Tardes de sauna

Sexo sin adornos ni complicaciones, simplemente por recordar buenos momentos.

TARDE DE SAUNA.

Las mejores tardes son siempre en las jornadas de reuniones de osos. Esta ocurrió en Madrid hace un tiempo, ocurrió de verdad. Lo único que he cambiado es que nadie lleva condón, que es como me gustaría que fueran las cosas, pero desgraciadamente no puede ser. Debo admitir que no me va mal en lo que respecta a la sauna. Muchas personas me han dicho que soy un oso muy estereotipado, aunque no he intentado serlo nunca. Como mucho voy al gimnasio de vez en cuando porque no me siento bien estando gordo sin más, sin tener algo de músculo que acompañe. Y, en serio, lo único que pide el cuerpo es constancia, aunque solo hagas dos o tres veces a la semana las pesas, si lo haces durante un año o así se nota muchísimo. Tengo treinta y pocos, el pelo muy negro, lo suelo llevar corto, más corto incluso que mi barba y bigotes. Luego tengo bastante pelo en el pecho, los hombros, las piernas y el culo, pero menos en el resto del cuerpo. Probablemente sería más feliz con más pelo en espalda y barriga, pero no me quejo. Soy bastante grande en anchura y un poco alto. De tanto que ando tengo las piernas bastante fuertes y a pesar de mis más de cien kilos muevo mi peso con soltura. En general puedo agradecer que no me falta compañía cuando la necesito.

Si algo he aprendido en las tardes de sauna es a no apresurarme en la elección de un macho. Aunque las pelotas te estén pidiendo agarrar a un tio y follártelo o te explotan, tienes que aguantar un poco, al menos media hora, para ver el género. Es una puta hipocresía lo que sucede en las saunas. Todos queremos follar, y contra más guarro mejor, pero la gente actúa como si portarse en plan puta fuera un crimen. Es como una norma no escrita e intento sortearla con ingenio. En mi defensa diré que no me da miedo hablar con la gente y, cuando estoy tanteando el terreno, en lugar de ponerme a meter mano como me gustaría, lo que hago es hablar y medir la mirada de mi interlocutor. A la tercera frase o así ya sé si esa persona está receptiva a mi, si es activa, pasiva, y su manera de entender el sexo. Hay muchas normas, ya os las contaré, como que mucho silencio en una conversación con una mirada bastante sostenida significa timidez o represión, pero definitivamente interés.

Ese día me bañé en la piscina. Sorteé las miradas de los tíos que no me atraían, con mucha vergüenza pues de verdad me apena no complacer a la gente a mi alrededor, pero tampoco soy plenamente sincero en mi sentimiento si intento complacer a alguien que no me gusta. He follado con bastantes tios que no eran mi tipo, ¿cómo lo hicieron? ¿Cómo convencieron a un osazo a que se entregara? Pues muy fácil. En algún lugar me demostraron que sabían tocar de una manera especial. Que sabían como complacer a un macho de formas que la gente con más atractivo no se molestan en aprender porque con enseñar la polla ya consiguen macho. Caricias en el culo, mamadas espectaculares, mamadas de pies, de huevos, masajes en los hombros, la espalda, lamidas en la parte de atrás de las rodillas o incluso penetraciones muy satisfactorias… Todo eso lo aprendes con gente que tiene que ganarse el atractivo con hechos, no con apariencias. Lo mejor de darle una oportunidad a esta gente es que te educan y luego puedes conquistar con mejores armas a las personas que quieres atrapar. Pero a lo que iba. Me quedé un rato relajado con la espalda contra el borde de la piscina, con el pecho y los hombros por encima del agua, para atraer miradas, claro El caso es que salvo unos italianos pesadísimos que había conocido el día anterior, no encontraba a nadie así que me interesara físicamente.

Salí de la piscina y fui a secarme a la sauna. Dentro de la sauna tampoco vi a nadie interesante a mis ojos y salí un poco deprimido. Entonces al salir de la sauna me encontré con un chico bien majo de unos 26 años. Pelo rizado, castaño, fuerte, más bajo que yo, con una nariz y unos ojos que delataban su nacionalidad: turco al cien por cien. No era velludo, pero a mi eso me da igual. Su cuello fuerte, su musculatura no definida, simplemente abundante, sin ser grande como yo, pero bien pertrechado de pies a cabeza. Me dirigí a él. Con los turcos hay el mismo problema que con los italianos: son un poco reprimidotes. Me costó sopesar como de abierto estaba a mi. Hablamos un rato, le eché unos cumplidos. A la quinta frase yo ya tenía mi mano sobre su grueso muslo y el sonreía. Le pregunté si había venido solo, en mi inglés cochambroso, y él me dijo que no, que estaba con su pareja. Por un momento me ahogó el desánimo, pero al instante me digo que eran muy abiertos y que no pasaba nada si él se acostaba con otro tío. Como vi que le costaba decirlo, lo dije yo. "¿Vamos a una cabina?". Le faltó tiempo para contestarme. Le arrastré hasta la zona de las cabinas. Solo encontramos una bastante oscura para mi gusto, pero con cama ancha y muy limpia.

Le atrapé rápidamente una vez bloqueamos la puerta. Me comí sus hombros anchos, sus trapecios fuertes. Le besé con fuerza y él me lo devolvió. Luchábamos por invadirnos con la lengua mientras acariciaba su espalda y sus dorsales. Le cogí por la nuca y le forcé a entregarme su cuello, que besé y presioné con la lengua en el sentido de sus músculos y arterias. En seguida noté como resollaba de gusto y me premió con gemidos y su aliento por encima de mi hombro. Le comí la axila la parte interior de sus bíceps mientras él me comía el cuello a mi. Sus pectorales blancos, firmes y abultados me llenaban las manos. Me interné bajo la toalla en su cintura y di con unos testículos grandes como me gustan, sin vello, en una bolsa que no colgaba ni mucho ni poco. Su rabo también era hermoso y recto. Le debía medir catorce o quince centímetros, lo cual es bastante para mi, y lo tenía grueso y carnoso, con una punta bien roja y redonda. Le masajeé los huevos como me gusta hacerlo, con cuidado pero intensamente, buscando el punto sensible en la raíz de su rabo, entre los cojones. El turco me cogió del cogote y me obligó a bajar a la altura de su cintura con un mensaje claro. Al contrario de lo que él esperaba, ignoré su rabo y le comí los cojones a bocados, con los labios, evitando rascarle el escroto. Estudié sus cojones con la lengua por toda su superficie, sus conductos y grosor. El turco resollaba agradecido y se sentó en la cama. Le dejé estirarse, con su rabo tieso apuntando al techo. Le abracé el bálano con los labios bien ensalivados y tragué su falo hasta que la punta tocó mi garganta, lo que despertó un gemido en su estómago. Repetí el gesto muchas veces hasta que las arcadas fueron casi insoportables y descansé un poco. La punta de su polla ya sabía a precum, salado y viscoso. Su cintura y su culo fuertes ya empujaban su falo hacia mi garganta, buscando ese momento de placer en la punta, asfixiándome y provocándome arcadas. Le lamí entre las piernas y los huevos, chupando, olisqueando su hombría. Rodeé con mis brazos su cintura y levanté sus piernas y sus huevos contra mi pecho. Sus huevos, apoyados contra su entrepierna, resbalaban dentro del escroto, obedeciendo a la gravedad. Se los lamí y los cubrí de saliva. Me ensalivé el nudillo de mi dedo índice y lo presioné contra su ano rosado. Lo noté duro y hermético. Lo horadé rotando con el nudillo poco a poco mientras le lamía la polla. Animado por sus gemidos, volví a mamarle el rabo a toda velocidad, buscando que tocara de vez en cuando mi garganta, que era cuando notaba como se le tensaban los muslos anchos. El joven turco se reincorporó y buscó con un dedo mi culo. Entendí de qué iba la cosa, el machito quería empujar. Miré su cuerpo, su abdomen fuerte, ligeramente abombado, sus pechos tensos, sobresaliendo, y sus tremendos cojones, e ignoré su súplica lamiéndole. Le llevé al borde del orgasmo con la boca y él se levantó. Me miró sonriendo con esos ojos de moro embaucador y me pidió que me estirara bocabajo en la cama. Así lo hice. Se estiró sobre mi, separándome las rodillas con las suyas. Su estaca encontró fácilmente la entrada a mi cuerpo y comunicó todo su peso en ella. Noté como me rajaba el culo.

¡hijodeputa! – grité en español, sin recordar que ese no entendía más que inglés y su lengua materna.

Me levanté como pude, cargándolo sobre mi espalda, pero el cabrón pensaba que lo que quería era cambiar de posición y con mi cuerpo de lado volvió a clavarme su verga durísima. Noté una puñalada desgarradora en mi culo. Di un alarido de dolor como nunca había pegado. Lo peor fue que la mitad de su polla entró a pesar del dolor. Si había algo que romper, se había roto seguro. Por fin se dio cuenta que me había hecho daño porque me quedé paralizado unos segundos. Cuando el dolor remitió un poco le miré furibundo. Me di la vuelta y busqué el lubricante. Me embarré el culo y su polla con medio bote y me tendí sobre la espalda. El iba entendiendo de qué iba el tema. Le invité a tenderse sobre mi, él se alzó sobre sus rodillas y empotró la cabeza de su rabo de nuevo en mi culo. Esta vez lo hizo un poco más lento, aunque vi las estrellas por un momento igualmente. Una vez la cabeza de su cuerno traspasó el umbral de mi culo, el resto entró sorprendentemente sin dolor alguno. Fue un terrible alivio al que se le sumó la presencia dura, recta y abundante, de la virilidad del joven macho turco dentro de mi. Solté un suspiro cansado y él supo que podía continuar. Empezó a follarme con embestidas fuertes y no tardó en coger velocidad. El dolor había desaparecido, solo existía esa tremenda sensación de estar empalado en un macho. Empecé a mugir cosas sin darme cuenta que el cabrón no me entendía.

Ahí, cabrón, ya lo has conseguido. Fóllame hijoputa

El chaval me cogió por los muslos y alzó mi culo hasta que su polla entraba en vertical en mi. Con mis brazos presioné contra el espejo tras de mi para mantener el equilibrio y me sometí a sus embestidas con todo el gusto del mundo. El macho turco se había vuelto loco y me taladraba con inquina, con toda sus fuerzas, buscando el orgasmo más intenso de su vida. Su orgasmo, porque yo solo era un culo para él. Me miraba a los ojos, pero yo solo veía que lo único que hacía era gozar. Y para ser sincero era lo que más me gustaba. Que un tio al fin me follara como yo me follo a un tio, a lo bestia, sintiendo chocar mis huevos contra el culo del tío. Su taladro percutía algo dentro de mi que me hacía babear precum. Supe que si eso durase diez minutos me correría solo en mi propia cara. Desgraciadamente la juventud del joven macho turco no estaba como para complacerme y tras una última remesa de embestidas de toro, desenterró su verga y se masturbó furiosamente sobre mi abdomen, tendiendo cuatro cuerdas de semilla de turco cabrón. Sus exhalaciones de placer y su pecho macizo me pusieron a mil, pero el cabrón no quería esperar a que yo me corriera y se levantaba para largarse. ¡Maldito hijo de puta turco! ¡Son casi tan malos como los italianos, o peor incluso! Con el culo reventado y la polla tiesa, me levanté y empujé al cabrón para que se sentara en la cama. Le sujeté con mi manaza izquierda para que no se levantara y me masturbé furiosamente hasta que le marqué con tres escupitajos de leche hispana en el pecho. El hijoputa sonrió y se limpió pronto. Quise besarle y masajearle pero el cabrón me dijo que me vería en media hora.

Ahora hablo con mucho morbo del asunto, pero en realidad estaba muy cabreado con aquel chaval. El hijodeputa no tenía ni idea de lo que es follar. Solo sabía clavarla y esperar lo mejor. Odio ese rollo de soy demasiado macho para dejarme follar. No recuerdo si me la chupó, creo que si, y no lo hizo mal, me habría acordado si me rasgo el rabo, pero fuimos tan pronto al folleteo que poco lo gocé. Pasé de él completamente, no le volví a ver hasta esa noche en la discoteca, donde le vi con una camiseta cojonuda de un toro follándose un oso como de peluche. Me pareció que anunciaba justo lo que era.

El caso es que cuando salía cabreado de la cabina me dejé la llave de la taquilla dentro, junto con el lubricante. No me di cuenta hasta haberme duchado y cuando volví, la cabina estaba ocupada.

Me quedé un rato esperando que los ocupantes salieran, pero los cabrones se lo tomaban con calma. En un momento dado me encontré rodeado de tios en el pasillo que parecían querer saber qué se cocía ahí. En eso que pasó un cubano grandote, un oso gordote de espaldas anchas. No estaba excesivamente gordo, era barrigón y fuerte, sin vello salvo en la cabeza. Cara redonda, pelo corto negro y perilla fina. Tenía esos ojos medio cerrados de los cubanos y en general estaba bastante bueno. Se acercó a la puerta donde yo montaba guardia e intentó abrirla. Cuando me acerqué a decirle lo que estaba haciendo yo allí, se pensó que quería violarlo e intentó apartarme, cosa que no consiguió porque a mi no se me aparta si no quiero y estoy despierto. Cuando le dije lo que pasaba ahí se tranquilizó y se marchó. Me jodió un poco que el tío pasara de mi. Por lo visto le iban chasers. De todas formas, me acababan de follar como nunca y que me rechazara un tio, aunque estuviera tan bueno, me la sudaba. En cuanto recuperase mis llaves buscaría otro tio y le reventaría el culo a pollazos simplemente por desquitarme.

El caso es que diez minutos después estoy solo en el pasillo y el cubano se me acerca.

¿Eres activo o pasivo? – me dijo.

Disfruto de las dos maneras – le respondí.

¿Te gustan los trios?

Claro.

Mi amigo me ha pedido que te pregunte si quieres venir con nosotros, pero tienes que ser pasivo.

Arqueé las cejas seguro. No lo sé porque no me vi, pero seguro que puse cara de gilipollas. De repente la posibilidad de sobar a ese oso gordito me atraía un montón.

Pues me gustaría ir, pero ya te he dicho que me he dejado las llaves aquí dentro y tengo que esperar- le dije un poco por saber hasta donde llegaría.

¿Todavía estas esperando?

El cabrón miró a la puerta, le dio tres puñetazos y empezó a gritar a los de dentro.

¡Oigan! ¿Pueden abrir? Me he dejado unas llaves dentro.

Hombre, pues interrumpir el polvo de otros por una cagada mía me parecía poco educado, pero la verdad es que el cubano cada vez me gustaba más. Así haciendo lo que daba la gana, demostrando lo machote que era.

Lo fuerte es que los de dentro salieron de su éxtasis y abrieron la puerta. En sus caras vi que estaban cabreados, pero como los que les acababan de interrumpir era un buen par de osos pues se reservaron sus verdaderas opiniones. Uno de ellos me hizo saber que le debía un favor, mirándome con complicidad.

Recuperé las llaves y el cubano me llevó hasta una cabina en la que esperaba un tio de unos treinta años, delgado, fuerte de gimnasio, con su six pack y todo. El cabrón se masturbaba una verga larga, pero no tan hermosa como la del turco que me folló.

¿Eres su pareja? – le pregunté.

No, nos hemos conocido aquí – me dijo el chaser -, yo soy de Madrid.

Nada más llegar, el cubano se subió a la cama y desempaquetó su rabo y cojones. No estaba nada mal el tio. Le mediría unos trece o catorce centímetros, gruesa, sobretodo en la base, y se erguía desafiando la gravedad hacia arriba. El chaser y yo competimos por mamarle. Yo me encargué de sus huevos calvos y el chaser devoró su polla. Mientras con las manos nos explorábamos mutuamente. El oso cubano (de Miami, según supe luego), gozaba del trato que le estábamos dando. Siempre he pensado que un trio puede ser un desastre sin un plan, y mi plan es claro: hacer equipo con uno de mis compañeros. Atacar dos contra uno siempre. El chaser se encaramó a la cama y besó al cubano. Me comí las dos pollas a la vez mientras se comían el uno al otro. El oso cubano descendió y compartió la entrepierna del chaser conmigo. Llegó mi turno y me comieron a mi. Yo masajeaba sus cabezas desde la altura, disfrutando de la visión de las espaldas y hombros de los dos mientras sus lenguas me humedecían la polla. El cubano sobaba los músculos y el vientre de placas del chaser, murmurando "que cabrón es este tío". Cabrón para ti, pensé, un tio que te obliga a follar conmigo tiene mis simpatías. Por lo visto los dos eran activos y no se querían encular el uno al otro. Ahí es donde entraba yo. Me hicieron agacharme y adopté la pose de defensa de fútbol americano. El oso cubano me huntó el culo de lubricante y empezó a penetrarme mientras el chaser me follaba la boca poco a poco. El miembro del macho cubano entró con facilidad. No me dolió en absoluto, nada que ver con el pedazo rabo que gastaba el turco. En un momento tuve al cubano en mi interior y me di cuenta que estaba cumpliendo una fantasía de nuevo. Agarré al chaser por el culo y me tragué su polla. El cubano resollaba empujando dentro de mi.

Que bueno… - decía.

Yo gruñía como un oso, gozando de las puntadas que mi violador me metía. Me cogía con las manos todo el culo y se clavaba una y otra vez, cada vez más deprisa. El Chaser sacó su polla de mi boca y se subió a caballo en mis riñones, mirando hacia el cubano.

Cabrón… - le jadeaba el cubano -.

El chaser se masturbaba con fuerza, animado por el cubano.

Venga dame tu leche… - le decía.

El chapoteo de la mano del chaser se aceleró y noté varios chorros de líquido caliente vertirse sobre mis riñones. El cubano se excitó y empezó a empujarme con todas sus fuerzas. Sus jadeos se hacían más fuertes.

Ahh… Ahh… Ahh

El cubano seguía empujando cuando de repente le llegó el orgasmo. Me dio dos empujones con todo el recorrido, de punta a huevos, y con el tercero se clavó en mí más profundamente que en ninguna embestida anterior, y me inyectó su esperma caliente dentro.

Aaaaaahhhhh

La espesa leche del cubano me llenó cálida y reconfortante como un lubricante natural… El chaser se rió y descavalgó de mi. Me reincorporé y me desclavé del palo del cubano. El oso estaba cubierto de sudor, con su piel enrojecida y resollando. Le cogí el cuello, anchísimo, y le besé. Le cogí la polla, que la tenía brillante de lubricante y semen.

No puedo… - me dijo apartándome la mano.

Le cogí una mano y se la llevé a mis huevos. El comprendió y los dos machos se quedaron mirando y tocándome mientras me masturbaba.

Vamos córrete… - me decía el cubano – Echa la leche

Me corrí por segunda vez en la panza del cubano. Se intentó apartar, pero me corro con mucha fuerza y un lechazo se llevó. El resto cayó sobre el colchón.

Los tres nos limpiamos y fuimos abandonando la cabina. Que par de burros, demasiado orgullosos para poner el culo o mostrar afecto. ¿Qué le pasa a la gente que no sabe disfrutar?

Me fui a duchar de nuevo, preñado por el cubano y manchado por el madrileño. La verdad es que como deporte, aquel día había sido fantástico, pero echaba de menos algo de intimidad y complicidad. Me recosté en la sauna y me quedé esperando, apenas conciente que un oso atlético me seguía de un lado a otro.

Si, diez minutos después estaba conociendo a ese nuevo oso. Un ejemplar precioso, tímido, más alto que yo, fuerte. Lo mejor: sabía tocar como yo. De lo que pasó con ese pedazo de hombre no voy a contar nada porque con él si que disfruté de verdad, en cuerpo y alma, y espero que algún día nos volvamos a ver.