Tatiana, Juegos lujuriosos Cap II

Una joven y hermosa madre es engatusada por una pareja de maduros para que los deje extraer la leche materna de sus hinchadas ubres. El comienzo de una gran saga.

TATIANA

CAPÍTULO 2

MARTA

Marta estaba desnuda junto a su marido. Eran las dos de la tarde; él debería estar en la universidad haciendo sus cosas de decano, pero lo que habían vivido en la casa de Tatiana los había calentado de tal forma que, apenas llegaron a su casa, hicieron el amor como hace años no lo hacían. Con una pasión animal, sin tapujos ni limitaciones, Benito la enculó bruscamente y, pese al dolor, ella había gritado de placer.

Ahora se encontraban acostados en su cama matrimonial, aún agitados por el esfuerzo que les significó fornicar con aquella inusitada intensidad.

―Apenas puedo creer lo que pasó ―dijo Benito―. Ni en mis sueños más morbosos imaginé que iba a comerme esas tetas… ¡Y que tetas, Dios mío!

Marta se volteó de lado, apoyó su cabeza en una mano y con la otra empezó a acariciar el pecho entrecano de su marido.

―Y le gustó. ¿Te diste cuenta?, a la muy zorrita le encantó. ―Marta estaba entre asombrada y feliz.

―No solo le gustó, estoy seguro que se corrió.

―Sí, se corrió. ¿No le viste la cara mientras le chupábamos esas tetazas?

―Soberbia. Y ella misma nos lo pidió, o por lo menos es lo que ella cree. Aún no entiendo como la convenciste, vieja… Piñizcame por favor.

Ella no lo dudó un segundo y le dio un fuerte apretón en la barriga. Benito soltó un gritito y se largaron a reír.

―¿Y qué haremos ahora? ―preguntó Marta.

―No podemos dejar pasar esta oportunidad. Ella confía en ti, y es tan ingenua que no se da cuenta que, cada vez que hace lo que tú le aconsejas, más le costará dar marcha atrás. No, es definitivo, esto tenemos que aprovecharlo a concho.

Marta imaginó a su marido penetrando a Tatiana; de la misma forma que se lo imaginó innumerables veces cuando él llegaba tarde y ella sabía que tenía una “reunión” con alguna de sus alumnas dispuesta a todo por pasar algún ramo.

―Quiero ver que la encules, Benito ―dijo Marta con una sorpresiva ansiedad―. Quiero ver su rostro cuando sienta toda tu bestia penetrándola.

―Sí, sería fantástico poseerla frente a ti.

Marta se percató que la hombría de su marido volvía a erguirse y de inmediato la atrapó con su mano.

―Llegaremos a eso y más ―prometió Marta―. Antes me remordía la conciencia un poquito pensar en las intenciones que tengo de llevarla a las reuniones, pero después de lo de hoy… No, no hay pero que valga; es demasiado el morbo que me da aprovecharme de ella. Es tan inocente y bonita. Tiene un marido tan guapo. ―Se mordió el labio y apretó el miembro que acariciaba con tal intensidad que le arrancó un gemido a su marido; no supo si de placer o de dolor, o ambos, pero no le importó. No podía arrancarse de la cabeza las ideas que por miles se arremolinaban en sus pensamientos; todas luchando por un espacio para que su imaginación les diera forma, y su ingenio prioridad, para hacerlas realidad.

―¿Cuánto crees que tarde en pedir otra sesión? ―preguntó Benito, mientras disfrutaba del frenético masaje―. ¿O no será mejor que le impongamos repetirlo cada cierto tiempo?, como un tratamiento a largo plazo o algo así.

―No, vamos a dejar que ella nos llame ―dijo Marta con seguridad―. Cree que le hacemos un favor y eso le suma una buena cuota de morbo, ¿no crees? Que te lo agradezca, que se deshaga en agradecimiento mientras nos aprovechamos de ella… Uf, claro que eso me pone, ¿a ti no?

―Sí, tienes toda la razón. ¡Y nos quería pagar! ―Benito llevó la cabeza de su mujer a su miembro ya completamente erecto. A Marta no le molestó para nada, lo engulló con placer mientras su mano seguía masturbándolo ahí en la base junto a sus bolas―. Ya me imagino a Tatiana devorándome la verga. Esa preciosa boquita comiéndomela toda… mmm, mientras acaricio su espalda y su culazo, animándola a beberse toda mi leche.

―No se preocupe, mi viejito… mmm… Antes de lo que te imaginas… mmm… conseguiré que Tatiana… mmm… adore tu tremenda vergota ―prometió Marta entre lamidas y chupetones.

Benito no aguantó mucho más. Las promesas de su mujer de que dispondría de su hermosa vecina para liberar todos sus morbosos deseos, y el fresco recuerdo de la sabrosa piel de Tatiana, fueron demasiado para él. Descargó chorros de denso semen en la boca de Marta. A ella nunca le había gustado mucho que eyacularan mientras chupaba; sin embargo, al imaginarse a la hermosa rubia en su lugar, disfrutó al recibir los fluidos cargados de espermios de su marido.

Marta no se retiró al baño a escupir lo capturado en su boca como siempre. Muy por el contrario, se lo tragó todo y se quedó ahí, limpiando con cuidado cada gota de semen con su lengua, asegurándose que Benito se diera cuenta que se había portado como una buena perra.

―Ya se me ocurrió algo ―dijo de pronto Marta, aún con la flácida verga de Benito en la cara.


Eran las seis de la tarde. Benito había vuelto a la Universidad hace rato, resignado, pues su mujer no le había querido contar nada sobre el plan que pretendía llevar a cabo para continuar engañando a Tatiana.

Marta estaba pegada a la ventana del segundo piso. Desde ahí se podía ver con claridad la portería del condominio. Sabía que a esa hora acostumbraba a llegar del trabajo la persona que debía intersectar antes que llegara a su casa. Después de meditarlo toda la tarde, estaba convencida que debía intervenir en los acontecimientos que se desarrollarían en la intimidad de sus vecinos. Era poco probable que lo sucedido aquella mañana les estallará en la cara, pero no podía dejar pasar la oportunidad de sacarle aún más provecho a la información “privilegiada” que disponía.

Por fin llegó el vehículo que esperaba. Demoraría en que el guardia le abriera la barrera el tiempo justo que a ella le tomaría bajar las escaleras, salir e intersectarlo en la calle. Por tanto, se apresuró a su cometido; en unos segundos llegó al borde de la acera y, apenas vio el auto, le hizo señas para que se detuviera.

―Señora Marta, ¿cómo está?, ¿todo bien? ―la saludó un apuesto hombre de traje.

―Sí, Pedro, gracias. Solo quería hablar un momento contigo.

Pedro se estacionó y bajó del auto. Era un hombre alto y bien parecido, la chaqueta le entallaba bien, llevaba la corbata suelta y el botón de la camisa desabrochado. Su corte de pelo moderno y estratégicamente desordenado le brindaba un aire juvenil y formal al mismo tiempo.

―Quería hablarte de Tati ―dijo Marta, no antes de asegurarse que nadie los escuchara y así llamar más aún la atención de su interlocutor―. No te preocupes, no es nada grave. Pero tú sabes el cariño que le tengo y creo que es mi deber decirte que… ―se detuvo, dejándole claro a Pedro que le costaba encontrar las palabras precisas para lo que le quería decir.

―¿Decirme qué? ―la apresuró el hombre. No parecía molesto, sino algo divertido ante las dudas de la amiga de su mujer―. Señora Marta, usted sabe que es la mejor y única amiga de mi esposa en esta ciudad. Ande, no se amilane y dígame lo que tenga que decirme, que para eso tenemos confianza, ¿no?

―Sí, Pedrito. Tienes razón; pero una es de otra generación y nos ponemos algo nerviosas cuando tocamos estos temas ―se disculpó Marta―. Lo que pasa es que tú sabrás que Tati tiene problemas en sus…”bubis”, con eso de la leche.

―Lo sé. Incluso le compré un extractor.

―A eso quería llegar. Verás, ella lo usó y alivió bastante su malestar. Y bueno, es cierto que le ha hecho bien, pero en mi experiencia es necesario dejarla descansar y dejar que se recupere…, ¿me entiendes?

―No se preocupe, señora Marta, la voy a convencer para que descanse…

―Eso está bien. Pero lo realmente importante es que descansen sus pechos, muchacho ―lo interrumpió Marta. Al verlo confundido le explicó―: No le hará bien a Tati que la toques en forma “íntima” ahí donde le duele ―le dijo casi susurrándole.

―Aaah. Comprendo.

―Le pedí que hablara contigo, pero ambos la conocemos y sabemos que no te dirá nada. A ella, como la muchacha decente que es, le cuesta hablar de estos temas; pero es por su propio bien. ―Viendo que Pedro solo asentía, Marta continuó―. Y, por favor, te pido que no le digas nada. Cuando le dije que yo podría hablar contigo casi se muere de la vergüenza. Ella está muy enamorada de ti y no quiere faltarte en nada. Si hago esto es por su salud, pero tengo miedo de que se enoje conmigo si sabe que yo me metí en algo tan privado de ustedes.

―No se preocupe, mis labios están sellados ―dijo Pedro, agradecido.

Marta le tendió la mano, lo felicitó por el pequeño hermoso que tenía en casa y por su preciosa familia, y se despidió. Cuando volvía a su casa, no pudo evitar sonreír, todo había salido a la perfección.

TATI

Tatiana estaba tumbada en la cama. Pedro acababa de despedirse con un beso y se había ido al trabajo. La joven madre se levantó, se asomó a la cuna de su bebé y sonrió; Benjita estaba plácidamente dormido. Decidió ducharse antes que despertara. No sería un baño de tina como el día anterior, esos los tomaba más tarde y en general lo hacía para aliviar la dolencia que el exceso de leche en sus pechos le generaba. Esa mañana, esas molestias eran apenas perceptibles, el dolor verdadero venía de más adentro, del corazón. Había hecho el amor con Pedro; como pocas veces ella lo había buscado, aún afectada por las nuevas sensaciones descubiertas en la terapia que desinteresadamente le donaran sus vecinos. Sin embargo, su marido, pese a todos los esfuerzos que ella hizo por tentarlo a tocar y besar sus pechos, evitó el contacto íntimo con ellos. Si bien es cierto que la había penetrado, con el cariño y la pasión acostumbrada, ella tenía la esperanza de replicar el increíble orgasmo que había sufrido a manos de la señora Marta y don Benito; cosa que no sucedió. Por lo menos esperaba hacer que Pedro succionara de su leche, así no tendría que volver a molestar a otras personas para aliviar su martirio, pero fue inútil; la señora Marta tenía razón: algunos hombres no toleran la leche materna, y su amado Pedro era uno de ellos. Maldijo su suerte.

Dos minutos después, ya más relajada, bajo la regadera que arrojaba tibias gotitas de agua sobre su cuerpo, agradeció al cielo la amiga que tenía en la señora Marta. Y ya no era solo ella, su marido, don Benito, había demostrado ser un hombre de buen corazón, una persona dispuesta a auxiliar a los demás desinteresadamente. ¿Quién sino habría hecho un curso para ir en ayuda de mujeres necesitadas?, incluso poniendo en riesgo su propia relación. Tatiana aún no entendía como su amiga podía ver a su marido manteniendo un contacto tan íntimo con otras mujeres y, en vez de sentir celos o rabia, sentir orgullo y placer de verlo socorrer a otras personas. Inclusive ayudándolo como el día de ayer, cuando la propia señora Marta se había puesto manos a la obra para tratarla.

«Qué ejemplo de seres humanos ―pensó la joven, mientras secaba su cuerpo frente al espejo del baño.»

Contemplándose ahí, frente al cristal semi empañado, apreció las curvas de su cuerpo. Sus simétricos hombros caían elegantes, formando la silueta de sus brazos y enmarcando sus increíbles senos que, si bien se mantenían hinchados, ya no le dolían; ahora eran pura perfección. Continúo observando su cintura hasta que llegó a sus caderas. Se volteó ligeramente para ver la redondez de su trasero y el recuerdo de la mano de don Benito sobre su nalga hizo que se llenara de culpa. Estaba segura de que su vecino la había tocado con la intención de incentivar esas extrañas sensaciones que terminaron en tan buenos resultados para su tratamiento, pero ella se culpaba por haber disfrutado sexualmente el bienintencionado tacto del esposo de su estimada amiga. Se moría de vergüenza al pensar que don Benito le hubiera contado a la señora Marta que había sido ella misma la que había tomado su mano y la había puesto sobre su trasero, buscando que le diera placer; no a él, obviamente, ya que solo practicaba un procedimiento médico, sino a ella, y en las narices de su amiga. ¡Dios! ¡que mala había sido!

Se concentró para no pensar más en eso y se fue a vestir al dormitorio. Se puso unas calzas deportivas y un peto pues pretendía entrenar esa mañana. Benjita despertó a los minutos, llorando, pidiendo el sagrado elixir que hasta el día anterior solo había estado reservado para él. Tatiana amamantó a su pequeño hasta que estuvo satisfecho; luego lo depositó en la cuna y dejó que se entretuviera con un móvil motorizado lleno de luces. Fue a la cocina y se dispuso a preparar su desayuno. Terminaba de lavar la loza cuando sonó el timbre.

―Señora Marta ―saludó alegremente.

―Tati, ¿cómo estás? Hoy vine temprano. Quería saber cómo te sentías ―dijo la señora Marta al entrar y dejar su cartera en el sillón―. Espero no te moleste.

―Pero qué dice. Usted nunca me molesta. ¿Los chicos se fueron temprano?, ¿y don Benito?

―Sí, todos partieron y me dejaron sola. Es la ley de la vida. Nada se puede hacer ―se lamentó Marta―. Pero, dime, ¿cómo estás?, ¿cómo están tus “compañeras”?

―Genial. La verdad no sé cómo agradecerle a usted y a don Benito. El dolor ha desaparecido ―afirmó alegremente Tatiana.

Pasaron la mañana juntas cuidando a Benjita y haciendo los quehaceres del hogar. Tatiana insistía en que las labores de la casa le correspondían a ella, pero la señora Marta le rebatía diciéndole que ella estaba convaleciente y debía dejar que la ayudara.

Ya era casi medio día; estaban sentadas en la cama matrimonial, viendo como jugaba el bebé con unos bloques, cuando la señora Marta quiso controlar el estado de Tatiana.

―Muéstrame las bubis, querida ―dijo con la mayor tranquilidad del mundo.

Tatiana se sorprendió.

―Ya está bien, señora Marta. Deje de preocuparse por mí. Viene temprano, me ayuda con la casa y ahora que se puede relajar un momento quiere examinar mis pechos ―la regañó, entre divertida y extrañada.

―Es porque me preocupas, cariño. No subestimes lo que te pasa; Benito fue bastante claro ayer: te atendimos justo a tiempo. Lo tuyo pudo haber sido más grave ―le reprochó la señora Marta en un tono no tan divertido―. Anda, muéstramelas.

Tatiana se sacó el peto y dejó sus increíbles senos libres a escasos centímetros de su amiga. Aún no se acostumbraba a que la vieran desnuda y, al ver la atención desmedida con que la señora Marta examinaba sus ubres, se puso algo nerviosa. Pero no tardó en sentirse tonta; su vecina era una mujer igual que ella y estaba preocupada por su salud. De pronto creyó saber porque le había pedido que la dejara verificar el estado de sus pechos.

―No es ninguna molestia física lo que me tiene algo cabizbaja, señora Marta ―dijo, mientras tomaba su peto para volver a ponérselo.

―Tranquila, niña ―la atajó su mentora―. No te pongas eso todavía. Ven, date vuelta. ―La obligó a correrse y sentarse de espaldas hacia ella―. Cuéntame que te pasa mientras te hago el tacto de control.

Sorprendida, Tatiana sintió como su amiga la rodeaba desde atrás y capturaba delicadamente cada uno de sus pechos, atrapándolos con toda la extensión de sus manos, presionándola contra su cuerpo. Percibió el roce de la blusa de la Señora Marta contra su espalda al mismo tiempo que se iniciaban simétricamente las palpaciones sobre el costado de sus hinchados senos, para luego ser levantados como dos bolas de cristal, restregándolos entre sí.

―Según me explicó Benito, las mujeres que sufren de exceso de leche materna pueden generar durezas en las carnes blandas recién liberadas de la presión. Para evitarlo se deben hacer masajes que relajen las zonas de mayor tensión ―explicó la señora Marta―. Pero dime, querida, ¿qué te pasa? ¿Por qué estas triste?

Los masajes de su amiga habían desconcertado a Tatiana. Era un examen, pero tanto había anhelado las caricias de su marido ahí donde ahora le hacían aquellos sobajeos que no pudo evitar cerrar los ojos y dejarse hacer.

―¿Qué puede ser tan grave que no me puedas contar? ―La insistencia de la señora Marta la sacó de su ensimismamiento.

En cualquier otra situación, hablar de la intimidad que compartía con Pedro la habría incomodado sobre manera. Sin embargo, las extrañas sensaciones que volvían a su cuerpo, las mismas del primer tratamiento, aunque en menor intensidad, desinhibieron su razonamiento. Además, estaba con su mejor amiga. ¿A quién más podría contarle?

―Es Pedro, señora Marta ―confesó Tatiana―. Anoche hicimos el amor.

―Eso es… lo más normal del mundo ―aseguró Marta. Su voz sonaba agitada. Tatiana pensó que estaba cansada de amasar sus ubres, pero sentía tan bien que no le dijo que se detuviera.

―Sí, pero yo quería que me tocara mis pechos. Así como don Benito y usted lo hicieron ayer ―se desahogó la joven―, pero no quiso. Por más que se los ofrecí, los rechazó.

MARTA

Desde el minuto que llegó había ansiado disfrutar de las productivas mamas de su hermosa vecina. Esperó toda la mañana, hablando de trivialidades, ayudándola en los quehaceres del hogar y atendiendo al pequeño Benjamín. No la dejaba hacer mucho; con la excusa de proteger su estado de salud, se adelantaba a cualquier esfuerzo que pretendiera realizar. Pero una vez que encontró la oportunidad dejó su paciencia de lado y, mordiendo el entusiasmo que bullía en su interior, le pidió a Tati que se desnudara con la excusa de examinarla.

La inocente joven había tratado de evitarlo argumentando que no quería abusar de las buenas intenciones de Marta. Pero ella, confiada en sus dotes de embaucadora, insistió, explicándole lo importante que era controlar los resultados del tratamiento y descartar complicaciones inherentes al mismo. Así había vuelto a admirar de primera mano las increíbles tetas de su vecina, apenas disimulando los deseos que le provocaban. Aun cuando Tati había tratado de volver a ponerse el peto, Marta no dejó su papel de amiga preocupada, le quitó la prenda y la obligó a sentarse de espaldas frente a ella y la abrazó por detrás agarrando las enormes pechugas que anhelaba volver a tocar.

Ahora, oculta a la vista de Tatiana, pudo morderse los labios y cerrar los ojos concentrándose en sentir en sus manos la forma firme y suave de los increíbles pechos de su protegida. Los amasó de forma simétrica, aclarándole que era la forma de descartar cualquier complicación en el tratamiento. No pudo evitar pegarse al cuerpo de Tati, apretándola contra sí. Respirando a escasos milímetros de la piel desnuda de su hombro, pudo oler su aroma: mezcla de juventud y de las finas cremas corporales que usaba. Manoseo las ubres y le encantó constatar la erección de los pezones que coronaban el objeto de su deseo; sabía que aquel contacto, por muy disfrazado de procedimiento médico que estuviera, no pasaba inadvertido a las reacciones lujuriosas de Tatiana. Seguramente ella no lo aceptaba ni consigo misma, pero ¿qué más daba?

Marta sentía maravilloso abrasándola y manoseándola. Le entraron unas ganas terribles de morder su cuello, darla vuelta y chuparla toda. Era extraño, nunca había sentido aquellos deseos por otra mujer. Es cierto que en las reuniones le había tocado participar en actos íntimos con otras mujeres, y no le habían desagradado del todo, pero con Tatiana era diferente, era tan hermosa y tenía un cuerpo tan perfecto que habría dado lo que le pidieran por tener una buena verga y poseerla sin límites. Además, saber que aquella chica compartía la cama con Pedro, el hombre más atractivo del condominio, la calentaba en extremo. Si Pedrito supiera lo que le hacía a su princesa, ¿Quién sabe?, quizá hasta se sumara al juego.

En todas esas morbosidades pensaba mientras mantenía la conversación con Tatiana, tratando de distraerla para que esos momentos duraran lo más posible. No fue hasta que la angustiada joven tocó el tema de su noche de sexo con Pedro que Marta se mostró realmente interesada.

―Es Pedro, señora Marta―confesó Tatiana―. Anoche hicimos el amor.

―Eso es… lo más normal del mundo―dijo Marta. Apenas pudiendo disfrazar su agitada respiración.

―Sí, pero yo quería que me tocara mis pechos. Así como don Benito y usted lo hicieron ayer―se desahogó la joven―. Pero no quiso. Por más que se los ofrecí, los rechazó.

La satisfacción que sintió al confirmar el resultado de su pequeña artimaña la indujo a sonreír maliciosamente mientras apretujaba los melones que supuestamente examinaba. Marta se había dado cuenta del placer que Tatiana había descubierto durante el primer tratamiento que se dejó practicar por Benito. Estaba segura que más temprano que tarde iba a buscar replicarlo con su marido; con la única persona con la que le estaba permitido sentir ese tipo de gozo. Por eso había actuado rápido y se había anticipado a que Tatiana encontrara en Pedro una alternativa al alivio de sus pechos. Intersectándolo y engañándolo la tarde anterior se había asegurado de que su ingenua amiga solo pudiera desahogar sus dolencias con sus caritativos vecinos.

―Pero querida… acaso no te dije ayer lo complicado que puede llegar a ser para algunos hombres este tipo de problemas―la reprochó cariñosamente.

―Lo sé, señora Marta. Pero quería probar―se disculpó Tatiana―. Quizá convencerlo de que él siguiera con el tratamiento. Y así no abusar de la buena voluntad de don Benito.

―¡Ay! Pero que cosas dices―la reprendió Marta, empujándola para que se diera vuelta y quedara frente a ella―. Para nosotros en un placer ayudarte, ya te lo he dicho muchas veces. Eres mi amiga más querida y desde ya te digo que, quieras o no, Benito y yo seguiremos ayudándote en lo que necesites.

Tatiana se llevó las manos al pecho, emocionada, y sorpresivamente la abrazó.

―¡Gracias!, señora Marta. No sabe cuánto significa para mí contar con usted.

Marta devolvió el abrazó rodeando el dorso desnudo de la inocente rubia y presionando los gloriosos senos llenos de leche contra los suyos propios. ¡Que delicia habría supuesto haber estado también en toples!, pensó; que increíble habría sido sentir el apretón de sus pechos contra los de Tatiana, el roce de piel contra piel y el encuentro de sus pezones. Tuvo que reprimir el impulso de sacarse la blusa y el sostén, y restregar con pasión sus acalorados cuerpos. Se alivió pensando que solo era cosa de tiempo para poder llegar a eso; sabía que era el momento de la resignación. Todo iba viento en popa y no podía echarlo todo a perder por un arranque de lujuria. ¿Pero quizá una pequeña probadita?

―Ya está bien―dijo separándose de Tatiana―. Pero debes prometerme que no le insistirás a Pedro con eso. Recuerda lo que te dije: hoy solo siente rechazo por la leche de tus mamas; pero si insistes y él, por amor, cede; podrías ocasionar un daño irreparable a sus relaciones íntimas en el futuro―sentenció, adoptando una postura severa frente a la afligida joven.

―Sí, señora Marta, se lo prometo.

―Así me gusta, mi niña. Con la frente en alto y sin lamentarse. Ya verás como todo vuelve a la normalidad en unos meses―la ánimo Marta, cambiando su semblante por uno más jovial―. Ahora ven que te aliviare un poquito―y se abalanzó sobre uno de los senos de Tatiana, se metió el erecto pezón a la boca y empezó a succionar como una bebe hambrienta.

―¡Ay!―Tatiana dio un saltito pero no la apartó. Muy por el contrario, se acomodó sobre unos cojines en el respaldo de la cama y dejó hacer a su maestra. Dejó que le chupara la teta, entregada al tratamiento que su marido le negara la noche anterior―. ¡Ay!, ¡Ay!―no dejaba de gemir a cada momento.

Marta había supuesto que tendría que convencerla para que se dejara. Sin embargo, la ansiedad la había llevado a actuar sin pedir permiso ni dar explicaciones. La maniobra le resultó a la perfección. Tatiana estaba entregada a lo que ella decidiera y esa entrega no hacía más que acentuar el morbo que la inundaba. Supo de inmediato que los gemidos de su víctima no eran de dolor, pues ella misma le había asegurado que se sentía aliviada después del tratamiento del día anterior. La muy putita lo disfrutaba, estaba segura, y decidió aprovecharlo. Amasó con sus dos manos la teta que chupaba, apretándola para extraer el sabroso elixir que tragaba con gusto. Después de un momento se apartó para cambiar de pecho. La imagen de la ubre que había estado succionando, toda llena de saliva y con el rozado pezón erecto y aún con gotitas de leche manando de él, le resultó maravillosa.

―¡Ay!, señora Marta.―El rostro de Tatiana evidenciaba un placentero estremecimiento; respirando entrecortadamente y algo sonrojada, irradiaba culpabilidad―. La verdad es que no me duelen, no es necesario que lo haga.

―Tranquila muchacha. Es preventivo, precisamente para que no te duelan―la tranquilizó―Ahora seguiremos con la otra, ¿está bien?

―¡Ay sí!, señora Marta. Siga con la otra por favor.

Sin piedad se abalanzó sobre el precioso melón que Tatiana le ofreció. Incluso la joven lo había levantado con su propia mano, entregándole el pleno derecho de gozarlo. ¿Qué estaría pensando la pobre incauta en ese momento? se preguntó Marta. Era obvio que lo disfrutaba, asumiendo el placer que Benito y ella misma le habían insistido que no tenía que reprimir. Seguramente la muy insensata seguía pensando que se estaba beneficiando de la desinteresada ayuda de sus vecinos. Esa certeza hacia volar la imaginación de Marta en cuanto a las posibilidades que se le habrían, aprovechando con calculadas patrañas el agradecimiento que la joven sentía hacia sus benefactores.

―¡Ay!...mmm―seguía escuchando―¡Ay!

Pero no era el momento de planificar, ni de inventar engaños, era el momento de aprovechar. Succionó el productivo pezón con energía, relamiéndolo con su lengua, apretándolo con sus labios, ayudando con un agresivo magreo a la teta a expeler todo su sagrado contenido.

Pero el pequeño Benjamín rompió el hechizo. Empezó a llorar desesperado porque su chupete se le había caído entre unos juguetes ahí donde no lo podía alcanzar. Marta se apartó, dejando que la joven madre atendiera a su bebé. Notó que Tatiana estaba incomoda y avergonzada; y, si bien no se veía para nada molesta, supo que no era el momento de seguir presionándola, sino de tantear las oportunidades que los sentimientos de amistad y gratitud de Tati le pudieran ofrecer. Así que ella misma le alcanzó el peto a su amiga para que se lo pusiera.

―Benito me estuvo instruyendo ayer sobre lo que aprendió en aquel curso―dijo alegremente Marta―. Por lo que te puedo decir que tus pechos están reaccionando muy bien al tratamiento. No hay durezas ni dolor y producen muy bien; así que Benjita podrá seguir alimentándose de ellos sin problemas―aseguró mientras acariciaba al pequeño que había vuelto a jugar feliz  habiendo recuperado ya su chupete.

―Pero, señora Marta, que pena me da con usted―replicó afligida Tatiana―. Digo, no debe ser grato para usted practicarle un contacto tan íntimo a otra mujer…

Ese tipo de puertas eran las que no podía dejar que se cerraran sin sacarles algún provecho.

―Mira mi niña―le dijo tomándola de las manos y mirándola a los ojos―. ¿Acaso tú no harías lo mismo por una amiga?, ¿no harías lo mismo por mí?

―¡Uy!, pero si tiene toda la razón, señora Marta. Yo haría lo que fuera por usted, se ha portado tan bien conmigo que no podría negarle mi ayuda en caso de que la necesitara.

―Entonces no se hable más querida. Los días que venga te ayudaré con tu problema como pueda. Eso sí, te advierto que debe venir Benito a examinarte cada cierto tiempo y realizar el tratamiento completo como lo hizo ayer―señaló Marta.

―Más pena me da con don Benito―dijo Tati―. Él apenas me conoce…

―No pienses en eso, preciosa. Benito es un buen hombre y sabe que tú eres mi mejor amiga. Le cuento tanto de ti, que es como si te conociera igual que yo.

La mente oportunista de Marta supo que era el momento preciso de tirar el cebo.

―Además le hace bien tu leche―aseguró.

―¿Cómo es eso? Él ya no es un bebé―se rio Tatiana.

―Ay, mi niña, si supieras―soltó con calculada congoja.

―¿Saber qué?―preguntó la joven mucho más seria―. Ande, dígame, no me puede dejar así de preocupada.

―Yo y mi gran bocota―se recriminó Marta. Simuló complicarse un momento. Cuando detectó la insistencia en la mirada de Tatiana continuó―. Él sufre de ataques de ansiedad que afectan sus nervios, es ya mayor y eso a la larga puede afectarle el corazón. Por eso ayer te suplique que le pidieras que se bebiera tu leche, porque está llena de proteínas que le pueden hacer bien.

―Lo siento mucho―la consoló Tati acariciando su brazo―. Pero no se preocupe que lo obligaré a tomarse toda mi leche cuando venga por las sesiones del tratamiento.

―Gracias, amor, no esperaba menos de ti. Pero él puede ser tan terco a veces. El doctor le dijo lo que tiene que hacer para calmar su ansiedad, pero él insiste que no debe hacerlo.

―¿Por qué?, ¿es un remedio o un procedimiento muy caro?

―No, nada de eso. Es un poco más complicado―le explicó Marta, de nuevo mostrándose reacia a contarle.

―Señora Marta. Usted no se va de aquí hasta que me explique.

―Sí, está bien. Mira…―se detuvo un momento, como buscando las palabras adecuadas―…así como Pedro, tu marido, siente cierto rechazo por la situación de tus pechos; a Benito le pasa algo parecido pero al revés. Él necesita o, mejor dicho, ansia algo que lamentablemente yo no le puedo dar.

―¿Qué cosa?

―No es algo, sino más bien una experiencia, una fantasía… una fantasía intima.―confesó Marta notoriamente incomoda.

―¿Y qué es tan raro que usted no quiera hacer?

―No es que no quiera, sino que no puedo―dijo Marta tomándose las bubis en un gesto de exasperación―. Y no es raro para nada, no es violento ni sucio. Por lo mismo le he dicho muchas veces que se anime a buscar a alguien que pueda complacerlo. Por su salud le digo que por ultimo le pague a otra mujer. Pero él insiste que nunca me haría algo así.

―Es un buen hombre don Benito―dijo Tatiana―. Pero, ¿qué es lo que necesita?, no entiendo.

Marta sabía que tendría que ser específica. Su joven vecina era inocente y en algunos sentidos hasta tonta, pero en lo que tenía que ver con sexo se había dado cuenta que era derechamente ignorante. Si no tuviera un hijo seguro pensaría que a los bebés los traía la cigüeña.

―Me da vergüenza decírtelo, querida, pero confió que esto, al igual que todo lo que tiene que ver con el tratamiento para tus pechos, quedará entre nosotras, puedo confiar en ti, ¿no es cierto?

―Pero por supuesto, señora Marta. La duda ofende―le aseguró Tati muerta de curiosidad.

Marta respiró hondo, simulando hacer un gran esfuerzo para confesar lo que iba a decir.

―Benito quiere que le hagan una “rusa”―dijo por fin―. Es su fantasía hace muchos años.

―¿Una “rusa”?―preguntó Tatiana―¿quiere “hacerlo” con una mujer de Rusia?

La pregunta no sorprendió a Marta, pero apenas pudo evitar sonreír.

―No, querida. No es eso. “Rusa” se le llama vulgarmente al acto que realiza una mujer al atrapar entre sus senos el pene erecto de un hombre para darle placer.

La joven rubia se llevó una mano a la boca, sorprendida por lo que le explicaba su mentora.

―Oooh… ya entiendo.

―El doctor le dijo frente a mí: “busca una mujer que pueda complacer tu fantasía. Te hará muy bien para tu ansiedad y cuidaras tu corazón. Tu esposa entenderá”. Pero el muy burro no quiere. Dice que no es justo para mí―inventó Marta tratando de sonar descorazonada―. Y tú me ves, siempre he tenido poco busto. Qué daría yo por tener un par de lolas tan lindas como las tuyas y complacer a mi pobre viejo.

Dicho esto se paró de la cama, apartándose de las caricias de consuelo de su joven vecina; le dio la espalda y se llevó una mano a sus ojos, como tratando de ocultar su falsa congoja. El dardo ya estaba tirado, solo debía esperar la reacción de su inocente amiga.

Las próximas palabras de Tatiana marcarían su destino.

BENITO

Las tareas en la oficina se habían vuelto más tediosas que nunca para Benito. No podía dejar de pensar en Tatiana y en el morboso ardid con que él y Marta habían conseguido disfrutar de sus exuberantes tetas. Desde hace tiempo, desde que la viera por primera vez, que había soñado con la posibilidad de hacer parte a la joven amiga de su mujer de las especiales reuniones del condominio; pero ahora era distinto, ese utópico anhelo tenía ciertas posibilidades de convertirse en realidad. Y eso solo sería la guinda de la torta, pues el maduro decano estaba decidido a que antes de que cualquiera de sus compañeros de juego le pusiera un dedo encima a Tati, él ya habría echo mucho más que eso.

Habían pasado tres días ya desde esa maravillosa mañana, cuando la astucia sin igual de su mujer le había conseguido unos minutos en el paraíso. Desde entonces, cada momento de vigilia se había convertido en un martirio, ansiando repetir el famoso tratamiento y, por qué no, aprovechar la ingenuidad de Tatiana y llegar a algo más. Pero cada vez que le insistía a su mujer, Marta era tajante: debían ser pacientes; cualquier movimiento arrebatado en su estrategia de caza podía ahuyentar a su presa. Benito la escuchaba y le terminaba dando la razón; sabía que ella era el único camino que lo podría conducir al ansiado trofeo y no le quedaba más que confiar en su ingenio.

―Un día de estos te voy a llamar, igual que esa vez, y tú vas a dejar lo que sea que estés haciendo, te vendrás corriendo y nos iremos a divertir con Tati―le advertía Marta, divertida al verlo tan ansioso.

Por si fuera poco, su compañero de toda la vida parecía haber rejuvenecido treinta años, las recurrentes erecciones que sufría lo habían complicado a tal grado que tuvo que empezar a usar ropa interior muy ajustada, que era bastante incomoda pero conseguía mantener los espontáneos empinamientos de su miembro ocultos bajo su barriga. Y aun así, de vez en cuando, tenía que andar con la mano en el bolsillo para terminar de disimular el alargado bulto en sus pantalones.

Eran cerca de las once de la mañana; volvía a su oficina después de una asamblea con el profesorado. Había dejado su celular en un cajón de su escritorio pues no podía permitirse apagarlo y tampoco confiaba en poder mantener el control en caso que Marta lo tratara de contactar en plena reunión. Se desprendió de su chaqueta y aflojó su corbata. Luego se sentó y buscó el aparato; con una extraña mezcla de alivio y frustración, constató que su mujer no lo había llamado.

Trató de concentrarse en su trabajo. Había estado tan distraído el último tiempo que apenas cumplía con las metas diarias que se imponía. Así que tenía una torre de carpetas con planes de estudio por aprobar, solicitudes de alumnos por revisar y evaluaciones de profesores por calificar.

Cuando sonó el teléfono de su escritorio, lo primero que pensó fue que le darían más trabajo. Pero su secretaria lo sorprendió.

―Lo busca la señorita Vicky Consigliere ―le informó―. Dice que tiene una cita, pero no está en la agenda―continuó en un tono de voz más bajo, seguramente para que ella no la escuchara.

“Pues no es tan señorita” le habría gustado confesar a Benito. Vicky era la esposa de Samuel, uno de sus vecinos; y la pareja formaba parte de las reservadas reuniones del condominio. Era una mujer de poco más de cuarenta años que aparentaba tener treinta. Le gustaba mantenerse bien, hacia ejercicio y se cuidaba. Bastante atractiva en realidad, lo que la convertía en el premio a ganar en muchos de los juegos que practicaban en aquellas impúdicas juntas.

―Una reunión de último minuto, Berta. Olvide avisarte―mintió Benito―. Hazla pasar.

Vicky era ejecutiva de cuentas de un banco. Cuando entró en la oficina del decano, este no pudo evitar fijarse en su atuendo formal. Traía una chaqueta corta sobre una escotada blusa blanca; su ceñida falda le llegaba hasta poco más arriba de las rodillas. Sus tacos altos la hacían ver más estirada y esbelta de lo que Benito esperaba. Su trabajado peinado y su cuidado maquillaje atenuaban sus duros rasgos que, aunque finos, siempre le habían dado una apariencia de jueza.

La mujer apenas le regaló una sonrisa cuando depositó un trozo de papel sobre su escritorio.

Si bien Benito no sabía que era lo que decía exactamente ese papel, por lo menos estaba seguro de qué iba todo eso. Por unos segundos no medio entre ellos más que una mirada estudiosa, como dos jugadores de póker que tratan de adivinar las cartas del otro.

―Así que eres mi “amiga secreta”―adivinó el decano.

―Aha―asintió ella levantando sus cejas, al parecer muy segura de su juego.

Los conclaves que Benito compartía con sus vecinos podían ser muy creativos. Hace algunos meses inventaron un divertimento que llamaron “El amigo secreto” cuando les tocaba a ellos o “La amiga secreta” cuando les tocaba a ellas. El juego consistía en tres sorteos distintos, donde cada hombre o cada mujer, según la ocasión, debía sacar tres papelitos doblados de tres bolsas distintas. La primera bolsa contenía los nombres de todos los integrantes del sexo opuesto y definía quién sería amigo o amiga de cada uno. Cuando les tocaba a las féminas, como fue el caso de la última vez, solo ellas sabían la identidad de su amigo; muy por el contrario, ellos no tenían idea de quién era su “amiga secreta”.

―Y supongo que este papel dice cuál es mi regalo―señaló Benito, estirándose para alcanzar la misteriosa hoja que descansaba sobre su escritorio.

―Así es―confirmó Vicky. Se acercó al sillón de cuero de la gran oficina del decano; tomó asiento en él y cruzó las piernas, dejando una de sus elegantes sandalias flotar en un delicado vaivén.

El segundo sorteo definía los “regalos”, que no eran más que las turbias ideas que, en este caso, los hombres habían acordado depositar en la respectiva bolsa. La única regla era que ninguno debía repetirse. Y, si bien es cierto, todos conocían las distintas posibilidades, nadie más que la amiga secreta de cada uno sabía qué debía regalarle.

―¡Guauuu!―exclamó Benito―. Esclava por quince minutos―leyó entusiasmado. El monstruo en sus pantalones había despertado desde que Vicky entrara en su oficina. Es que se veía realmente sexy en su traje ejecutivo. Y ahora, con las posibilidades de aquel regalo, Benito pensó que él y su mejor amigo podrían dejar de pensar en Tatiana, al menos por un rato. Pero su entusiasmo se desvaneció cuando vio la irónica sonrisa de su amiga secreta.

La última bolsa contenía las “restricciones”. Estas eran tratadas entre todos los amigos o, como en esta ocasión, las amigas; y consistían en las limitaciones que podría imponer la persona obligada a “regalar”. Podía ser o no aplicable al regalo, pero eso dependía de la fortuna de cada uno.

En resumen, la suerte del juego le había determinado a Vicky a qué favor sexual debía someterse y con quién debía practicarlo. Sin embargo, era ella quien decidía la hora y el lugar en que cumpliría con su penitencia. También era el azar el que le otorgaba una herramienta con que defenderse en caso de que la prueba le resultara incomoda o le tocara un amigo indeseable. Por tanto, Benito intuyó que tras ese semblante socarrón existía  una conveniente restricción. Ahora solo cabía esperar como la usaría.

Evidentemente complacida, la ejecutiva, en un elegante movimiento, sacó de su cartera otro papel doblado y lo dejó sobre la mesita de centro frente a ella. El decano se levantó de su escritorio, considerando que era buen augurio que lo obligaran a acercarse. Eso, o solo querían torturarlo.

Benito recordó como Samuel y su mujer terminaron participando de las reuniones. Habían accedido después de haberle concedido a su vecino unas importantes licitaciones en la Universidad. Y no podía mentirse a sí mismo: había insinuado que la vigencia de esos contratos estaba ligada a su concurrencia a las enigmáticas juntas de sus parejas amigas. Nunca supo si Vicky se enteró que fue vendida por su marido, pero siempre se había mostrado reacia a participar. Pese a que habían empezado con juegos bastante inocentones, no se podía decir que la bella señora Concigliere mostrara mucho entusiasmo. Incluso desde el principio había necesitado más que algunos tragos para terminar accediendo a una que otra prueba incomoda con sus compañeros. No obstante, Benito estaba convencido que muy entrada la noche, cuando los encuentros estaban en sus momentos más álgidos, la muy zorra terminaba disfrutando como loca.

Todas las vecinas del grupo tenían algo especial. Sin ir más allá, Marta, su mujer, poseía un culo de campeonato; quizá no el más hermoso pero bastante bien formado y de una resistencia sin igual. Ninguna aguantaba un enculamiento en toda regla como su sacrificada esposa. Vicky por otro lado, poseía una belleza innegable, llevaba una vida sana y se cuidaba de mantenerse en forma. Sin embargo, en opinión de Benito, el verdadero atractivo de la señora Concigliere radicaba en su esquiva coquetería. Era seria y huidiza a la hora de relacionarse en las reuniones. Por lo tanto, el afortunado de turno que ganaba el derecho de disfrutarla solía sentir el rechazo de la exquisita morena: se corría un poco más allá, no miraba a los ojos o inclusive, les pedía que se detuvieran. Y era eso exactamente lo que volvía particularmente interesante la situación, pues parecía que todo eso le molestaba pero siempre se quedaba, nunca se iba. Lo más probable era que fuera parte de su juego, su forma de disfrutar a concho el descarado libertinaje que se vivía en aquellas especiales reuniones. Pero Benito prefería pensar que se quedaba obligada, presionada por el informal compromiso de su marido y por el costo en sus ingresos si el convenio con la Universidad fuera prescindido. El decano la había poseído solo una vez, delante de Samuel, y el placer que le generó la resistencia de aquella mujer, aparentemente violada frente a su esposo, fue morbosamente fascinante.

Ahora Vicky estaba sentada frente a él, vestida en su traje de ejecutiva, más exquisita que nunca. Estaban solos en su oficina y él sabía que disponía de quince minutos para hacer lo que quisiera con ella; le gustara a ella o no. Pero aún quedaba un detalle que aclarar: el maldito papel sobre la mesa: la restricción. Benito recogió el papel y lo leyó.

―Sin contacto―dijo en voz alta, evidentemente desilusionado. Así como él había ganado el premio gordo con el regalo, ella había tenido la suerte de obtener una de las limitaciones más útiles.

―Bueno, ya lo sabe señor decano. Puede pedirme que le lea un cuento, que le tome un dictado o que ordene su desorden―se burló Vicky señalando el lote de carpetas sobre el escritorio―. Pero no puede tocarme.

―Bien pensado―admitió Benito―. Viniste a mi oficina para dejarme aún con menos posibilidades de aprovechar mis quince minutos.

―Las reglas dicen que no te puedo entregar tu regalo en la calle. Pero, la verdad, creo que este es un lugar todavía más conveniente para mí―opinó la ejecutiva. Se había parado y hablaba mientras recorría la oficina con autoridad, convencida que tenía todas las de ganar―. En un lugar público te arriesgas a llamar la atención, convertirte en un espectáculo curioso o pervertido para algún extraño. Pero aquí, don Benito―se volvió a mirarlo―, comprometes tu reputación, tu puesto… tu trabajo―terminó remarcando la última palabra.

―¿Cuándo lo supiste?―preguntó Benito.

―Las primeras reuniones fueron amenas ¿sabes? Todos parecían muy agradables y los juegos, aunque algo extraños, me entretenían. Fue la noche que empezaron con los cambios de parejas de baile que me di cuenta en que nos estábamos metiendo. Tu hermanito me agarró la cola cuando pusieron un lento de Chayanne―recordó extrañamente divertida―. Le pedí a Samuel que dejáramos de ir. No anduvo con rodeos. Me dijo que si no seguíamos yendo e integrándonos su empresa quebraría y muy posiblemente perderíamos la casa y tendríamos que cambiar a los niños a una escuela pública―siguió más seria―. Pero no creas que le creí que esa era la única razón; yo sé que disfruta  jugando con ustedes, tropa de pervertidos.

Benito la escuchó atentamente, intrigado. Su historia, desde cierta perspectiva, sonaba bastante dramática; sin embargo, su tono y la forma en que se desahogaba no eran las de una víctima sometida a los devenires del destino.

―Pero…―trató de seguir indagando antes de que Vicky lo interrumpiera.

―Otro día podemos seguir conversando. Hoy tengo mucho que hacer y se me hace tarde―dijo tomando su cartera y aprontándose hacia la puerta.

―¿Y mi regalo?―reclamó el decano. Ella se detuvo en seco, mirándolo extrañada―. Recuerda que las reglas dicen que si no cumples con tu penitencia a cabalidad y con plena satisfacción de tu amigo, estarás obligada a hacerle el mismo regalo a todo el grupo. Cuando tome ese papel y lo leí eran exactamente las once con doce minutos. Lo que significa que te quedan extensos nueve minutos de servidumbre, querida―sentenció satisfecho.

―No puedes tocarme. Mantengo la restricción.

―Nunca subestime mi calentura señora Consigliere―le aconsejó Benito adelantándose a poner el seguro a la puerta de su oficina. Luego volvió, se apoyó en su escritorio y se cruzó de brazos―. Desde el minuto que entraste que me pregunto si esas son pantys o medias y portaligas―dijo señalando sus piernas.

Vicky lo miro irritada. Pero estaba obligada a responder.

―Portaligas―contestó.

―Muéstramelas―ordenó Benito tranquilamente.

La atractiva mujer se llevó las manos a su falda con claras intenciones de arremangarla. Pero él la detuvo con un movimiento de su mano.

―Sácate la chaqueta.

Lo hizo rápidamente, claramente descontenta por el vuelco que habían dado las cosas. Su blusa se ceñía elegantemente desde su cintura hasta los hombros, dejando ver la perfecta forma que adoptaba sobre el brasier que sostenía sus senos. Benito recordó las tremendas tetas de Tatiana y una salvaje contracción hinchó su pene ya erecto. Satisfecho se percató que los ojos de Vicky no dejaban de hacer disimuladas inspecciones sobre el paquete de sus pantalones.

―Ahora la falda. Y no te apures tanto, quiero disfrutarlo.

Esta vez fue más lenta. Se dio vuelta para que Benito pudiera ver como bajaba el cierre de la ajustada prenda. Luego la forzó a deslizarse sobre sus caderas y sus trabajados glúteos, en un iterativo esfuerzo que iba de lado a lado, buscando arrastrarla hasta donde fuera capaz de caer por si sola hasta sus pies.

Conocía sus piernas, las había visto y tocado más de una vez. Pero nunca las había visto tan elegantes, cubiertas por esas transparencias de tono oscuro. El fino diseño de la transparencia se tensaba alrededor de los tonificados muslos de la ejecutiva, dejando ver algo de piel desnuda entre el elástico de la media y la caída de la blusa.

―Acércate―le pidió.

Vicky se deshizo de la falda enredada en sus tobillos y se aproximó. Cuando estuvo a su alcance, Benito levanto la mano; tanteando a su esclava.

―No. La restricción―reaccionó ella secamente. Aunque él detectó su respiración un tanto agitada. ¿Estaría enfadada?

―No pienso quebrantar las reglas. Quédate quieta―le ordenó y rápidamente condujo sus manos a desabrochar su blusa. Lo hizo con cuidado de no rozar su piel; de arriba hacia abajo hasta que logró abrirla por completo. Se acercó lo justo para captar su aroma. Era un perfume dulce que manaba de su pecho, el que subía y bajaba al compás de su intenso jadeo―. No, no está enfadada―pensó Benito.

La rodeó sin dejar de contemplarla. Levantó su blusa por detrás para ver de primera mano como aquella diminuta ropa interior se introducía entre sus nalgas. Un culo de gimnasio, redondo y duro ¡Que ganas de azotar a la muy puta!

―Una palmada por un minuto―trató de negociar.

―Sin contacto.

Benito volvió a apoyarse en el escritorio frente a ella.

―Arrodíllate ante tu amo―le ordenó simulando enfado. Las negativas le gustaban. El juego le empezaba a entretener de verdad.

Vicky obedeció, se arrodilló y se sentó sobre sus talones. Benito se despejo del mueble dejando el paquete de sus pantalones a escasos centímetros del rostro de su vecina. Desde su perspectiva, podía ver como su cintura terminaba en la parte baja de su espalda, donde su diminuto calzón se perdía en la cumbre del corazón que formaban el par de exquisitas redondeces que formaban su culazo.

―Mira como tienes a tu dueño―dijo el decano, manteniendo reiteradas contracciones, buscando dilatar y endurecer su erecto pene, provocando el efecto de poderosas palpitaciones en el largo bulto que se formaba bajo su cinturón―. Esta salivando como loco. Humedeciéndose ahí dentro, luchando por salir a invadir tu carne.

Vicky mantenía la mirada clavada en su entrepierna.

―Anda, sácalo―la tentó.

Ella dudó. Después de un momento cerró los ojos y dijo:

―Sin contacto.

―Solo desabrocha el cinturón. Un acto de piedad en medio de un tortuoso martirio.―Ella no reaccionó―. ¡Mírame!―la instó.

No podía desobedecerlo. Vicky levantó su rostro con angustia retenida. Sus delineados ojos azules destellaban convicción. Su pelo negro aún se mantenía intacto en aquel cuidado peinado. ¡Que ganas de agarrarla de aquel moño y someterla!

―Sé qué quieres―dijo Benito―. Te diré algo. Te vas a sentar en ese sillón; cuando yo te diga vas a abrirme tus piernas. Si veo que estas mojada, te prometo que no habrá restricción que me detenga. Te voy a meter mi vergota hasta dejarte inconsciente. ¡Escuchaste!

La hermosa ejecutiva guardo silencio. Su seguridad había mermado. Benito no supo si no podía mantenerle la mirada o no aguantaba mirar de soslayo la bestia que seguía agitándose en sus pantalones. De pronto se puso de pie, caminó hasta el sillón y se sentó con las piernas juntas y sus manos sobre su calzón.

Su brasier era blanco pues debía serlo para usarlo bajo la blusa de la misma tonalidad. Sus medias, portaligas y colaless eran negros. La evidente disociación de colores volvía más íntima su semi desnudez. Era como sorprender a una mujer en su espacio privado. Ella, con toda seguridad, ni siquiera se imaginó que la obligarían a exponerse así. Y ahora estaba frente a él, ya indefensa. Benito intuía que los escasos nueve minutos que había pretendido aprovechar ya habían pasado, y tenía la certeza de que ella también lo sabía.

―Abre las piernas.

―¡No!―exclamó Vicky, acompañando la negativa con un enérgico movimiento de cabeza.

Benito conocía el juego. A la muy zorra le encantaba decir que no, y todavía más que no le hicieran caso. Empezaba a desabrochar su pantalón cuando la vibración y el sonido de su celular tronaron en la habitación. Rápidamente lo tomó. ¡Era Marta!

―Ven a casa viejo. Es el momento―escuchó antes que su esposa cortara sin esperar respuesta como era su costumbre.

Vicky mantenía su pose defensiva sobre el sillón. Lo miraba desconcertada.

MARTA

A Marta le divertía jugar con la ansiedad de su marido. Era gracioso verlo seguir sus instrucciones al pie de la letra cuando se trataba de conseguir algo más con Tatiana. Inclusive se daba cuenta de cómo Benito se mordía la lengua por preguntar cuando ella llegaba de la casa de su joven vecina, pues le había advertido que no le contaría nada; solo debía confiar en ella, en el momento indicado le avisaría.

Lo había llamado hacia un rato y Marta sabía que, sin importar lo que hubiera estado haciendo, en cualquier momento atravesaría la puerta de entrada. Así que se sentó en el sillón de la sala a esperar. Estaba ansiosa por poner sus planes en marcha. A Tatiana la tenía lista, convencida de todas sus mentiras. En ese momento seguramente la ingenua rubia los estaba esperando muerta de los nervios en su casa. Ella misma, según lo acordado, le avisó que el pequeño Benjamín estaba a punto de quedarse dormido. Había despertado temprano esa mañana por lo que dormiría por lo menos un par de horas; tiempo suficiente para una sesión en las ubres de su madre y, si todo salía bien, una pequeña compensación. Ahora solo cabía esperar, tomó una revista y empezó a hojearla para matar el tiempo.

Ya había pasado media hora desde que contactara a Benito. Se estaba empezando a inquietar; sus propias ansias hacían que los minutos pasaran muy lento. Pensó que, tal vez por apresurarse demasiado, su marido podría haber tenido un accidente. Se le ocurrió llamarlo a ver qué pasaba pero se contuvo, no quería ponerse en evidencia.

De pronto sintió un motor y supo que ya no debía de preocuparse, no por eso al menos. Benito entró impaciente.

―Lo lamento. Un maldito taco en la carretera―se disculpó.

Marta ni lo miró.

―Ducha rápida―dijo.

―Ok.

―Pantalón holgado.

―Lo sé.

―Camisa larga.

―Solo dime donde está.

―Y… calzoncillos ajustados de Mickey.

―Claro―respondió por inercia Benito. Se encaminaba a su dormitorio cuando se detuvo en seco―. ¿Qué?

―Ya me oíste. Calzoncillos ajustados de Mickey―repitió Marta indiferente con la vista pegada en la revista.

Desde que se les había ocurrido lo de la ropa interior ajustada para controlar a la bestia, habían probado con varios modelos, tipos y tallas. Entre ellos unos con estampado de los personajes de Disney que Benito nunca se ponía porque los encontraba estrafalarios para un hombre de su edad.

―Me estas hueviando. Sabes que son ridículos y ni siquiera me los verá.

Marta por fin lo miró. Una sonrisa de burlona satisfacción inundaba su rostro.

―Viejo. Yo pensé que la tonta era ella.

TATIANA

Sus pechos le dolían otra vez. No tanto como antes pero sabía que si no “se trataba” podría llegar a eso. Después del pequeño control que le practicara la señora Marta un par de días atrás, no había descargado leche nada más que para darle a su pequeño. Había pensado en pedirle ayuda a su fiel amiga pero no se atrevió. Sabía que la habría atendido pero no quería abusar de su buena voluntad. Además, ya habían acordado que esa mañana realizarían una sesión completa con don Benito, su santo benefactor. Incluso ya debían de estar por llegar.

Ya estaba casi lista. Benjita había tardado un poco más de lo previsto en quedarse dormido, pero ya estaba bien acurrucado en su cuna. Tatiana se había vestido con las mismas calzas ajustadísimas de la última vez pues la señora Marta le aseguró que eran perfectas para depurar su circulación y así poder sacar el mayor beneficio de los ejercicios que aliviarían su dolor. No dejaba de admirarse de cuanto sabía su amiga y su marido de aquellos temas médicos; suerte tenía ella de tenerlos, y de contar con su confianza y apoyo en un momento tan difícil. También repetía las sandalias de taco alto. El único cambio era el ceñido peto amarillo que llevaba; su amiga le había asegurado que le beneficiaria mantener apretados sus senos antes del tratamiento y, por otro lado, el gran escote les ayudaría a preparar la cancha con don Benito.

La primera vez se había sentido mal por no poder retribuir a sus vecinos ni siquiera económicamente, ya que no aceptaron el cheque que ella estaba dispuesta a darles. Pero ahora se sentía mejor; ya sabía cómo compensar en cierta forma a sus benefactores. Sin embargo, estaba algo nerviosa pues no quería decepcionarlos.

Se cumplirían casi dos años desde que la señora Marta la salvara del apronte de incendio que su incompetencia en los quehaceres del hogar había generado. Desde ese momento, de forma completamente desinteresada, su vecina se había pasado muchas mañanas enseñándole a cocinar, lavar, planchar y casi todo lo necesario para convertirse en una buena dueña de casa. Su ánimo había cambiado mucho gracias a eso; ya no vivía asustada imaginándose que Pedro se desilusionara de su matrimonio. Inclusive, muchas veces había llegado a la conclusión que ese estrés había sido la causa del retraso de su ansiado embarazo. Fue cuando encontró el alivio en el apoyo de su querida amiga que Tatiana había reencontrado la felicidad y quedado en cinta. Así que el gran tesoro de su hermosa familia y su actual bienestar se lo debía en gran medida a la señora Marta y su gran corazón.

Por eso no podía dejar de darle la mano ahora que la necesitaba. Tan digna y desinteresada como siempre, casi tuvo que sonsacarle el desahogo a la fuerza. Pero ya sabía lo que agobiaba su vida y le alegraba saber que ella podía ayudar. Estaba asustada por el alcance íntimo que significaba pero ¿acaso no había hecho el mismo sacrificio cuando ella lo necesitó?, pues claro; su amiga había presenciado como don Benito, su marido, le practicaba un contacto muy personal y, lejos de molestarse, se preocupó de ayudar cuando fue necesario.

A Tatiana le resultaba increíble como las mujeres eran tan parecidas en sus preocupaciones. Ella misma sufría, no tanto por su falta de habilidad y conocimientos en el hogar, sino por el miedo a decepcionar a Pedro. Del mismo modo estaba segura que la señora Marta no sufría por tener los pechos pequeños, lo hacía por el temor a defraudar a su marido y las fantasías que ella no podía satisfacer. ¡Y qué hombre ejemplar era don Benito!, pese al riesgo para su salud se negaba a buscar remedio en otras mujeres. Todo por amor a su esposa. Tanto así, que habían planeado con su amiga sorprenderlo y exigirle, en el momento preciso, que dejara su orgullo de lado y se dejara ayudar por Tatiana. La señora Marta le había dicho que él no tendría como decirle que no a ella, pues le podía sacar en cara todo lo que don Benito había hecho por sus dolencias mamarias. Obligándolo a aceptar en compensación el favor que su joven vecina estaba dispuesta a darle. De otro modo se mostraría ofendida y ya no aceptaría la asistencia del ilustre académico. ―Ese es el punto débil de mi viejo―le había asegurado―. No podrá decir que no, porque sobre su rectitud prevalecerá el bien de los demás. Sobre todo contigo, la muchacha más alegre y jovial del condominio, según sus propias palabras―. Sí, se dijo por enésima vez Tatiana. Si don Benito necesitaba de su ayuda, se la daría.

Hacia un día fresco. Brillaba el sol pero una bruma matinal había atenuado las altas temperaturas de la estación. Con su bebé durmiendo y los nervios a flor de piel, Tatiana no pudo evitar notar el silencio que reinaba en el condominio a esas horas. Se asomó por el ventanal de la sala; observó como las hojas de los árboles eran zarandeadas por una indómita brisa. Pudo ver las casas de sus vecinos a escasos treinta metros de la suya. El repentino traqueteo de alguna actividad desconocida para ella llegó a sus oídos desde alguno de los patios de junto.

Recordó lo importante de relajar su cuerpo durante el tratamiento. Para eso era muy importante la respiración y la buena canalización del desahogo corporal. Por tanto, si su cuerpo se lo pedía, no debía reprimir gemidos, ni tampoco gritos si fuera el caso. Tatiana se había confesado con su mentora, contándole la vergüenza que sintió luego de la última sesión. Las extrañas sensaciones y el alivio que había encontrado en los sonidos que liberaba, aunque alentada por sus vecinos, habían llegado a un tono sexual muy incómodo para ella. La señora Marta le rebatió de inmediato, casi reprendiéndola por mantener esas ideas en la cabeza. Le dijo que no se limitara, que lo más importante era su salud, así que no se preocupara por necedades y estuviera bien dispuesta para alcanzar aún mejores resultados que la primera vez.

Y Tatiana pretendía hacerle caso, no se reprimiría. Así que entró, cerró la mampara y revisó que todas las ventanas de la casa estuvieran bien cerradas. No quería que ningún sonido extraño o conversación comprometedora llegara a oídos extraños. No solo por la privacidad que debía mantener ella, sino por salvaguardar la integridad de la señora Marta, don Benito y sus pacientes anteriores, como la vecina de la casa 47.

Cuando volvía de cerrar la puerta de la cocina se encontró con su reflejo en el espejo de la sala. Se veía magnifica en aquel atuendo. El peto era cortísimo, por lo que apenas si llegaba a tocar su piel bajo sus pechos. Solo alcanzaba a abrochar un par de botones por el frente y era evidente que estaban exigidos al máximo de su resistencia. El escote era tan pronunciado que en ningún caso habría salido a la calle vestida así.

Se sintió incomoda. No tanto por lo sexy que le quedaba la ropa, pues ella no tenía la culpa de que fuera la adecuada para el tratamiento, sino por las ansias que sentía en ese momento. La culpa la invadió de repente; pensó en qué pensaría Pedro si supiera que ella esperaba ansiosa las tocaciones de don Benito que, por muy profesionales que fueran, no dejaban de ser íntimas y reservadas para su marido. No obstante, también era cierto que Tatiana lo había buscado más de una vez y él, su esposo, el hombre que debía hacerse cargo, la había despreciado. Así que se tranquilizó y se forzó a apartar aquellos sentimientos negativos. Se convenció de que no estaba haciendo nada más que velar por su salud poniéndose en manos expertas y siguiendo todas sus indicaciones por su propio bien y el de su familia. Su amado Pedro sin duda entendería.

Tocaron a la puerta. Habían llegado. Un agradable estremecimiento recorrió su cuerpo. Sintió cosquillas en su entrepierna y el apronte de erección de sus pezones.

BENITO

El viejo decano aún se sentía incómodo por los calzoncillos ridículos que le había obligado a usar Marta. Pero no iba a contradecir a quien lo había llevado a vivir la experiencia más morbosa y excitante de su vida, así que le había hecho caso y los llevaba puestos. Estaba de muy buen animó. No faltaba mucho para chupar aquellas tetazas de ensueño. Además, sabía que su mujer no daba puntada sin hilo, por lo que anticipaba una grata sorpresa; donde seguramente el ratón Mickey tendría algo que ver.

No había nadie en la calle a esas horas. La gente trabajando; los niños más grandes en el colegio y los pequeños durmiendo. Era bueno, no olvidaba que iban a cometer un delito así que la ausencia de testigos les beneficiaba. Le llenaba de morbo aquel juego lleno de truculentas mentiras. Ponía a prueba su ingenio, su improvisación y su paciencia. De nuevo esos instintos de depredador potenciaban sus deseos carnales. Más temprano había dejado ir una presa, a esta esperaba darle por lo menos un mordisco.

Cuando Tatiana abrió la puerta tuvo que reprimir un gritó. Forzó una sonrisa mientras apretaba con fuerza la mano de su mujer. Es que la muy putita se veía extraordinaria. Traía las mismas calzas que la última vez, apretadísimas. Pero esta vez usaba un peto que a todas luces le quedaba muy pequeño, y que le daba una forma grandiosa a sus increíbles ubres.

―Hola, querida. ¿Cómo estás?―saludó Marta, dándole unos segundos para recuperar el habla a su marido.

―Bien, señora Marta. Pasen por favor.

―Y estarás mejor en un ratito, muchacha―aseguró Benito después de saludar a Tati con un beso en la mejilla.

La joven se apresuró a cerrar la puerta.

―Ay, don Benito. No sabe cuánto le agradezco que se pueda dar el tiempo a estas horas tan incomodas para usted―dijo Tatiana angustiada―. Pero con Benjita despierto sería muy incómodo y ya más tarde llega Pedro…

―Tranquila, Tati. No te preocupes que entiendo perfectamente. Y déjame decirte que en la oficina mando yo, así que no hay ningún problema―la tranquilizó jovialmente. Benito apenas podía apartar la vista del fabuloso escote que la joven lucia a escasos centímetros de su rostro―. Veo que mantienes bien la presión. Muy inteligente de tu parte― la felicitó recordando los cumplidos que podrían mejorar la disposición de la rubia.

―La señora Marta me explicó los beneficios de prepararme así antes del tratamiento.

―Tú mismo lo mencionaste el otro día, viejo―señaló Marta―. Pero el peto lo eligió Tatiana ¿no te parece que tiene un gusto estupendo?

―¡Extraordinario!―exclamó Benito ante la pose que adoptó la joven para realzar su busto y la prenda que apenas lo cubría. El pobre decano no aguantaba las ganas de abrazarla y clavar su nariz en la incitante raja que se formaba entre sus tetas.

Luego de permitir unos segundos de jolgorio por aquel comentario, el viejo sinvergüenza preguntó educadamente por Pedro. Le gustó hacer hablar de su marido a su incauta vecina. Le generó un insano placer en medio de aquella situación y su mujer también pareció disfrutarlo. Le encantaba lo sucios que podían llegar a ser.

―Pero bueno. Deberíamos empezar ya. No queremos quedar cortos de tiempo ¿cierto?―señalo de repente Marta. A Benito le pareció detectar una mirada cómplice entre las mujeres.

―Claro―le respondió Tatiana disponiéndose junto al aparador de la misma forma que lo había hecho la última vez. El decano se permitió unos segundos para contemplar la sublime figura de la joven ahí apoyada. Sus trabajados glúteos se hinchaban de forma exquisita sobre el mueble donde se asentaban.

―La primera vez lo hicimos de pie para no sobre exigir el tejido de tus pechos―señaló Benito―. En esta ocasión será distinto. La práctica médica recomienda hacer variantes en cuanto a las posiciones de la paciente a medida que avanzan las sesiones―inventó para explicar sus propósitos. Quería disponer del cuerpo de Tatiana de mejor forma en esta oportunidad. Se acercó al sofá ―acá estará bien―dijo, y se sentó. Luego golpeó su pierna con la mano invitando a Tatiana a sentarse en ellas.

Le divirtió ver a la joven dudar y buscar apoyo en Marta. Su mujer estaba atenta y le siguió la corriente de inmediato.

―Seguro, querida―le dijo―. Tus mamas deben acostumbrarse a distenderse adaptándose a distintas posturas de tu cuerpo.― Y sin esperar respuesta la tomó de la mano y la condujo junto a Benito que la esperaba muy serio, esforzándose por dar la impresión de que todo eso era normal dentro del procedimiento.

Tatiana, que al parecer era incapaz de dudar de los consejos de Marta, se sentó sobre las piernas del maduro que, apenas la tuvo sobre si, la atrapó entre sus brazos. La rodeó tras su espalda, cerrando sus dedos sobre la piel desnuda de su cintura, a la vez que dejaba descansar la otra mano sobre el muslo de la rubia. Al instante la arrimó hacia su cuerpo, buscando que el descomunal busto de la joven chocara contra su rostro. Tati dio un respingo cuando esto sucedió y rio nerviosa; sin embargo, como avergonzada por su reacción volvió a pegarse a Benito.

El decano quedó así con aquel cuerpazo sobre él y con el fabuloso escote rosándole el bigote. ¡Cuánto había soñado con eso!, ahora podría chupar a la joven, abrasándola y restregándose contra ella sin ningún problema.

―Ok. ¿Estás cómoda?―preguntó muy adusto.

―Sí, don Benito―respondió, entregada.

―Pues comencemos. Ya puedes sacarte el peto, muchacha.

Tatiana había rodeado con un brazo al decano, permitiendo que su busto quedara encima de él. Por lo que tuvo que arreglárselas con una sola mano para desabrochar los botones del diminuto peto. Al desabrochar el primero, a todos les dio la impresión que el segundo sedería, saltado lejos por la fuerza de los pechos que buscaban libertad; pero estoicamente resistió hasta que al fin fue desabrochado por la nerviosa mano de su dueña.

Las descomunales tetas, apenas quedaron libres, se balancearon violentamente invadiendo el espacio que por todas las leyes físicas les correspondía ocupar. La que estaba orientada hacia Benito le dio de lleno en la cara. El viejo pensó que con ese tipo de golpes estaba más que dispuesto a recibir una paliza.

―¡Ay!, lo siento don Benito.

―No es nada, Tati. Que alegría verlas tan bellas y fuertes―dijo el viejo sin necesidad de simular orgullo. Marta sonrió malévolamente cuando su marido atrapó las pechugas recién liberadas y las estrujo a voluntad.― Tienen buena tonificación y un aspecto exquisito― aseguró el experto― ¿qué te parece querida?

La aludida, quien se había limitado a contemplar el espectáculo, aprovechó rápidamente el pase de su marido y metió mano para constatar su diagnóstico. Benito observó cómo su habilosa esposa disfrutaba con él los sobajeos propinados a las blancas e hinchadas ubres de su joven vecina. Esta, sin oponer ninguna resistencia, también miraba los masajes de ambos maduros sobre su cuerpo. El viejo se dio cuenta que la joven cerró sus ojos por un momento, como conteniendo el dolor que le provocaba el magreo. ¿Será dolor? se preguntó.

―Toda la razón. Están sanas y fuertes― convino Marta.

La bestia estaba iracunda dentro de los pantalones. Si bien, casi toda estaba atrapada bajo la panza de su dueño, una parte de ella tenía contacto con las posaderas de la rubia, que parecía no percibir las intermitentes hinchazones que le presionaban allá abajo.

Benito no aguanto más y comenzó el tratamiento.

TATIANA

La boca de su intachable vecino atrapó su pezón y empezó a succionar con avidez.

―¡Ay!―gritó Tati, pero lejos de apartarse apoyó su mano en la nuca del tratante, animándolo a alimentarse de ella. Sus dedos acariciaron el cuero cabelludo en un masaje que evidenciaba la aprobación de sus chupeteos.

La joven había empezado a sentir aquellas placenteras sensaciones apenas Benito la recibiera en sus brazos. Al desatar sus tetas frente a sus benefactores, además de liberarse físicamente de la presión de su peto, se sintió extasiada al emancipar al fin el deseo de entregarlas al contacto íntimo de sus vecinos. Agradeció la doble opinión acerca del estado de sus pechos. Sin embargo, pese a que las manos de la señora Marta habían sido más delicadas, prefirió el dolor que el examen de don Benito le había provocado.

Sus sentidos, a flor de piel como estaban, habían detectado las extrañas palpitaciones al borde de su cola. En un principio no se las explicaba pero, sentada como estaba, no tardó en deducir de qué se trataba. Recordó las fantasías de don Benito con respecto a los senos grandes y comprendió el calvario que debía significar para él realizar el procedimiento que le practicaba en ese momento. Pero sintió alivió al recordar el plan que tenían con la señora Marta. Ya no demoraría mucho en pagarle con la misma moneda el alivio que él desinteresadamente le hacía sentir a ella.

De pronto rememoró algunos detalles del tratamiento. No quiso detener los esfuerzos de don Benito, pero no aguantó la preocupación que le generaba un paso que al parecer se había saltado.

―Ay…Don Benito. No olvide los cuidados de mi piel―dijo mientras guiaba su cabeza para liberar su pezón y conducir la hambrienta boca sobre las carnes de su pecho.

Se sintió aliviada al constatar que lejos de cuestionar su consejo, el sabio decano abandonaba la productiva mamadera para llenar de baba el resto de su teta y así preparar su piel para el cambio de volumen que se avecinaba. Su vecino fue laborioso; recorrió toda la extensión de su gran ubre con la lengua. Tati a veces sentía cosquilleos por sus bigotes pero no le desagradaban.

―Gra…cias―masculló quedamente, con un gesto de dolor al sentir los labios que apretaban su busto en ligeros mordiscones―. ¡Ay!... Gra…cias.

Distraída como estaba, no se dio cuenta de que Marta se acercaba a decirle algo hasta que se apoyó en su hombro y sintió el rose de sus labios en su oreja.

―Recuerda, querida. Déjalo salir―le escucho decir, mientras procesaba lo agradable que se sentía el micro tacto del aliento de su vecina en sus oídos―. Convéncelo que se tome toda tu leche.

―Aliméntese don Benito… Ande tómese mi leche―le pidió al pobre hombre a la vez que volvía a meterle el biberón en la boca.

El esforzado tratante reaccionó presionando con ambas manos la enorme ubre, apretándola por momentos para urgir chorros de leche que a borbotones inundaban su garganta. Tatiana sintió como la ordeñaban; las corrientes intermitentes de su sagrado elixir se producían al son del hábil masaje y las podía sentir desde lo más profundo de su ser hasta la violenta erupción en su exigido pezón. Nunca había sentido algo así; el placer la inundó y no pudo contenerse.

―¡Que rico!... Ayyy…¡Don Benito!...mmm… No pare…no pare…que rico―gritó y gimió restregando su cuerpo contra el de su maduro vecino.

Don Benito la apretaba y la acariciaba, seguramente para ayudarla a relajarse y dejar salir esas tibias sensaciones. Se daba cuenta del esmero y dedicación que ponía en el empeño de sanarla y volvía a sentir desconcierto. Por un lado se sentía mal al aprovechar el esfuerzo que aquella alma bondadosa ponía en su labor, aprovechando sus hábiles tocaciones en beneficio de sus angustiantes y desvergonzadas necesidades. Pero también la llenaba de emotiva felicidad el descubrimiento de aquellas desconocidas emociones. Se imaginó una realidad alternativa donde hubiera dependido exclusivamente de Pedro ayudarla y se dio cuenta que aquella intima experiencia que estaba viviendo era un regalo del cielo.

Tatiana era consciente de la presencia de la señora Marta. No se atrevía a mirarla puesto que eso podría amedrentar la excitación que se había permitido sentir. No quería voltear y encontrar a su amiga desecha por el sacrificio que su marido estaba haciendo por ambas mujeres. Pues estaba segura que don Benito si la ayudaba no era solo por tener un espíritu caritativo, sino también porque ella era íntima amiga de su querida esposa.

―Muy bien, mi niña―la escuchó de pronto susurrarle al oído. Esta vez creyó sentir que la lengua y labios de la señora Marta capturaban por un momento su oreja―. Vamos, que te la saque toda.―Pudo sentir en su espalda el abrazó de su mentora que la rodeo para atrapar la teta libre, aquella que por el momento no recibía tratamiento.

Se giró a mirarla. Pese a todos sus temores necesitaba agradecerle. Se topó con ella ahí mismo, rostro con rostro; sus mejillas se rosaron; sus alientos se mezclaron.

―Le debo… tanto.., señora Marta.

―Tranquilita, preciosa. Lo estás haciendo tan bien― sintió los labios barrer delicadamente su rostro mientras le hablaba―. Esta lola esta llenísima. Ya cámbiasela.

Tatiana se había sentado de lado sobre Benito, por lo que solo uno de sus pechos quedaba al alcance de su vecino. Sintió como menguaba el flujo de leche que era capaz de expeler la afortunada teta y, como siempre, encontró acertado el consejo de la señora Marta. Se paró por un momento y, sintiendo la angustiante necesidad de volver a amamantar, se arrojó, esta vez a horcajadas, sobre el decano; que la recibió con los brazos abiertos. Atrapó su cabeza de nuevo, obligándolo a llenar de saliva la pobre ubre que hasta ese momento se había mantenido huérfana, envidiosa de su hermana.

―¡Chupe!.. Chupe don Benito―le indicó―. ¡Chúpela todaaaa!

Sentía fantástico el bigote, los labios y la lengua cuando recorrían su piel. Pero necesitaba imperiosamente que se alimentaran de ella otra vez. Así que le metió a la fuerza el abandonado pezón en la boca y abrasó su cabeza para que no la soltara.

―Apriétemela, don Benito... Sáqueme toda la leche―le rogó. Las manos de su vecino cayeron sobre la teta; las sintió masajear desesperadas, repitiendo el maravilloso ordeñe.

―¡Ay!, don Benito… que rico…¡Ay!... toda, toda para usted― gimió sin tapujos.

De pronto se percató que una mano le masajeaba la cola. Sabía que no podía ser el decano pues tenía ambas sobre su nueva fuente de leche. La señora Marta, como siempre, no podía quedarse fuera; sus ganas de ayudar vencían cualquier barrera. Tatiana recordó el toqueteo que su bien intencionado vecino realizó sobre sus nalgas durante la primera sesión del tratamiento y se dio cuenta que necesitaba volver a sentirlo. Así que rescató una de las manos de don Benito y la colocó sobre su parado culo. Así tuvo cariño en ambas nalgas y sus sentidos encontraron entretención en todos los frentes, pues ahora que estaba a horcajadas sobre el marido de su amiga, podía sentir el constante palpitar de sus pantalones ahí muy cerca de su máxima intimidad.

―Anda… déjalo salir. Dime… que te gusta―le escucho decir a don Benito entre chupeteos. Lo miró y se estremeció al ver sus bigotes chorreando leche materna.

―¡Sí!…me gusta… ¡me gusta!… no pare por favor… bébasela toda.

De pronto vio aparecer a la señora Marta por detrás del sofá. Se inclinó frente a ella.

―Muy bien, mi niña―le susurró volviendo a hermanar sus rostros―. Ahora olvídate de todo y déjalo salir. Anda, sorpréndeme.

―Pero… señora Marta… que vergüenza―dijo Tatiana compungida―. Estoy sobre… su marido… no quiero hacerle daño a usted.

―Tranquila, preciosa. Confía en mí―le susurró su mentora, muy pegada a su oído. Luego afianzó el rostro de la joven con sus manos y le dio un delicado pero húmedo beso en los labios―. Te quiero tanto. Es por tu salud, querida. Libérate―le insistió.

―Aah… Aaaaaah… ¡Aaaaaah!―Tatiana no aguantó más. Empezó a gemir descontroladamente sin preocuparse de que la señora Marta siguiera ahí, rosándole los labios con los propios, mientras ella emitía lastimeros sonidos de placer. Don Benito había llevado ambas manos a masajear su culo y metió su cabeza entre ambas tetas para lamer el entre pecho de la angustiada joven. A la vez que aullaba sin control, la rubia restregaba desvergonzadamente su cuerpo contra él. La piel desnuda del dorso de Tatiana sufría la fricción contra la camisa del decano, mientras que la delgada tela de sus calzas le permitía sentir las abultadas formas de su montura.

―Aaaah… ¡que rico!... mmmm…Aaaah.

―Ya. Muy bien. Ya, tranquila―la sosegó la señora Marta―. Ya es hora de nuestro plan.

La extasiada joven recordó el acuerdo que tenía con su amiga. Sabía que tenía que hacerlo; en su estado, hasta lo ansiaba. Pero se sentía tan bien ahí montada.

―Un poquito más, señora Marta… Por favor―pidió Tati. Sin embargo, de inmediato distinguió desilusión en el rostro de su mentora y se sintió la peor persona del mundo.

El tratamiento ya había terminado; sus pechos, aunque aún enormes, ya no le dolían. Y habían convenido que luego ella ayudaría a la señora Marta con el problema que mermaba la felicidad en su matrimonio. ¿Cómo podía ser tan desagradecida?

―Lo siento, lo siento―se disculpó y, recurriendo a toda su fuerza de voluntad, se desmontó del cuerpo de don Benito y sus incansables sobajeos.

MARTA

Se había permitido participar de los sobajeos y se aguantó cuando le dieron ganas de chupar y beber junto a su marido de las productivas ubres de la rubia. Sin embargo, no se contuvo cuando le invadieron los deseos de besar a su amiga. Por lo menos alcanzó a refrenar las ganas de meterle la lengua hasta la garganta.

A veces, en las reuniones del condominio, había tenido que compartir con algunas vecinas en los creativos juegos que inventaban. Nunca le había desagradado en demasía pero tampoco le generaba placer en extremo. Definitivamente la belleza de Tatiana tenía un alcance que iba más allá del sexo opuesto.

Por un momento pensó que se le había pasado la mano. Quería calentar a Tatiana, pero por ningún motivo debía llegar al orgasmo como la última vez. Necesitaba que la joven sintiera necesidades insatisfechas durante la segunda parte de su plan para que todo saliera a la perfección.

Por suerte la había detenido a tiempo. Era maravilloso verla arrimarse como perra a Benito pero―todo a su tiempo―pensó la experta embaucadora. Con un hábil gesto de angustia, había conseguido calar en la conciencia de Tati y sacarla, notoriamente contra su voluntad, del placentero magreo del que era víctima.

―¿Qué pasa, muchacha?―reclamó Benito cuando Tatiana se apartó y se paró frente al sofá.

―La Tati ya está bien―intervino Marta―. ¿No es así, mi linda?

―Sí, señora Marta… El dolor ha desaparecido―le confirmó la rubia, acalorada como estaba.

Benito iba a decir algo pero se vio interrumpido cuando Marta simuló tropezarse con su pie. Le basto un pequeño gestó a la mujer y el decano pareció ordenar sus ideas.

―Qué bueno. Ha sido sin lugar a dudas una sesión muy beneficiosa―dijo evidentemente decepcionado. Su mujer pensó que debería afinar sus dotes actorales, pero entendía su desánimo. ¡La sorpresita que se iba a llevar!

―Pero aún no hemos terminado―lo detuvo Marta cuando quiso levantarse―. Benito. Sé que te vas a enojar pero le conté a Tati sobre tu problema y de las recomendaciones del doctor.―admitió poniendo de manifiesto un temor que en realidad no sentía.

Su marido dudó y por un momento pensó que había sido mala idea dejar al azar y a la improvisación aquella oportunidad. El hombre se agarró la barbilla y miró a todos lados, incómodo. Seguramente pensando en la carta que debía jugar.

―No te ofendas, muchacha―se refirió a Tatiana, que aún en toples se veía esplendida―. Pero Marta se excedió al compartir contigo algo tan personal.

―¡No seas necio! Viejo―le reclamó Marta―. Yo me desahogue con ella. No sabía con quien más hacerlo, tú sabes que es mi amiga de más confianza.

Benito se cruzó de brazos pero no dijo nada.

―Y le exijo que me deje ayudarlo don Benito―dijo la joven, como si hubiera ensayado esa frase cien veces.

Marta dio un paso hacia atrás para salir de la vista directa de su joven amiga y le hiso un gesto negativo a su marido.

―Te lo agradezco mucho, de verdad. Pero esto es algo que tenemos que arreglar nosotros. Tú no deberías preocuparte.

―La señora Marta me advirtió que no aceptaría mi ayuda―le contó Tati―. Y no voy a aceptar un no por respuesta. Usted me ha ayudado desinteresadamente, sin pedir nada a cambio y eso no es justo. Así que le avisó: si no me deja asistirlo, tampoco lo dejaré seguir tratándome con mis dolencias―sentenció, tomando sus pechos para aclarar su punto.

Benito se quedó helado. Su mujer supo que no actuaba. La sola posibilidad de dejar de gozar de las tetas de la rubia debía de preocuparlo sobremanera. Era el momento de intervenir.

―Anda viejo, no seas terco―le dijo Marta, arrodillándose frente a él y tomándole las manos. La astuta madura no tuvo que ocultarse esta vez para hacerle un gesto positivo con la cabeza, alentándolo a aceptar la ayuda propuesta―. Tú y yo sabemos que no podrás estar tranquilo sabiendo que Tatiana te necesita y no poder ayudarla. Así que déjate de pelotudeses y acepta que te asista, que nos auxilie a ambos.

La experta embaucadora leyó la curiosidad en los ojos de su marido. En realidad disfrutaba cuando las cosas le salían a pedir de boca.

―Está bien―dijo Benito―pero esto debe ser tan secreto como todo lo demás.

―Le aseguro que esto quedara entre nosotros y nadie más―aceptó de inmediato Tatiana, más nerviosa que antes.

Marta empezó a desabrochar su cinturón.

BENITO

El viejo oportunista disfrutó como loco manoseando a Tatiana. Le comió las tetas con un gusto supremo y escuchó sus estridentes y descontrolados gemidos; incluso la rubia lo invitó a tocarle el culo y se le montó encima restregándole la entrepierna contra su rejuvenecido amigo. Estaba en el paraíso. Por eso su frustración cuando la muy perra se apartó de él antes de acabar y, al tratar de protestar, su mujer se las ingeniara para callarlo. Luego le hablaron de un problema que no tenía ni puta idea de que se trataba. Y era extraño, pues se suponía que era la preocupación más grande de sus vidas.

Pero bueno, tenía más de dos dedos de frente; así que entendió bastante rápido que todo eso era parte de un plan de Marta, así que le hizo caso cuando primero le indicó que rechazara la ayuda de Tatiana y luego lo alentó a aceptarla.

Ahora estaba sentado en el sofá; su esposa, arrodillada frente a él pretendía sacarle el pantalón, y Tati, muerta de los nervios los observaba ahí de pie, aún con las tetas al aire.

De pronto recordó los calzoncillos de Mikey y su reacción fue innata y natural al tratar de impedir que su joven vecina los viera. De pronto cayó en la cuenta de que precisamente esa era la razón por la cual su astuta mujer insistiera tanto en que se los pusiera. Eran vergonzosos pero respaldarían la farsa de que él nunca había pretendido bajarse los pantalones en la casa de su vecina.

―Mira, Tati. Acaso no es cabro chico mi viejo―se burló Marta cuando el ratón de Disney emergió de su escondite.

―Uy, ¡qué tierno!―exclamó Tatiana, acercándose a verlo. Pero su sonrisa dio lugar a una cara de espanto, con los ojos abiertos y los dedos tapando su boquita, cuando Marta descubrió el calzoncillo completó.

El bulto debajo de la prenda interior era enorme y Benito se enorgulleció de él.―Parece que su maridito lo tiene pequeñín―pensó.

Su esposa no demoró en sacar el pantalón por debajo de sus tobillos y lanzarlos sobre una silla. Tati se había ido a sentar al otro extremo del sofá, tratando de mirar para cualquier lado menos a la ingle de su maduro vecino. Se mordía las uñas y de cuando en vez tragaba saliva ostensiblemente incomoda.

Benito aún no sabía de qué iba todo eso pero pintaba bien. Confiaba en su mujer, era tan creativa como morbosa.

Marta soltó los últimos botones de la camisa para apartarla y dejar su peluda panza al descubierto, lo empujó para que se sentara más al borde del sofá y le puso un cojín en la espalda para dejarlo en una posición más cómoda. Luego se puso de pie.

―Ya, mi niña. Estamos listos. Ven acércate para acá―la experta embaucadora le hiso unos gestos a Tatiana para que se aproximara―arrodíllate aquí donde yo estaba―le señaló.

Benito esperó expectante la reacción de la joven. Casi le dio un infarto cuando la vio tomar aire, acercarse y, en cámara lenta, sentarse sobre sus talones frente a él. ¡Diablos!, me va a pajear, se ilusionó.

―Ok, preciosa. Sácale los calzoncillos―le indicó Marta.

La joven evito mirar a la cara a don Benito pero no lo dudo, llevó sus manos por ambos costados y tiró de la ropa interior del decano, liberando de sopetón un tremendo y erecto falo.

Si antes Tatiana había parecido espantada, ahora se veía cabalmente impresionada. Y no era para menos. Benito sabia de las soberbias proporciones de su órgano viril; que además, gracias a la ingenuidad de la rubia, estaba en un estado de máximo vigor.

Marta tomó a la bestia de la base y la oriento hacia arriba.

―Vamos, cariño. Acércate―le indicó a Tati. La joven tomó sus tremendos globos y los separó, luego llevó su cuerpo contra la ingle desnuda de Benito y capturó entre sus tetas el ardiente y rígido pedazo de carne.―Muy bien, mi niña―la felicitó su mentora.

El decano había tenido múltiples aventuras, cual más morbosa que las demás. Pero lo que estaba viviendo en ese momento las superaba a todas: Era la mujer más hermosa que había visto en persona; la más ingenua; estaba casada; era su vecina; era mucho más joven que él; no lo hacía por dinero ni obligada sino engañada; y, por si fuera poco, lo hacía frente a su mujer, a la que consideraba su amiga y su mentora. ¡Qué descabelladamente excitante!

La calidez de las ubres de Tatiana abrazaba por completo su erecto pene. La joven sostenía sus tetas apoyándolas sobre el peludo cuerpo del decano. Solo dejaba escapar el brillante glande de la verga, que emergía triunfal entre las angelicales carnes de la rubia.

Benito se percató que Tati rehuía su mirada, avergonzada por el contacto íntimo que mantenían en ese momento. Estaba agitada, por lo que el maduro truhan se extasiaba sintiendo el delicado rose que provocaba su fuerte respiración. Disfrutó en extremo cuando la joven bajo la vista para encontrarse a escasos centímetros de su amigote y se calentó al verla admirar como hinchaba su glande con largas contracciones, las que seguramente también notaba en todo lo largo del falo que tenía atrapado entre sus descomunales tetas.

TATIANA

Cuando aceptó ayudar a su vecino, jamás pensó que se llevaría una impresión tan grande.

Nunca había estado con otro hombre que no fuera Pedro y tampoco se había mostrado interesada en buscar imágenes o videos de algún otro pene. Simplemente pensaba que debían ser todos parecidos. Alguna vez escuchó que el tamaño si importaba, pero en ningún momento se imaginó el verdadero significado de esas palabras.

El órgano viril de don Benito era enorme, casi el doble que el de Pedro, en largo y ancho. Sus testículos parecían un par de duraznos peludos. Había sentido un extraño magnetismo hacia ellos cuando los vio; tuvo fuertes deseos de comprobar que se sentiría tocarlos y tomarlos; pensó que su manito apenas sería capaz de envolverlos completamente. Estaba desconcertada por la sorpresa, no podía evitar las ganas de mirar las partes privadas de don Benito desde que la señora Marta le había mostrado el descomunal bulto atrapado en sus calzoncillos. Se había hecho la desentendida alejándose al otro extremo del sofá, pero cuando su amiga la llamó para cobrarle la ayuda ofrecida no tuvo alternativa. Se acercó y en un arrebato de osadía liberó al monstruo. Inmediatamente trató de desviar su atención, avergonzada frente a sus inocentes vecinos, pero cuando sintió el ardiente falo entre sus pechos no pudo evitar mirarlo.

Su punta estaba acorde con el porte de todo lo demás. El capullo que reinaba en la cumbre del miembro de don Benito era liso y pálido, al contrario de su robusto tronco que era más moreno, y totalmente opuesto a la negrura que reinaba en los vellos púbicos allá abajo en su bolsa de testículos. Tati no pudo evitar quedarse pegada observando cómo se hinchaba, creciendo y expandiendo sus bordes; parecía una cobra erguida extendiendo sus escamas. De su orificio manaba una gota que parecía ir creciendo con cada palpitación del glande. Y no supo por qué se le hizo agua la boca.

―Muy bien, querida―la felicitó la señora Marta―. Lo estamos logrando, mira como tienes a mi viejo.―Tatiana miró a don Benito. Tenía una cara difícil de descifrar; claramente estaba impresionado pero igualmente feliz y entusiasmado; la mueca de sonrisa y esos ojos vidriosos y muy abiertos le dejaban claro que estaba cumpliendo con su cometido. Se alegró en lo más profundo de su ser y se sintió orgullosa de sí misma, pues sus acciones estaban haciendo realidad la fantasía a la que su ejemplar benefactor había renunciado por amor a su esposa.

―¿Cómo se siente don Benito?―le preguntó, asustada de pronto por la ocurrencia que el pobrecillo sufriera un colapso nervioso.

―Rico, muchacha. Rico y cali…―se interrumpió como si su rectitud volviera de repente―. Bien, gracias. Me siento muy bien, Tati.

―Tranquilo, mi amor.―La señora Marta se acercó por el lado de su marido y se dirigió a ella que seguía con la verga atrapada entre sus pechos.―Suéltala un momento, mi niña. Vamos a prepararla antes de seguir.

Tatiana permitió que la señora Marta liberara a la bestia y se quedó sorprendida cuando su mentora capturó la punta del falo con la boca, engullendo toda la humedad acumulada sobre él. Don Benito se estremeció por la sorpresiva caricia bucal, y la joven, por instinto maternal, acarició sus peludas piernas para tranquilizarlo, mientras observaba incrédula como a pocos centímetros su amiga chupaba hambrienta la intimidad del pobre hombre. Al poco se lo sacó de la boca y empezó a lengüetearlo en toda su extensión dejándolo entero húmedo y brillante.

―¿Quieres probar?―La señora Marta se había detenido junto a la tremenda verga que seguía afirmando con su mano. Le había preguntado con naturalidad pero aun así, Tatiana se impresionó por la sorpresiva proposición.

Definitivamente tenía ganas de hacerlo. El tamaño y el poder que irradiaba ese pene habían avivado la corriente de excitación que se cortó cuando termino el tratamiento sobre sus pechos. Sin embargo, los fantasmas de la rubia volvieron a penarla. La señora Marta lo había hecho con una maestría tal que daba placer mirarla. Y ella, por otro lado, nunca en su vida pensó siquiera en algo así; Pedro jamás se lo había pedido. Se llenó de temor al pensar que no sabía cómo hacerlo. ¿Y si lo arruinaba todo?, ¿Si se ponía en ridículo? Además su mentora quizá solo se lo ofrecía por cortesía. Era un tesoro precioso el que tenía ahí. Ellos no habían esperado nada a cambio de su ayuda. ¿Cómo podría aprovecharse ella ahora? Además, don Benito se había mostrado extremadamente reacio a aceptar el contacto con los senos de otra mujer. ¿Cómo se sentiría si de un de repente ella se aprovechaba y le chupaba su cosa?

―No… no, gracias―respondió sin mucha convicción.

La señora Marta pareció decepcionada pero, al parecer comprendió su sacrificio, pues no insistió.

―Está bien, te entiendo. Pero necesitamos lubricar ambas partes―señaló su mentora―. ¡Ah!, ya sé. ― Chascó los dedos y sonrió entusiasmada. Luego fue y agarró el pezón de una de las tetas de Tatiana. La joven pegó un saltito pero la dejó que estrujara su ubre hasta que salieron unas gotas de tibia leche. Con las manos húmedas, la señora Marta sobajeo el entre pecho y todo el costado de las tetas de la rubia que se apretarían contra el miembro de su marido. Repitió varias veces el procedimiento, acariciando y obligando a expeler fluido a los preciosos globos de su vecina y utilizarlo como lubricante para terminar de hacer realidad la fantasía de don Benito.

Tatiana disfrutó del masaje sobre sus mamas. Cada vez tenía que hacer mayor esfuerzo para contener los impulsos que la invadían. Ella ya había tenido la oportunidad de dejarlo salir, ahora era el turno de don Benito; no podía dejarse llevar. Así que se limitaba a respirar agitadamente y a sacar pecho, pues el brillo que habían empezado a tomar sus senos, todos húmedos por la lubricación, era un espectáculo que esperaba disfrutara a cabalidad su pobre vecino. Le encantó darse cuenta que el intachable decano, asombrado, no perdía de vista el implacable ordeñe que su mujer practicaba sobre sus productivas ubres.

De pronto la señora Marta dejo de esparcir la leche sobre el cuerpo de Tatiana y empezó a empapar con ella el tremendo falo de su fiel esposo. Lo tomó entre sus dedos y comenzó a recorrerlo de arriba abajo, a veces rápido, a veces lento.

―¡Aaahhh!―exclamó Benito. A Tati no se le escapó como el hombre cerraba los ojos por un momento y abría un poco más las piernas, entregando de esa forma toda su intimidad al quehacer de su mujer.

―Eso es, déjelo salir, don Benito―se le escapó a la joven. Se arrepintió, avergonzada, apenas terminó de decirlo pero se relajó cuando su mentora la apoyo.

―Sí, mi viejo. ¡Libéralo!―lo animó, haciendo un rápido sube y baja en su garrote erecto.

―¡Aaaaah!...¡Aaarrg!―se quejó el hombre ante el vigoroso masaje.

Tati disfrutó al distinguir la ansiedad del decano al mirar sus pechos. No perdía de vista los gestos de placer del hombre maduro, cuando la señora Marta la sorprendió llevando su mano a agarrar la gruesa verga.

―Ayúdame, querida―le escucho decir a su amiga. No tuvo capacidad de reacción, en un instante se vio envolviendo con su pequeña mano el rígido mástil de don Benito. Era tan gordo que le faltó medio centímetro para poder rodearlo por completo. Sintió un escalofrió con epicentro en su entrepierna cuando palpo lo rígido y caliente que estaba. Su instinto la obligó a apretarlo, probando su resistencia, y sufrió una corriente de júbilo al escuchar el quejido que provocó en su dueño.

La señora Marta traía más leche desde sus tetas y la depositaba sobre la carne de su marido.

―Lubrícalo―le indicó. Y Tatiana soltó el fuerte agarre que mantenía sobre el perfecto falo y delicadamente recorrió toda su extensión, esparciendo por toda la piel el fluido proveniente de su cuerpo. Esta vez no aguantó el magnetismo de aquella bolsa peluda que descansaba entre las piernas de don Benito. Llevó su manito hasta ahí y acarició los testículos del hombre, palpando cada vez con más intensidad, suplicando al cielo que sus vecinos no se molestaran, pues entendía que esa zona no necesitaba lubricación.

La señora Marta llevó la otra mano de Tati a reponer el agarre que había dejado libre y guio su movimiento, imitando el violento masaje que practicara sobre la verga de su marido hace un momento. Así, la joven se vio con ambas manos sobre el aparato reproductor del esposo de su amiga. Una masajeaba intensamente el peludo saco de sus gordos testículos y la otra le practicaba una paja que, aunque dirigida por la señora Marta, era ejecutada con vigor y entusiasmo por Tatiana.

―¡Aaaaah!...¡Aaarrg!...¡Aah!―gimió con más intensidad el pobrecillo.

Su mentora se apartó y la dejo sola; ella siguió, parecía que no existía nada más en el mundo que sus palmas sobre aquel falo y los sonidos guturales que provocaban sus caricias. Cuando la rubia sentía que no podría soltar nunca aquel duro trozo de carne, la señora Marta la sorprendió abrazándola por detrás, rodeándola con sus brazos para atrapar las tetas que rebotaban libres siguiendo el vaivén del esforzado ejercicio de su dueña.

―Ya es hora, mi niña―le dijo su amiga al oído―. Ponlo entre tus lolas.― El roce de sus labios en su oreja le provocó escalofríos.

Obedeció. Su mentora, abrazada a su espalda, orientaba sus movimientos, así que no temió equivocarse. Dejó que su amiga separara sus pechos y ella depositó el grueso tronco entre ellos. Sintió el cosquilleo de los pelos de don Benito en sus costillas y el incipiente calor del tremendo pene entre sus senos cuando lo envolvió con sus exquisitas carnes. Puso sus manos sobre las de la señora Marta y entre las dos aseguraron el destino de la descomunal bestia, atrapada hasta que ellas decidieran dejarla ir.

Tatiana advirtió como luchaba; sintió como inquietas contracciones endurecían y dilataban aún más el grosor del mástil. Parecía tener vida propia. Ella miraba su único ojo que, coronando su glande, lloraba pidiendo clemencia. Estuvo a punto de recoger aquel goterón de fluido con su lengua, pero la penetrante atención que mantenía don Benito sobre el contacto de sus cuerpos la detuvo. Estaba ahí para atenderlo y ayudarlo, qué pensaría de ella, si se aprovechaba de su vulnerabilidad y daba rienda suelta a sus pecaminosos deseos.

Luchaba por reprimirse cuando la señora Marta empezó a amasar sus pechos, consiguiendo una deliciosa fricción ahí donde las carnes se rozaban.

―Muévelas, preciosa. Acarícialo con ellas―le susurró al oído la señora Marta.

Así lo hiso. Levantó alternadamente cada una de sus ubres sin perder la presión que mantenían sobre su prisionero. No tardó en hacer reaccionar al decano.

―¡Uuuf!... Aaah…¡Aaargg!―se quejó don Benito, empezando a mover sus caderas, haciendo que el capullo se ocultara entre los suaves globos para luego llevarlo hasta arriba, donde daba ligeros golpecitos en la barbilla de Tatiana.

La joven comprendió que no podía seguir mirando como el pene de don Benito penetraba sus pechos, pues cada vez le costaba más reprimir el impulso de capturarlo entre sus dientes. Así que levantó la vista y se encontró con el rostro de su vecino, que irradiaba esfuerzo y agresividad. Parecía que sentía rabia con ella y se desquitaba propinándole estocadas cada vez más violentas en su pecho. Pudo ver las zarpas del pobre hombre aferrándose firmemente al sofá, usándolo de apoyo para restregar con fuerza sus peludas bolas y su vergota contra la juventud de su cuerpo.

―Dile que la tiene grande―le pidió la señora Marta desde atrás―. Eso le gusta.

―Don Benito, que la tiene grandota―le dijo Tati mirándolo a los ojos, como desafiando esa mirada iracunda―. ¡Enorme y poderosa!

A la rubia le encantó poder decir en voz alta lo que pensaba. Le hubiera avergonzado hacerlo por iniciativa propia, así que fue un alivio que su amiga se lo pidiera.

―Mi viejo tiene tremendo pico―exclamó su mentora para apoyarla.

―Siiii, señora Marta… Y duro como piedra.

―¡Ah!...¡Ah!...¡Ah!―gemía el decano con cada puñalada que perpetraba entre las ubres de Tatiana―. ¡Qué tetazas!... Tati, muchacha… ¡Qué increíbles tetazas!

Tatiana se extasió con los resultados de su sacrificio. Nunca imaginó que palabras como esas, viniendo de un hombre mayor como aquel, pudieran impactar de esa manera en las ansias sexuales que crecían sin control dentro de su ser. Se llenó de orgullo por la belleza de su cuerpo y el acto de caridad que le ayudaba a realizar.

De pronto don Benito dejo de remecerse y se apartó de su cuerpo. La señora Marta también soltó sus pechos y se separó de ella sorpresivamente.― ¡No!, otra vez no―pensó Tatiana.

MARTA

Ya lo veía venir. Reconoció las intenciones de su marido apenas distinguió su mirada salvaje y supo lo que se avecinaba cuando lo escuchó decirle a Tatiana las tetazas que tenía. Pero no podía echarle toda la culpa a él, ella también se dejó llevar por el candente momento y no pudo evitar animar a su incauta vecina a elogiar la vergota de Benito.

Se recriminó por no anticipar lo que estaba pasando. El muy idiota estaba fuera de control y no habría como calmarlo hasta que follara. No tuvo mucho tiempo para pensar como detenerlo e impedir que mandara al trasto todo lo que habían conseguido con Tati.

Solo había una manera de evitarlo y no lo pensó dos veces. Se levantó lo más rápido que pudo y se dejó caer sobre su marido antes que pudiera salir del sofá y alcanzar a la hermosa rubia.

―Tranquilo. Cálmate―le dijo en voz baja, abrazándolo y besándolo.

Pero Marta tampoco era de fierro. También había participado en todo aquello y, aunque su contacto físico había sido mínimo, tenía el incentivo particular de haber disfrutado del desarrollo de las cosas desde la perspectiva de quien lo planeó todo. Se había excitado como una potranca al ver cómo había llevado a su joven e inocente amiga a practicarle una candorosa paja rusa a Benito, su marido, que a su vez se encontró de sorpresa con toda esa maravilla.

Así que cuando sintió la herramienta erecta de su marido no pudo evitar besarlo con pasión, pegándose a él, ansiando sus caricias.

―Muéstrale como un verdadero hombre hace suya a una mujer―le dijo al oído a Benito―. No podrá dormir tranquila después que te vea culear.

De inmediato sintió las manos de su marido sobre ella, buscando deshacerse de su ropa. Lo ayudó a sacarle el pantalón de tela que traía y ella misma se sacó los calzones. Luego, manteniendo sobre sí la mirada de depredador de Benito, se puso en cuatro patas sobre el sofá. Su hombre la siguió y se posiciono tras ella. Cuando la tomó de las caderas se convenció que ya lo tenía bajo control y buscó a Tatiana.

La encontró sentada en el piso un poco más allá de donde la había dejado. Estaba mirándolos evidentemente sorprendida. Marta se dio cuenta del gesto de preocupación que adoptó cuando Benito procedió a penetrarla. La joven se tapó la boca de asombro mientras ella sentía la bestia de su marido abrirse paso entre su carne. Por suerte su entrepierna ya estaba húmeda de hace rato, ya que la calentura de su viejo no tuvo piedad; después de una clavada apenas controlada, comenzó un mete saca frenético contra su vagina.

―Aah…Aah…Ay…Aah…Ay―no pudo evitar proferir.

Los ojos de Tatiana se pusieron como platos cuando empezaron a sonar en la sala los cacheteos, resultado del choque de los envistes de Benito contra las nalgas de Marta. La gozadora madura comprendió que el asombro de la joven radicaba en la proeza que significaba ser capaz de recibir la totalidad del falo erecto dentro de su cuerpo. ¡Y aún no has visto nada!

Sin dejar de mirar a su atónita vecina, llevó una mano a su nalga y abrió su trasero. En el idioma intimo que mantenía el pervertido matrimonio, ese gesto le daba a entender a Benito que Marta necesitaba ser enculada.

El macho se detuvo a tomar aire, preparándose para la siguiente acometida. La hembra dominada sintió como extraían el grueso tronco de su cuerpo. Una vez afuera, su marido hiso presión sobre su espalda para que adoptara una pose más adecuada. Su cuerpo, acostumbrado, se acomodó sin demora. No tardó en sentir la punta del arma presionando en su entrenado orificio posterior.

―¡No!―gritó de pronto Tatiana―. Don Benito, no le haga daño, ¡por favor!

Marta había cerrado los ojos, preparándose para la insana penetración. Cuando los abrió, se encontró con su inocente amiga de pie junto a ellos. Aún con las tetas al aire, mantenía una mano sobre el hombro de Benito suplicándole que se detuviera.

―Se lo ruego. No puedo verla sufrir así.

Marta se enterneció por la preocupación de la joven. La tomó del brazo y la trajo hacia sí, sentándola en el sofá.

―No te preocupes, mi niña―le dijo―. Soy toda para mi viejo. Solo apóyame, hazme cariño y déjame abrasarte―. Notó que la rubia estaba agitada y los ojos le brillaban de angustia. Pese a todo, Tatiana hiso un gesto afirmativo y acarició el pelo de su mentora. Esta le regalo una sonrisa, miró hacia atrás a su marido y le indico que continuara.

―¡¡¡Aaaaaaah!!!―gimió y arrugó la cara de dolor, exageradamente para victimizarse frente a su joven amiga, cuando la punta de lanza se introdujo en su ano―. ¡¡¡Aah!!!...¡¡¡Aah!!!...¡¡¡Aah!!!―siguió a medida que los calculados embistes llevaban cada vez más profundo al poderoso taladro de carne.

Marta estaba en cuatro patas sobre el sofá, por lo que, al parar un poco más la cola, quedo con la cabeza a la altura de los pechos de Tatiana. Aprovechando la compasión de la rubia, la abrazó y restregó su rostro contra sus tetas. Sintió el familiar olor de su macho en ellas mezclado con el aroma a leche de la joven madre. Entre los gritos de dolor ante la brutal sodomización de que era víctima, se permitía chupar y mamar las exuberantes ubres, mientras su amiga trataba de consolarla masajeando su nuca.

De pronto volvió a sentir el cuerpo de Benito en sus nalgas. Supo que el excitado pene de su marido estaba metido hasta el fondo de su ser. Miró a su inocente vecina, que casi lloraba por la increíble hazaña. Luego ya no pensó en nada más, agitó sus caderas para avivar a su macho y se entregó a la bestia.

BENITO

El viejo estaba incansable. Se sorprendió a sí mismo por la monumental ensartada que le estaba dando a su mujer. Se la clavaba con rabia pues aún no entendía porque no lo había dejado poseer a Tatiana. La tremenda tetona estaba lista, lo pudo ver en sus ojos. Solo debía sacarle las calzas y metérsela hasta el fondo, pero Marta lo había detenido, arrogándose sobre él y ofreciéndose en sacrificio para salvar a su joven amiga.

Así que se lo merecía.

Pero Benito no podía negar que el espectáculo era sublime. Tenía a su mujer en cuatro patas sobre el sofá, haciéndola dar gritos de dolor con cada puñalada que le enterraba hasta el fondo del culo. Hasta ahí, nada que no hubiera vivido antes. Pero esta vez estaba Tatiana observando de primera mano la potencia de macho de la que era capaz. La joven mantenía la cabeza de Marta contra su pecho, como tratando de protegerla de sus inhumanas arremetidas. Su mujer, ni tonta ni perezosa, aprovechaba para lamer y chupar como podía las perfectas tetas de su amiga. La escena no podía ser más morbosa. Aparte, detectaba que en los vidriosos ojos de la joven se escondía más que una simple angustia; podía ver el deseo en su mirada; mezclado con asombro y temor, pero estaba convencido que ahí estaba.

No pudo aguantarse y quiso mirar más de cerca. Sin dejar de encular a Marta, acomodó su postura para quedar sobre ella y se afirmó en el respaldo y en el apoya brazos del sofá. De esa forma quedó suspendido arriba de su mujer y a escasos centímetros de las facciones de la joven dueña de casa.

―¡Aarg!...¡Aarg!―gruñó para mostrarle a la hermosa rubia el esfuerzo que ponía en el martirio de su mujer.

Ella rehuía su mirada. El sinvergüenza se acercó, buscando que sus rostros terminaran tocándose por el vaivén del coito. De pronto la joven ya no tuvo para donde huir y se quedó frente a él, mirándolo, angustiada a más no poder.

La calentura lo dominó, no pudo aguantar las ganas de besar a Tatiana mientras se culeaba a su mujer. Benito pegó sus labios a los de su joven vecina en un húmedo beso. Ella se apartó al instante y miró hacia abajo; más que molesta parecía asustada de que Marta hubiera visto el fugaz contacto de sus bocas.

El viejo canalla siguió arremetiendo con lujuria, sin perder de vista los gestos de su musa inspiradora.―¡Que ganas de hacérselo a ella!―pensó. Los ojos de la joven se fijaron en el constante bombeo que hacían las caderas de Benito. Este asaltó aún con más violencia el cuerpo de Marta y vio como la cara de Tati se convertía en un amasijo de deseos reprimidos.

Los gritos de Marta se convirtieron en gemidos ahogados cuando se abrazó al cuerpo de Tatiana y su boca atrapó uno de sus pechos para no volver a soltarlo.

―mmmm…mmmm…mmmm―gimió ahogándose en un evidente orgasmo.

Tatiana la observó por un segundo y luego miro a Benito irradiando deseo. Él dejo de apoyarse en el respaldo del sofá y llevó su mano a la nuca de la joven. Ella no se resistió y recibió el beso con la boca delicadamente abierta.

El estremecimiento del cuerpo de Marta frente a sus enérgicos empellones y el delicado y húmedo beso de la hermosa chica, fueron demasiado para el aguante del extasiado bribón. Explotó violentamente en los intestinos de su mujer, mientras sus glándulas salivales empaparon en forma inaudita el apasionado ósculo que mantenía con Tati.

El esfuerzo le cobró la cuenta de sopetón una vez que expulsó la última gota de semen de sus testículos y, despegándose de los labios angelicales de la rubia,  cayó rendido sobre la espalda de Marta que inspiraba y expulsaba aire en armonía con la profunda respiración de su marido.

De pronto, los frenéticos esfuerzos de Tatiana por liberarse de ellos lo volvieron a la realidad. La joven los empujó para que la dejaran levantarse, se apresuró a recoger el peto que yacía en el suelo y cubrió con él sus pechos.

―Por favor, vístanse de una vez y salgan de mi casa―dijo la joven al borde de las lágrimas y se perdió por el pasillo.

Benito se vistió rápidamente bajo la acusadora mirada de Marta. No se dijeron nada hasta que salieron a la calle.

―Eres un imbécil―le dijo Marta mientras caminaban a su casa.

FIN CAPÍTULO 2.