Te dije bésame y me dijiste que no...
Un chico normal con las ideas muy claras. Hasta que todo se salió de los planes... Primer capítulo sin sexo.
Cuando era pequeño recuerdo que hubo una imagen de mi serie de dibujos animados favoritos que se me quedó grabada. Durante muchos años permaneció oculta en mi memoria como una sombra constante pero casi imperceptible. En mi décimo tercer cumpleaños pude confirmar el porqué de que aquella escena fuera tan importante en mi biografía.
Mi primo Manuel se bajó los pantalones antes que yo cuando ambos llegábamos a la carrera al baño disputándonos el uso del inodoro para descargar una meada que por momentos se auguraba apoteósica. Evidentemente ganó él y a mi, de manera instantánea, se me evaporaron las ganas de orinar. La suya fue mi primera polla. Jamás había visto una. Ni en revistas ni en la tele. Mucho menos en internet que, por aquel entonces, no era más que una realidad aún desconocida en nuestro día a día.
Verla y quedarme clavado con la mirada fija en aquella parte de su anatomía fue todo uno. Aún conservo nítidos primero el calor que se apoderó de mi y, segundo, la mirada inquisitorial de él cuando después de sacudírsela con dos enérgicos movimientos se dio cuenta de que se la miraba envelesado.
Y es que Shun a punto de morrear a un congelado Hyoga fue el hito que marcó mi realidad. O parte de ella. Porque aquellos caballeros de Atenea me hicieron darme cuenta a los 11 años de que a mi lo que me gustaban no eran las niñas y sus juegos de la comba o la goma en el patio del colegio. No, a mi me iban más los tíos. Y sus balones de fútbol, sus vueltas ciclistas y partidos interminables con las chapas. Y aunque no fue hasta 24 meses después de aquel capítulo que no tomé plena conciencia de ello no dejaba de ser real. Era gay, homosexual (palabreja cuya definición leí con avidez en el diccionario enciclopédico que había en casa) o, más rotundamente, maricón. Término con el que mi primo Manu me calificó enfadadísimo mientras se la volvía a enfundar bajo el calzoncillo y el vaquero para luego pasar por mi lado dejádome allí sólo... abandonado entre los blancos mármoles de los sanitarios propiedad del Sr. Roca.
El desear ser actor porno vino solo. Pero bastantes años después de aquello.
Me llamo Cesc y tengo 26 años. Soy licenciado en traducción e interpretación. De profesión algo muy lógico dado lo que estudié, traductor pero también, y cumpliendo con lo que siempre quise, actor. En muchas de mis películas soy lo que en el mundillo gay se da en llamar pasivo sin embargo también puedo dar. Acto, este último que no me desagrada, al contrario, si mi compañero de rodaje se implica en la escena puede llegar a ser un momento cojonudo. Pero repito me gusta más recibir que dar. Una vez mi padre me preguntó que porqué casi en todo lo que ruedo escojo ese papel, le respondí que era mi único ramalazo de egoísmo. Aún es memorable el acceso de risa que le dio.
Mi padre tiene 56 años, es alto, moreno. Cuando era pequeño lo recuerdo con una espesa pelambrera y barba negras. A día de hoy las entradas que el tiempo inició en su frente han pasado a ser una calva, sin más ni más. Cosa que según el día se la trae al pairo y otros le desquicia. Es periodista y crítico cinematrográfico. Quizá de ahí me haya venido a mi el gusanillo de ponerme delante de una cámara aunque sea en pelota picada. Se llama Daniel Baranz Armenteros, nació en París por accidente así que mi abuela solía bromear con que en verdad su hijo había hecho realidad aquello de la capital francesa y las cigüeñas. Durante su infancia y adolescencia residió en Barcelona. Huyó a Madrid con 19 años acompañado de su novia.
Y en la capital nací yo. Y aquí he vivido y vivo. Llevo estas calles en mis venas y no puedo estar demasiado tiempo lejos de ellas. Me dice que mi carrera se asentaría definitivamente si me fuera a los Estados Unidos pero no, prefiero ir y venir. Sé que mi polla notaría la añoranza de la lejanía. Y siendo lo que soy mal me iría si empezara a fallarme lo que, en gran medida, me da de comer.
Por cierto, una vez vi a mi padre romperle la boca a un tío. Cuando se dio cuenta de mi mirada de asombro, debía andar yo por los 16, solo me dijo que era difícil mantener la calma cuando agreden a lo que más quieres. A mi. Y es que aquel día me di cuenta de que mi padre es el tipo más cojonudo del planeta.
Quizá os estéis preguntando por qué tuvo que huir a Madrid para estar con su novia. Sí, la única respuesta está en la misma cuestión aunque quizá aclare más si traemos a la memoria la edad que tenía y que, ella, era aún más joven.
Celia Del Puig Leal, mi madre, nació en el seno de una familia de la clase alta catalana. Se la educó para ser refinada, coqueta y no llamar la atención. Era la segunda de cuatro hijos lo que según sus propias palabras era sinónimo de ser invisible las más de la veces y otra meramente un estorbo. Y con el tiempo un quebradero de abeza que acabó enamorándose de quien no debía. Del hijo de quien escribía críticas despiadas contra los de su sangre.
Siempre me ha hecho gracia pensar en ellos como unos Romeo y Julieta de la España setentera. Vestidos con faldas hippies y pantalones de pana. Algó así como la actual cultura underground .
Ella fue quien inmortalizó mi primer desnudo. Es escultora. Y quien lo exhibió orgullosa de lo que los genes del hombre de quien siempre había estado enamorada y los suyos propios habían creado. Acuñó una azucarada y almibarada sentencia en la que afirmó que la belleza solo puede nacer del amor. Como buena madre, eso que nunca ha dejado de ser, me dio un único consejo cuasndo le presenté mi primer contrato como actor; " en caliente usa la cabeza que tienes que usar, en frío nunca dejes de emplear la que tienes encima de los hombros. Siempre sentido común y precaución, Cesc. Precaución. "
Daniel Baranz y Celia Del Puig son los orgullosos padres de un actor dedicado al porno gay.