Tarde invernal en la playa
No quería desnudarme ante un desconocido, pero estaba chorreando, muerta de frio. Su chaqueta estaba seca y olía tan bien
Casi siempre me gustaba mi trabajo, pero hoy no era el día. Había amanecido en la cama anónima de un hotel, cosa normal, ya que mi trabajo me mantenía más tiempo fuera de casa que en ella. Trabajaba en una empresa grande, da lo mismo el sector; esta tenía varias sedes y mi trabajo me obligaba a ir de una a otra.
Esa mañana estaba algo hastiada ya que el día anterior me vi obligada a posponer mi vuelta a casa.
Conducía por la costa en un día gris de invierno pensando en lo distinto que estaba en verano, aunque a mí me gustaban mucho estos días fríos de invierno.
Por las tardes al acabar las reuniones regresaba al hotel, sin importarme conducir casi media hora, para volver a ese precioso rincón.
Paraba antes de llegar al hotel y entraba en un bar donde pedía un café con leche para llevar y entonces cruzaba a la playa, me sentaba en la fría arena y me tomaba el café tranquilamente, relajándome, dejando en la arena el estrés por el trabajo. Luego paseaba hasta casi el final de la playa, descalza, sintiendo la arena en mis pies helados. Volvía a sentarme y a disfrutar de la soledad y la paz, antes de regresar al hotel.
Hacía ya seis meses que había empezado a viajar con asiduidad a ese lugar y pasaba ahí una semana si una no. Había tenido suerte al encontrar ese hotelito en las afueras, muy económico y perfectamente asumible con las dietas que pagaba la empresa por el viaje.
De nuevo le vi, era el mismo hombre de siempre, llevaba semanas viéndole pasear por la arena. Tan solo una mueca a lo lejos a modo de saludo y entonces pasaba de largo, para sentarse en unas escaleras de madera unos metros por detrás de mí. Allí se quedaba con unos auriculares, escuchando música y mirando el mar, con gafas de sol a pesar de no haber sol, cuando yo me iba, también le saludaba sin acercarme.
Parecía tan huraño y misterioso que me atraía y pensaba a menudo en ese desconocido al que apenas había visto y del que solo conocía su silueta, sus andares tranquilos y poco más. Incluso había tenido algún sueño erótico en el que ese hombre sin rostro era el protagonista. Me sonrojé al recordarlo y miré su figura sentada como siempre en la escalera. Me levanté azorada por el camino que habían tomado mis pensamientos y como siempre levanté la mano y le saludé antes de irme.
Al día siguiente volví a casa, pero a mediados de semana tuve que volver. Me sorprendió darme cuenta que me alegraba.
Cuando salí de la reunión, volví al bar de siempre, pedí el café y me dispuse a hacer mi recorrido, miré el mar, el cielo y sentí frio, la tarde era de lo más desapacible, pero no quería perderme esos momentos tan placenteros y sobre todo quería ver aunque de lejos a mi desconocido.
Pero mi desconocido no estaba y el cielo acaba de ponerse de color plomizo, bebí el café y me estaba levantando para volver cuando un rayo surcó el cielo, a continuación un ensordecedor trueno me dejó clavada en el sitio, temblando asustada. En un par de segundos la furibunda lluvia me empapó por completo sin que fuera capaz de reaccionar.
—Vamos nena, no pasa nada, tranquila. –dijo el desconocido al verme en shock
Me llevó bajo las escaleras donde siempre se sentaba, allí había un hueco en la piedra, donde apenas cabíamos los dos. Allí guarecidos de la fuerte lluvia por primera vez reparé en esos ojos grises, oscuros y plomizos como el cielo, ni siquiera las arruguitas que los rodeaban los afeaban. La mirada del que hasta ese momento era un desconocido sin rostro, me erizó todo el vello del cuerpo.
Estaba temblando, sin saber si era por el frio, el miedo o su cercanía.
—Tranquila, pasara. Ahora lo más importante es que te quites esa ropa o cogerás una neumonía. –dijo con la voz más ronca y masculina que hubiera oído jamás.
—No tengo nada para cambiarme –le dije casi tartamudeando
—Toma, ponte esto –me pasó su chaqueta, luego se dio la vuelta en el pequeño habitáculo.
No quería desnudarme ante un desconocido, pero estaba chorreando, muerta de frio. Su chaqueta estaba seca y olía tan bien…
Me quité el pantalón y el jersey a toda prisa y me puse su chaqueta. Me la crucé y aspiré su aroma mientras empezaba a entrar en calor.
—Ya está, gracias –le dije verdaderamente agradecida.
—Aun estas temblando –dijo poniendo sus manos en mis brazos y frotándome
—No me mires así o harás que olvide la caballerosidad que me ha movido a protegerte de la lluvia y el frio, para hacer lo que realmente deseo, desde que te vi por primera vez en ese bar.
Apenas me reconocí al oírme decir:
— ¿Que deseas hacer? –pero si casi había ronroneado.
—Princesa no juegues conmigo, estoy demasiado curtido para jueguecitos
— ¿Entonces no te gusta jugar? –joder me estaba pegando al cuerpo de un completo extraño
Levanté la cabeza y él bajó la suya, nuestros labios apenas se rozaron, él los movió sin apenas tocarme y entonces nos miramos, su mirada hizo que me olvidara del mundo fuera de ese pequeño habitáculo, en el que solo estábamos los dos. Fuera la tormenta nos aislaba del mundo. Mi cuerpo temblaba, ahora de deseo.
Sin dejar de mirarme me cogió las manos que aguantaban su chaqueta cruzada y las retiró para que esta se abriera.
Me miró con ardor y me sentí deseada, caliente y excitada al oírle decir:
—Nena que rica estas…
Los labios que no me habían besado la boca, si besaban mi cuello y bajaban llenando de mi piel de pequeños besos húmedos. Sacó mis tetas del sujetador y lamió mis pezones, mientras masajeaba mis pechos, los mordisqueó juntándolos, iba de uno a otro haciendo que arqueara mi cuerpo entregada a su boca, a sus caricias.
Sin dejar de lamer mis tetas sus manos bajaron por mi torso y terminaron entre mis muslos, las subió acariciándolos y de canto presionó mi sexo, mojando mis bragas con mis jugos. Yo separé las piernas y él con una risotada ronca metió la mano bajo mis bragas, sentí sus dedos recorrer mi rajita una y otra vez, arrancándome gemidos cada vez más profundos y guturales. Mi piel ardía y no recordaba haber estado más excitada jamás.
—Así nena, déjate llevar, aquí nadie puede oír tu placer, solo yo.
Subió de nuevo por mi cuello y al llegar a mi boca, jugó de nuevo un momento, pero esta vez sí devoró mis labios, mientras sus dedos seguían tallando mi rajita. Presionaba mi botoncito de placer y poco a poco me acercaba a un inminente orgasmo, que me tomó por sorpresa. Me corrí entre espasmos, sin que dejara de besar, lamer y morder mis labios.
Entonces cogió mi mano y la llevó a su entrepierna, noté la dureza de su miembro bajo la tela del pantalón. Seguíamos besándonos apasionadamente, el orgasmo lejos de saciarme me había puesto aún más caliente, metí la mano dentro de su pantalón de deporte y agarré su polla, me enloqueció notar como esta palpitaba caliente en mi mano, la apreté y empecé a tallarla sacándola del pantalón por arriba.
Me dio la vuelta y colocándose detrás de mí apartó mí pelo a un lado y lamió mi nuca, mientras acariciaba mis caderas, la cara externa de mis muslos. Mientras notaba la presión de su miembro en mi trasero. Él se apretó más y noté como su polla se colaba entre mis muslos, rozando mis bragas con su polla.
Colocó sus manos en mis omoplatos y me empujó doblándome un poco, me apoyé en la pared del cubículo y agarrando mi pierna la subió al segundo escalón de la escalera de madera pero desde dentro. Apartó mi braga a un lado noté su glande recorrer mi sexo. Lo apoyó en mi entrada y agarrándome de la cintura, flexionó las rodillas y fue penetrándome, tan despacio que casi grito de necesidad.
Me llenó por completo, apreté su polla, jadeó saliendo lo suficiente para volver a entrar, taladrándome rítmicamente, haciendo vibrar de deseo, pasión y placer. Cada una de sus arremetidas, me llevaban al nirvana, haciéndome olvidar hasta de mí nombre.
Fuera llovía a mares, la tormenta estaba en pleno apogeo, pero nada comparado con lo que sucedía en el hueco de esa escalera. Apenas podía respirar, sus estoques eran cada vez más rudos como si intuyera lo que mi cuerpo necesitaba.
Se quitó el jersey y lo tiró sobre la arena, luego salió de mi interior y me bajó las bragas que aun llevaba puestas corridas a un lado e hizo que me sentara sobre su jersey, separó mis muslos y se arrodilló entre ellos, tiró de mi levantándome, apoyando mi culo sobre sus muslos mientras volvía a ensartarme.
Sus manos ahora sobaban mis tetas, las apretaba, pellizcaba y tiraba de mis duros pezones, mientras yo subía y movía las caderas jugando con su polla dentro, haciendo que esta rozara cada rincón de mi vagina.
—Así golfilla, muévete, clávate bien mi polla. Me encanta la estrechez de tu coño caliente princesa. –dijo entrecortadamente sin dejar de sobarme
Solo dejó de sobar mis tetas para acariciar mi estómago, mi pubis…y sus dedos buscaron mi botoncito, lo estimuló en círculos, lo presionó. Todo estallo a mi alrededor mientras volvía a llevar la batuta empotrándose bien adentro, mientras me corría como una posesa.
Como si de una muñeca de trapo se tratara, salió un segundo y me dio la vuelta diciéndome:
—Ponte a cuatro patas zorrita, quiero ver tu culo mientras te follo –me ayudó a quitarme su chaqueta
Volvió a aferrar mis caderas y de un solo golpe entró de nuevo en mi dilatado sexo, estaba tan mojada que notaba la humedad resbalar por mis muslos. A pesar de haberme corrido dos veces busqué cada acople como una perra en celo.
—Que culo tienes… –dijo amasándolo con vehemencia
Frenó un poco su ímpetu y noté como su cuerpo se tensaba, ronroneé buscándole de nuevo, febrilmente y tras unos segundos volvió a follarme como demandaba, llevándome a un nuevo orgasmo, que recorrió mi cuerpo, dejándolo laxo, cuando paró.
Me dejó caer y salió justo en el momento que su semen caliente caía sobre mi culo y mi espalda mientras él aullaba corriéndose.
No podía moverme, apenas podía respirar cuando se dejó caer a mi lado, de costado sin cargarme su peso. Sacándose un pañuelo del pantalón que se había quitado en algún momento, me limpió su semen.
— ¿Cómo estás?
—Bien –contesté avergonzada, ahora que había pasado todo.
Sonó mi móvil y lo ignoré dos veces, a la tercera contesté y era una compañera que necesitaba un informe y a la que dije que se lo mandaba en un ratito.
—Tengo que irme –le dije vistiéndome con prisas
— ¿Ahora mismo?
—Si
— ¿Esto no es solo por la llamada verdad? –intuyo mis dudas
—Necesito irme ahora
En el fondo necesitaba alejarme, para volver a ser yo y analizar lo sucedido, él simplemente aceptó mi huida.
Ya bajó la ducha sola, en mi hotel, no podía dejar de pensar en lo sucedido, yo no era así, jamás había hecho nada parecido, no me reconocía en la mujer que acababa de tener sexo con un desconocido en un sitio público como una perra en celo.
Al día siguiente decidí que no podía volver a perder los papeles de esa manera, no podía dejar que volviera a suceder por más que hubiera disfrutado como nunca, era demasiado peligroso para mi cordura y mi necesidad de control.
Habían pasado tres días desde lo sucedido, sin que hubiera dejado de pensar un minuto en ese hombre que me había hecho gozar como nunca, pero por propia imposición había decidido alejarme.
Una compañera y amiga por teléfono, me pidió que me pasaba, que me notaba ausente.
— ¿Te ha pasado alguna vez que tuvieras que debatirte entre lo que deseas y lo que te conviene?
—Carla, no siempre puedes controlarlo todo, a veces aunque creas que no es lo correcto deberías dejarte llevar y disfrutar un poco sin analizarlo todo.
Ya llegaba al hotel cuando pensé con una sonrisa que si las palabras de mi amiga me parecían inteligentes ¿porque me convenían, o porque estaba en lo correcto?
Paré el motor del coche y antes de sacar la llave volví a ponerlo en marcha, fui hacia el bar y nada más entrar le busqué entre la gente.
Durante esos días al analizarlo todo recordé que había dicho que la primera vez que me vio fue en el bar, por eso esperaba verle ahí.
Me encontré con esos ojos con los que tanto había pensado, su mirada era dura. Estaba con un grupito de hombres. Pedí mi café con leche y fui hacia la playa, recorrí el tramo hasta la escalera y me senté donde el solía hacerlo. Tomé el café y los minutos pasaban, hasta que de repente le oí detrás de mí bajando la escalera.
—Hola –dijo con su voz de barítono
—Hola, siento haber salido corriendo el otro día
— ¿Porque has vuelto? –estaba enfadado
Bajé la mirada avergonzada, él bajó la escalera y se colocó frente a mí.
— ¿Has venido a por más de lo mismo? –dijo levantándome la cabeza con dos dedos en mi barbilla.
Aparté la mirada de nuevo y volvió a decirme:
—Has intentando hacer borrón y cuenta nueva, pero te ha podido ese rincón oscuro que liberaste la otra tarde. ¿Verdad?
—Si –quería ser sincera.
—Así me gusta, que te muestres como eres. Ahora levántate y quítate las bragas.
Sabía que era ahora o nunca, podía salir corriendo como había hecho la otra vez y algo me decía que no iba a seguirme…pero también podía quedarme y volver a sentir lo mismo que la otra tarde o darme cuenta que solo lo había sido el momento.
Me puse en pie, metí la mano bajo mi falda larga y me quité las bragas sin mirarle.
—Mírame, quiero ver tus ojos hambrientos golfilla. Siéntate en el cuarto escalón.
Cuando hice lo que me pedía se arrodilló en la arena, subió mi falda hasta las rodillas y las separó. Apoyé los codos un par de escalones más arriba y cerré los ojos al sentir sus labios y su lengua recorrer la cara interna de mis muslos. Sin prisas llegó a mi sexo, con ambas manos separó los pliegues y su lengua golpeo mí ya inflamado clítoris, jadeé encantada y rodeó mi botoncito con su lengua, excitándolo, haciendo que se hinchara para luego succionarlos entre sus labios, lamiendo la puntita.
—Que rica estas golfa, me encanta tu coño caliente
Subí las caderas de nuevo entregada al placer que me daba y sin apenas ser consciente estallé en un fuerte y largo orgasmo, el no dejo de lamerme hasta que mi cuerpo se destensó.
Se puso de nuevo en pie y vi el bulto que formaba su polla bajo el pantalón, me incliné hacia adelante y la acaricié sobre la tela, él se quitó la chaqueta y el tiró en la arena. Antes que dijera nada tiré del elástico y liberé su polla, me incliné y agarrándola por la base empecé a meneársela lentamente, entonces vi unas gotitas de semen en la punta, saqué la lengua y la pase golosa, saboreándole.
—Umm nena, adelante. Es toda para ti –dijo con esa voz que me enloquecía
Mientras seguía meneándosela, pasaba la lengua por la puntita y luego chupeteaba el glande con fuerza, al mismo tiempo que apretaba sus huevos con la otra mano. Me sentía poderosa al oír sus gimoteos y notar el temblor de su cuerpo cada vez que succionaba.
Tras uno de mis chupeteos separé los labios y dejé que su boca resbalara dentro de mi boca, me tragué más de la mitad y me forcé sin parar hasta que su glande rozó mi garganta, aguanté unos segundos y retrocedí para respirar, lamia de nuevo la punta y volvía a tragármela. Apreté sus huevos pesados y él aulló.
—Umm eres una caja de sorpresas. Tan pronto pareces una tierna y solitaria princesita, luego una gatita mimosa, para terminar siendo una golfa de lo más caliente. Me estas matando de placer con esa boquita.
Seguí lamiendo orgullosa, giré la cabeza y pasé mi lengua por sus huevos levantándolos, mientras tallaba su polla apretándola con fuerza, sus temblores me decían que le gustaba la contundencia.
Intentó apartarse un poco y miró como un hilo de saliva seguía uniendo mis labios a su polla, volvió a empujar y a llenar mi boca.
—Tienes que parar esto –su voz era débil y poco convincente
No le hice caso ni cuando grito que iba a correrse, seguí mimando su polla con mi boca hasta que se puso rígido, succioné más y la dejé ir al fondo de mi boca, sintiendo el primer chorrito de semen en mi garganta, retrocedí y otro lleno mi boca, tragué como pude sin dejar de lamer hasta la última gota.
Me puse las bragas después de sacudir la arena, mientras él miraba sentando donde siempre estaba, donde tantas veces le vi a lo lejos.
—El primer día no fue casualidad, te seguí desde el bar –dijo de repente intuyendo de nuevo lo que pensaba.
— ¿Porque yo?
—Porque pensé que sería la hostia verte perder esa compostura rígida que usas como escudo para esconderte. Te veía recta, fría, triste y mirando al vacío y te imaginaba desnuda, salvaje y caliente. Como el día de la tormenta.
—Yo no soy así
—Si lo eres, lo fuiste durante la tormenta y lo has vuelto a ser hoy. Sigue mintiéndole al mundo y si quieres hasta a ti misma, pero yo sé quién eres, no te escondas conmigo. Quiero más, pero no aquí. ¿Vamos?
Andamos en silencio juntos por la playa, cuando llegamos a mi coche dijo:
— ¿vienes o voy? –preguntó rotundo
Le di las llaves de mi coche y se subió al asiento del copiloto. Pasamos ante el bar y dos calles después en paralelo, al final de una calle. Aparcó ante una verja, la abrió y volvió al coche.
Había una preciosa casa de dos alturas y rodeada de jardín, por delante y por los lados. Entramos en lo que era una sola estancia, en la que estaba la cocina, el salón, comedor y todo solo delimitado por los mismos muebles, que dividían la estancia en diferentes ambientes. Lo más destacable eran las cristaleras que daban a un poche y jardín trasero, me asomé y tras una tapia camuflada solo había árboles.
La vista era exquisita al igual que la luz que entraba a raudales. En la parte del salón el techo alto llegaba hasta el final, luego se podía ver una barandilla y se dividía casi toda la estancia en dos alturas, vi la escalera de madera que debía llevar donde la barandilla y allí debían estar las habitaciones, porque abajo solo había dos puertas.
Enseguida supe que una era un enorme baño y la otra su despacho.
— ¿Te gusta leer?
Yo miraba embelesada la cantidad de libros que casi forraban todas las paredes.
—Me encanta, esto es un sueño –dije acercándome para leer algún título.
Mientras los miraba él se acercó por detrás y me quitó la chaqueta. Luego desabrochó uno a uno los botones de mi camisa, sin que yo hiciera nada por pararle, tampoco por alentarle. Me encantaba que llevara el control. Al acabar con mi camisa y sin prisas, desabrochó mi falda que cayó a mis pies.
—No te muevas, quiero demostrarte lo que puedes sentir, lo lejos que puedes llegar, sin hacerle caso a tus miedos y a tu raciocinio. No quiero que razones, ni caviles, quiero que conmigo solo sientas, cuando quieras, como quieras. Solo quiero darnos placer.
No dejó que me girara, tenía a un palmo la enorme estantería mientras el detrás de mí me hablaba al oído mientras acariciaba mi piel, que volvía a arder de deseo, por sus palabras, su cercanía…
Besó cada milímetro de piel, desde mi nuca a mi trasero, dejando un reguero de humedad al paso de su boca. Se arrodilló y ahora sentía su aliento caliente sobre mis nalgas, las separó con ambas manos y lamió mi raja, rodeó mi ano y finalmente lo penetró con su lengua. Las piernas me temblaban del placer que me daba sentir su lengua húmeda y dura entrar en mi culito virgen. Mientras sus manos acariciaban mis caderas, mis muslos…
Unos minutos después y con mi culito bien mojado sacó su lengua para meter uno de sus dedos. Me tensé por lo que esto implicaba, intuía como iba a acabar.
—Relájate golfa, no voy a hacerte nada que no quieras –dicho eso metió su dedo del todo
Me escocia, estaba nerviosa y al mismo tiempo mi cuerpo entero vibraba como nunca, perlado de sudor.
Sin sacar su dedo de mi culo lamió la parte de atrás de mis muslos, empezó a mover el dedo dilatando mi esfínter, lamiendo cada vez que lo sacaba hasta que en una de esas añadió un segundo dedo.
En esos momentos estaba completamente entregada a ese hombre y a cualquier cosa que quisiera hacerme, por en todo lo que hacía terminaba en un placer apoteósico.
Dejó de lamerme y fue subiendo sin dejar de meter y sacar sus dedos, pegó su cuerpo al mío y me dijo al oído:
—Voy a follarme tu culo, zorra. Relájate mientras mi polla te abre bien. Al principio te dolerá, pero se lo golfa que eres, confía en mí. Te gustara que te sodomice tanto como a mí hacerlo. Mira como palpita mi polla después de haberme vaciado en tu preciosa boquita hace nada. No te muevas. –dijo alejándose unos segundos.
Sus palabras obscenas, la seguridad y el tono con el que me hablaba me volvía loca.
Volvió y yo seguía en la misma postura, intentando tan solo respirar con normalidad cuando noté su glande en mi dilatado agujerito, estaba húmedo y frio, supe que se había puesto algo.
Empujó y noté como mi recto se cerraba, sus manos acariciaban mis caderas, sus labios besaban mi nuca…un nuevo empujón y el dolor me hizo gritar, aferrarme a una de las baldas y lejos de parar volvió a empujar nuevamente llenando mis ojos de lágrimas.
—Ya casi esta princesa, ¿quieres que pare?
—No –casi grité
Antes de que pudiera recomponerme empujó con fuerza y noté sus huevos golpeándome, me la había metido hasta el fondo. Se quedó quieto y empezó a hablarme.
—Que culito más estrecho tiene mi niña, me encanta como aprieta mi polla, voy a disfrutar de lo lindo follándome tu lindo culazo, preciosa.
Jadeé al escucharle y empezó a moverse, al principio me ardía el culo, pero casi sin darme cuenta pasados los primeros estoques dejó de escocer. Al principio solo era una leve molestia, pero sus lascivas palabras, sus lengüetadas y sus sobeteos a mis tetas me pusieron de nuevo al máximo, me di cuenta de repente que mi cuerpo buscaba ya cada estoque y era él al que le costaba respirar con normalidad.
—Dios que culo, me matas de placer, así menéalo, que rico nena…
Sus dedos buscaron entre mis piernas, mis caderas se balanceaban y su polla taladraba con fuerza hasta el fondo de mi ser…los dos gemíamos, jadeábamos…
—No puedo más, voy a llenar… tu culito…
—Si cabrón fóllame fuerte –le dije enardecida
Y él aulló al oírme, empujó dos veces y el calor de su semen inundó mis entrañas, mientras sus dedos presionaban mi clítoris lanzándome con él.
Nos duchamos, cenamos y volvimos a hacerlo. Me quede a dormir y por la mañana cuando me desperté oí ruidos, me asomé a la barandilla y le ubiqué en la cocina. Me vestí y bajé sin saber muy bien cómo comportarme.
—Buenos días princesa, ¿desayunas antes de irte?
Asentí y me senté en la mesa, él me sirvió un café con leche y unas tostadas.
—Esta todo espectacular, no sé qué decirte… –le dije nerviosa, muy nerviosa, porque no sabía cómo reaccionar con él.
—Nena, he disfrutado cada minuto a tu lado, me gustas liberada, disfrutando… por ello no espero atarte, cambiarte, ni exigirte nada, porque sé que eso terminara por agobiarte. Quiero que sepas que estoy aquí para cuando quieras volver, sin reglas, sin compromisos, a tu ritmo.
Ese hombre me “leía” a la perfección. Me gustaba todo lo que me decía y sobre todo me enloquecía lo que sentía a su lado.
Me fui a trabajar, deseando por primera vez en muchos años que llegara el momento de irme.
Pase por el hotel a recoger ropa, fui a llamarle, pero preferí pasar por el hotel, nada más entrar le vi, me miró y me retó con la mirada a acercarme.
Me acerqué sin dudas y me saludo con una enorme sonrisa.
—Hola princesa, te estaba esperando. ¿Me pides un café para mí? –dijo antes de levantarse para besarme en los labios, sin importarle lo que pensara el resto del mundo.
Fui a la barra, pedí dos cafés y se unió a mí en la puerta abriéndomela.
— ¿Paseamos un ratito?
Fuimos hacia la playa, sin parar hasta llegar a nuestro rincón, donde empezó todo. Me senté en la arena y él se acercó.
—Hola, me llamo Ramiro
—Yo Carla
Se arrodilló frente a mí, me cogió de la cara y me besó apasionadamente. Unos minutos después me quitaba las bragas bajo la escalera, mientras yo sacaba su polla del pantalón. Solo tardamos unos segundos en acoplarnos. Su polla dura, caliente y palpitante estaba en mi interior. El sentado me agarraba del culo ayudándome a subir y bajar.
—Llevo todo el día pensando en esto Carlita, fóllame putita.
Me frotaba con él mientras cabalgaba. También había pasado todo el día pensando en eso.
—Quiero verlas, lamerlas –dijo dejando de sobar mis tetas para subir mi jersey.
Como había prometido subió mi jersey y mordisqueó mis ya duros pezones.
—Viene alguien –le dije viendo una figura a lo lejos.
—No pares cielo mío, sigue montándome. Me da igual, apenas pueden vernos y no se acercaran –dijo apretándome del culo, acercándome mientras mordía con fuerza uno de mis pezones.
Me excitaba mucho esa parte exhibicionista, ruda, salvaje…Cuando el grupo pasaba a unos metros ajenos a lo que sucedía bajo la escalera, noté su semen llenar mi vagina mientras me corría mordiendo su hombro para no chillar
— ¿Vamos a casa? –pidió mirándome fijamente
Sabía que esperaba algo más que una simple respuesta. Me puse las bragas y asentí, él se colocó el pantalón y volvimos a su casa, a la que volvería una y otra vez “a por más”, como él decía siempre entre bromas.