Tarde familiar de parchís. (I)

Dos madres, dos hijos y una tarde lluviosa de verano en la que una partida de parchís parece ser la mejor opción para entretenerse.

Una tarde de agosto del verano pasado que salió muy lluviosa mi madre y yo fuimos a casa de mi tía Sofía a pasar el rato con ella y con su hijo, mi primo Arturo o Artur, como solemos llamarle en familia. Se daba el caso de que por motivos de trabajo tanto mi primo como yo estábamos solos durante aquella primera semana de agosto mientras el resto de nuestras familias ya se habían desplazado a nuestro lugar de veraneo habitual. Artur y yo teníamos que trabajar aquella semana antes de tomarnos nuestras vacaciones. Ambos habíamos empezado a trabajar hacía relativamente poco, tras acabar nuestros estudios. Como ambos hacíamos jornada de verano teníamos las tardes libres.

Nuestras respectivas madres habían decidido quedarse con nosotros para atendernos aquella semana en casa. Ya se sabe con las madres. Siempre piensan que deben estar al lado de sus hijos aunque éstos ya sean hombres hechos y derechos como éramos mi primo y yo. Nosotros se lo agradecíamos llevándolas por las tardes a la playa y eso era lo que habíamos estado haciendo los primeros días de aquella semana. Pero aquel jueves amaneció lluvioso y de hecho no dejó de llover en todo el día. Como ya nos habíamos acostumbrado a pasar las tardes los cuatro juntos en la playa, mi madre y yo, después de comer, nos fuimos dando un paseo bajo la lluvia hasta la casa de mi tía, no muy lejos de la nuestra, para pasar la tarde con ésta y con Arturo.

Cuando llegamos pasamos a la sala y allí estaba Artur tumbado en el sofá. Enseguida la tía nos invitó a tomar café y mientras ésta lo preparaba, Artur dijo:

-Hoy se jodió la playa. A quedarse en casa.

-Hoy no vais a ver tías buenas en pelotas como estos días de atrás, ¿eh, cabronazos? – le dijo mi madre riendo.

Este tono y este tipo de comentarios no eran raros pues tanto mi madre como mi tía son dos mujeres muy campechanas en entornos de confianza y además, durante aquellos días de tardes compartidas en la playa, había surgido entre todos una gran camaradería.

Por otro lado, en la playa mi primo y yo no perdíamos oportunidad de admirar y de hacer comentarios sobre las diferentes mujeres que veíamos en bikini o bañador o incluso en top-less y mi madre y mi tía a su vez criticaban o compartían nuestros comentarios. Con todo ello nosotros cada vez nos atrevíamos a decir delante de ellas cosas más y más atrevidas y no faltó algún “A esa ya le echaba yo un buen polvo”, comentarios estos que provocaban la risa o la crítica simpática por parte de mi tía o mi madre.

Llegamos a coger tal confianza entre los cuatro que hasta nos permitíamos insistirles a ellas para que se pusieran en top-less como hacen tantas y tantas mujeres en nuestras playas. Ellas nos contestaban con humor que ya no tenían las tetas como para enseñarlas y cosas así; nosotros les replicábamos que seguro que las tenían mejores que la mayoría y todos nos reíamos y lo pasábamos bien.

Aquella tarde sin embargo no podríamos ir a playa alguna, y eso que el día anterior, al venir de vuelta a casa, mi primo y yo habíamos sugerido, en plan de broma, que al día siguiente iríamos a una playa nudista y que tendríamos que ponernos los cuatro en bolas. Aunque ellas no dijeron que sí, lo cierto es que la idea les divirtió y hasta mi tía hizo algún comentario subido de tono sobre lo interesante de ver una buena colección de rabos masculinos.

Cuando mi tía volvió a la sala con el café todos estuvimos de acuerdo en que nos esperaba una tarde de casa y conversación. Tomamos café y hablamos un rato después de lo cual, ante la ausencia de alternativas, mi tía propuso que jugáramos un parchís. En su casa jugaban a menudo a este juego y en la nuestra también así que a todos nos pareció buena idea.

  • Mira por dónde – dijo Artur mientras sacaba el tablero y los cubiletes – el día que íbamos a ir a una nudista a ver mogollón de tías en pelotas se nos chafa el plan...

  • Mira que sois calentorros ¿eh? Siempre pensando en lo mismo. – Dijo mi tía divertida.

  • Bueno, pues tranquilos chicos; ya iremos otro día – intervino mi madre con humor y aceptando tácitamente el plan que el día antes había sugerido mi primo. – Seguro que mañana hace bueno y podéis ver tías con todo al aire, y nosotras tíos, claro, que no vais a ser sólo vosotros los que alegréis la vista.

Todos reímos y entonces mi tía dijo, aunque evidentemente en tono de broma:

  • Tías en pelotas, tías en pelotas... Hay que ver esta juventud como está de alterada; ya digo yo; estos siempre pensando en los mismo. –Y remachó riendo:- Si tantas ganas tenéis, de ver tetas ya os enseño yo una, hombre.

  • Es que hoy vamos a echar de menos veros a vosotras el muslamen. Que ya estábamos acostumbrados a estar siempre con dos tías bien buenas medio desnudas a nuestro lado y hoy... – Intervine yo con un toque de picardía aunque sin atreverme a insistir o aceptar aquella propuesta de enseñarnos una teta que mi tía había lanzado con humor.

Todos volvimos a reír y mi madre volviendo al parchís dijo:

  • Bueno, hoy en vez de playita y sol tenemos juegos de mesa así que vamos a empezar que seguro que también nos lo pasamos bien. ¿Qué apostamos al parchís? Algo tendremos que jugarnos, ¿no? Que si no sería muy aburrido. Hay que darle algo de picante al juego.

Entonces Artur, muy oportuna y hábilmente, sugirió:

  • Lo que teníamos que hacer era jugar al parchís pero apostando prendas. Seguro que lo pasábamos mejor que apostándonos unas monedas.

  • Bueno, yo lo que digo que algo sí tenemos que apostar, que si no es muy aburrido. Aunque eso de las prendas no se si no será un poco atrevidillo... – Dijo mi madre con humor.

  • Sí, sí, venga, prendas, que así va a ser más divertido, ya lo creo que sí. – Apoyé yo también la sugerencia de mi primo.

-Es que… -Empezó a decir mi madre un tanto cortada ante aquella propuesta. Pero mi primo la interrumpió aprovechando el comentario anterior de su madre:

-Bueno, tía; mi madre ya andaba ahí toda dispuesta a enseñarnos las tetas así que…

  • ¡Pero bueno! – intervino entonces mi tía también con humor. – Como hoy no vais a ver a chicas en bikini en la playa queréis vernos a nosotras las bragas... ¡Habrase visto!

  • Bueno, os las veremos si perdéis. Si ganáis igual sois vosotras las que nos veis a nosotros en paños menores. – Respondió mi primo Artur.

  • Vosotros lo que queréis es vernos con el culo al aire pero os vais a enterar, que vamos a ser nosotras las que os veamos el pito, - dijo mi tía riendo y aceptando tácitamente el tipo de partida propuesto por su hijo.

  • Bueno, - intervino mi madre dando también por buena la idea – aunque nos vean en bragas y sujetador así ya nos han estado viendo en la playa todos estos días, más o menos...

  • Estos querrán vernos más... – rió mi tía con buen humor.

  • Para eso tendrán que ganarnos, e igual somos nosotras las que los vemos a ellos antes con el pájaro al aire, ja, ja, ja...

Todos reímos con humor y dando por buena la idea de la partida de parchís jugándonos las prendas de vestir.

A mí la idea me pareció sencillamente genial. Me sorprendió un tanto que mi madre y mi tía acabaran aceptando sin demasiada oposición aquel “strip-parchís” pero desde luego la idea me encantó y un punto de excitación recorrió mis bajos. A pesar de ser dos maduritas bien entradas en años pues mi madre tiene 58 años y mi tía 60, ambas me resultaban muy atractivas y apetecibles. Nuestro parentesco familiar no interfería en esa atracción, si acaso la reforzaba. Me causaba un morbo especial la idea de ver a mi madre y a mi tía desnudas y de hecho, cuando los días anteriores en la playa bromeábamos con ellas sugiriéndoles que se pusieran en top-less la idea de verlas con las tetas al aire me causaba una clara excitación. Mi tía, de hecho, es una madura jamona de lo más atractiva, al menos para mi gusto. Bastante rellenita, tiene unas tetas enormes, realmente grandes aunque ya muy caídas, tiene una tripa prominente que lejos de desagradarme contribuye a excitarme al parecerme una mujer madura más real. También posee un culazo grande y gordo además de unos muslazos rellenos y gordos como columnas. Estas características, que para muchos no resultarán atractivas como descripción de una mujer, para mí sí lo son. Mi madre, por su parte, también está más bien rellenita, tiene unas buenas tetas aunque no tan grandes como las de mi tía; su culo, por otro lado, es sencillamente extraordinario, grande, gordo, redondo y salido y muy atractivo. Creo que desde siempre su culo me ha gustado y excitado cuando se le aprecia bien ajustado en las apretadas faldas que suele usar. Tiene unos buenos muslazos, cremosos, bien rellenos y torneados, y unas caderas amplias y rotundas que contribuyen a dar forma a su tremendo culazo de modo que resulta tener más curvas que mi tía. De hecho, y de esto ya me he percatado varias veces al ir con ella por la calle, no son pocos los hombres que se dan la vuelta para admirar su tremendo culo cuando lleva esas faldas ajustadas de tubo o vestidos ajustados que marcas sus caderas y sus formas. Sus piernas también son muy bonitas y cuando calza zapatos de tacón está realmente atractiva.

En los días previos de playa, tanto mi primo como yo habíamos tenido oportunidad de tocarles los muslos a ambas jamonas con motivo de darles crema protectora solar y a pesar de tratarse de mi tía y de mi propia madre debo reconocer que tocarlas me había producido una más que cierta excitación. Y sin duda hubiera afirmado en aquel momento que lo mismo le había ocurrido a mi primo al extender la crema por los muslos de su madre o de la mía.

Ellas a su vez no habían perdido oportunidad de darle también a eso un cariz atrevido y desenfadado a la vez. “Qué gusto que te metan mano unos chicos tan jóvenes” había comentado mi tía alguna vez. Y mi madre recuerdo que una ocasión en que era yo el encargado de extenderle la crema solar, cuando ya acababa me decía mimosa “Sigue, sigue con el masajito, cariño, que me das mucho gusto”. Otra vez que era Artur el encargado de darle crema estando ella boca abajo, cuando se la estaba extendiendo por la parte alta de los muslos y tocándole algo las nalgas le dijo “Ay, picarón, que me estás tocando el culo pero qué gustito me das. Desde luego lo mejor de la playa es cuando estos chicos nos dan la crema”. A su vez mi tía en otra ocasión en que yo le había dado crema por la espalda y los muslos, al darse la vuelta también me ofrecí a extendérsela por delante, ella asintió y yo pude sobarle los muslos por delante incluso acercándome a su entrepierna sin que ella no solo no protestara sino que con una risita me animaba a que mi atrevimiento fuera mayor. En esa misma ocasión luego le dije si en el pecho también se la daba yo y ella me contestó que claro, que quería el servicio completo, así que le empecé a dar crema en la parte alta de sus voluminosas tetas en toda la zona que no cubrían su bañador mientras todos reíamos y mi madre decía: “A ver si se te va a perder la mano entre las tetas de tu tía”.

Con estos detalles quiero ilustrar que entre nosotros ya había un cierto clima de desenfado y confianza en estas cuestiones un tanto atrevidas, de modo que la camaradería y complicidad que se había generado entre nosotros y los buenos ratos pasados juntos durante aquella semana previa de playa, habían hecho posible que la propuesta de Artur resultara perfectamente aceptable y que constituyera una nueva oportunidad para pasar un buen rato. Además ellas, ante la ausencia de sus maridos, se mostraban con nosotros más abiertas y dispuestas a la broma de todo tipo, incluidas las de marcado carácter sexual como queda explicado. De hecho ellas, que siempre han usado bañador en la playa, aquellos días, a sugerencia nuestra, bien es verdad, se estaban planteando comprarse bikinis y lo hacían como una muestra de liberación.

Cuando la partida de parchís estaba a punto de empezar mi tía dijo:

  • Pero de esta partida no se tiene que enterar nadie ¿eh? Que eso de que nos juguemos prendas, dependiendo de quién lo sepa, puede parecer una cosa u otra.

  • Hombre, qué cosas tienes, mamá. ¡Por ahí vamos a ir contándolo...! – dijo Artur.

  • Claro, - apostilló mi madre. – Como si hubiéramos ido a la playa nudista que dicen estos. Tampoco íbamos a irlo contando ¿no?

Pues claro, mamá. Ese será otro de nuestros secretos el día que vayamos. –Dije yo mientras todos reíamos con picardía.

Empezamos a jugar y Artur y yo comentamos entre risas que teníamos ganas de ver ciertos atributos de ambas mujeres.

  • Pues ya tengo yo ganas de verle las tetas a tu madre – me atreví yo a decirle a mi primo y también para testear cómo se tomaban las dos mujeres aquello.

  • Y yo el culo a la tuya – contestó él riendo.

  • Pues espero que se lo veas – le repliqué yo – que así podré vérselo yo también, que seguro que da gusto vérselo.

-¡Ay, qué chicos estos; qué cosas dicen! –Respondía mi madre claramente halagada y sin el menor atisbo de sentirse incómoda por aquellos comentarios

Ellas reían divertidas, así que la cosa no iba mal. Aquellos comentarios nuestros estaban siendo bastante explícitos y ellas, desde luego, estaban más complacidas que escandalizadas con ellos.

  • Yo también espero que podamos dejar a mi madre con las tetas al aire, que tiene que dar gusto verle estas tetazas – rió mi primo – pero más vale que tengamos cuidado que estas cabronas nos dejan en calzoncillos sin que nos enteremos.

Ellas nos llamaron desvergonzados entre risas y dijeron que lo que iba a pasar es que ellas nos iban a ver a nosotros el paquete y que ellas iban a terminar la partida con toda la ropa puesta.

Mi madre, al haber refrescado  puesto que estaba lloviendo, había ido a casa de mi tía con un trajecito de falda verde, y entonces dijo riendo:

  • Por si acaso yo no me voy quitar la chaqueta y eso que aquí en casa hace calor, no vaya a ser que me quede en pelotas antes de tiempo. Con este juego cualquier prenda vale su peso en oro, ja, ja, ja...

Empezamos a jugar y cuando llevábamos tres tiradas sin que ninguno hubiera ni siquiera conseguido aún sacar ficha de su casa creo que los cuatro tomamos conciencia real de lo que podía terminar sucediendo con aquel juego. Como poco, seguro que íbamos a terminar todos o casi todos desnudos. A mí, y seguro que a mi primo también, la posibilidad nos tenía excitados a tope pero mi madre y mi tía, quizá por pudor, debieron observar aquella posibilidad con un cierto temor en aquel momento. Seguramente fue por esto por lo que mi tía apuntó entonces que estaba bien el juego pero que deberíamos jugar sólo hasta que nos quedáramos en ropa interior como mucho. Tanto Artur como yo protestamos con humor y entonces mi madre dijo que deberíamos fijar algunas reglas por lo menos para saber cómo íbamos a hacerlo.

Entonces entre todos establecimos las siguientes reglas de juego: se pierde prenda cuando te comen una ficha, el que come elige la prenda y el propietario de la ficha comida debe entregar la prenda; no se puede elegir una prenda que no esté ya a la vista. Esta regla la propuso mi tía Sofía alegando que no fuera a ser que le obligaran a quitarse las bragas como primera prenda, y explicaba riendo “que así ya me lo veis todo a la primera que me comáis”. El calzado no entraba como prenda, si alguien mete ficha en la meta o casa de ganar, todos los demás pierden prenda y si un concursante ha perdido todas las prendas pero la partida aún no ha terminado, el que le come la ficha le dirá lo que tiene que hacer y éste deberá obedecer ese mandato que sustituirá así a la prenda. La partida termina con las reglas normales del parchís cuando un jugador haya introducido sus cuatro fichas en su casilla de meta. A todos nos parecieron bien esas reglas y seguimos comentando entre risas que iba a ser una partida muy emocionante, desde luego. Para entonces la aprensión que habían mostrado tanto mi madre como mi tía cuando al inicio ya había desaparecido y se las veía divertidas, cómodas y hasta con un punto de excitación. Sin duda lo de garantizar el secreto total de aquella partida, con la discreción que ello suponía, contribuía a tranquilizarlas. Y por otro lado, no me cabe duda de que si a nosotros nos excitaba la idea de ver en pelotas a nuestras madres, a ellas seguro que tampoco les desagradaba la idea de vernos el cipote a nosotros.

Tanto mi tía como mi madre, más en broma que en serio señalaron que acabar completamente desnudos era demasiado. No obstante decían esto sin excesiva convicción y entre risas y nosotros insistimos en que la partida era para jugarla hasta el final ya que si no, no había ninguna emoción. - Además, si sois tan buenas seguro que no os vemos ni el sujetador ¿no? – dijo Artur con tono de desafío.

  • Eso es verdad. Y vosotros, que os creéis tan listos, ya veréis cómo vais a acabar, con todo al aire y si no al tiempo. – Respondió mi madre riendo.

Sin duda, tanto mi madre como mi tía querían más bien guardar las apariencias y no mostrarse tan dispuestas a participar en un juego que muy posiblemente nos iba a hacer acabar a todos desnudos. Pero realmente no debían estar tan en contra de que la partida se jugara hasta el final porque de hecho sus objeciones las plantearon entre risas y comentarios picantes y en modo alguno se mostraron intransigentes. De hecho aceptaron rápida y fácilmente que no hubiera regla alguna sobre el límite de prendas. Sin duda la posibilidad de vernos a nosotros desnudos también debía interesarles por no decir excitarles.

Ambas mujeres volvieron a insistir en que aquella partida no debía ser comentada con nadie más y con aquella seguridad sobre la discreción del asunto ellas parecieron quedar tranquilas.

Nos disponíamos a reanudar la partida, una vez establecidas y acordadas las reglas cuando mi madre, con cierta sorpresa por nuestra parte, propuso una nueva regla: cuando se produjera la victoria final por parte de alguno, éste podía exigir una nueva prenda a los tres perdedores. Con esta atrevida aportación se hizo evidente que para ellas, que el juego acabara de forma decididamente picante, tampoco era un problema sino, seguramente, una fuente de excitación.

Volvimos entonces a tirar los dados retomando la partida. Una vez el juego empezó a rodar, entre que al principio tardamos en sacar las fichas y que, una vez todos empezamos a tener alguna ficha fuera, no se generaban oportunidades de comer dada la lejanía entre las fichas en juego, las dos mujeres se tranquilizaron con respecto a los reparos que pudieran tener ya que no se vieron desnudas de repente.

Como no se producían situaciones de verdadero interés nos dedicábamos a aventurar lo que podría ocurrir.

  • ¡Uy, yo que mal preparada para esta partida estoy! – decía la tía Sofía divertida. – Con este vestidito de estar en casa, en cuanto me coman una ya estoy en bragas y sujetador y verás...

  • Pues mejor – le decía yo a la vez que le daba una palmada en el muslo que su corto vestido de casa dejaba al aire. – Así te empezamos a ver esas carnazas buenas desde el principio.

Conviene quizá aquí señalar la ropa de partida con la que empezamos todos. Mi tía llevaba, como acababa de indicar un vestido de verano de estar en casa, era de tirantes y tenía un más que generoso escote y debajo, a juzgar por sus palabras llevaba bragas y sujetador, éstas prendas debían ser negras por cierto porque los tirantes del sujetador se le veían ya que no los tapaban los finos tirantes del vestido. Mi madre llevaba un traje de verano verde de falda y, como había dicho, no se había quitado la chaqueta. Debajo llevaba una blusa blanca y, supuestamente, debajo bragas y sujetador. Los chicos llevábamos ambos pantalón corto de verano, camiseta y calzoncillos. Sin duda la que salía con ventaja pues tenía nada menos que cinco prendas era mi madre. El resto teníamos todos tres así que era fácil pensar que a lo largo de la partida la mayoría, si no todos, acabaríamos completamente desnudos. Este pensamiento ya hizo que mi polla empezara a reaccionar y tomé conciencia de que aunque no perdiera los calzoncillos el resto de jugadores me iban a ver la polla pues creo que ya pugnaba por salir por encima de la cinturilla de mi prenda interior.

Al principio, y mientras la partida iba cobrando interés, mi tía, mi primo y yo nos centramos en criticar la ventaja de mi madre y en broma anunciamos una especie de alianza para hacerle perder a ella cuanto antes sus prendas.

  • Eres la que tienes más ropa, mamá, pero vas a enseñarnos el culo antes de lo que piensas – le decía yo riendo.

Pronto todos tuvimos fuera varias fichas con las que avanzar. Entonces la emoción fue creciendo aunque aún nadie lograba comer a nadie. Los comentarios eran atrevidos y picantes y paulatinamente se veía que las dos mujeres se sentían cada vez más cómodas ya que no había riesgo de perder una prenda en cada tirada ni mucho menos; de hecho parecía en aquella fase del juego que nunca llegaría el momento en que algún jugador tuviera que entregar una prenda. Todos nos divertíamos y así avanzó el juego hasta que las fichas de unos y otros comenzaron a acercarse produciéndose ya situaciones que podían dar lugar a que algún jugador comiera una ficha de otro. La partida se empezó a animar efectivamente y finalmente llegó el esperado momento en que una ficha fue capturada entre las risas y el alborozo de los cuatro. La suerte quiso que fuera mi madre la primera en ser comida. La autora de la acción había sido mi tía así que a ella le correspondía elegir la prenda de la que debía deshacerse mi madre. Esta le recordó que debía ser una prenda que estuviera a la vista según las reglas fijadas. Artur y yo por nuestra parte intentamos convencer a Sofía para que eligiera como prenda la falda de mi madre.

  • Así le vemos las bragas enseguida – decía Artur divertido y con picardía mientras mi madre le echaba una mirada de reprobación aunque en broma.

  • Eso, eso, que nos enseñe los muslazos, ella que se creía que con tanta ropa no iba a enseñar nada. – Insistía yo.

  • Desde luego qué ganas tenéis de verle el culo a Patricia ¿eh? – decía mi tía Sofía divertida.

  • Sofía, que voy yo luego a por ti, ¿eh? Como me dejes en bragas les enseñas a estos las tetas a la primera oportunidad que se me presente... – le amenazaba mi madre bromeando.

Lo cierto es que mi tía, con toda lógica por otra parte, eligió la chaqueta del traje de mi madre así que esta se la quitó y la entregó sin que ello supusiera destape alguno.

Continuamos jugando y a las pocas tiradas fue mi madre la que comió una ficha de Artur. Entre el alborozo general le ordenó que le entregara la camiseta.

  • Tenías que haberle pedido los pantalones – dijo mi tía con humor, - que ellos antes bien que querían verte a ti rápido sin falda.

  • Tiempo habrá, tiempo habrá... – decía mi madre riendo.

Prosiguió la partida y, tras unas cuantas tiradas sin mayor historia, en la siguiente oportunidad fui yo el que comió una ficha de mi madre. Aunque me correspondía a mí la decisión, entre risas y comentarios picantillos, lo consulté con Artur y finalmente le solicité a mi madre como prenda la falda.

  • Seréis cabrones – decía mi madre riendo mientras se bajaba la cremallera de su falda verde. – Pero bueno, si no me piden la falda me piden la blusa y qué más da quedarse en bragas que en sujetador...

Mi madre si quitó la falda mostrándonos al hacerlo sus gruesos muslazos y claro, también las bragas blancas que llevaba, tras las que renegreaba un poco su vello púbico. Sus tremendas nalgazas no quedaban tapadas del todo con la tela de las bragas y tanto Artur nos quedamos embobados mirando toda aquella exhibición de carne tan apetitosa. En la playa los días de atrás le habíamos visto a mi madre de sobra los muslos, pero ahora era muy diferente aunque de hecho le estuviéramos viendo menos. Ver a mi madre en bragas desde luego me resultó tremendamente excitante. Tras esos momentos breves en que tanto mi primo como yo observábamos como hipnotizados los muslos y bragas de mi madre, recuperamos aliento y entonces la piropeamos mientras le decíamos que se diera una vuelta para dejarnos verle bien el culo:

  • Venga, tía buena, enseña bien el culazo ese que tienes, maciza. – Le atreví a decirle yo.

-¡Pero bueno! –Replicó ella aunque en tono de broma-. ¿Pero te parece bien decirle eso a tu madre?

-Pues claro, mamá. Y no creo que deba molestarte que te diga que tienes un culo estupendo.

-Mira éste cómo quiere verle el culo a su madre…

-Pues claro, tía, que lo tienes bien bueno. –Intervino mi primo.

  • Bueno, así ya me habéis visto en la playa ¿no? – respondía ella como queriendo quitarle importancia al hecho de enseñarnos las bragas.

  • La próxima sin bragas, tía Patri, ya verás... – reía Artur.

Finalmente mi madre se sentó de nuevo en el sofá, a mi lado, por cierto, y tanto mi mirada como la de Artur no podían apartarse de sus gruesos y apetitosos muslos y de sus amplias y carnosas caderas que quedaban a la vista.

Seguimos jugando y tras varias tiradas sin consecuencias, la siguiente ocasión en la que se produjo una comida de ficha fue mi tía la que me la comió a mí. Tras bromear un poco con la posibilidad de pedirme los pantalones, me pidió la camiseta y así me quedé con el torso desnudo. Durante unas cuantas jugadas no se produjeron oportunidades de comer fichas. Luego yo tuve una para comer a mi madre pero no me salió el valor necesario para ello en el dado y luego la oportunidad se esfumó. Cuando se estaba produciendo esa oportunidad mi madre riendo no hacía más que decirme “las bragas no, ¿eh, hijo?, las bragas no”, y yo le decía “si con el culo tan bonito que tienes tenías que estar deseando enseñárnoslo tu sola”. Todos reíamos con estos comentarios y así llegamos a una oportunidad que si cuajó y en la cual fue Artur el que capturó una ficha de su madre.

  • Bueno, pues nada, - decía mi tía entre divertida y resignada y asumiendo que su hijo le solicitaría el vestido veraniego que llevaba. – Pues a quedarse en paños menores... Manda narices que sea tu propio hijo el que te haga enseñar las bragas...

-Hombre, - intervine yo. – Como que porque sea tu hijo no le va a gustar ver en ropa interior a una tía tan maciza como tú.

Artur asintió de forma cómplice mientras el resto reíamos divertidos y crecientemente excitados.

En efecto, Artur le solicitó como prenda el vestido y al quitárselo, además de admirar su tremenda delantera encerrada en su sujetador negro y sus godos muslazos, pudimos ver con sorpresa que la braga que llevaba mi tía era minúscula, tipo tanga. Ante nuestras preguntas y comentarios al verle todo el culazo desnudo con sólo la breve tira negra escondida entre sus tremendas nalgas por toda protección, nos explicó por qué llevaba bragas de este tipo. Resulta que al comprarse ropa interior pidió un conjunto y sin percatarse del tipo de bragas que correspondían al conjunto se lo llevó a casa.

  • Lo traje en la caja de la mercería y mira qué bragas, - le explicaba a mi madre divertida para añadir dirigiéndose a nosotros-: Con esto ya me veis todo el culazo, ¿eh, cabrones?

Entonces yo dándole un cachete  en una nalga le dije que ahí había mucho que ver todavía y añadí:

  • Ya era hora de veros en ropa interior. La verdad es que estás tremenda tía; da gusto ver una jamona como tú tan buenaza y con esas braguitas. Llevas una ropa interior bonita de verdad y el resto de lo que se ve es de primera ¿eh?

  • Venga, venga, - decía ella sin esconder lo halagada que se sentía.

  • A ver mamá, a ver – decía Artur. – Acércate que veamos bien ese culazo gordo que tienes.

  • Anda, anda. Mira que querer verle el culo a tu madre...

  • Y si lo tienes bueno ¿por qué no va a querer vértelo? – Intervine yo. – Yo ya estoy deseando vérselo también a mi madre...

. Al momento Artur propuso que hiciéramos un descanso. Todos estuvimos de acuerdo y entonces le dijo a su madre que sirviera más café a la vez que me guiñaba a mí un ojo. Su madre se levantó diligentemente y para salir de la sala pasó por delante de Artur pero lógicamente, dadas las dimensiones de la estancia, pasando tan cerca de él que prácticamente su culo quedaba a escasos centímetros de la cara de su hijo. Este entonces riendo le dio un sonoro beso en una nalga y acto seguido un cachete en la otra para decir a continuación:

  • Ya te acompaño yo a por el café, mamá. – Y los dos se fueron hacia la cocina para servirnos a todos otra taza de café.

Mientras Arturo y la tía Sofía estaban en la cocina, mi madre y yo comentamos la partida y lo divertida que estaba siendo. Noté a mi madre absolutamente cómoda y relajada con lo que estaba pasando. Se había cruzado de piernas para hablar conmigo y resultaba tremendo verla con su blusa y su magnífico muslamen al aire mientras charlábamos. Reímos comentando las jugadas y pérdidas de prendas ya ocurridas y mientras hablábamos yo le puse una mano sobre su precioso y relleno muslo y le di un beso en la mejilla diciéndole que me gustaba mucho jugar con ella a cosas así, que me encantaba que fuera tan abierta y desenfadada en cosas como aquellas.

-¿De verdad, cariño? –me respondió ella dándome a su vez un beso a mí que casi acabó aterrizando en mis labios a modo de piquito porque yo me moví un poquito buscando precisamente eso. Ella sonrió con picardía y a su vez me dio unos cachetitos a mí en el muslo sin que le molestara lo más mínimo que mi mano siguiera sobre su carnoso muslazo.

Para entonces ya volvieron Artur y la tía Sofía con las tazas de café para todos, las repartieron y cuando la tía Sofía se iba a sentar en su sitio, mi primo volvió a darle una sonora palmada en el culo provocando las risas pícaras de todos.

  • ¡Pero serás cabronazo! – reía mi tía divertida volviéndose a sentar.

  • A ver, tía – le dije yo entonces. - ¿Me dejas tocar a mí un poco ese culazo? Es que verte así, con esas braguitas… Entenderás que den ganas de tocar un poco toda esa carnaza tan buena.

-¡Pero bueno! Pues que será si llego a perder toda la ropa, qué me pediréis entonces si me quedo desnuda, si ya me estáis diciendo que os deje tocarme el culo y aunque todavía lleve puestas las bragas, aunque sean de las que me lo dejan al...

Todos reímos de buena gana y a continuación mi tía me dijo con desparpajo y gracia que se lo tocara si quería, así que se levantó, me puso el culo enfrente y le empecé a dar un suave cachetito en una de sus rotundas y amplias nalgazas.

-¡Eh, eh! –Intervino mi madre-. Nada de tocamientos; eso si acaso ya será una prenda que le podrás pedir a tu tía cuando no le quede ropa que entregar.

-Pues verdad –apoyó mi tía-, así que sobrinito, te quedas sin tocarme el culete.

Los cuatro soltamos una sonora carcajada y yo repliqué:

-Pues esa prenda me la guardo, tía, y pienso cobrármela. No me voy a ir hoy de aquí sin tocarte el culo.

Después de estos jueguecitos que iban caldeando el ambiente proseguimos la partida entre las risas generalizadas de los cuatro pues nos lo estábamos pasando realmente bien y no era precisamente el juego del parchís el principal motivo de divertimento

La partida continúa…