Tati Cap 2: Inocente madre engañada por matrimonio
Tatiana: joven, bella e inocente madre sigue cayendo en los engaños de la pareja de maduros que tratan de llevarla a sus perversos y lujuriosos juegos
Segundo capítulo de la serie Tatiana. Esta editado según publicación formal del sitio de relatos de Dantes. Espero lo disfruten.
TATIANA
CAPÍTULO 2
MARTA
Marta estaba desnuda junto a su marido. Eran las dos de la tarde, él debería estar en la universidad haciendo sus cosas de decano, pero lo que habían vivido en la casa de Tatiana los había calentado de tal forma que, apenas llegaron a su casa, hicieron el amor como hace años no lo hacían. Con una pasión animal, sin tapujos ni limitaciones, Benito la enculó bruscamente y, pese al dolor, ella había gritado de placer.
Ahora se encontraban acostados en su cama matrimonial, aún agitados por el esfuerzo que les significó fornicar con aquella inusitada intensidad.
―Apenas puedo creer lo que paso―dijo Benito―.Ni en mis sueños más morbosos imagine que iba a comerme esas tetas… ¡Y que tetas, Dios mío!
Marta se volteó de lado, apoyo su cabeza en una mano y con la otra empezó a acariciar el pecho entrecano de su marido.
―Y le gustó, ¿te diste cuenta?, a la muy zorrita le encantó― Marta estaba entre asombrada y feliz.
―No solo le gustó, estoy seguro que se corrió.
―Sí, se corrió. ¿No le viste la cara mientras le chupábamos esas tetazas?
―Soberbia. Y ella misma nos lo pidió, o por lo menos es lo que ella cree. Aún no entiendo como la convenciste vieja… piñizcame por favor.
Ella no lo dudó un segundo y le dio un fuerte apretón en la barriga. Benito soltó un gritito y se largaron a reír.
―¿Y qué haremos ahora?―preguntó Marta.
―No podemos dejar pasar esta oportunidad. Ella confía en ti y es tan ingenua que no se da cuenta que cada vez que hace lo que tú le aconsejas más le costará dar marcha atrás. No, es definitivo, esto tenemos que aprovecharlo a concho.
Marta imaginó a su marido penetrando a Tatiana; de la misma forma que se lo imaginó innumerables veces cuando él llegaba tarde y ella sabía que tenía una “reunión” con alguna de sus alumnas, dispuesta a todo por pasar algún ramo.
―Quiero ver que la encules, Benito―dijo Marta con una sorpresiva ansiedad―. Quiero ver su rostro cuando sienta toda tu bestia penetrándola.
―Sí, sería fantástico poseerla frente a ti.
Marta se percató que la hombría de su marido volvía a erguirse al escuchar estas palabras y de inmediato la atrapó con su mano.
―Llegaremos a eso y más―prometió Marta―.Antes me remordía la conciencia un poquito pensar en las intenciones que tengo de llevarla a las reuniones, pero después de lo de hoy… No, no hay pero que valga; es demasiado el morbo que me da aprovecharme de ella. Es tan inocente y bonita. Tiene un marido tan guapo―. Se mordió el labio y apretó el miembro que acariciaba con tal intensidad que le arrancó un gemido a su marido; no supo si de placer o de dolor, o ambos, pero no le importó. No podía arrancarse de la cabeza las ideas que por miles se arremolinaban en sus pensamientos; todas luchando por un espacio para que su imaginación les diera forma, y su ingenio prioridad para hacerlas realidad.
―¿Cuánto crees que tarde en pedir otra sesión?―preguntó Benito mientras disfrutaba del frenético masaje―. ¿O no será mejor que le impongamos repetirlo cada cierto tiempo?, ¿cómo un tratamiento a largo plazo o algo así?
―No, vamos a dejar que ella nos llame―dijo Marta con seguridad―. Cree que le hacemos un favor y eso le suma una buena cuota de morbo ¿no crees? Que te lo agradezca, que se deshaga en agradecimiento mientras nos aprovechamos de ella. Uf, claro que eso me pone, ¿a ti no?
―Sí, tienes toda la razón. ¡Y nos quería pagar!―.Benito llevó la cabeza de su mujer a su miembro ya completamente erecto. A Marta no le molestó para nada, lo engulló con placer mientras su mano seguía masturbándolo ahí en la base junto a sus bolas.―Ya me imagino a Tatiana devorándome la verga. Esa preciosa boquita comiéndomela toda… mmm, mientras acaricio su espalda y su culazo, animándola a beberse toda mi leche.
―No se preocupe, mi viejito… mmm… Antes de lo que te imaginas… mmm… conseguiré que Tatiana… mmm… adore tu tremenda vergota―prometió Marta entre lamidas y chupetones.
Benito no aguantó mucho más. Las promesas de su mujer de que dispondría de su hermosa vecina para liberar todos sus morbosos deseos y el fresco recuerdo de la sabrosa piel de Tatiana fueron demasiado para él. Descargó chorros de denso semen en la boca de Marta. A ella nunca le había gustado mucho que eyacularan mientras chupaba; sin embargo, al imaginarse a la hermosa rubia en su lugar, disfrutó al recibir los fluidos cargados de espermios de su marido.
Marta no se retiró al baño a escupir lo capturado en su boca como siempre. Muy por el contrario: se lo tragó todo y se quedó ahí, limpiando con cuidado cada gota de semen con su lengua, asegurándose que Benito se diera cuenta que se había portado como una buena perra.
―Ya se me ocurrió algo―dijo de pronto Marta, aún con la flácida verga de Benito en la cara.
Eran las seis de la tarde. Benito había vuelto a la Universidad hace rato, resignado, pues su mujer no le había querido contar nada sobre el plan que pretendía llevar a cabo para continuar engañando a Tatiana.
Marta estaba pegada a la ventana del segundo piso. Desde ahí se podía ver con claridad la portería del condominio; sabía que a esa hora acostumbraba llegar del trabajo la persona que debía intersectar antes que llegara a su casa. Después de meditarlo toda la tarde, estaba convencida que debía intervenir en los acontecimientos que se desarrollarían en la intimidad de sus vecinos. Era poco probable que lo sucedido aquella mañana les estallara en la cara, pero no podía dejar pasar la oportunidad de sacarle aún más provecho a la información “privilegiada” con que disponía.
Por fin llegó el vehículo que esperaba. Demoraría en que el guardia le abriera la barrera el tiempo justo que a ella le tomaría bajar las escaleras, salir e intersectarlo en la calle. Por tanto se apresuró a su cometido, en unos segundos llegó al borde de la acera y, apenas vio el auto, le hizo señas para que se detuviera.
―Señora Marta. ¿Cómo está?, ¿todo bien?―la saludó un apuesto hombre de traje.
―Sí Pedro, gracias. Solo quería hablar un momento contigo.
Pedro se estacionó y bajó del auto. Era un hombre alto y bien parecido, la chaqueta le entallaba bien, llevaba la corbata suelta y el botón de la camisa desabrochado. Su corte de pelo moderno y estratégicamente desordenado le brindaba un aire juvenil y formal al mismo tiempo.
―Quería hablarte de Tati―dijo Marta, no antes de asegurarse que nadie los escuchara y así llamar más aún la atención de su interlocutor―. No te preocupes, no es nada grave. Pero tú sabes el cariño que le tengo y creo que es mi deber decirte que…―se detuvo, dejándole claro a Pedro que le costaba encontrar las palabras precisas para lo que le quería decir.
―¿Decirme qué?―la apresuró el hombre. No parecía molesto, sino algo divertido ante las dudas de la amiga de su mujer―.Señora Marta, usted sabe que es la mejor y única amiga de mi esposa en esta ciudad. Ande, no se amilane y dígame lo que tenga que decirme, que para eso tenemos confianza ¿no?
―Sí, Pedrito. Tienes razón; pero una es de otra generación y nos ponemos algo nerviosas cuando tocamos estos temas―se disculpó Marta―. Lo que pasa es que tu sabrás que Tati tiene problemas en sus…”bubis”, con eso de la leche.
―Lo sé. Incluso le compré un extractor.
―A eso quería llegar. Verás, ella lo usó y alivió bastante su malestar. Y bueno, es cierto que le ha hecho bien pero en mi experiencia es necesario dejarla descansar y dejar que se recupere… ¿me entiendes?
―No se preocupe, Señora Marta, la voy a convencer para que descanse…
―Eso está bien. Pero lo realmente importante es que descansen sus pechos muchacho―le interrumpió Marta. Al verlo confundido le explicó―. No le hará bien a Tati que la toques en forma “íntima” ahí donde le duele―le dijo casi susurrándole.
―Aaah. Comprendo.
―Le pedí que hablara contigo, pero ambos la conocemos y sabemos que no te dirá nada. A ella, como la muchacha decente que es, le cuesta hablar de estos temas; pero es por su propio bien―viendo que Pedro solo asentía, Marta continuó―. Y por favor te pido que no le digas nada. Cuando le dije que yo podría hablar contigo casi se muere de la vergüenza. Ella está muy enamorada de ti y no quiere faltarte en nada. Si hago esto es por su salud, pero tengo miedo que se enoje conmigo si sabe que yo me metí en algo tan privado de ustedes.
―No se preocupe, mis labios están sellados―dijo Pedro agradecido.
Marta le tendió la mano; lo felicitó por el pequeño hermoso que tenía en casa y por su preciosa familia, y se despidió. Cuando volvía a su casa no pudo evitar sonreír, todo había salido a la perfección.
TATI
Tatiana estaba tumbada en la cama. Era temprano, Pedro acababa de despedirse con un beso y se había ido al trabajo. La joven madre se levantó, se asomó a la cuna de su bebé y sonrió; Benjita estaba plácidamente dormido. Decidió ducharse antes que despertara; no sería un baño de tina como el día anterior, esos se los tomaba más tarde y en general lo hacía para aliviar la dolencia que el exceso de leche en sus pechos le generaba. Esa mañana, ese dolor era apenas perceptible, el dolor verdadero venia de más adentro, del corazón. Había echo el amor con Pedro; como pocas veces ella lo había buscado aún afectada por las nuevas sensaciones descubiertas en la terapia que desinteresadamente le donaran sus vecinos. Sin embargo, su marido, pese a todos los esfuerzos que ella hizo por tentarlo a tocar y besar sus pechos, evitó el contacto íntimo con ellos. Si bien es cierto que la había penetrado, con el cariño y la pasión acostumbrada, ella tenía la esperanza de replicar el increíble orgasmo que había sufrido a manos de la señora Marta y don Benito; cosa que no sucedió. Por lo menos esperaba hacer que Pedro succionara de su leche; así no tendría que volver a molestar a otras personas para aliviar su martirio; pero fue inútil, la señora Marta tenía razón: algunos hombres no toleran la leche materna y su amado Pedro era uno de ellos. Maldijo su suerte.
Dos minutos después, ya más relajada, bajo la regadera que arrojaba tibias gotitas de agua sobre su cuerpo, agradeció al cielo la amiga que tenía en la Señora Marta. Y ya no era solo ella: su marido, don Benito, había demostrado ser un hombre de buen corazón, una persona dispuesta a auxiliar a los demás desinteresadamente. ¿Quién sino habría hecho un curso para ir en ayuda de mujeres que necesitadas?; incluso poniendo en riesgo su propia relación. Tatiana aún no entendía como su amiga podía ver a su marido en un contacto tan íntimo con otras mujeres y en vez de sentir celos o rabia, sentir orgullo y placer de verlo socorrer a otras personas. Inclusive ayudándolo como el día de ayer, cuando la propia señora Marta se había puesto manos a la obra para tratarla.―Qué ejemplo de seres humanos―pensó la joven mientras secaba su cuerpo frente al espejo del baño.
Contemplándose ahí, frente al cristal semi empañado, apreció las curvas de su cuerpo. Sus simétricos hombros caían elegantes, formando la silueta de sus brazos y enmarcando sus increíbles senos que, si bien se mantenían hinchados, ya no le dolían: ahora eran pura perfección. Continúo observando su cintura hasta que llegó a sus caderas. Se volteó ligeramente para ver la redondez de su trasero y el recuerdo de la mano de don Benito sobre su nalga hizo que se llenara de culpa. Estaba segura que su vecino la había tocado con la intención de incentivar esas extrañas sensaciones que terminaron en tan buenos resultados para su tratamiento, pero ella se culpaba por haber disfrutado sexualmente el bienintencionado tacto del esposo de su estimada amiga. Se moría de vergüenza al pensar que don Benito le hubiera contado a la señora Marta que había sido ella misma la que había tomado la mano de él y la había puesto sobre su trasero, buscando que le diera placer; no a él obviamente, ya que solo practicaba un procedimiento medico, sino a ella, y en las narices de su amiga. ¡Dios! ¡que mala había sido!
Se concentró para no pensar más en eso y se fue a vestir al dormitorio. Se puso unas calzas deportivas y un peto pues pretendía entrenar esa mañana. Benjita despertó a los minutos, llorando, pidiendo el sagrado elixir que hasta el día anterior solo había estado reservado para él. Tatiana amamantó a su pequeño hasta que estuvo satisfecho; luego lo depositó en la cuna y dejó que se entretuviera con un móvil motorizado con luces. Fue a la cocina y se dispuso a preparar su desayuno. Terminaba de lavar la loza cuando sonó el timbre.
―Señora Marta―saludó alegremente.
―Tati, ¿cómo estás? Hoy vine temprano. Quería saber cómo te sentías.―dijo Marta al entrar y dejar su cartera en el sillón―. Espero no te moleste.
―Pero como dice. Usted nunca me molesta. ¿Los chicos se fueron temprano?, ¿y don Benito?
―Sí, todos partieron y me dejaron sola. Es la ley de la vida. Nada se puede hacer―se lamentó―. Pero dime, ¿cómo estás?, ¿cómo están tus “compañeras”?
―Genial. La verdad no sé cómo agradecerle a usted y a don Benito. El dolor ha desaparecido―afirmó alegremente Tatiana.
Pasaron la mañana juntas cuidando a Benjita y haciendo los quehaceres del hogar. Tatiana insistía en que las labores de la casa le correspondían a ella, pero la señora Marta le rebatía diciéndole que ella estaba convaleciente y debía dejar que la ayudara.
Ya era casi medio día; estaban sentadas en la cama matrimonial, viendo como jugaba el bebé con unos bloques, cuando Marta quiso controlar el estado de Tatiana.
―Muéstrame las bubis, querida―dijo con la mayor tranquilidad del mundo.
Tatiana se sorprendió.
―Ya está bien Señora Marta. Deje de preocuparse por mí. Viene temprano, me ayuda con la casa y ahora que se puede relajar un momento quiere examinar mis pechos―la regañó, entre divertida y extrañada.
―Es porque me preocupas cariño. No subestimes lo que te pasa; Benito fue bastante claro ayer: te atendimos justo a tiempo. Lo tuyo pudo haber sido más grave―le reprochó la señora Marta en un tono no tan divertido―. Anda, muéstramelas.
Tatiana se sacó el peto y dejo sus increíbles senos libres a escasos centímetros de su amiga. Aún no se acostumbraba a que la vieran desnuda y al ver la atención desmedida con que la señora Marta examinaba sus ubres, se puso algo nerviosa. Pero no tardó en sentirse tonta; su vecina era una mujer igual que ella y estaba preocupada por su salud. De pronto creyó saber porque le había pedido que la dejara verificar el estado de sus pechos.
―No es ninguna molestia física lo que me tiene algo cabizbaja, señora Marta―dijo mientras tomaba su peto para volver a ponérselo.
―Tranquila, niña―la atajó su mentora―.No te pongas eso todavía. Ven, date vuelta―la obligó a correrse y sentarse de espaldas hacia ella―. Cuéntame que te pasa mientras te hago el tacto de control.
Sorprendida, Tatiana sintió como su amiga la rodeaba desde atrás y capturaba delicadamente cada uno de sus pechos, atrapándolos con toda la extensión de sus manos, presionándola contra su cuerpo. Percibió el roce de la blusa de la Señora Marta contra su espalda al mismo tiempo que se iniciaban simétricamente las palpaciones sobre el costado de sus hinchados senos, para luego ser levantados como dos bolas de cristal y restregados entre sí.
―Según me explicó Benito, las mujeres que sufren de exceso de leche materna pueden generar durezas en las carnes blandas recién liberadas de la presión. Para evitarlo se deben hacer masajes que relajen las zonas de mayor tensión―explicó Marta―. Pero dime querida. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estas triste?
Los masajes de su amiga habían desconcertado a Tatiana. Era un examen, pero tanto había anhelado las caricias de su marido ahí donde ahora le hacían aquellos sobajeos que no pudo evitar cerrar los ojos y dejarse hacer.
―¿Qué puede ser tan grave que no me puedas contar?―La insistencia de la Señora Marta la sacó de su ensimismamiento.
En cualquier otra situación, hablar de la intimidad que compartía con Pedro la habría incomodado sobre manera. Sin embargo, las extrañas sensaciones que volvían a su cuerpo, las mismas del primer tratamiento aunque en menor intensidad, desinhibieron su razonamiento. Además, estaba con su mejor amiga. ¿A quién más podría contarle?
―Es Pedro, señora Marta―confesó Tatiana―. Anoche hicimos el amor.
―Eso es… lo más normal del mundo―aseguró Marta. Su voz sonaba agitada. Tatiana pensó que estaba cansada de amasar sus ubres, pero sentía tan bien que no le dijo que se detuviera.
―Sí, pero yo quería que me tocara mis pechos. Así como don Benito y usted lo hicieron ayer―se desahogó la joven―. Pero no quiso. Por más que se los ofrecí, los rechazó.
(Busca la continuación en el sitio de relatos de Dantes)
MARTA
Desde el minuto que llegó había ansiado disfrutar de las productivas mamas de su hermosa vecina. Esperó toda la mañana, hablando de trivialidades, ayudándola en los quehaceres del hogar y atendiendo al pequeño Benjamín. No la dejaba hacer mucho; con la excusa de proteger su estado de salud, se adelantaba a cualquier esfuerzo que pretendiera realizar. Pero una vez que encontró la oportunidad dejó su paciencia de lado y, mordiendo el entusiasmo que bullía en su interior, le pidió a Tati que se desnudara con la excusa de examinarla.
La inocente joven había tratado de evitarlo argumentando que no quería abusar de las buenas intenciones de Marta. Pero ella, confiada en sus dotes de embaucadora, insistió, explicándole lo importante que era controlar los resultados del tratamiento y descartar complicaciones inherentes al mismo. Así había vuelto a admirar de primera mano las increíbles tetas de su vecina, apenas disimulando los deseos que le provocaban. Aun cuando Tati había tratado de volver a ponerse el peto, Marta no dejó su papel de amiga preocupada, le quitó la prenda y la obligó a sentarse de espaldas frente a ella y la abrazó por detrás agarrando las enormes pechugas que anhelaba volver a tocar.
Ahora, oculta a la vista de Tatiana, pudo morderse los labios y cerrar los ojos concentrándose en sentir en sus manos la forma firme y suave de los increíbles pechos de su protegida. Los amasó de forma simétrica, aclarándole que era la forma de descartar cualquier complicación en el tratamiento. No pudo evitar pegarse al cuerpo de Tati, apretándola contra sí. Respirando a escasos milímetros de la piel desnuda de su hombro, pudo oler su aroma: mezcla de juventud y de las finas cremas corporales que usaba. Manoseo las ubres y le encantó constatar la erección de los pezones que coronaban el objeto de su deseo; sabía que aquel contacto, por muy disfrazado de procedimiento médico que estuviera, no pasaba inadvertido a las reacciones lujuriosas de Tatiana. Seguramente ella no lo aceptaba ni consigo misma, pero ¿qué más daba?
Marta sentía maravilloso abrasándola y manoseándola. Le entraron unas ganas terribles de morder su cuello, darla vuelta y chuparla toda. Era extraño, nunca había sentido aquellos deseos por otra mujer. Es cierto que en las reuniones le había tocado participar en actos íntimos con otras mujeres, y no le habían desagradado del todo, pero con Tatiana era diferente, era tan hermosa y tenía un cuerpo tan perfecto que habría dado lo que le pidieran por tener una buena verga y poseerla sin límites. Además, saber que aquella chica compartía la cama con Pedro, el hombre más atractivo del condominio, la calentaba en extremo. Si Pedrito supiera lo que le hacía a su princesa, ¿Quién sabe?, quizá hasta se sumara al juego.
En todas esas morbosidades pensaba mientras mantenía la conversación con Tatiana, tratando de distraerla para que esos momentos duraran lo más posible. No fue hasta que la angustiada joven tocó el tema de su noche de sexo con Pedro que Marta se mostró realmente interesada.
―Es Pedro, señora Marta―confesó Tatiana―. Anoche hicimos el amor.
―Eso es… lo más normal del mundo―dijo Marta. Apenas pudiendo disfrazar su agitada respiración.
―Sí, pero yo quería que me tocara mis pechos. Así como don Benito y usted lo hicieron ayer―se desahogó la joven―. Pero no quiso. Por más que se los ofrecí, los rechazó.
La satisfacción que sintió al confirmar el resultado de su pequeña artimaña la indujo a sonreír maliciosamente mientras apretujaba los melones que supuestamente examinaba. Marta se había dado cuenta del placer que Tatiana había descubierto durante el primer tratamiento que se dejó practicar por Benito. Estaba segura que más temprano que tarde iba a buscar replicarlo con su marido; con la única persona con la que le estaba permitido sentir ese tipo de gozo. Por eso había actuado rápido y se había anticipado a que Tatiana encontrara en Pedro una alternativa al alivio de sus pechos. Intersectándolo y engañándolo la tarde anterior se había asegurado de que su ingenua amiga solo pudiera desahogar sus dolencias con sus caritativos vecinos.
―Pero querida… acaso no te dije ayer lo complicado que puede llegar a ser para algunos hombres este tipo de problemas―la reprochó cariñosamente.
―Lo sé, señora Marta. Pero quería probar―se disculpó Tatiana―. Quizá convencerlo de que él siguiera con el tratamiento. Y así no abusar de la buena voluntad de don Benito.
―¡Ay! Pero que cosas dices―la reprendió Marta, empujándola para que se diera vuelta y quedara frente a ella―. Para nosotros en un placer ayudarte, ya te lo he dicho muchas veces. Eres mi amiga más querida y desde ya te digo que, quieras o no, Benito y yo seguiremos ayudándote en lo que necesites.
Tatiana se llevó las manos al pecho, emocionada, y sorpresivamente la abrazó.
―¡Gracias!, señora Marta. No sabe cuánto significa para mí contar con usted.
Marta devolvió el abrazó rodeando el dorso desnudo de la inocente rubia y presionando los gloriosos senos llenos de leche contra los suyos propios. ¡Que delicia habría supuesto haber estado también en toples!, pensó; que increíble habría sido sentir el apretón de sus pechos contra los de Tatiana, el roce de piel contra piel y el encuentro de sus pezones. Tuvo que reprimir el impulso de sacarse la blusa y el sostén, y restregar con pasión sus acalorados cuerpos. Se alivió pensando que solo era cosa de tiempo para poder llegar a eso; sabía que era el momento de la resignación. Todo iba viento en popa y no podía echarlo todo a perder por un arranque de lujuria. ¿Pero quizá una pequeña probadita?
―Ya está bien―dijo separándose de Tatiana―. Pero debes prometerme que no le insistirás a Pedro con eso. Recuerda lo que te dije: hoy solo siente rechazo por la leche de tus mamas; pero si insistes y él, por amor, cede; podrías ocasionar un daño irreparable a sus relaciones íntimas en el futuro―sentenció, adoptando una postura severa frente a la afligida joven.
―Sí, señora Marta, se lo prometo.
―Así me gusta, mi niña. Con la frente en alto y sin lamentarse. Ya verás como todo vuelve a la normalidad en unos meses―la ánimo Marta, cambiando su semblante por uno más jovial―. Ahora ven que te aliviare un poquito―y se abalanzó sobre uno de los senos de Tatiana, se metió el erecto pezón a la boca y empezó a succionar como una bebe hambrienta.
―¡Ay!―Tatiana dio un saltito pero no la apartó. Muy por el contrario, se acomodó sobre unos cojines en el respaldo de la cama y dejó hacer a su maestra. Dejó que le chupara la teta, entregada al tratamiento que su marido le negara la noche anterior―. ¡Ay!, ¡Ay!―no dejaba de gemir a cada momento.
Marta había supuesto que tendría que convencerla para que se dejara. Sin embargo, la ansiedad la había llevado a actuar sin pedir permiso ni dar explicaciones. La maniobra le resultó a la perfección. Tatiana estaba entregada a lo que ella decidiera y esa entrega no hacía más que acentuar el morbo que la inundaba. Supo de inmediato que los gemidos de su víctima no eran de dolor, pues ella misma le había asegurado que se sentía aliviada después del tratamiento del día anterior. La muy putita lo disfrutaba, estaba segura, y decidió aprovecharlo. Amasó con sus dos manos la teta que chupaba, apretándola para extraer el sabroso elixir que tragaba con gusto. Después de un momento se apartó para cambiar de pecho. La imagen de la ubre que había estado succionando, toda llena de saliva y con el rozado pezón erecto y aún con gotitas de leche manando de él, le resultó maravillosa.
―¡Ay!, señora Marta.―El rostro de Tatiana evidenciaba un placentero estremecimiento; respirando entrecortadamente y algo sonrojada, irradiaba culpabilidad―. La verdad es que no me duelen, no es necesario que lo haga.
―Tranquila muchacha. Es preventivo, precisamente para que no te duelan―la tranquilizó―Ahora seguiremos con la otra, ¿está bien?
―¡Ay sí!, señora Marta. Siga con la otra por favor.
Sin piedad se abalanzó sobre el precioso melón que Tatiana le ofreció. Incluso la joven lo había levantado con su propia mano, entregándole el pleno derecho de gozarlo. ¿Qué estaría pensando la pobre incauta en ese momento? se preguntó Marta. Era obvio que lo disfrutaba, asumiendo el placer que Benito y ella misma le habían insistido que no tenía que reprimir. Seguramente la muy insensata seguía pensando que se estaba beneficiando de la desinteresada ayuda de sus vecinos. Esa certeza hacia volar la imaginación de Marta en cuanto a las posibilidades que se le habrían, aprovechando con calculadas patrañas el agradecimiento que la joven sentía hacia sus benefactores.
―¡Ay!...mmm―seguía escuchando―¡Ay!
Pero no era el momento de planificar, ni de inventar engaños, era el momento de aprovechar. Succionó el productivo pezón con energía, relamiéndolo con su lengua, apretándolo con sus labios, ayudando con un agresivo magreo a la teta a expeler todo su sagrado contenido.
Pero el pequeño Benjamín rompió el hechizo. Empezó a llorar desesperado porque su chupete se le había caído entre unos juguetes ahí donde no lo podía alcanzar. Marta se apartó, dejando que la joven madre atendiera a su bebé. Notó que Tatiana estaba incomoda y avergonzada; y, si bien no se veía para nada molesta, supo que no era el momento de seguir presionándola, sino de tantear las oportunidades que los sentimientos de amistad y gratitud de Tati le pudieran ofrecer. Así que ella misma le alcanzó el peto a su amiga para que se lo pusiera.
―Benito me estuvo instruyendo ayer sobre lo que aprendió en aquel curso―dijo alegremente Marta―. Por lo que te puedo decir que tus pechos están reaccionando muy bien al tratamiento. No hay durezas ni dolor y producen muy bien; así que Benjita podrá seguir alimentándose de ellos sin problemas―aseguró mientras acariciaba al pequeño que había vuelto a jugar feliz habiendo recuperado ya su chupete.
―Pero, señora Marta, que pena me da con usted―replicó afligida Tatiana―. Digo, no debe ser grato para usted practicarle un contacto tan íntimo a otra mujer…
Ese tipo de puertas eran las que no podía dejar que se cerraran sin sacarles algún provecho.
―Mira mi niña―le dijo tomándola de las manos y mirándola a los ojos―. ¿Acaso tú no harías lo mismo por una amiga?, ¿no harías lo mismo por mí?
―¡Uy!, pero si tiene toda la razón, señora Marta. Yo haría lo que fuera por usted, se ha portado tan bien conmigo que no podría negarle mi ayuda en caso de que la necesitara.
―Entonces no se hable más querida. Los días que venga te ayudaré con tu problema como pueda. Eso sí, te advierto que debe venir Benito a examinarte cada cierto tiempo y realizar el tratamiento completo como lo hizo ayer―señaló Marta.
―Más pena me da con don Benito―dijo Tati―. Él apenas me conoce…
―No pienses en eso, preciosa. Benito es un buen hombre y sabe que tú eres mi mejor amiga. Le cuento tanto de ti, que es como si te conociera igual que yo.
La mente oportunista de Marta supo que era el momento preciso de tirar el cebo.
―Además le hace bien tu leche―aseguró.
―¿Cómo es eso? Él ya no es un bebé―se rio Tatiana.
―Ay, mi niña, si supieras―soltó con calculada congoja.
―¿Saber qué?―preguntó la joven mucho más seria―. Ande, dígame, no me puede dejar así de preocupada.
―Yo y mi gran bocota―se recriminó Marta. Simuló complicarse un momento. Cuando detectó la insistencia en la mirada de Tatiana continuó―. Él sufre de ataques de ansiedad que afectan sus nervios, es ya mayor y eso a la larga puede afectarle el corazón. Por eso ayer te suplique que le pidieras que se bebiera tu leche, porque está llena de proteínas que le pueden hacer bien.
―Lo siento mucho―la consoló Tati acariciando su brazo―. Pero no se preocupe que lo obligaré a tomarse toda mi leche cuando venga por las sesiones del tratamiento.
―Gracias, amor, no esperaba menos de ti. Pero él puede ser tan terco a veces. El doctor le dijo lo que tiene que hacer para calmar su ansiedad, pero él insiste que no debe hacerlo.
―¿Por qué?, ¿es un remedio o un procedimiento muy caro?
―No, nada de eso. Es un poco más complicado―le explicó Marta, de nuevo mostrándose reacia a contarle.
―Señora Marta. Usted no se va de aquí hasta que me explique.
―Sí, está bien. Mira…―se detuvo un momento, como buscando las palabras adecuadas―…así como Pedro, tu marido, siente cierto rechazo por la situación de tus pechos; a Benito le pasa algo parecido pero al revés. Él necesita o, mejor dicho, ansia algo que lamentablemente yo no le puedo dar.
―¿Qué cosa?
―No es algo, sino más bien una experiencia, una fantasía… una fantasía intima.―confesó Marta notoriamente incomoda.
―¿Y qué es tan raro que usted no quiera hacer?
―No es que no quiera, sino que no puedo―dijo Marta tomándose las bubis en un gesto de exasperación―. Y no es raro para nada, no es violento ni sucio. Por lo mismo le he dicho muchas veces que se anime a buscar a alguien que pueda complacerlo. Por su salud le digo que por ultimo le pague a otra mujer. Pero él insiste que nunca me haría algo así.
―Es un buen hombre don Benito―dijo Tatiana―. Pero, ¿qué es lo que necesita?, no entiendo.
Marta sabía que tendría que ser específica. Su joven vecina era inocente y en algunos sentidos hasta tonta, pero en lo que tenía que ver con sexo se había dado cuenta que era derechamente ignorante. Si no tuviera un hijo seguro pensaría que a los bebés los traía la cigüeña.
―Me da vergüenza decírtelo, querida, pero confió que esto, al igual que todo lo que tiene que ver con el tratamiento para tus pechos, quedará entre nosotras, puedo confiar en ti, ¿no es cierto?
―Pero por supuesto, señora Marta. La duda ofende―le aseguró Tati muerta de curiosidad.
Marta respiró hondo, simulando hacer un gran esfuerzo para confesar lo que iba a decir.
―Benito quiere que le hagan una “rusa”―dijo por fin―. Es su fantasía hace muchos años.
―¿Una “rusa”?―preguntó Tatiana―¿quiere “hacerlo” con una mujer de Rusia?
La pregunta no sorprendió a Marta, pero apenas pudo evitar sonreír.
―No, querida. No es eso. “Rusa” se le llama vulgarmente al acto que realiza una mujer al atrapar entre sus senos el pene erecto de un hombre para darle placer.
La joven rubia se llevó una mano a la boca, sorprendida por lo que le explicaba su mentora.
―Oooh… ya entiendo.
―El doctor le dijo frente a mí: “busca una mujer que pueda complacer tu fantasía. Te hará muy bien para tu ansiedad y cuidaras tu corazón. Tu esposa entenderá”. Pero el muy burro no quiere. Dice que no es justo para mí―inventó Marta tratando de sonar descorazonada―. Y tú me ves, siempre he tenido poco busto. Qué daría yo por tener un par de lolas tan lindas como las tuyas y complacer a mi pobre viejo.
Dicho esto se paró de la cama, apartándose de las caricias de consuelo de su joven vecina; le dio la espalda y se llevó una mano a sus ojos, como tratando de ocultar su falsa congoja. El dardo ya estaba tirado, solo debía esperar la reacción de su inocente amiga.
Las próximas palabras de Tatiana marcarían su destino.
BENITO
Las tareas en la oficina se habían vuelto más tediosas que nunca para Benito. No podía dejar de pensar en Tatiana y en el morboso ardid con que él y Marta habían conseguido disfrutar de sus exuberantes tetas. Desde hace tiempo, desde que la viera por primera vez, que había soñado con la posibilidad de hacer parte a la joven amiga de su mujer de las especiales reuniones del condominio; pero ahora era distinto, ese utópico anhelo tenía ciertas posibilidades de convertirse en realidad. Y eso solo sería la guinda de la torta, pues el maduro decano estaba decidido a que antes de que cualquiera de sus compañeros de juego le pusiera un dedo encima a Tati, él ya habría echo mucho más que eso.
Habían pasado tres días ya desde esa maravillosa mañana, cuando la astucia sin igual de su mujer le había conseguido unos minutos en el paraíso. Desde entonces, cada momento de vigilia se había convertido en un martirio, ansiando repetir el famoso tratamiento y, por qué no, aprovechar la ingenuidad de Tatiana y llegar a algo más. Pero cada vez que le insistía a su mujer, Marta era tajante: debían ser pacientes; cualquier movimiento arrebatado en su estrategia de caza podía ahuyentar a su presa. Benito la escuchaba y le terminaba dando la razón; sabía que ella era el único camino que lo podría conducir al ansiado trofeo y no le quedaba más que confiar en su ingenio.
―Un día de estos te voy a llamar, igual que esa vez, y tú vas a dejar lo que sea que estés haciendo, te vendrás corriendo y nos iremos a divertir con Tati―le advertía Marta, divertida al verlo tan ansioso.
Por si fuera poco, su compañero de toda la vida parecía haber rejuvenecido treinta años, las recurrentes erecciones que sufría lo habían complicado a tal grado que tuvo que empezar a usar ropa interior muy ajustada, que era bastante incomoda pero conseguía mantener los espontáneos empinamientos de su miembro ocultos bajo su barriga. Y aun así, de vez en cuando, tenía que andar con la mano en el bolsillo para terminar de disimular el alargado bulto en sus pantalones.
Eran cerca de las once de la mañana; volvía a su oficina después de una asamblea con el profesorado. Había dejado su celular en un cajón de su escritorio pues no podía permitirse apagarlo y tampoco confiaba en poder mantener el control en caso que Marta lo tratara de contactar en plena reunión. Se desprendió de su chaqueta y aflojó su corbata. Luego se sentó y buscó el aparato; con una extraña mezcla de alivio y frustración, constató que su mujer no lo había llamado.
Trató de concentrarse en su trabajo. Había estado tan distraído el último tiempo que apenas cumplía con las metas diarias que se imponía. Así que tenía una torre de carpetas con planes de estudio por aprobar, solicitudes de alumnos por revisar y evaluaciones de profesores por calificar.
Cuando sonó el teléfono de su escritorio, lo primero que pensó fue que le darían más trabajo. Pero su secretaria lo sorprendió.
―Lo busca la señorita Vicky Consigliere ―le informó―. Dice que tiene una cita, pero no está en la agenda―continuó en un tono de voz más bajo, seguramente para que ella no la escuchara.
“Pues no es tan señorita” le habría gustado confesar a Benito. Vicky era la esposa de Samuel, uno de sus vecinos; y la pareja formaba parte de las reservadas reuniones del condominio. Era una mujer de poco más de cuarenta años que aparentaba tener treinta. Le gustaba mantenerse bien, hacia ejercicio y se cuidaba. Bastante atractiva en realidad, lo que la convertía en el premio a ganar en muchos de los juegos que practicaban en aquellas impúdicas juntas.
―Una reunión de último minuto, Berta. Olvide avisarte―mintió Benito―. Hazla pasar.
Vicky era ejecutiva de cuentas de un banco. Cuando entró en la oficina del decano, este no pudo evitar fijarse en su atuendo formal. Traía una chaqueta corta sobre una escotada blusa blanca; su ceñida falda le llegaba hasta poco más arriba de las rodillas. Sus tacos altos la hacían ver más estirada y esbelta de lo que Benito esperaba. Su trabajado peinado y su cuidado maquillaje atenuaban sus duros rasgos que, aunque finos, siempre le habían dado una apariencia de jueza.
La mujer apenas le regaló una sonrisa cuando depositó un trozo de papel sobre su escritorio.
Si bien Benito no sabía que era lo que decía exactamente ese papel, por lo menos estaba seguro de qué iba todo eso. Por unos segundos no medio entre ellos más que una mirada estudiosa, como dos jugadores de póker que tratan de adivinar las cartas del otro.
―Así que eres mi “amiga secreta”―adivinó el decano.
―Aha―asintió ella levantando sus cejas, al parecer muy segura de su juego.
Los conclaves que Benito compartía con sus vecinos podían ser muy creativos. Hace algunos meses inventaron un divertimento que llamaron “El amigo secreto” cuando les tocaba a ellos o “La amiga secreta” cuando les tocaba a ellas. El juego consistía en tres sorteos distintos, donde cada hombre o cada mujer, según la ocasión, debía sacar tres papelitos doblados de tres bolsas distintas. La primera bolsa contenía los nombres de todos los integrantes del sexo opuesto y definía quién sería amigo o amiga de cada uno. Cuando les tocaba a las féminas, como fue el caso de la última vez, solo ellas sabían la identidad de su amigo; muy por el contrario, ellos no tenían idea de quién era su “amiga secreta”.
―Y supongo que este papel dice cuál es mi regalo―señaló Benito, estirándose para alcanzar la misteriosa hoja que descansaba sobre su escritorio.
―Así es―confirmó Vicky. Se acercó al sillón de cuero de la gran oficina del decano; tomó asiento en él y cruzó las piernas, dejando una de sus elegantes sandalias flotar en un delicado vaivén.
El segundo sorteo definía los “regalos”, que no eran más que las turbias ideas que, en este caso, los hombres habían acordado depositar en la respectiva bolsa. La única regla era que ninguno debía repetirse. Y, si bien es cierto, todos conocían las distintas posibilidades, nadie más que la amiga secreta de cada uno sabía qué debía regalarle.
―¡Guauuu!―exclamó Benito―. Esclava por quince minutos―leyó entusiasmado. El monstruo en sus pantalones había despertado desde que Vicky entrara en su oficina. Es que se veía realmente sexy en su traje ejecutivo. Y ahora, con las posibilidades de aquel regalo, Benito pensó que él y su mejor amigo podrían dejar de pensar en Tatiana, al menos por un rato. Pero su entusiasmo se desvaneció cuando vio la irónica sonrisa de su amiga secreta.
La última bolsa contenía las “restricciones”. Estas eran tratadas entre todos los amigos o, como en esta ocasión, las amigas; y consistían en las limitaciones que podría imponer la persona obligada a “regalar”. Podía ser o no aplicable al regalo, pero eso dependía de la fortuna de cada uno.
En resumen, la suerte del juego le había determinado a Vicky a qué favor sexual debía someterse y con quién debía practicarlo. Sin embargo, era ella quien decidía la hora y el lugar en que cumpliría con su penitencia. También era el azar el que le otorgaba una herramienta con que defenderse en caso de que la prueba le resultara incomoda o le tocara un amigo indeseable. Por tanto, Benito intuyó que tras ese semblante socarrón existía una conveniente restricción. Ahora solo cabía esperar como la usaría.
Evidentemente complacida, la ejecutiva, en un elegante movimiento, sacó de su cartera otro papel doblado y lo dejó sobre la mesita de centro frente a ella. El decano se levantó de su escritorio, considerando que era buen augurio que lo obligaran a acercarse. Eso, o solo querían torturarlo.
Benito recordó como Samuel y su mujer terminaron participando de las reuniones. Habían accedido después de haberle concedido a su vecino unas importantes licitaciones en la Universidad. Y no podía mentirse a sí mismo: había insinuado que la vigencia de esos contratos estaba ligada a su concurrencia a las enigmáticas juntas de sus parejas amigas. Nunca supo si Vicky se enteró que fue vendida por su marido, pero siempre se había mostrado reacia a participar. Pese a que habían empezado con juegos bastante inocentones, no se podía decir que la bella señora Concigliere mostrara mucho entusiasmo. Incluso desde el principio había necesitado más que algunos tragos para terminar accediendo a una que otra prueba incomoda con sus compañeros. No obstante, Benito estaba convencido que muy entrada la noche, cuando los encuentros estaban en sus momentos más álgidos, la muy zorra terminaba disfrutando como loca.
Todas las vecinas del grupo tenían algo especial. Sin ir más allá, Marta, su mujer, poseía un culo de campeonato; quizá no el más hermoso pero bastante bien formado y de una resistencia sin igual. Ninguna aguantaba un enculamiento en toda regla como su sacrificada esposa. Vicky por otro lado, poseía una belleza innegable, llevaba una vida sana y se cuidaba de mantenerse en forma. Sin embargo, en opinión de Benito, el verdadero atractivo de la señora Concigliere radicaba en su esquiva coquetería. Era seria y huidiza a la hora de relacionarse en las reuniones. Por lo tanto, el afortunado de turno que ganaba el derecho de disfrutarla solía sentir el rechazo de la exquisita morena: se corría un poco más allá, no miraba a los ojos o inclusive, les pedía que se detuvieran. Y era eso exactamente lo que volvía particularmente interesante la situación, pues parecía que todo eso le molestaba pero siempre se quedaba, nunca se iba. Lo más probable era que fuera parte de su juego, su forma de disfrutar a concho el descarado libertinaje que se vivía en aquellas especiales reuniones. Pero Benito prefería pensar que se quedaba obligada, presionada por el informal compromiso de su marido y por el costo en sus ingresos si el convenio con la Universidad fuera prescindido. El decano la había poseído solo una vez, delante de Samuel, y el placer que le generó la resistencia de aquella mujer, aparentemente violada frente a su esposo, fue morbosamente fascinante.
Ahora Vicky estaba sentada frente a él, vestida en su traje de ejecutiva, más exquisita que nunca. Estaban solos en su oficina y él sabía que disponía de quince minutos para hacer lo que quisiera con ella; le gustara a ella o no. Pero aún quedaba un detalle que aclarar: el maldito papel sobre la mesa: la restricción. Benito recogió el papel y lo leyó.
―Sin contacto―dijo en voz alta, evidentemente desilusionado. Así como él había ganado el premio gordo con el regalo, ella había tenido la suerte de obtener una de las limitaciones más útiles.
―Bueno, ya lo sabe señor decano. Puede pedirme que le lea un cuento, que le tome un dictado o que ordene su desorden―se burló Vicky señalando el lote de carpetas sobre el escritorio―. Pero no puede tocarme.
―Bien pensado―admitió Benito―. Viniste a mi oficina para dejarme aún con menos posibilidades de aprovechar mis quince minutos.
―Las reglas dicen que no te puedo entregar tu regalo en la calle. Pero, la verdad, creo que este es un lugar todavía más conveniente para mí―opinó la ejecutiva. Se había parado y hablaba mientras recorría la oficina con autoridad, convencida que tenía todas las de ganar―. En un lugar público te arriesgas a llamar la atención, convertirte en un espectáculo curioso o pervertido para algún extraño. Pero aquí, don Benito―se volvió a mirarlo―, comprometes tu reputación, tu puesto… tu trabajo―terminó remarcando la última palabra.
―¿Cuándo lo supiste?―preguntó Benito.
(Busca la continuación en el sitio de relatos de Dantes)
―Las primeras reuniones fueron amenas ¿sabes? Todos parecían muy agradables y los juegos, aunque algo extraños, me entretenían. Fue la noche que empezaron con los cambios de parejas de baile que me di cuenta en que nos estábamos metiendo. Tu hermanito me agarró la cola cuando pusieron un lento de Chayanne―recordó extrañamente divertida―. Le pedí a Samuel que dejáramos de ir. No anduvo con rodeos. Me dijo que si no seguíamos yendo e integrándonos su empresa quebraría y muy posiblemente perderíamos la casa y tendríamos que cambiar a los niños a una escuela pública―siguió más seria―. Pero no creas que le creí que esa era la única razón; yo sé que disfruta jugando con ustedes, tropa de pervertidos.
Benito la escuchó atentamente, intrigado. Su historia, desde cierta perspectiva, sonaba bastante dramática; sin embargo, su tono y la forma en que se desahogaba no eran las de una víctima sometida a los devenires del destino.
CONTINUARÁ…