Taxista (5)

Un taxista recoge a un pasajero ya conocido, pero esta vez, viene acompañado.

AVENTURAS DE UN TAXISTA

5.- La pareja

Hola, soy yo de nuevo, su amigo el taxista. ¿Me recuerdan? Esta vez quiero relatarles lo que pasó un par de semanas después de mi aventura anterior. Como recordarán, trabajo de taxista por las noches, recogiendo pasajeros a la salida de los bares y los sitios bravos de mi ciudad.

Era una noche lluviosa y no había mucha gente en la calle. Pasé despacio frente a un bar muy conocido y el valet me hizo señas. Me detuve. Una pareja corrió hasta mi y subió al asiento de atrás. Ella era una mujer atractiva, de unos 45 años, pelo rubio corto, vestido escotado y unos senos de aquellos que te provocan una erección instantánea. Él, era... ¡Guillermo! Sí. Guillermo, el elegante ejecutivo de unos 50 años que, por recomendación de su amigo, había tenido una aventura conmigo. (Ver Aventuras de un Taxista 2 - El recomendado).

Guillermo me miró, asombrado en un principio y con aire complacido, luego. Se volvió hacia la mujer y, para mi sorpresa, le dijo:

  • Mira, Judith. Este es el taxista del que te hablé.

  • ¡Mucho gusto! -dijo ella con una amplia sonrisa.

  • Vamos a casa -dijo Guillermo.

Me dio las indicaciones y los conduje hasta una acogedora residencia en una de las colonias tranquilas de la ciudad. Mientras íbamos en camino, el hombre comenzó a hablar y me presentó a la mujer, como su esposa. Luego, dejándome atónito, comenzó a contarle los pormenores de nuestro encuentro sexual aquella noche. Ella se veía muy interesada y su sonrisa de satisfacción se hacía mayor a cada momento.

Cuando llegamos a la casa, Guillermo me dijo:

  • Por supuesto, queremos que nos acompañes adentro.

  • Vamos -dijo ella para animarme-, la pasaremos muy bien.

Y Guillermo agregó:

  • No te preocupes. Somos una pareja "moderna".

Después de un momento de vacilación, decidí aceptar y entré con ellos. Me sirvieron una bebida y dijeron que los excusara un momento, para prepararlo todo. Me quedé solo en la sala y, después de unos instantes, decidí ir al baño a orinar. Al terminar de hacerlo, no pude evitar el masturbarme levemente. Sin embargo, me detuve, ya que, como pintaban las cosas, debía guardar mis fuerzas. Al salir del baño, pude escuchar unos gemidos que llenaban la casa, venían del segundo piso así que, picado por la curiosidad, subí.

Mi anfitrión y su mujer estaban cogiendo con la puerta entreabierta. Guillermo tenía a su esposa en cuatro sobre la cama, los dos desnudos. Me impresionó ver a aquel hombre, a quien yo me había cogido, sometiendo tan completamente a aquella mujer, como todo un macho. Aquella escena era tan excitante, que no pude menos que comenzar nuevamente a masturbarme. Me sentía muy caliente y decidí quitarme la ropa.

En ese momento, Guillermo me vio y, con una amplia sonrisa en sus labios, me invitó a unirme a ellos. No me hice de rogar, terminé de desnudarme y, de inmediato me abalancé debajo de la esposa, poniéndome en posición de 69. Así, acostado boca arriba, comencé a lamer el clítoris de Judith, en tanto ella, al darse cuenta de que mi pene estaba a pocos centímetros de su cara, no se detuvo y comenzó a mamar mi verga de una manera deliciosa.

¡Nunca pensé que cosas así pudieran secederme a mí! Sobre mí, Guillermo penetraba furiosamente por detrás a Judith, cuyo clítoris tenía yo entre mi boca, mientras ella, me mamaba con similar furia e ímpetu.

Yo le chupaba la pusa a Judith, al tiempo que ella recibía la talega de su hombre, de manera que yo lamía no solo el sexo de la hembra, sino la verga de Guillermo y hasta sus huevos. De pronto, en una de tantas embestidas, Guillermo sacó demasiado su verga de la vagina de su mujer que, involuntariamente, se desconectó. Yo no dudé un instante y rápidamente me apoderé del pene del esposo, para chuparlo durante un buen rato. Su verga estaba cubierta de los líquidos de la mujer, que saboreé como un licor delicioso.

Judith protestó inicialmente, pero al ver lo bien que lo estaba pasando su esposo, se resignó y siguió mamándome. Después de todo, para algo me habían invitado.

Sentí un remolino de fuego crecer en mi interior y me detuve. No quería terminar tan pronto. Hice que Judith me soltara y yo mismo, solté a Guillermo, propiciando luego, que volviera a penetrar a su mujer, esta vez cara a cara. Poniéndome de pie, di la vuelta a la pareja, colocándome atrás del marido. Mientras él poseía a su esposa, yo lo penetré por el culo, con fuerza, haciéndolo prorrumpir en un grito desaforado. Y sin contemplaciones, comencé a cabalgarlo con lujo de fuerza, taladrándolo como loco.

Guillermo tenía las piernas de su mujer sobre sus hombros, sujetándola de los muslos. Yo estaba encima de Guillermo, penetrándolo por el culo y obteniendo enorme placer. Rápidamente el marido terminó, inundando a su esposa, ya que para él la eyacualación fue mayor, debido a la excitación que le producía tener mi verga entre su culo.

Sin detenerme, seguí cogiéndome a Guillermo sin piedad. Aquello pronto le devolvió la erección, situación a la que ayudó Judith, mamando hábilmente el pene de su esposo. Me sentía muy caliente, completamente fuera de control. Por ello fue que, cuando sentí que mi orgasmo se acercaba, no quise evitarlo. Un chorro de semen hirviente brotó de mi pene e inundó su recto, al tiempo que un gemido ronco salía de mi garganta, celebrando mi culminación.

Guillermo no pudo resistir más y eyaculó en la boca de su esposa. Los tres nos derrumbamos en la cama y, al hacerlo, mi pene se desconectó del ano de Guillermo. Judith, al verlo, se abalanzó sobre mí y comenzó a mamarme con furia. Primero me limpió completamente el miembro y luego, siguió en su labor oral, provocándome otra nueva y durísima erección.

Poniéndose en cuatro patas, Judith me ofreció su trasero. Por supuesto, yo no podía despreciar aquella situación y, rápidamente, coloqué la cabeza de mi miembro a la entrada de su pequeño agujero, al tiempo que la agarraba por las caderas. Empujé. Judith gimió. Empujé con más fuerza y mi glande penetró.

La mujer emitió varios gritos, primero de dolor y luego, inconfundiblemente, de placer. Empujé con más fuerza y, poco a poco, llegué a tener mi verga completa dentro de su culo. Agarrándola por los senos, comencé a moverme rítmicamente, mientras Guillermo empezaba a masturbarse con su propia mano.

Para mi sorpresa, casi de inmediato, Judith lanzó un grito profundo, indicando que un nuevo orgasmo la había acometido.

Cayó de bruces en la cama, desconectándose de mí. Los ojos de Guillermo quedaron fijos en mi verga. Ambos nos vimos e, inmediatamente supimos que, lo que realmente deseábamos, era tener un coito completo entre él y yo.

Guillermo se acercó a mí, tomó mi verga en su mano y comenzó a masturbarme suavemente. Yo le correspondí. Mis ojos estaban fijos en los suyos y, sin dudarlo, nos dimos un beso cálido y apasionado. Nuestras lenguas se trenzaron an feroz batalla, al tiempo que la mujer nos miraba asombrada.

Tras unos momentos, ella se levantó y nos dejó solos para ir al baño. Cuando regresó, ya yo había penetrado a su marido por el culo. Se sentó en un rincón y, con furia, comenzó a masturbar su clítoris, mientras nos observaba sin perder detalle de lo que hacíamos.

Mi verga entraba y salía sin parar del ano de Guillermo, quien estaba acostado boca arriba, con sus piernas sobre mis hombros. Yo sentía que el orgasmo estaba rondando nuevamente mi cuerpo y, sin detenerme seguí bombeando hasta que mi verga se hinchó repentinamente y explotó, lanzando un grueso chorro de esperma hirviendo hasta el interior de sus intestinos.

Guillermo gritó al sentir mi eyaculación y, a continuación, se vio acometido por su propio orgasmo. Mientras mi pene terminaba de largar leche y nuestros cuerpos se tranquilizaban, escuchamos los gemidos de Judith, que también llegaba a su orgasmo como culminación de su masturbación.

Tras tomar una copa y asearnos un poco, me despedí de mis anfitriones con un beso, no sin que antes me hicieran prometerles que volveríamos a tener otro encuentro, tan caliente como aquel.

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com