Tarsán de la Jungla

Las aventuras de Tarsán.

EPISODIO I. MOJADOS EN LA JUNGLA

La expedición avanzaba lentamente dentro de las profundidades de la selva africana. Salvando el calor, los feroces animales y varias tribus de nativos desconocidas por el hombre, el profesor Winslow, su sobrina Jane y su prometido, Walter, intentaban encontrar la ignota margaritus filisious, la única margarita de dos colores a la vez, que según los estudios del profesor Winslow, eminente biólogo, se encontraba allí, en lo más intrincado de África.

La comitiva, además de por los anteriores citados, se componía de dos porteadores africanos, y el guía, Kamuf, el único nativo que había estudiado en Londres y al mismo tiempo conocía los caminos y los peligros a evitar de la selva. Llevaban ya varias semanas intentando encontrar la preciada flor, y, mientras, el profesor Winslow se había dedicado a recoger muestras de otros especímenes florales que encontraba a su paso, aunque, desgraciadamente, todos estaban ya catalogados. Se consolaba pensando que, al menos, ampliaría su colección privada; colección que deseaba, en un futuro, legar a la universidad de Oxford.

Las jornadas de trabajo eran duras: sólo Kamuf, el guía, un negro fuerte y vivaracho, colaboraba con el profesor en la recogida de especímenes: Jane y Walter pasaban el día haciéndose carantoñas y planeando su futura boda, que tendría lugar a su vuelta a Inglaterra. De vez en cuando, Walter, aficionado a la fotografía, aprovechaba para instalar su cámara con trípode y captar imágenes de África, de la vegetación, de los animales...Los dos porteadores, por su parte, sin entender prácticamente inglés, se llimitaban a, una vez descargadas las tiendas, maletas, etc..., a tumbarse en cualquier vereda y descansar, durmiendo la mayor parte del tiempo. Cuando el sol comenzaba a declinar, los hombres del grupo preparaban las tiendas para dormir, buscando una llanura dentro del paraje selvático. Se preparaban tres tiendas, la del profesor Winslow, otra en la que descansaban Jane y Walter, y otra, algo más amplia, donde se recogían de la noche Kamuf y los dos porteadores. Las tres tiendas formaban un triángulo, en el centro del cual, se encendía una pequeña hoguera, que aguantaría hasta la mañana siguiente, resguardándoles, dentro de lo posible, de la amenaza de animales salvajes.

Aquella noche habían encontrado un paraje especialmente atractivo: después de un día especialmente caluroso, se habían topado con una llanura fresca, a causa de las corrientes de viento, desde donde, además, se oía el correr lejano de un río. Comían pescado, en torno a la hoguera, mientras se dejaban acariciar por la agradable brisa.

  • Es el río Makutu-, explicó Kamuf.-Se abre paso por la cordillera, y lo que estamos escuchando son los pequeños saltos que forma medio kilómetro más adelante.

  • Es muy bonito...- comentó Jane.

  • Sí que lo es, sí que lo es- comentó el profesor, asintiendo con al cabeza,- creo que pasaremos una muy buena noche aquí...

  • ¡Uf, eso espero! Con este calor, ha sido un día agotador...- se quejó Walter.-Pero seguro que esta noche dormimos como lirones-, dijo, mientras guiñaba un ojo a su prometida.

El profesor vió ese guiño, y, aunque Walter le gustaba como futuro marido de su sobrina, sentía cierta inquietud al haber autorizado que compartiesen tienda de campaña: después de todo, aún no estaban casados, y el profesor, a pesar de sus 50 años (excepcionalmente bien llevados en comparación con sus compañeros de generación, gracias al trabajo activo al aire libre), sabía que un hombre de 28 como Walter, durmiendo con su prometida, solos, desde hacía dos semanas, sólo podía tener una cosa en mente: acostarse con ella. No había visto ni oído nada sospechoso en estos quince días, salvo los típicos arrumacos de enamorados, pero la sospecha seguía ahí. Sólo le quedaba confiar en su sobrina Jane, en su firmeza de caracter.

  • Señores, creo que me retiro. Buenas noches, Jane, profesor, Walter...-anunció Kamuf, poniéndose en pie.

  • Buenas noches, Kamuf, amigo,-contestó el profesor.

  • Buenas noches, nosotros también nos retiramos- dijeron a la vez Jane y Walter.

El profesor se quedó solo, fumando en su pipa, mientras los demás se retiraban: Jane y Walter cogidos de la mano, y Kamuf, el guía, a su tienda compartida con los porteadores, que dormían hacía ya un rato. Después de un par de pipadas, la apagó y se metió también en su tienda. A pesar de esa brisa que recorría el paraje, el ambiente seguía siendo caluroso, al menos dentro de la tienda, que impedía el paso del aire. El profesor se quitó la camisa y las botas, y se tumbó sobre su forro de dormir sólo con sus pantalones. Estaba inquieto, el calor le impedía dormir. Alcanzó su pipa, y de nuevo la encendió, fumando lánguidamente, tumbado. De pronto, escuchó la risa de su sobrina, desde la tienda de al lado. Oyó también reír a Walter. La verdad es que eran una hermosa pareja: Jane, 24 años, morena, delgada, pero con curvas suficientes como para atraer a un hombre, y con un rostro de ojos negros, despierto. Walter, por su parte, era un muchacho noble y franco, atlético, jugador de futbol en la universidad. El profesor volvió a oír unas risas alegres y sofocadas; mientras fumaba imaginó lo que debía estar pasando en la tienda: alguna caricia furtiva, carantoñas, algún beso apasionado...Quizás alguna caricia más atrevida: Walter habría puesto su mano en los muslos de Jane, y la habría subido, acariciándola, hacia chochito... Tal vez Jane, una chica resuelta, hubiese acariciado también alguna vez, furtivamente, la bragueta de Walter: una bragueta dura y latente, conteniéndose de mostrar su potencia hasta la noche de bodas... Uf, el profesor notó que, dejándose llevar por esos pensamientos, su bragueta sí que se había puesto dura. Abrió los ojos entrecerrados y se observó el palpitante bulto que formaba en la entrepierna. "Joder... me he puesto como un burro", pensó, divertido, mientras no podía evitar, con la mano libre que le dejaba la actividad de fumar, acariciarse el paquete hinchado que formaba su polla tiesa. El profesor estaba soltero, y, después de dos semanas de ni siquiera autosatisfacerse, el cipote le reclamaba atención urgente. "Mmm...mejor será salir fuera" continuó, mientras se incorporaba,"me da no sé qué cascármela con mi familia a unos metros". Se levantó, y, con sigilo, salió de la tienda. Avanzó unos metros, sin dejar de masajearse el paquete aún encerrado en el pantalón. Cuando consideró que se había alejado lo suficiente, se sentó apoyándose debajo de un árbol. Con presteza, se desabrochó los pantalones, y, ahora sí, la polla, durísima y libre de obstáculos, saltó como un ariete, venosa, palpitante. "Uhh...me voy a pegar una buena paja..." se animaba el profesor, que con sólo cogerse la polla con la mano, empezó a soltar líquido preseminal en abundancia, que resbalaba por el tronco, y le mojaba la mano y las pelotas. Se las acarició, y comprobó que estaban duras y cargadas de leche. Mientras esto hacía, de pronto, oyó un ruido, como el chasquido de una rama, a poca distancia. Se paró de golpe, asustado, y prestó atención: un nuevo chasquido, y, de pronto, un ruído como de un chorro de agua que corría. Lentamente se incorporó, rodeó el tronco del árbol con sigilo, y vió al causante del ruído: dos árboles más allá, a la luz de la luna llena, Kamuf estaba meando. De pie, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. "Joder...qué susto", se dijo el profesor Winslow, mientras se guardaba la polla en los pantalones, "aunque me ha cortado el rollo, el cabrón". Se quedó mirando cómo Kamuf seguía meando. Desde su posición, el profesor sólo veía medio de perfil a Kamuf; la forma de su espalda, fuerte y ancha; el trasero, embutido en los pequeños pantalones caqui, y el chorro que soltaba meando. "¡Qué forma de mear, caray!" se asombró el profesor, ya que Kamuf no paraba y lanzaba un chorro potente y largo. Cuando pareció que acababa, Kamuf medio se volvió; entonces, el profesor vió algo que sí le dejo asombrado: el negro aún tenía la polla en la mano, y se la agitaba para limpiarla de las últimas gotas de pis. Pero era una polla de tal calibre, que al agitarla, Kamuf se puso perdidos los pantalones de gotitas de pis. "¡Guau! ¡Qué cacho polla!!" se maravilló el profesor. El otro, mientras, acabó con los últimos meneos, parecía que agitaba una porra, y se la guardó en los pantalones. Levantó la vista, y de pronto se encontró con el profesor, que le miraba extasiado.

-¡Oh! profesor, buenas noches....- reaccionó el guía, algo avergonzado.

  • Hola, mi buen amigo Kamuf,-contestó el profesor, divertido ante el azoramiento del negro.

  • Yo... siento haberle despertado, profesor. Pero no me podía contener las ganas de mear, lo siento- se excusó Kamuf.

  • ¡Tranquilo, tranquilo, hombre...! No estaba dormido, sólo paseaba por aquí-, se acercó el profesor, cogiendo por los hombros al avergonzado guía, amistosamente.- Aunque, ¡ja, ja...! Deberías tener más cuidado con las salpicaduras, Kamuf, te has puesto perdido, ja, ja, ja...

Kamuf se miró el pantalón, y vió que efectivamente estaba salpicado de gotitas de pis; siempre le pasaba lo mismo, no sabía cómo agitarse bien la polla debido a su tamaño, sin salpicar. Avergonzado, miró de reojo el paquete de su compañero, el profesor.

  • Profesor, profesor... no debería meterse conmigo; no es usted el más indicado, je, je...-dijo, de pronto, audazmente.

-¿Qué...? ¿Cómo que...?-replicó el profesor Winslow, bajando la vista a su bragueta, y descubriendo con horror que, efectivamente, no era el más indicado. Al guardarse antes la polla precipitadamente, se había puesto perdido de líquido preseminal: mientras que la bragueta de Kamuf se veía salpicada de unas gotas, la del profesor estaba empapada, mojada.

  • ¡Ja, ja, ja, profesor! Parece que no soy el único en mojarme la bragueta- rió Kamuf, mientras le daba una palmada al profesor en la espalda y se agarraba el paquete, cómplice.

  • Bueno...pues no, pues no, tienes razón, muchaho...-respondió azorado el profesor, agarrándose también el paquete, imitando a su amigo. Pero el profesor estaba muy sensible, y, al volver a agarrarse el paquete, entre el calentón y lo empapada que estaba la bragueta, y el notar en su mano de nuevo sus pelotas duras, notó que su polla volvía a empinarse.

-Caray, jefe,- dijo ahora Kamuf, bastante más resuelto,- me parece que usted no meaba, sino que hacía otra cosa, ja, ja, ja...

-Yo...yo...sí, no sé....-balbuceaba el profesor, sin poder disimular el tremendo bulto que formaban ahora los pantalones.

-¡Uf, jefe...! ¿Sabe?, está haciendo que yo también me ponga cachondo, coño- y, efectivamente, la bragueta de Kamuf parecía a punto de estallar. -¿sabe que le digo?, que somos dos tíos aquí en medio de la selva, calientes, y que no pasa nada porque nos hagamos una paja a dúo, ¿no?- continuó el negro, desabrochándose los pantalones.

  • ¿Usted cree...? Uf...yo...no sé, no sé...- replicaba el profesor, nervioso pero a la vez increíblemente cachondo.

  • ¡Venga, profesor, no se corte, que estamos entre hombres...!- y, diciendo esto, Kamuf se bajó los pantalones de golpe, dejando que saltase, libre y enorme, un rabazo negro, venoso, descapullado, que golpeaba la barriga de Kamuf de lo tieso que lo tenía.-¡Uf! ¡Uf! ¡Cómo se me ha puesto el rabo! ¡Necesito una buena corrida, coño!

  • Bueno...vale, vale, voy, voy...-se decidió el profesor, quitándose también los pantalones, que cayeron en sus tobillos. Sin dudarlo, se agarró la polla, dura, dura, dura y chorreante de nuevo de líquidos, y empezó a meneársela...

-¡Joder, profesor!, como le chorrea, ¿eh?-rió Kamuf, mientras se meneaba el rabo a dos manos, tal era la longitud.

-¡Uf, sí, si....! A tí no, pero menuda tranca tienes, ¿no?- contestó el profesor, ahora sí cascándose la polla a buen ritmo.

-¡Ja, ja, ja...! Mmm.... uf, sí...tengo un buen garrote, ¿eh? Un garrote neegrooooo...ohh....jodeeeeer....

-¡Joder! ¡JODER! ¡Sí que tienes buen cipote, sí, cabrón....! ¡Déjame verlo de cerca, de cerca...!-bramó el profesor. No sabía por qué, pero la visión de aquél negro, de pies enfrente suyo, meneándose frenéticamente el pedazo de rabo que gastaba, le ponía a cien. Se acercó, sin dejar de pelársela, hasta el negro, hasta quedarse a unos centímetros de él.

-¡Ja, ja...! Nunca ha visto un rabo así, ¿eh, profesor...?-gemía Kamuf, venga a meneársela.- ¡Uf, más cerca, profe, más cerca!

-¡Sí...sí...!-se acercó el otro. Se acercó tanto que juntó su meneada con la meneada del otro.-¡Uf...! ¿Así, así de cerca, semental...?-dijo, ya perdida toda vergüenza.

-¡Oh!¡Oh...! ¡Coño...me está mojando de precum, joder....!

-¡Ah...ah...déjame, suéltate la polla, déjame cogerla un momento, es enorme....! ¡Uf! ¡Enooooorme....!

  • ¡Ah!¡Ah...! No, profesor....¡No! estoy a punto...si me la toca, no respondo, joder! ¡Jooooderrrr!-bramó Kamuf, cascándosela a toda velocidad, y ahora sí, también, lanzando precum en su barriga con cada golpe que le daba el capullo. El profesor, cachondo perdido, en vez de meneársela, se la sacudía, haciendo que las babas de líqiudo preseminal, cada vez más intensas, se estrellasen en las manos, el cipotón, y los huevos negros de Kamuf, poniéndole perdido. Esto aún aceleraba más la meneada del negro, que al sentir todos sus genitales empapados de líquido caliente, se ponía aún más burro.

-¡AH!..¡Oh....! ¡Kamuf!¡KAMUF! ¡Me voy a correr!¡Me voy a cooorrerrrrrrrr, cooooñoooooo!

  • ¡Sí! ¡SI! ¡Suelte leche, profesor! ¡Uff! ¡Suelte lecheeeeeeeeeee!

  • ¡Espera!¡espera, que te voy a tocar al menos las pelotas, cabróooooon!-y, diciendo esto, el profesor Winslow agarró las dos pelotas del negro, durísimas, apretándolas.

-¡OOOHHHHH!¡JODER!¡JOOOOODEEEEEEERRRRRR! ¡ME CORROOOO VIVOOOOOOO!- aulló Kamuf al sentir la mano del profesor en sus hinchadísimos huevos. De pronto, con una última meneada, de la punta del capullo de aquella pollaza negra, empezó a manar leche.-¡AHHHHH!...¡JODER, SI....ME ESTOY CORRIENDOOOOOOO! ¡OHHH......!-bramaba Kamuf, ahora ya meneándose el rabo con lentitud y sin parar de babear leche, sin prisa pero sin pausa, que resbalaba por todo el rabazo hasta las pelotas.

-¡Joder, amigo...! ¡Que forma de correrse....!- gemía el profesor, agarrando los chorreantes cojones del negro, y volviendo a agarrarse bien la polla para por fin soltar la lechada que llevaba tiempo acumulada en los huevos.- ¡Yo también!¡Yo tambiéeeeeenn...!¡Ahí vaaaaaaaaa!!!!-y, gimiendo como un cerdo, el profesor lanzó dos, tres cañonazos de leche que se estamparon en los huevos y los muslos del negro. Ambos machos, debilitados por tan fuertes corridas, de pie, se medio apoyaban uno en el otro, ayudándose de sus brazos y sus hombros. Con los tembleques del orgasmo, y gracias a la longitud del rabo del negro, ambas pollas se chocaban, pringándose de semen de las recientes lechadas.

-Uf....qué bien, coño....- suspiró el profesor, apoyándose en el hombro de Kamuf.

-Ay.....qué bien ha estado....joder.....-contestó el guía.

-Ay, Kamuf, Kamuf.....mejor será volver a las tiendas y dormir...- dijo el profesor, algo avergonzado, pero contento.

-Tiene razón, profesor...Mañana será un día duro; nos dirigimos a la Tierra Del Hombre Mono, según las leyendas de los indígenas...

-Bueno....¿Más duro que el rabo que calzas....?-bromeó el profesor, guiñando un ojo a Kamuf.

-Ja, ja, profesor.... No se ría, que se me empina...

FIN EPISODIO I