Tarde entretenida

¿Realmente estamos a salvo en nuestra propia casa?

Bostezó estirando los brazos. Llevaba toda la tarde estudiando y los ojos comenzaban a escocerle.

Se levanto y miro por la ventana. Realmente hacia un día fantástico. Empezaba a replantearse seriamente si había sido lo mas inteligente empezar un curso online en pleno Julio. El calor comenzaba a picar y a pesar de llevar únicamente unos pantalones cortos y un sujetador deportivo notaba como una ligera gota de sudor resbalaba por su espalda.

Abrió la puerta.  El sonido de la televisión lleno toda la estancia. Seguro que su madre estaba viendo otro programa de cotilleo. Paso  por la puerta del salón en dirección a la cocina. Abrió la nevera y empezó a beber agua directamente de la botella.

—    ¿Qué tal lo llevas?

La voz de su madre detrás suya casi provoca que el agua se le cayera encima.

—    ¡Joder, mama! Que susto me has dado… ¿Pero no estabas en el salón?

—    Estaba teniendo la ropa, cosa que otras no hacen… —insinuó mirándola con el ceño fruncido— ¿y? ¿cómo lo llevas? —repitió.

—    Bien, bien. Me voy a quedar otro rato repasando y ya lo dejo.

—    Muy bien. Pues me voy a ir a casa del abuelo, ¿vale? Tu padre no llega hasta la noche, así que vete haciendo tu la cena…

—    Vale, mama…

Rodo los ojos. Desde que había vuelto a casa su madre la trataba como si tuviera quince años. La quería mucho, pero a veces la convivencia se le hacia cuesta arriba.

Cerro la nevera y volvió de vuelta al cuarto. Según iba leyendo el siguiente párrafo oía las pisadas de su madre paseando por toda la casa. Siempre hacia lo mismo, parecía que en vez de vestirse en su dormitorio tenia que recorrer la casa entera antes de comenzar a ponerse los pantalones. Suspiro tratando de concentrarse.

Volvió a leer el párrafo.

Su madre fue hasta el salón. Una línea. Su madre fue hasta la cocina. Otra línea. Su madre fue hasta el dormitorio. Otra línea más.

Vale. No se estaba enterando de nada. Su cerebro hacia rato que había desconectado y le estaba pidiendo un merecido descanso.

—    Me voy ya, ¿vale? —dijo una voz desde lejos.

—    Vale, mama

Finalmente un portazo anuncio que se había quedado sola en casa. Intento leer el párrafo por quinta vez, pero al ver que no se le estaba quedando ni una sola palabra desistió. Cogió los auriculares inalámbricos, el móvil y se puso su lista de reproducción favorita.

Cerro los ojos escuchando “Nothing Compares”. Le encantaba desconectar escuchando música. Simplemente había sido su vía de escape para todo. Se sentía mal, música. Se sentía bien, música. Estaba estresada, música.

Un portazo la sobresalto. Miro el móvil. Llevaba mas de un cuarto de hora en la misma posición.

—    ¿Papa? –grito quitándose los cascos.

Silencio.

Que raro. Estuvo un rato intentando oír algo, pero lo único que oía era su propia respiración.

Se encogió de hombros. Lo mas probable es que hubieran sido los vecinos. Eso era lo malo de vivir en ese piso, las paredes eran de papel. Muchas noches se había despertado escuchando a la vecina hablando por teléfono con su hija. Por lo que, no era nada inusual oír portazos.

Además… su madre le había dicho que hasta la noche no regresaría su padre.

Volvió a ponerse los casos y se levanto de nuevo a beber agua. El sol cada vez pegaba más fuerte y sentía el cuerpo pegajoso.

Le encantaba el verano, pero en esos momentos donde el calor apenas le dejaba respirar era una tortura continua. Estaba deseando que fuera fin de semana para ir a la piscina y disfrutar del frescor del agua.

Según iba hacia la cocina comenzó a cantar “Bust your Windows” de Glee. Una serie que en un principio le había parecido ridícula y por insistencia de su amiga María había visto el primer episodio y ahora se había enganchado hasta el punto de buscar todas las canciones en Spotify.

I bust the windows out ya car

After I saw you laying next to her

I didn't wanna but I took my turn

I'm glad I did it cause you had to learn

Movía las caderas, alzando los brazos como si realmente estuviera delante de un escenario. Justo cuando abrió la nevera otro golpe aún más fuerte la estremeció.

«Pero… ¿qué coño» pensó quitándose nuevamente los auriculares.

Esta vez el sonido parecía proceder de algún sitio de su casa, quizás de su dormitorio. La puerta de la calle estaba justo a su derecha, era imposible que hubiera entrado alguien de su familia sin que ella lo hubiera visto.

Comenzó a ponerse nerviosa. ¿Y si había entrado alguien?

Pero eso era imposible. Era plena tarde, el sol ni siquiera se había escondido. ¿Quién en su sano juicio entraría en una casa a plena luz del día?

No. No. Se estaba volviendo loca.

Aun así abrió el cajón de los cubiertos y saco el cuchillo con que el su madre solía deshuesar el pollo. No se había dado cuenta, pero su respiración había comenzado a acelerarse. Se acerco lentamente a la puerta de la cocina. Cerro los ojos y trago saliva dándose ánimos interiormente.

Después de lo que le pareció una eternidad se asomo. El pasillo de su casa parecía sacado de una maldita película de terror. La luz de los dormitorios apenas lo iluminaba y el blancor de las paredes le daba cierto aire tenebroso. Interiormente maldijo a su madre por la manía que tenia de bajar las persianas al mínimo. —que con la luz entraba mucho el calor— decía.

Reviso cada rincón de éste desde la falsa seguridad de la cocina. Nada. Ahí no había nadie.

Agudizo el oído, por si volvía a escuchar ese estruendo, pero la casa nuevamente se había sumido en el más estricto silencio.

Lanzo una mirada fugaz a la puerta principal. Sabia lo que tenía que hacer, pero aun así odiaba tener que hacerlo. Siempre había sido de la clase de personas que al ver una película de miedo recalcan la estupidez de la chica que sola en casa va a ver si hay un asesino en ella antes de largarse corriendo de allí. Y ahora ella iba a ser una de esas estúpidas.

Pero… ¿qué haría sino?

¿Salir corriendo? ¿Ir a casa de la vecina?

Y luego, ¿qué?

Lo mas probable es que fuera el típico ruido que hace un edificio antiguo o incluso que haya sido provocado por algún vecino ruidoso. ¿Qué dirían sus padres al verla así? Que estaba loca, lo mas seguro. Y que era una cobarde.

Lo segundo estaba segura que lo fuera, pero aun así no creía que se tomaran muy bien que dejara la casa sola solamente porque le había asustado un ruido. Porque acaso… ¿cuántos años tenia? ¿18? Ni de broma.

«¡Vamos! ¡Tu puedes!» animo una pequeña parte de ella.

Con el corazón en un puño dio el primer paso hacia el pasillo. Bien. Eso es. Ya lo has hecho. Ahora solo te queda recorrer los cuatro metros de pasillo, girar la esquina y llegar al dormitorio.

Nunca en su vida se le había hecho la casa tan enorme como en esos momentos. Deseo vivir en un estudio de poco mas de 40 m2 cuadrados.

Se coloco el cuchillo cerca del estomago y avanzo otro paso. Luego se dio cuenta que quizás así no podría serle de mucha utilidad y estiro el brazo de modo que el cuchillo estaba totalmente despegado de su cuerpo.

Fue dando pequeños pasos hasta alcanzar la puerta del salón. Miro en su interior. Era poco probable que el intruso estuviera allí, ya que el sonido había venido de mas lejos, pero no quería dejarse ni una estancia sin despejar.

La luz que entraba por el balcón iluminaba bastante bien el lugar. Además… no es que fuera un gran salón, así que solo le costo un pequeño vistazo para descartarlo.

Continuo el camino hasta alcanzar la tan ansiada esquina. Justo enfrente tenia la habitación de sus padres. Dio las gracias porque ese día su madre no hubiera cerrado la puerta, tal y como solía estar habituada. Desde su posición podía ver la cama de matrimonio de sus padres, una de las mesillas de noche y el armario empotrado. Desplazó la mirada a las faldillas del edredón. A pesar de los años aun seguía teniendo cierta reticencia a mirar debajo de la cama. Todavía recordaba el día que había ido al cine con su primo a ver “Viernes 13”. Al volver a casa había entrado un momento al baño. Nada mas salir fue al dormitorio y al coger el móvil se le cayo al suelo, se agacho a cogerlo y su primo salió debajo de la cama gritando con la mascara de Jason puesta. Todavía podía oír el grito de terror que dio ese día. Incluso creyó que se le habían escapado pequeñas gotas de orina del pánico.

Un trauma que había guardado hasta el día de hoy.

Desde entonces incluso pasar el aspirador por debajo de la cama le creaba cierta sensación de angustia y un nudo en el estomago.

Esta vez iba a ser diferente. Tenia que ser fuerte. Miraría debajo de todas las camas si eso era necesario, pero ahora mismo tenia que cerciorarse que no había nadie en la casa.

Toco el gotelé de la pared antes de inclinarse y mirar. Nada, aun.

La habitación de invitados, como solía llamarla su madre, estaba sumida en la más profunda oscuridad. Distinguió la silueta de una de las camas y encima de ella apoyada en la almohada la muñeca de porcelana que le habían regalado por su primera comunión. ¡Por dios! Que mal rollo le había dado siempre. Aun no sabia como había podido aguantar la tentación de tirarla por la ventana.

Nunca le habían gustado ese tipo de muñecas, era como si estuvieran siguiéndote con la mirada. Impertérritas, mirándote con el rostro inexpresivo.

Sacudió la cabeza tratando de quitarse esos pensamientos de encima y observo su habitación justo al lado. Debido a que había estado hace poco estudiando tenia la ventana ligeramente más subida que las del resto de la casa, así que podía vislumbrar perfectamente toda la habitación.

Parecía que no había nadie.

Intento controlar la respiración para oír mejor.

Nada.

La casa estaba en total silencio.

Estaba tan concentrada que el ruido del motor de un coche a lo lejos la sobresalto ligeramente. Rio.

«¡Madre mía! Es hora de dejar de ver películas de miedo, te están pasando factura» pensó notando como el cuerpo se iba destensando poco a poco.

Estaba claro que cada día se estaba volviendo mas paranoica.

Entro en la habitación. Nada. Todo estaba tal cual lo había dejado. Se miro en el espejo de pared. Éste le devolvió la imagen de una chica portando un cuchillo, con el pelo moreno alborotado, los ojos abiertos como platos y la piel más pálida de lo usual.

¡Por dios! Si le daba hasta miedo su propio reflejo. ¿Qué estaba haciendo?

Sonrió. Dejo el cuchillo en encima del escritorio y se peino con los dedos.

Tenia la garganta seca y había sudado más de lo normal por el susto. Eso le recordó que ni siquiera había bebido agua al final. Salió de la habitación en dirección a la cocina de nuevo. Aunque apenas pudo dar dos pasos.

Un ruido de pisadas a su espalda le provoco un escalofrió y como acto reflejo su cuerpo se tensiono. Intento girarse, pero una mano le tapo la boca con brusquedad provocando que chocara con un cuerpo. Alzo el brazo tratando de quitarse esa mano invasora que le oprimía la boca y parte de la nariz.

—    Shhh…

Por mas fuerza que hacia no lograba separarse. Comenzaba a asfixiarse de la presión. Abrió la boca y aspiro tratando de que algo de aire entrara en su cuerpo y es cuando olió ese aroma tan poco usual. Algo dulce le llenaba las fosas nasales. El intruso no paraba de presionar la mano contra ella.

Intento darle patadas, pero apenas alzo la pierna, el desconocido sujeto su brazo izquierdo en la espalda y la estampo contra una de las paredes.

No supo cuanto tiempo trato de zafarse, pero llego un punto en que la cabeza parecía que le iba a estallar, sintió un cansancio abrumador y la vista comenzó a nublársele. El cuerpo le fallaba y ya apenas hacia fuerza contra él.

Se sentía laxa, como si estuviera flotando sobre algo muy blandito. Los ojos le pesaban cada vez más. Trato de mantenerlos abiertos, pero presentía que de un momento a otro se acabaría abandonando a la situación.

Justo antes de acabar en la inconsciencia oyó un susurro cerca del oído.

—    Buena chica.


Despertó con un regusto amargo en la boca. Como cuando por la noche te pasas con las copas y despiertas al día siguiente con sabor a alcohol. Solo que ella no había estado bebiendo.

La cabeza le dolía horrores y una pequeña arcada la sobrevino. Abrió lentamente los ojos. Una luz le apuntaba directamente a la cara y sintió la urgente necesidad de ponerse el brazo por encima, pero sin embargo, no pudo hacerlo.

Algo le oprimía las muñecas impidiéndole realizar la acción. Por fin pudo abrir los ojos completamente.

No estaba en su casa. Era como una especie de habitación de paredes metálicas. Miro a su alrededor tratando de averiguar donde estaba.

Las imágenes de lo sucedido le pasaban por la mente como si estuviera viendo una película rota en la que se han saltado algunas escenas.

¿Qué había pasado?

Pensó en su madre, en los apuntes, el agua de la nevera y el extraño ruido que escucho con los cascos puestos. De repente se le vino a la memoria el forcejeo con el intruso en su casa y el olor dulzón que le había bloqueado los sentidos. Estaba claro que la persona que había entrado en su casa le había administrado alguna clase de droga que le había dejado grogui.

Ya no estaba en su casa, ahora estaba en un cuartucho atada al cabecero de una cama. La luz que antes le había impedido abrir los ojos provenía de un foco en mitad de la habitación. Alzo ligeramente la cabeza tratando de vislumbrar algo más.

Prácticamente la habitación estaba vacía, con la única excepción de una mesa y una silla metálicas.

Volvió a posar de un golpe seco la cabeza en el colchón. ¿Cuánto tiempo llevaría allí?

Recordó que era media tarde cuando la habían secuestrado, pero ahora no tenia ni idea de si era de día o de noche. No había ninguna clase de ventana que le diera alguna pista, solo la luz que provenía del foco.

Ni siquiera sentía el calor el día. Una ligera brisa le llegaba desde algún punto de la habitación. Quizá de algún conducto de ventilación que no lograba ver.

Un ruido metálico la puso en alerta.

La puerta se había abierto dando paso a un hombre alto y corpulento. Llevaba puesto un pasamontañas y vestía enteramente de negro. Todo en él era intimidatorio y aterrador, a pesar de no portar ningún arma en la mano. Trago saliva y se decidió a hablar:

—    ¿Quién…? —la voz apenas le salía— ¿Quién eres? ¿Qué… que quieres de mi?

El hombre inquino la cabeza hacia derecha y después de lo que le parecieron unos minutos interminables se llevo el dedo índice a los labios, en una clara señal de silencio.

Frunció el ceño. Empezaba a dolerle el cuello por la forzada postura, pero no quería perderle de vista en ningún momento. El hombre al ver que permanecía en silencio sonrió de medio lado.

—    Buena chica —susurro con voz ronca.

Entro en la habitación cerrando la puerta tras de si. Cogió la silla y la arrastro hasta prácticamente donde estaba su cabeza. El ruido del metal deslizándose por el suelo, le provoco un escalofrió.

Se sentó y la observo detenidamente.

Abrió la boca, pero volvió a cerrarla al ver como se le achicaban los ojos. No es que hubiera utilizado la violencia contra ella, pero no era estúpida. Sabia que no podría huir en ese estado, así que el único recurso que podía utilizar en su situación era librarse de una posible paliza.

—    Me imagino cuales serán tus preguntas… —hablo con voz suave y pausada— que quien soy, que quiero de ti, que porque te he hecho esto, que donde estamos… ese es el menor de tus problemas ahora mismo. Lo único que tiene que importarte es que si haces exactamente lo que te diga saldrás sin ningún rasguño de aquí. Si no… bueno… creo que eres lo suficientemente lista como para saber que pasaría si no te comportas, ¿a que si? —asintió— Bien. Entonces… ¿vas a ser buena chica?

Volvió a asentir. Una pequeña lagrima se deslizo por su mejilla.

—    Bien. En ese caso vamos a estipular una serie de normas. —sonrió— No te preocupes… son normas muy facilitas. —se levanto arrastrando la silla hacia atrás. Se acerco a ella y la limpio la lagrima con el pulgar— La primera… no hablaras a no ser que te de permiso, harás exactamente todo lo que diga al momento sin titubeos ni vacilaciones… Y la más importante de todas… —acerco su rostro al suyo. Nunca había visto unos ojos tan negros e intimidantes. Se echo ligeramente hacia atrás con temor— No puedes llorar. Quizás esta última se te haga de las más complicadas, pero odio ver llorar a la gente. Si no cumples las normas te castigare y créeme —abrió mucho los ojos— no te va a gustar. ¿Entendido?

Asintió rápidamente.

El hombre se separo finalmente de ella. Se llevo la silla hasta el escritorio, abrió un cajón y saco algo que no pudo ver desde donde estaba.

Intento hacer fuerza con los brazos, pero le había atacado con unas bridas muy apretadas y lo único que conseguía era hacerse daño en las muñecas.

Vio como el hombre volvía a acercarse a ella. Los ojos casi se le salen de las orbitas al ver el objeto que traía consigo. Había cogido unas tijeras enormes plateadas y ahora se acercaba a ella con una sonrisa en los labios.

Vio el resplandor del filo acercarse a su rostro. Cerro los ojos con temor y apunto estuvo de ponerse a gritar como una loca. Durante breves segundos vio su vida pasar como si se tratara de una diapositiva. Pensó en su madre, en su padre y en su reacción cuando encontraran a su hija degollada y tirada en una cuneta. Si es que la encontraban.

Justo cuando espera que el dolor se hiciera acopio de su cuerpo y comenzara a sentir como la vida se le escapaba, simplemente oyó el rasgar de una tela.

Abrió los ojos desconcertada.

Estaba viva. Viva y sin un solo rasguño.

El hombre se le había cortado el sujetador por la mitad y la miraba con una mueca divertida.

—    Tranquila, pequeña. —comenzó a pasar el filo de las tijeras cerca de su entrepierna— Aun no te has portado tan mal como para querer hacer lo que estas pensando… —sonrió enseñando los dientes.

Estaba jugando con su miedo. Lo sabia.

Sabia que de haber querido matarla lo hubiera hecho desde el principio, sin la palabrería de antes, pero aun así no podía controlar las reacciones de su cuerpo.

Una vez la dejo completamente desnuda se la quedo observando con la boca entreabierta. No entendía el porque de esa calma. Simplemente quería que todo aquello pasase lo mas rápidamente posible y volver a su casa con su familia.

Poso una mano en su tobillo y fue subiendo lentamente, acariciando cada zona con extremo cuidado, por sus gemelos hasta sus mulos. Separo sus piernas dejándola completamente en cruz. Al principio pensó en juntarlas de nuevo, pero su mirada taladrándola por dentro elimino por completo ese pensamiento.

—    Buena chica— sonrió. Miro su entrepierna pasándose la lengua por su labio inferior— Eres perfecta, dios…

Alzo la vista mirando fijamente el foco. No quería ver como ese hombre miraba lo más intimo de su cuerpo.

Sintió un aliento en su ingle poniéndole la piel de gallina. Intento no pensar en ello observando la luz amarillenta, dejando que ésta la envolviera y consiguiera trasladarla a un lugar mejor.

Sin embargo, una sensación húmeda en su vagina le hizo pegar un pequeño bote. Volvió la vista hacia él, había comenzando a lamerla apretando sus muslos. Tenia una lengua larga que recorría cada rincón de su anatomía humedeciendo y arrasando todo a su paso.

Se mordió el labio inferior procurando evitar que un gemido escapase de su boca. Lo hacia demasiado bien como para que no le gustara. Aun así no quería que supiera que se estaba mojando gracias a sus caricias. Es como si en cierto modo estuviera consintiendo todo lo que le estaba haciendo y no era así.

Sintió asco de su cuerpo, que actuaba en contra de su voluntad.

Aun así, ese trato no dudo mucho tiempo. Él no quería que disfrutara, simplemente trataba de hacerse el camino más sencillo. No estaba dispuesto a que tuviera el mas mínimo goce de lo estrictamente necesario.

Se subió encima suyo y le agarro fuerte de la barbilla obligándola a mirarle.

—    Escúchame bien. Quiero que me mires todo el tiempo, ni se te ocurra apartar los ojos de mi. ¿Entendido?

Trago saliva.

—    Por… por favor…—balbuceo. Su voz sonaba ligeramente ronca— No… por favor.

Ni siquiera vio venir la bofetada. Solo sintió el ardor en su mejilla y como sus ojos comenzaban a lagrimear. Los ojos de él se volvieron más duros y formo una línea con la boca.

—    ¿Que te he dicho sobre lo de hablar sin permiso? Acaso quieres que sea brusco contigo? —negó rápidamente— Créeme… me estoy comportando bastante bien contigo, así que no me hagas enfadar. ¿De acuerdo?

Asintió.

De repente sintió los labios de él encima de los suyos. No podría llamarse beso, simplemente apretó sus labios contra los de ella fuertemente y se alejo igual de rápido que había comenzado todo.

Una vez de pie se desprendió rápidamente de la ropa quedándose completamente desnudo.

No podría decirse que tuviera un mal cuerpo. Trabajado en el gimnasio y con una ligera capa de vello en una línea que atravesaba su ombligo hasta la ingle. Una cicatriz que cruzaba parte de su cuerpo afeaba ligeramente el conjunto, dándole un aspecto siniestro y peligroso.

Volvió a subirse a la cama.

No había llegado a moverse, permaneciendo en la misma postura que la había dejado. Temía que si se movía volviera a pegarla.

Olfateo ligeramente su pelo y lamio su cuello con la punta de la lengua. Ella permanecía inmóvil como si no fuera con ella la situación.

Acarició sus pezones suavemente mientras metía su lengua en su boca.

—    No sabes las veces que me he imaginado esta situación, pequeña. —susurro. Apretó sus pechos y la dio un pequeño pico— Pensando en tu cuerpo, en como se sentiría acariciarte, introducirme en tu interior…

Permanecía callada escuchando lo que le decía, tratando de averiguar quien podría estar tan obsesionado con ella. Pero no se le pasaba por la mente nadie. Pensó en los hombres que conocía que pudieran dar ese perfil, pero no era una chica que se relacionara demasiado con el genero opuesto y no creía que nadie tuviera esa clase de inclinaciones con ella.

Tan concentrada estaba que le llego totalmente de sorpresa el dolor de su vagina. Le miro. Había aprovechado su momento de ausencia para penetrarla. A pesar de la lubricación que había conseguido con el oral no estaba lo suficientemente preparada para que se metiera en su interior.

Cerro los ojos de dolor y grito. Grito tan fuerte que por un momento pensó que se quedaría sin voz. Una vez noto sus pelotas golpeando sus nalgas le miro.

Un rostro lleno de ira le devolvía la mirada.

—    Así que quieres gritar, ¿eh?

—    No… no… perdón.

—    Pues grita…

Apenas la dejo tiempo para que pudiera adaptarse a aquella invasión. Comenzó a embestirla con fuertes golpes de cadera. Intento apretar la boca para que ningún sonido saliera de ella, pero le ardía terriblemente el interior de la vagina. Parecía que le hubieran metido un hierro cadente en su interior y por más que trataba de evadirse no lo conseguía.

Intento cerrar los ojos, pero otra fuerte bofetada se lo impidió. La miraba con una mezcla entre placer y odio y no hacia más que incrementar la velocidad de penetración.

Al final no se pudo aguantar y comenzó a quejarse mientras sentía como brotaban de sus ojos gruesas lagrimas, lo cual enfureció aún más al hombre, que incorporándose empezó a golpearla los pechos con fuertes manotazos.

—    No… por favor, no… —gritaba ya sin ninguna clase de filtro.

Pero él ajeno a sus suplicas aumentaba la fuerza de sus golpes. Incluso durante el acto se acerco a su cuello dejando su marca en el.

No supo cuanto tiempo duro la penetración, llego un punto en que su cuerpo se abandono al acto. Sus ojos ya sin más lagrimas que derramar observaban como se movía el cuerpo sudoroso que tenia encima. Y por fin, una penetración más profunda de lo normal le indico que había llegado el tan ansiado final. Sin embargo no se alegro. No sintió absolutamente nada. Era como un cascara vacía.

No pensaba, no sentía, no sufría.

El hombre se separo de ella satisfecho y con un último roce a su vagina bajo de la cama.

—    Todo esto no habría pasado si hubieras sido una buena niña— susurro acercándose a su oído. Giro la cabeza hacia él. El gesto de odio se había ido quedando paso al mismo hombre que le había acariciado con tanta suavidad. Le acaricio un mechón de pelo— No te preocupes, pequeña. Se ha acabado por hoy.

Le miro sin entender. Un pequeño pinchazo en el cuello le puso en tensión de nuevo.

—    Shhh… tranquila… Duerme.

La imagen de él comenzó a difuminarse lentamente provocándole el mismo sueño que había sentido en su casa.

El hombre acaricio sus labios y sonrió con afecto. Realmente tenía una boca bonita. Un pensamiento bastante extraño proviniendo de un hombre que le había hecho sufrir tanto.

Y sin más la oscuridad la invadió.


Despertó de un sobresalto.

La dulce voz de Ariana Grande le llenaba los oídos. Se quito los auriculares y miro a su alrededor.

Estaba en casa. Sentada enfrente del escritorio. Justo como la había dejado su madre antes de marcharse. Giro la cabeza en dirección a la ventana. Se había ocultado bastante el sol, pero seguía siendo de día.

No entendía nada. ¿Acaso había sido un mal sueño?

Dirigió la vista hacia los apuntes desperdigados en la mesa. Todo estaba tal y como lo recordaba antes de quedarse dormida.

Quizás todo había ocurrido en su subconsciente.

Sonrió. Eso era. Todo había sido una mala pesadilla. Nada había ocurrido en realidad.

Se lamio los labios resecos y se levanto hacia la cocina.

El espejo de su habitación la reflejo, pero ella no se percato que llevaba una ropa totalmente diferente a la de antes de dormirse, ni tampoco se percato en el circulo purpureo de su cuello. Ni siquiera se percato que el cuchillo que había dejado encima del escritorio ya no estaba allí. No. Ella siguió caminando sonriente hacia la cocina totalmente ajena a su persona.