Taxista (1)
Un taxista lleva en la noche, a un pasajero muy especial.
AVENTURAS DE UN TAXISTA
I. El Pasajero
El Danubio era uno de los bares "alegres" que estaban de moda en la ciudad. Al Danubio, mucha gente llegaba, ya que era un bar donde el ligue de parejas era habitual y las edades oscilaban entre 20 y 60 años. Esto hacía que yo, como taxista, lograra buena clientela que subía al salir del bar y deseaba ser conducida a algún hotel o motel no muy lejano.
Los fines de semana (viernes y sábado), la concurrencia abarrotaba el local y la clientela para nosostros los taxistas era buena pero, los otros días de la semana (excepto el domingo, que permanecía cerrado), el ambiente era menos concurrido y más tranquilo.
Un martes, estaba yo recibiendo el pago de unos pasajeros que había llevado hasta el bar, cuando vi salir a un hombre de entre 35 y 40 años que, por su forma de caminar, denotaba estar un poquitín ebrio y no se le veía bien. Con la corbata un tanto suelta, la camisa abierta dejaba ver un pecho velludo y bien formado. Su pelo era rubio oscuro y tenía una nariz fuerte y la barbilla partida, lo que le daba un aspecto muy masculino. En sus labios se dibujaba una ligera sonrisa.
Al ver que yo esta estacionado frente al bar, me hizo una seña y se acercó a mí para pedir mis servicios. Subió a la par mía en el vehículo, y partimos. Fuimos conversando y me habló en forma directa:
- Estoy harto de trabajar y de compartir mi vida con una esposa aburrida, que no me aprecia.
Como el cantinero, a veces el taxista es como un confesor, con quien la gente desahoga sus penas, le pregunté si me quería contar lo que le sucedía y así, tal vez, podría sentirse mejor. Me dijo:
- Lo que yo deseo es un cambio de vida. Deseo tener una nueva experiencia, una verdadera experiencia que cambie mi vida -vaciló un momento, y continuó con cierta vergüenza-: Quisiera tener una experiencia... gay.
Le dije que, si realmente lo deseaba, el lugar de donde había salido era propicio para hacer contacto. Me miró fijamente y me dijo que se había dado cuenta de ello, pero nada le había gustado. Luego, guardó silencio durante un rato.
Seguí conduciendo, a la vez que me daba cuenta de que él parecía estar nervioso. De pronto, decidió decir lo que realmente pensaba:
- Quiero tener una experiencia gay... ¡contigo!
Lo miré con cierta sorpresa y finalmente le dije:
Bueno... yo no... ¡soy casado!
Eso no tiene importancia. ¡Yo también!
Después de un momento de silencio, le dije:
- Lo puedo llevar a otrso lugares donde fácilmente hará contactos.
Me miró con un tono de duda y percibí en sus ojos cierto aire de súplica que me hizo flaquear. Me dijo:
- ¡Por favor! No quisiera hacerlo con nadie más.
Después de dudar un momento, de pensar en mi esposa y de reconocer que me parecía atractivo, acepté.
- Está bien -le dije-. ¿Vamos a un motel?
Asintió con la cabeza y comenzó a tocarme la entrepierna. Entonces, también yo alargué la mano, para posarla sobre su excitado paquete. Pude darme cuenta de que era grande y de que ya estaba duro.
Él comenzó a sobarme, suavemente al principio y más enérgicamente, luego. Trataba de concentrarme en el camino, pero su manipulación me hacía difícil la tarea.
Detuve el auto junto a la acera en un lugar oscuro, en tanto él me miraba con ojos febriles y, abriéndose la bragueta, se sacó el pene, que estaba completamente erecto. Era una verga larga y gruesa que mediría unos buenos 22 ó 23 cm. Eso intensificó la erección que yo ya tenía. De pronto, mientras lo masturbaba con la mano derecha, él, con la izquierda comenzó a tocarme el bulto que se había formado en mi entrepierna, masajeándolo con la palma de arriba hacia abajo. Poco a poco me fue enloqueciendo.
Suavemente, fui acariciándolo hasta que, al parecer, sintió que ya no podía más y que estaba a punto de eyacular. Entonces, retiró mi mano de su pene y con voz suave y ojos nublados por el deseo y la excitación, me dijo:
- ¡Detente! Ya no aguanto más.
Dejé de acariciarlo y, sin decir nada, bajé mi cabeza y comencé a chuparle el pene lentamente, acariciándolo con mi lengua, mientras con mi mano izquierda me masturbaba yo mismo. De pronto oí que él emitía un ronco gemido y luego me llenó la boca de leche.
Tragué aquel semen que salía a borbotones por el pequeño agujero de su verga y con mi lengua lo dejé limpio completamente. Seguí acariciándome, buscando mi propio orgasmo, pero él me detuvo.
Apretó mi mano entre las suyas, se acercó a mi y me besó en los labios. En ese momento me susurró al oído:
- Llévame a algún lugar donde podamos estar solos... ¡Pronto!
Poniendo en marcha el vehículo, puse rumbo a un motel, que no estaba demasiado lejos. Me apresuré a llegar a él, porque para entonces ambos teníamos ganas de coger toda la noche y ya no aguantábamos más.
Entramos, busqué una habitación vacía, me estacioné y, con rapidez, me bajé a cerrar el portón. Fue él quien pagó y subimos al piso superior. Ya adentro, él se sentó en un sillón. Yo, me dirigí al baño. Cuando regresé, se había quitado la camisa y se confirmaba lo que antes había visto: dos pectorales bien formados, bronceado, con abundante vello. Se acercó dificultosamente a mí y me besó, metiendo su lengua hasta mi garganta. Entonces, lo guié de la mano hasta la alcoba.
Una vez adentro de la habitación, comenzámos a manosearnos con deseperación, sin dejar ni un lugar por explorar. Comenzamos a desvestirnos y fui besando cada porción de carne que quedaba al descubierto. Tenía finas caderas y muslos firmes y poderosos.
Lo tendí en la cama y mi lengua fue haciendo el trabajo, desde el cuello, deteniéndome largamente en sus tetillas, hasta que finalmente llegué a su vientre. Lo chupé por todos lados. El hombre gemía y se estremecía mostrando una nueva y poderosa erección, por lo excitado que estaba. Un espasmo mayor llegó cuando bajé su diminuto slip y le comencé a chupar el pene, alternando con mordiscones y lamidas, en tanto con mis dedos trataba de penetrar al interior de su culo.
Me detuve un momento para quitarme la última prenda que me quedaba, momento aprovechado por él para lanzarse sobre mí y comenzar a chuparme la verga, enloquecido, apretando mis nalgas y gimiendo hasta que se detuvo y me pidió que lo cogiera porque no aguantaba más.
En ese momento, me tendí sobre él, le levanté las piernas sobre mis hombros y, sin misericordia, lo penetré en el ano con toda mi fuerza, comenzando a cabalgarlo descontroladamente. El hombre gritó fuertemente al sentir aquella embestida, pero pronto me pidió que no me detuviera y le diera más y más. En cada embestida le metía mi verga hasta el fondo, chocando mis huevos contra sus nalgas, a lo cual él respondió con gritos y gemidos de placer, que evidenciaron la pronta llegada de su orgasmo, que luego se presentó con una fuerte eyaculación, que lanzó un chorro de semen con el cual me manchó el vientre.
Cuando a mi vez estaba a punto de llenarle el recto de esperma, me detuve. Retiré mi verga hasta casi sacarla y lo miré directamente a los ojos. Con fuerza, lo penetré nuevamente. Vi su cara de placer, al tiempo que su boca exclamaba casi a gritos:
- ¡Más... más!.
La impresión de ver su cara congestionada por el deseo, me llevó a lo máximo y le llené el recto de leche, al mismo tiempo que un grito gutural salió de mi garganta. Me derrumbé sobre su pecho, mientras nos manoseábamos mutuamente.
Pedimos unas bebidas y así, bebiendo y hablando, estuvimos una media hora, tras de la cual, él ya estaba bastante excitado otra vez y comenzamos el acto sexual nuevamente. Mi boca estaba activa sobre sus tetillas, chupando sus pezones en tanto mis manos recorrían toda su anatomía.
Besé su boca, que se abrió para dejar entrar mi lengua. Entonces, me incorporé y me coloqué frente a él en posición de 69. El hombre comprendió mis intenciones y tomó activamente mi verga entre sus labios, besándome, chupándome y mamándome, hasta llegar a su garganta. Sentí que le provocaba una pequeña arcada, pero la superó y se concentró en la deliciosa tarea, que me estaba produciendo tanto placer y me trasportaba rápidamente hasta las estrellas.
Por mi parte, mi boca y mi lengua no tenían reposo. Besaba una y mil veces su gran verga, lamía toda la extensión de su miembro, erecto como un verdadero campeón, y chupaba su glande con delirio.
A cada momento me lamía y me chupaba el pene con más fuerza, lo que me hacía sentir más y más excitado. Muy pronto estaba al borde de la eyaculación y quise retirar mi verga de su boca, pero él en un gesto enérgico, me retuvo.
Continuó ciegamente y no atendió a mis súplicas de una tregua. De pronto, no pude más. Un geiser de esperma brotó que mi pene e inundó su boca. El hombre tragó hasta la última gota y no dejó de mamar, impidiendo así que se bajara mi erección y propiciando que mi verga deseara casi de inmediato más acción.
- Ponte cómodo, que me quiero subir -indicó.
Me acosté boca arriba y él, rápidamente, se montó en mí. Colocó su culo directamente encima de mi pene erecto y descendió. Su ano lubricado, excitado y distendido, casi no opuso resistencia alguna. El pene entró con facilidad y me sentí en la gloria.
Iniciamos un rítmico movimiento de vaivén y, él, unos minutos más tarde, prorrumpió en un grito bestial, evidenciando que un orgasmo igualmente poderoso lo había acometido.
Yo, seguí bombeando unos diez minutos más, sintiendo cómo, lentamente, me iba acercando a un nuevo clímax. Pero el tiempo trascurrido y la actividad que yo desplegaba, también lo excitaron nuevamente y pude darme cuenta de que tenía una nueva erección, deseosa de otra feroz culminación.
Estábamos como locos. Él gritaba y yo también, hasta el punto de que nos descontrolamos pidiendo él más y más fuerte. Yo tenía mi verga metida hasta el fondo y no se la sacaba. Comencé a masturbarlo, al tiempo que acelerábamos el movimiento, hasta que, entre gritos y espasmos, acabamos casi juntos llenándolo de mi leche nuevamente.
Exhaustos y tirados en la cama, nos quedamos quietos hasta que el sueño nos invadió y finalmente, nos quedamos dormidos. Cuando desperté, ya comenzaba a clarear. Miré a mi lado y él estaba dormido, y pude distinguir goterones secos de semen sobre las sábanas, recuerdo de nuestra batalla campal.
Lo desperté y él de mala gana, procedió a vestirse. Salimos y lo llevé hasta un elegante edificio de apartamentos. Al bajar del taxi, me pagó con un billete grande, como muestra de agradecimiento.
Entonces, me dirigí a casa. Mi esposa aún dormía, por lo que fui al baño. Abrí la llave del agua y me metí bajo el chorro. Mientras me bañaba, no pude evitar tocar mi pene y comenzar a masturbarme con el recuerdo de lo acontecido. Entonces, caí en la cuenta de que no conocía ni su nombre.
Autor: Amadeo