Tarsán de la Jungla (3)
Episodio III. LA DUCHA DE WALTER.
-¡Vamos, Winslow, es tu turno!-avisó, divertido, Walter.
Antes del mediodía, habían llegado a uno de los puentes que cruzaban el río Makutu. Tal como esperaban, el puente elegido no estaba en muy buen estado; a unos ocho o nueve metros sobre el nivel del agua, mostraba unas viejas tablas, que parecían a punto de desvencijarse, y unas cuerdas que hacían la función (escasa) de pasamanos. Pero lo peor era el tramo final, a unos metros de la orilla contraria; faltaban algunos maderos, y los pasamanos se veían totalmente deshilachados y extremadamente frágiles como para siquiera deslizar la mano por ellos. Walter, Kamuf y los dos porteadores, se habían aventurado a ser los primeros en cruzar el puente, y ya se encontraban en la otra orilla; el guía había disimulado un escalofrío al poner el pie en tierra. Escalofrío que no habían disimulado los jóvenes Tarek y Ahmed, que se notaban inquietos y nerviosos: era obvio que conocían tan bien como el guía las leyendas que se contaban acerca de aquel terrirotio. Luego, entre ellos dos y el guía negro, habían instalado una serie de cuerdas entre los últimos maderos del puente y la tierra firme, para ayudar al paso del profesor Winslow y Jane, que esperaban en la otra orilla. Walter, el joven futbolista inglés, sin ningún miedo, había vuelto a cruzar el maltrecho paso: quería acompañar a Jane y al profesor hasta la orilla. De hecho, Jane ya estaba también ahora en la especie de isla que formaba el río: caminando con cuidado hasta la parte más destrozada del puente junto a su prometido, este la había llevado en brazos hasta la orilla, sana y salva; después, había vuelto por el profesor, y ahora los dos hombres estaban a punto de traspasar la zona más insegura, aunque reforzada con algunas cuerdas.
-Eh...bueno, vamos allá...-dudaba el profesor, que, a pesar de su buena forma física, no se veía muy seguro.
-Vamos, profesor, no te preocupes, que te echo una mano-, , y, diciendo esto, Walter se colocó al lado del profesor, sujetándole por la cintura. Ambos hombres comenzaron a avanzar por el pequeño tramo de apenas cinco o seis metros.
"Bueno..." se dijo el profesor, "parece que esto no va a ser tan complicado. Walter ha tenido una buena idea en armar esas cuerdas para sujetarnos". Mientras, los dos caballeros avanzaban. El profesor Winslow sentía el abrazo, caluroso y protector, del muchacho. "Jane ha escogido muy bien a su prometido; Walter es un mozo excelente, excelente", pensaba. A pesar del peligro, se sentía seguro agarrado por el brazo fuerte y musculoso del chaval. Sentía también el calor del cuerpo juvenil pegado al suyo, sus caderas rozándose a cada paso; su espalda recorrida por el ancho antebrazo del mozo; su mano, recia, en la cintura.
-Cuidado ahora, Winslow -, avisó Walter. -Esta zona se estrecha un poco.
-Bien, bien... -respondió el profesor.
Seguían caminando, y Walter se arrimó más al profesor, que ahora sentía el cuerpo fibroso y fuerte del chico apretado al suyo. Los pasos, acompasados, hacían que las piernas, desnudas de medio muslo hasta los tobillos, se rozasen.
-¿Qué tal va, Winslow?-, preguntó Walter, animoso.
-Bi-bien, bien, Walter...-tartamudeó el profesor.
-¡Ja, ja...!¡Ánimo, Winslow, que ya casi estamos!-intentó levantar el ánimo al profesor. Pero lo que le estaba levantando era otra cosa. "Joder....esto no es normal, no es normal...", se preocupaba el profesor: el cuerpo de aquel macho joven, fuerte y resuelto, le estaba provocando sudores. Se giró levemente, y observó, apenas a unos centímetros, el cuello musculado de Walter y su mandíbula rotunda. Mirando hacia abajo, contemplaba la tirantez de la tela de los pantalones sobre los anchos muslos del joven, cubiertos de una suave hierba de vello dorado..."Uf... esos muslos no caben en las perneras, son demasiado fuertes...son los muslos de un potro, de un potro...". El profesor Winslow era incapaz de apartar esos pensamientos de su mente; andaba torpemente, en parte por la dificultad del camino, y en parte porque, de nuevo, su entrepierna empezaba a reaccionar. Levantó la vista del camino, en su afán de despejarse, y con lo que se encontró fue aún peor: Kamuf, unos metros más allá, en la orilla, echaba una mirada entre cínica y lujuriosa...¡a Walter! "¡No puede ser!", se escandalizó Winslow, "no pienso permitir que ese pedazo de animal mire de esa forma a mi futuro sobrino, por muy amigo que le considere. ¡Hasta ahí podíamos llegar!". Pero eso no fue lo peor: Kamuf, en un disimulado y rápido gesto que no observaron los demás, se llevó la mano a la bragueta, tocándose el paquete."¡Por la sagrada Inglaterra!", farfulló mentalmente el profesor, "¡esto es intolerable! El muy cabrón...¡se está acomadando el paquete!¡Se le está empinando mirando a Walter...!". El profesor estaba rojo de ira, de vergüenza y, muy a su pesar, de excitación, que disimulaba caminando como encogido, con el objeto de no escandalizar al grupo, al menos a su sobrina y al muchacho, con el pepino que lucía en los pantalones.
-Eh...Winslow, ¿estás bien...?-, se preocupó Walter.
-¿Cómo...?¡Ah!, sí, sí, muchacho, no te preocupes... Ya casi estamos, ¿verdad?
-Pues sí. Ahora, Winslow, deberías pasar solo este pequeño tramo, no es lo suficientemente ancho para dos personas; no te preocupes, es seguro. Confía en mí-, y, diciendo estó, se paró, abandonando al profesor.
-Bien...¡Allá voy! -, exclamó este, dándose ánimos. Concentrándose en el paso del puente, olvidó esas ideas viciosas sobre Walter, y en unos pasos, se encontró en la orilla con el resto de compañeros.
-¡Ja, ja, ja! -rió alegremente Jane, corriendo junto a su tío, -¡muy bien tíito!
-¡Je...! Parece que ya está...- se alegró él, abrazando cariñosamente a su sobrina.
-¡Señor Walter! -, avisó Kamuf, -¿quiere que le ayude?
-¡Gracias, Kamuf!¡Tranquilo, no hace falta, voy para allá!
El joven, confiando en su fuerza, se dispuso a saltar el pequeño trecho peligroso que acababa de sortear el profesor.
-Tío, ¿es seguro? ¿No será peligroso saltar?
-Tranquila, Jane -, le acarició la melena, negra y ondulada, familiarmente. -Walter está en buena forma, es un deportista.
Contemplaron cómo el joven tomaba impulso, y, en dos zancadas, dió un salto que rebasó justamente el puente, y fue a aterrizar en la fina arena de la orilla del río.
-¡AUGH!
-¡WALTER! ¡WALTER! -, gritó Jane.
-¡Oh, Dios mío! -, musitó el profesor, corriendo hacia el mozo.
-¡Tarek! ¡Ahmed!-, corrió también el guía, haciendo un gesto a los dos porteadores para que le acompañaran.
Y es que Walter, al caer de pies en tierra, se había caído de golpe agarrándose un tobillo, y estaba ahora encogido, quejándose. El profesor ya había llegado a su lado, y también el guía y los dos chavales, que le ayudaron a sentarse en el suelo.
-¡Ayyy....! ¡Qué dolor....! ¡Mi tobillo....! -, se lastimaba Walter.
-Tranquilo, tranquilo, muchacho -, decía el profesor Wisnlow, inspeccionando el tobillo del joven.
-¡Walter...! ¡Walter, mi amor...! - Jane se hallaba de cuclillas al lado de su prometido, rodeándole con sus brazos. El joven reposaba su cabeza rubia en el pecho de ella, aguantando el dolor.
-¿Cómo está, profesor? -, se interesó Kamuf, preocupado.
-Bueno... Esto se está inflamando, pero no parece un esguince -. Apretó ligeramente el tobillo del muchacho, comprobando que se trataba de una torcedura.
-Es-estoy bien, Winslow....uf...en serio, estoy bien -, se quejaba el joven.
-Kamuf, necesito el botiquín -, ordenó el profesor.
-Enseguida -, respondió él, corriendo hacia las maletas.
El profesor, ya con el botiquín, masajeó el tobillo del muchacho con un relajante muscular londinense, una especie de pasta fría. Luego, lo vendó, y administró a Walter medio sedante para calmar el dolor del joven.
-¿Mejor, Walter? -, preguntó al joven.
-Sí, sí Winslow, gracias por tu ayuda.
-¿Crees que podrás caminar...?
-Lo intento, pero... -, advirtió el joven, poniéndose en pie con ayuda de los porteadores. Intentó apoyar el pie accidentado en el suelo, pero fue hacerlo y ver las estrellas.
-¡Auh! ¡Lo siento, profesor, lo siento, pero no creo que pueda dar un paso...! ¡Maldita sea! -se quejó Walter.
-Tranquilo, tranquilo hijo -, terció el profesor.
Kamuf se acercó discretamente al profesor, mientras Walter era atendido cariñosamente por Jane, que con un paño empapado en agua, le lavaba el sudor de la frante:
-Profesor, ¿qué haremos...?
-Bueno, amigo Kamuf... Supongo que tendremos que pasar aquí el día; mañana se encontrará bien, pero es obvio que ahora no puede dar un paso.
-Hum...profesor Winslow -, continuó Kamuf, con aire preocupado, -no podemos quedarnos aquí; estamos demasiado cerca del río, y es peligroso: fuertes lluvias podrían hacer crecer la corriente; eso sin nombrar a los cocodrilos, que demuestran más actividad al atardecer...
Aunque el sol lucía ahora justo encima de ellos, el profesor sabía que el atardecer llegaba rápidamente en África. Kamuf tenía razón, había que hacer algo. El profesor se dirigió al grupo:
-Jane, Walter. Caballeros. tenemos un problema; no podemos quedarnos aquí hasta la noche, es peligroso.
-Pero, tío, Walter no puede caminar, pobrecito -, terció, amorosa, Jane.
-Winslow, no te preocupes por mí. Caminaré si es necesario: no permitiré que se corra peligro a causa mía -, pronunció valientemente el joven, apoyándose en el tronco de un árbol, mientras mantenía el pie herido levantado del suelo.
-¡Querido Walter! -, replicó el profesor, emocionado por las agallas del muchacho -, ¡no puedo condenarte a semejante tortura, mi querido amigo!
-Señores, sólo veo una alternativa: ayudar al señor Walter a caminar a la pata coja, agarrándole y siendo una muleta para él -, dijo Kamuf. -Tarek y Ahmed pueden apoyarle por los hombros, y entre usted y yo, profesor, llevar la carga.
-¡Es una excelente idea, Kamuf! ¡Es usted un sol! -, exclamó Jane.
El profesor se mesó el bigote... Recordó lo que había pasado sólo unas horas antes, en la tienda de los porteadores y el guía, y no le parecía decente que unas manos que habían estado masturbándose, y corriéndose en el mismo bigote que se acariciaba ahora, fueran las que sujetasen al prometido de su sobrina.
-No...no lo veo claro: Kamuf, tú y yo acabaríamos agotados. Seguramente tú también, Jane, porque tu valentía haría que nos ayudases. Además, el guía no puede ir pendiente de las maletas o los paquetes que lleva encima, sino del camino...
-Quizás tenga razón, profesor -, estuvo de acuerdo Kamuf.
-Kamuf -, intervino Jane, -¿y por qué no le llevas tú? Walter es fuerte, podrá sujetarse con un pie, sólo sería ir abrazado a él, y podrías guiarnos por el camino. Es cierto que mi tío y yo nos tendremos que hacer cargo de los rifles, pero me veo capaz. ¿Qué dices, tío?
-Bueno...yo...-, balbuceó apenas el profesor Winslow.
-¡Voto por la idea, Kamuf! -, dijo Walter, más animado viendo que no sería una carga para la expedición: su honestidad le hacía sentirse culpable de estar retrasando los planes del tío de Jane.
-Bien. Estoy de acuerdo, Jane. Es usted una señorita muy despierta, si me lo permite -, dijo el negro guía, inclinándose ante la dama.
-¡Pues no hay más que hablar! Kamuf, ¿me echa esa mano? -, dijo Walter, separándose del árbol en unos saltos breves y acercándose a Kamuf.
-Está bien, está bien -, dijo, vencido, el profesor. Tampoco acababa de ver claro que el tío que había estado eyaculando en su boca, fuera lo bastante limpio para llevar casi acuestas a ese extraordinario joven. Pero, dando su brazo a torcer, dió las instrucciones: -¡En marcha, señores!
La expedición reanudó la marcha: Kamuf sujetando por la cintura a Walter, mientras este le pasaba un brazo por los hombros; detrás Jane y el profesor, y finalmente Tarek y Ahmed: seis valientes que penetraban en la Tierra Del Hombre Mono, más allá del torrencial Makutu.
...............................................................
La jungla era la más agreste que habían visto en esas dos semanas de expedición. Costaba trabajo abrirse camino entre el follaje, y, muchas veces, el profesor Winslow y Jane se veían obligados a caminar delante del guía, abriendo el camino cortando ramas y hojas, mientras este último ayudaba a Walter a avanzar. Después de cuatro horas de camino, parecían hallarse en un paraje más tranquilo. Caminaban en la formación original, y Kamuf oteaba, atento, el horizonte, intentando captar cualquier peligro que saliese a su encuentro. El calor, sofocante, hacía mella en los expedicionarios, que sudaban y se refrescaban con las cantimploras.
-¿Hay suerte, tío? -, preguntaba Jane al profesor.
-No...no por el momento, pero-, contestaba, esperanzado,- estamos en la zona perfecta para hallar la margaritus filisious: la humedad, el calor, la altura a la que estamos sobre el nivel del mar... Creo que estamos en el buen camino, mi querida niña.
-Ojalá sea así, tío-, contestó ella, cogiéndole de la mano.
Efectivamente, el profesor contemplaba la flora de la selva; de vez en cuando, ordenaba pequeños paros para recoger muestras de flores, y eso confortaba su ánimo, algo alterado en esos días.
Así, iban pasando los minutos, formando horas, y el grupo continuaba caminando. El profesor tenía delante,a un metro escaso, a esos dos hombres excepcionales: Walter y Kamuf. Walter, un muchacho íntegro, valiente, honesto y capaz. Y Kamuf, un guía intrépido y protector, servicial y responsable. "Y esos cuerpos...esos cuerpazos...", pensó, de golpe."Pero, ¡no, maldita sea!", se juró, "no debo dejarme llevar por esta desconocida lascivia... Pero, ¡uf...! qué tíos...¡qué par de tiarros...!". El profesor no podía dejar de mirar a los dos hombres, que avanzaban abrazándose: estaba fascinado con el roze de las piernas negras y musculosas de Kamuf contra los muslos, rubios y velludos, de Walter; con el brazote negro que recorría la cintura del muchacho, mientras que este pasaba su recio brazo alrededor del cuello del negro... Podía ver cómo los sobacos de los dos hombres, bajo la tela de las camisas, se apretaban, y sudaban, mezclándose ambos olores de macho...; el roce apretado también de las caderas, y, sobretodo...el par de culos que tenían los dos tíos: duro, fuerte y pequeño Walter, ancho, musculoso y respingón el del negro; ambos traseros, a cada paso, amenazando con romper la tela de los pantalones debido a las masas de músculos que ponían en movimiento al andar. "¡Uf....! ¡Qué traseros...qué traseros...!¡Qué par de buenos culos!", se excitaba el profesor, "esos dos machos, frotándose... frotándose uno contra el otro..uf....".
-Tío, ¿estás bien...?-, preguntó Jane, que notaba a su tío sudando en exceso y caminando nervioso.
-¿Eh...?-, el profesor estaba en otro mundo, -sí....Sí, claro, querida, claro.
Continuaron caminando; el calor arreciaba, y no sólo en la atmósfera: el profesor Winslow, con las manos en los bolsillos, hacía esfuerzos titánicos para aguantarse el rabo endurecido cabeza abajo, y que no acabase reventando la tela de los pantalones. Pero, a base de forzarse el rabo hacia abajo, y de frotarlo con el muslo con cada paso, la sensación era de estar haciéndose una feliz paja. La contención del profesor era sobrehumana; estaba aterrorizado de, como era costumbre, comenzar a chorrear líquido preseminal pernera abajo del pantalón. Pero, uf...sus huevos lo estaban pidiendo a gritos. Ensimismado en esos pensamientos, y mirando al suelo para intentar apagar la cachondez, no se dió cuenta de que Kamuf y Walter se habían parado, y se dió de bruces con la espalda del negro.
-¡Oh!¡perdón, perdón...!-, se separó el profesor, más rojo que nunca de vergüenza: era imposible que el negrazo no hubiese sentido en el trasero el golpe del empalme que llevaba en la bragueta. Además, el contacto, a pesar de los pantalones, de su miembro con aquel culazo duro, le habían hecho ver las estrellas, y sufría físicamente la contención del empuje de sus pelotas por chorrear y chorrear precum.
-Ja, ja...No pasa nada, profesor. Estaba usted distraído...-, se giró Kamuf junto a Walter, sonriendo a Winslow con cinismo; sin duda, había notado el pollazo que le había propinado involuntariamente el profesor.
-Todos estamos cansados, amigo Kamuf-, terció Jane. -¿Cree que es posible pasar la noche por aquí cerca?
-Sí...-, contestó Kamuf, pero sin dejar de mirar al profesor, -creo que un poco más adelante el camino se amplia. Será un buen terreno para acampar y descansar del fuerte calor, ¿verdad, profesor?
-Sí-, dijo este, malhumorado,-para descansar del fuerte calor, sí-. Sin embargo, el malhumor hizo su efecto, y la presión de la polla se aflojó.
-Pues, en marcha-, se giró el negro, con otra sonrisa.
Una hora después, y cuando empezaba a atardecer en la jungla, llegaron efectivamente a una parte donde el sendero que habían escogido se ampliaba en una especie de pequeña llanura. Como siempre, los jóvenes porteadores prepararon el campamento; Jane se ocupó ahora de Walter, ayudándole en el efímero aseo a refrescarse, mientras Kamuf y el profesor preparaban la cena.
Sentados en torno a la hoguera, el grupo cenaba, en silencio y cansado. Acabaron pronto, y cuando el profesor encendía su pipa, dijo:
-Bueno, ha sido un día duro, y...
-Y con muchas cosas duras-, le interrumpió Kamuf, que estaba sentado, en el suelo, a su lado.
-¿"Muchas cosas duras"?-, repitió, desconcertada, Jane, que acogía en su regazo la cabeza de cabello dorado de Walter, que descansaba estirado. El profesor miró a Kamuf, y vió en sus ojos esa chispa de chulería que tenía el negro; le pareció además una impertinencia imperdonable hablar así con Walter y su sobrina delante.
-Sí-, continuó el guía. -La caída de Walter; la larga marcha a través de esta agreste selva...
-Tienes razón, amigo Kamuf-, concedió el profesor, más que nada por evitar que ese macho insolente continuase hablando: -sobrina, creo que es momento de dormir y recuperar fuerzas para mañana.
-Winslow tiene razón, cariño-, intervino Walter, tratando de incorporarse sobre sus codos, -es hora de retirarse.
-Espera, Walter-, avisó Winslow. -Te masajearé el tobillo con el antiinflamatorio y te cambiaré el vendaje; descansarás mejor y mañana estarás totalmente recuperado.
-Tío, eres un solete. Señores, me voy a dormir; airearé la tienda, querido Walter, mientras mi tío te atiende-, dijo, cariñosa, Jane.
-Caballeros, yo también me retiro a descansar, junto con Tarek y Ahmed,-anunció Kamuf, levantándose.
-Sobrina, que descanses. Buenas noches, Kamuf-, contestó el profesor. "Sí, sí...a descansar. Menudo cabrón", pensó.
-Buenas noches, amigo Kamuf: te agradezco infinitamente tu ayuda en el camino. Buenas noches, cariño, hasta ahora-, se despidió Walter.
Por fin, el profesor y Walter quedaron solos en la oscuridad de la noche, junto a la hoguera. Winslow se acercó al muchacho, que seguía recostado en el suelo, panza arriba, sobre sus codos. El profesor se sentó delante suyo, y desató el vendaje del tobillo; efectivamente, la hinchazón tenía mejor pinta, y eso tranquilizó al profesor. Con agua, lavó el pie y el tobillo, y se aplicó pasta antiinflamatoria en las manos, arrodillándose delante de las piernas estiradas del muchacho.
-Walter, lo mejor será que coloques el pie en mi regazo para poder aplicarte bien la pasta.
-Sí, Winslow-, obedeció el joven, agradecido.
El chico se adelantó hacia el profesor, doblando la pierna herida, y puso el pie en el regazo de Winslow, de forma que la otra pierna quedaba extendida al lado del profesor. Este empezó a aplicar la pasta, con un profundo msaje en el tobillo y el pie de Walter.
-Mmmm...qué bien, profesor...-, suspiraba el chaval, aliviado de la presión del vendaje.
-Sí....¿ves?, va entrando...muy bien...-, decía el profesor, masajeando con firmeza; pasaba sus dedos por todo el pie del joven, hasta el fuerte tobillo. Al hacer este movimiento, la punta de sus dedos rozaban el vello rubio de las piernas, más espeso en las pantorrillas... Sin darse cuenta, abstraído, el profesor, poco a poco, subía más las manos, sintiendo la poderosa pierna velluda bajo las palmas. No hubiese pasado nada, si el profesor no hubiese levantado ligeramente la vista: "¡coño...!¡pero qué guapo es el condenado!", pensó. El joven seguía recostado en sus codos: sus brazos fuertes se marcaban bajo la camisa arremangada, que también destacaba un pecho fibrado y un vientre plano y terso. Ahora tenía la cabeza rubia echada hacia atrás, y resaltaba su cuello de toro. "Está macizo...está macizo el tío...". El profesor no podía parar de pensar eso... De las perneras del pantalón surgían unas piernas fuerte, recias, de macho fuerte... El profesor masajeaba con pasión la pierna del muchacho, ahora hasta la rodilla. "Mmmm....qué gusto...qué gusto tocar esto tan duro...", se decía.
-Ohhh....-gemía Walter, disfrutando del masaje que le hacía el profesor.
-Bueno, Walter...esto ya está, sólo falta la venda-, anunció Winslow, sobreponiéndose como un buen lord inglés a tanta calentura.
-De acuerdo, Winslow.
El profesor cogió vendas de algodón, y se aplicó a la tarea profesionalmente, aejando ideas raras de su cabeza. Mientras estaba en ello, notó que la otra pierna del chico, estirada, se movía nerviosamente.
-Walter, ¿qué te pasa?-, preguntó. Pensó que quizás al chico le estaba dando un calambre.
-Nada, nada, Winslow. Continúa, por favor-, contestó este, poniéndose colorado.
-¿Cómo que nada...?, estás moviendo la pierna como si te hubiese dado un calambre, hombre...
-Que no, que no es eso,-replicó, aún más rojo,-no te preocupes y venda, Winslow.
-En nombre de Dios, muchacho, ¿puedes decirme qué pasa?
-Es que...-, vaciló el muchacho, sin mirar al profesor,-es que...nada, coño, que me estoy meando. Acaba, Winslow, que necesito cambiar el agua al canario, jeje..
-Vale, vale-, contestó aliviado el profesor.-Hum...tenemos un problema, de todas formas; el vendaje está listo, pero deberías permanecer unos quince minutos quieto para que el medicamento haga su efecto, muchacho.
-¿Qué?¿Quince minutos?,-exclamó el chaval. -Uf, Winslow... llevo aguantando un rato; no me veo yo quince minutos más sin mear...ay, ay, ay...- se quejó, llevándose una mano a la bragueta.
-Bueno...¡de acuerdo, de acuerdo!,-resolvió el profesor. -Mea ahora, tumbado.
-Pero, pero...me voy a poner perdido, Winslow... No sé si es buena idea..¡ay!, qué ganas de orinar, coño...
-Tranquilo, muchacho. Mira-, continuó el profesor, vaciando una vasija con agua en la tierra, -tú meas y yo ya controlo con la vasija que no salpique nada. Luego la lavamos, y listos.
-¿No será eso un poco guarro, Winslow? Además, tú tendrías que aguantar la vasija, y, no sé...me da vergüenza...
-No te preocupes, hombre; es un caso de urgencia-, le sonrió el profesor, dándole ánimos.
-Bien, bien...de acuerdo, entonces; lo siento, amigo Winslow, es que no puedo más-, volvió a disculparse avergonzado el joven, pero bajándose la cremallera rápidamente.
-¡Tonterías, tonterías! Venga, que te ayudo-, se decidió Winslow. Se colocó en cuclillas enmedio de las piernas abiertas del joven, con la jarra en la mano. Walter, metiendo su mano a través de la bragueta abierta, se sacó el rabo y, sin poder contenerse, empezó a lanzar un fortísimo chorro de pis hacia delante, que se estrelló en la cara del profesor, salpicando toda la camisa.
-¡Coño, coño, Walter!¡Cuidado, joder!-se quejó el profesor, -¡que me estás meando a mí, ostias!
-¡Ooohhh....lo siento, Winslow....ohhh, qué ganas tenía...!-, gemía Walter, abandonado al placer de la meada. El profesor, como pudo, colocó la jarra en la punta de la polla, y fue recogiendo el líquido color oro, que no paraba de surgir de la polla del joven como de una manguera.
-¡Uf!¡Menuda meada, Walter...!¡Te estás quedando a gusto...!-y, mientras decía esto, aguantaba la jarra, que se llenaba rápidamente del meado del mozo. Sin poderlo remediar, ver ese cuerpo de toro meando con esa potencia hizo que al profesor el cipote se le pusiese firme como un garrote.
-¡Oh!...¡No cabe en la jarra, no cabe!-, se maravilló el profesor.
-¡Pues esto no...ohh...no para, Winslow!¡Esto es como la meada de un caballo, ja, ja...!-rió el muchacho, gozando.
La jarra estaba a punto de llenarse de pis, lo que podría provocar que le cayese encima al propio Walter, así que Winslow, con un paquetón que reventaba, la puso a un lado, y agarró la polla para, al menos, dirigir los chorros de forma que no le regasen de nuevo la cara.
-¡Ay!¡Coño, qué potencia, esto es indirigible, joder...!¡Walter, menuda meada de animal, tío!-se quejó, cachondísimo, el tío. Inconscientemente, dirigió el abundante chorro a su paquete. ¡Sólo le faltaba eso!
-¡Oh!¡OHHH!¡Qué cabróooon, Walter!¡Me estás regando de meada, cabronceteeEEEEHHH!¡OOOOOHHHHH!.
Este último gemido se había provocado porque, al sentir el chorro caliente golpeando en su bragueta y empapándola en pocos segundos, por fin el profesor había empezado a chorrear precum a lo bestia; la polla pegaba latidos encerrada en el pantalón, y en cada latido dejaba ir un buen chorrete de baba de líquido preseminal, que atravesaba la tela y se quedaba colgando.
-¡Ohhh.....!-, seguía el muchacho, ajeno a lo que estaba pasando en la bragueta de su tío.-Lo siento, Winslow...pero necesitaba meaarrrrr...uffff.....
-¡Tú mea, hijo mío....ohhhh...mea tranquilo, cerdoooo.......!-, decía el profesor, incontrolado. Y, sin poder aguantarse, soltó la verga del muchacho para sacarse la suya y correrse, correrse bien de una vez después del día que había pasado. Pero, al soltarla, no contó con el chorro incontrolado de meada, que le fue a parar de nuevo a todo el careto.
-¡OOOH!!¡JOOOOOOODEERR!-bramó, como un toro, -¡Me ahogas, cabrón!¡Me ahogas con tu meada!!!¡¡¡CON TU MEADA DE MACHOOOOO!!
No le dió tiempo ni a sacársela; fue sentir semejante ducha de orina en la cara y poner su mano en la bragueta, que el profesor empezó a correrse con unos buenos disparos de leche.
-¡AH!¡AHHHH!¡¡QUE ME MEOOO TAMBIÉN, WALTER!-bramaba, con el cipote lanzando leche a través de los pantalones, que resbalaba por la tela en una cuerda de espeso semen, -¡ME MEO DE LECHE, JODEEERRRR!!! ¡DE LECHEEE!!!
-¡Uhmmmm....!¡Ya acabo, ya...Winslow, disculpe...oh.....!-volvía en sí el joven, después de estar extasiado soltando semejante meada.
Rápidamente, el profesor se recompuso; utilizó la jarra llena de la cachonda meada del mozo para lanzársela por encima de los pantalones, disimulando los restos de la lechada que se había pegado a la salud de Walter.
-Yo...-, comenzó Walter, avergonzado y guardándose el miembro en los pantalones, -lo siento, Winslow. Siempre meo así, debí avisarte. ¡Dios mío, te he puesto perdido, qué vergüenza...!
-Tranquilo, muchacho...uf, tranquilo, ahora me aseo, no te preocupes-, dijo el profesor, -¿crees que podrás llegar solo a la tienda, muchacho? No me gustaría que Jane me viese en este estado...
-Por supuesto, por supuesto, Winslow-, aseguró el joven, levantándose a la pata coja,-por supuesto que puedo. Y muchas gracias, de verdad.
-Nada, nada... Descansa, muchacho, descansa. Buenas noches.
-Buenas noches, querido Winslow-, se despidió Walter.
El profesor se quedó solo. Recogió su pipa, y la encendió. "Dio mío...¿qué estoy haciendo?", se dijo, avergonzado de lo que había pasado, "¿cómo es posible que me haya puesto así con Walter, mi futuro sobrino?¿Cómo es posible que me haya excitado, que, bueno...que me haya corrido con él delante? Esto está llegando demasiado lejos, demasiado lejos....", se lamentaba, aunque aún sentía en su cara el calor de la meada de Walter, y eso le ponía casi tan cachondo como minutos antes. "Se acabó", decidió con determinación, "a partir de mañana, se acabaron estas tonterías con Kamuf, con los porteadores o con mi sobrino. Soy un caballero inglés, y por mis antepasados, que esto no volverá a pasar. ¡Ja!, ni el legendario Hombre Mono de estas tierras me hará cambiar de parecer"; pero, antes de dormirse, no pudo evitar pensar qué miembros de hombre y qué miembros de gorila tendría ese ser inexistente...
FIN EPISODIO III