Tardes de fútbol
Una pequeña muestra de lo mucho que puede ayudar el fútbol a mejorar la vida sexual de cualquiera.
Seguramente influenciado, muy a mi pesar, por el clima de euforia futbolera que se respira hoy comienzo a escribir esto el día después de la machada del Barça en la Champions League-, empezaré por agradecerle al fútbol lo mucho que ha contribuido a mejorar mi vida sexual. Bueno, más que al fútbol, a los hinchas y forofos que se dejan la piel por esos campos de Dios. Y afinando más, a las parientas de los forofos, que se quedan en casita todas las tardes de domingo, cuando no toca también el sábado, porque el equipo local juega fuera de casa y en la otra punta de España. A todos ellos, mi más profundo y sincero agradecimiento.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, la historia que les cuento a continuación tiene tintes autobiográficos. Digamos que está basada en hechos reales, convenientemente embellecidos por el paso del tiempo y algo distorsionados los nombres y algunos detalles-, para que los personajes afectados no me vengan a estas alturas con reclamaciones. De paso, si algún cabrón aunque esto suele ser cosa de cabronas- le va con el cuento a la parienta, siempre tendré la excusa de negarlo todo y hacerme el ofendido, alegando que en ese momento yo no me hallaba presente en el lugar de los hechos.
Escenario: Ciudad con más medio millón de habitantes, a orillas del Ebro. Mediados del 2000.
A la hora de buscar y encontrar- un plan de temporada aquí nadie está hablando de echarse novia ni nada que se le parezca-, las ciudades de costa ofrecen un abanico de posibilidades mucho mayor que las del interior. No sé la razón, pero está científicamente demostrado que así es. Y si hablamos de las ciudades de la costa de Levante, Andalucía, Baleares y Canarias, para qué hablar. En el extremo contrario, Valladolid y San Sebastián toda regla tiene su excepción- se pueden citar como caso paradigmático de estrechez y hosquedad. Ojo, que sólo hablo de las vecinas de tan ilustres localidades, y teniendo en cuenta las facilidades que dan al foráneo. Si entre los lectores figura algún vallisoletano o donostiarra, les agradecería que me informasen si a ellos se lo ponen también tan difícil.
Con estos antecedentes, fruto de la experiencia acumulada a lo largo de años de peregrinaje laboral me callo la profesión, para no dar pistas a las chivatas-, no me hacía muchas ilusiones de triunfar nada más llegar a Za a esa ciudad a orillas del Ebro. En principio, tras un mes de infructuosa caza al acecho salvo esporádicas capturas de las que mejor no hablar-, achaqué la eventualidad al veranito. Estábamos a comienzos de julio, y la desbandada de marujas camino de la playa era más que evidente. Con menos piezas disponibles, y tanto Rodríguez disfrazado de furtivo, por cada conejo debía de haber media docena de escopetas.
Decidí apuntarme a un gimnasio, táctica con la que anteriormente había cosechado buenos resultados. Cuando comprobé que los únicos planes que tenían posibilidades de éxito procedían de unos chicos muy majos, cachas y depilados -incluida la raja del culo-, decidí darme de baja del establecimiento cagando leches.
Probé después a frecuentar asiduamente, y no esporádicamente, como hasta entonces, los garitos nocturnos más afamados. Aparte de una alcohólica, que por una copa se habría liado con su abuelo, y la fauna profesional o semi-profesional pero que también cobraban y menudos precios abusivos- habitual en estos locales; salvo que aquí, en lugar de habitual era exclusiva, nada de nada. Y aún no estaba tan desesperado como abjurar de mis arraigadas convicciones de cofrade de la Virgen del Puño.
Y aunque los años no perdonan, y por aquel entonces mi estilo bacaladero ya estaba pasado de moda, lo intenté en las "discos" de moda. Salvo darle un susto de muerte a una vacilona que se me puso a huevo y menos mal que la cosa no pasó a mayores, porque sigue siendo delito tirarse a una menor, ¿no? Y comprobar que, efectivamente, mi época de ligón de discoteca había pasado a la historia, poco más saqué en claro. Puesto que pintaban bastos, pensé que lo mejor sería dedicarse a liquidar cuanto antes el encargo profesional y salir de allí para no volver.
Julio y agosto pasaron volando. Trabajaba como un animal, más que nada porque en la oficina había aire acondicionado -y en el apartamento que tenía alquilado, no-, me escapé a Madrid un par de fines de semana a cambiar el aceite, porque más de un mes a dieta es algo que tengo prohibido por prescripción médica- y, en horas bajas, me ponía delante del espejo, para comprobar que el perfil abdominal seguía en su sitio y que las entradas capilares estaban bajo control. Sí, está claro que tenía un preocupante bajón de autoestima.
Pero llegó septiembre, y con él, la bendita Liga de Fútbol. Antes de entrar en materia, y sólo con el fin de sacar de su error al lector que aún crea que me va el rollito futbolero, tengo que decir que mi aversión a tan popular entretenimiento procede de una serie de infortunados traumas infantiles. La culpa de todo la tuvo el cabrón de entrenador del equipo escolar, que me hizo pasar de delantero a defensa; y de ahí a portero. Me echaron del colegio por un incidente que no viene al caso relatar- antes de que le diera tiempo a degradarme a utillero.
Tampoco se lo reprocho. Como delantero, mi único hecho digno de mención fue marcar un gol de rebote y por la cara la que casi me rompen del balonazo. Como defensa, apuntaba maneras pero no estaba atento cuando el entrenador recomendaba: "Cerca del área, nada de florituras: patadón a la pelota y p´alante". Yo me quedé con la copla del patadón, pero entendí "pelotas". El árbitro consideró que el chaval que se retorcía en el suelo, con las manos en los cojones, le estaba echando teatro aunque hubo que sacarlo en camilla. Empezó a mosquearse con el segundo. Y, bueno, con el tercero, se montó una tangana de la hostia en el campo, los papás se liaron a guantazos en las gradas y yo hice mutis por el foro, antes de que algún malintencionado me hiciese responsable de lo ocurrido. Y estas cosas marcan de por vida.
Decía, antes de la digresión futbolera, que llegó septiembre, los calores ya eran casi soportables y regresó la vecina de al lado. Ah, y empezó la Liga. Esta serie de hechos, aparentemente inconexos, dieron como resultado una de las épocas más fructíferas que recuerdo, en cuanto a la calidad y cantidad de las marujas que me concedieron sus favores.
El alivio de la temperatura les juro que en esa ciudad agosto es insoportable- me permitió sacar la tumbona a la terraza, y aprovechar los últimos rayos de sol del atardecer para no parecer un albino al final del verano. La maruja de al lado, recién regresada de las vacaciones playeras, como atestiguaba su color café con leche -con mucho café-, empezó a fijarse en el vecino y a espiarlo a escondidas. El vecino o sea, yo-, que empezaba a mostrar los primeros síntomas de "semen retentum", pero eso aún no le había afectado a la vista, la pilló enseguida, se hizo el loco y se dedicó a ponerle los dientes largos con jueguecitos de polla. Me explico, a ver si alguno está pensando que me dedicaba a cascármela delante de las narices del vecindario. ¡Hombre, un poco de tacto, por favor!
El truco está en poner la polla en posición, apuntando al ombligo. Si uno se equivoca y la pone apuntado hacia abajo, cuando se encabrita porque la gracia del truco está en que se ponga tiesa sin tocarla, el bañador oprime y la polla se te enreda con los pelos de los cojones, obligándote a cambiarla de posición. Para evitar estos inconvenientes, y lograr el efecto estético buscado, lo dicho: hacia arriba. También es importante ser educado y no parecer, ya de entrada, un cerdo salido que anda todo el día con la polla tiesa. En cambio, en cuanto adviertes, por el rabillo del ojo, que las cortinas se mueven, puedes empezar a concentrarte, visualizando cualquiera de los polvos de los que guardas mejor recuerdo, consiguiendo que el efecto de empalme resulte estéticamente perfecto.
De ahí a hacerse el encontradizo en la escalera, y mucho más importante, que ella se haga la encontradiza, sólo hay un paso. El siguiente es no babear, cuando descubres que la maruja cuarentona tiene un cuerpazo que quita el hipo maldiciendo por no haber estado aquí hace diez años- y procurar mantener conversaciones que no giren exclusivamente en torno al tiempo. Si va cargada con las bolsas de la compra, hay que recordar los buenos modales y echarle una mano...a las bolsas; y después, no antes de estos pasos previos, acecharla desde las mesas de la terraza de la cafetería de enfrente. Casualmente, pasará a tu lado y, con cara de sorpresa, la invitarás a que se siente.
Toda esta parafernalia, que así contada parece que te puede llevar un año, se resolvió en cuestión de cinco días: Dos para el show en la terraza, uno para el encuentro en el rellano de la escalera, otro para el del portal, y el viernes ya estaba sonsacándole en la terraza de la cafetería. Y para no aburrir al sufrido lector, ansioso de que empiece de una puta vez la acción, omitiré el farragoso galanteo, de obligado cumplimiento en estos casos. La churri se llamaba Vero, cuarenta y pocos según ella-, pelirroja natural desde la coronilla hasta la pelambrera del conejo, y esto lo dejó caer así como quien no quiere la cosa-, macizona sin exagerar en la talla del sujetador-, y con un pircing en el ombligo que me tenía hipnotizado.
-"Si una marujona se atreve a ponerse algo así, y a lucirlo con camisetas ombligueras, muy estrecha no será"- filosofaba el menda, absorto en la contemplación de los destellos que el cristalito desprendía cuando la luz incidía en el ángulo adecuado.
-Como te lo cuento, Maxi. Estoy hasta el moño del dichoso fútbol. Al desgraciado de mi marido le ha faltado tiempo para renovar el abono, pagar la cuota de la peña y apuntarse a todos los viajes del equipo fuera de casa. ¿Pero qué os pasa a los tíos con el fútbol? ¿Os pone cachondos ver a una partida de chicos corriendo en calzoncillos?- empezó ella, entrando en materia.
-Pues nada, si eso es una invitación a cenar, acepto encantado-, me atreví a dejar caer, poniendo cara de inocente y con mi mejor sonrisa.
-Me parece que vas tú muy deprisa, majo. No sé. Si me das esta tarde un buen espectáculo en la terraza, me lo pensaré. Es que me gusta ver el género antes, ¿sabes?
¡Qué cabrona! Se me subieron los colores y me atraganté con la cerveza, mientras ella se levantaba de la mesa con una sonrisa triunfal, me guiñaba un ojo y se iba. Y yo tosiendo y echando la espuma de la cerveza por la nariz.
¿Quería espectáculo? ¡Por mis muertos que lo iba a tener, cagunlamadrequelaparió!
En cuanto vi al marido salir a lo que se llega por un polvo me avergüenza confesar que espiaba detrás la mirilla de la puerta-, hice mi aparición estelar en la terraza, armado con el bote de aceite en una mano, la toalla en la otra no era plan de que la tumbona quedase pringosa- y una polla algo más que morcillona, pudorosamente recogida en el Speedo marcapaquete de momento.
De haber tenido más público, el escándalo habría sido mayúsculo, aunque alguien más espiaba, a juzgar por el par de fogonazos de flax que destellaron en el edificio de enfrente al final de la función. Para empezar, la ración de aceite con la que me rocié el pecho y las piernas fue generosa, sin escatimar en gastos. El masaje posterior, enérgico. Y a la hora de desprenderme del bañador, nada de prisas y movimientos bruscos: todo a cámara lenta y con coreografía peliculera. Sólo faltaba la banda sonora adecuada. A mitad de la función, el numerito estrella, sin manos, de mi tieso ciruelo haciendo cabriolas: ahora a la izquierda, ahora a la derecha, en círculo y adelante y atrás, empleando sólo los músculos pélvicos. Y para terminar la función, un masaje con aceite en la punta del nabo, que tuve suspender de improviso, porque el cosquilleo en mis pelotas anunciaba la inminencia de una espectacular corrida. Saludé educadamente al invisible público de enfrente y me dispuse a esperar el veredicto del jurado.
El sábado por la mañana, después de una agitada noche en la que soñé con algo húmedo, porque me desperté con la polla apuntando al techo, a punto de reventar, y con un dolor de huevos que no se lo deseo ni al casero, me sorprendió encontrar un sobre que habían echado por debajo de la puerta.
"Supongo que no te habrá parecido mal que ayer avisase a una de mis amigas del bloque de enfrente, ¿verdad?
Da la casualidad que su marido es de la misma peña que el mío y se largan los dos hoy a mediodía. Yo he quedado con Pili en la piscina. Si se anima y me da que se anima si la conoceré yo, prepárate para un fin de semana muy movido.
Besos, guapetón".
¡La hostia! Volví a releer la nota, me pellizqué y no, no estaba soñando. La loca de mi vecina le había ido con el cuento a una amiga, me habían estado espiando, e iban a decidir entre las dos cómo y cuándo se tiraban al vecinito exhibicionista. De haber sido contorsionista, le habría dado un beso a mi polla.
Entre el calentón que tenía encima, el calor y los nervios la nota no decía nada de dónde y cuándo iban a abusar de mí-, me pasé la tarde dándome duchas de agua fría. Así que justito acababa de empezar con el cuarto remojo, cuando sonaron un par de timbrazos en la puerta.
"Me visto, no me visto mira que si es el cartero menudo papelón-. ¡A la mierda el cartero!" iba yo pensando, mientras procuraba no romperme la crisma en los diez metros lisos de carrera que me di por el pasillo, enrollándome a la vez la toalla a la cintura.
-Maxi ¡Chico, estás hecho una sopa!...Pili- nos presentó Vero a la carrera, empujando a su amiga por la puerta. Chica, no me habías dicho que el vecinito es un yogurín. ¿Cuántos años tienes, guapo? ¿Veinticuántos?- me soltó a la cara la tal Pili, antes de romper el hielo echando mano a mi paquete, mientras yo hacía la estatua agarrado al pomo de la puerta.
-Pero bueno, pedazo golfa, ¿qué haces? Por lo menos, espera a que cierre la puerta y que al chico se le pase el susto. ¿No ves lo pálido que se ha quedado?- le recriminaba Vero a su ansiosa amiga, que ya había dado con lo que buscaba y me estaba masajeando la polla con brío.
-Calla la boca, estrecha. Con el Mariano pitopáusico, no sabes tú el hambre atrasada que arrastro. ¡Todo el verano sin catar un nabo! Vete sirviendo unas copas, que yo acabo enseguida.
Esto último lo transcribo literalmente, tal como sonó, con las pausas necesarias para meter y sacar la polla de su boca, porque la bruja había conseguido ponérmela tiesa con un par de meneos, se había puesto en cuclillas y me estaba ordeñando con ganas. Y no iba a ser yo quien le quitase el caramelo de la boca a la pobre chica. "Ante todo solidaridad, Maxi. Te quejas de que llevas casi un mes a dieta, pero siempre hay alguien más necesitado", me dije.
El caso es que Pili tenía razón: terminó enseguida. Cuando Vero asomó por la puerta del salón, haciendo equilibrios con tres copas en las manos, su amiga me clavó con decisión las uñas en el culo, consiguió tragarse tres cuartas partes de mi polla, su boca se transformó en una bomba de succión, y puso los ojos en blanco cuando el trabucazo de semen le batió justo en la campanilla. Pero ni se inmutó. Siguió dale que pego hasta que me dejó la polla como los chorros del oro. Ella no se inmutó, pero a mi me entró un tembleque de piernas que no vean debió de ser porque no me había dado tiempo a secarme y estaba de pie sobre el charco de agua.
-Treinta y cinco- conseguí balbucir. -¿Hum?...Glup- se extrañó Pili. Y supongo que el ruidito posterior lo hizo al tragar el último resto de mi corrida. -Gracias por lo de yogurín, pero me temo que te acabas de tragar una ración de requesón-. Coño, no se me ocurrió una salida mejor para salvar la situación de estar con el culo arañado- pegado a la puerta de casa por dentro, afortunadamente-, delante de una tipa que no conocía de nada, arrodillada a mis pies, y otra Vero- que se estaba partiendo el culo de risa, amenazando con derramar el contenido de las copas en el parquet del pasillo.
Un rato después, cómodamente instalados en el sofá era de dos plazas, así que la comodidad era tener a Vero sentada encima de mí-, y tras la segunda ronda de copas, me enteré de que Pili era una par de años mayor que Vero así que debía andar cerca de los cincuenta-, compañeras desde el colegio mayor donde eran el terror de las monjas y el premio gordo de las apuestas de sus compañeros de facultad-, se habían casado con un par de amiguitos del alma y se dedicaban a sus labores: mantener un tipito de treintañeras y, siempre que se presentaba la menor oportunidad, añadir una punta más a la ya considerable cornamenta de sus respectivos. Por supuesto, nada de hijos -ninguna de las dos-, que eso estropea mucho y enseguida te hacen abuela, me contaron, entre achuchón y achuchón.
No es que uno sea cotilla, no señor. Pero es de buena educación darles palique a las vecinas, e interesarse por su situación familiar, antes de ponerles el chocho a remojo. ¿No creen ustedes?
Lo que sí me dejaron bien claro, mientras se pasaban mi boca del pezón izquierdo de una al derecho de la otra, era que tenían un sentido muy competitivo. Apostaban por todo. Y la apuesta de hoy era, aprovechando que el vecino parecía irle el rollito exhibicionista, cual de las dos montaba el numerito más escandaloso para el vecindario. Al final consiguieron que se me arrugara el pellejo de los huevos de puro acojone.
Vero insistió en montárselo allí mismo, en el sofá, aprovechando que los vecinos de al lado estarían viendo el telediario. Bueno, se me olvidó contar que estábamos en pelota picada, con Vero sentada encima de mí eso creo que ya lo dije- y que llevaba ya un buen rato haciendo resbalar mi polla encima de su chochito. Así que no le costó nada acomodarse bien la polla y clavársela de un golpe. Supuse que, a continuación, empezaría a calentar motores, suspiraría o gritaría y ya. ¡Y un jamón!
Suspiró un poquito, calentó motores a velocidad supersónica y gritó a pleno plumón. Pero además, no contenta con eso, plantó los pies encima del sofá, se agarró al cabecero y empezó a darme caña en plan salvaje. Y claro, el sofá comenzó a golpear la pared con cada embestida, al compás de alaridos cada vez más escandalosos hasta que los vecinos se mosquearon con la bronca y aporrearon indignados el tabique, llamándonos de todo. Menos simpáticos, nos llamaron de todo los de abajo y los de arriba también. El caso es que yo me corrí justo en ese momento, y no estaba como para prestar atención a los "piropos" que nos dedicó la concurrencia. Habría sido bonito decir que nos corrimos a la vez, con lo bien que queda eso en los relatos románticos, pero Vero hacía ya un buen rato que me estrujaba la polla con unas contracciones vaginales de la hostia. Pero una apuesta es una apuesta, y siguió dándome cera hasta que los vecinos se cansaron de alborotar.
-Supera eso, querida- pudo decir Vero, antes de caer desmadejada en el sofá.
-En cuanto el campeón recobre el resuello, dalo por hecho guapa- le contestó Pili, con dos dedos desaparecidos dentro del coño, y uno más tanteando su culito.
-¿Podemos comer algo antes?- susurré, al borde del fallo cardiorrespiratorio.
Coño, es que aparte del café de la mañana, con los nervios, llevaba en ayunas desde el día anterior y estaba desfallecido los malpensados dirán que era debido a las dos corridas, pero qué sabrán esos pichaflojas-. Las chicas atendieron a razones, a regañadientes, se pusieron la parte de abajo del bikini y el vestidito piscinero semitransparente, y nos fuimos a ponernos morados de pinchos y vinos.
Los tíos somos gilipollas, estoy convencido. Tuve que ponerme en plan perro de presa rabioso con unos cuantos salidos, para los que dos tías con unos vestiditos que dejaban ver las tetas y los pezones tiesos, son putones pidiendo guerra. "Pues hoy no toca, salidorros. Y al que se le escape la mano, va a tener que aprender a cascársela con la otra", me puse hecho una fiera después del quinto vino-, pero funcionó. Coño, yo iba en bermudas, camiseta y chancletas y ninguna salidorra quiso meterme mano. Bueno, salvo Vero y Pili, pero me refería a las otras.
-Volvamos a casa antes de que a nuestro "machomán" le partan la cara o pille tal cogorza que nos deje sin diversión- dijo Pili, con buen criterio, temiendo perder la apuesta.
Ya de regreso a casa, con el estómago satisfecho con media docena de pinchos, y el ánimo entonado con otros tantos vinos, me llevé un susto cuando Pilar, hablando lo suficientemente alto para que lo oyese el taxista, me soltó como quien no quiere la cosa:
-Verás, yogurín, lo que a mí me pone cachonda de verdad es que me den por el culo. No sé, aquí la estrecha de Vero dice que a ella sólo le va la marcha trasera con micropollas, pero a mí, cuanto más grande y cabezona sea, más lo disfruto. Así que no te andes con miramientos, ¿eh, campeón? Suavecito al principio y cañero después, ¿vale?
-Bueno si insistes- respondí yo, captando la mirada alucinada que nos echó el taxista por el espejo retrovisor. Si me da el teléfono de esa tipa, la morena viciosa, no le cobro las carreras de toda la semana- me soltó el muy cabroncete, de la que le pagaba el desplazamiento. El caso es que no tenía el de ninguna de las dos, si no
La idea que tenía Pili de un escándalo vecinal, era el de una enculada en la terraza, a la una de la madrugada. ¡La madre que la parió, qué berridos dio la condenada!
La cosa empezó más o menos tranquila, después de que sacara un tarrito de vaselina del bolso unas llevan la cajita de los polvos, para retocarse el maquillaje, y otras tarritos de vaselina cuestión de gustos- y se la aplicase ella misma. La verdad es que a esas horas no se veía un carajo en la terraza, pero sí lo suficiente gracias al alumbrado público de la calle, nueve pisos más abajo- para distinguir el contorno de Pili agarrada a la barandilla, el culo en pompa y expectante ante el primer puyazo. Delicado puyazo el mío, porque anteriormente había tenido algún que otro contratiempo relacionado con la puerta trasera.
-Chaval, ¿tú eres maricón o qué?. ¡Dale, joder, que me voy a dormir!- y me picó el amor propio, faltaría más. Al principio la cosa no pasó de jadeos, cada vez que mis pelotas chocaban con sus nalgas, pero se iba animando ella sola.
-¿Ves? Así está mucho mejor. Vero, guapa ¿Me haces el favor de comerme el chichi?
-¡Que te den, so guarra! Apáñate tú sola- respondió la interpelada, haciendo referencia a jugar limpio en las apuestas, pero no estaba yo como atender discursos. Bastante trabajo tenía con sujetar el pandero de Pili, que había metido la cuarta y lo movía adelante y atrás con mayor brío.
-¡Asiií! ¡HIJOPUTA, RÓMPEME EL CULO!- De verdad que me dio un vuelco el corazón. El chillido, así de sopetón, con el timbre agudo de soprano que habría dado la Caballé al pisarle un callo, resonó como el trallazo de un látigo, rebotó en el edificio de enfrente y lo devolvió el eco. Vi iluminarse unas cuantas ventanas.
-¡No te pares ahora, cabronazo!- y salió disparada hacia adelante con el impulso, dándome otro susto, porque si no la llego a sujetar con fuerza por las caderas, la muy bruta se tira de cabeza desde la terraza. Aquello ya no me estaba gustando nada. A estas alturas de la película, el bloque de enfrente estaba tan iluminado como un árbol de Navidad, así que no quería ni pensar en lo que estaría ocurriendo en el nuestro Pilar seguía berreando como si la estuvieran matando, y Vero se partía el culo de risa con el escándalo.
-¡Cariño, llama a la policía! Creo que un desalmado quiere tirar a una chica por la ventana-. Aquello sonó peligrosamente cerca. Sólo me faltaba acabar en comisaría por culpa de un par de locas.
-¡Ay, joder, que me da algo!- Pili seguía chillando, chocando con la barandilla a cada empujón, y a mí se me estaban acalambrando los brazos con el esfuerzo de evitar que se lanzase al vacío, pero la cabrona no callaba la boca. "O se corre de una puta vez, o ésta me busca un lío de los gordos", recuerdo haber pensado. Bueno, también pensé en estrangularla, pero eso no lo puedo repetir por escrito.
Al final se corrió, sobresaltando a los mirones, despertando a los que no se enteran ni cuando hay un terremoto de intensidad 8,5 en la escala Richter, y terminando de poner cardiaca a la maruja de antes, que empezó a chillar como una loca, diciendo que me iba a cortar los huevos, por maltratador y cerdo violador.
Pilar ganó la apuesta y me enteré que el premio era el menda, cedido en exclusiva durante un mes a la ganadora. Le hice jurar que ni un puto escándalo más, y que en la terraza, ni por todo el oro del mundo.
Respecto al escándalo público, a falta de pruebas concluyentes para sustanciar la media docena de denuncias presentadas, el juez archivó el caso. Pero la comunidad de vecinos, reunida en junta extraordinaria, aprobó una moción de censura para poner de patitas en la calle al sospechoso número uno: el menda. Tuve que convencer al casero de lo infundado de las sospechas, aceptando de paso un incremento del alquiler, por las molestias.
Apostillas del autor:
Lo que pasó después, puede que lo cuente o puede que no, dependiendo de cuánto tiempo tarden en aparecer en TR el montonazo de publicaciones que los coleguis y yo tenemos pendientes. Entre el último capítulo de Star Warris, el ejercicio de leyendas urbanas y las vacaciones veraniegas, la cosa parece que va para largo. Por eso tengo que aclarar lo que decía al principio del relato, sobre que había empezado a escribirlo coincidiendo con la final de la Champions League. No es que sea lento escribiendo otra cosa es que sea vago-, es que en TR pasan cosas muy raras.
Y ya que hablamos de cosas raras, tengo que quejarme amargamente a Alex:
Tío, no está nada bien que no me publiques el bromazo que te mandé hace dos semanas ahora ya mes y medio-. Si no lo publicas, será porque lo has leído; y si lo has leído, no me jodas que no te ha hecho gracia.
Venga, coño, pelillos a la mar, y que no se diga que en TR no hay sentido del humor porque sé que estás deseando publicarlo. ¿O tengo que cambiarle el título y poner lo de "presunto"...como la última vez?