Taxi
Un viaje en taxi que acaba en una corrida en las tetas de Clara
Ella no sabe que le espera, esas braguitas son nuevas para ella, pero esa tarde es de los dos, suya y de él, del deseo, de la risa y de la humedad de sus labios.
El mando oculto deja claro quién tiene el poder, hoy, él va a decidir donde, como y cuando se va a correr. No va a haber concesiones ni treguas, hoy se folla como manda él. Quiere que se corra a gritos, arañando, golpeando e incluso sufriendo, no desea otra cosa que verla moverse delante de otro hombre, agitarse, sudar, suspirar y retozar como una puta. Es su puta, de nadie más.
En el restaurante el vino sube el brillo de la copa, la mirada de ella es diferente, tiene luz, sabe que es su tarde, el placer de ella es la única meta para él.
Le pide que se suba el vestido hasta los muslos, el final de las medias se muestran pero no se ve.
El juego ha empezado, no hay marcha atrás.
Le pasa la mano por el muslo, el restaurante es calido y las yemas de sus dedos también. El vestido ahora si que muestra lo que él quiere que se muestre, una media con fin...pero de tela, la piel continúa, suave, tersa, firme y al final humeda.
Al pedir el vino el camarero se acerca y ve con toda nitidez el fin de la media. Ella entre nerviosa y excitada se queda inmóvil, solo sabe sacar una sonrisa que se vuelve mueca por la situación. Durante un segundo el hombre fija la mirada en las bragas, se ve la tela oscura que hace de pequeña división entre él y un coño humedo que espera ser mordido, tocado y penetrado.
El palpitar del corazón recuerda a un tamborilero, un sonido que reafirma que le ha encatado ser observada, pero sobretodo, deseada.
Tiene prohibido bajarse el vestido, en esa postura «descuidada» se desarrolla toda la cena.
La pareja no había conocido camarero tan servicial; el vino, los platos, el postre, el café, las copas y los chupitos son la excusa para mostrar al mundo una erección que a dura penas puede ocultar.
Y justo en ese momento, cuando el camarero está frente a ella, él acciona el mando.
En un pequeño gesto deja claro quien manda, ella aprieta la servilleta mientras baja el rostro.
Las vibraciones inundan como un tsunami todo su cuerpo, directo en el clitoris la vibración actúa como un resorte que en un movimiento reflejo provoca que ella abra las piernas.
Un placer tenso que lleva a los dos una situación jamás vivida.
Entre las preguntas del camarero y los monosílabos de él ella se humedece hasta empapar el poco bello púbico que se ha dejado.
Entre idas y venidas del camarero el mando es accionado, cada vez que se iba suspiraba, cuando volvía abría las piernas para dejar brotar el placer que le provocaba las pequeñas descargas. Estaba desatada, desinhibida y contenta. Se lo estaba pasando de puta madre.
Y él disfrutaba viéndola tan bella y suelta. La ama, y mucho.
En un último gesto del camarero para situarse una polla que pedía a gritos saltar del pantalón nos trae la cuenta.
Pagamos y nos vamos, no antes del que el camarero nos invitara a venir de nuevo; «espero verlos pronto».
Besos y manoseos son ahora el único mantra que recitan en cada esquina del barrio de ruzafa.
Los pub son la excusa para tocarse y besarse, y en cada copa una descarga que la vuelve loca. En un momento ella le pide que la deje correrse, él se niega, «la tortura» no ha terminado.
«te voy a follar mientras un taxista se corre en tu vestido»
Una frase lapidaria que la hace dudar, pero el no la deja ni pensar, su mano es un arma eficaz que impide el razonamiento en ella, solo quiere correrse, y si es mientras un tío se pajea le da igual, incluso es un morbo que no la atenaza.
Eligen un taxista, un cuarentón normal, un argentino bien parecido.
Las ordenes son claras, ella entrará atrás por la puerta derecha, él por la del conductor. Nada más entrar, la obediente zorra se sienta de forma que se le vea las bragas. Un vestido a medio muslo pone en alerta al taxista.
«nos va llevar a un lugar reservado cerca de la playa del Saler»
El conductor obedece sabiendo que va ser un rato memorable. Él se abalanza sobre ella y la besa mientras le toca el pecho. Está todo vendido, es una guerra sin cuartel donde no cabe prisioneros.
Los gemidos hace que el taxista regule el retorvisor para no perderse un instante de lo que acontece en la parte de atrás de su coche.
La erección del taxista compite con la de él, ella se abalanza a sacarle la polla y a masturbarle como si la vida le fuera en ello. Cuando detiene el vehículo el taxista se acomoda como el que va ver un buen espectáculo.
Ella con un desenfreno total se quita las bragas y se comienza a masturbar. Él le pide contención al taxista; «se ve pero no se toca».
Los gemidos de ella son música celestial que provoca en el taxista una erección de oro olímpico, una polla gruesa y venosa que haría las delicias de cualquier coño ansioso.
Se saca los pechos mientras se agacha para hacerle una mamada a su pareja, todo ello en una posición que ofrecía al taxista un panorama inmejorable, un culo firme y un coño entreabierto y humedo por la excitación.
A pocos centímetros ella sabe que tiene otra polla enorme, hecho que la pone más cachonda todavía, situación inimaginable que entre el miedo, la duda, los nervios y la excitación, sobre todo la excitación, hará del momento un recuerdo imborrable.
Él le pide que se ponga de cara mirando al taxista, con el culo como altar para la penetración le introduce la polla en un coño humedo y al rojo vivo.
Así subiendo y bajando disfrutan ambos de un polvo deseado, y en frente, a escasos centimetros un hombre con un miembro enorme al borde del colapso.
Tal es la excitación de ella que le pide al conductor que le toque los pechos, el hombre lanza una mirada de permiso hacía él que es concedida al instante.
Ahí, ellos follando y un desconicido sobando a su mujer, él logra una fantasía enormemente esperada.
De los pechos a los muslos, y de los muslos al coño ocupado por la polla de su pareja, el taxista disfruta de un cuerpo nuevo para él. Ella con una excitación total saborea las manos de otro hombre, un tío que ni siquiera habría mirado a los ojos en otra situación.
Pero hoy era otra, una auténtica puta que disfrutaba de la penetración y del magreo de unhombre al que no conocía de nada.
En un gesto el hombre le acerca la polla y ella se la agarra para masturbarlo, una paja descomunal con un miembro que le obliga a abrir la mano más de lo normal para albergar tal grosor.
«chupar no, solo paja» dice él mientras ella obedece...el taxista se conforma.
Y justo en el momento que ella se empieza a correr, el conductor vierte todo el esperma en brazos, pechos y muslos.
La primera experiencia delante de otro hombre que Clara jamás olvidará.