Te dije bésame y me dijiste que no (8)

No es fácil ser el mediano ni tampoco estar enamorado. Cesc y Alex, como siempre. Pero también Jacob que creo se merecía su rinconcito en la historia.

Tenía un examen esa mañana. Una prueba que me tenía nervioso porque las matemáticas no se me daban muy bien. Papá había estado ayudándome toda la semana así que pensaba que quizá esta vez no sería un absoluto desastre. Olivia iba sentada a mi lado leyendo un comic de Esther . Yo miraba por la ventana aburrido viendo pasar a los demás coches. Tenía sueño y pocas ganas de llegar al colegio. Y entonces pasó. Mamá dijo algo acerca de un coche que venía por el carril contrario muy deprisa y haciendo movimientos raros. Lo busqué con la vista curioso ante su tono preocupado. No me dio tiempo a nada más. De nuevo oí su voz gritándome que sujetase a mi hermana, cuando me giré a hacerlo sentí el golpe. Oí el ruido del metal crujiendo y rompiéndose. Mi cuerpo fue lanzado hacia delante solo retenido por el cinturón de seguridad. Escuchaba gritar a papá llamando a mamá. A esta volviéndose hacia nosotros. El coche empezó a dar vueltas. De pronto el techo era el suelo y el suelo el techo, seguidamente volvía a su sitio para en seguida estar de otra vez todo del revés. Entonces, todo se detuvo tras un golpe enorme. Me había golpeado varias veces la cabeza, me dolía, mucho. Antes de que todo se oscureciese solo fui consciente del olor a gasolina y a metal invadiéndolo todo. Había humo. Mi vista borrosa vio a papá echado sobre el air bag sangrando un montón. Busqué a tientas la mano de Olivia y se la agarré con fuerza. Era lo que mami me había pedido.

Después de aquello no recuerdo nada más. Apenas nada de cuando me sacaron del coche. De los rostros de bomberos y médicos del SAMUR que me decían que me mantuviera despierto y que no tuviera miedo. Hubo instantes en los que me percaté que ni mis padres ni Olivia estaban conmigo y me eché a llorar porque no me habían permitido cuidar de ella.

Todo era muy raro. Sentía los ruidos lejanos de sirenas, de voces, de lo que debían ser máquinas especiales intentando sacarme de allí y, aún así, en lo único que podía pensar era en que me había dormido y no me había dejado cuidarla. Que algo iba muy muy mal y en que Cesc estaba muy lejos y que, por tanto, ahora como su hermano mayor debía cuidar de la enana. Y que no me habían dejado.

Mamá se iba a enfadar muchísimo. Iba a estar castigado dos meses, por lo menos.

Un mes y medio después de aquello las imágenes borrosas, los sonidos distorsionados y las sensaciones aún invaden mi cabeza. Y aún no he hablado de ello. Y ya no debo velar por Oli. Ahora nuestro hermano mayor cuida de los dos. Bueno nuestro hermano mayor y ese rubio que habla raro y le suele mirar embobado. Seguro que es su nuevo novio. En fin parece un tipo guay. Incluso me dio un beso en la frente, me arropó y me dio las buenas noches la primera vez que dormí en casa tras salir del hospital.

Mi prima Sofía a veces intenta que cuente algo pero me cierro en banda. Cesc tampoco insiste mucho. Menos mal porque no quiero hablar. Si le pongo voz a lo que hay en mi cabeza se hará real. Papá y mamá estarán muertos y será verdad lo que él me dijo. Que ya no voy a vivir aquí. Que nos vamos.

No quiero que nada cambie. No quiero a ese tipo guay que no conozco en casa. Quiero coger mi balón de fútbol, ponerme mi camiseta del Atlético de Madrid e ir al campo del parque a jugar con Iñigo y Javi. Y quiero que papá me espere tras la verja al acabar el partido y nos lleve a cada uno a casa porque ya es tarde y Madrid es peligroso para los niños de nuestra edad. Aunque yo ya no soy un niño. Y quiero que cuando entre mamá me sonría y me diga que hoy por la noche antes de acostarme me va a dejar que la ayude a moldear barro para una de sus esculturas pequeñas.

Quiero que me haya quedado dormido en el coche y que cuando despierte todo siga siendo normal. El problema es que cuando abro los ojos todo permanece como no debe. Muchas veces no puedo evitar sentir un nudo en la garganta pero aprieto los puños y no lloro. Soy mayor y además Iñigo dice que los chicos no lloran. Así que aguardo todas las noches para esperar que cuando abra los ojos la pesadilla haya finalizado.

En la habitación que papá usaba como despacho aún está su reproductor de música. Lo enciendo y los altavoces dejan sonar la canción que escuchara la tarde anterior al accidente mientras nos relajábamos después de haberle sacado de quicio porque no entendía nada de lo que me estaba explicando sobre la prueba del día siguiente.

A veces me avergonzaban las cosas que hacía pero ahora me partía de risa viéndole cantar, o algo así, en inglés; it's going away, going away, going away... Si Cesc le escuchara tendría material para estarse riendo de él durante meses. Uno de esos momentos que se guardan en la memoria colectiva de las familias solo que esta vez solo fuera un recuerdo mío porque estábamos solos papá y yo.

Ahora la música volvía a sonar mientras miraba a mi alrededor fijándome en las fotos que descansan sobre las estanterías. Noté la presencia de mi hermano a mi lado que pasó su brazo por encima de mis hombros. Le sonreí levemente. Me preguntó si sabía que decía la canción. Negué con la cabeza y entonces me habló de un tren que se alejaba y que había que coger, de un tren que no había que dejar pasar porque si nos montábamos en él viajaríamos hacia un destino mejor. Me contó que era un tren que pasaba rápido, que cargaba toneladas de momentos capaces de curar aflicciones. Me dijo que aunque sonara raro debíamos dar gracias

a quien fuera que nos estuviera viendo y cuidando. Cantar sus bondades continuamente porque de esta manera alejaríamos el frío y podríamos entrar en calor. Algo que solo dependía de nosotros y de que decidiéramos cogerlo.

Le miré incrédulo pero me hizo nuestro viejo y secreto gesto que significaba que no mentía. Con once años entendí que la tarde que mi padre me hizo escuchar esa canción me estaba diciendo que cogiese el tren de mis estudios porque me llevaría a un lujar mejor. Un mes y medio después esa misma canción hablaba de un viaje junto a mis hermanos. Un trayecto que la letra me decía que si lo aceptaba todo mejoraría.

Pero papá y mamá seguirían sin estar a mi lado. Olivia no me necesitaba  dado que tenía a Cesc y a su chico. La enana bebía los vientos por Alex. El propio Cesc tenía a ese americano y suspiraba por él de la misma manera que el otro suspiraba por mi hermano. Así que en qué posición me dejaba eso a mi. Siempre había odiado ser el mediano.

Miré indeciso la cadena de música. Me di media vuelta y salí de ese cuarto y de casa diciendo mientras cerraba la puerta que me iba a jugar al fútbol. Pero mis amigos estaban en el colegio (al que yo aún había vuelto por no estar recuperado del todo) así que mi pareja fue el muro que rodeaba el campo del barrio. Era marzo y el día estaba nublado. Y el balón no dejaba de dar vueltas cada vez que volvía a mi.

Mi madre me dijo una vez mientras me veía escribir en una vieja libreta que era un poeta. No entendí qué quería decir y ahora tampoco lo hago pero sentándome en el suelo la saco de mi bolsillo y sentándome en el balón empiezo a dibujar monigotes que corren hacia un tren que se aleja.

Empezaba a anochecer y me giré esperando verle allí pero a quien me encontré fue de nuevo a mi hermano que vino hacia mi. Me quitó el balón y me lo tiró hacia el cuerpo. Prueba a intentar quitármelo me dijo. Me reí... en eso le daba mil vueltas. Podía sacarme 15 años, podía hacer deporte habitualmente pero yo jugaba al fútbol en el recreo, volvía a casa dándole patadas a la pelota y todos los fines de semana disputaba un partido con el equipo de nuestro barrio. Mi entrenador decía que era bueno y a papá le encantaba presumir de su "pequeño alevín mago del balón". Esa era su manera de hacerme sentir especial.

Y Cesc estaba consiguiendo lo mismo. Un rato después oímos gritos desde las gradas artificiales que rodeaban el terreno de juego. Al girarnos a mirar y gracias a los focos que ya habían sido encendidos pudimos ver a Alex y a mi hermana. La mocosa animaba a Cesc, Alex, inexplicablemente, a mi. Entonces driblé al sensacional hijo mayor de mis padres y marqué un gol a puerta vacía (algo fácil dado que no teníamos portero). Salí corriendo hacia Cesc quitándome la camiseta y lanzándome a sus brazos. Y mientras me cogía y me elevaba me estrechó contra sí con fuerza.

Sentí que papá y mamá podían ya no estar con nosotros pero que seguíamos siendo una familia. Y esa canción con la horrible voz de mi padre resonaba en mi cabeza; take us away, take us away . Junto a ellos.


Jacob nació en el 2001 y es hijo del siglo XXI. Muy diferente físicamente a mi hermana y a mi que hemos heredado el cabello negro lacio y los ojos azules de mi madre. Su pelo es castaño y rizado y su mirada dulce como el chocolate con leche. Volví a sentarme con él en su cuarto para explicarle intentando que fuera mejor que la primera vez porqué creía que la única opción válida era que nos fuéramos. Ya me dijo nuestro padre que para ser un crío de 11 años razona y te escucha como todo un hombrecito. Y mientras lo hace le miro y me recreo en lo mucho que ha crecido desde que paso tan poco tiempo con ellos. Hace mucho que dejó de ser el crío que me atacaba los nervios con su incesante parloteo y su hiperactividad.

Sigue siendo un chiquillo extrovertido, más de lo que lo era yo a su edad. Con muchos amigos. Un estudiante remolón, un excelente deportista y tiene la vena sincera y sarcástica de los Baranz aunque matizada por su juventud. Ahora mientras vuelto a intentar explicárselo puedo ver que hay cosas que no comprende. No sé cómo abordar ese tema así que opto por lo que me sugirió mi vaquero. Ser lo más sincero posible. Me pregunta que clase de trabajo tengo que puede hacer que nos separen. Suspiro. Escojo las palabras adecuadas para hacerle entender que cuando sea más mayor lo comprenderá mejor pero que hay cosas que ahora es mejor que no se las cuente. Entonces me sorprende cuestionando si mi trabajo tiene que ver con que me gustes chicos como Alex. No me queda más remedio que asentir. Extrañado hace el comentario que cualquiera con dos dedos de frente haría; ¿qué tiene que ver que te gusten los chicos y los beses con que no puedas cuidarnos? ¡Bendita la inocencia de los críos!

Al final sonríe resignado y afirma que el mundo de los adultos es un coñazo. Tengo ganas de echarme a reír ante semejante salida pero le reprendo suavemente. De igual manera que hacia mi madre cuando me pillaba soltando palabrotas delante del retaco. Decía que los peques absorbían todo lo que veían y oían. Parece ser que tenía razón. Esa expresión es muy mía.

No puedo evitar volverme a fijar más detenidamente en él. En que es un niño a las puertas de la adolescencia. Con la misma edad que tenía yo cuando vi a Shun arrimar la cebolleta a su rubio de los hielos. Un recuerdo algo frikie reconozcámoslo pero que me remonta a una época en la que aún todo estaba por descubrir. Como ese primer beso que no robé sino que me robaron cuando estando en la clase de gimnasia uno de mis compañeros de clase allá por 1º de BUP cayó sobre mi y posó sus labios "accidentalmente" sobre los míos. Meterme la lengua para encontrarse con la mía, eso sí que no fue un accidente.

Pero con la edad de Jacob yo aún no sabía muy bien por donde ibas los tiros. Estaba abriéndome camino con lentitud y calma hacia un mundo nada convencional. No era consciente de lo complicado que podría llegar a ser sentir como yo sentía. Mentalmente volví a dar gracias al cielo por haberme regalado los padres que tuve. Y me di cuenta que en mi travesía del desierto les tuve vigilando cada uno de mis pasos. Ahora ni él ni Olivia les tendrían para hacer lo mismo

Jacob se había enfrascado en un juego del ordenador ajeno a mi presencia junto a él hasta que separó los ojos de la pantalla. Me sonrió suavemente y volvió a hablarme; el fútbol es algo conocido en los Estados Unidos, ¿me esperarás en la salida cuando acabe los entrenamientos del equipo al que me vas a apuntar? Me eché a reír asintiendo efusivamente. Volvió a sumergirse en la partida mientras murmuraba distraídamente que se jugaba su colección de cromos a que al final el tarugo de su hermano mayor conseguiría hacerlo bien.

Mi hermano, Jacob Baranz del Puig a quien mi madre me insistía que la familia debía vigilar porque era un crío demasiado espabilado para su edad. Esa capacidad suya innata de decir lo más oportuno en el momento más adecuado evidenciaba que ella tenía razón. Fuera cual fuera su destino le ayudaría y estaría con él en la travesía de ese árido camino que podía suponer iniciar la pubertad sin unos padres al lado.

Cuando salí de su cuarto, me uní a Alex en la terraza. Le comenté lo que había sentido con aquella conversación. Al final me miró algo extrañado.

  • ¿Porqué dices sin unos padre a su lado? - mi expresión inquisitorial le hizo continuar. - Tu y yo seremos esos padres... si es que consigo hacer que me ames por el resto de tus días. - Y me avalancé sobre él para comérmelo a besos. Cuando separé mis labios de los suyos se echó a reír. - Ummmm.... diría que estoy teniendo un buen comienzo.

Como dice el macizo de Nek Laura no está, Laura se fue . En mi caso me toca cambiar cambiar el nombre y el género de la persona que me falta. Alex no está, Alex se fue . Y lo hizo hace más de veinte días. Apoyado la encimera de la cocina pensaba en lo irónico que era aunque ya le echaba de menos antes siquiera de darnos cuenta de que nuestros corazones latían sincronizados ahora era una auténtica tortura no tenerle a mi lado.

Frente a mi descansa la foto que Sofí nos hizo cuando fuimos a despedirlo al aeropuerto. Volví a Los Ángeles con varios asuntos que atender. La productora le pedía que regresase al trabajo y yo le encargué que empezara a buscar una buena casa donde poder construir un hogar con mis hermanos. Ambos aparecíamos abrazados por la cintura, besándonos sin el mayor recato. Detrás de nosotros Jacob ponía cara de ir a vomitar ante nuestro exceso de melosidad y Olivia parecía que estuviera a punto de empezar a dar brincos. Cosa que realmente sucedió cuando al separarnos la niña se echó a su cuello al grito de que por favor no se fuera. Alex se echó a reír aunque bien sabía yo lo mucho que le emocionaba la devoción que sentía mi hermana por él.

Finalmente desapareció por la puerta de embarque. Los cuatro Baranz nos pegamos al cristal de la sala de espera y pudimos ver despegar el avión. Sonreí tristemente. Me volví al notar que me cogían de la mano. Mi prima me miraba con complicidad. Como recordándome que no faltaba mucho para que volviésemos a reunirnos al otro lado del charco. Tres meses eternos y estaríamos de nuevo juntos. Pero cómo iba a poder sobrevivir echándole tanto en falta. Olivia echó a correr pasillo adelante dirigiéndose hacia una máquina de chocolatinas. Oí a Jacob regañarla. De nuevo miré a Sofía que me devolvió la mirada y murmuró que lo haría por ellos.

Siempre me sorprendía la capacidad que teníamos de leer nuestros sentimientos. Como decían Rulo y la Contrabanda en una de sus canciones ella era mi cenicienta. Y que por mucho que la usase de pañuelo y tuviera mil razones para no estar a mi lado permanecía junto a mi, ofreciendome sonrisas. Y eso venía sucediendo desde que nos conocimos.

Su padre, mi tío, al ver nuestra especial relación afirmaba que en alguna antigua vida ya debíamos haber sido familia o incluso pareja. Me daba la risa pensar que fuera así. No me imagino a mi mismo atraido sentimentalmente y sexualmente por alguna mujer. No creía en reencarnaciones solo en que desde hacia siete años ella había convertido mi vida en algo mejor con su sola existencia. Y que me sentía muy afortunado por ello.

Fuimos tras los chicos para regresar a casa y mientras lo hacíamos mi hermana se lanzó a hablar de una de las tareas que le habían mandado en el colegio. Y es que por eso ese rubiales que surcaba los cielos de Madrid se separaba de nosotros.

Había hablado con Álvar para que pidiera a los directivos de la productora un período de seis meses sabáticos. Tiempo necesario para que mis hermanos acabaran el curso. Sus profesores y el psicólogo de asuntos sociales que les trataba me habían convencido de que para superar un trauma como el que habían vivido necesitaban cierta estabilidad. No podía desarraigarles después de todo lo sucedido de forma tan brusca. Debía dejar que se fueran haciendo a la idea de los cambios que se avecinaban. Además aún quedaban flecos legales que solucionar.

Y es que Jesús, el abogado amigo de mis padres tuvo razón. Mis tíos intentaron por varias veces volver a reclamar la custodia de los chicos. A consecuencia de ello los ya mencionados servicios de tutelaje de menores de Madrid habían intervenido para supervisar el estado físico y psicológico de mis hermanos. Nos habían evaluado por lo menos media docena de veces. Tantas preguntas, tanta incomodidad. La última vez me rompió el corazón ver salir a Olivia llorando del despacho donde un técnico de protección de menores la estuvo preguntando vete tu a saber qué. Me harté y demandé a mi familia aunque Jesús me convenció después de que desistiera y dejara las cosas seguir su curso lógico. Que no había nada que temer, que no tenían nada que hacer.

Esa noche no fui grata compañía para nadie y aún así Alex aguantó la lluvia de reproches absurdos que le dirigí. A la mañana siguiente no pude con más que pedirle disculpas con cara de perrito llorón como me describió él mientras me tumbaba sobre sus rodillas y se liaba a darme azotes en el trasero. Golpes que más que castigarme buscaban excitarme. Buena muestra de que lo consiguió fueron las sábanas revueltas y tener que salir corriendo a recoger a los peques de la escuela. A punto estuvimos de olvidarnos de que existía más mundo que esa cama húmeda de sudor y esa habitación con olor a sexo.

Amaba a ese tipo.

Apenas podía esperar a volar a su lado. Necesitaba dejar que me hiciera el amor tantas veces como deseara y hacérselo yo a él (esperaba que me dejara porque por mucho que me gustase recibir estaba deseando sentir el calor de su interior). No me me iban a bastar los fugaces encuentros vía Skype. La diferencia horaria tan grande complicaría las cosas. Como, efectivamente, así sucedió. Cuando yo amanecía él dormía, Cuando yo comía al mediodía el ponía su polla al servicio de algún bien formado trasero y de una cámara. Cuando yo terminaba algunas traducciones con las que ocupaba el tiempo y ganaba algo de dinerillo bajo cuerda él volvía a su apartamento en el mismo momento que yo salía a recoger a mis hermanos de sus actividades extra escolares. Cuando volvía a entrar en casa él salía a recorrer barrios residenciales en los que pudiera vislumbrar ese futuro con el que ambos soñábamos.

Me faltaba su piel, su aliento. Su olor. Su acento tan acogedor. Su presencia. Me estremecía lo mucho que lo necesitaba. Me hacía temblar y me asustaba. Desde lo de mis padres vivía con el desasosiego de que de nuevo perdiera todo lo que le daba sentido a mi vida. Estar lejos de él impedía que le pudiera vigilar y proteger.

Cuando me llamaba escuchar su voz me hacía estar sonriendo todo el santo día. Sofía se reía de mi. Asombrada, y no podía dejar de darle la razón, de que alguien tan independiente como yo estuviera casi esclavizado por lo que sentía. Incluso Unai me dijo que me anduviera con cuidado porque podía llegar a ser excesivo. Así que respirando profundamente un día que me descubrí mirando por vigesimo quinta vez el i-phone y otras tantas la pantalla del portatil me decidí a vivir ese sentimiento tan intenso de una manera más sosegada.

No quería agobiar a Alex y que se sintiera atosigado teniendo que dar parte de cada movimiento que hacia. Sofía me recordó que ese amor de mis padres que me había pasado la vida buscando se basaba también en respetar el espacio de cada uno. Y es que había momentos que parecía un adolescente suspirando por las esquinas.

Unai me reclamó, algo mosqueado, que ni tan siquiera con él había sido así. Me sorprendí dándome cuenta de que si bien le había amado muchísimo esto que estaba viviendo ahora lo superaba en intensidad. Joder si daba miedo. Pero no lo cambiaría por nada del mundo. Además que tenía esa vocecita de mi madre en mi cabeza con su sempiterno mensaje; Sentido común, Cesc. Sentido común.

Pero había que ver cómo le echaba de menos. A una semana del final de las clases, me dejó un mail en mi correo con unas fotos adjuntas y un mensaje;

Ven ya, tienes que estar aquí para sentir que este es el lugar. 15 días después

volví a la T4 de Barajas por cuarta vez en seis meses. La primera de regreso a vivir una tragedia, la segunda a despedirle a él, la tercera a hacer lo propio con Sofía que volvía a Londres y esta con tres pasajes de ida y ninguno de vuelta. Regresaba al lugar en el que debía estar. A mi hogar. Al corazón de Alex.