Tardes con Claus

De como Lurgia me cuenta una tarde inolvidable con su gato.

Aquella era una aburrida tarde para Lurgia. Su compañera de piso había salido a hacer unas compras en el centro y no volvería en hasta dentro de un par de horas o quizás más tiempo incluso. Encendió la televisión un rato pero tuvo que volver apagarla cansada de ver siempre lo mismo. Mirando hacia el infinito dejó divagar su mente pensando en su Amo, recordando la última vez que se vieron y esperando con ansiedad la próxima cita. Volver a rememorar sus duras caricias, sus cariñosos golpes y la humillación con la que la solía tratar le hizo sentir una extraña sensación de placer íntimo. Su corazón se aceleró y palpitó más fuerte pensando en el dolor lacerante que solo él era capaz de facilitarle. Su entrepierna se humedeció soñando en las furtivas visitas que él a veces realizaba allí donde ella se encontraba. Suspirando profundamente deseo con toda su alma volver a tenerlo cerca lo antes posible.

Un ruido ajeno la despertó de su ensoñación. Claus volvía a hacer de las suyas. El pequeño gato que habían adoptado su compañera y ella misma andaba muy revoltoso últimamente y no había día en el que no rompiera o tirara algo al suelo presa de los alocados movimientos en su devenir por la casa.

¡Claus! – Lurgia lo llamó cariñosamente – Claus ven aquí.

Una pequeña cabeza de gato negra con unos grandes ojos verdes asomó por el quicio de la puerta. Expectante por si la llamada de su dueña era de juego o de reprobación por su última fechoría.

Ven aquí con mamá precioso. – Lurgia repitió su llamada.

Dando pequeños saltos de alegría el gato corrió al encentro de su ama y cuando alcanzó su destino saltó a su regazo. Frotando su húmedo hocico contra sus manos esperó las amistosas caricias sobre su lomo. Lurgia pasó su mano por todo su cuerpo hasta llegar al rabo oyendo el ronroneó aprobador del gato. El placentero tacto del pelo recio del animal le trajo a la memoria el dicho egipcio que rezaba que Dios había creado a los gatos para que el Hombre se diera el placer de poder acariciar a los grandes felinos.

Absorta en pasar su palma por el menudo cuerpo de Claus recordó el día en el que el animal entró en casa. Ella misma se había encargado de recogerlo en la calle cuando no era más que una pequeña cría que cabía en su mano. Las primeras semanas tuvo que amamantarlo con un pequeño biberón de juguete y cuando creció un poco más reconoció los rasgos distintivos por los que se había enamorado del animal en cuanto lo vio en mitad de la calle. Su pelo negro y sus grandes ojos verdes coincidían con el aspecto físico de Lurgia, sus movimientos felinos asemejaban la forma de andar de la chica y por último su actitud hacia los demás y su clara dependencia eran lo más a lo que ella aspiraba. El nombre de Claus había sido el único requisito de su compañera, estudiante de una carrera de letras, bautizar al gato igual que su filósofo favorito le había parecido un precio menor por permitir que la mascota se quedara en la casa.

Recompensando a su dueña por el trato recibido Claus lamió las manos de forma desesperada. Lurgia sabía cuando su afecto era procedente del reconocimiento mutuo o de la más voraz hambre que el animal pudiera tener. Su áspera lengua rozaba sus muñecas y chupeteaban el interior de sus dedos, haciéndole cosquillas cuando mordisqueaba su tierna carne. Esa era la señal de que tenía hambre.

Cogiendo a Claus en brazos se dirigió a la cocina y lo depositó sobre la encimera mientras buscaba alguna lata de esa carne que tanto le gustaba. Sin darse apenas cuenta el gato comenzó a lamer descuidadamente los restos de leche del vaso de la merienda de Lurgia.

¡Claus! – el gato retrocedió asustado ante la llamada de atención de su ama. Girando la cabeza la miró extrañado como si pensara que había hecho de malo. Tenía sed y hambre y había encontrado donde saciarlas.

Lurgia lo miró compasiva y pasando un dedo por los restos de bebida se lo ofreció al animal, éste no tardó en regresar junto a su dueña y comenzar a lamer la leche que ésta le ofertaba. Los rápidos lametones volvieron al dedo de la joven mientras seguía buscando algo que darle de comer al gato. Un pinchazo seguido de un agudo dolor atrajo la tención de Lurgia sobre su mascota. Claus la había mordido fuertemente y un pequeño lunar de rojo sangre apareció pronto en la yema de su dedo. Mirándolo fascinada volvió a ofrecérselo al animal que siguió lamiendo y mordisqueando ansioso por comer. El placer de recibir las lamidas del gato conjuntamente con el gozo del dolor del mordisco hizo que una extraña sensación electrizante cruzara por la mente de Lurgia y recorriera todo su cuerpo. Una posibilidad y una idea inundaron de repente la mente de la chica. Buscó rápida un cartón de leche y vertió un poco de su contenido en un vaso, a continuación sacó de la nevera una lata de paté, el gran sustituto cuando la comida de Claus se agotaba, y se dirigió de nuevo al salón con el gato recogido en sus brazos y haciendo malabarismo para que ni la lata ni el vaso se le cayeran al suelo.

Comprobó que la venta estaba cerrada y las cortinas bien echadas antes de desnudarse completamente. Cuando se desvistió pudo comprobar que su tanga desprendía ese característico olor a flujos provenientes de su vagina probablemente del momento en el que había recordado a su amo. Recostada sobre el sofá colocó a Claus sobre su vientre y continuó acariciándolo. Podía sentir el calor del cuerpo del animal pegado al suyo, así como el suave roce de su pelaje contra su desnuda piel. Mojando levemente un dedo en el vaso de leche se lo dio a beber a al gato. Con desesperación éste comenzó a absorber el preciado líquido dando pequeños lametones muy seguidos. Lurgia repitió esta operación varias veces antes de ir más allá.

Mojando nuevamente el dedo en la leche lo restregó luego por uno de sus pechos. Claus acudió raudo a donde Lurgia había derramado la bebida y comenzó a lamer tal y como había hecho hasta ahora. El cuerpo de la joven sufrió una convulsión cuando sintió la áspera lengua del gato sobre su tierno pecho. Volvió a poner más leche pero esta vez la esparció por toda la extensión de su oscuro pezón. Claus volvió a lamer ruidosamente disfrutando de su bebida. Lurgia no tardó en notar como sus pezones se ponían duros al instante, disfrutando del placer de la lengua del gato. Una y otra vez éste absorbía con pequeños lametones produciendo un agradable placer en los senos de la chica, la cual se sentía cada vez más excitada.

El roce de los afilados colmillos del animal profetizaban un futuro dolor que Lurgia ansiaba desesperada. El pequeño mordisco en su pezón llegó segundos después. Claus reivindicaba su comida ya que estaba hambriento y esa era su forma de pedirla. El gozo del dolor causado puso más nerviosa a Lurgia. Su coñito empezó a supurar fluidos procedentes de su vagina y mantuvo la compostura para no comenzar a masturbarse como una loca. Sufriendo para no moverse cada vez que Claus mordisqueaba sus pezones, la joven temblaba a causa del dolor y del placer que recibía a partes iguales. Quería aguantar todo lo posible, pero no podía confiar en que el gato no se cansará de este juego y decidiera irse a dar una vuelta por cuenta propia.

Llegado este momento el morbo de que su compañera de piso entrara en ese momento y la pillara de tal guisa era totalmente superado por el placer que sufría por el dolor en sus mordisqueados pezones. Las marcas rojas de los bocados no tardaron en aparecer y eso animó más a Lurgia. Era el momento de continuar con su experimento.

Dejó a un lado el vaso de leche y abrió la tapa de la lata de paté. Hundió el dedo en la pasta de foie y se la dejó oler a Claus. La reacción del gato fue inmediata, siguió con toda su alma el dedo de Lurgia tratando de alcanzarlo para devorar tan sabroso manjar. Mientras se movía arriba y abajo por el vientre de la chica sus largas uñas arañaban su fina piel dejando marcas coloradas por allí donde sus patas traseras y delanteras se posaban firmemente. Lurgia disfrutaba con este dolor suplementario, un placer inesperado que había que agradecer a Claus. Al final la mascota atrapó su mano entre sus pequeñas patas y devoró el paté que le ofrecían.

La joven no dudó en esparcir más paté por el interior de sus muslos y esperó a que Claus lo ingiriera antes de poner una cantidad adicional en su vulva. Por un lado era difícil sujetar al gato para que no atrapara su dedo antes de restregar el "menú" en sus genitales y por otro lado era más intenso y breve el placer que recibía del animal ya que comía y no lamía. Aún así el hecho de que no usara la lengua sino que diera pequeños mordiscos y le clavara sus finos dientes le permitía gozar más aun del dolor que le causaba. Al final tuvo que sujetar al animal por el cuello y aprovechar este remanso de paz para inundar sus labios vaginales y su clítoris de paté, luego le dejó hacer.

Estirada totalmente sobre el sofá del salón Lurgia disfrutaba de los juegos de lengua que su gato le proporcionaba en su sexo mientras apuraba los restos de paté que ella misma había restregado por su coñito. A la vez que se retorcía los pezones y los estiraba buscando el placer a través del olor en sus senos, Claus lamía y mordía con desesperación su vulva, pasaba su áspera lengua por sus labios y su clítoris, y restregaba su húmedo morro contra el comienzo del interior de su vagina. Lurgia disfrutaba de todo por igual, gimiendo, jadeando y procurando no moverse bruscamente para no asustar al animal. Su garganta era una mezcla de quejidos y suspiros cuando la mascota mordía o lamía por igual, del mismo modo que el dolor y el placer se turnaban en sus sentidos. Quería que esa situación durara para siempre, no tener que correrse, por eso aguantó tuvo lo que pudo el orgasmo.

Ya no debía de quedar mucha comida en su conejo pero el gato continuó lamiendo con soltura. Entonces comprendió que sus flujos vaginales debían estar inundando el hocico de Claus y a este le había agradado el sabor salado de su coño por lo que continuaba lamiendo sin parar. Lurgia tuvo que dejar de pellizcarse los pezones y se agarró fuertemente al sofá. Desde la punta de sus pies una fuerte sensación de calor y de tensión en los músculos subió por sus piernas hasta alcanzar su espina dorsal. Entonces siguió subiendo hasta que llegó al más recóndito punto de su anatomía. Sabía lo que ello significaba, estaba a punto de correrse e hincar una larga cadena de orgasmo que la dejarían extasiada a la vez que fatigada. Sus gritos y jadeos alertaron a Claus, que asustado por el brusco movimiento de las caderas de su ama saltó a un lado y huyó corriendo por la puerta. A Lurgia ya no le importó ya que su mente y su cuerpo disfrutaban del mayor placer posible. Uno tras otro los pequeños orgasmos se sucedieron, inundando el sofá con los fluidos que su coño expedía. Sus manos buscaron desesperadamente su entrepierna y cerrando los muslos las dejó ahí mientras seguía corriéndose una y otra vez. Como siempre perdió la cuenta de los orgasmos que tuvo.

Tuvieron que pasar varios minutos antes de que recuperara el aliento. Confusa, aturdida y exhausta se levantó y trató de vestirse antes de que su compañera de piso volviera de sus compras. Limpió el sofá y recogió los útiles que había usado. Mientras volvía a la cocina Claus se enredó en sus patas buscando una última caricia. Lurgia lo recogió del suelo y lo acunó entre sus brazos.

  • Muchas gracias mi chico, ha sido todo un placer. Espero que lo repitamos pronto. – y sonriendo se dirigió a su cuarto.