fantasía y porque lo vemos con frecuencia, es como ponerle cara a uno de tus amantes. Sería con desconocidos o con gente fuera de nuestro entorno familiar, laboral o de amistades.

-No sé si estás hablando en serio y si eres consciente de las consecuencias de este tipo de juegos, pero es como si abriéramos la caja de Pandora. Una vez empecemos, ninguno sabemos cómo puede terminar y hasta donde pueda llegar.

Estaba dejando abierta la posibilidad y eso era esperanzador, pero tenía razón, corríamos riesgos. No lo dijo, pero se estaba refiriendo a la posibilidad de que una vez empezara una relación con alguien, existía la posibilidad de que se enamorara de él, pero esa posibilidad ya existía sin que hiciéramos nada. Es una mujer atractiva y no está exenta de que llegue alguien y la seduzca. Debía correr el riesgo.

-Ahora te toca a ti, cuéntame qué ronda por tu cabecita que yo no sepa.

-Es verdad que todos tenemos nuestras fantasías, pero después de lo que me has dicho, igual te defraudo.

-Inténtalo, tan importante es mi fantasía como la tuya, pero si nos vamos a sincerar, creo que es mejor que lo hagamos los dos.

-Quiero que sepas que sigo enamorada de ti y que es contigo con quiero vivir el resto de nuestras vidas, pero puestos a sincerarnos, los dos somos conscientes de que nuestro sexo no es bueno y aunque no lo he dado importancia, no he podido evitar pensar en otro tipo de sexo.

-¿Qué tipo de sexo?

Es verdad que estaba muy entusiasmado con los derroteros que iba tomando nuestra conversación, ni en mis mejores pronósticos, podía imaginar que reaccionara tan bien; pero cuando habló de otro tipo de sexo y que admitía que no estaba satisfecha me acojoné.

-Siempre había sentido curiosidad, pero desde que leí 50 Sombras de Grey, empecé a tener fantasías sobre el mundo de la sumisión. No me refiero a sado, pero sí a entrega, obediencia y castigos. Es solo una fantasía, no te asustes.

Empezó a reí… Ahora era yo el que se refugiaba en la oscuridad, si me hubiera visto la cara, seguramente se hubiera arrepentido de decírmelo.

Cómo había cambiado todo en una noche de conversación. De pensar que apenas le interesaba el sexo a dejar la puerta abierta a futuras relaciones con otros y a confesarme que le excitaba la sumisión.

Dejamos la conversación al amanecer cuando caímos rendidos en un profundo sueño. Al despertar con la luz del día se nos veía otras caras, había un brillo especial, nos mirábamos con picardía, con complicidad. Los dos entendimos que se nos presentaba una oportunidad, que por lo menos, nos entusiasmaba.

Volvimos a hacer el amor y esta vez fue diferente, ella estuvo mucho más activa y excitada y yo, esta vez sí, respondí y la dejé satisfecha como hacía mucho tiempo.

Estaba deseando coincidir con mi amigo cómplice del chat para contarle mis progresos y cuando lo hice me dijo… enhorabuena, te has ahorrado años de insistir. Ahora te queda otra tarea no más sencilla.

-¿Cuál?

-Saber cómo y con quién empezar.

Tenía razón, el primer paso estaba dado, pero ahora quedaba darle forma y encontrar a alguien que no la defraudara.

Mi amigo me sugirió que hiciera un repaso en nuestro entorno y viera quién podía ser el candidato, pero que existía una opción más segura y era encontrarlo a través de internet. Alguien que viva cerca y cumpla los requisitos para que nuestra fantasía no sea una frustración que empeorara las cosas.

Busqué y busqué y no había manera de encontrar a alguien idóneo, estaba muy decepcionado y es verdad que no me podía arriesgar a que saliera mal. Volveríamos a una situación peor incluso de la que teníamos.

Pero una vez más, mi amigo del chat encontró la solución, tenía un amigo también del chat que era alguien con experiencia y con muy buena presencia. El problema era su edad, mucho más mayores que nosotros.

-No te preocupes por la edad, a las mujeres les pasa al contrario que nosotros. Nos gustan jovencitas, pero ellas buscan siempre la figura paternal, maduro con experiencia.

-¿Cómo crees que debo hacerlo?

-Yo ya he hablado con él, le he contado cómo eres y está al corriente de vuestras pretensiones. Te pongo en contacto con él y os conocéis. Debes respetar también sus preferencias y gustos, esto ahora es un juego de tres.

-¿Y cómo le has contado que soy?

-Débil, con complejos y buen tipo.

-¿Y cómo es él?

-Lo contrario a ti, es arrogante, con una fuerte personalidad, controlador, dotado y buen amante.

Cuando leí esto, en mi cabeza se produjo un cortocircuito, no me lo esperaba. Por un lado me sentí humillado y ofendido, pero por otro tenía razón. Le había contado todas mis confidencias y las de mi esposa y tenía derecho a hablar claro.

Precisamente esa humillación produjo otra extraña reacción, una fortísima excitación. Es difícil de explicar y supongo que también de entender, pero imaginar la situación de que un macho haga el trabajo que tú no eres capaz de hacer, produce un efecto muy excitante y humillante a la vez.

Estuve informándome, mirando páginas en internet sobre hombres que siente la misma excitación al ofrecer a su propia mujer a otros hombres. Esta filia tiene varios nombres, el candualismo, cornudos consentidos o el término anglosajón cuckold.

No era yo solo el que tenía esa obsesión, sino que hay mucha gente que disfruta con ello.

No tardé en ponerme en contacto con este hombre y empezar a hablar sobre la idea que teníamos nosotros y sobre la que tenía él.

La primera impresión era tal y como me había descrito mi amigo confidente, me sentía abrumado por su fuerte personalidad, por su dominio de la situación y por sus experiencias con otros matrimonios semejantes a nosotros.

Había una diferencia que a él en concreto le atraía mucho y era la candidez de Ana, su aspecto de niña inocente, con sus gafas y sin haber roto un plato en su vida, le producía una fuerte motivación.

Me decía que era un reto educarla, moldearla, sacar lo más sucio de ella y convertirla en adicta al sexo y a él.

Esto me producía un vértigo muy fuerte, estaba realmente ante alguien que sabía lo que quería y cómo hacerlo y poco a poco nuestras conversaciones se iban sucediendo e íbamos concretando el encuentro.

Por otro lado, todo lo que hablaba con él se lo iba contando a Ana y para mi sorpresa, el que fuera mucho más mayor que nosotros y que fuera tan arrogante e incluso chulesco, lejos de molestarle, más le gustaba. Tenía razón una vez más mi amigo. Las mujeres para casarse y para vivir, prefieren la seguridad de un hombre como yo, pero para follar, prefieren a un canalla.

Victor se alegró de que las cosas fueran tomando forma y entonces me dijo…

-Creo que me debes un favor amigo

-¿Es cierto, qué necesitas?

-Me gustaría hablar con tu mujer sin estar tú presente. Puedo prepararla y de camino, poder charlar con la mujer que tanto me has hablado de ella.

Me sorprendió que me pidiera eso, pero me parecía bien.

-No tengo problema, lo hablaré con ella y si no tiene inconveniente le daré tu skype para que podáis hablar. Solo te pongo una condición, que sigamos siendo confidentes y que me cuentes todo lo que habléis.

-Puedes confiar en ello, pero algunas cosas te las contaré solo cuando yo considere oportuno.

Había reservado una casa rural para el fin de semana, quería que esos días hablásemos de todo y pusiéramos el punto final a los preparativos y pasásemos de una vez a la acción. Había pasado mucho tiempo, muchas conversaciones, muchos preparativos y todos estábamos excitados y deseando que pasara algo incluida ella.

No teníamos intención de pasear por el campo ni de ver paisajes, solo comer y follar.

Pasábamos las horas hablando y follando.

-¿Estás preparada?

-¿Lo estás tú? Una cosa es imaginarme con otros y otra ver o saber que estoy con otros.

-Sé que no va a ser fácil para ninguno de los dos, no sé si estoy preparado, pero sí que estoy convencido. En los meses que ha pasado desde que empezamos a hablar de esto hemos follado más y mejor que en todos los años de casados.

-Eso es cierto, pero tengo miedo.

-Yo también.

El lunes hablé con Ernesto y le dije que adelante, que buscásemos un día y que dijera él como debíamos vernos y donde.

-Recibirás instrucciones y ahora solo quiero que tu mujer me confirme que está de acuerdo. Dale mi correo y mi teléfono y que sea ella la que me pida que quiere conocerme. No daremos por hecho nada, solo quedaremos para conocernos personalmente y confirmar que los tres estamos de acuerdo en seguir adelante. En la cita, cualquiera de los tres puede echarse atrás. Hemos hablado mucho y planeado pero viéndonos las caras es cuando debemos decidir si seguimos adelante.

Esa respuesta me gustó, sabía muy bien lo que quería pero demostraba que además era una persona con sentido común y no era un pajillero de chat.

Quedamos en vernos en un par de semanas, debería ser viernes y él nos diría el sitio y la hora. Por otro lado, Ana y Victor se conocieron a través del Skype. Sus conversaciones cada vez eran más frecuentes, más largas y más secretas. Cuando le preguntaba a ella me sonreía y me decía que era demasiado curioso y que ella también tenía derecho a tener secretos y cuándo le preguntaba a él me decía que a su debido tiempo. Mientras me retorcía de curiosidad, nervios y ansia. Había perdido el control, ya podía hacer poco, tanto Victor como Ernesto tenían acceso directo a Ana.

Llegó el día del encuentro, me sorprendió que Ana se pidiera el día libre, me dijo que tenía que ir a que le hicieran la cera, a la peluquería y a hacer unas compras.

-¿Qué tienes que comprar?

-Ya las verás.

-¿No me vas a decir nada de nada?

-Tú lo has organizado todo desde el principio sin contar conmigo hasta que ya no había más remedio, ahora me toca a mí.

-¿Me gustaría saber detalles de la cita?

-No creas que yo sé más que tú, sabemos ya el sitio y la hora y lo único que puedo decirte de lo que hemos hablado Victor, Ernesto y Yo, es sobre mi mentalidad ante la cita.

-¿Y cuál es esa mentalidad?

-Cariño, quiero hacerte muy feliz y cumplir tu fantasía.

Esa respuesta irónica me desconcertó, estaba claro que los dos habían hecho muy buen trabajo, habían conseguido que mi mujer fuera muy dispuesta a que pasara algo. Pero no sabía en qué sentido habían influido en Ana.

Yo sí fui a trabajar pero el día se me hizo muy muy largo, no podía concentrarme en nada, estaba muy nervioso y decidí mandarle un mensaje a Victor.

-Hola Victor, sé que habéis decidido no decirme nada, pero estoy muy nervioso y tengo algo de miedo. Nunca había visto a Ana así.

-Este era el juego que tú querías ¿no?

-Cierto, pero desde el principio hemos sido confidentes y ahora cuando más nervioso estoy no dices nada.

-Quedamos en que te lo contaría todo, pero no en el momento. Sé cómo estás y entiendo tu ansiedad, no nos conocemos personalmente, pero confía en mí; no haría nada que pusiera en peligro a tu mujer o a ti. Todo esto aporta más morbo y a Ana le motiva más. Ha sido idea de ella darte la sorpresa.

-Quizás no esté tan preparado como creía.

-Lo puedes parar si tú quieres, pero… ¿realmente lo deseas? ¿Cuántas veces te has masturbado esta semana pensando en lo que podría pasar?

Tenía una vez más razón, debía confiar en él y sobre todo en mi mujer. No podía controlarlo todo porque al final perdería el encanto y el morbo si todo estaba tan planificado.

-No quiero pararlo.

-Lo sé, relájate y disfruta de lo que pase. En definitiva es un juego de roles y tu rol es el de marido consentido, es lo que deseas y lo que quieres ser. Recuerda que Ernesto va a hacer con tu mujer lo que tú no eres capaz, debes estarle agradecido y eso es precisamente lo que espero que hagas.

-¿Encima de que se va a follar a mi mujer he de darle las gracias?

-No lo plantees de esa manera, piensa que va a hacer a tu mujer feliz y eso es lo que tienes que agradecer. ¿lo harás?

-¿El qué?

-Quiero que literalmente te humilles ante él y le des las gracias ¿lo harás?

-Lo haré.

Este juego me estaba volviendo loco, me volvía a sentir humillado y terriblemente excitado. Me estaba excitando la idea de ofrecerle a mi mujer y darle las gracias por aceptarla.

Llegó la hora de salir de casa camino de la cita. Acababa de llegar a casa del trabajo y me tuve que duchar en el otro cuarto de baño porque Ana estaba encerrada en nuestra habitación donde hay otro baño dentro vistiéndose y preparándose. No quería que la viera hasta que terminara. Incluso me había dejado la ropa que quería que yo me pusiera fuera. Cuando ya era la hora y salió, me pareció el día que más guapa la había visto desde que la conocí. Se había hecho un moño alto y la habían maquillado de tal manera que parecía aún más inocente y más sexi. Llevaba un collar de perlas al cuello y un abrigo largo negro, medias y zapatos de tacón negros también.

Fui a besarla y ella me rechazó, me sonrió e irónicamente me dijo:

-Cariño… no me he vestido así para ti

-Estás guapísima.

-¿Llevamos seis años casados y ahora me lo dices?

-Nunca te habías vestido así para mí.

-Nunca me habías tratado como me trata él.

(Continuará)