Te amo

Una historia verídica, increible para muchos. La historia de mi vida desde mi primera experiencia hasta el día de hoy. Te invito a conocerla ahora, no te arrepentirás.

Te amo

Hay veces en que repetimos los mismos errores en nuestra existencia, a sabiendas del riesgo que aquello conlleva en nuestras vidas. Sin embargo, siempre se serán los mismos motivos que invocaremos en el tiempo, como los causantes de nuestros fallos y los que extrañamente, siempre han de ser dos: El primero el la estupidez humana y el segundo: La calentura animal.

Recuerdo que escapé de casa a muy corta edad. Yo era un muchacho de baja estatura, débil y delgado, que con tan solo quince años ya había recibido mas golpes de los que cualquier persona sería capaz de contabilizar ni mucho menos de aceptar, en términos de los que llamamos: "trato humano". ¿Qué se podría esperar de un padre borracho y abusivo?. Su sola presencia física me aterrorizaba de sobremanera y aquello, que ya era un castigo para mi, no lo pude soportar por mucho tiempo, por lo que decidí escapar de los golpes y huir lo mas lejos posible.

El destino estaba escrito y la suerte estaba echada. Huir era lo mejor para mi. El plan de escape al fin se vio completó el la última de las instancias, cuando llegué a la humilde casa de un tía política, la que vivía en las afueras de la cuidad. Sabía que aquel familiar no podía ver jamás a mi padre y lo otro de lo que estaba seguro, era que mi tía siempre me había tratado bien. Aquello fue el detonante preciso y el motivo de mi confianza hacia ella. No hacia falta nada mas.

Recuerdo que llegué aquella tarde de invierno a su humilde casa. Mis ropas estilaban agua hasta por los bolsillos del pantalón. Ella enseguida me pasó algo de ropa seca y me sirvió algo de comer. Luego, conversamos de manera franca y le confesé mi enorme pesar y mi tremenda inquietud, si es que a ella se le ocurría la "brillante idea" de avisarle a mi padre, que yo estaba en su propia casa. Afortunadamente, nada de eso sucedió; mas todo lo contrario. Mi tía juró protegerme hasta las últimas consecuencias y, de ahora en adelante, pasaría a constituirme en una ayuda fundamental para ella en sus quehaceres cotidianos.

Mi tía tenía dos hijas mayores de edad pero, ninguna de ellas vivía en aquella casa.

A mi pobre tía, la utilizaban de niñera desde hacía mucho tiempo. Recuerdo que ella lloró mucho esa noche, cuando recordó que habían pasado mas de seis meses desde la última visita de sus hijas y desde ahí, no había vuelto a tener noticias de ellas. Ambas hijas, le habían dejado la carga de cuidar de sus propias nietas (Marcela y Daniela), sin siquiera aportarle económicamente por el arduo sacrificio que implicaba, tener que cuidar a una niña con problemas visuales (Marcela) y a la inquieta de Daniela; la niña que mas problemas de daba con su mala conducta. Daniela era una niña muy inquieta, se escapaba del colegio constantemente, tenía diez años y aún se orinaba en la cama, le pegaba a otras niñas (inclusive a Marcela, con sus problemas de visión y todo). En fin, una niña insoportable e incontrolable para la anciana de mi tía. A pesar de esto, mi tía no la castigaba casi nunca. No, por que ella no quisiera hacerlo; mas bien porque Daniela se le arrancaba y a mi tía se le hacía imposible de alcanzar.

Cada mañana, mi tía debía viajar a la ciudad con Marcela para llevarla a un colegio especial para no videntes y, por si esto fuera poco, tenía que esperar por la niña hasta que saliera del colegio; por que era imposible para ella, con su escasa pensión de viudez, tener que costear el doble pasaje; solo para retirarla del colegio al final de cada jornada estudiantil. Aquello era un sacrificio enorme. Mucho mas aún, ella rogaba que la inquieta de Daniela fuera al colegio cada día en las tardes y no se quedara jugando en alguna parte. En verdad aquello era un verdadero lío para la pobre de mi tía. Lo único positivo de aquellos constantes viajes, era que a ella le permitía compartir en un centro de madres cercano, junto a otras señoras de edad, mientras pasaban las horas esperando la salida de Marcela del colegio.

Recuerdo que aquella noche, le prometí a mi tía que la ayudaría en todos los quehaceres de la casa y que me encargaría -personalmente- de llevar y traer a Daniela del colegio.

Por ahora, mis estudios habían pasado a un segundo plano y mi tía, así lo aceptó. Lo único que me pidió, fue hacerle prometer que volvería al colegio al año siguiente, puesto que había reservado un cupo en el colegio Marcela, para poder internarla en aquel lugar, por lo que ya no sería necesario para mi, tener que dejar de asistir a clases por ayudarla a ella. Conversamos mucho y cuando el viejo reloj había marcado las once y media de la noche, mi tía me llevó al cuarto de las niñas para que yo también pudiera dormir. Mi tía, que en aquella época tenía sesenta y tantos años, me dijo que andaba mal de colchones y de tapas para la cama, porque la "meona" de Daniela le tenía todas las ropas y colchones, pasados con su propio orín. Me dijo que me acostara con Daniela y que no me olvidara despertarla de vez en cuando en la noche, para que hiciera pis en la bacinica que había bajo la cama de la niña. Me recordó que el baño estaba en el patio y que salir bajo la lluvia en pleno invierno, con aquel frío, era imposible hasta para ella y para las niñas con mucha mas razón. Me dejó una vela a mano para encenderla en la noche, cuando despertara a Daniela para que hiciera sus necesidades y me pidió que tuviera cuidado, en quedarme dormido con la vela encendida. Luego, me dio las buenas noches, cerró la puerta del dormitorio y se marchó por el largo pasillo hacia su habitación para poder descansar.

La cama era pequeña y sin apagar la vela aún, me dispuse a correr a Daniela hacía el rincón. Ella dormía como un elefante, abarcando casi toda la superficie de la cama, con el cuerpo semi cruzado y con ambas manos entre sus piernas. Moví un poco su cabeza para enderezarla pero, la almohada estaba toda babeada por su saliva, así que puse algo de ropa sobre al almohada para no mojar mi cara con las babas de la chiquilla. Daniela medía como 1,55. Era de piel muy morenita, de pelo negro y ondulado, el cual le llegaba hasta los hombros. Sus pies eran chiquitos pero, al palpar con mis manos sobre el ancho camisón para empujarla, noté que era bastante delgadita. Al fin, terminé de correrla hacía el rincón de la cama y me acosté junto a ella.

Aquellas sábanas blancas, tan solo hechas de unir sacos harineros, eran ásperas y frías. La humedad del dormitorio se podía percibir en todas partes; olores que se confundían con la esperma derretida de la vela encendida en la mitad de la noche. También se respiraba una mezcla de leña quemada y hierba mate, cuyos aromas se dispersaban por el viejo pasillo desde la cocina, inundando las únicas dos habitaciones de la humilde casa.

Daniela dormía profundamente a mi lado. Ella vestía una pijama largo, con un viejo abotonado cubierto de tela en el centro, botones grandes que nacían desde la parte superior del camisón y que llegaban hasta algo mas debajo de las rodillas. Sus hombros descubiertos, revelaban el nacimiento de sus brazos morenos y delgados. De pronto, ella movió sus pies entre el sueño, los que estaban tan helados como los míos pero, aquellos pies pequeños eran muy suaves, muy suaves y sus brazos también lo eran. Lo supe cuando me pegué mas a ella por el intenso frío que sentía. A un costado de la cama, el viejo velador de madera y un poco más a la izquierda, la cama dónde dormía Marcela.

Marcela era mas grande que Daniela, cosa que se explicaba porque tenía tres años mas que ella. El bulto de la cama se veía grande, porque Marcela era gordita y se le notaba hasta en los cachetes de su cara. Recuerdo que me incliné un poco para intentar ver su rostro, por lo que levanté la vela sobre mi cabeza para alumbrar aquel rincón de la habitación. Mis sospechas eran fundadas pero, además de gordita, Marcela se veía algo feita de rostro. Nada muy agradable que digamos, ni demasiado horrible tampoco. Aquello me inquietó en cierta forma, porque también pensé que estaba acostado con una niña, que además de "meona", fuese de rostro poco agradable.

Yo no había tenido ocasión aún de ver el rostro de Daniela, por lo que moví la vela una vez mas, hacia el rincón donde estaba la niña con quien me acostaba. A pesar de la iluminación, giré el rostro de la niña para mirarla y salir de mis dudas. Daniela era una chica de rostro fino y de nariz algo respingada. Sus pestañas se distinguían largas y sus cejas eran muy finitas. Le moví el pelo hacia un costado para descubrir la otra mitad de su rostro, para encontrarme con sus facciones que eran bonitas y muy delicadas. Ella tenía un rostro morenito y delgado, el cual lucía una perita estirada que terminaba con en forma de "V". Desde ahí, nacía su cuello largo y delgado que la hacía ver mas esbelta aún de lo que era en verdad.

Recuerdo que estiré mis pies para nivelarme a su altura y poder calcular su talle. Desde aquella posición, su frente me llegaba hasta el mentón, por lo que calculé que medía como 1.55 o un poco mas incluso. No le había errado mucho en mi primer cálculo, pero mi baja estatura la sobrepasaba solo por unos pocos centímetros, a pesar de que yo tenía casi cinco años mas que ella. Yo ahora estaba mucho mas tranquilo que hace un momento; incluso agradecí, mentalmente a mi tía, de que no me hubiera enviado a acostarme al lado de la gordita de Marcela. Puaj. Apagué la vela enseguida y escuchando los goterones de lluvia, me dispuse a dormir.

Recuerdo que desperté de madrugada y que aún estaba muy oscuro, por lo que encendí la vela para iluminar la habitación. Los pequeños y suaves pies de Daniela estaban sobre los míos y ella estaba muy pegada a mi costado. Ella aún dormía profundamente. Me bajé de la cama y saqué la bacinica que estaba debajo del catre. Sin hacer mucho ruido, la tomé de la cintura y luego puse mis manos bajo sus muslos y su cuello para bajarla de la cama y hacerla orinar. Esa niña tenía el sueño muy pesado, porque a pesar de haberla puesto de pié, ella colocó su cabeza contra mi pecho, como si aún estuviera acostada. Recuerdo que en la misma posición que estábamos, le levanté el camisón hasta la cintura para quitarle el calzón, sin embargo, Daniela no traía nada puesto abajo, así que la senté en la bacinica y de inmediato ella se puso a orinar. La chiquilla era bien delgadita, por lo que no me costó mucho bajarla de la cama y a pesar de la poca iluminación que había en la habitación, sus piernas me parecieron largas y muy bonitas, lo mismo que sus delgados brazos y su marcada cintura.

Mientras la niña lo hacía (orinaba), ella seguía apoyando su cabeza contra mi muslo y le escuché decir muy bajito, como entre dormida: "Abuela, tengo mucho sueño". Decidí entonces, no revelarle mi presencia aún, por lo que cuando acabó de orinar el último chorrito de pis, la acosté nuevamente en la cama y yo me acosté a su lado. Seguramente ella pensó que yo era su abuela o algo así pero, la verdad es que en ningún instante se percató de mi presencia aquella noche.

Debe haber transcurrido un par de horas y los lentos pasos de mi tía se oyeron al fondo del pasillo cuando al fin se levantó. Ella, después de un rato largo entró a la pieza y me vio despierto; entonces me preguntó que cómo había dormido y si la meona de Daniela se había vuelto a hacer en la noche (mearse entera, por supuesto). Yo le dije a mi tía que aún me encontraba "invicto" de aquel bautizo y mi tía se rió a carcajadas. Me agradeció que me hiciera cargo de despertar a Daniela y me advirtió que sería una ardua tarea, tener que repetir la misma acción cada noche pero, que era absolutamente necesario. Ella me dijo que posiblemente el frío le afectaba mucho a la niña y que por eso siempre se orinaba. Sin embargo, también me dijo que le era imposible convencer a Marcela que se acostara con ella en las noches para evitar el frío. Que ella misma inclusive, había intentado muchas veces dormir con Daniela pero, la niña era muy inquieta para dormir y que cada vez que durmió con la niña, mi tía amanecía con intensos dolores en la espalda a causa de los bruscos movimientos que hacía la niña cuando dormía.

Mientras mi tía me hablaba, las niñas despertaron y a Daniela no le inquietó sentirme acostado a su lado en lo más mínimo. Mi tía le dijo a Daniela, que debía de agradecerme por haberla hecho orinar de noche y que gracias a ello, la cama se había salvado de sus meados nocturnos. Yo por mi parte, seguía acostado al lado de Daniela y mi tía me dijo que si quería, me pasara para la cama de Marcela cuando ella se fuera con la gordita rumbo al colegio. También me pidió llevar al colegio a Daniela como al medio día y que la fuera a buscar a las 17:00 horas. Me dijo que podíamos levantarnos a las siete para hacer fuego y prepararnos el desayuno. En eso estábamos conversando, cuando Marcela se levantó a tientas de la cama y le preguntó a su abuela, quién era yo. Ella le explicó que era como un primo político de ellas y que debían respetarme porque era mayor que ellas. También le pidió a Daniela, en especial, que me hiciera caso en todo lo que le dijera, de lo contrario, contaba con su autorización para que recibiera un buen par de azotes por su mal comportamiento y desobediencia. "Si abueeela", Daniela le contestó.

Serían como las seis de la mañana y mi tía junto a Marcela se marcharon. Decidí pasarme enseguida a la cama de Marcela para dormir otro poco, sin embargo, Daniela me tomó del brazo y me dijo: "Quédate un poco mas en mi cama, que quiero conversar contigo. ¿Cómo te llamas?"; y yo le respondí: "Me llamo Carlos". Ella de inmediato se abalanzó con una cantidad enorme de preguntas: que de dónde venía, quienes eran mis padres, que cual era mi edad y cientos de cosas por el estilo. Haciendo un poco de memoria, también recuerdo que Daniela no dejaba de mirarme cuando conversábamos y mientras lo hacíamos, ella se pegaba bastante a mi lado. Rozaba sus pies con los míos, rozaba mi brazo y mi pecho a cada momento, como si ella tuviera la necesidad de comunicarse de aquella forma. En fin.

A Daniela le encantaba conversar y recuerdo perfectamente que mientras me contaba de sus cosas, tomaba mi mano y la acercaba a su bonito rostro, como intentando medir la palma de mi mano contra su carita. Yo sentía su aliento suave y su respiración sobre la palma de mi mano, lo que me producía sentirme algo extraño. Sus manos eran muy suaves y algo inexplicable me comenzó a suceder, cuando me fijé mas detenidamente en sus dientes blanquitos y relucientes. Su pelo se posaba delicadamente sobre sus hombros cuando giraba su cuello al conversar y ahora me sentía atraído por observar sus pechitos, cuando hacía su espalda hacia atrás; eran como una especie de naranjitas que le abultaban el camisón de dormir y sus formas sobresalían levemente entre la hendidura abotonada de la pijama. Debo decirles que yo nunca me había hecho una paja ni nada parecido pero, les confieso que Daniela fue la niña que despertó mi curiosidad por el sexo por vez primera, una atracción espontánea que surgió de solo mirar su rostro y su cuerpo, aunque lo que mas me llamaba la atención era su forma de conversar, como si me hiciera una especie de coqueteo de forma inconsciente, mientras me tocaba suavemente y me hablaba.

Algo me impulsó a mi también a tocar su rostro con mis dedos y a recorrer su fina nariz con extrema suavidad. Enseguida, mi mano rozaba su cuello y acariciaba sus hombros delicados mientras que ella seguía hablándome. Daniela en ningún momento intentó detener la exploración de mis manos sobre su piel suave, ni tampoco lo hizo cuando mis dedos se escurrieron entre el abotonado superior del camisón de dormir y recorrí la suavidad de sus pechitos de niña; ella mas bien se acercó mas a mi lado y puso un codo sobre al almohada para apoyar su cabeza y se giró para quedar justo frente a mi. En ese momento presentí que se había enfadado, sin embargo, cuando hice el intento de sacar mis dedos de sus tibios y suaves pechitos, ella me dijo que no los quitara, porque le agradaba sentir mis caricias en su piel. Entonces me atreví un poco mas y guiado por la curiosidad de nunca haber tocado una piel tan suave, metí mi mano debajo su camisón y comencé a acariciarle la espalda, la formada curva de su caderita y sus nalgas respingadas.

Daniela solo me miraba y se sonreía porque mi mano le daba cosquillas cuando le tocaba entre las piernas pero no se apartaba de mi mano, mas bien se pegaba mas hacia mi pecho, tanto así que hasta que llegué a sentir su respiración sobre mi barbilla. Yo a esas alturas le decía cualquier cosa con tal de estar pegado a su cuerpo, mientas sentía su tibia respiración sobre mi pecho. También recuerdo que me dieron ganas de orinar mientras conversábamos y mientras la acariciaba las nalguitas, sentí la pija muy dura en aquel momento. Una sensación extraña y desconocida para mi en ese entonces me visitó. Era algo muy raro, porque tenía ganas de salir al baño y de mear pronto pero, también me sentía como "pegado a la cama", como deseando prolongar y sentir los continuos roces, su respiración y la suavidad de su piel. Todo esto era algo. . . uhmm, agradable, nuevo y distinto.

Enseguida me levanté de la cama porque sentí que no me aguantaba mas. Daniela me preguntó que a dónde iba y yo le dije que al baño. Así, mientras caminaba hacia la salida, la muchacha tomó la bacinica que estaba debajo de la cama y estiró su brazo para ofrecérmela. Yo sin pensarlo dos veces, porque calculé que no llegaba al baño, le recibí de inmediato la meadera a Daniela, para descargarme sobre la misma orina de la niña. Recuerdo que me giré de espaldas hacia la chica y me saqué de inmediato la pija para mear. Mi pene estaba durísimo, nunca lo había tenido de aquella forma y apenas deslicé el forro hacia atrás para descubrir el glande, algo me produjo repetir varias veces aquella acción placentera, hasta que comencé a hacerlo rápidamente y sentí

palpitar muy fuerte el corazón. De pronto, sentí que las piernas me temblaron; entonces reventé !!.

Aquello no era orina en absoluto, les puedo asegurar. Mientras mi mano me ayudaba a eyacular el abundante semen que salía de mi caño, yo cerraba los ojos y me desahogaba, mientras me invadían imágenes confusas del bello rostro de Daniela. Los pequeños pies, la suavidad de su piel, aromas extraños, las caricias en su cuerpo y miles de detalles mas. Todo fue en un segundo. Visitó mi mente aquella imagen de sus largas y formadas piernas cuando le levanté el camisón

durante la noche, la sensualidad de sus caderas que no aprecié en su momento y lo paradito de sus pequeñas nalgas pero, sobre todo, la imagen de su desnudo y lampiño sexo. Todo llegó de pronto y sin avisar; mientras que una sensación de alivio al final del estallido me invadió y me calmó gratamente.

Daniela me miró y me preguntó si me sentía mal. Yo no le dije nada y solo atiné a recostarme en la cama para calmarme otro poco y volver a respirar normal. Era todo tan extraño para mi sin embargo, aquella sensación había sido única, me sentía como en las nubes y hasta un poco mareado pero, ahora esperaba volver a repetir aquella sensación tan placentera. Le dije a Daniela que quería dormir un poco y que me despertara a las siete. Aún me sentía extraño. No pasaron ni diez minutos y veo que Daniela pasa con sus piernas sobre mi cabeza y se baja de la cama para orinar. Algo me hizo en aquel instante, hacerme como el dormido y mirar a la muchacha cuando se levantó el camisón, hasta quedar totalmente desnuda ante mi rostro. Ella tenía un cuerpo bonito en verdad y no se preocupó de estar así desnuda ante mi. Yo por mi parte, que tenía los ojos achinados -como haciéndome el dormido- y entre mis párpados semi cerrados, apreciaba la belleza del rostro y del cuerpo la muchachita. Sobre su pecho se apreciaban sus naranjitas pequeñas que terminaba como en puntas redondeadas. Su cuello largo le hacía juego a su fina cintura de niñita, donde destacaba el nacimiento de sus caderas bonitas y la esbeltez de sus morenitas piernas, las que terminaban al fin del sensual recorrido en sus pequeños pies descalzos.

Pero la visión continuaba para mi, como si fuera aquello un regalo divino. Daniela se paró de la bacinica y se dirigió hasta la cómoda dónde estaba su ropa. Enseguida me mostró su colita junto a su femenino andar. Aquellos eran como dos meloncitos brillantes y pronunciadamente paraditos pero, cuando se agachó a abrir el cajón de la cómoda que estaba mas abajo, me regaló una nueva visión espectacular de su chochito lampiño y de todo su culito en esplendor. Entonces, tomó un calzoncito blanco desde la cómoda y muy despacio se lo acomodó. Luego hizo lo mismo con el pequeño brasier del mismo color y justo ahí, me vino todo de nuevo.

Les juro que en ese mismo instante, quise llamar a Daniela para que siguiéramos "conversando" y poder rozarme con ella nuevamente, volver a sentir aquel estallido en la punta de mi sexo, el que ahora lo fregaba con mi mano una y otra vez. Daniela salió del cuarto y se fue al baño sin yo poder decir palabras y después de haber transcurrido unos diez minutos de tanto fregarme el pene, estallé con mas moco sobre el camisón de dormir de la muchacha. Ufff. Que reventón !!!. Fue así que me inicié en el descubrimiento de mi propio sexo pero, el hecho de tener a mi lado a Daniela cada noche y cada día, me facilitaría enormemente el aprendizaje que necesitaba para continuar descubriendo los exquisitos placeres de la carne. Las posibilidades eran ahora infinitas.

Lentamente, me fui ganando la confianza y el cariño de Daniela desde ese mismo día. Mal que mal, a mi me convenía estar en la mejor de la posiciones con ella, sobre todo, para no acabar durmiendo con la cieguita de Marcela, la que tanto me desagradaba. Daniela corría todo el día, le daba con piedras a los perros de la casa, se subía a los árboles, se colgaba de todos lados para jugar. Para ella no existía otra cosa que sus juegos infantiles, la escuela era solo un lugar para aburrirse me confesó y su comportamiento, en aquel sentido, era mas parecido al de un niño hiperquinético mas que otra cosa. Recuerdo que yo estaba cortando leña en el patio, como a eso de la diez de la mañana y que Daniela estaba balanceándose en un tronco al fondo del predio. Ahí me fijé que ella me miraba a cada instante desde donde estuviera. Sin embargo, yo me fijé que se había ensuciado los calzoncitos que vestía mientras jugaba en el árbol, así que me decidí intervenir en aquel excitante jueguito, ideando al instante un plan para darme el gusto de estar con ella.

Así, como yo sabía que si Daniela me perdía de vista un rato, me iría a buscar para ver dónde yo estaba. Decidí entrar a la casa entonces y me fui directo a la habitación en la que dormíamos. Muy rápidamente, me quité el short que andaba trayendo y me quedé solo en calzoncillos. Luego, tomé la bacinica desde bajo del catre y me puse a orinar en ella, justo en medio de las dos camas. De pronto, comencé a masturbarme frente a la entrada de la pieza, imaginando que Daniela me veía hacerlo frente a ella y deseando verla desnuda nuevamente frente a mi. Mi respiración se entrecortó, cuando sentí pasos que venían rumbo a la habitación. Daniela entró y le di tiempo suficiente para que ella se fijara en mi pene tieso, mientras lo guardaba lentamente bajo el calzoncillo. Entonces la llamé, haciéndome el serio y le dije que orinara en la bacinica. Ella me dijo enseguida que no tenía ganas de hacer pis. Ante esto, yo le pedí que intentara hacer un poco y si no le salía nada que no importaba. Mientras ella aún no se bajaba los calzones ni se sentaba en la bacinica, yo me fijaba detenidamente en su pechitos y en su culito bien formado, mientras le decía que luego se cambiara los calzones porque los tenía muy sucios de tanto jugar. Lo único que yo quería era fregarme contra ella y sentir su cuerpo contra el mío. Yo no tenía idea de follar, les juro.

Daniela se puso frente a mi y se bajó los calzoncitos. Yo le dije que se quitara la polerita y el brasier para llevarla a la ducha, antes de cambiarse de ropa. Ella sin embargo, se quitó solamente la polerita y me dijo que no se quería bañar, porque el agua estaba muy fría. Yo de inmediato le dije, que si no me hacía caso, le iba a dar cosquillas en todos lados y que no se podría escapar de aquel castigo. Apenas me oyó decir aquello, Daniela dejó los calzones en el suelo y trató se salir huyendo de la habitación, sin parar de reír.

Casi me caí sobre la cama pero logré alcanzarla del brazo. Ella se resistía con fuerza pero, no la dejé huir de mi. Apenas puso sus manos en mi pecho para alejarme, yo me agarré de su culito apretado y la traje contra mi cuerpo. "Suéltame !!", me gritaba entre sus risas, mientras que yo, la pegaba mas a mi cuerpo y le decía: "No te suelto, hasta que te quites el brasier y te lleve al baño". Ahora mis manos estaban exquisitamente atrapadas bajo sus cachetes, mientras la tenía de espaldas contra la cama. Yo me abalancé de inmediato entre sus piernas para no dejarla escapar, aprovechando esta posición para fregarme intensamente el pene contra su conchita, yo le decía: "Eres una tramposa porque me tienes atrapadas las manos con tu culito y así no me dejas hacerte cosquillas". Ella continuaba riendo por su parte y me decía que no me dejaría sacar las manos de su trasero, mientras me empujaba de la cintura hacia ella con ambas manos para evitar sacar mis manos y darle cosquillas en su cuerpo.

Las friegas eran mucho mas intensas y constantes. Aquella posición no podía ser mejor para mi. Yo entonces le dije, que si no se quitaba ella misma el brasier, se lo iba a sacar yo

mismo con la boca. Ella solo se puso a reír y se fue de negativa, por lo que decidí cumplir con mi advertencia y acerqué mi rostro contra sus senitos para alcanzarlos con mi boca. Daniela se movía de lado a lado para que mi boca no le alcanzara los pechito, mientras que yo aprovechaba de fregarme el pene entre sus piernas desnudas, notando que a Daniela le agradaba intensamente aquel roce, porque me empujaba aún mas fuerte contra su cuerpo. Yo solo recuerdo que cubrí completamente sus cerritos con mi boca y que en cada intento que hacía de quitárselos, mi lengua recorría sobre la piel suave de sus cositas, mientras que ahora Daniela, solo cerraba los ojos y ya no me ofrecía resistencia alguna. Ella solo puso sus manitos tras mi cabeza y mi espalda, girando su largo y sensual cuello hacia un costado. Yo la miré para ver como estaba, algo preocupado incluso me puse cuando la vi ponerse coloradita y muy acalorada pero, su rostro me indicaba que a ella le agradaba aquel íntimo juego que jugábamos en la cama, aquella cama de los dos.

Eran miles de sensaciones nuevas para mi. El cuerpo de Daniela me encantaba, le

fascinaban a mis manos apretarla contra mi cuerpo; a mi boca saborear sus senos suaves de niña, donde a pesar de haberle despojado completamente de su brasier con mi boca y así dejándola completamente desnuda, yo seguía escudriñando sobre la punta de sus senitos y se los chupaba con suavidad. Ella solo cerraba sus ojitos y no me decía nada, mientras que mi boca se deleitaba contra su piel morena brillante traspirada, salada y deliciosa; su cuello sensual, sus ojos y su rostro. Eso que sentía ahora era fabuloso y una necesidad instintiva nació, de querer fregar mi sexo duro fuera del calzoncillo, sobre el sexo de ella, el cual sentía ahora como transpirado, el lampiño sexo de la bella muchacha. Bastó zafarme una sola mano de entre sus paraditas nalgas, para bajarme el calzoncillo por completo y continuar fregándome contra la exquisita Daniela. Ella, solo mordió sus labios cuando me sintió sobre su sexo, mientras que mi mano le acariciaba los senitos y dirigía mi boca sobre su cuerpo para deleitarme, sin barreras ahora, sobre sus hinchaditos pechos. Su cuerpo era exquisito y Daniela seguía en lo suyo, hasta que ella intentó encontrar mis ojos pero yo no estuve allí. Mas bien, yo estaba jadeando en su cuello y rozándome en su piel suave, cuando me vi venir. Ahhhhhhhug. Exquisita niña, que rico me haces sentir sobre tu cuerpo.

Apenas, cuando se escuchó mi prolongado desahogo sobre su cuello, la niña continuó moviéndose contra mi falo hinchado y lechoso, como desesperada y como sintiendo que yo era el que ahora se hacía pis sobre su vaginita y entre sus piernas. Yo metí mi mano y cubrí su acalorado sexo, esparciendo el moco abundante por toda su entrepierna, aprovechando de explorar con mis dedos, aquella vaginita humedecida en nuestras friegas, nuestro exquisito juego de adultos que habíamos recién comenzado a descubrir. Mi rostro seguía pegado a su cuello, el que comenzaba a acariciar con mi nariz y con mi boca impregnada de su piel, como intentando agradecer la experiencia vivida en su cuerpo sensual, experiencia que deseaba repetir cada noche y cada nuevo día junto al hermoso cuerpo de la sensual Daniela.

La muchachita, al fin tomó mi rostro entre sus manos y me dijo: "Parece que ahora,

el que se hizo pis, fuiste tu" y me sonrió. Dios mío, la niña era bella y su sonrisa y sus ojos, me

llamaron a besarla tiernamente, mas no lo hice entonces. Pensé luego en mi tía y lo que sucedería

si ella se llegaba a enterar de las cosas que le hacía a su pequeña nieta. Recuerdo que me subí el

calzoncillo y le dije a Daniela que la llevaría al baño para que se bañara. Debo confesar que no me costó mucho convencer a Daniela que se bañara. Luego, la fui a buscar al baño y le pregunté cómo

estaba y me dijo que estaba todo bien. Me dijo también, que ya sabía como sujetar mis manos con su cuerpo para evitar que le diera cosquillas. Enseguida, le hice prometer que no debía comentar nuestros juegos con su abuela y que si ella se llegaba enterar de aquello, era muy probable que yo me tuviera que ir de la casa. Ella me respondió de inmediato que era nuestro secreto y que le había gustado el "juego" que habíamos hecho, sobre todo, porque sentía algo rico en su vaginita cuando yo la tocaba y cuando me fregaba fuerte ahí, sobre su cosita. " A mi, también me gusta mucho jugar contigo pero, recuerda que no debemos hacerlo nunca cuando tu abuela esté en casa, ¿Ok?". Ella se quedó un rato pensativa y me preguntó si podíamos hacerlo en la noche, cuando la abuela dormía y yo le dije que no, porque Marcela podía darse cuenta, si es que nos oía. Enseguida puso cara de enfado cuando me oyó decir esto, aunque luego se alegró, cuando le dije que podíamos "jugar" en las mañanas cuando la abuela se iba con Marcela al colegio. Mas tarde, llevé a Daniela al colegio y a las cinco la pasé a buscar. Cuando volvimos mi tía ya estaba en casa con Marcela y me preguntó que cómo se había portado Daniela. Yo enseguida le dije que se había portado muy bien y que cada día mejoraría su comportamiento, porque si no lo hacía, ella ya sabía como la iba a castigar y nos sonreímos. Tomamos algo de mate después de cenar y al caer la noche, nos fuimos todos a acostar. Le dije a Daniela que se durmiera pronto y nos dimos las buenas noches. Lo mismo hice con Marcela, mientras apagué la vela con mis dedos. Yo estaba seguro que aguantaría lo suficiente como para esperar que las niñas se durmieran, sin embargo el sueño me venció y también me dormí.

Eran como las tres de la madrugada y me levanté de inmediato, tomando en mis brazos a Daniela para bajarla de la cama y sentarla en la bacinica. Yo tenía mucho sueño, sin embargo, al momento de acostar a Daniela nuevamente en la cama, intenté despertarla porque yo ya tenía ganas de "jugar". Ella sin embargo, dormía plácidamente, situación que casi me disgustó. Estaba demasiado oscuro y a pesar del sueño que tenía, me dispuse hacer algunas cosas con mis manos, sobre el tibio y suave cuerpo de la hermosa muchacha.

Yo quería acariciar su cuerpo y ya no me importaba si estaba dormida. La coloqué de espaldas en la cama y metí mi pierna entre las de ella. Aquello era suave y muy agradable. Mi respiración se entrecortaba cuando le desabotonaba completamente su camisón para acariciarla toda. Me agitaba la respiración al recorrerla entera, amasando con mis manos completamente excitado, aunque muy suavemente, sobre sus formaditos pechos delicados. Acerqué mi rostro sobre su cuello para olerla toda, mientras rozaba su suave rostro con mi nariz y con mis labios y sin detener las caricias de sus lindos senos. Su fragancia de niña me excitaba aún mas, me enloquecía su suavidad completa, su inocencia. Enseguida tuve ganas de rozar mi sexo con aquel suave cuerpo, entonces me bajé el calzoncillo y aplasté mi duro miembro contra su delicada piel. Daniela no despertaba y yo no sabía como hacer lo que deseaba, no sin meter mucho ruido y despertar a mi tía o terminar por despertar a la gorda de Marcela. Sin embargo, tomé la suave mano de la niña sin que ella despertara y la puse sobre mi falo, apretando su mano delicada con la mía, la pequeña mano que me cubría desde la mitad de mi pene hasta algo mas que la cabeza del glande. La sensación de cubrirme con su mano era riquísima, un placer exquisito que duró casi media hora, hasta que ya no pude mas y acerqué desesperadamente mis labios sobre los de Daniela. Así, mientras me daba el gusto de rozarle la boca y de apretarme mucho mas fuerte el caño bajo su mano, estallé violentamente contra sus piernas y sobre su vientre moreno y estirado, con el pene palpitando fuerte y abrigado entre nuestras mojadas manos . Ahhhhhhhug. Mi exquisita Daniela, mìra como me tienes.

Me dormí casi al instante, hasta que transcurrieron un par de horas y sentí a mi tía nuevamente levantarse. Entró a la habitación y enseguida le dije: "Sin novedad" y me sonrió.

Después levantó a Marcela y a las seis de la mañana se fueron al colegio. Daniela seguía dormida y yo me levanté, para asegurarme que ya estaban los suficientemente lejos de casa. Recuerdo que iba rumbo a la habitación y el pene lo tenía completamente parado. Me acosté de inmediato y me saqué la polera y los calzoncillos, quedándome completamente desnudo y listo para "jugar". Como aún estaba oscuro, encendí la vela para ver el rostro de Daniela, mientras mis manos la hacían despertar. Daniela me dijo buenos días y yo solo le pregunté: "¿Quieres jugar?, mientras le metía la mano en la vagina y le besaba el cuello suavemente. Ella me preguntó por su abuela y le dije que ya se habían marchado. Al oír esto, ella de inmediato me asintió con la cabeza para comenzar con nuestras friegas en la cama. "¿ Te gusta que te acaricie la vaginita así?" y ella solo cerró sus ojos y suspiró. "Me gusta sentir tu piel suave, quítate el camisón de dormir para que estemos mejor". Daniela me dijo que lo hacía, siempre y cuando pusiera mis manos debajo de sus nalgas para que yo no le hiciera cosquillas, así que mientras se subía el camisón, yo me puse entre sus piernas y apoyado en mis rodillas, atrapé mis manos debajo de sus nalgas. Daniela había quedado también desnuda, tal como yo, mostrándome su hermoso cuerpo y sus senitos brillantes y paraditos. Yo me fijaba en su sexo y en aquella cinturita contorneada. Así, después de mirarnos mutuamente, yo acerqué mi pene contra su vaginita para fregarnos y comenzar con nuestro juego de amor. Apenas me sintió rozarla, ella giró su rostro y se entregó a mis caricias sin decirme nada. Yo lo hacía muy suavecito porque su conchita estaba seca y me dolía la cabeza del pene. Mi sexo se pegaba contra los pequeños labios de su vagina y aquello nos incomodaba a los dos.

Le dije entonces a Daniela que le iba a mojar su cosita con saliva para que no nos incomodara el roce. Yo recuerdo muy claramente, que acerqué mi rostro contra su vaginita y separé su surquito para mojarlo con un poco de saliva, Y mientras yo hacía esto, muy delicadamente, sentí que a Daniela le agradaba mucho lo que ahora le hacía en su cosita.

Yo tenía mi nariz muy encima de su vaginita y mientras le abría los labios con mis dedos, le escupía entre sus cavidades. Yo sentía su olorcito de niña y cada vez que mi nariz le rozaba entre sus labios, ella me sujetaba la cabeza y me empujaba contra su propio sexo. En eso estaba, cuando mi boca quedó sobre su chochito y comencé a mojarle el surco suave con mi lengua. "Se siente rico así, me dan cosquillitas suaves cuando lo haces. Sigue por favor, sigue". Yo le seguí haciendo aquello, hasta que noté que Daniela se agitaba y sonreía pero, ahora me tocaba jugar a mi. Yo también unté mi pene con saliva y se lo deje entre los pliegues de su cosita. Enseguida comencé a balancearme muy lentamente. Se sentía rico aquello y ya no me molestaba fregarme contra ella.

Comencé a moverme un poquito mas rápido, porque mientras mas rápido lo hacía, Daniela me daba a entender que le gustaba mas. De pronto, sentí ganas de tocar su cuello con mi boca y me incliné sobre ella para acercar mi rostro.

Cuando me incliné sobre Daniela, mi posición quedaba algo incómoda, ya que el empeine de mis pies se rozaba contra la baranda de los pies de la cama. Debido a esto, le dije a Daniela que se afirmara fuerte de mi cuello para empujarla y movernos juntos un poco mas arriba del lecho. Yo estaba entre sus piernas y seguía escarbando la entrada de su vaginita con mi sexo completamente tieso y, apenas ella se colgó de mi cuello con sus manos, coloqué la planta de mis pies en el borde de la cama, empuje hacía adelante en forma brusca mi cuerpo y el de ella, entonces: "Ahhhaag!!". Se oyó un grito seco, salir de la boca de Daniela, mientras yo me sentí completamente adentro de ella, totalmente clavado en su estrechez.

A Daniela le dolía intensamente su chochito y me lo decía, mientras se aferró mas fuerte de mi cuello y alzó sus caderitas para zafarse de mi sexo fundido al interior del suyo, sin embargo, su movimiento brusco no logró desclavarme de sus entrañas por completo, mientas yo, volvía a empujar hacia adelante, como si una fuerza extraña me obligara a no salir de allí. Su pecho agitado se pegó completamente al mío y entre sus quejas de dolor, ella intentó en vano hacer lo mismo nuevamente, mientras yo volvía a invadir sus entrañas nuevamente y con mas fuerza aún. Así, una y otra vez nos movimos al compás de nuestra respiración desesperada, envolviéndonos en una dolorosa trampa de carnes que iba y venía, que iba y venía una y otra vez. Yo pegué mi boca a su rostro y no paraba de moverme en su cuevita apretada, rogando que Daniela no se escapara de mi encierro delicioso y placentero. Yo estaba como enloquecido con lo que sentía en ese momento y algo me decía que Daniela sentía exactamente lo mismo que yo.

Sus quejas comenzaron a apagarse rápido, como si el movimiento que hacíamos ahora la aliviara del dolor y entonces sus brazos me soltaron, como si ya no tuviera la intención de escapar. Daniela se resignó a sentirme en sus adentros y empezó a ponerse roja y transpirada.

Enseguida busqué su rostro para besarla, como queriendo agradecerle el gesto de soportarme clavado en ella. Bajo la tenue luz de la vela, el rostro de Daniela de apreciaba hermoso y reluciente, mucho mas aún cuando giraba su cuello de lado a lado sobre la almohada , mostrándome la hermosura de sus dientes blancos mientras se mordía el labio inferior, dibujándome una sonrisa inquietantemente bella cada cinco minutos de estar bombeando una y cien veces en ella, hasta que sentí que iba a estallar en sus entrañas y no me importó nada mas en ese momento. Yo solo quería desahogarme, teniendo mi boca contra su rostro. Primero la besé sobre su frente transpirada, para luego llegar a su finísima nariz y mientras paseaba mi boca entre sus mejillas, nuestras bocas se cruzaron y ella misma tomó mi rostro con sus manos para besarme torpemente y sin parar de jadear.

Uffff, que deliciosamente dulce me sabía su boca jadeosa, mientras sus suaves pechos se golpeaban contra el mío, sin cesar un solo instante.

Sus labios finos eran suaves y delicados, su boca era dulce y cálida, boca de la que nunca mas pude huir. Nuestros cuerpos se habían atrapado en aquel juego de adultos y ya no había vuelta atrás. Y mientras no besábamos tan deliciosamente, Daniela me acariciaba los brazos y la espalda. Ambos nos miramos el rostro, cuando entre nuestros besos comenzamos a jadear aún mas intensamente, mas agitados y mas sudorosos, como si ambos quisiéramos decirnos o gritarnos algo pero, sin poder ser capaces de hacerlo. Yo recuerdo que solo cerré mis ojos, mientras nuestros vientres mojados se chocaban frenéticamente y entonces ... reventé en sus adentros, laaaaarga y prolongadamente; sin dejar de besarnos torpemente por el intenso movimiento y sin parar aún de bombear del todo, agitándonos aún mas fuerte con nuestros desflorados y jóvenes sexos. Ahhh, maravillosa Daniela, mi niñita bella y sensual, te quiero solo para mi.

En aquel momento, luego de mi desahogo temporal, no quise despegarme del cuerpo de Daniela ni un solo milímetro. Mis piernas continuaban completamente estiradas entre las de ella,

mientras que los pies de Daniela me acariciaban las pantorrillas por detrás, haciendo un movimiento tan suave y delicado con sus pies pequeños, mientras que lo mismo sentía de sus manos suaves, las que hacían movimientos en círculos sobre mis nalgas. Sus ojitos estaban completamente cerrados y ella se dejaba hacer de todo con su boquita de la mía, sin dejar de respirar con el pecho agitado y sin detener sus caricias en mi cuerpo. Yo hice un poco de espacio entre nuestros pechos para que ella pudiera respirar mejor y enseguida puse mi oreja contra sus senitos hinchados para escuchar su corazón. Sus latidos los sentía muy fuertes, como si el corazoncito le fuera a estallar, situación que me preocupó enseguida, porque pensé que le había hecho mucho daño y que casi la había asfixiado.

"¿Porqué te detuviste?, sigue moviéndote adentro por favoooor". Daniela daba la impresión de querer ponerse a llorar y de estar algo mas que enfadada pero, el oír su voz me calmó y me alegré. Mi pene, el que aún seguía tieso y hundido en su interior, comenzó a entregarme la sensación de que estaba siendo doblado por la vaginita de Daniela, como si quisiera ser exprimido por los músculos de las paredes del sexo de la niña. Esta sensación no la había sentido antes pero, ahora estaba comprendiendo de Daniela quería desahogarse de aquella forma y que yo tenía que ayudarla para que lo pudiera lograr.

Ya sin dudarlo, me comencé a mecer nuevamente adentro de ella, mientras que mi boca de hizo de sus senitos preciosos, dándole chuponcitos suaves en sus puntitas redondeadas y en las que aún no habían pezoncitos formados. "Así, así. Muévete mas rapidito por favor. Siento muy rico cuando te mueves así". Mientras los espasmos en su vaginita se hacían mas intensos y rítmicamente desesperados, sus suaves piernas abrazaron mis caderas y comenzó gemir con fuerte intensidad.

Yo miré su rostro y ella solo sonreía toda colorada y respirando muy agitadamente, con sus ojitos cerrados y sin parar de gemir. Comenzó a mover su cabeza de lado a lado por instantes, mientras yo me mecía en ella con fascinación total, hasta que sentí un suspiro prolongado desde su pecho y un larga exhalación. Enseguida comenzó a reírse despacito, sin abrir los ojos en ningún instante. Así lo hizo por un par de minutos, hasta que sus piernas se aflojaron de mis caderas y finalmente su vaginita se relajó. Solo recuerdo ahora, que en mis frenéticos movimientos, me salí de su sexo y que mi boca se deshizo de sus pechos dulces para acabar eyaculándo sin mas, entre mis desesperados intentos de alcanzar volver a entrar en ella. Así, con el pene entre mis manos, terminé por chorrearme sobre su sexo y entre sus piernas una vez mas.

Sentí que el pene me ardía demasiado y cuando me miré ahí, me di cuenta de que el forro lo tenía totalmente descubierto, con el glande hinchado y totalmente cubierto de sangre. Hacía

el intento de cubrir el glande con el forro pero me era imposible, a tal punto que pensé que me iba a quedar por el resto de mi vida así pero, a pesar de esto, ahora estaba mas preocupado de cómo estaba Daniela y le pregunté como se sentía, si acaso le dolía mucho la vaginita ensangrentada. "Al principio me dolió mucho pero, después sentí delicioso cuando no parabas de moverte sobre mi. Sentía ganas de gritar muy fuerte pero no me salía la voz y de pronto, cuando nos besamos, sentí que me moría de gusto porque te sentía muy rico adentro de mi. Dime que lo vamos a hacer muchas veces por favor, porque me encantó lo que hicimos; yo te prometo y te juro que no le cuento a nadie, ¿ya?". Yo enseguida le respondí: "A mi también me gusto lo que hicimos Danielita pero no

debes olvidar nunca tu promesa de no contárselo a nadie, si no, ya sabes lo que sucederá y me tendré que ir muy lejos de aquí". Ella enseguida me tomó el rostro y me volvió a besar muy fuerte y mientras me besaba así, tan cálidamente, estiró su cuerpo sobre el mío y comenzó a buscar mi lengua con la suya. A mi me gustaba verla y sentirla así, era ella quien ahora dominaba la situación, como intentando dejar en claro que por nada del mundo me dejaría irme de su lado y que era obvio que ella no le contaría a nadie las cosas que hacíamos estando solos en casa, con nuestros cuerpos desnudos y deseosos de mas placer.

"Dime Danielita, ¿quién te enseñó a besar de esta forma?". Ella se sonrojó entera y enseguida me dijo que una persona que antes cuidaba el colegio y que ahora ya no estaba, la llevaba a su casa muy a menudo por varias horas, la casa que estaba detrás de la escuela y que la desnudaba entera sobre la cama. El también se sacaba toda la ropa y después le lamía la vaginita durante mucho rato, hasta que ella casi se desmayaba de lo rico que sentía en su cosita. Me dijo que mientras le fregaba la vaginita con su pene largo y grueso, a ella le besaba la boca de aquella forma y le lamía muy rico los pechitos y que a ella le encantaba a tal extremo, que un día el le pidió que le chupara el pene y que ella se lo hizo sin pensar un solo minuto, porque a ella le encantaban todas aquellas cosas que aquel hombre le hacia en su cuerpo, las cuales repetían casi a diario en la soledad de aquella habitación. Lo único malo para ella, me continuó diciendo, era que aquel hombre nunca cumplió su promesa de metérselo en la vaginita y que solo en un par de ocasiones el hizo el intento de meterle su cosa grande por el culito, pero que le había sido imposible metérselo, porque le dolía mucho a ella y gritaba demasiado. El también le dijo que el día que le rompiera la vaginita, la iba a sangrar muchísimo y que por eso no se lo hacía, porque lo podrían llevar preso si lo llegaban a descubrir con ella.

"Dime, ¿te gustan mis pechitos?", me preguntaba con cara de coqueta. "Si Danielita, tus pechos son muy lindos y me gustan mucho, también besas muy, muy rico y me gusta tu cuerpo entero", le respondí de inmediato. Aquello era realmente cierto, porque Danielita se veía muy hermosa y muy sensual estando así toda desnuda sobre mi cuerpo y mientras ella me contaba todas estas cosas, yo la observaba como con cara de bobo y con mucha atención, hasta incluso me daba la impresión de que ella era mucho mas experta en estas cosas del sexo, cosa que era obviamente cierta y como si ella me aventajara en edad teniendo muchos años mas que yo. Ella me dijo que aquel caballero le decía que sus pechitos se le iban a poner mas grandes y mas bonitos, si es que ellos hacían todos los días esas cosas que a ella tanto le gustaban y que ahora ella estaba muy feliz porque tenía un chico guapo solita para ella y que gracias a ello se iba a poner mas y mas bonita cada día. "Estas bien rico primito y eres muy lindo, no como ese viejote hediondo que me dejó con las ganas; cógeme otra vez por favor que quiero sentirte adentro de mi". Y me comenzó a besar desesperadamente, azotando sus nalgas sobre mis bolas una y otra vez, haciendo que se me parara el pene casi al instante con sus movimientos, asfixiándome con su boca inquieta, insaciable de atrapar mi lengua y de morder mis labios.

Aquella mañana lo volvimos a hacer cuatro veces mas y cada vez que lo hicimos, me daban celos de solo pensar que aquel tipo había disfrutado del cuerpo de Daniela antes que yo. Sin embargo, yo había ganado algo que el nunca pudo hacer, convertir a Daniela en una mujer como yo lo había hecho, haberla hecho mía y solo mía, me reconfortaba lo suficiente como para borrar al tipo ese de la memoria de Danielita y con ello, a la vez, aplacaba mis sentimientos de rencor y celos hacia el.

Tiempo después, nuestros constántes desenfrenos en la cama se hicieron mas descarados y frecuentes, al tal punto que ya no nos bastaba tener sexo en las mañanas. Cada noche, apenas yo me acostaba con Daniela, ella bajaba entre las tapas y se ponía a chuparme la verga como condenada y me montaba ella solita sin yo poder evitarlo. Lo único que yo alcanzaba a hacer, era taparle la boca con mi mano mientras me cabalgaba para intentar apagar sus constántes gemidos.

Danielita era una chica increible, si hasta estándo dormido y apenas mi pobre tía se marchaba de la casa, ella mísma me quitaba el short y se sacaba su pijama para desnudarse completamente. Luego se sentaba en mi pene, mientras yo recien lograba despertar a causa de sus gemidos y balanceos sobre mi vientre. Yo me la quedaba mirándo por largo rato y solo me aferraba a sus pechos con una mano como a ella le gustaba, mientras que con la otra le apretaba las nalguitas para ayudarla a balancearse sobre mi caño. Culiabamos muy rico en verdad.

Esto duró menos de un año, año en que operaron a la gordita Marcela de la tiroides y comenzó a bajar de peso rápidamente. Tres meses mas transcurrieron y la mamá de Daniela vino a buscarla para llevársela a Estados Unidos. Aquello fué una grán pena para mi tía y para mi, sobre todo porque de Daniela no volvimos a saber nunca mas. Ni que decir de mi, yo que ya me había acostumbrado a follar todas las noches y todos los días y ahora tenía que conformarme con puras pajas para aplacar mis ganas, las que tánto me había acostumbrado aplacar con Daniela.

Luego, al año siguiente, vino lo peor de todo. Mi tía falleció en un accidente mientras esperaba locomoción. Aquello fué terrible para mi. Mas encima, la madre de Marcela nos mandó a avisar que en un par de semanas vendría por mi otra prima para llevarsela a vivir con ella. Aquella noche fué muy triste cuando nos enteramos que ella volvería con su madre. Marcela lloró y lloró toda la noche y no se calmó del todo, hasta que le dije que se metiera en mi cama para consolarla.

Recuerdo perfectamentecuando cuando ella se vino a mi lado. Vestía un canzoncito negro muy ajustado y un sostén pequeño, el que ya no era capaz de soportar el tamaño de sus tetas grandes y blancas. Ella usaba el pelo bien largo y de gorda ya le quedaba muy poco, casi nada. Eso se le notaba en el rostro porque los cachetes gordos de la cara se le habían borrado del todo. Sus caderas se vehían muy sensuales y ahora hasta cinturita se le podía notar. Lo único que no la hacían lucir delgada del todo, era su tremendo culo blanco y sus piernas semi gorditas.

Ustedes comprenderán que no era mi intención aprovecharme de la situación ni del momento, ¿verdad?, mas cuando la tuve bien pegada a mi lado, con todo el calor que hacía y mientras le acariciaba sus largos cabellos para consolarla, ella solita comenzó a sobarse la pierna contra mis muslo y no paró de hacerlo. Yo estaba solo en calzoncillos y al sentirla tán pegada a mi cuerpo, me quedé mirándo sus grandes tetas y sus bonitas piernas y enseguida me vino una erección

de esas sin "vuelta atrás". Yo me puse de costado en frente de ella y la abracé . Se vehía bien rica y olía muy fragante su perfume. Mi cara quedó muy cerca de la de ella y apenas ella sintió mi respiración sobre su rostro, yo me puse a besarla bien rico y ella me correspondió tomándome de la nuca mientras la besaba. La chica era totalmente inexperta en todo aspecto y cuando comencé a jugar con su lengua, me puse a acariciarle el culo debajo del calzón y ella no supo que hacer.

Le sentía muy ricas las nalgas, bien suavecitas y entonces comencé a besarle el cuello mientras ella me dejaba bajarle el calzoncito sin decirme nada. Su matita de pendejos no era muy frondosa pero su vagina era bien gordita de labios y se le notaba bien apretadita. Yo no me demoré nada en quitarme el calzoncillo y la seguí besándo. Ella seguía quietita y me dejaba hacer lo que quisiera con mis manos y con mi boca. Yo me tuve que pegar mas hacia ella para soltarle el broche del sostén, entonces me puse a comerle sus tetas grandes (comparadas con las de Daniela, si lo eran en verdad). Estaban bien ricas y dulcesitas, sus pezones estaban bien formados y se vehían bien rosados, bien tiernos y paraditos. La niña me tenía bien caliente, es cierto. Y mucho mas aún cuando le tomé la mano y le hice agarrarme el caño para que me lo sintiera. "Esta noche vas a ser mía", le dije al oido y me acomodé entre sus piernas.

Ella no me soltaba el caño mientras la besaba toda y solo lo hizo cuando comencé a descender desde sus dulces tetas hacia su vientre, poniendo al fín mi rostro en su vaginita y me la empecé a comer. Ufff, era dificil meterle la lengua incluso de lo estrecha que estaba, así que me ayudaba con los dedos de mi mano para separarle los labios de la vagina y solo así logré agarrarle el clítoris con los labios y con la lengua. Ella no gemía, mas bien bufaba y respiraba bien fuerte. Me apretaba la cabeza con las piernas bien fuerte mientras le comía el chocho y le enterraba la lengua en el agujerito. Dos o trés ocasiones en que me golpeó bien fuerte las orejas mientras le daba el gusto con mi lengua. Ella se mojaba increiblemente y se venía a cada rato la muy golosa.

Ni les cuento cuando me acomodé entre sus piernas y comencé a enterrarle la verga

de a poco. Nunca había sentido mi pene tán apretado como entonces. Ella daba gritos ahogados y bien fuertes y se movía a lado y lado de la cama. Ella levantó sus rodillas y yo me fuí hasta el fondo

de su conchita. Ahí me quedé un ratito para que se calmara un poco y apenas me agarró la nuca cuando le empecé a chupar las tetas, yo me puse a bombearla como condenado. Le sacaba casi toda la verga y se la volvía a enterrar hasta el fondo. Ahí sentí que le gustaba lo que le hacía cuando ella misma me agarraba de las nalgas y me empujaba contra ella con mas fuerza de la que yo mísmo hacía. Duré como quince minutos y me vine con todo en su vaginita. Ella me daba besos en todos lados y me acariciaba la espalda. Estaba toda sonrriente y se vehía muy gustosa de lo que habíamos hecho. Yo la besé bien rico y descansé sobre su cuerpo.

Cuando le saqué el pene me fijé en el tremendo forado que le había hecho en la vagina. Un agujero bien grueso del que salía muchisimo moco y sangre de ella por haberla desflorado. Su primer hombre había sido yo y aquella noche me comentó que le había encantado lo que habiamos hecho. Nos cambiamos a su cama y aquella noche le dí por el culo y por la vagina hasta que me cansé de tanto culearmela. Fueron cinco o seis ocasiones mas, enque terminamos rendidos y con la cama hecha un desastre. Moco y sangre había por doquier y hasta llegamos a romper las sábanas de tánto y tánto coger. El la mañana lo volvimos a hacer unas cuatro veces mas, sin contar cuando lo hicimos en la ducha y en la mesa del pequeño comedor.

Dormimos varias horas despues de haber follado como condenados. Mi pene estaba rojisimo de tánto mete y saca en los agujeros de la niña. Luego ya en la noche, yo fuí el primero en acostarme. Me saqué toda la ropa y esperé a que Marcela saliera del baño y se metiera en la cama conmigo. Creo que las tetas y el tremendo culo de Marcela eran su principal atractivo, tanto así que ahora y despues de tántos años, mientras escribo estas líneas, se me para a cada rato el pito cuando me acuerdo de su cuerpo y de todas las cosas que hicimos en la cama. Yo estaba ansioso que ella apareciera pronto por la puerta y apenas ella entró en la habitación, le dije que se sacara toda la ropa y que se acercara a mi lado. Ella se vehía bien rica así toda desnuda y mientras caminaba a tientas para llegar hasta la cama, yo me senté en el borde y de inmediato la hice sentarse sobre mi caño y comenzamos nuevamente a follar como locos.

Sus tetas grandes se movían hacia cualquier parte mientras lo hacíamos. Yo solo la afirmaba del culo con ámbas manos y ella se colgaba de mi cuello mientras follábamos sin parar. Ella se vino, no se cuentas veces, hasta que la hice ponerse de rodillas, mientras yo le dejaba el rabo bien tieso entre las tetas y se las apretaba con ámbas manos para poder pajearme de lo lindo con sus cositas carnosas. Yo me vine enseguida y la dejé llena de moco por todos lados. Hasta en la cara le saltaba el moco que me salía y ahí mismo la hice lamerme el caño y a ella le encantó. Así estuvimos culeando casi un mes completo, día y noche. Marcela se había vuelto adicta a mi pene de una forma que ustedes no imaginan, sin embargo, aquello nos duró muy poco y nos tuvimos que despedir ese día cuando vinieron por ella. Marcela se marchó llorándo junto a su madre y yo no la volví a ver nunca mas. Mis tías decidieron vender la casa y yo partí a un internado de menores al mes siguiente.

Yo tenía 17 años cuando entré al internado. Aún era menor de edad pero yo parecía un chico mayor de 18. Sabía que debía aguantar solo un año de encierro para cumplir mi mayoría de edad y yo estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, con tal, de no volver a ver a mi padre nunca mas.

Así fue que me vi encerrado entre un montón de pendejos chicos y revoltosos. Muchos de ellos provenían de familias encarceladas, otros eran huerfanos o delincuentes juveniles. Habían como 12 menores en aquella casona cuando llegué. Las mujeres estaban en el edificio de al lado y no había forma de tener contácto con ellas.

El director del internado me presentó con los demas muchachos. La mayoría me miraba con desconfianza porque pensaban de que yo era un matón mas, como tántos otros que habían pasado por ese lugar, un matón corpulento que llegaba a golpearlos cuando se le antojara, mientras que ellos no podían defenderse a causa de las notorias diferencias físicas que habían entre ellos y yo. Todos los jóvenes de 12, 13 y 14 años, dormían en pequeños cuartos en literas pareadas.

Cada habitación no podía tener mas de dos habitantes y las camas debían estar muy bien hechas apenas uno se levantara en las mañanas. Las duchas eran de agua fría y todos debíamos ducharnos a las 8:00 AM, para luego bajar hasta los comedores y tomar desayuno a las 8:30. De ahí, nos daban 5 minutos para lavarnos los dientes y después, todos partíamos a la sala de clases y no parabamos de estudiar hasta la hora del almuerzo. Todos vestíamos una especie de uniforme verde-militar y se nos daba a cada uno una gorra con visera del mísmo color. No habían televisores en los cuartos, estaban prohibidos, lo mísmo que las radios, revistas ni nada por el estilo. A las 21:00 debíamos estar todos acostados y cortaban las luces de la zona. Todos los cuartos debían estar cerrados y cada uno en su cama. Al final del día, pasaba el director comprobándo que todos estuvieramos acostados y al rato se marchaba. Nadie desobedecía porque de lo contrario, dejaban de patitas en la calle a quien no cumpliera con las reglas y nadie quería aquello. Menos en pleno invierno, sin comida y con el frío horroroso que había afuera.

Yo estaba solo en mi cuarto. Era el que quedaba mas al fondo del edificio y era el que estaba mas alejado de los demás. Yo dormía abajo y la cama que estaba sobre mi, permaneció vacía por un par de semanas. Horas después, se escuchaba por el altoparlante al director y todos partiamos a las duchas, todos desnudos y con una toalla en la mano solamente.

Ahí no había ni jabón ni shampoo. Solo habían unos recipientes de aluminio que contenían algo así como detergente para la ropa. Con eso nos bañábamos. Había un chico que siempre me miraba acada rato. Tenía cara de niñita y se peinaba con cientos de trencitas el cabello.

El se llamaba Alejandro y tenía 13 años. Todos le decían "Alejandra" porque parecía una mujercita y verdad parecía serlo. Tenía un culo bien parado y era bien acinturadito. Sus piernas eran como las de una jovencita y su pene parecía estar como atrofiado. El suyo se parecía al pene de un bebé y sus testiculos casi ni se le notaban. Todos lo molestaban pero nadie se metía con el. Ningún muchacho quería ganarse la reputación de marica si es que se le acercaba y todos se cuidaban mucho de no tener contácto con el.

En cierta ocasión, uno de los chicos lo golpeó en los testículos y todos se lanzaron a golpearlo al mismo tiempo. Era su compañero de cuarto que lo había acusado de haberle robado un par de calcetines y todos se fueron contra el muchacho. Yo tuve que intervenir para que no lo terminaran matándo a golpes y todos se apartaron, respetándo mi decisión. Les expliqué a los demás

que el era un afeminado pero que no me parecía que el fuese un ladrón. Les dije que su forma de ser era normal que el no tenía la culpa de ser así, que todo se debía a las hormonas y todo eso, pero que el no era culpable porque el no había elegido ser así. La mayoría me escuchó con atención y me comprendió. Yo le entregé un par de mis calcetines al afectado para que se terminara con las peleas y le dije a Alejandro que se fuera a mi habitación, porque a mi no me importaba si era marica o no lo era. El muchacho partió a mi cuarto y nunca mas lo volvieron a molestar.

A la mañana siguiente, partimos todos a las duchas y mi compañero permaneció al lado mío. Era increible como todos, sin excepción, se me quedaban mirándo el pedazo de verga que me gastaba y me hacían miles de bromas al respecto. "Eres un burro, animál.", "Con esa verga que te gastas tio, yo estaría rompiendo vaginas allá afuera y a la primera vieja que se me cruzara en el camino, se la mandaba a guardar". Todos nos reíamos de aquellas bromas pero tambien se cuidaban mucho de no hacerme enfadar.

Ese mísmo día, Alejandro y yo fuimos los últimos en ocupar nuestros puestos en las duchas. Todos partieron a sus cuartos y yo me aseguré de que no quedara nadie espiando por alguna parte. Alejandro estaba ruborizado de sentirse a mi lado y no me quitaba la vista de encima, sobre todo, no apartaba la vista de mi pecho ni de mi caño. Les prometo que de puro mirarle el culo y la cara de niñita me empalmé como un toro. "¿Cuantas veces te han dado por el culo niña?", mientras lo tomaba de la cintura y lo acomodaba delante mío. "Nunca me lo han hecho, pero quisiera que fueras tu el primero", me dijo. Yo estaba recaliente, les juro. Era lo mismo que tener el culo de una chica, bien paradito y apretándome las bolas, mientras me pegaba a su espalda de jovencita y me afirmaba de sus caderas contorneadas y a su cintura delgadita.

Alejandro tenía el culo todo enjabonado y la verdad es que despues de unos pocos minutos de trabajarlo con mi própio caño, le metí la verga hasta las bolas y me lo culié, igual como lo habría hecho con cualquier otra jovencita. Tenía el culo bien rico y apretadito en verdad. Le dí por el culo hasta hacerlo sangrar y me mamó la verga como nunca me lo habían hecho hasta ese día.

Llegamos tarde a desayunar, así que guardamos el pán en los bolsillos y partimos a la sala de clases. Luego, en la noche, esperamos a que el director hiciera su recorrido habitual por cada habitación y apenas apagaron las luces, Alejandro se metió desnudo en mi cama y se fué derecho a mamarme la verga. Así, lo hizo por mas de quice minutos y yo me sentía en la gloria con lo rico que me chupaba el jovencito. Yo miraba sus rostro de niñita y me acordada de mi primita Daniela; sus

dientes parecían ser de perla con todo blanquito que eran. Bien parejitos y relucientes. Su boca y sus pestañas largas, eran como las de una mujercita; mas aún sus cabellos finos y con esas trencitas que se hacía, daban la impresión de estar con una jovencita treceañera, hasta que me llegé a convencer de aquello esa noche con todo el placer que el me brindó.

Yo le alcé las piernas hasta mis hombros y le ensalivé todo el culito antes de ponerle la verga. Alejandro era completamente lampiño y la única evidencia que quedaba de su hombría, era su pequeñisimo pene atrofiado, el que ahora se le notaba bien paradito, a pesar que tenía el tamaño menor que un dedo meñique. Aquella posición era medio extraña, sin embargo, el sentir sus piernas suaves rodear mis caderas, me dejaron en una posición inmejorable para sentir el placer inmenso de follarme su culo de mujercita, mientras nos dábamos unos besos intensamente exquisitos y nos comíamos la lengua y la boca como ustedes no podrían imaginar. Esa noche lo hicimos seis veces, misma noche en que pasó a ser mi "Alejandra", compañera de mi lecho y la única capáz de aplacar mis ganas de follar y follar cada noche.

Eramos muy reservados en nuestras relaciones, a pesar que nadie se atrevía a decir una sola palabra de nosotros, si es que, llegábamos a levantar alguna sospecha. Al año siguiente yo salí del internado, mas "Alejandra", debía permanecer cuatro años mas en ese lugar. Sin embargo, yo iba a visitarla cada semana y me la llevaba discretamente a un cuarto que arrendaba por entonces y dónde, aprovechábamos de dar rienda suelta a nuestros deseos de tenernos el uno al otro. Claro, siempre me tenían que durar muy poco las cosas buenas que me pasaban, eso era como un castigo.

Aquello aconteció cuando trasladaron a Alejandra a otras dependencias del país; un hogar dónde habían solo "niñas", como ella y que quedaba muy lejos, casi a seiscientos kilómetros de distancia.

Desde ese día, perdí todo contácto y para siempre con Alejandra y nunca mas volví a saber de ella.

Yo no salí mas de aquel pueblo que una vez me cobijó de niño. La tierra de mi tía en dónde descansan aún sus viejos huesos. Me cambié a otra casa hace un par de años, mísma casa en

dónde vivo actualmente en compañía de una jovencita de 17 años, mi actual pareja. Ella se llama Camila y está embarazada de dos meses. La conocí en la calle, cuando ella tenía 13 años recien cumplidos. Vivía de solo pedir limosnas a la salida de una iglesia del pueblo. Su abuela era inválida y eran muy pobres. Un día le dije que fuera a mi casa a lavar el piso y los vidrios mientras yo trabajaba. Cuando llegé tarde a casa, ella aún me esperaba para recibir su dinero. Yo le pagué mas de la cuenta, al ver que la casa estaba reluciente y mas encima me esperaba con un plato de comida caliente, algo de lo que no disfrutaba desde hacía bastante tiempo. Así, mientras yo sacaba algunos billetes de mi cartera, ella me miraba toda coqueta y me sonrreía a cada rato.

Camila era una chica delgada y muy hermosa. De cabellos ondulados y de piel bien tostadita, sus trece añitos le quedaban cortos a su metro sesenta y cinco de estatura y sobre todo, a la bonita figura que disimulaba, sábia y perfectamente, bajo aquellas viejas y ámplias vestiduras que lucía a diario a la salida de aquella iglesia del pueblo. Justamente, ese día, ella andaba de shorts y con una polera bien ajustada al cuerpo, vestimentas necesarias para realizar todo el trabajo agotador que había desarrollado aquel día en mi casa. Una polera que aprisionaba unos senos increiblemente preciosos y paraditos, con un par de pezones paradisimos y sensualmente translucidos por la delgada tela blanca. Una cintura estupenda, que a uno lo dejaba baboso de contemplar y admirar; ni que decir de sus nalgas, divinamente pronunciadas y mortalmente perfectas como joyas. Yo tenía 24 años y la mayoría de las chicas del pueblo ya había caido en mis brazos. Mi buena fama de potro insaciable se extendió rápidamente en aquel pueblo pequeño, sin embargo, la mayoría de las mujeres eran casadas y ya no eran tán jóvenes y vitales como yo. Las únicas chicas que me gustaban

y me atraían sexualmente, eran chicas de familias adineradas: Rúbias, morenas y pelirrojas, todas entre 14 y 17 años. Claro, el único inconveniente es que ellas no vivían en el pueblo, solo viajaban de vez en cuando junto a sus padres durante los fines de semana, a saber de las novedades de sus fundos y parcelas, donde habían casas enormes y llenas de guardias, empleados y capataces.

Camila era justamente casi la única la excepción del pueblo, una chica que habría pasado completamente desapercibida para mi, si no hubiera sido por haberme compadecido de ella y de su penosa situación económica. Pero, ahí estaba esa chica hermosa aquella noche a mi lado,

ella no me dejaba de mirar el rostro y me agradeció con un beso en la mejilla cuando le cancelé sus servicios de órden y limpieza. "¿Quieres ver cómo quedó tu cuarto", me dijo Camila y me sonrió, mientras me tomaba de la mano y subíamos las escaleras hacía el segundo piso. El foco estaba quemado, así que subimos con la luz apagada y muy despacio para no tropezarnos. Ibamos en la mitad y yo me pegué a su espalda y ella se estremeció. Ella estaba un escalón mas arriba, así que cuando me pegué a su cintura y la abracé por detrás, ella sintió mi boca recorrer su cuello, mientras mis manos se escurrieron velozmente bajo su polera para alcanzar sus senos divinos. "¿Ya tienes novio preciosa?"... "Nooooh", me dijo al sentir mis caricias en sus senos y mis besos en su cuello.

Bueno, de ahora en adelante, tu serás la dueña de esta casa y vivirás aquí conmigo y con tu abuela.

Nunca mas tendrás que pedir dinero en la calle, tu serás la mujer de esta casa y yo seré tu novio, tu hombre y tu amante. Ella se volteó hacia mi y me dijo: "¿Es verdad todo lo que me dices", "Si, mi amor. Te quiero solo para mi". Ahí la besé larga y tiernamente y ella recibió complacida su primer beso de un hombre, junto a las incesantes caricias de mis manos sobre la redondéz de sus nalgas, divinas y sensuales.

"¿Porqué lloras amorcito mío?, "Carlos, tu me haces felíz. No sabes cuantas veces te ví pasar por mi lado y tu nunca me miráste siquiera. Ahora, que estoy a tu lado y al oirte decir que me quieres junto a ti, me haces sentir la chica mas felíz del mundo. Tu no sabes cuantas veces he soñado contigo y ahora no quiero apartarme de ti. Ahora, todo lo que quiero es que me beses y me acaricies, porque en verdad quiero que seas todo mío, tánto como yo quiero serlo para ti".

Ahí mismo la cargué en mis brazos y la llevé hasta mi cama. Ella me dejó desnudarla completamente mientras nos acariciábabamos y besábamos. Luego, ella me contemplaba mientras yo me desnudaba delante de ella y aquella noche la hice mujer, mi mujer. Le hice el amor con dulzura y muchisima delicadeza. Fué dificil contenerme de penetrarla con furia y deseo de fundirme

para siempre en ella. Su belleza era indescriptible y su forma de amar era como estar en el mismo cielo. Yo me enamoré perdidamente de ella aquella noche, dónde junto a su hermosa desfloración y entrega mútua y total, nos prometimos amor eterno, no sé cuantas veces. Yo nunca había poseido un cuerpo tán hermoso y perfecto como el de ella; yo nunca había besado unos labios ni había sentido todas las sensaciones que sentí y que viví aquella noche. Sentimientos de ternura que nunca tuve hasta entonces, caricias que me daban mas que solo el placer y disfrute de tener exquisito sexo con una buena hembra. Así, estuvimos amándonos desde las once y media de la noche hasta que amaneció. Bajo los primeros rayos del sol, aún haciamos el amor suavemente, sin cansarnos de besos y caricias ni de nada, sin dejar de mirar nuestros rostros. Estabamos felices.

Aquella mísma mañana, fuimos por la abuela de Camila y la llevamos a nuestra casa.

Hace tres meses que Camila y yo nos casamos en aquella mísma iglesia del pueblo que les conté. Las mujeres de este viejo pueblo ven con envidia a mi amada esposa, la envidia enfermiza de no ser hermosa como lo es ella y de no tener a un hombre que les cumpla en la cama, un hombre como el que tiene Camila, uno que es de ella y de nadie mas. Yo amo a mi esposa desde lo mas profundo de mi ser, mucho mas aún cuando nuestras familia se elevará a cuatro integrantes en bréve, incluyéndo a la abuela, por supuesto. Mi esposa es la única mujer capáz de complacer hoy, todos mis deseos en la cama. Ella lo sabe y conoce todo de mí. Nos amamos y somos felices como nunca fuimos, eso es lo único que importa. Lo demás, se está por escribir.

FIN.

Dedicado a mi tierna amada esposa y jóven amante, Camila Valenzuela Figueroa. Te amo.