Te dije bésame y me dijiste que no (5)

Dos en lugar de uno. Cesc, Alex y Unai...

Llovía a mares. Como si no lo hubiera hecho nunca. Y hacía un frío de esos atroces, de los que solo se pueden sentir en la meseta castellana. Febrero es el mes más implacable en la capital. Miré a mi alrededor. En el cementerio nos habíamos reunidos más amigos que familia. En la tarde del día anterior había podido localizar por fin al hermano de mi padre, y hablar con él. Se encontraba en uno de sus locos e imprevisibles viajes. Recién llegado al Tibet. Qué, demonios, hacía allí era algo que ni él mismo sabía. Desde su divorcio hacia ya casi 10 años se había dedicado a hacer lo que le daba la real gana aprovechando el que mi padre le consiguiese una colaboración mensual en una revista de viajes que le pagaba los mismos. Así que a eso se dedicó, a viajar.

Dejando de lado a una ex-esposa desquiciada de la que años después me reconocería, en un encuentro inesperado en Los Ángeles, que nunca estuvo enamorado. Y a mi querido primo Manuel, un hijo que en la misma conversación afirmó no darle más que una decepción tras otra.

Alex seguía ahí imperturbable. Sujetando el paraguas sobre nosotros. Su mano derecha enfundada en un caro y elegante guante de piel estrechaba la mía. Ya no me quedaban lágrimas pero las pronunciadas ojeras evidenciaban el extremo agotamiento de aquellos días. El único miembro de la familia que se había presentado sin tener miedo a que le echase los perros había llegado directamente desde Londres. La hija de ese mismo tío disoluto y loco que se encontraba visitando a los lamas en el culo del mundo. Nacida de un polvo intempestivo en los baños de un garito londinense con olor a Guiness.

Mi prima Sofía. Si mi madre me hizo aquella escultura en pelotas a ella le debo el primer book profesional que me abrió las puertas de los estudios. La conocí hacía ya la friolera de siete años cuando su padre se presentó en casa con una muchacha ya de 17 años del brazo clamando que algo habría hecho bien en la vida para haberla engendrado a ella. La respuesta de mi padre fue memorable; no fuiste tu, fue tu polla pensando por ti... Esa sempiterna brutalidad sincera de los hombres Baranz.

Ella se quedó con los peques mientras asistíamos al sepelio para salvaguardar que aprovechasen el momento personas que no deseaba se acercaran a ellos. Cuando todo acabó y nos reunimos en una de las salas de espera del 12 de Octubre me sorprendió diciendo que se quedaba hasta que las cosas se estabilizaran. Y que si quería salir corriendo con Jacob y Olivia su casa siempre estaría abierta como refugio.

Alex, Álvar, Unai y Sofía. Alguien me debía querer mucho allá arriba para haberme regalado cuatro seres humanos excepcionales dispuestos a no abandonarme en ningún tramo del camino.

Y entonces hice el amor con Alex. La noche en que me senté con él tras acostar a Olivia recién llegada del centro sanitario. Temeroso de que la despertaran las pesadillas. Con los ojos abiertos como platos pendiente de cualquier sonido, llanto, suspiro que llegase de su cuarto. La noche en que mi vaquero se colocó detrás mío apoyado en el respaldo del sofá para mirar conmigo las fotos de aquel primer trabajo que hizo Sofría y que a la larga me llevó a él.

Hablé sin pensar. Las palabras brotaron solas. Traicioneras.

  • Me gusta como hueles. - Noté su respiración detenerse para luego exhalarla y acariciarme la piel del cuello. Y entonces sentí sus labios cerca de mi oreja izquierda. Elevé mi brazo y le atrapé por la misma parte que el recorría ahora. Tiré de él y nuestros labios se unieron.

En un abrir y cerrar de ojos le tenía encima mío. Con la camiseta del pijama abierta y los pantalones a medio quitar. Su lengua bailando en mis pezones y sus dedos acariciando y masturbando eso que desde el polvo cinematográfico había estado inactivo. Un calor alejado de la habitual calentura de la lujuria. Diferente, era como estar renaciendo, como si cada átomo de mi cuerpo se permitiera sacudirse el letargo del hielo y el dolor. Vivo. Me sentía vivo de nuevo.

  • Cesc, solos tu y yo. Tu y yo. - Asentí en silencio. Y me dejé llevar. Tiró de mi para levantarme y hace que me colocara apoyado en uno de los reposa brazos. Elevó mis piernas y se sumergió en mi ano. Bien sabía él que aquello en concreto me volvía loco. Sentir su flexible lengua jugar con mi entrada, que lo soplara, que insinuara como sus dedos se introducían dentro o hacerlo directamente. Y yo aferrándome a sus rubios cabellos o dándome placer a mi mismos. ¡Dios cómo había deseado un momento como el que estábamos viviendo!

Gemí escandalosamente teniendo que morder con fuerza la tela del cojín que había a mi lado regañándome mentalmente. No estábamos solos en la casa. Pero me estaba desquiciando.

  • Alex... Alex... por... favor. - gimotee.

  • Hace mucho que no te follo. - negué con la cabeza al oírle. - ¿No qué?

  • No quiero que me folles... Alex, quiero que me hagas el amor... por favor.

  • Eso no es un favor, Cesc es un regalo que me das. - Había vuelto a acercar su boca a la mía. Y nos volvimos a devorar. Cogió mi rostro entre sus manos, perdiéndose en mis ojos mientras al mismo tiempo entraba en mi. Y su expresión me volvió a dejar claro que de nuevo aquella estrechez que la naturaleza me había concedido le pillaba desprevenido. Me incorporé recurriendo a todas mis fuerzas para abrazarme a él y guiar el acto. Era suyo pero quería hacerle mio.

¿Cómo pude pensar que podría vivir sin tenerle? ¿Cómo he podido estar años negándome estar con él? ¿Se estará preguntando lo mismo? Oculto mi rostro entre su cuello mientras al mismo tiempo que aspiro su olor y gimo con voz queda junto a su oído. Y le oigo.

  • ¡My God, my God, my God! - le enloquezco y eso me pone a mil. Acaricio su piel con mis manos. Amo cada centímetro de su anatomía. Sus músculos tan elegantemente marcados, su rostro de rasgos apolíneos, sus ojos verdes que parecen esmeraldas. Su incipiente barba que araña y excita mi piel. Sus manos grandes pero tan cargadas de caricias. Y gimo, gimo constantemente.

  • Alex, mi Alex... - murmuro apenas consciente de que le llamo. Arqueo mi espalda al notar la corriente de electricidad recorrer mi espalda. Y con tan solo unos segundos de diferencia nos corremos mezclando nuestro semen en mi abdomen.

Y caemos sobre el sofá intentando recuperar el aliento. Con una sonrisa de esas que son capaces de hacer palidecer el solo.

Hace ya unos cuantos párrafos que me definí como un inconmensurable gilipollas. Pues es cierto, lo soy pero un inconmensurable gilipollas enamorado.


Al abrir la puerta de la calle a la mañana siguiente Unai apareció en la entrada con mi caffè mocca favorito en la mano. Y a Alex se le quemaron las tostadas.