Tarsán de la Jungla (2)

Episodio II. CERCA DEL RIO, LIO.

El profesor Winslow fue el primero en levantarse; aunque había dormido como un tronco después de lo sucedido con Kamuf, se sentía inquieto. Salió de la tienda, estirándose y bostezando, y contemplando la jungla, apenas acariciada por los primeros rayos del sol, y aún fresca del rocío de la mañana. Esta visión tranquilizó su espíritu. "No ha sido nada, después de todo", se dijo. "Como bien dijo Kamuf, fuimos dos hombres excitados que se alivian de la soledad". El profesor Winslow había cumplido con honores su servicio militar, como alférez, y conocía bien los secretos de los cuarteles: esas largas horas de compañerismo con otros muchachos, jóvenes, impetuosos, conducían a ese tipo de comportamiento. Es cierto que el profesor Winslow ya no era un niño a sus 50 años, pero se excusó pensando que, al fin y al cabo, esas dos semanas largas en la selva habían sido una vuelta al ejército. Resolvió que, aún así, lo de la otra noche no se volvería a repetir. Mésandose el poblado bigote, apagó las pocas brasas que aún restaban en la hoguera, encendida muchas horas antes; fue como apagar su hoguera interior: se sintió tranquilo, y en paz. Sin embargo, le costó trabajo apagar el pequeño fuego rojo que aún quemaba...

-¡Buenos día, tíito!

El profesor salió de su ensimismamiento: -¡Hola, Jane, buenos días!-, respondió, alegre. Los componentes de la expedición africana iban despertando. Como siempre, Jane era de los más madrugadores, mientras que Walter parecía necesitar al menos cinco minutos más de sueño. Los porteadores también salieron, dos chicos que no pasarían de los 20 ó 21 años, y comenzaron a preparar las mamparas, de tela y madera, que utilizaban como aseo improvisado; utilizaban agua de manantiales cercanos (se procuraba acampar siempre cerca de uno), y la transportaban en grandes tinajas hasta el mismo. Como caballerosa deferencia, Jane siempre era la primera en utilizarlo, y así lo hizo esa mañana. Mientras, entre los porteadores y el profesor, improvisaron un pequeño almuerzo, compuesto de provisiones y de frutas que recogían durante el día anterior.

-Buenos días, señores. Profesor...- saludó atentamente Kamuf, el guía, saliendo de la tienda mientras terminaba de abotonarse la camisa caqui de explorador.

-Buenos días, compañero Kamuf- contestó educadamente el profesor. Sin poderlo evitar, sus ojos se desviaron a la entrepierna del negro; temió ver por un momento una gorda porra marcándose en la bragueta de los pantalones, pero no; como siempre, los cortos pantalones marrones tenían una caída normal desde la cintura a las rodillas. El profesor Winslow no pudo refrenar su lujuria, que se preguntó cómo era posible disimular semejante aparato, aún en estado de reposo; pero rápidamente rechazó esos pensamientos: "debería preguntar a Kamuf dónde compra esos pantalones con tan buen corte; deben ser de las mejores tiendas de Londres". De nuevo, se sintió tranquilo. Kamuf, ya con la camisa perfectamente abotonada, vigiló, como cada mañana, la hoguera:

-Es raro-, se extrañó, -no ha llovido. Sin embargo, la hoguera parece apagada...

-Sí, me he ocupado yo esta mañana. Me levanté temprano, y, bueno...apagué las brasas- explicó el profesor.

-Hum... - Kamuf, utilizando una pequeña rama seca, removió las cenizas de la hoguera, y aparecieron dos pequeñas luces rojas, muy tenues, pero aún vivas.- Hum... hay que vigilar cuando se apagan las brasas, profesor.- Y, mirándole a los ojos, continuó:- hay fuegos más ardientes de lo que parecen...

-¿Ar-ardientes...?- tartamudeó el profesor, aguantando la mirada profunda del guía.

-Si, profesor... Ardientes como torrentes de lava- replicó el otro, sonriendo con expresión de chulo, y sin dejar de mirar al apurado profesor Winslow que, a pesar de la determinación que había tomado poco antes, notó que el pantalón le comenzaba a apretar. Muy ligeramente, pero a apretar...

  • ¡Buenos días, señores!

¡Uf...! El saludo de Walter, fuerte y recio, encaminándose al aseo, fue el chorro que apagó todo fuego. "Chorro... ¡de agua, de agua..!" se obligó a pensar el profesor, a pesar de todo.

-¡Buenos días, muchacho!- saludó, reponiéndose totalmente, -¡Vamos! Apresurémosnos, tenemos un largo día por delante.

Jane, después de su aseo, estaba en su tienda, vistiéndose, preparándose para el desayuno y el largo día de marcha a pie; mientras, Walter se aseó, los porteadores prepararon la carga, desmontando su tienda y la del profesor, y este y Kamuf discutieron la ruta del día: la idea de Kamuf era bordear el río, sin atravesarlo. Sin embargo, el profesor no estaba de acuerdo.

-Pero, profesor, no podemos traspasar el río-, protestaba Kamuf.

-No entiendo por qué; según los datos de situación, hay varios puentes...Quizás no en muy buen estado, lo admito, pero creo que podremos traspasarlos sin peligro...

-No, no, no... No es cuestión de los puentes profesor, no es eso, no es eso...

-¡Por la reina madre, Kamuf, no te entiendo...! ¿Por qué esa cerrazón, entonces...?

-Profesor, las cosas son más complicadas de lo que parecen.- respondió, con cierto misterio según creyó interpretar el profesor.

-Kamuf, creo que no nos estás contando toda la verdad- apuntó Walter, que se había acercado a los dos hombres. -Eres el mejor guía africano que se pueda contratar en Londres; conoces el motivo de la expedición, y tanto Winslow como yo creemos que eres la persona idónea para guiarnos por estos ignotos parajes, y encontrar la flor del profesor.

-Sí... lo sé, lo sé, señor Walter- musitó Kamuf.

  • Kamuf,- intercedió el profesor, -sé claro, te lo rogamos.

Kamuf se alejó unos pasos, oteando la jungla en dirección al río Makutu... Parecía intentar captar los sonidos de la selva; no los sonidos de la mañana: el arrullo del río, las aves, los feroces animales quizás aún dormitando, sino algo más allá... Suspiró, y volvió sobre sus pasos a reunirse con los dos caballeros ingleses:

-Está bien,- comenzó -les explicaré mis reticencias a cruzar el río. Como ustedes saben, mi trabajo de guía no está basado sólo en mis estudios en sus universidades occidentales de Historia y Geografía; no, soy africano, y me he criado en esta tierra, igual que esos muchachos-, dijo, señalando a los porteadores, que junto a Jane, acababan de preparar los bártulos para dejar la llanura. - Conozco casi cada palmo de esta tierra roja y amarilla-, prosiguió -pero no toda. No toda. El río Makutu serpentea allá por toda la jungla meridional, hasta formar un recodo, una especie de isla de unos cuantos kilómetros. Pocos han estado en esas tierras, y desde pequeño conozco, como el resto de mis hermanos, leyendas acerca de esos parajes...

La atención de Walter y el profesor Winslow se hallaba absorta en las palabras del guía. Este continuó:

-Hemos pasado, durante estas semanas, cerca de poblados nativos; poblados amistosos, de indígenas que se dedican a la caza para sobrevivir, y que puede que tengan su dios particular, y sus propias normas sociales, pero que en ningún caso son agresivos. Pero, caballeros, no puedo garantizarles eso traspasado el río. Es muy posible que nos encontremos con poblaciones, con asentamientos indígenas no tan pacíficos ni amistosos, sino amenazantes, practicantes de oscuros ritos enterrados en el tiempo...

-Hum...entiendo su preocupación, Kamuf,- intervino Walter, -pero estamos preparados para ello. Contamos con rifles de carga, y con usted; confiamos en su criterio en el posible momento de tener que negociar con esas tribus de las que habla.

-Y se lo agradezco, señor Walter-, reconoció Kamuf, estrechando la mano de tan noble muchacho.

-Continúa, continúa, amigo Kamuf, te lo ruego-, terció el profesor.

-Sí- se repuso este, emocionado por la muestra de amistad del joven.-Bien, hay algo más; una historia que se cuenta desde hace unos años, la leyenda de la Tierra Del Hombre Mono.

-¿La Tierra Del Hombre Mono?- preguntó, fascinado, Walter.

-Sí... Yo la conocí hace unos diez o quince años, ya en Londres. Esas tribus de las que les he hablado, las más feroces y amenazantes de África, son las únicas que se han atrevido a cruzar esa línea que marca el río. Ese territorio es conocido como la Tierra Del Hombre Mono. Se cuenta que, en la oscuridad de la jungla, se oculta un ser, un ser entre humano y animal, con la inteligencia del hombre y el poder de un gorila: el Hombre Mono, dueño de ese territorio y rey de los monos; cuentan que su aullido, amenazador, es una señal de advertencia, de defensa de su territorio; cuentan que domina a los animales feroces, y ninguna tribu se enfrenta a él.

-Pero...pero Kamuf-, intervino el profesor,- un hombre que ha pasado por Oxford, como tú, no creerá en esas paparruchadas...

-Profesor, ni creo ni dejo de creer: en la jungla sólo debo confiar en mis sentidos.

-Bueno...Winslow, tú decides; pero cuenta conmigo -se ofreció Walter.

-Yo...no sé, no sé-, vaciló el profesor. -Me preocupa mi sobrina, es cierto: no es una cuestión banal para una señorita y...

-Tío, estamos en 1938-, cortó valientemente Jane, que se había acercado al grupo y había escuchado fascinada la historia de la Tierra Del Hombre Mono,-y no soy una damisela del siglo diecinueve; conozco la pasión por tu trabajo, y la comparto. Yo digo ¡adelante!

-¡Jane!-exclamó el profesor, emocionado por la valentía de su sobrina.

-Ja, ja, ja... Muy bien, Kamuf-, río Walter, orgulloso de su prometida. -¡Pongámonos en marcha!

-De acuerdo, de acuerdo...-admitió Kamuf, honrando con una inclinación de sus fuertes hombros la valentía de esos nobles ingleses. -Les guiaré lo mejor que mi modesto valor me permita.

Y así, el grupo expedicionario emprendió la marcha hacía los márgenes del río Makutu.

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Caía la noche, y los sonidos de la selva parecían hacerse más amenazantes, cuando el grupo llegó a las orillas del mítico río. Sin embargo, se hallaban lejos de cualquiera de los maltrechos puentes que lo cruzaban, así que acamparon cerca de la orilla, y decidieron que a la mañana siguiente localizarían alguno de esos pasos. Como la noche anterior, el grupo cenó, aprovechando esta vez el estar al lado del río, pescando, y asando unos suculentos peces. Siendo noche cerrada, Walter y Jane se retiraron a su tienda, al igual que los porteadores. Sólo el profesor Winslow y Kamuf, el guía, se quedaron frente a la hoguera; el primero, fumando su pipa mientras pensaba, acariciando su bigote. El fuerte negro, semirecostado en la tierra, contemplaba las estrellas, fulgurantes y cercanas.

-¿Nervioso, Kamuf?-preguntó el profesor.

-Mmm...sí, profesor, sí...-, reconoció el fuerte negro.

-¡Vamos, amigo, vamos! un hombre hecho y derecho de 33 años como tú no debería creer en esas leyendas sin sentido...

-Lo sé, lo sé, profesor, pero... En Oxford pude comprobar que no provenían sólo de una parte de África, sino de varios poblados muy alejados geográficamente, y que sin embargo, coincidían en nombrar estas tierras: las tierras que mañana pisará, quizás por primera vez, el hombre blanco. Sólo eso ya me inquieta, es un terreno desconocido también para mí, profesor Winslow.

-Bueno, bueno, Kamuf...en este viaje, me parece que hay muchas cosas que son la primera vez para un hombre blanco, je, je...-, comentó, sagaz y divertido, el profesor. Intentaba relajar a Kamuf; que no pensase en los posibles peligros en los que se encontrarían a partir de mañana.

-Ja, ja, ja....profesor, veo que es usted un hombre osado. Un auténtico macho, sí señor-. El efecto de la palabra "macho" en boca de Kamuf hizo que al profesor se le erizará todo el vello del cuerpo; sin poderlo evitar, recordó la noche anterior. No, no podía permitir pensar en ello, ni mucho menos que volviese a ocurrir algo semejante. ¡Era un lord inglés, por el amor de la reina madre! Sin embargo, la noche, la luz de las estrellas, las palabras de Kamuf, sus piernas, fuertes y musculosas, estiradas al lado de donde él se encontraba sentado, hacían que su bragueta fuese cambiando de forma hasta parecer una tienda de campaña.

-Profesor-, anunció el guía, poniéndose en pie,-me retiro a la tienda... Necesito descargar... tensión, mañana será un día duro.

-Oh...-contestó el profesor. Y audazmente, prosiguió: -Quizás sea más fácil descargar fuera de la tienda. La tensión, quiero decir.

-Psé... es posible-, replicó el otro, guiñando un ojo al profesor, -pero dentro de la tienda tampoco se está mal...

-Sí, pero no estás solo, duermes con los porteadores-, objetó el profesor, algo perdido; ¿hablaban de lo mismo, o no?

-Exacto, profesor: con los portadores.

Y, lanzando la misma sonrisa de chulo que había utilizado por la mañana, se despidió con un gesto del profesor, y se encaminó unos pasos hacia su tienda, donde ya dormían los dos porteadores. El profesor se quedó mirándole, la fuerte espalda, y de nuevo el trasero, musculoso y levantado, apretado contra los pantalones caquis.

No sabía qué pensar. Después de unas caladas más de tabaco, apagó la pipa, y se retiró también a la tienda: pensaba dormir toda la noche como un lirón y quitarse de la cabeza ideas extrañas... Pero, unas dos horas después de apoyar la cabeza en el saco de dormir, era obvio que no lo conseguiría: se debatía entre la excitación de la aventura de mañana, de esas tierras ignotas, y la excitación de su miembro, duro como un mástil, tan duro que le era imposible ponerse boca abajo, a no ser que su intención fuese taladrar el saco de dormir. De nuevo, salió de la tienda, y pensó en refrescarse en el río. Atravesó el pequeño campamento, y al pasar al lado de la tienda de Kamuf, le pareció ver un leve resplandor. Se volvió a la tienda de su sobrina, y vió que estaba totalmente oscura. De nuevo miró la tienda de los porteadores y Kamuf, y vió que dentro había luz; tenue, quizás una linterna con algo encima. Se extrañó, y se acercó hasta tocar la tela rugosa de la tienda. Ahora, la luz era más clara, y se oían unos ruídos... "Parecen chupeteos...", pensó, pero desestimó la idea, creyendo que se debía a su lujuria exacerbada en los últimos días. Cuando iba a retirarse oyó unos quejidos; le pareció reconocer la voz de Kamuf. "¡Dios mío!¡es posible que una serpiente se haya metido en la tienda!¡Quizás estén en peligro!". Con cuidado, bordeó la tienda, hasta llegar a la parte de la entrada; sabía que las serpientes eran peligrosas si se movía con gestos bruscos, así que con lentitud levantó la lona que cubría la entrada de la tienda, mientras que en la otra mano llevaba una piedra que había recogido, para atacar la cabeza del animal. En un breve espacio de tiempo, había levantado la lona, mientras los quejidos (¿gemidos?) de Kamuf habían aumentado. Sus ojos se acostumbraron a la tenue luz de la tienda, y entonces...

-¡¡¡Profesor!!!-exclamó Kamuf, sorprendido.

-¡Oh...!¡Yo... lo siento, lo siento...! -contestó el profesor Winslow, pasmado.

Kamuf no estaba siendo atacado por ninguna serpiente, más bien estaba jugando con la suya. Recostado y desnudo, estaba en el fondo de la tienda, luciendo una erección más que generosa. Aunque, a decir verdad, el profesor no podía apreciarla del todo, porque los dos muchachos, que se habían quedado parados, medio tapaban con sus caras el pollón, aunque quedaba claro lo que estaban haciendo: especialmente por el hilo de saliva que unía la boca de Ahmed, un chiquillo de 19 años, con la puntita del cipotón del guía. El otro mozalbete, Tarek, de 21 años, se limpiaba la saliva que le mojaba la barbilla.

-Profesor, profesor...-continuó Kamuf, acariciando las cabezas de ambos jóvenes, con la intención de que no abandonasen el pedazo de mamada que le estaban brindando,- siento la situación, pero... bueno, ya sabe usted que en la selva se está muy solo, ¿verdad?.

-Yo... vaya, Kamuf-, se recompuso el profesor, -parece que me voy a llevar unas cuantas sorpresas en este viaje.

-Oh, no, profesor, ninguna sorpresa; lo que Ahmed y Tarek me están haciendo no es tan sorprendente,- aclaró el negrazo. -La gente aquí es más libre que en su mundo occidental, profesor. Estamos en la jungla, y para ellos, yo soy más que un guía, soy como un padre. Esto es una forma de demostrarme su aprecio.

"Sí, sí...Aprecio, pero menudo tarugo que se están comiendo los chavales", se dijo el profesor. En efecto, los dos jóvenes recorrían con sus lenguas toda la pollaza negra, latiente y venosa. Cada uno por un lado, recorrían el tronco y se encontraban en la punta del cipote, lamiendo con fruicción el redondo capullo morado, o, mientras uno intentaba tragársela entera, el otro mozo lamía con delicadeza las pelotas de caballo que colgaban entre las piernas del macho negro. El profesor, viendo el ir y venir de las lenguas, de las bocas, sobre aquél cipotón, se puso, de nuevo, como una moto.

-Yo...-empezó, -no sé si atreverme a pedirte pasar, Kamuf.

-¡Claro, profesor, claro...! Hay confianza después de lo de anoche, ¿no?, -rió el negro, con la voz algo más ronca, porque los chavales realmente se esmeraban comiéndole el rabo. -No creo que a usted le hagan nada, es cierto, pero... al menos podrá ver el espectáculo, ja ja...

-Bien, bien...pues, con tu permiso, Kamuf. Hola, chicos-, saludó el profesor, entrando del todo en la tienda. Los porteadores, siempre tan amables, no le hicieron mucho caso ocupados como estaban con la tranca negra. El profesor se sentó como pudo, enfrente de la escenita, y, sin vergüenza, se bajó los pantalones y se agarró la polla, durísima y con el capullo brillante soltando ya pequeñas dosis de precum que resbalaban por todo el rabo. Su intención era menársela bien mientras miraba el numerito.

Los chicos continuaban con su labor mamadora, mientras se pajeaban también sus pollas jóvenes, inigualables a la del guía.

-¡Buf...! Qué mamada...¡qué mamada...!-comentaba, cachondo, el profesor.

-¡Ja, ja, ja....! ¡Oh...! La verdad...uf...es que sí...-gemía Kamuf, disfrutando de las lenguas de los dos muchachos.- A estos dos..¡oh...! les gusta el salchichón negro, ¡sí señor...!¡Uffff....!

-¡Oh....! No me extraña, amigo, no me extraña....¡menudo rabazo, menudo rabazo!

-Menudo, no, profesor...Ja, ja...menudo no, bien grande y ¡ahhhh....! bien duro...¡Tomad, chavales, tomad polla!- y, diciendo esto, Kamuf se agarraba el cipote y azotaba los morros de los chicos, que lanzaban lamidas al aire intentando encontrarse con el golpe de la polla negra.

-¡Oh...!¡Oh...coño, Kamuuuuuf....!-gemía el profesor, cascándosela rápidamente.

-¡Uhhhh....! Profesor...a esa velocidad...ahhh....se va a correr bien prontooooOOOOOH!!!- Tarek había agarrado la verga negra, y haciendo un esfuerzo, se la había tragado enterita; casi la notaba en el esófago, pero no dejaba de pelársela, excitadísimo.-¡OHHH!¡OHHH!¡Cabrooooón!¡Te la has tragado enteraaaaAA!¡Jooodeerrrr!

-¡Es increíble!¡es increíble!- se sorprendía el profesor.

Tarek no aguantó mucho más de unos minutos con la verga dentro; se la sacó, dejándola pringada de saliva, toda mojada, brillante y palpitante. Ahmed, todo ese tiempo, se había dedicado a lamer lo cojones del macho negro, sintiendo su calor, su peso. Todo eso, ambos chicos, sin parar de darle a sus respectivos manubrios.

-¡Ufff...! ¡Cómo te la ha dejado, Kamuf! ¡La tienes chorreando, cabrón...!-exclamó el profesor, cachondísimo.

-¡Sí!¡Sí!¡Y a puntito de lanzar semen!¡Uff....!

-¡Oh....! Kamuf, no puedo más...¡no puedo aguantar más desde anoche, cabrón!-dijo el profesor, acercándose al semental negro, y sin dejar de pelarse el rabo.-He de agarrarla...¡Por la reina madre, que he de agarrar bien ese nabooo!

-¡Noooo!¡Profesor, cuidado!-advirtió el negro.-¡Estoy a puntito!¡Joooder, me arde la punta del capullo!¡Oh!¡Oh!

-¡Síiii...! ¡La punta y todo el rabo te voy a menear, machote!-amenazó el profesor. Y, medio en cuclillas, entre los dos jovenes, que habían concentrado el trabajo en las pelotas del negro, consiguió por fin, desde la noche anterior, agarrar el cipote que le quitaba el sueño.

-¡OOOHHH!¡Cooooñooooo!-bramó Kamuf al sentir la mano del profesor en su pollón.

-¡Uffff!¡No puedo rodearlo con la manoooo!¡Qué polla, qué pollaaaaa...!-alucinaba el profesor, intentando pajear la bestial tranca. Los dos porteadores, tumabods y lamiendo los cojones del negro, se toparon en las narices con la chorreante verga del profesor. Y, si bien no tenían intención de mamarle la polla a un blanco, no pudieron resistir la tentación de lanzar un buen par de lengüetazos a un instrumento del que no paraba de babear precum.

-¡OHHH!¡OHHH!-aulló el profesor al sentir los lengüetazos, -¡Joder!¡JODER!¡QUE ME LA ESTÁN COMIENDOOOO!-pero, todo esto, sin soltar la verga del negro, pasando la mano arriba y abajo, frenéticamente.

-¡UUUHHHH!¡Cómo la meneaaaaa, profesoooooorr!!¡Ay!¡AY QUE ME CORRO!¡AY QUE ME CORRRRRROO!!!!-empezó a aullar también el negro, que de lo cachondo que estaba con el pajote que le regalaba el profesor, daba golpes con el culo para que la meneada fuese aún más frenética.

-¡Si estos...¡OH!¡OH!..no paran..¡AAAAHHHH!..yo sí que me corrooooo!!!¡Perooo yaaaaaAAAHHHH!!!-y, al sentir de nuevo un fuerte lengüetazo de Tarek en la rajita del capullo, el profesor no pudo más:-¡UAAAAHH!¡OOOOH!-gritó, mientras lanzaba leche, con el nabo descontrolado.

-¡MMMM!!!!. -¡Aughhhhh!-. los dos muchachos se disputaban las andanadas del profesor, y, cuando este acabó, cachondos perdidos, se pusieron en pie, con las pollas tiesísimas y pajeándose a todo tren sobre los dos hombres.

-¡Ohhhhh.....Kamuf, ¿qué hacen...? Ohhhh....- preguntó el profesor, meneando aún la polla del negro, mientras la miraba atentamente.

-¡QUE QUÉ HACEN!¿QUE QUÉ HACEEEEENNN?-bramó Kamuf, agarrándose él mismo los durísimos huevos, -¡LO QUE VOY HA HACER¡AH!¡AH! YO AHORA MISMOOOOOOOO, CABROOOOOOONNNN!

Y, de golpe, los dos porteadores, casi a la vez, empezaron a correrse entre gemidos.

-¡Hala!¡Halaaaaaa...! Dios, se nos están corriendo encima, Kamuf....¡Ohhhh...!-, se quejaba, pero más cachondo que enfadado, el profesor. Los chicos, eyaculando, dirigían los chorros breves pero potentes a la cara del profesor, que para protegerse miraba hacia abajo, encontrándose a un centímetro el garrote de Kamuf.

-¡POR ENCIMA Y POR DEBAJOOOOOOO...!-advirtió Kamuf, que ya no podía más.-¡ACÉRQUESE AHORA, PROFESOR, SI TIENE COJONES!!¡OOHHHHHHHHH!!!

Y, de golpe, del rabo negro empezó a manar leche de aquella forma tranquila, pero sin pausa.

-¡Uff.....joder, Kamuf....tienes los huevos llenos, ¡llenos!- se sorprendía el profesor. No le importaba que los dos chicos se le hubiesen corrido en la cara.

-¡OOOHHH!-seguía el negro, -¡¿llenos?! ¡Y tanto! ¡Y TANTOOO!¡Mire, mire, profesooooorrr!-y, cachondo como un burro, no se lo pensó, y agarrando la cabeza del profesor por el cogote, la empujó hacia abajo.-¡MIRE QUE LLENOOOOSSS!¡LLENOS DE LECHEEEEEE...!

-¡Mmmpfff!¡Ughhhh!-pudo gemir el profesor, que no había tenido más remedio que tragarse hasta la mitad el rabo en erupción. Notaba la boca llena de carne, y cómo seguía manando, como de una fuente, el espeso semen del negrazo.

-¡Ja, ja, ja! ¡A usted también le gusta el salchichón negro, ¿eh, profesor...?-empezaba a relajarse Kamuf, cuya fuente de leche iba menguando.

-¡Uff......joder, joder.....esto es increíble.....!-el profesor se incorporó, limpiándose la cara manchada del semen de los dos jóvenes, y sintiendo en su boca el sabor de la gorda polla que le había penetrado mientras soltaba una buena lechada. Ese cipote maravilloso empezaba a menguar, hasta aposentarse entre las pelotas, ahora vacías, de Kamuf.

-¡Ohhh....profesor!¡Chicos....-comentó Kamuf, dirigiéndose también a los dos mozalbetes que, una vez orgasmados, se habían retirado un poco para contemplar bien a los dos machos,- ha sido maravilloso, maravilloso....

-Uff....Kamuf, Kamuf... nunca hubiese pensado que haría una cosa así, nunca...-replicó el profesor, sentándose de nuevo, cansado.

-Ja, ja, ja....Usted no se preocupe, profesor, y disfrute de lo que tengo entre las piernas; esta tranca es toda suya, cuando usted quiera.

Las palabras del machote negro le excitaron, pero también irritaban al profesor. "¡Qué cabrón! Sabe que tiene un buen rabo...". Y contestó:

-Bueno, bueno, amigo Kamuf... tampoco es para tanto; queda aún mucho, mucho por explorar.

FIN EPISODIO II