Taxista (7: El Perdón)
El taxista recibe la solicitud para no presentar cargos contra un delincuente.
AVENTURAS DE UN TAXISTA
- Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.
Circulaba por una barrio alejado del centro, después de ir a dejar a un pasajero. Era como la una de la mañana, cuando un individuo en una esquina me hizo seña para que me detuviera. Era un hombre de unos 40 años, que sin mediar palabra se subió al asiento de atrás.
¿A dónde? -le pregunté.
Arranca -me dijo en tono imperativo-. Yo te guiaré.
Al ser taxista, uno se acostumbra a toda clase de gente, así que no le di mayor importancia. Caminamos unos 400 metros, cuando el hombre sacó un cuchillo de explorador y me lo puso en el cuello.
¡Hey! ¿Qué pasa? -le dije.
¡Calla! -ordenó tajante-. Sigue conduciendo y detente detrás de aquel camión.
Adelante, junto a la acera, se hallaba estacionado un camión de mudanzas. Me detuve detrás y el hombre entonces me ordenó:
- ¡Dame todo el dinero!
Apoyó con fuerza el filo del cuchillo en mi garganta y no tuve más remedio que obedecer. Tomé tdodos los billetes y se los entregué.
- Está bien -me dijo-, ahora baja del auto y deja las llaves prendidas.
Me di cuenta de que el hombre pretendía robarme también el taxi, por lo que decidí oponer resistencia. Abrí la portezuela y me dispuse a bajar. El hombre hizo lo propio con la portezuela atrás mío. Ese fue su error y entonces vi mi oportunidad. Pateé con fuerza la puerta, golpeando al ladrón de salió arrojado hacia el interior del taxi por la fuerza del empellón.
- ¡Maldito! -gritó empuñando el cuchillo con más fuerza-. ¡Pagarás por esto!
Me di cuenta de que me esperaba una gran pelea. En ese momento, para mi fortuna, un auto patrulla de la policía apareció en la calle. Le hice señas y se acercó rápidamente.
Al verlos, el ladrón trató de escapar, e incluso amenazó a los agentes con el cuchillo, pero rápidamente lo redujeron a golpes con sus macanas y, luego de colocarle las esposas, lo subieron al auto policial y me pidieron que los acompañara a la comisaría, para presentar cargos, a efecto de que el hombre pasara un buen tiempo en prisión.
Había transcurrido una semana casi, cuando el miércoles por la tarde salí a hacer algunas diligencias personales. Al regresar a casa, mi esposa me dijo que me había llegado a buscar un muchacho, pero que no había querido dejar su nombre ni el motivo de su visita. Esa misma noche, estaba esperando pasajeros afuera del Teatro Nacional, cuando un chico, como de unos 15 años, me hizo señas.
El chico subió al auto a mi lado y me dio una indicaciones algo vagas. Subimos hacia la Colonia Miraflores y al llegar a una vieja casa junto a un sitio baldío lleno de basura, me pidió que nos detuviéramos. Le indiqué cuanto me tenía que pagar, pero el chico no daba muestras de querer bajar.
Extrañado por su actitud, le pregunté qué le sucedía. De pronto, el chico comenzó a llorar y, entre solozos, me dijo que lamentaba lo que su padre había intentado hacerme, ya que él era hijo del hombre que había tratado de robarme.
Me comenzó a hablar de su padre, indicando que tenía problemas con la droga y la bebida, desde que su madre los había abandonado varios años años atrás, para irse con otro hombre. En fin, toda una triste historia.
Él me suplicó entonces que levantara los cargos en contra de su padre, aduciendo que era el único sostén de él y su hermanita de 9 años. Mi respuesta fue negativa. Le expliqué que si su padre era tan conflictivo como él decía, muy pronto estaría asaltando de nuevo y yo no creía correcto que alguna otra víctima inocente pagara los platos rotos. Le comenté que él me había amenazado con un cuchillo y que eso lo hacía un hombre peligroso.
El chico me dijo que si su padre iba a prisión, probablemente el Estado se haría cargo de su hermana y de él, los llevarías a hogares substitutos, los separarían y, quizás, hasta los darían en adopción.
- MI hermana y yo no qqueremos separarnos -dijo con grandes lágrimas rodando por sus mejillas.
Agregó que si yo accedía, él estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por mí. Cualquier cosa. Realmente se notaba desesperado.
La verdad no me gustó nada la idea de ser el responsable de que dos niños hermanos se separaran y, quizás, no volvieran a encontrarse nunca. ya había visto historias de ese tipo en la televisión y me sentí preocupado. Sin embargo, sostuve mi negativa.
Él, desesperado, me dijo que no tenía dinero para ofrecerme, y quedándose en silencio unos minutos, me dijo, que si yo levantaba los cargos, haría cualquier cosa que le pidiera.
En ese momento, me puso su mano izquierda sobre el pene. Aquello me sorprendió. No se me había ocurrido que el chico estuviera dispuesto a ofrecerme sus favores sexuales, pero lo estaba haciendo.
Era un muchacho atractivo, con pelo y ojos muy negros, piel morena y expresión vivaracha. Me miró directamente a la cara, con expresión suplicante.
Incrédulo aún, le pregunté a que se refería específicamente, y él me dijo que estaba dispuesto a todo, lo que fuera.
¿ A cualquier cosa? -le pregunté.
A cualquier cosa, incluso a... tener sexo si usted lo desea -dijo resueltamente.
Me explicó que ya antes lo había hecho, para poder conseguir alimento para su hermana y para él y que a menudo conseguía clientes para ganar algo de dinero. Mientras yo lo miraba, comenzó a darle masaje a mi pene, que poco a poco fue logrando la erección. Mis instintos se iban despertando y dejé que me convenciera.
Él no lo dudó más y se acercó a mí sobre el sillón, mientras yo lo miraba aún sorprendido. Sin decir más, comenzó a descorrer el cierre de mi pantalón y meter su mano para sacar mi verga. Con aire sumiso, comenzó a masturbarme, al tiempo que me preguntaba si hacíamos trato. Mientras me manoseaba la verga de arriba abajo, le respondí vacilante, que sí.
Metió su cara entre mis piernas y se metió completamente mi pene entre su boca y comenzó a darme una muy buena mamada que me iba transportando al paraíso.
- Si lo desea -dijo interrumpiendo su labor-, podemos entrar a la casa para estar más cómodos. A esta hora, mi hermana ya está dormida y podemos ir a una habitación apartada, donde llevo a mis clientes.
Lo pensé, temiendo que fuera una trampa, pero luego accedí. Entramos a la casa, encendió una pobre luz y él me llevó por una sucio pasillo hasta una habitación interior.
Una vez adentro, él encendió una pequeña lámpara y pude ver que sólo había un sillón en mal estado, una mesa y una cama. Él se acercó a mí y tomando mi verga entre sus manos, comienzó a chupármela con maestría, dándome una excelente mamada.
Tras un rato, sintiendo que la excitación crecía en mi interior, le pedí que se retirara y me acosté en la cama, quitándome la ropa. Él, se desvistió a su vez y pude ver que su verga estaba erecta también. Dándome la espalda se puso sobre mí y se sentó sobre mis piernas. Mis manos comenzaron a manosear sus nalgas descaradamente. Mi verga erecta y dura, estaba encajada directamente entre la raja de sus nalgas. Al acariciarlo, pasé una mano hacia adelante y pude darme cuenta de que su pene estaba duro como roca y tenía unos 16 ó 17 cm de largo.
Mi mano comenzó a masturbarlo y el chico empezó a suspirar. Con mi otra mano, comencé a acariciar el agujero de su ano y su pene comenzó a segregar líquido preseminal.
Ya mi calentura estaba a tope y le dije que quería penetrarlo. Él me ayudó a guiar mi pene y, levantándose un poco, se acomodó mi verga en la entrada de su ano y lentamente comenzó a bajar, mientras pujaba y gemía, metiéndosela hasta el fondo.
Comencé a penetrarlo como una bestia. Estaba tan caliente, que mis manos lo tocaban por todas partes. Apretaba fuerte sus pezones, le acariciaba su incipiente vello púbico, lo masturbaba y le agarraba el culo, apretándolo de la cintura y obligándolo que se metiera hasta el fondo mi verga, antes de iniciar el rítmico movimiento del mete-saca.
Estuvimos así unos diez minutos. Luego lo hice darse vuelta y acostarse en la cama. Yo, de rodillas, coloqué sus piernas en mis hombros y levanté su trasero. Pude ver su ano abierto y, hubiera jurado que ansioso.
Lo penetré nuevamente y comencé a moverme como un desesperado. Mis huevos chocaban contra sus nalgas y aceleraba el ritmo, mientras mis manos levantaban más su trasero, dejando todo su culo al aire. En su rostro se notaba que la lujuria lo invadía y lo estaba disfrutando, tanto como yo.
No aguanté mucho en esa misma acción y muy pronto comencé a descargar mi semen dentro de sus entrañas, en medio de grandes gemidos. El chico comenzó a masturbarse fuertemente con su mano y, lanzando un bestial grito, eyaculó.
Me derrumbé encima de él y nuestras bocas se unieron en un beso febril. Tras unos munutos de reposo, el jovencito me entregó un roolo de papel higiénico para que me limpiara. Él hizo lo propio y comenzó a vestirse.
En ese momento, me brindó una leve sonrisa vergonzosa.
Terminó de vestirse y yo también. Me preguntó si el trato estaba en pie y le dije que sí, que al día siguiente, a primera hora, yo pasaría por la comisaría a retirar los cargos. Después de darle un beso, me marché.
Alguna que otra noche, el muchacho vuelve a aparecer en mi camino, lo llevo a su casa, hacemos el amor y yo, invariablemente le entrego algún dinero para ayudarlo a él y su hermana. Según supe, el padre se marchó del país.
Autor: Amadeo