Taxista (2)

Después de su primera aventura, el taxista encuentra otro pasajero especial.

AVENTURAS DE UN TAXISTA

II. El Recomendado.

Como recordarán, trabajo como taxista trasportando pasajeros a la salida de os bares más famosos y de ambiente en mi ciudad. Aún hoy, cuando recuerdo a aquel caballero que se acercó a mí para pedirme un viaje, luego una relación gay y finalmente fue conmigo a un motel, me produce una erección, pese a que no volví a verlo.

Después de esa aventura, pasó más o menos una semana. Ese día, como a las doce de la noche, la clientela era escasa. Estaba estacionado frende al bar El Danubio, cuando vi a un hombre de mediana estatura, aspecto distinguido, pelo entrecano en la sienes y que comenzaba a ralear en la parte superior. Tendría unos 48 ó 50 años. Subió a mi taxi, se sentó a mi lado y me miró con una sonrisa en los labios.

  • Buenas noches -le dije con seriedad-. ¿A dónde puedo llevarle?

  • Bien... -me dijo con cierta vacilación-, hace unos días subió a tu taxi un amigo mío. Estaba un poco ebrio y creo que te pidió que lo acompañaras...

Aquella descripción me dejó sorprendido, ya que todo lo que decía se ajustaba a mi relación de una noche con el cliente que había capturado mi imaginación.

Con un poco de duda, finalmente, me dijo:

  • Quisiera pedirte... Digo... Quisiera...

  • Dígame -lo animé.

  • Quisiera pedirte que... que... que te fueras conmigo, en la misma forma.

Lo miré con cierta sorpresa durante unos momentos y luego me dijo:

  • ¡Él te ha recomendado ampliamente!

Inmediatamente sentí un corrientazo de deseo recorrer mi cuerpo. Continuamos conversando durante el viaje, y él me habló de que su amigo le había platicado acerca de mí y de lo que había sucedido entre nosotros.

  • ¿Quieres ir a un motel? -le pregunté.

  • Me gustaría -respondió.

  • Te llevaré al mismo donde fuimos esa noche.

Tranquilo por mi respuesta, aunque un poco nervioso, se dejó conducir. Mientras íbamos en camino, alargó su mano derecha y comenzó a acariciarme el muslo, evidentemente, siguiendo los consejos de su amigo. Correspondiendo a su maniobra, yo acerqué mi mano a él y, suavemente, comencé a recorrer su entrepierna con mi mano. Los dos nos fuimos abandonando a las caricias y descuidé un poco el camino, por lo que me pasé una señal de "alto", sin detenerme. Alarmado por lo sucedido, le dije:

  • Será mejor que nos tranquilicemos, o tendremos un accidente.

Él me miró con cierto aire de pena, en tanto yo me concentré más en la conducción del vehículo, hasta que llegamos al motel. Nos estacionamos, bajamos del auto, cerré el portón del garaje y, después de que él pagó y pidió unas bebidas, entramos a la habitación.

Ya en la salita, esperamos a que nos llevaran lo ordenado y cuando nos pasaron una bandeja a través de un pequeño elevador, tomé las bebidas, me acerqué a él y le di uno de los vasos. Bebimos, sin quitarnos la mirada de encima. Aproveché entonces para preguntarle:

  • ¿Cómo te llamas?

  • Guillermo -respondió tras un instante de duda.

Dejé el vaso sobre una mesita y, acercándome a él, lo besé. Mientras mi lengua penetraba en su boca, sentí que su cuerpo se estremecía de deseo. Le acaricié el pene por encima de la tela y poco a poco le fui bajando el cierre de sus pantalones, hasta lograr dejar al descubierto un miembro grueso y de unos 18 cm de largo.

Se lanzó a abrirme la camisa y besarme, metiéndose completamente uno de mis pezones en la boca. Él gemía de pasión, al tiempo que empezaba a acariciarme el pene por encima de los pantalones.

Dejando nuestras ropas tiradas en el piso, lo tomé de la mano para llevarlo hasta la cama, sólo vestidos con un minúsculo slip, en su caso, boxer en el mío y calcetines. Entramos en la habitación contigua y mientras Guillermo se acercaba a la cama, yo aproveché a quitarme el boxer, dejando libre a mi enfurecido príapo, que ya ostentaba sus acostumbrados 20 cm. Guillermo se acostó en la cama y me miró fijamente.

  • Ven -me dijo con voz sensual, sin quitar la vista de mi verga completamente erecta.

Se dio vuelta en la cama, poniéndose en cuatro patas, al tiempo que decía:

  • Quiero que me la metas con suavidad.

Me acerqué a Guillermo, sintiendo que mi polla reventaba de deseo. Me subí a la cama, tras de él, y puesto de rodillas coloqué mi verga en medio de los "cachetes" de sus nalgas, rozando la entrada de su culo. Comprobé que mi rabo no entraba, de primera intención, en aquel agujero. Lo saqué, dedicándome a estimularlo con mis manos y mis labios.

Con saliva traté de lubricar su culo, mientras con mis dedos estimulaba su ano, tratando de relajarlo. Tuve que echar mano de toda mi diligencia en este sentido, porque él estaba tenso y eso le hacía comprimir más el esfínter.

Poco a poco, le fui introduciendo un dedo, dándole masaje al esfínter. Después de unos momentos, conseguí introducirle un segundo dedo y más tarde, un tercero.

Cuando consideré que ya estaba listo para poder entrar en él, agarré de nuevo mi pene y lo volví a introducir en todo su culo. Mi verga quedó entre sus nalgas. Noté como la punta de mi pene se iba abriendo paso entre su deseado culo.

Guillermo gemía de placer, al tiempo que mi verga sentía cómo el esfínter se iba distendiendo poco a poco, permitiendo que la punta de mi polla comenzara a penetrar. Sus nalgas oprimían la punta de mi verga, excitándome más de lo que ya estaba.

Cuando tenía la mitad de mi pene dentro de su apretado culo, lo agarré por sus caderas y clavé de un golpe mi verga en todo su culo.

  • ¡Ahhhhhhhhhhhh...! ¡Qué rico! -gritó-. Me estás rompiendo el culo... ¡Qué rico!

Agarrándolo de sus caderas, comencé a bombear. Mi pene entraba hasta el fondo y salía hasta la punta, para volver a hundirse hasta que mis bolas topaban con sus nalgas. El hombre gritaba de placer. Con ambos a punto de reventar, lo agarré desde atrás por las caderas, halándolo hacia mi.

  • ¡Ahhhhhhhh...! -gritó Guillermo.

El hombre comenzó a temblar como un volcán y las contracciones de su recto, me indicaron que se estaba corriendo como un auténtico cerdo, mientras largaba abundantes chorros de esperma sobre la sábana.

Di unas cuantas acometidas más, en forma bestial. Mis huevos hicieron tope en su culo. Antes de correrme, quería disfrutar otro poco más. Pero, para mi sorpresa, tan pronto acabó, él se desensartó, dio la vuelta y se apoderó de mi verga con sus labios, comenzando una mamada realmente bestial.

En esos instantes, por causa de la sorpresa y de su fantástica acometida, perdí el control y al momento me corrí, inundando su boca con mi leche.

El semen corría por las comisuras de sus labios, mientras él me limpiaba el glande con su lengua.

Con un par de mamadas más, volví a tener mi polla preparada para otro polvazo. Me lancé sobre Guillermo, lo tumbé y lo besé largamente en los labios, introduciendo mi lengua casi hasta su garganta, al tiempo que saboreaba mis propios líquidos.

Poco a poco, fui descendiendo, besándole el cuello, los pectorales, donde me detuve chupándole los pezones. Después continué descendiendo por su vientre, hasta llegar a su pubis.

Largamente acaricié su pene y lo chupé con ganas, haciéndolo gemir de placer y excitación.

  • No puedo más -suplicó-. ¡Métemela ya!

Con rapidez me incorporé y no habían transcurrido ni tres segundos, cuando mi erecto y deseoso miembro viril penetró en su ano. Él coloco sus fuertes piernas sobre mis hombros, permitiéndome penetrarlo hasta lo más profundo. El bombeo fue rápido y fuerte, haciendo que el ritmo se fuera acelerando por momentos, mientras yo me dedicaba a masturbar su gloriosa verga.

De pronto, no pude más. Di otro par de golpes y tuve que eyacular, entre jadeos y gemidos. Pero seguí bombeando sin detenerme. Dos... cuatro... diez... doce veces. Guillermo gritaba, gemía, suspiraba y, sin poder contenerse, su cuerpo explotó en un orgasmo bestial.

Agotados, nos derrumbamos en la cama besándonos y acariciándonos. Platicamos un rato y, como yo le conté que debía rendir el taxi hasta el amanecer, con voz suplicante, me preguntó:

  • ¿Puedo quedarme contigo toda la noche?

No tuve objeción y continuamos charlando, desnudos, en la cama. Poco después, nos quedamos dormidos.

El ruido del agua en la ducha, me despertó. Ya comenzaba a clarear. Guillermo no estaba en la cama junto a mí y el ruido de agua venía del baño. Me levanté y fui hacia la puerta, que estaba entreabierta. El hombre se estaba bañando. La silueta de su cuerpo se apreciaba perfectamente a través de la cortina translúcida del baño.

Me acerqué y, con decisión, descorrí la cortina. Guillermo se sobresaltó en un principio y luego me sonrió. Sin decir palabra, entré al baño junto a él. Bajo el agua tibia, lo tomé entre mis brazos.

Nos besamos largamente y, el roce de nuestros cuerpos fue haciendo que nuestros penes recobraran el vigor. De repente, él se puso de rodillas y antes de que yo pudiera reaccionar, me agarró la verga y empezó a mamar.

Transportado por aquella sensación gloriosa, lo agarré por la cabeza, acariciándolo, al tiempo que apoyaba la espalda en la pared, para no caerme.

Tremendamente excitado, comencé un rápido movimiento de vaivén, entrando y saliendo de su boca. Cuando me sentí cerca del clímax, lo obligué a suspender su trabajo y ponerse de pie. Fui yo entonces quien se arrodilló frente a él, como adorando aquel hermoso ejemplar y, sin vacilación, comencé a lamerle los huevos y chuparle el pene, mientras con una mano me masturbaba suavemente. Después de un rato, me puse de pie y comencé a frotar mi verga contra la suya.

Entonces, tomé la ducha móvil y dirigí el chorro del agua, a la mayor potencia posible, contra su pene. Me miró sorprendido y muy pronto, comenzó a chillar de emoción. No pudo contenerse y, en muy pocos momentos, comenzó a largar gruesos goterones de semen, mientras sus piernas se negaban a sostenerlo y cayó de rodillas en el piso. Entonces, dirigí el chorro contra mi propia verga. El agua caliente y a presión dio de lleno en mi glande. !Aahhhhhhhhhhhhhhh! ¡Qué sensación!

Fue algo realmente estupendo, único. Una forma fabulosa de masturbación. Cuando ya estaba a punto de terminar, Guillermo se incorporó y, agarrándome de los muslos, me arrastró al piso, encima de su cuerpo.

Allí, bajo el agua de la ducha, lo penetré, poniendo sus piernas sobre mis hombros. Nuestros movimientos eran fuertes, desaforados y, pocos momentos después, pude sentir las contracciones de su recto en otro exquisito orgasmo. Esto fue demasiado para mí y eyaculé. Mi esperma caliente inundó sus entrañas.

Tras recuperar las fuerzas, terminamos de bañarnos, nos vestimos y, abordando el taxi, salimos a la calle. Lo dejé en una esquina del centro. Al bajarse, le pregunté:

  • ¿Te veré de nuevo?

Guillermo me miró con ternura, sacó un billete grande de su cartera y, con una sonrisa, me lo pasó, al tiempo que decía:

  • Puedes estar seguro.

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com