Taxista (4)

Un taxista regoge en el aeropuerto a un turista especial.

AVENTURAS DE UN TAXISTA

4.- El turista

Si han leído mis historias anteriores, ya me conocen. Soy taxista, casado, de 26 años y trabajo en turno de noche.

Salía a temprana hora de la noche del aeropuerto, después de haber dejado un pasajero, pensando en retirarme, ya que mi esposa me había pedido que no me tardara mucho esta vez, ya que su madre cumplía años y ella le ofrecería una cena.

  • Ven temprano. Ya podrás reponer el tiempo otra noche. -había dicho-.

Quría dirigirme hacia la calzada de salida, pero hube de detenerme y esperar, ya que un bus de turistas estaba descargando pasajeros. Entonces, se acercó a mí un tipo de aspecto curioso, de modales suaves, llevando un par de maletas no muy grandes.

El hombre estaría alrededor de los 45 años y con un afeminado ademán me marcó el alto. Era sin duda un marica muy femenino, de facciones suaves, muy ligeramente maquillado en los ojos y los labios. Con voz meliflua y acento español me pidió que lo llevara a un conocido hotel.

Encogiéndome de hombros y pensando que el trabajo era el trabajo, decidí que mi esposa tendría que esperar. Mientras íbamos por la calle, conversamos animadamente y parecía ser un tipo agradable. De pronto, al momento de detenernos frente al hotel, me preguntó:

  • ¿Cuál es tu tendencia sexual?

Aquello me sorprendió y, por qué no decirlo, me sonrojó. De momento, no supe qué decirle, pero recordando a mi esposa y mis recientes aventuras, le respondí:

  • Soy bisexual.

Sonrió ampliamente. Se alisó el cabello y, suavemente, me dijo regocijado:

  • Algo así me imaginaba yo.

Sacó de un bolsillo de su chaqueta un billete, que puso en mi mano, como pago por lo que marcaba el taxímetro. Sin embargo, al depositar el billete, me hizo cosquillas con sus uñas en la palma de mi mano, lo cual me provocó una corriente eléctrica que llegó hasta mis ingles.

  • ¿Por qué no subes conmigo? -preguntó con tono sensual e incitador.

En ese momento, un botones se acercó, abrió la puerta del taxi para que él pudiera bajar y tomó sus maletas. Al descender del vehículo, me dijo:

  • Estaciona el taxi. Te estaré esperando.

Se alejó hacia el interior del hotel, con una sonrisa en los labios y moviendo el trasero como una puta. Me quedé mirándolo sin saber qué decidir, pero sintiendo que se me excitaban los huevos y se me endurecía la verga al verlo moverse. Pensé en mi esposa y el cumpleaños de mi suegra.

  • ¡Bien -dije para mí-, mi esposa tendrá que esperar!

Metí el taxi al estacionamiento y entré al hotel. Él estaba terminando de registrarse. Al verme sonrió complacido y subimos juntos a la habitación. El botones recibió su propina, nos miró con cierto aire de burla y yo me sentí un poco cortado, pero cuando quedamos solos, él procedió a quitarse la chaqueta.

Me miró, sonrió al tiempo que me invitaba a ponerme cómodo, y se quitó la camisa, los zapatos, los calcetines y finalmente, los pantalones.

Tenía un cuerpo delgado, terso, moldeado, de aspecto increíblemente juvenil, cintura breve, piernas muy femeninas y muslos torneados, vientre plano y ni rastro de vello, sobre una piel lisa y dorada. Por toda ropa le había quedado una reducidísima tanga que dejaba al descubierto sus ingles, igualmente depiladas, y que solo tapaba un aparato genital no muy grande.

Mi cuerpo estaba excitado y la verga se me ponía más dura por momentos, sobre todo, cuando se acarició las nalgas, tersas y redondas. Deseba tenerlo ya en la cama. Comencé a quitarme la ropa, para quedar sólo con un boxer que delataba completamente mi erección.

Muy despacio, se dio la vuelta y me mostró las nalgas desnudas en una total exhibición. Incluso entreabrió un poquito los muslos, dejando ver la fina cinta de la tanga que se perdía entre sus glúteos. Yo estaba ya francamente erecto, habiendo abandonado totalmente toda idea de llegar a tiempo a la cena que mi esposa le ofrecería a mi suegra. Sólo me movía la excitación que me invitaba a probar una novedad tan femenina y tan tentadora. Me di cuenta de que deseaba montarlo y poseerlo, como a una mujer. Su voz acariciadora e insinuante, llegó a mí.

  • ¿Te gusta mi cuerpo? -preguntó.

  • Pues... nunca había visto a alguien como tú.

  • Pero... ¿te gusto?

Acepté mi realidad y, con ansia, respondí:

  • Me excitas.

  • ¿Te apetecería montarme? Te advierto que puedo dejar exhausto a cualquier hombre, por viril que sea.

Dicho esto, se volvió hacia mí y se bajó la parte delantera de la tanga, enseñándome su pene erecto y sus huevos que, aunque no muy grandes, eran apetitosos.

  • Te voy a gustar, ya verás -dijo.

A esas alturas yo estaba ya empalmado por completo. Entonces, sin poderme contener lo tomé por la cintura, lo apreté contra mí y le di un beso profundo, intenso y prolongado, mientras bajaba las manos a sus nalgas y las apretaba con fuerza. Gimió un poco, pero se dejó hacer con estremecimientos de placer. Me quité rápidamente el boxer y los 20 cm de mi verga tiesa lucieron espléndidos. La cogió con las dos manos, temblando de excitación.

  • Joder, me vas a destrozar -dijo.

A esas alturas yo no podía aguantarme más.

  • ¡Mámame! -supliqué.

No se lo hizo repetir. Se dejó caer de rodillas y metió mi pene tieso en su boca. Noté su lengua ansiosa lamiendo mi glande, mientras que abría al máximo la boca para que el cilindro de mi verga pudiese entrar en su boca. Pronto noté que había llegado a su garganta. Su lengua había enloquecido y se movía sin parar en torno a mi pene, mientras sus labios húmedos lo rodeaban ansiosos. Cogí los dos pezones del turista entre mis dedos y los estrujé con fuerza. En eso, noté que me iba a correr en su boca, y decidí que se tragara los primeros chorros de semen. Le cogí por la cabeza, para mantenerlo inmóvil y sin poder aguantar más, varios chorros de semen salieron rápidos e intensos: uno, dos, tres, cuatro, cinco... que él tragaba entre estremecimientos.

Cuando saqué mi verga de su boca, todavía con hilillos de semen que quedaban en sus labios, no se movió y quedó jadeante, arrodillado a mis pies, lamiéndome para limpiar los restos de semen, una y otra vez, recorriéndo mi pene con su lengua y tragando hasta la última gota.

Entonces, noté que me empezaba a excitar de nuevo. Lo levanté y fuimos juntos hasta la cama. Se puso en cuatro patas, con sus nalgas bien levantadas.

  • ¡Házmelo, mi amor! -suplicó.

Sabía colocarse bien para excitarme. Con las nalgas en alto y los muslos ligeramente separados, enseñando el agujero del culo entreabierto, deseé penetrarlo con mi verga ya dura como el hierro.

Yo me sentía a punto de explotar, me puse tras él, le cogí fuerte por las caderas, hice a un lado la cinta de la tanga para que no estorbara, escupí varias veces en su agujero para lubricarlo, coloqué la punta de mi pene tieso en su ano y empujé con fuerza, de forma que la verga entró de una vez, bruscamente, y mientras él lanzaba un grito de dolor, le sujeté con fuerza las caderas y empujé hasta golpear su trasero con mis huevos.

Fue una penetración rápida y violenta, sus gemidos me ponían a mil y bombeé con todas mis ganas, hasta notar como los chorros de mi semen entraban ardientes en sus intestinos. Quedó inmóvil y yo me dejé caer sobre él sin sacar la verga de su culo, notando con placer los estremecimientos de sus esfínteres. Durante un buen rato le mordí y chupé el cuello y los hombros, mientras el gemía de dolor y placer.

Yo seguía excitado, así que saqué la verga, me levanté y le sugerí una nueva postura.

  • ¡Date vuelta, mi amor! Ahora te quiero boca arriba -le dije.

Se puso boca arriba. De nuevo estaba ansioso. Su pene, como de unos 12 cm de largo, estaba erecto y duro, templando la tanga que aún tenía puesta y que tuve que hacer a un lado. Lo agarré por la verga y, sin poder evitarlo, me la metí en la boca. Lo mamé durante largo rato, mientras me excitaba con sus gemidos de placer.

Finalmente, cogí sus tobillos y levanté sus piernas bien abiertas. De nuevo me ofrecía el agujero del culo, bien dilatado, y yo tenía de nuevo la verga completamente tiesa. Pasé sus piernas por encima de mis hombros y, con suavidad, fui penetrando de nuevo, en aquel agujero caliente y tembloroso, mientras inclinaba la cabeza para mamar sus pezones. Sus ojos estaban nublados por el placer, y movía sus caderas y las proyectaba hacia mí para favorecer la profundidad de la penetración.

En aquel momento, se comportaba como si fuera una mujer y mientras metía y sacaba mi polla en su culo, los estremecimientos de su vientre mostraban la intensidad de su placer, y nuevamente me vacié en su interior. Unos momentos después, mi abdomen fue salpicado por su propio orgasmo. Me desensarté y, con mi lengua, limpie todo su semen y dejé su glande limpio y reluciente, como él lo había hecho conmigo en el coito anterior.

  • ¡Eres grandioso! -me dijo con sensualidad.

  • Me gustas mucho -respondí

Nos recostamos juntos, descansando, reponiendo nuestras energías y charlando. Hicimos amistad y él me contó su vida, y yo la mía. Cuando nos sentimos recuperados, volvimos al pleno de la batalla amorosa. Debo confesar que más de una paja me he hecho recordando aquella noche.

Finalmente partí, contra mi voluntad, pero acicateado por el reloj. Cuando llegué a casa, tanto mi esposa como mi suegra, estaban ya dormidas. Al levantarse, a la mañana siguiente, ambas estaban enojadas conmigo, pero pensándolo bien... ¡valió la pena!

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com