Tardes de playa

Me encanta la playa por lo entretenido que supone contemplar a los chicos guapos que acuden a ella. Pero algunos días, la observación puede llevar a algo más...

TARDES DE PLAYA

Vivo cerca de las playas de las Rías Baixas gallegas, y me considero privilegiado por ello, por poder desplazarme cada tarde de verano a unos arenales tan maravillosos; si hay que ponerles una pega, será lo abarrotados que llegan a estar algunas tardes sobre todo del mes de agosto.

Aún así, es una delicia contemplar desde la toalla o paseando por la orilla el desfile de cuerpos serranos que se prodigan últimamente por aquí. Se nota que hay mucho gimnasio y mucha preocupación por la estética, tanto en chicos como en chicas, aunque, claro está, yo me fijo más en los primeros. Hay tíos que quitan el hipo y de entre ellos, los peludos son mi perdición; jóvenes o maduros, en cuanto veo un pecho peludo y bien hecho se me van los ojos.

En una de esas tardes en que me estaba dorando al sol, se situó cerca de mí un chico de unos 25 años, de 1,80 de estatura y un pendientito brillante en la oreja (tipo Beckham), pero lo que más me llamó la atención de él fue, claro está, un pecho completamente peludo, unas piernas de escándalo igualmente cubiertas de pelo y un bulto entre ellas que resultaba realmente atractivo, más si cabe teniendo en cuenta que llevaba un bañador tipo boxer ceñido que le sentaba realmente bien. Desde que llegó no pude dejar de mirarle disimuladamente, aunque creo que en alguna ocasión me pilló deleitándome en su cuerpo.

Cuando en un momento de la tarde sentí sed me acerqué al chiringuito para comprar un agua. Había dos colas de gente bastante desordenadas. De repente alguien dijo delante de mí: "esto serán dos colas o una". Yo no soy muy ingenioso, pero se me ocurrió decir: "más que una cola parece una multitud"; el comentario hizo gracia y cuando se volvió la persona que había hablado antes descubrí que era mi vecino de toalla, el cual me sonrió abiertamente y comenzó a hablar conmigo sobre cualquier cosa: lo concurrida que estaba la playa, lo caro que era el chiringuito, etc. Fue así como me propuso tomar algo en la terracita que el local tenía montada en plena arena, y después de sentarnos y presentarnos estuvimos hablando bastante tiempo: él trabajaba en una empresa cercana pero sólo por las mañanas, lo cual le permitía acudir a la playa. Yo le dije que era funcionario y por eso también podía ir. Disfruté realmente de la conversación y noté como él me miraba sin demasiado disimulo: no he dicho que soy delgado, con un cuerpo bastante bonito y lampiño, al contrario que él.

Cuando nos dimos cuenta se estaba haciendo tarde y decidimos ir a recoger nuestras cosas y marcharnos. "Por qué no vamos a tomar algo a otro sitio?", me propuso, "pero me tendrás que llevar porque he venido andando, vivo muy cerca". Yo acepté y nos dirigimos al coche. Pero luego cambió de idea:

Lo he pensado mejor y te invito a cenar en mi apartamento.

No sé si fiarme, dije, no parece que sepas cocinar.

¿Y cómo crees que sobrevivo, si vivo solo? – me respondió.

Efectivamente, vivía bastante cerca de la playa en un pequeño pero acogedor apartamento, bien decorado y con unas vistas estupendas del mar.

Si quieres puedes ducharte, me dijo, yo voy a hacerlo y ponerme una ropa cómoda. Puedo prestarte algo, aunque igual te va grande, jejeje.

Buena idea, pero podemos ahorrar tiempo ducharnos juntos. –en ese momento, ya estaba convencido de que aquella noche haríamos algo más que cenar así que no dudé ni un momento en decir aquello.

Perfecto –me respondió, y se acercó hasta mí diciendo: deja que te vaya sacando la ropa, que no te vas a duchar vestido, no?.

No tenía mucho trabajo (llevaba sólo una camiseta y el bañador, igual que él) pero me desnudó lentamente mientras me besaba apasionadamente y recorría mi cuerpo con su boca y su lengua. Yo le saqué también su ropa y acaricié aquella delicia de pecho, besé, lamí, mordí sus pezones, que inmediatamente se endurecieron. ¡Dios, qué cuerpo, qué placer tenerlo en mis manos!. Continauamos devorándonos mutuamente de camino al baño, nos enjabonamos, nos limpiamos el uno al otro durante un buen rato. Luego secó cada parte de mi cuerpo con gran delicadeza, yo le hice lo mismo a él y me tumbó en la cama del único dormitorio que tenía la casa. Seguimos acariciándonos, besándonos y, situado encima de mí, pude sentir todos los pelos de su cuerpo rozándose con el mío. Después fue bajando por mi pecho hasta alcanzar mi polla. La besó durante un rato y luego se la metió en la boca comenzando una maravillosa mamada como jamás había recibido de otro. Casi me corro al instante, así que tuve que hacer que parase. Decidí corresponderle y nos dimos la vuelta, quedando esta vez él debajo. Tenía una polla algo más grande que la mía, como de unos 17 centrímetros y circuncidada, con un bonito y rosado glande que me apliqué en lamer y besar, para luego devorar con mi boca babeante.

Quiero que me folles, le dije.

A sus órdenes, respondió.

Se incorporó y cogió de su mesilla un condón. Yo, mientras me acosté boca arriba para que él me levantase las piernas al tiempo que se arrodillaba para situar su miembro a la entrada de mi culito. Usó un poco de lubricante que había cogido de un cajón y por eso no le fue muy difícil meterme esos 17 maravillosos centrímetros de placer. Ni siquiera me dolió la primera embestida así que no tuvo ningún problema para estar embistiéndome durante varios minutos, hasta que se corrió. Al mismo tiempo, me fue masturbando, primero lentamente, y cuando estaba llegando al final más rápido hasta que acabé casi al mismo tiempo que él, derramando mi semen en el pecho y la barriga.

Vaya, qué lástima, dijo, ahora que estabas duchadito.

Una sonrisa maliciosa que me soltó me hizo ver que aquello no constituía ningún problema, porque se inclinó sobre mí para limpiarme amorosamente con su lengua.

Nos quedamos un rato abrazados, charlando y acariciándonos hasta que decidimos por fin preparar aquella cena. Por supuesto, hubo postre, y durante lo que quedó de verano fuimos juntos a la playa y disfrutamos de nuestros cuerpos en su casa y alguna que otra vez en un rincón apartado, detrás de las rocas, sintiendo el cosquilleo de la arena y del mar.

Escribo esto delante de una ventana, viendo la playa. Desde aquel día vivimos juntos y somos muy felices.