Taxista (8)

El taxista encuentra dos pasajeros muy especiales, que le enseñan una nueva dimensión del amor.

AVENTURAS DE UN TAXISTA (8)

El Trío

Debido a mi trabajo como taxista nocturno, mis horarios para hacer las actividades normales de todas las personas, es diferente al de los demás. La gente "normal" duerme de noche, yo lo hago de día. La gente "normal" tiene sexo con su esposa a la hora de acostarse, yo lo hago a la hora de levantarme, o sea, en la últimas horas de la tarde.

Y aquella tarde no era la excepción. En nuestros cuatro años de casados, creo que habían transcurrido muy pocas tardes sin que aquella rutina se llevara a cabo.

La tenía tendia en la cama y mi lengua la iba recorriendo lentamente, desde el cuello, deteniéndome largamente en los senos, finalmente llegué hasta su vientre. La chupé por todos lados. Ella gemía y se estremecía mostrando lo excitada que estaba. El espasmo mayor llegó cuando le comencé a chupar el clítoris, alternando con mordiscones y lamidas, tratando de penetrar con mi lengua al interior de su vagina.

Me detuve un momento situación aprovechada por ella para lanzarse sobre mí y comenzar a chuparme la pija, enloquecida, apretando mis nalgas y gimiendo hasta que se detuvo y me pidió que me la cogiera porque no aguantaba más.

En ese momento, me tendí sobre ella y, sin misericordia, la penetré con toda mi fuerza, comenzando a cabalgarla descontroladamente. Ella me pedía más y más, y en cada embestida le metía mi verga hasta el fondo, chocando contra el final de la vagina, a lo cual ella respondió con gritos y gemidos de placer, que evidenciaron la llegada de su orgasmo.

No me detuve. Retiré mi verga hasta casi sacarla y la miré directamente a los ojos. Con fuerza, la penetré y aceleré el movimiento. Vi su cara de placer, al tiempo que su boca exclamaba casi a gritos:

  • ¡Más... más!.

La impresión de ver su cara congestionada por el deseo y la proximidad de otro orgasmo, me llevó a lo máximo y le llené la vagina de leche, al mismo tiempo que un grito gutural salió de mi garganta. Seguí bombeando con fuerza y, unos momentos después, ella tuvo otro orgasmo.

Me derrumbé sobre sus tetas, mientras descansábamos y lográbamos que nuestra respiración se fuera normalizando. Besé su boca, con intención de retirarme, pero ella me retuvo. Entonces, se incorporó y se colocó frente a mí en posición de 69. Comprendí sus intenciones y dejé que tomara mi verga entre sus labios, besándome, chupándome y mamándome, hasta llegar hasta su garganta. Sentí que le provocaba una arcada, pero la superó y se concentró en su deliciosa tarea, que me estaba produciendo tanto placer y me trasportaba rápidamente hasta las estrellas.

Por mi parte, mi boca y mi lengua no tenían reposo. Besaba una y mil veces sus grandes labios, lamía su vulva y chupaba con delirio su clítoris, erecto como un diminuto pene. Con mi lengua penetraba al interior de su vagina y sentía el sabor de mi propia leche, eyaculada unos minutos antes.

A cada momento me lamía y me chupaba el pene con más fuerza, lo que me hacía sentir más y más excitado. Muy pronto estaba al borde de la eyeculación y retiré mi verga de su boca. Entonces ella, incorporándose, me dijo:

  • Ponte cómodo, que me quiero subir.

Me acosté boca arriba y ella, rápidamente, se montó en mí. Colocó su vulva directamente encima de mi pene erecto y descendió. Su vagina lubricada no opuso resistencia alguna. El pene entró con facilidad y me sentí en la gloria.

Iniciamos un rítmico movimiento de vaivén y estábamos como locos. Ella gritaba y yo también, hasta el punto de que nos descontrolamos y ella pedía más y más fuerte. Yo tenía mi verga metida hasta el fondo y no se la sacaba. Comencé a chuparle las tetas y a morderle los pezones, al tiempo que acelerábamos el movimiento, hasta que, entre gritos y espasmos, acabamos casi juntos llenándola de leche nuevamente.

Exhaustos y tirados en la cama, nos quedamos quietos durante un rato hasta que yo, finalmente, reaccioné y fui al baño a asearme. Me vestí, regresé a despedirme de ella con un beso, y partí para mi trabajo.

La noche era clara, a causa de la luna llena, propicia para los caminantes y los noctámbulos. Regresaba al centro de la ciudad, de transportar a un par de pasajeros, cuando me detuve ante un semáforo. En la esquina de enfrente, vi a un par de chicas que me hacían señas. Una de ellas era alta, esbelta, rubia, vestida con una blusa brillante y una reducida minifalda. Tenía una figura espléndida, de esas que te hacen exclamar ¡Wow!

La otra, era morena, más baka y más gordita. Estaba vestida de negro, con pantalones y lucía una blusa muy escotada, que mostraba una gran porción de sus pechos, tamaño 100D.

Al dar el semáforo la luz verde, me acerqué a donde ellas estaban y, la rubia, se acercó a la ventanilla del taxi y me habló, pidiéndome una carrera. Por su acento, su voz y su forma de hablar, me di cuenta de que no era una mujer, sino un transexual. Me quedé sorprendido, pero traté de disimularlo y comportarme con naturalidad.

La otra chica se acercó y pude ver que también era un transexual. Ambas me pidieron que las llevara a un sitio en las afueras de la ciudad, pero manifestaron tener un problema: No tenían dinero para pagarme.

  • A cambio del dinero, podemos darte mucho placer -dijo la rubia con voz sensual.

  • Y saldrás ganando -dijo la morena, levantándose los enormes pechos con las manos.

Me quedé muy sorprendido y, pese a la furiosa sesión se sexo con mi esposa, sentí que mi pene comenzaba a entrar en erección y una calentura cerebral. tras unos segundos de duda, acepté. Contentas y sonrientes, subieron al taxi. La rubia a mi lado y la morena atrás.

Las llevé hasta el sitio al que deseaban y me pidieron que las esperara. Estuve allí, aguardando, durante casi media hora. Durante ese tiempo, me estuve haciendo cerebro y, al momento en que salieron de la casa donde habían entrado, mi pene ya estaba en total erección.

Ahora se subieron en orden inverso: la morena adelante y la rubia atrás. Me miraron con una sonrisa pícara y la rubia dijo:

  • Ahora sí. Ya puedes cobrarte tus honorarios.

  • ¡Vamos a un motel! -exclamó la morena.

Entusiasmado, conduje hasta un motel que conocía y una vez adentro de la habitación, la rubia se volvió hacia mí y me dijo:

  • ¿Qué es lo que quieres? ¿Una mamadita?

  • ¿O una cubana? -preguntó la morena, estrujándose los pechotes.

Las miré vacilante y ellas me contemplaban con aire divertido.

  • Bueno, yo... -dije.

  • Pide lo que quieras -dijo la morena.

  • Yo... ¡quisiera hacer el amor con las dos! -respondí.

Ambas rieron de buena gana y me tildaron de pícaro, sátiro y garañón. La rubia se acercó a mí y me ofreció sus labios. La besé.

La morena se acercó por detrás y estregó contra mí. Me atrajo la cara hacia ella y nuestro beso fue apasionado. Entonces, ella bajó la mano y se apoderó de mi pene, apretándolo suavemente. Yo brinqué, pleno de deseo.

  • Tranquilo -me dijo-. Esto no es nada malo. Por el contrario.

La miré extasiado y ella retiró su mano. Comenzó a desabotonarse la blusa y, como no llevaba brassier, sus enormes pechos brotaron frente a mí. Yo no podía apartar la mirada de aquellos senos macizos, probablemente siliconados, con grandes pezones. Acercó nuevamente su cara a la mía y, esta vez, yo la besé. Su boca estaba entreabierta y cuando mis labios tocaron los suyos, su lengua penetró en mi boca, enredándose con mi lengua.

Abandonado a sus caricias, dejé que mi mano se deslizara hacia sus pechos y se los acaricié. Sentí que los pezones se enderezaban y los pellizqué con suavidad, en tanto la rubia me acariciaba los brazos y la espalda.

Poco a poco, nuestra ropa fue cayendo por el suelo. Con mucho interés, observé que ambas tenían lindos pechos y, en su entrepierna, exhibían generosos penes, especialmente la rubia.

Cuando estuve desnudo, se me acercaron nuevamente y la rubia me agarró el pene con una mano, mientras me acariciaba los testículos con la otra. Comencé a decir algo, pero la morena cayó de rodillas y aprisionó mi verga en su boca.

La morena comenzó a mamar con avidez, moviéndose en forma regular, de tal manera, que yo entraba y salía de su boca con rítmico vaivén. La rubia, en tanto, iniciaba un duelo de lenguas con la mía. Yo sabía que no podría aguantar mucho, por lo cual suspendí el tratamiento.

La morena fue hasta la cama y se acostó, abriendo las piernas, al tiempo que dijo:

  • Quiero que me devores.

Con mis deseos encendidos, trepé al lecho, me agaché sobre su cuerpo y tomé en mi boca su verga, gorda, erecta y obscura. Saqué la lengua y chupé su pene. Ella gimió y arqueó su cuerpo como una gata. Sepulté mi cara en su entrepierna, lamiéndola con mi lengua caliente y húmeda, chupando con avidez, haciéndola temblar y sacudir como una hoja al viento.

La rubia me retiró suavemente y me haló de los hombros, para recordarme que ella también estaba presente y quería el mismo tratamiento. Sin remilgos, me apresuré a dárselo. Tras un rato de aquellos juegos, la morena se incorporó y, dpandose vuelta, se colocó en cuatro patas, de espaldas a mí. Con mi pene erguido me coloqué atrás de sus nalgas, mientras ella con sus manos separaba ambos hemisferios y me mostraba, invitante, el orificio de su ano. Encendido por el deseo, no me pude resistir a aquella visión y le hundí mi verga con avidez.

Comenzamos a movernos, lentamente al principio, intensamente después. Retrocedió con fuerza, hasta que mis huevos tocaron sus nalgas, ensartándose mejor en mi pene.

La rubia me acariciaba y besaba los hombros, los brazos, la espalda. Pegada a mí, me ofrecía sus tetas para que las mamara y, con su mano derecha, comenzó a masturbar el pene de su compañera. Seguimos aquel movimiento de vaivén hasta que unos minutos más tarde, por su respiración, sus gemidos y sacudidas, pude darme cuenta de que la morena había arribado a su orgasmo, eyaculando sobre la sábana.

Entonces, la rubia se colocó atrás de mí, pegó la parte delantera de su cuerpo contra la trasera del mío. Sentí su pene erecto contra la raja de mi culo y, ella, me acarició con sus manos el agujero del ano, provocándome enorme placer y una descarga eléctrica que me puso a mil. Colocó la cabeza de su miembro ante mi culo y presionó.

  • ¡Espera! -le dije-. ¡Nunca me han penetrado por allí!

  • Pues no sabes lo que te pierdes -dijo la morena.

  • ¡Te gustaría probar? -preguntó la rubia.

Me quedé silencioso, sorprendido por aquella propuesta. Lo estaba deseando, pero no me atrevía a hacerlo. Pensaba en la posibilidad de dolor y posibles daños.

  • Tengo miedo -le dije.

  • No temas -me respondió-. Te va a gustar.

Su mano se apoyó en mi traseroy sus dedos encontraron mi ano y comenzaron a darme un masaje que me hacía delirar de placer. De pronto, su dedo anular, ensalivado, me perforó el agujero.

Mi recto opuso una pequeña resistencia inicial y luego empezó a dilatarse y fue acogiendo su dedo lentamente. Al ver que no había mayor resistencia, la rubia aprovechó para meterme un segundo dedo, que me hizo vibrar de placer, mientras continuaba con su masaje anal dilatándome el esfínter.

Finalmente, acuciado por el deseo y la pasión, exclamé:

  • ¡Está bien! ¡Probemos!

Sin miramientos apoyó la punta de su verga, también ensalivada, frente al orificio de mi entrada y, despacio pero sin descanso, fue penetrándome con su pene enardecido.

Sentí el pene de la rubia abrirse paso en el agujero de mi ano, mientras ella trataba de lubricarme con su saliva. Sentí dolor. Le pedí que se detuviera, pero no me hizo caso. Empujó con más fuerza y mi esfínter cedió, dejando penetrar la cabeza de su verga. Sentí mis entrañas desgarrarse por aquella invasión y un dolor lacerante se apoderó de mí y, sin desearlo, comencé a perder la erección. La morena se dio cuenta de ello y, desensartándose, comenzó a mamarme con pasión.

En ese momento, tenía dos centros de placer: mi pene y mi recto. ¡Era algo nunca visto!

  • ¿Quieres que me salga? -preguntó la rubia.

  • ¡No! -respondí, a la vez que le pedí que incrustara su pene hasta lo más profundo de mi ser.

El dolor de la laceración poco a poco fue cediendo, siendo reemplazado por el enorme placer de sentirme poseído por aquel instrumento, que ella utilizaba tan bien.

De pronto, sentí sus bolas pegadas a mis nalgas, a la vez que iniciaba un bombeo vehemente. Entonces, continuando mi pene dentro del ano de la morena, me retraje un poco y arremetí con más fuerza. Giré las caderas en un movimiento circular y embestí directamente contra aquel cuerpo que me llenaba de placer, al tiempo que la sensación por la retaguardia era indescriptible. Entonces, comencé a sentir que mi clímax se avecinaba y me moví con mayor rapidez, bombeando rítmicamente, hasta que un fuerte espasmo me sacudió con violencia y mi esperma salió a chorros, caliente y espesa, para llenar el intestino de la morena.

Pero seguía ensartado por detrás y eso hizo que mi pene no perdira la erección, ya que me encontraba más caliente y excitado que nunca.

El movimiento de vaivén de la rubia en mi ano, hizo que finalmente mi sexo explotara de nuevo, pero de una manera diferente, como nunca antes había experimentado, una sensación espasmódica que abarcó la totalidad de mi vientre e ingle. Había obtenido el primer orgasmo anal de mi vida, sabiéndome entregado, y usado por aquel transexual que me poseía.

Su mete y saca y sus clamores fueron tan profundos y ardientes que, muy pronto, mi recto sitió como su verga se hinchaba y se contraía explotando en sucesivos borbotones hirvientes que me inundaron al calor de su pasión.

Las olas de su eyaculación poco a poco fueron cediendo pero con mi culo traté de apresarlo, para mantener su poste en mi interior todo el tiempo que se extendiera su dureza.

Pronto, el miembro fue perdiendo su rigidez, hasta que, flácido, salió finalmente de mis entrañas. Un vacío quedó en mis profundidades.

Pero no todo había terminado. Mi pene aún estaba rígido como un poste y en el interior del ano de la morena. Al ver que yo me había detenido en mis movimientos, la rubia me animó, diciendo:

  • ¡Vamos! -me dijo-. ¡Continúa!

Seguimos moviéndonos rítmicamente, en tanto la rubia con su mano, ayudaba masturbando el pene de su compañera. Ella fue la primera en venirse entre genuinos gritos de placer y luego, unos instantes después fui yo quien, con un gruñido sordo, eyaculé de nuevo, lanzando con fuerza mi semen ardiente entre su recto, casi enloqueciéndome de placer.

En cuanto mi verga perdió la rigidez, me desconecté y caí en la cama, agotado por la experiencia vivida.

  • ¿Qué te pareció? -preguntó la rubia.

  • Bueno... yo... ¡Nunca había tenido una experiencia así! -respondí- ¡Fue algo maravilloso!

Aquella había sido demasiado para mí. Nunca pensé en encontrar una cosa de ese tipo. ¡Realmente fantástica!

Tras un momento, nos vestimos y salimos a tomar el taxi. Acaramelados, juntos todos en la parte delantera del auto, los llevé de vuelta hasta la misma esquina donde los había encontrado. Aquel viaje no me representó ninguna ganancia económica, pero creo que fue más importante el placer.

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com