Tardes de verano
El deseo, la pasión, la lujuria... EL CALOR... ¿Hay algo más gratificante que irse a la cama con el aire acondicionado, a estar fresquito? sí, y la protagonista de este relato os lo cuenta.
Tardes de verano
Por si no os habíais dado cuenta aún, en pleno agosto, hace un calor de los que abres la ventana y sabes que sintió Anakín cuando se quedó mutilado en la lava tras su pelea con Obi Wan. No apetece comer, no apetece andar, no apetece vivir. Salvo pasarse la vida debajo del agua con algo frío entre los labios.
Aquella tarde de después de comer, me tiré en la cama bajo el aire acondicionado tras ducharme, dejando un rastro de humedad azul del pelo por la almohada, que poco después se secaría entre el calor y el aire artificial que corría por la habitación. Obviamente mi única ropa consistía en unas bragas negras que me puse por evitar que algún mosquito trompetero me hiciera alguna visita no deseada, sino ni eso. Era sofocante la más mínima prenda de ropa que ponía sobre mi cuerpo.
Sin darme cuenta y absorta en la película que estaba viendo, me quedé dormida, cayendo en los brazos de Morfeo plácidamente hasta que empecé a sentir un escalofrío que me fue volviendo poco a poco a la realidad. O eso creía yo. ¿Habéis sentido estar en el limbo del sueño y no saber interpretar en que plano estáis? Pues así estaba yo. Entre el sueño y la realidad, entre el deseo y la ficción, entre el … ¿Placer? ¿Y esta mano de donde había salido?
Miré en la mesita de noche donde descansaba un vaso vació de ginebra rosa con su hielo más que derretido y aguando todo, cayendo esas gotitas de condensación por el frío del hielo y el cálido ambiente. Pero al lado de mi vaso había otro. ¿Pero qué…?
Me senté en la cama y me miré, contemplándome desnuda, no tenía ni las braguitas negras que me había puesto. Eché un ojo a la izquierda para ver a alguien acostado enterrando la cara en la almohada, sin poder ver ni quién era.
- Cada día aguanto menos la bebida… si no me acuerdo de nada…
Me levanté de la cama confundida, cogiendo el vestido verde que tenía en la silla del ordenador y colocándomelo encima. Fui hasta la ventana, asomándome para comprobar que era de día, por la tarde, y que si salías a la calle ahora corrías el riesgo de quedarte mas seco que la mojama.
- Pero vamos a ver… ¿Qué coño ha pasado aquí?
Susurré volviendo a mirar hasta la cama donde no había nadie. ¿Pero y esto?
Volví a la cama, pasando por los pies de esta y me senté en el borde, cogiendo el móvil y mirando la hora.
Si eran las 3 de la tarde cuando me subí, y ahora son las 6, ¿qué he hecho yo en tres horas para no acordarme?
Me estaba generando ya hipocondría alcohólica, si es que eso existe. De nuevo miré a la mesita, donde seguían estando los dos vasos. Así que los cogí, flipando un poco y me fui hasta el salón para llegar hasta la cocina, la cual se comunicaba.
Me pareció verle… Pero con la tarde tan rara que llevaba, yo ya no me fiaba ni de las bragas que llevaba puestas. Que por cierto, recordé que no las llevaba subiéndome el vestido de volantes que me llegaba por debajo del culo.
Dejé los vasos en el fregadero, y con la mosca tras la oreja, volví a mirar donde yo sentí ver algo. Pero no había nadie. Suspiré. No se si de alivio, de ansiedad, o porque iba a hiperventilar ya mismo.
Y tan tranquila estaba yo yendo hasta el baño a echarme agua en la cara cuando sentí la puerta cerrarse. La puerta de la calle.
Salí como si fuese un gato al que han pisado el rabo, hasta el salón, para verle allí plantado, mirándome.
Mi primera impresión debería ser gritar, pero es que no es muy normal ver un tío desnudo delante de ti observándote en tu propia casa, después de habértelo encontrado en la cama y no recordar haberlo puesto ahí. Porque sí, era el mismo tío.
Yo ya empezaba a pensar que me estaba volviendo loca. Me sentía como en uno de esos sueños en los que todo aparece ante tu cara, nadie habla, y suceden cosas sin sentido. Como que el tío que te gusta y que has visto varias veces sin que pase nada, termine en tu cama un sábado por la tarde, desnudo y mirándote.
Claro, ahí lo tenía, era un sueño. Y pintaba muy bien para que mentirnos.
Yo empezaba a divagar, porque ¿Qué haces cuando descubres que un sueño es un sueño? Te despiertas, intentas despertarte, pero es que yo estaba ahí con ese tío delante de mí y lo ultimo que quería era eso. ¿O sí? No sé, se suponía que no estaba eso bien porque…
No sé muy bien por qué. Perdí el hilo de mi propia conversación cuando sentí sus manos en mi cintura empujándome hasta la pared del salón, donde casi me llevo un cuadro si llego a ser más alta.
- A ver… - Intenté hablar. – Que esto…
Pero no me dejó terminar, porque me dio la vuelta y me puso la cara contra la pared, sintiendo como su respiración recorría mi cuello, chocando en mi nuca, y me agarraba las caderas para apegarse a ellas y sentir como estaba él.
Bajó sus manos hasta mis muslos y subió por ellos, bajo el vestido, que con lo corto que era en unos segundos estaba encima de mi culo dejándolo completamente al descubierto, siendo manoseado por él, mientras rozaba su boca por mi oreja, sus labios por mi cuello, besando, lamiendo, mordiendo… no me quería despertar.
Si es que era un sueño, porque lo que yo estaba notando pegado a mi cuerpo, de mentira no parecía.
Me estaba estremeciendo, clavando las palmas de las manos en la pared, dejando mi cara más blanca aún de tenerla presionada contra esta.
Intenté agarrarle estando de espalda a él, pero cuando sintió mis manos tocarle, subió las suyas de mi culo y me las puso apretadas en la pared. Recorrió mis brazos con los dedos hasta los tirantes de mis hombros, que fue bajando, incitándome a ayudarle, hasta bajar el vestido mientras me besaba y dejarlo por mi cintura.
Desnuda de cintura para arriba y cintura para abajo, notaba mis pezones endurecerse contra la pared, y no era sólo por el roce de esta, sino porque su cuerpo presionaba cada vez más el mío y fue descendiendo hasta ponerse de rodillas.
Sentí un azote seco que me hizo soltar un quejido, que continuó con un mordisco y un apretón en las nalgas que me estaba acelerando el corazón.
Dejé la boca entre abierta, gimoteando, mientras las yemas de los dedos se me tornaban blancas de intentar aferrarme a la pared cuando noté como su mano me separaban los muslos para poner su cara más cerca de mi coño, en esta posición.
El escalofrió me recorrió desde mi sexo hasta mi pecho, cuando me soplo y sentí su aliento pegando contra mí. Pasó la lengua y dejé escapar el aire que contenía en mi garganta en forma de quejido placentero. Pasó el pulgar y sentí como me temblaban las piernas en esa posición. Tan expuesta, tan vulnerable, tan… ¿sometida? No sabía que podría hacer ni cuando lo haría, sólo me quedaba esperar a sus actos.
Sentí que se quitaba, que se apartaba, miré y lo vi ir hasta la nevera, abriendo el congelador y cogiendo uno cubito con la boca.
Volvió hasta a mí.
- Espera, ¿dónde vas con eso…? No irás a…
Su mano presionando mi nuca me hizo callar pegando mi cara nuevamente a la pared, arrodillándose y poniendo su boca con el hielo en mi sexo.
Me estremecí, temblé, intenté cerrar as piernas por acto reflejo pero lo único que conseguí fue un azote que me hizo pegar un sobresalto, soltar un quejido, y obligarme a estar firme mientras él seguía pasando el hielo arriba y abajo hasta derretirlo.
Fue una tortura verdaderamente erótica. Sentía el frío del cubito que iba derritiéndose con mi propio calor. Pero lo mejor vino después, cuando comenzó a pasar su lengua llenando ese vacío que me había dejado el roce del hielo.
Me calmó, a la vez que yo sentía el placer recorrerme y me inclinaba un poco más hasta él para darle mejor acceso de mi coño desde atrás.
Sentía las gotas del hielo caliente caer por mis muslos, notando como sus pulgares las recogían con sus dedos y apartaba la boca sólo para pasar su lengua despacio recogiendo el casi inexistente líquido. Y volvía a enterrar su boca en mi coño, moviendo la lengua de abajo arriba, deleitándose con mi clítoris en pequeños círculos que me hacían temblar, inclinarme y pedir inconscientemente más. Por segundos que se hacían eternos, se apartaba, para pasar sus dedos, impregnándose de mí, y rozar mi entrada, volviendo a acercar su lengua, chupándome, introduciéndola en mi interior despacio y moviéndola suavemente mientras me repasaba con sus labios.
La poca cordura que me quedaba la tenía arrinconada en mi mente trabajando a pleno rendimiento para no despertarme ahora, o iba a desear matarle a él y pegarme un tiro yo.
Despegaba su boca y ocupaban el sitio de sus labios y su lengua, sus dedos, primero uno, después otro, entrando y saliendo de mí cada vez más fuerte mientras yo intentaba, sin éxito, agarrarme a la pared como un gato a las cortinas.
Sacaba sus dedos de mi interior y los repasaba por todo mi coño, volvía a metérmelos y los quitaba para poner su boca y beber directamente de mí.
Sentía la humedad de mi propio sexo en mis cachetes, donde presionaba con las manos abriéndome cuanto podía para poder comerme cuanto quisiera.
Pero yo ya no podía más. Eché mi brazo derecho hacia atrás y conseguí agarrar su cabeza, presionándole contra mí, mirando cuanto podía ahora que no estaba comiendo pared, y mordiéndome el labio mi cara era una odisea de placer y lujuria.
Verle arrodillado delante de mí, en esa posición, y yo sosteniendo su cabeza como si le obligase a comerme, me estaba volviendo loca, por lo que él se apartó, con la boca completamente empapada, y me observó relamiéndose los labios mientras volvía a introducirme los dedos cada vez más deprisa.
Cuando no pude sostener más la mirada y puse los ojos en blanco sabiendo que se aproximaba, acercó su boca de nuevo para hacer que me corriera en su boca, pringándole entero, para después seguir lamiendo los segundos que duraba mi orgasmo contra sus labios.
Tenía los pezones duros, podía sentir que era un milagro que no taladrara la pared, me dio la vuelta cuando se puso de pie y los agarró con sus manos. Juntándolos, sobándolos, pasando el pulgar por los pezones rosáceos y tirando de ellos haciendo que me arqueara.
Yo parecía estar hecha de plastilina porque me costaba hasta sostenerme en pie. Pero pude mantenerme lo suficiente para ver como enterraba su cara entre mis tetas y comía hambriento apretándolas contra su cara.
Mi mano bajó cuanto pude y agarré su polla dura. Acaricié de arriba abajo mientras me dedicaba una mirada expectante.
Seguí, subiendo y bajando, hasta llegar con los dedos a sus huevos, acariciándolos, y cuando se apartó un momento y miró mi mano magreándole, decidí agacharme hasta estar mi cara a la altura de su polla.
Acerqué mis labios hasta ella, la rocé, de arriba abajo, llegando hasta sus huevos y sacando la lengua mientras él acariciaba mi cabeza. Los acogí con mi boca, succionando despacio, mientras su polla rozaba mi cara. La que agarré con la mano, subiendo y bajando despacio mientras tanto. Mientras baboseaba sus huevos y le pajeaba en mi cara, el seguía introduciendo sus dedos en mi pelo, agarrando cada vez más fuerte para que no me aparatara o acelerase el proceso.
Subí con mi lengua por su miembro, despacio, manteniendo la boca tan abierta indicándole donde iba a entrar y rodeé la punta de su miembro empapado con ella, apretando con los labios firmemente, descendiendo por su polla despacio entrando poco a poco en mi boca.
Se quedó quieto, sintiendo como el calor de mi boca le envolvía. Me pegó a la pared y agarrando mi cabeza con las dos manos comenzó a follarme la garganta despacio, entrando cada vez más adentro, dilatándola poco a poco, cortándome el aire, haciendo que el exceso de saliva cayera por mi barbilla hasta mis pechos. Y aceleró, perdiendo poco a poco el control sobre sus movimientos y teniendo que agarrarme a sus muslos cada vez que me embestía dándose placer con mi boca.
Frenó una vez estuvo al fondo de mi garganta, sintiendo su polla palpitar en mi interior. Y resopló, agarrándome por el pelo para que me pusiese de pie, dándome la vuelta nuevamente, poniéndome en la posición inicial en la que todo había comenzado.
Separó mis piernas con una suya, palpó con sus dedos notando como estaba de empapada nuevamente por él, y guio su polla hasta mi sexo. Restregó en él, arriba, abajo, frotando suavemente hasta que la cabeza de su miembro me presionó, colándose en mi interior con facilidad, acogiéndole con mi vagina y abriéndome para él despacio hasta adaptarme a él invadiéndome.
Me agarró de las caderas y me inclinó un poquito más, hasta ponerme a su gusto, manejándome a su antojo, y empezó a moveré despacio, lentamente, mientras una de sus manos estaba en mi cintura y la otra presionaba mi nuca contra la pared.
Entraba, salía, restregaba y volvía a colármela hasta el fondo, olvidándose del tacto, sin florituras, envolviéndome con la rudeza de una penetración profunda, ruda, brusca, empalándome sin piedad mientras su mano mas alta, se acercaba a mi boca y me metía los dedos en ella obligándome a echarla hacía atrás.
Sólo salía de su boca palabras cortas, secas y claras, “joder, chupa, así…”
Mientras me empotraba salvajemente contra la pared. Yo no podía sostenerme ya en esa posición, estaba envueltas en el placer y la agonía por este, y como si me leyera la mente, cogió mi mano que estaba contra la pared y la llevó al interior de mis piernas.
Comenzó a acariciarme el clítoris guiándome a mí misma, tras parar de follarme, pero manteniendo su polla dentro de mí. Se movía levemente para sentir el roce de sus huevos golpeando mi cuerpo, mientras su mano guiaba a la mía y me acariciaba bajo su control. Me mordisqueaba el oído, bajaba a mi cuello, me lamía, me chupaba, me mordía, sintiendo su pecho pegado a mi espalda, su cuerpo pegado al mío, y notaba como todo en él palpitaba contra y dentro de mi cuerpo.
Salió por completo tras dejar mi mano entre mis piernas, y volvió a entrar duramente. Entre la embestida, el goce, el placer, el deseo y la lujuria y el momento tan íntimo cargado de éxtasis, me corrí sintiendo los espasmos en mi cuerpo, que seguro notó él mientras volvía follarme acelerando el ritmo, entrando todo lo profundo que podía, chocando contra mí, envolviéndonos en ese sonido, junto a los gemidos, los gruñidos y las respiraciones agitadas.
Sintió tan, pero tan bien mi orgasmo y como me temblaba todo el cuerpo, que noté prácticamente al instante como se corría en mi interior gimiendo en mi oreja, con esa sensación de calor embriagándome por dentro, llenándome de él, y notando poco después como su semen caía desde mi interior, sobre todo al separarse de mí y observar.
Algo me sobresaltó, que me hizo despertarme oyendo un ruido lejano de mi propia garganta que inundaba la habitación. Sentía aún la sensación del orgasmo, como me recorría el calor y el placer, el desahogo.
Tenía el pecho acelerado, los pezones erguidos, los muslos apretados y las braguitas… empapadas.
Miré a la mesita y vi un único vaso completamente vacío, y que lo único que habitaba en él eran los hielos derretidos. Observé a mi lado y estaba sola. El mando de la tele en el suelo, la película había terminado… y yo… me había corrido en sueños sin ni siquiera tocarme.
Desde luego había sido un sueño reparador.