Tarjetas Black (l)

Yeimy, una joven y eficiente contable, habrá de desenmarañar una trama de corrupción en la empresa para la que trabaja.

Su esposa estaba a cuatro patas sobre el colchón. Ella misma tomó con decisión el pene erecto y lo guió hacia el agujerito como si la precisión fuera posible con tan tosco instrumento. Después, su marido tomó la iniciativa y empezó a empujar.

Alfonso suponía que le costaría lograrlo, el culito de su mujer no se lo iba a poner fácil. Después de mucho insistir, aquella noche ella había consentido dejarle acceder a su inexpugnable fortaleza. Su mujer iba al gimnasio tres días por semana y de esa forma mantenía un cuerpo ágil de curvas firmes y un esfínter inmaculado.

Yeimy lo sentía rígido y punzante horadando ese pequeño hundimiento natural en el surco de su culo. La abnegada esposa se quedó completamente inmóvil para que su marido inaugurara su orificio trasero. Aquella rara molestia pronto fue a más. Resignada, contuvo la respiración, cerró los ojos y frunció el ceño con desagrado. Estaba determinada a relajar aquel conducto, hasta entonces sólo de salida, para que el pene de su esposo pudiera atravesarlo. Sin embargo, aquella determinación no duró. Justo cuando sintió que su esfínter cedía, que se la estaba metiendo, la joven esposa no pudo aguantar los nervios, cediendo pues ella antes de que su ano lo hiciera.

― ¡AAAY! ―aulló con estupor― ¡Para, para, para!

La pobre se retiró velozmente, echándose boca arriba con cara de enojo. Ése que decía quererla había estado a punto de mutilarla de por vida. ¡Pretendía romperle el culo!

― ¿Qué sucede?― preguntó Alfonso.

― Es que no me gusta hacerlo así, ya te lo he dicho mil veces ―explicó Yeimy.

― Pero nena… Te la meteré despacio, verás como en cuanto te relajes será igual que por delante. Por favor…

― ¡Qué no me relajo! ¡Y se acabó! Mañana tengo que levantarme temprano, he de hacer el puñetero informe de fin de mes ―respondió la delgada colombiana, abrazando la almohada para cubrir sus grandes senos― Además, esta cama hace demasiado ruido. ¡Cómo se te ocurre comprar un canapé de segunda mano!

― ¿Y si jugamos a los médicos? ―sugirió Alfonso, desesperado― Pongamos que te encuentras con un médico suplente muy atractivo, y que tú deseas saber si todo está normal por ahí atrás…

― ¡Qué no! No digas chorradas. Hasta mañana… Buenas noches.

Decidida a dormir, Yeimy tomó las sábanas con desdén y se volteó de espaldas a su marido. Dejándole, a él y a la mujer de su fantasía, con todas las ganas del mundo.

A la mañana siguiente como todos los lunes Yeimy usaría falda para ir a su trabajo, pues siendo una esposa joven y hermosa le gustaba sentirse guapa. Alfonso no se oponía, pues él la consideraba demasiado seria como para coquetear con sus compañeros.

Después de la ducha empezaron a vestirse para irse a trabajar. Sin embargo, el espectáculo que Yeimy ofrecía hacía que su esposo se tomara todo el tiempo del mundo para observarla.

El cabello de Yeimy era negro, largo y ondulado. Al quitarse la toalla de la cabeza, éste cayó sensualmente sobre su desnuda espalda. Esa mañana, Yeimy se había puesto un tanguita de color negro. Aquella fina tira de tela se perdía entre las brillantes y duras nalgas de la joven esposa, mostrando todo su redondo trasero.

Para conjuntar el tanga, Yeimy usó un sostén push-up que ensalzaba sus, de por sí, hermosas tetas. Sus pechos estaban coronados por dos oscuros pezones cual cerezas maduras sobre sendas bolas de helado.

A continuación, la bella esposa sacó del cajón dos pendientes de aro que se colocó en cada oreja. Aquellos aritos la hacían lucir juvenil y traviesa. Maquilló sutilmente las imperfecciones de su rostro, delineó sensualmente sus ojos y pintó sus turgentes labios con un carmín morado muy suave.

― ¿Es qué esta noche toca? ―preguntó Alfonso con asombro

― Si te portas bien... ― respondió Yeimy parpadeando coquetamente.

― Eso espero, ya sabes que el sábado me voy para Cartagena y no regreso hasta el lunes. Ya te lo dije el otro día.

― Es verdad.., ¡Jo! Lo que pasa es que hoy quería estrenar el vestido que me regalaste y como me queda justito, quedará horrible si uso unas bragas decentes.

― ¡No, por Dios! ¡Eso no! ―se burló su esposo.

― Anda, vete a desayunar.

Alfonso hizo caso omiso de la sugerencia de Yeimy, pues ahora venía la mejor parte. Yeimy tomó de uno de los cajones del aparador un par de medias de liga y se dispuso a ponérselas. Ella sabía que su marido la estaba observando y eso la hacía sentir súper sexy.

Utilizando ambas manos, la hermosa esposa enfundó ambas piernas lentamente, desde el tobillo hasta donde el muslo pierde su nombre. Luego estiró meticulosamente el ancho elástico para que aquella sensual prenda quedara perfecta.

Su esposo estaba embobado como un idiota. Sólo salió de su trance cuando su dulce esposa le pregunto:

― ¿Me ayudas? ―mostrando a Alfonso las sandalias de cuña que sostenía delicadamente en sus manos.

― ¡Claro!

Alfonso se arrodilló a sus pies, tomó el tobillo de Yeimy, y colocó el pequeño pie de su mujer sobre su rodilla. Ni que decir tiene que también aprovechó para acariciarle toda la pierna.

Finalmente Yeimy se puso aquel vestido rosa claro de manga larga y escote redondo que tanto les gustaba a ambos. Le llegaba hasta medio muslo, de modo que dejaba libres sus torneadas y ágiles piernas.

El día en la oficina transcurrió como de costumbre. Es decir, con problemas, tal y como era costumbre todos los lunes.

― ¿Has visto que monumento? ―le indicó Eva, mirando de reojo al delegado español que se encontraba de espaldas junto a la fotocopiadora

― ¿Cómo no…? ―respondió Yeimy con resignación― Lleva toda la mañana fastidiándome

― Sabes ―susurró Eva, intrigante― Algunas dicen que es gay, pero yo no lo creo.

― Tal vez… ―alegóella con malicia― Salta a la vista que cuida su aspecto, quizá demasiado para ser un hombre de verdad.

— A saber cuánto le habrá costado ese traje —señaló su compañera— Pues si me lo pidiera, yo me prestaría gustosa a guiarlo por el buen camino.

Yeimy se echó a reír. Tan formal como era, encontraba encantador el natural descaro de su compañera.

Aquel tipo tenía más aspecto de guardaespaldas que de auditor de contabilidad. Todas las chicas de la oficina volvían la cabeza al verle pasar, aunque ninguna sabía descifrar el modo de congraciarse con tan reservado galán. No faltaba alguna descarada que quisiera mostrarle la ciudad, su apartamento y todo lo demás. Alberto era terriblemente apuesto, alto, fornido, de cabello corto, labios irresistibles y, para rematar el soberbio conjunto, unos cautivadores ojos verde esmeralda.

Alberto visitaba cada trimestre las instalaciones de la filial con el fin de auditar las cuentas para la prestigiosa multinacional farmacéutica. Lacoordinación vía email con Yeimy era regular a lo largo del año y, cuando aparecía por allí, su relación no era demasiadobuena que digamos.

Siempre se la pasaban discutiendo por este o aquel informe, hasta tal punto era escrupuloso. Por eso, Yeimy seguía siendo la única dela oficina que no suspiraba por llevárselo a la cama.

Eran como las siete de la tarde y nadie quedaba en el edificio. Yeimy estaba fastidiada, con su escritorio desbordándose de papeles por los cuatro costados. Para colmo, Alberto insistía que el registro de las tarjetas de crédito para dietas y gastos de representación estaba incompleto. Había algunos gastos desproporcionados y sin detallar.

Alberto iba y venía del pequeño despacho de Yeimy a las dependencias de subdirección en busca de respuestas, pero lo único que encontraba eran desconcertadas secretarias de tetas operadas y a ella, una ayudante de contabilidad sumamente escrupulosa y malhumorada.

― ¿Encontró algo? ―preguntó Alberto por enésima vez.

― Ya le di todo lo que tenía, señor ―respondió Yeimy exculpándose― Podría enumerar a la mayoría de quienes las usan, pero no a todos. Yo no sé de dónde salen. Quizá los deSubdirección sepan algo, pero tendrá que ser usted quien les demande esa información.

Sentada en su silla giratoria, la bella mujer comparaba documentos e informes. Sin darse cuenta había empezado a atusarse un mechón de cabello, denotando una sensual mezcla de enfado y aburrimiento. Yeimy jugueteaba con su sandalia, balanceándola. Se había subido la falda distraídamente para contemplar sus muslos, bien contorneados.

Al entrar, Alberto recorrió con su mirada toda aquella belleza. Desde los dedos de los pies fue subiendo lujuriosamente hacia el muslo, llegando a distinguir el borde más oscuro de las medias de la contable. Yeimy se dio cuenta del espectáculo que ofrecían sus piernas e inmediatamente miró a Alberto de forma acusadora, a la vez que con sus manos acomodaba su vestido tratando de ocultar lo inocultable.

Fue ese el instante en el que Alberto se fijó por primera vez en la alianza de Yeimy. Su colaboradora estaba casada.

Los minutos siguientes se tornaron bastante tensos pues, entre reproches y evasivas, la discusión se tornó un tanto airada. Cuando Yeimy se levantó de su silla, Alberto hizo lo mismo y ambos comenzaron a atacarse frente a frente haciéndose duras críticas profesionales. En realidad, aquello era un duelo entre la autoridad del delegado y la reputación de la contable. Poco a poco, la situación llegó a un punto demasiado violento y, de pronto,… Yeimy se quedó muda de asombro. Furioso, el auditor había dado un paso al frente, invadiendo su espacio personal ydejándolaperpleja.

― ¿Qué hace, señor? ―dijo Yeimyinterponiendo las palmas de sus manos entre ella y el Delegado.

Alberto sonrió, inclinándose para susurrarle algo al oído.

― Conseguir que te calmes… Y deja de llamarme señor, me llamo Alberto.

Ambos permanecieron en silencio mientras se estudiaban el uno al otro, hasta que Alberto se dejó llevar y, sin pedir permiso, tomó lo que quería. Lo que podría conseguir, bien merecía arriesgarse a recibir una bofetada.

Alberto la besó con tanta pasión que llegó a morderle el labio inferior.

Desconcertada, Yeimy se encontraba en una encrucijada. Por un lado, estaba muy enfadada con el delegado, pero por otro, se sentía repentina y fuertemente atraída por aquel hombre. Aquel beso la había desarmado. Aun así, ella intentó soltarse, si bien, más por orgullo que otra cosa.

Alberto había notado en su mirada un atisbo de duda y ella lo sabía. El auditor tomó a la joven esposa con más fuerza y la besó de nuevo. Esta vez Yeimy no se opuso si no que, enfervorecida, devoró los labios de aquel bastardo con un ardor compartido. La lengua de Alberto hizo una incursión furtiva en el interior de la boca de Yeimy mientras la empujaba contra la pared. Sus fuertes manos levantaron el corto vestido rosa acariciando con suavidad sus esculturales piernas. El tacto de las medias de liga sobre la carne de aquella mujer acabó de nublar la razón de Alberto.

Yeimy también había sucumbido a los encantos de aquel monumentoespañol. Sin dejar de besarla apasionadamente, el auditor la tomó del culo y la sentó sobre el escritorio. Él ya se había quitadola chaqueta, pero cuando empezó a deshacer el nudo de la corbata ambos oyeron un ruido procedente del pasillo. “¡Maldita sea!”, pensaron al unísono, mirándose.

A Eva se le había olvidado algo y había regresado. Al entrar, Eva los miró negando con la cabeza.

― ¡Qué muchachos tan trabajadores!

Eva no se percató de lo sucedido,amboshabían regresado a su sitio. Ella sabía que aquellos dos acabarían discutiendo, ambos eran de esas personas que creen que todo lo hacen bien, que siempre creen tener la razón. Así que tomó sus papeles y se despidió con un gesto de desaprobación.

― Adiós, y no peleen... —dijo Eva, dejando entrever que sabía que estaban discutiendo— Dejen eso para mañana, ya es tarde.

Yeimy estaba más asustada que excitada. Tomó su bolso y emprendió la huida del escenario del crimen.

― Espera ―dijo Alberto tomándola por la muñeca

― Suélteme y haré como que no ha pasado nada. ―exigió Yeimy.

― Exacto, aún no ha pasado nada. Vamos… ―ordenó.

Alberto no esperó su respuesta. Literalmente la arrastróescaleras abajo, hasta el aparcamiento.

Sin saber qué alegar, Yeimy permaneció muda durante el camino, hasta que él le abrió la puerta del coche esperando que ella subiese.

― Ya está bien. ¡Suélteme! ―dijo Yeimy con voz firme.

Alberto la soltó, pero con las mismas le dijo:

― Sube.

Durante unos segundos se miraron a los ojos sin pestañear. Para bien o para mal, ella debía tomar una decisión apremiante. El Delegado sabía lo que quería, y ella también.

Alberto transmitía seguridad, osadía y eso sacaba de quicio a la joven mujer. Estaba muy nerviosa pero por alguna razón confiaba en él. No le haría daño, estaba segura, ni la forzaría contra su voluntad. Aquel hombre era tosco y salvaje, pero también un caballero... Alzando el rostro con dignidad, Yeimy se subió al coche.

― Lléveme a mi casa ―indicó Yeimy con decisión.

― Claro… —respondió el Delegado— Después.

Una vez en marcha tomaron la Avenida Libertadores en dirección al centro de la ciudad. No tardaron en llegar al céntrico hotel.

― ¡No quiero entrar ahí! ¡Déjame bajar o grito!

Alberto detuvo en seco el vehículo, la miró a los ojos y le dijo.

― Claro que gritarás, preciosa ―asintió, besándoladel mismo modoque lo había hecho en la oficina.

Alberto se adelantó para solicitar la llave de la habitación. Cuando el joven y atento empleado preguntó si la señora deseaba algo, Yeimy trató de ocultar su rostro mirando distraídamente la decoración. Sin duda tanta luz sólo pretendía que las cámaras de seguridad grabasen a cada huésped con suficiente nitidez.

Mientras Yeimy se preguntaba qué pasaría a continuación, Alberto volvió a arrastrarla tras de sí sujeta por la muñeca. Todo era trepidante, urgente, torpe. Una vez en la habitación, la arrinconó contra la puerta y escuchó como echaba el cerrojo. En vez de sentirse encerrada, la joven esposa se sintió aliviada. Nadie les sorprendería, todo quedaría en la intimidad, en secreto. Aquel lugar era tan sugerente y elegante como él, un cómplice circunstancial que, sin duda, Yeimy agradecía.

Había una alfombra color beige de pelo largo y afelpado, al fondo de la amplia habitación se encontraba una cama de estilo contemporáneo de gran tamaño. La suite contaba además con un enorme armario cuyas puertas eran espejos, justo como el que a ella le hubiera gustado poner en su habitación de matrimonio.

Mientras Alberto le comía el cuello con pasión, Yeimy distinguió un confortable sofá súper elegante de cuero marrón frente a una gran pantalla de televisión, también un pequeño tocador y una lámpara de pie orientada al techo. Al fondo, unos metros más allá, se encontraba el baño a través de cuya puerta se distinguía en parte un jacuzzi con exterior de madera. No sabía de cuantas estrellas era aquel hotel, pero sin duda ningún hombre la había llevado a un sitio así.

Comenzaron a acariciarse y besarse de forma desesperada. Alberto ni siquiera perdió el tiempo en quitarle la ropa, se perdía lamiendo desde su hombro desnudo al lóbulo de su oreja, pasando de ahí a la barbilla, después a la boca.

Yeimy se estaba volviendo loca… Las manos de aquel hombre se enredaban en su pelo, su magia la recorría todo el cuerpo, toda su piel. Le amasaba los pechos, ambos a la vez y, de pronto, unos dedos rozaron su sexo por debajo de la falda.

Yeimy estaba fuera de sí, las caricias y besos de Alberto la tenían completamente ofuscada. Le palpó el pene por encima del pantalón y, tras examinar su tamaño, lo comenzó a sobar. Sus bocas batallaban sin tregua. Aunque ella no era una mujer sumisa, no entendía por qué de repente era maravilloso sentirse dominada por ese hombre, arrastrada por esa desconocida ferocidad y rudeza. Tampoco importaba, ella nunca pertenecería a aquel bastardo. En cambio, ella sí tendría lo que deseaba.

Súbitamente, Alberto tomó a Yeimy por el cabello con fuerza y la hizo arrodillarse frente a él. Su potente miembro se marcaba descaradamente a través de la fina tela del pantalón italiano. Ella se moría por comerle la polla y lo gritó con la mirada. Sin embargo, él se bajó la cremallera con toda la calma del mundo, jactándose de tenerla esperando.

Ya la había palpado, ahora ansiaba comérsela. Sin embargo, cuando de un solo puñado Alberto extrajo, además, sus testículos, Yeimy se sorprendió. Alberto tenía los huevos en consonancia con el tamaño de su miembro, eran de la talla XL. Al verle las pelotas, Yeimy comprendió que la utilidad de la contundente herramienta del auditor no era follar a mujeres casadas como ella, sino llenarlas de esperma.

“Ojalá me llene la boca”, pensó súbitamente la joven esposa.

De siempre le habían gustado las felaciones, también la lechita. Por eso no se escandalizó al sorprenderse fantaseando con que aquél buenorro la invitara a degustar una suculenta ración. Se le hacía la boca agua de pensar en todo aquel esperma de importación.

― ¡Vamos! ―dijo él con voz severa.

Sin rechistar, Yeimy dirigió su mirada a tan hermoso miembro. ¡Como se iba a divertir! Sin duda, el delegado le iba a dejar el coñito bien jodido. Lo tomó por la base y cerró los ojos para sentir el hinchado glande dentro de su boca.

― ¡Así no! —protesto Alberto— ¿Es que tu mamá no te enseñó que es de mala educación comer con las manos?

La joven soltó aquel grueso trozo de carne y comenzó a succionar ruidosamente como si estuviera saboreando un riquísimo helado.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Al principio, Alberto la dejó jugar a su antojo. La colombiana se afanaba con auténtica voracidad. Francamente sorprendido por el afán con el que le chupaba la polla, el auditor se deleitaba por partida doble. Por un lado, físicamente, por haber dado con una mujer con auténtico talento para la felación y, por otro, psicológicamente, por haber conseguido despojar a la contable de su máscara de soberbia serenidad. Quiso hacérselo saber.

― Con tantas reticencias como tenía usted hace un rato, ahora parece que le está gustando ―le reprochó― Las casadas sois las mejores, yo siempre lo digo.

La joven no conseguía saciarse. Como los comentarios del delegado la ponían realmente cachonda, Yeimy fue aumentando la intensidad de sus cabeceos y succiones. Sin saberlo había comenzado a buscar el orgasmo y la eyaculación del hombre.

― A todas os gusta. ¡Pero lo tuyo no es normal!

Un continuo “¡Chups!” “¡Chups!” fue la única respuesta de la mujer.

― Con lo bien que la chupas, no debe serte fácil encontrar hombres que consigan aguantar hasta que te sacies.

Alberto, con las manos a la espalda y adelantando ligeramente su pelvis, se limitaba a mirarla y ofrecerle su miembro. Después de recrearse viéndola disfrutar con su polla, Alberto apoyó con delicadeza una mano sobre el cogote de la mujer y le marcó el ritmo, lento y cadencioso, con que deseaba que chupara.

― Mastúrbate ―ordenó Alberto secamente― Quiero ver cómo te corres.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Sus bragas ya estaban empapadas cuando ella llevó los dedos a su sexo.

Aunque la pequeña esposa gozaba metiendo y sacando aquel rabo gordo de su cálida boquita, el chapoteo en su boca amenazaba con atragantarla. Yeimy no tenía otra forma de remediarlo que no fuera tragando de vez en cuando parte de su abundante saliva. Lo sacaba a cada rato para recobrar el aliento y admirarlo, reluciente. Eso animó a Alberto, que ahora empujaba su cabeza con más fuerza, llenándole completamente la boca y sofocándola por un instante nada más.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Alberto, a fin de ayudarla a alcanzar ese orgasmo, había deslizado su mano libre dentro del escote de Yeimy. Aunque le estrujó las tetas con rudeza, luego pellizcó cuidadosamente sus sensibles y duros pezones.

Con la falda completamente remangada, Yeimy se masturbaba con ahínco. Sus braguitas estaban completamente empapadas y, sin que ella se diera cuenta, empezó a salpicar el suelo de gotitas. Hasta que por fin se corrió como sólo lo hacen las mujeres casadas cuando las folla el marido de una amiga.

― ¡OOOGH! ―emitió, no más, la joven colombiana.

Yeimy no pudo verlo, pero el delegado sonrió complacido al verla estremecerse con su glandedentro de la boca.

― ¡AAAGH! ―volvió a sollozar apenas unos segundos después.

Yeimy había enlazado un segundo orgasmo, incapaz de dejar de frotar su moreno coñito. Aunque le pareciera inaudito, acababa de descubrir que era capaz de tener varios orgasmos seguidos. ¡Increible!

― ¡AAAAAAH! ―cada orgasmo resultaba más intenso aún que el anterior.

El delegado se dio cuenta de que debía parar a la colombiana antes de que ésta se desplomase de puro placer.

― Debes tener hambre, ¿verdad, preciosa?

Sin esperar la respuesta de la joven, Alberto la tomó por el cabello y comenzó a follarla oralmente.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

La joven esposa se quedó de piedra. Ella era de buena familia y ningún hombre había osado a ultrajarla de aquella manera. Si aquel hombre seguía así, no aguantaría mucho, pronto la haría vomitar.

Por fortuna, Alberto se detuvo y le dejó tomar aire. Al sacar el grueso miembro viril de su boca, un hilo de saliva unió su barbilla con el formidable rabo del español.

“¡Menudavergota se le ha puesto!”, pensó al contemplarlo. “¿A qué esperará para follarme?”

Aquel vil ejecutivo permanecía inmóvil, observándola.

― Haz que me corra ―ordenópor fin Alberto en tono grave y autoritario.

― A su servicio, señor —contestó Yeimy sarcásticamente, antes de volver a introducirseen la boquita el rabo del auditor.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

El delegado estaba lanzado en pos de su orgasmo y, cogiendo la mano de la colombiana, le indicó que masajeara sus testículos al mismo tiempo que se la chupaba. Yeimy emprendió diligentemente la tarea no sólo para que aquel cabrón se corriese lo antes posible, sino sobre todo para que los huevos del auditor dejaran de golpearle la barbilla.

Como a cualquier hombre, a Alberto le hubiese gustado metérsela hasta las amígdalas y vaciarse directamente en la garganta de su compañera. Sin embargo, no se dejó llevar por el instinto. Alberto quería compartir su placer con ella. Verdaderamente deseaba que Yeimy disfrutase y por eso le folló la boca con cautela. De forma que, cuando en un par de ocasiones el delegado dejó de follarla oralmente, fue ella misma la que procedió a mamar de su varonil biberón. Alberto tenía el deber de saciar la sed de aquella mujer, pero debía tratarla bien.

La forma en que aquel hombre abusaba de ella la hizo sentirse muy guarra. Yeimy mamaba con fuerza para hacer manar de una vez la leche de aquel tío. Era pues, hora de acentuar los amplios vaivenes de su cabeza y de sorber con ganas aquel grueso caramelo.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Aunque Yeimy sintió su chochito chispear de ganas de probar aquel aparato, ella mantuvo su boca abierta para él.

Alberto no pudo resistir los carnosos labios de la colombiana y ésta pronunció un delicado “Ummm” al notar la primera sacudida de su polla. No obstante… “Ummm” Fue con la segunda convulsión cuando, súbitamente, Yeimy sintió el primer chorro de esperma chocar contra su paladar, y... “Ummm” Traselsegundo, cuando notó el espeso semen derramarse sobre su lengua, “Ummm”. Con el siguiente chorro la contable pudo percibir los distintivos matices del esperma de Alberto: su textura, temperatura y sabor… Los últimos tres o cuatro espasmos del auditor terminaron de llenarle la boca.

Por alguna extraña razón, la mujer se sentía orgullosa de haberle hecho eyacular de aquella forma tan exagerada. Aún así, Yeimy no le soltó la polla hasta que no hubo extraído hasta la última gota. Finalmente, la colombiana se dejó caer sobre los talones, extasiada y con la boca totalmente llena de esperma. Le había vaciado los huevos a aquel imponente semental. Lo había conseguido y, literalmente, ahora saboreaba su premio.

Un instante más tarde, Alberto torció el gesto y le ordenó que abriera la boca. Ella, le devolvió una pícara sonrisa y se la mostró, ya vacía.

El delegado movió la cabeza en señal de aprobación. Curiosamente, él seguía impecablemente vestido, aunque con su miembro todavía fuera del pantalón.

— Sabe rica su lechita, señor ―dijo, juguetona, antes de darle una últimae intensa chupada a su verga.

El aliento de la joven desprendía un más que evidente aroma a semen. Tras una semana o más sin eyacular, debía haberla obsequiado con una buena cantidad. “Con que te gusta la leche…”, se dijo maliciosamente, pensando que a partir de entonces a Yeimy no le faltaríauna ración trimestral.

― ¡Caray, señorita! —aclamó el auditor— ¡Qué bien la chupa usted!

— Señorita, no —le corrigió ella de inmediato— Señora.

Luego deuna acusadora mirada, Albertole habló con resolución.

― El viernes iré a cenar a su casa —comenzóa hablar el auditor—Siento curiosidad por conocer a su esposo.

Aquellas palabras cayeron sobre ella como un jarro de agua helada.

― ¿Cómo…? ¡Ni se le ocurra! ¡Yo no le he invitado! ―replicó Yeimy furiosa.

― Ni yo se lo he pedido ―se defendió Alberto, al tiempo que se guardaba la polla― Por cierto, ¿cómo se llama?

― ¡Degenerado! ―dijo Yeimy airadamente mientras verificaba que no se hubiesen roto las medias.

― ¿Degenerado? —repitió él— Viniendo de la señora que me la acaba de chupar, lo tomaré como un piropo. Vamos, no sea así. Dígame cómo se llama.

― Alfonso, se llama Alfonso ―respondió finalmente la contable.

― Gracias —sonrió taimado— Vámonos, Alfonso la estará esperando…

CONTINUARÁ