Tarde en el claro

Este relato trata sobre la pérdida de la virginidad de Abel y Leire, dos jóvenes enamorados que viven en ciudades contiguas. En un lugar secreto al que ambos suelen acudir juntos, esta vez pasarán a mayores demostrándose todo su amor y la atracción que sienten el uno por el otro.

Leire y yo somos como uña y carne. Llevamos dos años juntos, pero es como si siempre hubiera estado ahí conmigo. A veces me da la sensación de que nos acompañamos el uno al otro desde hace mucho más tiempo. Formamos un equipo excelente ayudándonos en los estudios, en nuestros problemas personales y estamos juntos en las buenas y en las malas, levantándonos el ánimo y haciéndonos felices mutuamente.

Hoy por fin ha llegado el día en el que quedamos, no puedo pensar en nada más que en verla de nuevo. La imagen de su sonrisa y sus ojitos verdes entornados emergen en mi mente constantemente. La echo mucho de menos. Llevamos dos largas semanas el uno sin el otro a raíz de que no vivimos en la misma ciudad. Tenemos que realizar un viaje en barco de aproximadamente media hora para poder pasar el día juntos, y los estudios, a veces, provocan que no tengamos oportunidad para visitarnos durante largos períodos de tiempo.

Normalmente, llenamos las épocas en las que no podemos vernos demasiado manteniendo conversaciones constantes por whatsapp, teléfono y videollamada, e incluso quedándonos dormidos hablando y despertándonos a la mañana siguiente con la imagen del otro en nuestro teléfono, pero estas prácticas no son suficientes y lo único que logran es que tenga más y más ganas de ella según pasan los días.

Leire es un año más pequeña que yo. Es una chica menuda, de piel muy blanca y ojos verdes con destellos marrones. Su complexión pequeña hace que su culo respingón y sus pechos simétricos resalten de forma considerable respecto al tamaño de su cuerpo.

Es la única persona en este mundo que tiene la habilidad de hacerme sonreír pase lo que pase, bajo cualquier circunstancia. Adoro su forma de ser y de expresarse, siempre con energía positiva y la dulzura que la caracteriza. Es un terremoto emocional, y suele ponerse nerviosa en mi presencia, lo que genera que hable rápido, de forma adorable y se sonroje ligeramente, destacándose aún más las pecas de sus mejillas y el contorno de su sonrisa.

Ya he llegado al puerto de su ciudad y estoy algo nervioso. Es una ocasión especial, ya que hace mucho que no nos vemos, y no puedo evitar tener ciertas mariposas en el estómago por la emoción y las ganas de que llegue el momento de pasar otra tarde juntos. Me encuentro sentado en un banco de por la zona, cuando de repente, noto como alguien me tapa los ojos desde atrás.

-¿Quién soy? -Preguntó una voz dulce y juguetona, que reconocí instantáneamente como la de Leire.

Sonreí, y sin darme tiempo a mediar palabra, recibí un tierno beso en la mejilla.

Nada más notar el contorno de sus labios en mi cara, me subió a través del estómago una sensación de felicidad nerviosa, la cual canalicé girándome y devolviéndole el beso, esta vez en los labios.

-¡Hola, mi amor! Que guapa estás. -Enuncié mientras nos mirábamos con cariño. -Por ti no pasa el tiempo, ¿eh? No parece que llevemos sin vernos como un millón de años. -Dije con sorna.

-¡Eres un exagerado Abel!, por cierto, ¿Yo también te quiero eh? -Afirmó Leire burlona.

-Te quiero, tontita. -Dije riéndome. -¿Qué tienes pensado hacer hoy? Ya que estamos en tu ciudad te toca decidir a ti. No aceptaré un no por respuesta.

-Está bien… no te lo quería decir todavía, pero tengo una sorpresa, aunque primero quiero que demos un paseo hasta el claro. Como llueve un poquito seguro que está precioso. -Dijo Leire con un brillo especial en los ojos y una sonrisa.

Yo asentí emocionado, ya que eso sólo podía significar una cosa, íbamos a tener una tarde de intimidad.

El claro, como nosotros le llamamos, es un lugar que descubrimos explorando un bosque de las afueras de la ciudad en una de nuestras caminatas, mientras buscábamos un emplazamiento bonito en el que pasar el día. Es el sitio más parecido al paraíso que conozco, un lugar discreto, de difícil acceso y rodeado de árboles, que además de aportar un atractivo aspecto a la zona, hacen que sea un sitio lejano a las miradas de cualquier curioso que pudiera encontrarse por allí.

Cuando descubrimos el claro, comenzamos a ir de vez en cuando por ser un área tranquila, al aire libre e ideal para momentos en pareja en los que nadie podría molestarnos, ya que ninguno de nosotros poseía un lugar privado en el que estar y nuestras casas rara vez estaban vacías.

-¿Cuál es esa sorpresa de la que hablabas? Me tienes en ascuas cariño. -Le dije a Leire, cuando ya estábamos llegando.

Ella me miró con un semblante entre cariñoso y pícaro, haciéndome entender por sus gestos que no me lo diría hasta llegado el momento.

-Una sorpresa es una sorpresa Abel, si te lo dijese, ya no lo sería. -Afirmó riéndose, llena de razón.

-Me matas con esa lógica aplastante amor, está bien, no lo preguntaré más. -Dije, mientras estallábamos juntos en una risotada.

Llegamos al claro y a Leire no le faltaban motivos para decir que estaba precioso. La lluvia hacía que los colores verdes y marrones del bosque se enfatizasen, y la hierba sobre la que caminábamos emanaba un olor a petricor sumamente agradable. Leire y yo paseábamos por allí riendo, charlando, agarrados de la mano y besándonos constantemente mientras la lluvia caía sobre nosotros, haciendo la situación aún más especial. Nada podía ser mejor en aquel momento, o al menos eso creía.

-Jolín, ¡estoy empapada! -Exclamó Leire, al darse cuenta de que estábamos tan mojados que parecíamos como recién salidos de la ducha.

-Eso es lo de menos, ha merecido la pena venir. Nunca habíamos visto el claro tan bonito, además, no sabes lo preciosa que estás así. -Dije sonriendo, mientras le acariciaba la cara con ambas manos.

-Ay, amor… -Masculló Leire ruborizada, y acercó su cabeza a la mía.

Nuestros cálidos labios se encontraron y nos fundimos en un tierno beso que parecía no tener fin. Nuestras lenguas jugueteaban traviesas, intercalando piquitos con mordidas de labios, besos profundos, apartarnos maliciosamente el uno del otro para hacer que la situación fuera todavía más excitante…

Al poco rato, Leire, que tenía sus manos abrazando mi torso por dentro del abrigo que llevaba puesto, no pudo aguantar más la tensión del momento y comenzó a desabrochar los primeros botones de mi camisa mientras seguía besándome, acariciando mi pecho con sus dedos de manera traviesa.

-Oye Lei, estoy pensando que nos vamos a acatarrar si seguimos con esta ropa tan húmeda puesta. -Afirmé, esperando que ella me siguiera el juego.

-Tienes razón. -Dijo con tono sugerente. -Sería una pena que nos cogiera el frío, ¿verdad?

-Preguntó mientras seguía desabrochando mi camisa.

Comenzamos a desvestirnos mutuamente sin parar de darnos cariño en ningún momento. Yo, que ya estaba con el torso completamente desnudo, le quité a Leire su camiseta y comencé a obsequiarla con pequeños besos en el cuello mientras acariciaba su espalda. Su piel era sumamente suave y olía a una mezcla de perfume de jazmín, combinado con la humedad de la lluvia que aún caía sobre nosotros.

En cuanto separé mi cabeza unos centímetros de ella, ya que me estaba desabrochando el pantalón y quería disfrutar del momento desde otra perspectiva, me percaté de que llevaba un sujetador de encaje de un tono verde aguamarina, que combinaba a la perfección con el color de sus ojos y además transparentaba sus pechos dejando entrever sus pequeños pezones, erizados por el frío y por la fogosidad del momento.

-Lo tenías todo preparado ¿eh? -Le dije mientras mis manos paseaban por su escote, haciéndole entender que me encantaba lo que veía.

-¿Tanto se nota? llevábamos mucho tiempo el uno sin el otro y quería darle una alegría a mi chico. -Afirmó guiñándome un ojo, mientras sobaba mi miembro por encima del calzoncillo, con mi pantalón ya desabrochado.

Decidí seguir los pasos de Leire y despojarla de sus vaqueros cuanto antes, al igual que ella había hecho conmigo. Lo que encontré debajo de estos, fue un tanga muy pequeño a juego con su sostén, que tapaba sólo lo justo, haciendo que se viese preciosa con una fina tela verde atravesando sus nalgas y el tejido de encaje transparente que mostraba una vulva totalmente depilada.

No pude resistirme ante lo que veían mis ojos y mis manos pasaron de acariciar su terso cuerpo a bajar lentamente sobre sus caderas y manosear su culo. Mientras, ella masturbaba mi pene con una mano y masajeaba mis huevos con otra, cosa que me volvía loco.

-Todavía no te he enseñado la sorpresa. -Me susurró al oído con voz juguetona.

-¡Es cierto! Ya me había olvidado. -Exclamé. -No creo que pueda ser algo mejor que esto. -Dije de manera lasciva.

-¿Ah no? -Se cuestionó Leire, y se giró hacia su bolso que colgaba de la rama de un árbol, del que sacó un par de preservativos y un pequeño bote de lubricante. -Quiero que lo hagamos Abel, eres una persona muy especial para mí y sé que es contigo con quien quiero dar este paso. Nuestra primera vez, juntos. -Afirmó, mientras pasaba su mano por mi pelo y agarraba mi nuca de forma entrañable.

Yo sonreí alegre como un niño. Nunca había sacado el tema hasta ahora porque no quería presionar a Leire. Al fin y al cabo, me importaba mucho, pero me moría de ganas de perder la virginidad con ella y no quería que pensase en ningún momento que éramos novios para tener sexo. Había escogido este día especialmente romántico para traerme aquí de improvisto, y entre la lluvia y la naturaleza, consumar nuestro amor de la forma más bonita posible.

-Eres la mejor mi vida, ven aquí. -Le dije, y la agarré por las caderas haciéndole un gesto para que se tumbara conmigo en el suelo. Ella me entendió a la perfección y sacó una toalla de su bolso, la cual extendió en el suelo del claro para que nos pudiéramos recostar sin mancharnos.

-No se te escapa una cariño, veo que has pensado en todo. -Afirmé divertido, ya que me hacía mucha ilusión que lo hubiera planeado hasta tal punto.

Nos sentamos y yo me posicioné detrás de ella, desabrochando el sostén verde mientras besaba su espalda y su cuello. En cuanto retiré la prenda de encaje con la mayor delicadeza posible, sus pechos colgaron ligeramente y enseguida los envolví con mis manos, magreándolos, notando el tacto de sus pezones duros entre mis dedos. Leire no pudo evitar soltar un pequeño gemido, acompañado de un escalofrío que recorrió su cuerpo, poniéndole piel de gallina.

Me mantuve así durante un rato, centrando en ella todo el placer, ya que pretendía elevar el nivel de erotismo al máximo para que todo fluyera con naturalidad y Lei se encontrara cómoda y sin nervios. Todo debía ser perfecto.

Llegó un punto en el que ella giró su cara para darme un beso y me dijo al oído, sin miramientos: -Mira mi amor, esto es para ti, ¿lo quieres? -Mientras cogía mi mano y la ponía entre sus piernas, introduciendo mis dedos medio y anular en su tanga esperando que comenzase a tocarla.

Yo jugueteé un rato con su clítoris, que se encontraba enormemente reactivo, y cada vez que usaba mis dedos para acariciarlo y presionarlo, Leire respiraba de manera entrecortada y sus pezones se erizaban cada vez más. El contraste de temperatura que generaba la lluvia cayendo sobre nosotros y el calor de nuestros cuerpos encendidos por la pasión, no hacía más que enfatizar el morbo del momento. Convirtiéndonos en dos seres invadidos por el arranque de lujuria en el que nos encontrábamos sumidos, siendo, sencillamente, sendos cuerpos que se dedicaban a dar y recibir placer.

-Cielo, estoy harta de disfrutar teniéndote detrás. Ven, quiero verte la carita mientras nos lo pasamos bien. -Afirmó Leire.

-Claro bebé, túmbate. -Le dije, y me recosté encima de ella mientras la besaba, sosteniendo su cabeza.

Enseguida comencé a bajar; pasando mi lengua y mis labios por su cuello hasta llegar a sus pechos suaves y agradables, en los que me recreé especialmente, agarrándolos, mordiendo sus areolas y lamiéndolas en círculos, asegurándome de que no quedaba ningún rincón de sus tetas que no hubiese sido besado.

Leire se mordía el labio mientras suspiraba, de manera entrecortada, las pocas palabras que su exaltación física le permitía proferir. “Uh”, “Sí”, “Así, mi niño”.

Según continué mi camino de descenso Leire me paró con dulzura.

-No voy a disfrutar sólo yo ¿no, mi amor? también quiero hacerte sentir lo especial que es esto para mí. Túmbate. -Acto seguido, Leire se colocó encima de mí, pero al revés. En posición de 69.

Con la visión de su pequeña y virginal vagina rosita, abierta y empapada a pocos centímetros de mí, me dispuse a besar con dulzura sus muslos para darle pasión a la situación y hacerme de rogar. Como respuesta sentí como Leire le daba tiernos lametones a mi glande, para posteriormente, rodearlo con sus labios introduciéndolo en su boca, haciendo que sintiese instantáneamente el calor y la lubricación de una felación. La diferencia del tacto de su mano a su agradable y sedosa lengua recorriendo cada centímetro de mi miembro con la avidez de una chica experimentada era impresionante. Lamía de arriba a abajo, chupaba con efecto ventosa, realizaba movimientos de espiral teniendo mi capullo dentro de su boca… era toda una artista, esta vez era yo el que no podía evitar gemir. Según pasaban los minutos me costaba más contener mi eyaculación, tanto por la mamada maravillosa que mi novia me estaba haciendo, como por el morbo que me daba ver lo que le gustaba y se implicaba en ella, mientras su vulva con sabor a miel, que yo también estaba disfrutando de manera insaciable llenándome la boca y la cara con sus fluidos, se humedecía más y más con cada lamida.

-Uf, para Lei, no quiero terminar todavía. -Exclamé.

-Claro cielo. ¿Tan bien lo hago? -Dijo lamiéndose un dedo, mientras me miraba traviesa.

La imagen de Leire desnuda, observándome de esa forma, con sus labios y las zonas de su cara adyacentes llenas de saliva por haber estado dándome placer me excitó tanto que supe que estaba preparado para dar el siguiente paso. Ambos lo estábamos.

-Coge un condón cariño. -Le dije. -Y Leire se giró para hurgar en un bolsillo de su chaqueta.

Extendí la mano para que me lo diera, pero ella negó con la cabeza, chistando.

-Te lo pongo yo, quiero que mi niño se sienta como un rey. -Dijo. -Y lo abrió con una facilidad pasmosa, colocando el lado correcto en la posición indicada y apretando la punta mientras lo desenrollaba a lo largo de mi pene, dándome a entender que había estado practicando con otros preservativos antes, preparándose para este momento. Yo, mientras tanto, estaba ensimismado de ilusión con la joya de novia que tenía, todavía no podía creérmelo.

-Túmbate. -Le dije, sonriendo y dándole besitos tiernos.

Me coloqué encima de ella con toda la delicadeza que pude y la penetré sin ninguna dificultad, sin necesitar del lubricante que había traído por si sufríamos problemas técnicos. Leire gimió y yo comencé a moverme con mi miembro dentro de ella.

-Que mojadita estás, no nos ha hecho falta ni el lubricante amor. -Exclamé encantado.

-Bueno, no todas tienen un novio tan guapo y atento, eso lo facilita mucho. -Dijo a modo de halago.

Se me escapó una risa cómplice, que se ahogó con un pequeño gemido.

Poco a poco, comenzamos a coger ritmo. Yo me movía con algo más de velocidad, a lo que Leire respondía agarrando mi espalda, clavando sus uñas en mi culo y aferrándose a mi cuerpo mientras me susurraba al oído.

-“Sigue cariño”, “No pares”, “¡Abel!”, “Joder, no sé cómo he podido vivir tantos años sin esto”.

Este último comentario provocó una carcajada en ambos, lo que nos desconcentró un poco de la tarea. Pero enseguida continuamos.

-Me toca llevar el ritmo, túmbate tú. -Dijo Leire, mientras me daba a entender que parase.

Nada más hacer este comentario se puso encima de mí. La vista era excelente, Leire tenía sus manos a ambos lados de mi cabeza de tal forma que sus tetas colgaban directamente hacia mi rostro. Y esta postura me permitía tocarla cuanto quisiera.

Ella cogió mi pene desde atrás con una de sus manos, se lo introdujo, y comenzó a cabalgarme. Mis manos acariciaban su culito redondo mientras sus pechos se movían encima de mi cara de forma hipnótica y excitante. Leire estaba gimiendo más que antes, parecía que le gustaba más esa postura.

-Como disfrutas llevando las riendas ¿eh, amor? -Manifesté.

-Y tú como me conoces ¿eh, sinvergüenza? -Respondió divertida. -Además así me llega más al fondo, es increíble. -Exclamaba entre gemidos.

Yo recorría todo el cuerpo de Leire con las manos, apretaba sus nalgas, acariciaba su espalda y de vez en cuando agarraba sus tetas. Lo que, a juzgar por sus gemidos cuando lo hacía, parecía que le encantaba.

Estaba aprendiendo rápido, cada vez utilizaba más las caderas y menos la espalda, lo que se traducía en un mayor recorrido de mi miembro dentro de ella dándonos más placer a ambos. De vez en cuando se acercaba a mí sin dejar de moverse y me daba un beso con lengua, bien profundo, para posteriormente apartarse dejándome con las ganas de más, enseñándome quien mandaba. En una de estas acometidas, reaccioné.

-Conque esas tenemos. -Expresé de forma maliciosa. Al momento, saqué mi miembro de su vagina. -Tienes que portarte bien amor, si no, no hay más. -Dije juguetón.

-No cariño, no me hagas esto. -Dijo la inocente Leire, siguiéndome el juego sabiendo que era una broma. -Vamos a hacer una cosa. ¿Quieres ver mi culito moverse mientras lo hacemos?

Yo atendía expectante. -Sorpréndeme. -Le dije.

Ella me miró con semblante pillo, y sin mediar palabra, se puso a cuatro patas mientras me lanzaba un beso por el aire. - ¿No te mueres por probar esto? Preguntó traviesa.

-Menuda novia más curiosa tengo ¿no? -Dije bromeando. Y me dispuse a disfrutar de la situación.

Esta vez no tuve ningún tipo de cuidado debido a lo morboso del momento. El primer embate que realicé fue penetrándola hasta el fondo, escuchando como gemía en su mayor parte por placer, pero también con un tono de ligera molestia.

-¡Bruto! -Me dijo con una mezcla entre queja y disfrute.

Y continué haciéndole el amor, siendo consciente de que la situación había pasado del romanticismo al sexo salvaje en un abrir y cerrar de ojos.

Descubrí que esta era la postura favorita de Leire, porque a diferencia de la otras, ahora gemía casi gritando, sin la capacidad de mediar palabra excepto para pedirme que le diera más rápido.

-Abel, me corro. -Exclamó.

-Uf, yo también mi vida, no aguanto más. -Confesé.

-Hagámoslo mirándonos a los ojos. -Me pidió, mientras se apartaba un poco para poder tumbarse.

Comenzamos a hacerlo de nuevo en la postura del misionero, esta vez con mucha mayor dulzura que durante todo el proceso anterior, si es que esto era posible. Nos llenábamos de besos y caricias, sonriendo y susurrándonos cosas bonitas. Poco después, no pudimos contenernos más. Tuvimos un orgasmo espectacular, en una explosión de placer compartido. Un placer puro y cómplice, entre dos personas que, queriéndose de verdad, habían disfrutado juntas como nunca antes.

-Te quiero tontito. -Dijo Leire sonriendo, tumbada por el agotamiento y abrazada a mí, de manera que buscaba instintivamente mi protección, el calor de mis brazos a su alrededor.

-Y yo amor. -Dije mientras la correspondía abrazándola de manera firme y segura.

Estuvimos un largo rato desnudos en esa posición, charlando por momentos, y en otros simplemente nos mirábamos y nos ruborizábamos por lo que acabábamos de hacer. Había parado de llover y era algo que había pasado desapercibido por nosotros durante vete tú a saber cuánto tiempo. Lo que si sabíamos es que teníamos que empezar a vestirnos, el barco que me llevaba de vuelta saldría en aproximadamente cuarenta minutos.

Bajamos del claro paseando tranquilamente y llegamos al puerto. No podíamos despegarnos el uno del otro, sonriendo, dándonos besitos y abrazándonos mientras aprovechábamos los últimos minutos que nos quedaban juntos.

Tuve que embarcar y nos despedimos efusivamente, sabiendo que tendríamos que esperar siete largos días para volvernos a ver, pero que merecería la pena con creces.

Una vez solo, miraba por la ventanilla del barco. Me encontraba feliz y melancólico a la vez, flotando en una nube de amor pensando en cuando volvería a ver a mi Leire. De repente, me vibró el móvil. Era ella.

El mensaje decía:

Abel, somos mejores amigos, confidentes y ahora hemos recorrido una parte más de nuestro camino juntos, convirtiéndonos en amantes. Nadie podría hacerme más feliz que tú. Te quiero.