Tarjetas Black (lV)

Una colombiana recientemente casada ha de invitar a comer en su casa al Delegado de la multinacional para la que trabaja.

A la mañana siguiente, cuando llegó a la oficina, Yeimy encontró un sobre cerrado encima de su mesa. En el lugar donde normalmente figuraría el nombre del destinatario había cinco palabras escritas a mano: “Espero que estés de acuerdo”. Aunque el sobre no iba firmado, Yeimy lo abrió de inmediato. Después de todo, estaba en su mesa.

A. A. del Sr. Julio Ruiz, Gerente de KRON PHARMA COLOMBIA,

Como bien sabe, el asunto que me trajo aquí ha quedado resuelto sin demasiadas pérdidas para la firma. Más adelante, mi secretaria le remitirá desde Barcelona el informe final con todas las conclusiones, responsabilidades y consecuencias de este lamentable suceso. Ni que decir tiene el carácter estrictamente confidencial de todo lo relativo a las “tarjetas black”.

En primer lugar, he de reconocer que la rápida resolución de este asunto no hubiera sido posible sin el eficaz trabajo de la Sra. Yeimy Villaescusa del Dpto. de Contabilidad. Su resolución, así como su capacidad de esfuerzo y trabajo, es extraordinaria. Sin lugar a dudas, la Sra. Villaescusa es un ejemplo de eficiencia para todos nosotros.

A fin de evitar que se vuelvan a producir hechos similares, le comunico que dicha trabajadora pasará a ser mi nuevo enlace en Colombia. La jornada laboral de la Sra. Villaescusa se reducirá en un 30%, pues en lo sucesivo asumirá la supervisión económica de la Junta Directiva y de todos sus miembros. Como Gerente para Colombia de KRON PHARMA, le ruego encarecidamente su respaldo y colaboración con la Sra. Villaescusa en todo lo relativo a este nuevo e importante cometido.

La Sra. Villaescusa pasará a depender (función, retribuciones, destino y medios) de las oficinas centrales en Barcelona y, más concretamente, del Dpto. de Auditoría Interna del que soy Delegado para América Latina. La Sra. Villaescusa tendrá rango y remuneración de tercer orden, es decir, equivalente a Subdirectora de Departamento.

Como vengo haciendo hasta ahora, regresaré dentro de seis meses. Sin embargo, en adelante pasaré a mantener un contacto quincenal vía email con la Sra. Villaescusa.

Como es lógico, Sr. Gerente, usted puede seguir comunicándose directamente conmigo tal y como siempre ha hecho.

Atentamente,

Alberto García, Delegado de Auditoría Interna.

Yeimy se quedó perpleja. Cuando Alberto le dijo que tendría su recompensa ella había pensado que el Delegado se referiría a una gratificación económica, nada más. Si el Gerente no se oponía, y no estaba en condición de hacerlo, la contable ascendería unos cuantos pisos en la empresa y, además, percibiría un sueldo que conocía perfectamente dado el departamento en que trabajaba.

No había nada que pensar. “¡Claro que estoy de acuerdo!”, se dijo sin poder salir de su asombro.

Al ser viernes, Yeimy estuvo muy ocupada en la oficina. En cuanto llegó a casa le explicó a su marido el compromiso que les había surgido para ese sábado y se fue a comprar al súper. A él no le había hecho mucha gracia dado que al igual quel nuevo jefe de su esposa, también tenía que partir de viaje el domingo por la tarde.

Fue mientras hacía la compra cuando a Yeimy se le ocurrió la idea, invitaría a alguien más a comer. A pesar de que su esposo estaría cerca, a la colombiana no le hacía ninguna gracia meter a ese depredador en su casa. Aunque Yeimy no creía que Alberto tuviera pensado propasarse con ella en su propia casa, sabía lo osado que era aquel tipo, de modo que cuantos más testigos hubiera mejor para todos.

Yeimy: Hola, Eva! Qué haces?

Eva: Nada, estudiando francés, a ver si este año apruebo

Yeimy: Oye, tienes planes para mañana?

Eva: Voy a navegar con unas amigas. Ya te lo dije!!

Yeimy: Pues anúlalo, tienes que venir a comer a mi casa. Estoy metida en un buen lío. Va a venir el Delegado. Ayúdame, Eva, por favor!!

Eva: El Delegado??

Yeimy: Sí

Eva: El de Barcelona??

Yeimy: El mismo!!!

Eva: Jo, tía!! Me lo podías a ver dicho antes!!!!!

Yeimy: X Q?

Eva: Pues xq ya pagué los 925.000 pesos del velero y no podré anularlo. ES MAÑANA!!!

Yeimy: Pues yo te daré el dinero… Tienes que venir!!!

Eva: Pero para qué quieres que vaya???

Yeimy tuvo que inventarse una excusa...

Yeimy: Pues porque si sólo somos tres, se va a aburrir.

Eva: Ah, pues no te preocupes. Yo me encargaré de que se divierta, si no es gay, claro…

Yeimy tuvo que contenerse, ella sabía que no.

Yeimy: Oye, qué no te estoy pidiendo que hagas nada, eh? Sólo que vengas a comer.

Eva: OK Me lo comeré pues… GGG

Eva: Creo que iré a hacer un poco de running al Sagrado Corazón. A las 12 en tu casa?

Yeimy: OK. Pero no llegues tarde!

Yeimy: Y GRACIAS!!!

Eva: Gracias a ti. Mañana sabremos si Don Alberto es gay o galán…

Aquella rubia espigada se había convertido en su mejor amiga desde el día que entro a trabajar en la filial farmacéutica. Eva era una divorciada con dos hijos a su cargo, ya que su padre se había marchado al extranjero desentendiéndose de ellos casi por completo, de hecho aquel desgraciado ya había formado una nueva familia.

Su amiga Eva era una mujer madura y moderna, independiente y terriblemente coqueta. Siempre iba con falda a la oficina y, aunque éstas no fueran demasiado cortas, ella era tan alta que bastaban para que luciese sus larguísimas piernas. Eva era alta para ser mujer y muy alta para haber nacido en Barranquilla. Si bien comía todo light, sin azúcar y 0% M.G., su amiga no estaba delgada, sino en forma, ya que llevaba años haciendo rúnning a diario.

Por suerte para ella, resultaba muy atractiva a los hombres, y es que Eva no sabía estar sola. Siempre tenía pareja y, cuando no la tenía, era porque estaba dudando entre dos hombres o más. Como mujer rubia e inteligente que era, Eva me había confesado que el único compañero de trabajo con quien se había liado nunca lo divulgaría, pues estaba casado.

Al día siguiente, Yeimy se encontraba hipernerviosa. En cuanto desayunó, tuvo que comprobar que todo estaba preparado para poder quedarse tranquila: la comida, la música, la vajilla, etc.

Alberto no se hizo esperar, llegó poco después de las diez, pero para sorpresa de Yeimy, apareció vestido de manera sumamente informal. El Delegado Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca Levi’s bastante ajustada. Aunque aquel estilo no podía ser menos parecido a su habitual traje y camisa a medida, lo cierto era que la sonrisa de Alberto resultaba tan irresistible como siempre.

El matrimonio le mostró con orgullo cada estancia de la casa, así como del espléndido jardín. Después del tour residencial, Alberto volvió a sorprender a Yeimy al pedirle darse una ducha rápida antes de comer.

Al parecer, a Alberto le gustaba mucho el ciclismo, pero dado lo complicado de llevar de viaje una bicicleta y lo peligroso de circular por carreteras desconocidas, el Delegado optaba por hacer spínning en el gimnasio del hotel. Visiblemente incómodo, explicó que había tenido que dejar la maleta preparada la noche anterior y no había podido ducharse después de hacer ejercicio esa mañana, sólo cambiarse de ropa en los baños.

Eso fue lo que dijo el Delegado, pero Yeimy supo la verdad sólo cinco minutos más tarde.

Apurada, Yeimy buscó en la cómoda una toalla que estuviera sin estrenar. Tocó a la puerta del baño y, cuando él la abrió, Yeimy suspiró con alivio al ver que Alberto ocultaba sus partes pudendas con la camiseta. Sin embargo, en cuanto éste vio que estaban solos, la echó al suelo con desdén y ella no pudo evitar echar un vistazo a aquella cosa.

El turgente miembro del Delegado trazaba una trayectoria curva descendente. En ese momento, nada hacía sospechar la poderosa arma de dominación en que aquel pene flácido podía llegar a convertirse.

Yeimy le tendió la toalla con desconfianza. Era perfectamente consciente de que su futuro jefe podría hacerla entrar en el baño y obligarla a hacer cualquier barbaridad. Varias imágenes se sucedieron en su mente a toda velocidad: ella mamando su miembro, él follándola contra el lavabo, su marido llamando a la puerta justo en el peor momento…

Sin embargo, Alberto se limitó a coger la toalla aprovechando, eso sí, para dejar algo en la palma de su mano.

― Haz que tu esposo se lo tome sin que se de cuenta —le dijo escuetamente.

Era un comprimido de Valium de 10 mg. Yeimy se quedó perpleja, pero Alberto cerró de inmediato la puerta sin darle tiempo para apelar nada. La colombiana se guardó el comprimido con la sensación de haberse escapado por los pelos de que la follaran. No obstante, cuando iba bajando las escaleras, Yeimy pensó que debería haberle dejado seco con una de sus infalibles mamadas. Al menos así se habría quedado tranquila.

Se sentaron todos juntos en la terraza a charlar un rato y tomar un pequeño aperitivo. Discutieron sobre la actualidad internacional, tan convulsa en aquellos días cuando sonó el timbre. “¡Eva! ¡Por fin!” pensó Yeimy con alivio. Ya podrían empezar a comer.

Yeimy no pudo evitar una sonrisa ante el gesto de extrañeza del Delegado, nadie le había advertido de que asistiría más gente. Tras las presentaciones, Don Alberto no tuvo reparo en preguntar si aún debían esperar a alguien más. A lo que Yeimy respondió raudamente de forma negativa, añadiendo que ya podían pasar al comedor.

Para enfado de la anfitriona, fue entonces la rubia quién quiso darse un chapuzón en la piscina antes de comer. Evidentemente, Yeimy trató de disuadirla. Ella quería que todo acabara lo antes posible, pero terminó resignándose cuando todos la miraron como si fuera una aguafiestas. Para colmo, como su compañera de trabajo no había llevado traje de baño, Yeimy hubo de prestarle uno de los suyos.

A pesar de que Yeimy escogió el que más le apretaba de entre todos sus bikinis, a Eva le quedaba bastante suelto dada la gran diferencia de medidas entre las dos. Una vez mojado fue aún peor, las pequeñas tetitas de su amiga amenazaban con escapar por todos lados, y otro tanto debía ocurrirle a la braga.

Alberto no se lo pensó dos veces y, quedándose en calzoncillos, saltó al agua junto a la rubia. Enseguida comenzaron a jugar. Nadaron, bucearon y rieron como si fueran unos críos. Alberto la lanzaba por los aires como si Eva pesara menos que una pelota de playa. Al poco Alberto y Eva gritaban y reían con complicidad, demasiada en opinión de Yeimy.

Eva aún sabía hacer la voltereta en el agua, tanto hacia delante como hacia atrás. Sin embargo, al hacer dos giros consecutivos, el bikini no aguantó más y dejó al aire uno de sus pechos. Todos se echaron a reír ruidosamente, salvo ella misma, que fue la última en darse cuenta de lo ocurrido. Tampoco Yeimy se reía, sino que miraba a su amiga con reprobación.

Por supuesto nadie dijo nada, pero ver salir del agua a Eva y Alberto fue vergonzoso. La erección del Delegado de KRON PHARMA era más que evidente. Y si el alargado abultamiento bajo los ceñidos bóxer de Alberto era bochornoso, más lo eran todavía los henchidos labios del sexo de Eva a punto de salirse de la holgada braguita del bikini que Yeimy le había prestado.

A continuación, Yeimy y su amiga se tumbaron un momento al sol para que ésta última se secara por fuera, y por dentro… Sin embargo, los hombres se fueron a por otra cerveza.

― ¡Madre mía, cómo está la rubia! —rio Alberto.

― Vaya… —asintió el marido de Yeimy.

― No te importará que me la folle ―dijo Alberto como pidiendo permiso— Aquí, quiero decir.

― ¡No, no! Arriba hay habitaciones de sobra.

― Si te la estás cogiendo tú, dímelo, que yo paso de líos —añadió el Delegado.

― ¡Qué dices! ¡Qué va! ―respondió un sorprendido Alfonso.

― ¡Ah, no! Pues, si eres listo, esa no sale de aquí sin chuparnos la polla a los dos ―dijo Alberto retándole.

― Sí, ya… Con mi mujer delante ―renegó el esposo.

― Faltaría más, delante y también de rodillas —se rio Don Alberto

— Como se nota que no conoces a mi mujer —se quejó Alfonso.

— Tendrás lubricante, ¿no? Por si… Bueno, ya sabes…

― ¡Estarás de coña! ¡A Yeimy eso no le va! —volvió a quejarse el esposo de su nueva empleada.

Alberto se quedó en silencio mirándole con extrañeza. Entonces el Delegado cayó en la cuenta de que Yeimy le habría engañado, dado que la cara de su marido reflejaba sinceridad y frustración a partes iguales. Entonces se le ocurrió una idea.

― ¡Yeimy! ¡Sácale a Eva aceite solar, que se va a quemar! ―instó Alberto.

— Sí, sí, por favor ―asintió la rubia con impaciencia— ¡Pero ven tú a echarme! — añadió de inmediato en dirección al Delegado.

― Ves. Ellas siempre tienen lubricante a mano —comentó Alberto a su nuevo amigo, con suma discreción— Por la cuenta que les trae...

Yeimy, se quedó perpleja cuando, tras entregarle a su amiga el bote de aceite, ésta le soltó un contundente: “Lárgate”.

La anfitriona de la casa le indicó a su esposo que la acompañase adentro para ayudarla a poner la mesa. Sin embargo, al entrar Yeimy se excusó para ir al aseo y subió al piso de arriba con intención de espiar a aquellos dos.

Al principio Don Alberto cumplió escrupulosamente la solicitud de la rubia, untándola con aceite solar de la cabeza a los pies. En cambio, cuando aquel bastardo volvió a ascender por las largas piernas de su compañera, se detuvo a amasar el escurrido trasero de su amiga, aunque tampoco se entretuvo ahí.

Agazapada tras la cortina, Yeimy observó como Alberto metía los dedos entre las piernas de Eva. No sólo no encontró resistencia, sino que sus audaces dedos comenzaron a entrar y salir pausadamente sin ninguna necesidad de aceite.

Yeimy sintió una punzada de celos al ver a aquella zalamera recibiendo las atenciones de su jefe.

― ¡¡¡A comer!!! ―la desazón que le ardía por dentro se transmitió en el tono de su voz.

Yeimy estaba segura de que Eva habría hecho en la piscina las primeras indagaciones acerca de las cualidades del Delegado, pero fue cuando todos estuvieron sentados a la mesa, cuando le quedó claro que su amiga haría todo lo que estuviera en su mano para que Alberto le echara un polvo de los que no se olvidan.

Eva estaba muy inquieta, hacía rato que notaba un hormigueo premonitorio entre las piernas. Tenía las tetas tan duras que los pezones se le marcaban bajo el bikini. En efecto, la rubia ardía en deseo de ser follada y, en realidad, lo único que Eva quería comer en ese momento estaba bajo el pantalón del hombre que tenía sentado delante de ella.

Sin pensar donde ni con quien estaba, Eva se despojó de una de las sandalias y, estirando su larguísima pierna, fue tanteando el terreno, palpando con los deditos de sus pies el duro miembro del Delegado. Discreto, Alberto no quiso poner trabas al descaro de la delgada secretaria.

Nada de lo que pasaba bajo la mesa escapaba al escrutinio de la anfitriona. Yeimy vio la sandalia abandonada por su amiga junto a una de las patas de su silla, lo que le confirmó que Eva ya estaba sobándole el paquete a Alberto por debajo de la mesa. Cuanto más se divertía su ardiente amiga, más crecía su rabia. Yeimy estaba enojada con la zorra de su amiga, con el sinvergüenza de su jefe y con el imbécil de su marido que no se enteraba de nada.

Habían llegado a los postres, y justo cuando Eva parecía haberse calmado, todo se precipitó. La rubia se ofreció a ayudarla y, cuando se levantó, la furiosa mirada de Yeimy se dirigió de inmediato al tapizado rojo mate o, más bien, a la mancha oscura que había en el centro del asiento.

― ¡Serás puta! ¡Mira cómo has puesto la silla! ―gritó Yeimy como loca.

― ¡Ay, lo siento! —se disculpó Eva tapándose la cara con las manos.

Todo había sido un cúmulo de circunstancias: lo excitada que había llegado Eva presintiendo que iba a tener sexo, lo cachonda que la había puesto el Delegado en la piscina y lo grande que le quedaba aquel maldito bikini. Y entonces Eva escuchó a Alberto dictar sentencia.

― Si estuviésemos en la oficina, yo mismo le daría unos buenos azotes. Pero ésta es tu casa, Alfonso, así que tú verás lo que haces.

Todos miraron entonces al marido de Yeimy, que tardó en reaccionar, pero que una vez se puso en pie lo hizo con determinación. Se fue hacia la rubia y, agarrándola del antebrazo hizo que ésta se irguiera y él se sentó en la silla de al lado.

― ¡Échate! ―ordenó tirando de ella tan fuerte que por poco se cae del otro lado de sus rodillas.

¡¡¡PLASH!!!

El trasero de la rubia pronto recibió el primer manotazo. Se lo dio sobre el bikini azul, pero entonces estiró de éste y la tela se introdujo entre las nalgas de Eva a modo de tanga. Alfonso acarició el culo trazando un círculo y, después, le asestó cuatro sonoros azotazos más que hicieron encenderse el carrillo derecho de la divorciada.

¡PLASH! ¡PLASH! ¡PLASH! ¡PLASH!

― ¡Ogh! ¡Auch! ¡Aaagh! ¡Ummm! —gimió la muy zorra, mirando el cerco que su sexo había dejado en el asiento contiguo y totalmente complacida con su castigo.

Después, el marido de Yeimy introdujo un dedo en el empapado y caliente coño de la rubia y, nada más extraerlo, se lo colocó delante de la boca.

— ¡¡¡Chupa!!! —le ordenó.

Alfonso se puso en pie para sacarse la polla. No tuvo que obligarla, ni siquiera tuvo que pedírselo. La delgada amiga de su esposa se olvidó rápidamente de su dedo y engulló de golpe la mitad de su verga.

Al parecer, Eva todavía seguía hambrienta. Desde luego, no habían llegado a tocar los postres, pero la voracidad con que la rubia daba cuenta de su falo parecía excesiva.

Atónita, Yeimy vio a Eva con el glande de su esposo en la boca, salivando y sacando la lengua como una guarra. La ultrajada esposa habría hecho algo si el clamor de Alfonso no hubiera llegado de forma tan precipitada y si, por ende, no hubiera comenzado a manar esperma por las comisuras de la boca de su amiga.

Eva se echó hacia atrás sin dejar de masturbarle, pero en cuanto vio que el glande de Alfonso seguía vertiendo esperma, se lo volvió a meter en la boca. Luego, después de dejar resplandeciente la polla del marido de su amiga, la rubia se puso a chuparse los dedos maravillada con aquella copiosa corrida.

Para sorpresa de todos, y regocijo de Alberto, Alfonso aún no había acabado con ella. Tras follarla oralmente durante unos segundos más, Alfonso dio un manotazo para despejar la mesa y agarró a Eva del moño para que ésta se reclinara con sus tetitas sobre la fría superficie, ofreciendo su retaguardia a una despiadada invasión.

Yeimy no podía creer que aquel fuese su marido. No parecía él, parecía… Alberto. Entonces, vio quel Delegado ya se meneaba su impresionante miembro mientras contemplaba el espectáculo. Yeimy, dudó mirando a uno y otro lado, pero al final miró hacia abajo y se dio cuenta de lo abiertas que tenía las piernas y también empezó a acariciarse.

Su esposo comenzó a follar a la amiga de su mujer con tanta furia que su erección no perdió ni un ápice de vigor. Los golpes de cadera, jadeos y gemidos rebotaban en las paredes del salón del mismo modo que lo hacían sus testículos contra el clítoris de la rubia. Eva no tardó en estremecerse con su primer orgasmo.

Alfonso se fijó entonces en que tenía espectadores y, con chulería, hizo que la flacucha subiera la rodilla para que estos pudieran ver como follaba aquel sucio chochito. El marido de Yeimy ponía tanto ímpetu que los platos y los cubiertos tintineaban sobre la mesa a cuyos bordes Eva se aferraba para aguantar las arremetidas.

Pronto un segundo orgasmo la hizo estremecerse.

En ese momento Yeimy vio como Alberto se ponía en pie y se acercaba a la pareja con un bote de color naranja en la mano que luego ofreció a su esposo.

― Haz tú los honores ―creyó Yeimy entender que había dicho.

La anfitriona de la casa reconoció finalmente el bote de aceite solar y supo de inmediato lo que ocurriría a continuación.

Mientras Eva permanecía aturdida e inmóvil, ajena a todo y a todos, Alfonso derramó un chorro de aceite en el surco que separaba las nalgas de la rubia y otro más a lo largo de su rígido astil. Entonces Alfonso se giró entonces hacia su esposa, mirándola con resentimiento y sonriendo con malicia al tiempo que se restregaba el aceite por la polla.

No se anduvo con remilgos. No iba a pedirle permiso a la rubia como siempre había hecho con su esposa, ni siquiera la iba a avisar. Deseaba follarle el culo a una mujer de una vez por todas, y le había tocado a ella. Beneficiándose del estado de enajenación en que estaba sumida, Alfonso colocó la punta y empujó con decisión.

― ¡¡OOOOGH!! —aulló con espanto la divorciada.

Eva creyó quel marido de su amiga la había desgarrado y, como pudo, le propinó varios puñetazos. Sin embargo, aquello solamente sirvió para que él le sujetara firmemente ambos brazos por detrás de la espalda y, con un segundo arreón le hundiera todo el palo mayor en el culo.

La enrabietada mujer hubo de reconocer que la habían cogido por sorpresa, nunca mejor dicho. Aquel hombre le había atravesado el ojete, de modo que ahora la follaría a placer.

Eva sabía de sobra que cuando una mujer quiere evitar que la sodomicen, debe apretar el culo para imposibilitar la penetración, y ya era demasiado tarde para eso. “Relájate y disfruta”, la famosa frase le vino fugaz a la cabeza.

Al menos tenía bastante experiencia, No era que a Eva le encantase especialmente la sodomía, sino que siempre se sentía atraída por hombres dominantes, de esos a los que les gusta romperle el culo a su novia de vez en cuando.

Eva intentó recapacitar al mismo tiempo que su cuerpo volvía a sacudirse rítmicamente y, tres segundos más tarde, la rubia ya sólo esperaba quel marido de Yeimy terminase lo que había empezado, como parecía que iba a suceder. Alfonso había empezado a encularla, y de qué manera… Cada vez quel peso de aquel hombre chocaba contra ella, una atroz penetración anal la hacía alucinar.

Yeimy fue la primera que se corrió viéndolos gozar. El flujo le dejó chorreando las bragas. No podía creer lo que veía, no podía entenderlo. Ella sabía que aquella era la primera vez que Alfonso sodomizaba a una mujer, pero a juzgar por los alaridos de placer de Eva, su esposo lo estaba haciendo fenomenal.

¡¡¡OOOOOOH!!! ¡¡¡OOOOOOH!!! ¡¡¡OOOOOOH!!! —aullaba su amiga sin cesar, boquiabierta y con un permanente rictus de asombro.

Cuando Alfonso sintió que se acercaba el final, soltó los brazos de Eva y la obligó a mirar a su esposa. No paró, quería que Yeimy la viera gozar, que tuviera la certeza de que su amiga estaba gozando como una loca.

El marido de Yeimy gruñó como una bestia al eyacular, y al tiempo que él rugía, ella jadeaba atravesada no sólo por su linda verga, sino por un intensísimo clímax. Entonces, la rubia se irguió y apretó las nalgas para sentir aquel miembro convulsionar dentro de ella. Lo quería todo dentro y, con una mano, atrajo hacia sí al marido de su amiga, decidida a retenerle.

La recién casada sabía quel comportamiento de su esposo era culpa suya, causado sin duda por sus reiteradas negativas a dejarse sodomizar. Arrepentida, decidió que la próxima vez dejaría que Alfonso le rompiese el culo costara lo que costara, pero que jamás le permitiría volver a tocar a otra mujer.

Cuando Alfonso se despertó a la mañana siguiente, los invitados ya se habían marchado. Le sorprendió que su esposa no hiciera ni un solo comentario sobre lo ocurrido y, de pronto, tuvo un mal presentimiento. En vez de sentarse, Yeimy se había puesto a desayunar de pie junto a la encimera.

― ¿No te sientas? ―le preguntó entornando los ojos.

― No. Es que tengo prisa, tengo que…

Alfonso no siguió escuchando. Se levantó, fue hacia ella y, sin mediar palabra, la empujó contra la superficie de mármol.

― ¡Estate quieta o…! ―le advirtió al primer signo de resistencia.

Alfonso bajó de un tirón el pantalón del pijama que su mujer todavía llevaba puesto. Para su sorpresa, Yeimy no llevaba bragas. La razón era evidente, tenía las nalgas en carne viva. Entonces, cuando Alfonso hizo ademán de separarle las nalgas, su mujer dio un chillido.

― ¡¡¡NOOO!!!

Alfonso no se arredró y, a la fuerza, comprobó sus malos augurios. Su esposa tenía el ano escocido.

― ¡Te cogió por atrás! ―dijo Alfonso sin dar crédito a lo que estaba viendo.

― Dos… Dos veces ―confesó Yeimy entre sollozos.

Epílogo:

Yeimy se echó a llorar y, visiblemente compungida, explicó como el Delegado la abrió de piernas y le devoró el coño y el ano sin miramientos. Preguntada por su esposo, la pobre hubo de reconocer que sí, que Alberto la hizo tener un orgasmo de aquella vil manera al tiempo que le iba abriendo el ano con los dedos.

Angustiada, Yeimy confesó que entonces Alberto le exigió que desbloqueara su teléfono y que insistió hasta lograr que accediera.

Evidentemente, Alfonso quiso que le mostrara el vídeo.

Lo que Alfonso vio con sus propios ojos no fueron abusos ni nada por el estilo. Lo que él vio fue a su esposa de rodillas en el suelo mamando con fervor el enorme miembro de aquel tipo, a su esposa completamente cautivada por el vigor de aquella erección. No, Alfonso no vio que la sujetara de la nuca para forzarla a tragar su verga, lo que vio fue a su esposa lamiendo con frenesí la polla de su jefe, chupando con glotonería el imponente glande y cabeceando como una puerca para atestarse la boca de verga.

El vídeo se terminó de repente y Alfonso la miró con tanta furia como incredulidad. Aquel vídeo superaba ampliamente todo el porno que él hubiera visto. Jamás lo hubiera pensado posible, pero lo cierto era que casi se sentía orgulloso de ella. Aquella grabación sería un magnífico tutorial para cualquier mujer, soltera o casada, que quisiera aprender cómo ha de mamarle la polla al hombre que paga su salario.

Ofuscado por aquellas imágenes, Alfonso quiso saber qué ocurrió después.

A Yeimy no le pasó por alto que él parecía estar disfrutando con su confesión, de modo que no escatimó en detalles. Indignada, empezó a explicar que había sido ella misma quien se había desvirgado.

Alberto se había echado en el piso y le había pedido que lubricase su miembro. Después, cuando su verga estuvo completamente pringosa, el Delegado le indicó que se parase con una pierna a cada lado de su cintura y que fuera poniéndose en cuclillas. De aquel modo, sería ella misma quien controlaría todo el proceso.

En efecto, Yeimy dejó que el glande fuera cumpliendo su función de ariete y, si bien no lo logró a la primera, se dio cuenta de que cada vez estaba más cerca de conseguirlo. Fue entonces cuando, en un último y agónico esfuerzo, la gruesa cabezota se quedó atorada en su ano. Fue rarísimo, tenía la sensación de estar haciendo de vientre.

Después todo fue más sencillo. En realidad, bastaron dos o tres minutos para que su fisiología se adaptase. De que quiso darse cuenta, la colombiana se había metido en el orto toda la verga de su jefe. Tardó más, no obstante, en superar el estupor de lo que acababa de hacer. Sólo la tensión a la que estaba sometido su ano logró hacerle asimilar lo ocurrido. Por fin un hombre había logrado invadir su último reducto de decencia.

Por extraño que suene, Yeimy sintió una especie de consuelo. Siempre había sentido congoja de no ser capaz de entregar el orto a su marido. No ya por la insistencia de Alfonso, que también, sino porque ella era consciente de que todas lo hacían. Algunas, las menos, por alguna retorcida clase de placer; otras para conseguir algo a cambio; pero Yeimy opinaba que la mayoría de mujeres simplemente se dejaban encular de cuando en cuando para tener satisfecho al marido.

A pesar de la obvia molestia, Yeimy intentó frotar su clítoris contra el pubis del Delegado. Tal y como ella había supuesto, al comienzo fue imposible obtener nada ni remotamente parecido al placer. Su incipiente frustración la llevó a ir incrementando el contoneo de sus caderas hasta que, un rato después, se vio restregando ferozmente su sexo contra el abdomen de aquel hombre y, por ende, sodomizándose a sí misma.

Displicente, Alberto, había entrelazado las manos por detrás de la cabeza y se limitaba a mirarla de manera jactanciosa, sin hacer ni el más mínimo esfuerzo. Sólo cuando ella perdió la cabeza y comenzó a botar sobre su verga, el Delegado se dignó a sonreír.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Envilecida, Yeimy había comenzado a saltar como si realmente estuviera cabalgando, sólo que al hacerlo, la amazona también se estaba chingando al semental.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Incómoda por el bamboleo de sus pechos, Yeimy cogió las manos del Delegado y le indicó que se los sujetara. Aunque no se estuviese moviendo, ella sabía que su cuerpo se dirigía hacia el orgasmo.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

En efecto, aquella sobredosis de sensaciones y emociones no tardó en hacer que Yeimy alcanzase un impresionante clímax. Alberto se encabritó, alzando las caderas y levantándola más de un palmo del suelo. Aquel acto, presuntamente reflejo, hizo que el miembro del semental ocupara su recto por completo.

Para estupor de Yeimy, la erección de Alberto salió de entre sus nalgas sólo unos segundos después. Ella no se esperaba que se la sacara tan pronto, ni tampoco que eso le dejara una desagradable sensación de vacío. Yeimy creía que el final de la enculada aliviaría la incomodidad de su trasero, pero por contra, lo que sintió fue una gran desazón por la ausencia de la verga. Naturalmente, esa inesperada y lasciva añoranza la hizo sentirse terriblemente fulana.

Por suerte para ella, el miembro del Delegado seguía exactamente igual que al principio. Por desgracia para ella, el que sí cambió fue él, ya que de pronto dejó de ser el hombre paciente y considerado que había sido hasta ese momento.

El Delegado le tiró con decisión del pelo para hacerla poner en cuatro, sobre el piso, y volvió a metérsela por el culo sin contemplaciones.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Esa vez era él quien la montaba y ella quien aguantaba que la empotrasen. Yeimy rezó para que cesaran aquellas rudas embestidas. Sin embargo, cuando Alberto se detuvo y empezó a azotar sus nalgas, la colombiana deseó que no hubiera dejado de sodomizarla.

¡PLASH! ¡PLASH! ¡PLASH!

Después de poner al rojo vivo la suave piel de su trasero, aquel bruto empuñó su larga cabellera a modo de riendas. Aquel hombre debía entender de hípica, pues de un tirón la forzó a erguir la cabeza, luego le hizo juntar las piernas y, finalmente, le indicó que arqueara la espalda y alzara la grupa. Yeimy estuvo a punto de relinchar como una jaca.

—¡Va! —le escuchó indicar el inicio de la monta.

Esta vez Alberto empezó a encularla de manera lenta y acompasada, con temple y resolución. Por una parte, quería acabar de domar a su compañera de trabajo y, por otra, deseaba disfrutar analmente de la esposa del hombre que yacía inconsciente allí al lado y al que ella misma había drogado.

No obstante, eso no fue lo más denigrante de todo. Para Yeimy fue aún peor cuando la obligó a masturbarse. Tener aquel tremendo orgasmo con esa cosa metida en el culo fue demasiado vulgar, impropio de una mujer moderna y cosmopolita como ella.

Yeimy se estremecía al recordar lo ocurrido, pero estaba decidida a que su esposo supiera toda la verdad. El muy cretino se había quedado petrificado, sin nada que decir, de modo que Yeimy continuó con su confesión.

Por último, y sin esperar siquiera a que dejara de temblar, el Delegado la chingó hasta el alma. Su verga entraba y salía frenéticamente, haciéndola sentir una terrible picazón.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Alberto siguió cogiéndola por el culo de manera ruda y estruendosa, sin hacer ningún caso a sus sollozos, deteniéndose solamente para volver a ensañarse con sus nalgas.

¡PLASH! ¡PLASH! ¡PLASH!

Después, cuando el Delegado se dispuso a eyacular se la clavó con tal furia que la colombiana pensó que le saldría el esperma por la boca. No obstante, y aunque a Yeimy le sonrojara admitirlo, recibir aquella ardiente riada la indujo a gozar una última vez. Por fin le habían inaugurado el trasero, ya no se echaría a temblar cuando otros hombres intentaran cambiar de agujero.

Tras escuchar aquel humillante relato, Alfonso no pudo disimular su ira. Sentía hervir la sangre en las venas de su sien.

— Ahora debería descansar… —echó a hablar Alfonso con un brillo taimado en la mirada— Pero no más regrese de Cartagena, saldremos a celebrarlo. Iremos a cenar por ahí y después, mami, su esposo hará que le salgan fuegos artificiales del culito.

FIN