Taxista (3)

Un taxista recoge a un pasajero que está de cumpleaños.

AVENTURAS DE UN TAXISTA

3.- El cumpleañero

Como recordarán, me gano la vida conduciendo un taxi en horario nocturno, y transportando pasajeros, especialmente a la salida de algunos de los basers y clubes nocturnos más "in" de la ciudad.

Tengo 26 años de edad y soy casado, pero ello no ha impedido que suceda, todo aquello que debía suceder.

Un par de días despúes de la aventura que les narré con anterioridad, era sábado si mal no recuerdo, me dirigía hacia uno de los principales hoteles de la ciudad, donde había una gran fiesta, lo que significaba potenciales clientes, cuando vi que un hombre delgado, de unos 30 años, pelo claro y más o menos 1.65 m de estatura, me hacía señas en una esquina. Me detuve junto a él, se subió atrás y con voz suave me dio instrucciones del lugar a dónde quería que lo llevara. Pude ver que su pelo, dorado, era producto de tinte y noté un ligero aire de amaneramiento en él.

Cuando ya íbamos en camino, me dijo que tenía mucho rato buscando un taxi libre y yo había llegado como un angel salvador. Le dije que no era para tanto, pero él me sonrió y fue entonces que me dijo que aquel día era su cumpleaños, a lo cual yo respondí, expresándole mis felicitaciones.

  • Estuve celebrando con unos amigos -dijo-, pero ya todos se han marchado y me he quedado solo. Por ello, voy de regreso a casa, para terminar el día... ¡solo!

Me quede un tanto asombrado por lo que me había contado y procedí a lamentar la situación, indicándole que yo creía que no era bueno pasar el cumpleaños en soledad. Diciendo esto, llegamos al edificio donde estaba su departamento.

Fue entonces que me propuso que subiera y lo acompañara a tomar unos tragos por su cumpleaños. Le respondí que no podía tomar, por estar de servicio, a lo que él respondió:

  • Bien, entonces tú me acompañas con un café.

Pensé que negarme era ser muy despreciativo, así que accedí y subí con él. Ya en su apartamento, sacó una botella de ginebra, que según dijo, era su licor favorito. Comenzó a tomar y yo lo acompañé con una taza de café.

  • ¡Por que cumplas muchos años más! -dije brindando por él.

Después de varios tragos,que se sumaron a los que ya llevaba entre pecho y espalda, empezó a hablar de temas un tanto subidos, de su vida sexual y sin tapujos me confesó (me confirmó, ya que yo lo sospechaba) que era gay.

  • ¿Tienes pareja? -le pregunté.

Me relató que después de convivir casi dos años, había peleado con su compañero. Desde entonces, la ultima relación que había tenido fue hace mas de cuatro meses, lo que le hacía sentirse frustrado y cachondo. Mientras él hablaba, comencé a experimentar una erección.

  • Lo lamento -le dije, al tiempo que me acercaba a él.

Me sentí extraño. En mis aventuras anteriores, eran ellos quines me hebían pedido la relación. Ahora, sin embargo, era yo quien la estaba buscando. Y no era que él me gustara especialmente. Era solo, que yo también me sentía caliente.

Me miró a los ojos y recibió con gusto mis labios en los suyos. Me apreté contra él, para hacerle sentir mi erección, que no pasó desapercibida. Nuestras lenguas se trenzaron en un duelo salvaje. Puso su mano sobre mi paquete y comenzó a acariciarme.

Me abrió la bragueta y dejó en libertad mi pene erecto y palpitante. Se puso de rodillas y tomó mi verga en su boca, comenzando por besarla con dedicación. Luego se la introdujo completamente y me mamó con pasión.

Por momentos, yo le empujaba mi verga hasta su garganta, haciéndolo que se atragantara. De pronto, al empujar, me sentí que estaba todo adentro y que mi miembro había pasado la campanilla. Iniciamos un rápido movimiento de vaivén, de mete y saca, que pronto me tuvo al borde de la culminación.

Lo detuve. Entonces él, poniéndose de pie, comenzó a quitarse la ropa yo, sin dudarlo, lo imité. Ya desnudo, se recostó en la mesa del comedor y yo me eché sobre él y mis dedos empezaron a buscar su culito mientras le chupaba los pezones, los cuales estaban bien parados y parecían que iban a reventar.

Mientras mordisqueaba sus tetillas, él gemia de placer. Con gesto suplicante, me pidió que lo penetrara. Se dio vuelta y, parado dobre el suelo, flexionó su cintura hacia adelante, tendiendo la mitad superior de su cuerpo, boca abajo, sobre la mesa. Parecia una perra en celo la cual estaba esperando ser culeada por otro perro.

Antes de penetrarlo, empecé a chupar su culito, que se me hacía caliente y con un sabor y olor muy particulares y agradables. Un jugo delicioso empezó a manar el hoyito y yo comencé a jugar con mi lengua por su ojete, mientras él se retorcia de placer.

Continuaba tendido sobre la mesa de su comedor, mientras yo mamaba su culo y yo, poco a poco le metía un dedo a través de su estrecho orificio. Sin poder contenerme, lentemente le fui metiendo mi pene dentro del ano y él gritó, pero no de dolor, ya que había tenido un potente orgasmo al sentirse penetrado.

Comencé a moverme rítmicamente, hacia adentro y hacia afuera, lentamente al principio y más rápido, a medida que su esfinter se soltaba más y más. Él gemía de placer y empezó a decir palabras un tanto subidas de tono, lo cual hacia que me pusiera un más y más caliente.

  • ¡Vamos, carajo! ¡Dame todo! ¡Méteme hasta los huevos! ¡No pares! ¡No paaaaresss!

Yo seguí dándole, más y más rápido y cuando sentí que me venia, grité:

  • ¡Ya me vengo! ¡Yaaaa!!!!

En ese instante, él con un movimiento brusco, se desensartó de mí y giró rapidamente, justo a tiempo para tragarse toda mi leche. Cuando los disparos de mi semen terminaron, empezo a chuparme la verga otra vez, hasta sacar la última gota de esperma, al tiempo que mi polla empezo a retomar su anterior erección.

Entonces, él me arrimó contra una silla y yo me senté, mientras él se sentó en mí y, de un solo trago, se metió todo mi pene. Empezó a saltar como un loco y solo se escuchaba el sonido que hacia el chocar de sus nalgas contra mis muslos. Entonces, con un grito gutural, eyaculó nuevamente. A causa de sus espasmos, caímos sobre la alfombra, él abajo y yo encima. Seguí culeándolo unos momentos, hasta que mi pene explotó.

Nos quedamos quietos, saboreando aquel placer. Sin que nos importara el paso del tiempo, él se fue quedando dormido, ocasión que aproveché para levantarme, vestirme y salir. Todavía transporté unos cuantos pasajeros más aquella noche.

Cuando llegué a casa, al amanecer, mi esposa dormía. Tomé una ducha rápida, como acostumbraba hacer todas las noches y al regresar al lecho, vi que ella estaba depierta y ¡desnuda!

Me abrió las piernas y me tendió los brazos. Recordé entonces aquel cliente con el que había estado y comencé a experimentar otra erección.

  • Bien -dije para mí mismo-, allí voy de nuevo.

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com