Te adoro VirgyWoolf (y 2)
El autor detalla las virtudes de la adorable modelo
Te adoro VirgyWoolf ( y 2 )
Mi querida Virgy del Albaicín, ayer me quedé en las puertas de decirte lo que tú eres para mí, y hoy, por la salud de la blancura de la nieve en la sierra que se hace agua en la fuente del Avellano, yo no me quedo en las ganas. ¡Hoy no te escapas perra mía! Tía, yo te adoro porque eres adorable. Te venero porque tienes categoría de diosa del placer y lo repartes maravillosamente, a raudales lo derrochas por las callejuelas obscenas de la nube.
Te admiro por la naturalidad pasmosa con que te desenvuelves en todo momento, bien sea gozando como una cerda en éxtasis, o conversas de cine con un aficionado que se desveló después de la corrida y se aviene de mil amores a charlar contigo, no de vicio y de follar, sino de arte.
¡Tía, eres demasiado! Trasmites tu estado de razón y de lujuria de modo asombroso. Tan deliciosamente brutal como cercano. De veras tú, ardiente animadora de la noche española en estos procelosos tiempos de pandemia, eres maestra y eres ejemplar porque sabes hacer divinamente lo que haces, y lo muestras exenta de recato, sin ocultar ni esconder ni falsear nada de nada.
Como los surtidores de los patios moros de Granada, cristalinos, doblemente desnuda te presentas en tu escenario escueto, por lo que a más de regalar al público la vista fabulosa de tu exquisita breva suculenta, eres arrojada y eres muy valiente y muy sincera cuando por tus palabras y tus gestos apartas cualquier careta de fingimiento alguno y te manifiestas tal tú eres, por fuera y por dentro: por los primorosos pezones de tus tetas o por la ternura de una lágrima furtiva que se te escapa sin querer, queriendo.
Virgy tu estrella brilla con cinco puntas: la de tu belleza que seduce y engancha; la de tu inteligencia que sorprende y estimula el pensamiento, no solo el “corrimiento” a los clientes; la de tu gracia andaluza sin sombra de “mala follá”, que entretiene mucho y trae las risas; la de tu disposición siempre por agradar sin remilgos y ofrecerte regularmente en abierto al disfrute de los más que quieran; y la de tu excelsa calentura sensual viciosa gozosa espléndida y pagana, que erupciona como un volcán hirviendo.
Muchacha extraordinaria, lo que tú consigues es atrapar a cada cual que te está viendo, y convencerlo de que -en verdad, él quien sea, pero solo él-, es quien contigo comparte sofá en tu habitación: te desea te mete mano te soba las tetas te come la boca… a solas los dos, sin echar a cuenta que haya o no haya cientos y cientos en su misma situación fantaseosa.
Por ejemplo, cuando es el momento de la estocada definitiva y te corres como las locas de puro gusto, pajeando con frenesí furioso la pipa de tu chocho, ese delicioso charco de humedales que fluyen, y tienes la bendita poca vergüenza -¿quién dijo vergüenza?- de mostrarnos tu cara allá en el séptimo cielo del placer, no hay como tú ninguna que sea y se deje ver así de puta, así de generosa, así de libre, así de golfa, así de hembra, así de contenta, así de excitante y de caliente, así de cómplice, así de compañera cariñosa capaz de ofrecer a todos y a todas esa estelar secuencia de orgasmos consecutivos y múltiples, enormes y caudalosos, sí, como los chorros dorados que sacas de la cueva cuando te metes dos dedos y vamos que nos vamos a por otro surtidor calentico que aleja hasta el teclado. ¿Acaso no es para adorarte?