Tarde de verano

Dani es mi primo canario; Peter es uno de mis mejores colegas. A los tres nos gusta el fútbol y, en verano, el calor no es lo único que aprieta...

Tarde de verano (I)

  • Joder, otra vez ‘ET’ en la tele. ¡La he visto como mil meces, macho!

  • Va, venga, deja de quejarte, que ‘ET’ es un clásico… ¡Siéntate y vamos a verla!

Mi primo volvía de la cocina con un ‘Danone’ en la mano, chupando los restos de yogur de la tapadera, mientras yo hacía zapping en la tele. Acabábamos de comer y, sobre la mesa, estaban las latas de ‘Coca-Cola’ vacías y los restos de la pizza precocinada que habíamos devorado hacía tan sólo unos minutos. Mi primo se dejó caer pesadamente sobre el sofá y empezó a dar vueltas al yogur con la cuchara, mientras miraba distraídamente la tele.

  • ¿Por dónde va? ¿Ya han descubierto al bicho?

  • No; me parece que acaba de empezar, tío…

Los dos nos quedamos medio atontados, mirando la tele. El calor era asfixiante. Mi primo comía su yogur lentamente, mientras yo daba un último y pausado sorbo a mi lata de ‘Coca-Cola’.

  • ¿No tomas postre? – me preguntó, sin retirar la mirada de la pantalla.

  • No, paso, tío… No me apetece. ¡Con este puto calor, se me quitan las ganas de comer! Además, que todavía tengo el estómago hecho polvo por todo lo que bebí anoche, tronco…

  • Joder, macho, pues está buenísimo y tienes la nevera llena…

  • Ya; mi madre tiene la manía de dejarme la nevera llena de yogures. Se piensa que todavía estoy creciendo, jejeje…

  • ¡Qué cabrón! Verás cuando te toque vivir solo y nadie te compre yogures, ¡jajaja! – me echó una mirada divertida, mientras apuraba su postre.

Mi primo Dani tenía veinticuatro y llevaba desde los dieciocho viviendo en Madrid. Mis tíos, aunque eran de la capital, se habían trasladado hacía años a Canarias y él decidió venirse a la Península en cuanto empezó a estudiar la carrera. El primer año vivió en casa, con mi familia, pero luego decidió irse a un piso compartido, para tener más independencia y privacidad. Con todo, pasaba mucho tiempo en casa y, cuando yo me quedaba solo en verano, en Navidad o algunos findes, se venía a dormir muchas noches.  Dani  estudiaba una Ingeniería Superior, pero todavía no había acabado. Con la excusa de que era una carrera difícil, ya iba por el sexto año y todavía tenía uno o dos por delante antes de obtener el título.  Ambos habíamos cateado asignaturas en junio, así que él no se había ido a Canarias con la familia y yo tampoco me había ido a la sierra con mis padres y mi hermana, sino que ambos nos habíamos quedado en agosto en Madrid para estudiar y recuperar el tiempo perdido durante todo el curso. No fue el caso de aquel sábado; la noche anterior habíamos salido hasta las tantas y ninguno de los dos tenía muchas ganas, ni intenciones de abrir un libro.

  • ¿No os rula el aire o qué, macho?

  • ¡Qué va, tío! Lleva todo el verano roto. Como mis padres están en la sierra, pasan de arreglarlo. Soy yo quien se jode… Mi padre dice que si quiero aire acondicionado, que pague yo el arreglo. Como si no supiera que no tengo ni un puto duro, jajaja…

  • ¡Qué cabrón! Para copas, bien que tienes, que anoche te bebiste el Manzanares entero, jajaja.

  • Calla, calla, no me lo recuerdes, que todavía me da vueltas todo…

En efecto, la noche anterior nos habíamos ido de farra hasta las ocho de la mañana. Con la excusa de que sería el último finde que saldríamos antes de los exámenes, nos habíamos liado la manta a la cabeza y la noche había acabado con las primeras luces del sábado y con un resacón de campeonato. De hecho, nos habíamos levantado poco antes de las dos, ojerosos y cansados, y habíamos dedicado lo que llevábamos de jornada a meter en el microondas un par de pizzas y holgazanear en el sofá, mientras veíamos la tele.

  • Joder, tío. ¡Cómo me reí anoche, eh! Tenemos que repetirlo…

  • Sí, estuvo bien, ¡eh! Ya te dije que mis colegas son unos tíos de puta madre – le respondí.

Mi primo se había venido con mis amigos y conmigo aquella noche. Era el cumple de mi amigo Peter y habíamos montado la de Dios. La idea era tomar unas cañas en su casa, en plan ‘de trankis’, pero la cosa se fue complicando y, al final, acabamos montando un fiestón con cuarenta o cincuenta personas en su piso. Cuando ya no entraba ni un alfiler en aquella casa y empezamos a temer acabar todos en la comisaría por la queja de algún vecino, nos fuimos unos cuantos, incluido mi primo, a un After del centro, donde aguantamos hasta entrada la mañana. Lo habíamos pasado genial aquella noche, aunque había sido agotadora y ahora estábamos pagando las consecuencias.

  • Pobre Peter, va a tener que recoger vasos hasta debajo de las camas…

  • Joder, tío… Ya te digo… Vasos, latas… Hasta condones…  Que el cabrón del Juanma se ligó a una amiga de Paula y acabaron en la habitación enrollándose.

  • ¿En serio? No me ‘cosqué’, tío… Creo que, en lugar de estar aquí haciendo el vago, deberíamos pasarnos por su ‘kely’ y  a ayudarle a recoger, ¿no crees?

  • Pff… No tengo fuerzas ni de recoger mi propia lata, así que paso, macho. Me quedo aquí, viendo ‘ET’…

  • ¡Qué cabrón eres, jajaja!

  • Sí, pues anda que tú… Que te vi enrollándote con Paula, macho. Como se entere tu chica, verás…

  • ¿Qué dices, tronco? Fue ella, que me metió la lengua en la boca… Yo estaba un poco pedo y le seguí el rollo. Pero yo paso de tener nada con tu amiga Paula, que es una niñata.

  • Pues será una niñata, pero se ha tirado a la mitad de mis colegas, que lo sepas…

  • Joder, ¿en serio? No me digas eso, macho…

A Dani le gustaba dárselas de mayor y de hombre de mundo, pero sólo me sacaba un par de años. Yo tenía veintidós y, como sólo tenía una hermana pequeña, él era lo más parecido a un hermano mayor que había tenido. La verdad es que siempre habíamos congeniado muy bien, entre otras cosas porque Dani era un chaval muy carismático,  una de esas personas que se hace querer y que cae bien a todo el mundo. Su desdibujado acento canario era absolutamente irresistible y su éxito con las chicas era tremendo. Había tenido un montón de novias, pero llevaba ya casi un año con Elsa, la chica con la que parecía haber sentado la cabeza, salvo por las licencias que se tomaba de vez en cuando, como la de la noche anterior con Paula.

  • Tenemos que repetirlo, tío. Pero sigo pensando que deberíamos ir a echarle una mano a Peter, macho…

  • Espera, que le mando un Whatsapp, a ver cómo va…

Cogí el móvil, que estaba encima de la fumadera, y le mandé un mensaje a mi amigo, transmitiéndole la inquietud de mi primo. Peter no tardó en responderme:

  • Peter dice que ya tiene todo arreglado. Por lo visto, él bebió poco y no tiene resaca. Dice que madrugó y que recogió el piso durante la mañana. Va a echar un partido esta tarde, me dice.

  • ¡Joder, es mi puto héroe! Con este bochorno, el único ejercicio que me apetece hacer es tocarme los huevos, jajaja – dijo mientras se rascaba el paquete.

Dani y yo estábamos en calzoncillos. Él llevaba unos slips ‘Calvin Klein’ negros y yo llevaba unos holgados  boxers de tela blanca que usaba  sólo para estar en casa.

  • Va, tío. Calla la boca y déjame ver la peli, anda – le tiré un cojín a la cara, al tiempo que decía esto.

Nos quedamos callados, viendo la película, hasta que Dani se quedó frito en el sofá y empezó a roncar como una locomotora.  Empecé a hacer ruidos con la boca, para que dejara de roncar, pero como no conseguía mi objetivo y me estaba empezando a poner nervioso, le tiré otro cojín y lo desperté.

  • ¿Qué pasa, cabrón? – me dijo medio adormilado.

  • Pasa que estás roncando como un puto oso, macho. No me centro en la peli, tío. Vete a la cama a dormir la siesta, anda.

  • ¡Joder, tío! ¡Qué brasas eres! Va, venga, vale, macho… Voy a echarme un rato en la cama, a ver si duermo un ratillo.

Dani se levantó del sofá, se colocó el paquete bajo el calzoncillo y se sacó la tela de la raja del culo. Al parecer, se le había quedado pegada allí con el sudor. Se fue camino a la habitación, rascándose la espalda.

  • ¡Eres un puto brasas! ¡Qué lo sepas! – dijo mientras se alejaba por el pasillo.

Me quedé viendo la peli yo solo en el salón, mientras escuchaba de fondo los ronquidos de mi primo. Aprovechando uno de los cortes para la publicidad, fui al baño a echar una meada (todavía estaba evacuando el alcohol de la noche anterior) y, de paso, cerré la puerta de la habitación donde Dani dormía la siesta. Al hacerlo, pude verle tumbado de espaldas, con el cuerpo sudoroso y la respiración entrecortada, las piernas peludas y el slip marcando las formas de su trasero. La luz que entraba por las rendijas de la persiana se reflejaba sobre su cuerpo, dándole una apariencia casi fantasmal. Volví al salón y continué viendo la película, sin escuchar ya los sonoros ronquidos de mi primo.

Cuando la peli estaba a punto de acabar, el sueño empezó también a atacarme. Habíamos dormido poco la noche anterior, así que era uno de esos días en los que eres capaz de hacer nada productivo. Me quedé frito sin poder controlarlo, sumido  en un pesado sueño en el que se entremezclaron las imágenes de Dani, Peter y mi amiga Paula. Al cabo de un rato, un suave sopapo en la cara me despertó. Tenía la sensación de que habían pasado tres horas. Al despertarme, vi a mi primo mirándome con cara divertida.

  • ¿Qué pasa? ¿Quién es el que ronca ahora, eh? ¿Te has quedado frito viendo este bodrio para marujas o qué?

De hecho, en la tele estaba Teresa Campos, vestida como un árbol de Navidad.

  • No, tío. Me quedé traspuesto cuando acabó la peli. Joé, macho, es que anoche no pegué ojo. Y tú, ¿Qué haces vestido? ¿Dónde vas?

Dani se había puesto un pantaca de deporte y una camiseta negra. Llevaba sus ‘NB’ negras y grises, y parecía tener intenciones de irse a la calle.

  • Voy a correr un poquillo, chaval, a ver si me termino de despejar, que la siesta me ha dejado todo ’atontao’. Si te hace venirte luego, estaré por el parque, dando unas vueltas.

  • ¡Pff! No creo que vaya, tío. La fiesta de anoche me ha dejado KO. No pienso beber ni una gota más de alcohol mientras viva…

  • Jajajaja…  Eso no te lo crees ni borracho. Bueno, macho; yo me piro… Y quita ese muermo de la tele, tío, ¡jajaja!

Dani salió trotando por el pasillo hacia la puerta de la calle. Pegó un portazo y me quedé solo, con el ruido de la tele, en la que una legión de colaboradores le hacían la pelota descaradamente a Teresa Campos. Al cabo de un minuto, sonó mi móvil. Era mi madre:

  • Sí, mamá… Sí, Dani se quedó a dormir anoche… No; ahora no está; ha bajado a correr… Comimos las pizzas de la nevera… Sí; el primer examen es el próximo viernes… Lo llevo, regulín; bueno, bien… Vale; cuando venga se lo digo… ¡Qué no, qué no! Nada de fiestas, ni chicas en casa… Vengaaaaaaaa… Te lo prometo…. Dale un beso a Cris… Vale, se lo digo… Venga,  ¡ciao!

Aquella tarde de finales de agosto, el calor era absolutamente asfixiante. Era uno de esos días de bochorno en los que da la sensación de que se va a poner a llover de un momento a otro, pero no cae ni una sola gota. Pensé en darme una ducha para activarme un poco, pero no tenía fuerzas ni siquiera de cambiar el canal de la tele. Me quedé mirando la pantalla, sin poner mucha atención en lo que sucedía en ese programa, lleno de viejas glorias. Un pitido del móvil me obligó a desperezarme. Era Peter, que me mandaba un Whatsapp:

‘hola! acabo dterminar cn el partido. puedo subir a tu kely a tomarm algo? qestoy reventao’

‘sube, si kiers. stoy solo, mirando la tele’

Peter era mi mejor amigo desde la guardería. Habíamos compartido jardín de infancia, colegio e instituto y, aunque yo estudiaba Derecho y él Periodismo, al ser vecinos del barrio, seguíamos viéndonos con bastante asiduidad. Hacía tan sólo unos meses que Peter nos había dejado a todos los amigos del grupo con la boca abierta al confesar que le gustaban los tíos. Nunca lo habría imaginado, porque siempre fue el más deportista del grupo, el que mejor jugaba al fútbol y el que más éxito tenía con las chicas. ‘¿No te habrás pajeado pensando en mí?’, bromeé cuando nos lo dijo, a lo que él respondió con un buen gancho en la tripa. ‘¡Qué desperdicio!’, había opinado Paula, que estaba secretamente enamorada de él desde los doce años. De hecho, cuando estaba borracha y se le disparaba la lengua, no dudaba en proponerle lascivos planes para devolverle al mundo de la heterosexualidad, a lo que Peter siempre contestaba con evasivas. Hasta ese momento, no había conocido ninguno de sus ligues, aunque imaginaba que en la Facultad tendría alguna historia con alguien. Me costaba imaginar a mi mejor amigo besándose con otro hombre y, a veces, fantaseaba con esa idea, sabedor de que un día más o menos lejano, nos presentaría a un tipo como su novio.  En cierto modo, incluso me molestaba que no me hubiera contado que era gay, ya que era mi mejor amigo y yo le contaba todo lo relacionado con mi vida. En verdad, tampoco había querido indagar mucho en el tema; de hecho, seguíamos con la misma relación de siempre. Me gustaba la amistad que teníamos desde niños y sabía que lo nuestro era un vínculo para siempre.

No habían pasado ni diez minutos de esos ‘Whatsapps’, cuando sonó el timbre del telefonillo. Me levanté para abrir a Peter, que no tardó en subir. Venía en pantaca corto rojo y camiseta blanca. Llevaba unas zapas ‘Nike’ destrozadas, sin calcetines. Traía la cabellera castaña revuelta y el cuello sudoroso:

  • Joder, tío. ¡Estás como una puta regadera! ¿A quién coño se le ocurre ir a jugar al fútbol en un día como hoy? Y después de la fiesta de anoche… No estás bien de la ‘chola’, tío.

  • ¿Qué dices, macho? Me ha sentado de putísima madre. Mucho mejor que estar ‘tirao’ en el sofá, viendo mierdas de marujas en la tele – dijo, dándome un golpecillo en la tripa, antes de que me dejara caer sobre el sofá.

  • ¡Qué cabrón! Joder… La que montamos anoche en tu ‘kely’, tío… A mí me sigue dando vueltas todo…

  • Ya te digo… Estuvo divertido, ¡eh! Eso sí, sois todos una panda de cabrones, que os pirasteis y me dejasteis  allí colgao… Ninguno me ha llamado para ayudarme a recoger, macho. He estado hasta las dos llenando bolsas de basura con latas, botellas y vasos. Por cierto,  ¿y tu primo Dani? Pensé que se quedaba a dormir contigo.

  • Sí, se bajó hace un rato a correr. Vendrá endeguida, si es que no ha muerto de deshidratación. Oye, si quieres beber algo, hay cervezas y refrescos en la nevera. Sírvete tu mismo, que yo paso de mover un dedo - Peter se levantó y se dirigió a la cocina - . Tráeme un ‘Aquarius’, si queda alguno todavía, porfa.

Al cabo de unos segundos, Peter volvió con una ‘Coca-Cola’ y un ‘Aquarius’. Se sentó en el sofá y puso sus pies, enfundados en aquellas sucias zapas, sobre la mesa, en la que todavía estaban los restos de pizza del almuerzo.

  • Joder, tío. Tenéis esto hecho una puta leonera. Mi casa está más ordenada, a pesar de la fiesta de anoche,tronco.

  • ¡Paaaaaaaaaaaa-Sooooooooooo! Hoy no tengo fuerzas de hacer nada – abrí mi lata de ‘Aquarius’ y empecé a beber. Aquel líquido frío me devolvió algo de energía, aunque el insoportable calor de la tarde hizo que ese leve amago de frescor se disipase en décimas de segundo.

  • Se quedó Paula a dormir en mi kely , ¿sabes? ¡Vaya pedal que llevaba la tía! Tuve que meterla vestida y todo en la ducha. Esta mañana se ha ido a su casa con una ropa mía, que le he prestado. La vi enrollándose con tu primo. ¿Están juntos o qué?

  • ¡Qué va! Macho… Mi primo, que es un picaflor… Como se entere su novia, le mata…

  • Ah, ok. Te preguntaba, porque pensé que tenían algo…

Seguimos hablando de la fiesta con el sonido de la tele de fondo. Al cabo de un rato, un ruido de llaves en la cerradura anunció el retorno de mi primo, que volvía de correr en el parque.

  • ¡Coño! ¿Seguís con la fiesta de anoche aquí o qué? – dijo nada más entrar en el salón, al vernos tirados en los sofás, tomando nuestros refrescos -. Hazme un sitio, David, anda, que estás hecho un puto vago – Dani apartó mis piernas y se dejó caer a mi lado.

  • ¿Qué tal en el parque? – acerté a preguntar, al tiempo que me incorporaba.

  • Ni un puto alma, macho. Con este calor de cojones, hoy no creo que salga ni Dios a la calle. ¿Y tú, chaval? – dijo, dirigiéndose a Peter -, ¿has estado jugando al fútbol?

  • Ya ves, tío… Hay que hacer algo para bajar todo lo que bebimos ayer – respondió Peter.

  • Di que sí, macho. No como mi primito, que es un perezoso y sólo sabe hacer levantamiento de mando, ¡eh! – Dani me pegó una sonora palmada en el muslo.

  • ¡Vete a la mierda! O mejor, haz algo productivo, vete a la nevera y trae algo frío para beber, anda – respondí, al tiempo que acababa con mi lata de refresco.

  • Bueno; voy, pero porque vengo sediento, eh. ¿Qué os traigo?

  • Lo que quieras – dijo Peter.

  • Lo que haya – respondí yo.

No había pasado más de un minuto, cuando Dani llegó con un pack de seis latas de cerveza.

  • Yo paso, tío – me adelanté a opinar, antes de que abriera una de ellas, siquiera.

  • Va, venga, no seas aguafiestas, macho.  Estás hecho una nenaza, ¡eh! Mira tu colega Peter y yo: de ‘fies’ anoche, hasta las tantas, y a hacer deporte hoy, como dos machotes, y tú ahí tirao en el sofá todo el puto día…

  • ¡Qué te den muuuuuuuucho por el puto culo! – me limité a responder –.  A veces, me sentía un poco incómodo al hacer este tipo de comentarios delante de Peter, pero siempre habíamos hablado así, con lo cual, ya era tarde para cambiar esos hábitos.

  • Jajajajaja – se rió mi colega, al tiempo que abría una lata de cerveza.

En ese momento, sonó mi móvil. Era Laura, mi medio novia, que llamaría para comentar la fiesta de anoche, que había abandonado relativamente pronto, ya que tenía que irse a la sierra a primera hora de la mañana.

  • Os dejo, tíos, que es Laurita. Voy a ver qué quiere  - me dirigí a mi habitación, para hablar con ella tranquilamente.

Teniendo en cuenta lo que le gustaba el teléfono, era posible que estuviéramos no menos de cuarenta y cinco minutos colgados al móvil. Ellos se quedaron hablando y bebiendo cerveza en el salón de casa. En efecto, estuve como una hora hablando con mi chica. Cuando regresé al salón, me encontré a mi primo y a Peter sin camiseta, sentados juntos en el tresillo, los dos en pantaca de deporte y en zapas. Se habían trincado tres cervezas cada uno y reían sonoramente.

  • ¡Jajajaja! Me parto con Peter, tío – dijo Dani según entraba al salón -. ¡vaya cabroncete que está hecho!

Observé que mi primo estaba ligeramente achispado. El soporífero calor de la tarde, unido a las tres cervezas que se debía haber bebido, le estaban empezando a causar efecto. Peter también estaba algo contentillo, aunque parecía controlar más. Al no estar resacoso, la cerveza le había hecho menos efecto.

  • Que se pensaba este cabroncete que yo tenía algo con Paulita - siguió explicándome Dani, mientras reía sonoramente.

  • ¡Joder, tío! ¡Tal y como os besabais anoche, cómo para no pensarlo! – interrumpió Peter.

  • ¡Qué no! Que yo paso de esa tía… Es maja y tal, pero paso. Es muy cría para mí – de nuevo, Dani se estaba haciendo el mundano.

  • Sí, la verdad es que un tío como tú se merece algo mejor…

Aquello empezaba a ser un poco surrealista: ¿Peter estaba empezando a tontear con mi primo? Dani, acostumbrado por su magnetismo natural a ser el centro de atención y a que todo el mundo se fijase en él, parecía encantado, mientras Peter continuaba con su discurso:

  • Joder, macho, un tío como tú debe tener mazo de éxito con las pibas: ingeniero, deportista, con buen cuerpo, ese acento canario tan chulo…

Mi primo se crecía por instantes, como si fuera un pavo real. De hecho, de haber tenido plumas, las habría desplegado todas en ese preciso instante.

  • Ya me contarás qué haces para tener esa tripa tan plana, macho – dijo Peter, dándole una palmadita en la sudada barriga a mi primo, quien aprovechó para contraerla y mostrar sus abdominales en todo su esplendor.

  • ¡Bah! Poca cosa, tío. Antes sí que iba al gimnasio todas las tardes, pero ahora no voy nunca. Correr un poco de vez en cuando, eso sí. Pero tú tampoco tienes mal cuerpo, cabrón  - dijo al tiempo que colocaba una de sus manos sobre el muslo desnudo de Peter.

En ese momento, pensé que Dani no sabía que mi amigo Peter era gay. Por un instante, pensé que ambos estaban jugando con fuego, pero luego pensé que eran cosas mías, ya que no había nada de malo en adular sus respectivos cuerpos, entre otras cosas, porque ambos tenían buenas anatomías.

  • Voy a por algo de beber, que no sea cerveza – dije mientras me encaminaba a la cocina.

Cuando regresé, al cabo de dos minutos, me encontré con la mano de mi primo sobre el muslo de Peter, masajeando todavía su ancha pierna de futbolista:

  • Joder, a ver si un día me animo y echo un partido contigo, tío. Molaría…

  • Cuando quieras, macho. Yo juego casi todos los findes. Le he dicho a David miles de veces que se venga, pero pasa.

Me senté en el sofá vacío y empecé a beber mi refresco, escuchando la conversación.

  • ¡Pues por mí, de puta madre, tío!

Observé que la mano de Dani había subido demasiado. De hecho, rozaba el borde del pantalón de fútbol. Una ligera brisa de tórrido aire cruzó la estancia. Me fijé en los cuerpos de Dani y Peter, fibrados, definidos, sudorosos. El mío no estaba del todo mal, pero mi primo y mi mejor amigo eran deportistas y yo no tenía la suficiente constancia para practicar un deporte regularmente, así que no estaba tan bueno como ellos. Dani era moreno y Peter tenía el pelo castaño. Por un momento, pensé en Paula. Le habría encantado estar ahí. De hecho, si hubiera estado ahí, se los habría tirado a los dos o, incluso, habría dejado que los dos se la follasen a ella. Esa idea me inquietó. Estaba pensando en mi primo y en mi mejor amigo como si fueran los protas de una peli porno y, prácticamente, me había criado con los dos.

  • ¡Joder! ¡Qué calor tengo! Me voy a quitar esto – dijo Dani de repente, soltándose los cordones de las ‘NB’, desprendiéndose de ellas, y quitándose después el pantalón negro.

Un intenso olor a zapa sudada invadió la habitación, a pesar de que las ventanas estaban abiertas de par en par. La suave brisa estival se había detenido y la tarde parecía cargada de electricidad, como si una tormenta estuviera a punto de estallar en cualquier momento.

  • Quítate las tuyas también, Peter. Total, estamos entre colegas – le dijo Dani a mi amigo.

Peter se quitó las ‘Nike’ y otra oleada invadió la habitación, esta vez más intensa, ya que Peter no llevaba calcetines.

  • No te cortes, chaval. Quítate el pantaca, si quieres…

Peter se bajó el pantalón rojo de fútbol y se quedó en calzoncillos. Los tres estábamos prácticamente desnudos: Dani con sus ‘CK’ negros, yo con mis boxers de tela y Peter con unos slips blancos, bajo los cuales se vislumbraba un buen bulto.

  • Joder, cabrón, ¡vaya trabucazo que marcas! – soltó Dani, de repente, refiriéndose al paquete de Peter.

En efecto, Peter marcaba tremendo pollón bajo aquel calzoncillo. Nunca había pensado en él en esos términos, pero empecé a sentir curiosidad por esa parte de su cuerpo. Dani parecía algo excitado. Vi que empezaba a sobarse el paquete por encima del calzoncillo. Imaginé que quería ponerse a la altura de mi amigo. Le había visto en bolas infinidad de veces y tenía buena tranca, aunque no era nada extraordinario. Supuse que se sintió un poco inferior, al ver el calibre que gastaba Peter. Para mi sorpresa, mi amigo, alentado por los masajes que se empezada a dar mi primo en la entrepierna, siguió su ejemplo y empezó a ponérsela dura también, mientras no le quitaba ojo de encima.

Al cabo de unos minutos, los dos estaban empalmadísimos. Yo no pude evitar excitarme. Bebía intermitentemente sorbos de mi lata de ‘Coca Cola’, mientras les veía sobarse las pollas por encima de los gayumbos. Peter marcaba un soberbio tronco de carne ladeado bajo la tela banca de su slip y mi primo masajeaba su falo, que llegaba hasta el elástico del calzoncillo. Las piernas peludas y morenas de mi primo contrastaban con los muslos lampiños de mi amigo, que parecía ensimismado en el espectáculo que estaba contemplando. Repentinamente, Dani se puso en pie y dejó caer su slip hasta los tobillos, exhibiendo la envergadura de su erección, que no bajaría en ese momento de los diecisiete centímetros.

Peter continuó sentado, pero también se retiró el gayumbo y cuál fue mi sorpresa al ver por vez primera su polla, que no bajaría, sin exagerar, de los veintidós centímetros. Mientras el pene de Dani permanecía envuelto en el prepucio, la polla de Peter estaba circuncidada y exhibía impúdicamente su gorda cabeza. El calor en la estancia era asfixiante; el olor a pie sudado de mi primo y de mi amigo se habían entremezclado con los olores de nuestros respectivos sudores y, en consecuencia, el salón apestaba a tigre. Noté que me estaba poniendo cachondo.

Mi primo permaneció de pie, pajeándose el rabo con actitud chulesca, mientras Peter hacía lo propio, sin quitarle ojo de encima. Repentinamente, Dani dejó de pajearse, descapulló su falo y dejó salir el humedecido capullo. Se soltó un lapo en la palma de la mano y lo restregó contra la cabeza de su polla, mezclando la saliva con el precum, y lubricó bien la zona para obtener más placer. Peter parecía fascinado con aquel espectáculo. No pudo evitarlo y acercó su mano a la polla de mi primo. Empezó a pajearla con suavidad. En ese momento, yo desabotoné mi bóxer y saqué mi rabo entre la tela, empezando a pajearme. Aquella escena me estaba resultando tremendamente morbosa.

Peter estuvo unos minutos masturbando con una mano la polla de Dani y, con la otra, la suya, hasta que no pudo contenerse y decidió llevarse el falo de mi primo a la boca. El gesto de placer en la cara de Dani me hizo lubricar. Al igual que hiciera él un poco antes, eché un lapo en la palma de mi mano y seguí pajeándome. Mi polla estaba completamente erecta. Peter se había puesto de rodillas y estaba comiéndole con ganas el rabo a mi primo, mientras éste gemía de placer, con los ojos cerrados. Yo no quitaba ojo a la escena y me estaba poniendo como una verdadera moto al ver el trabajo que mi amigo le estaba haciendo a mi primo.

Dani se dejó caer en el sofá, colocó las manos detrás de la nuca, mostrando sus negros y poblados sobacazos, y dejó al otro comer a gusto. Peter estuvo un buen rato devorándole la tranca y los cojones, hasta que lo dejó todo chorreando de babas. Aprovechando un leve receso que se tomó para respirar, Dani le estampó un pie en la cara y le abrió la boca con el dedo gordo. Peter se dejó hacer y, en unos segundos, medio pie de mi primo estaba dentro de la boca de mi mejor amigo quien, repentinamente, parecía haber enloquecido de placer, ya que empezó a pajearse de forma más y más intensa.  En un momento en que su boca quedó libre, Peter articuló sus primeras palabras desde que había empezado todo esto:

  • ¡Dios!  ¡Cómo huelen, cabrón!  ¡Qué ricos están! ¡Dame más!

Peter se tiró cuán largo era en el suelo y mi primo se puso de pie, colocando uno de sus pies sobre la cara de mi amigo, que empezó a esnifar su planta y sus dedos como si fuera una delicia. Podía ver cómo pajeaba sus veintidós centímetros de polla y me excitó ver el cordón de baba que unía la cabeza de ésta con su abdomen.  Me levanté de mi asiento y me coloqué donde antes estuvieran sentados ellos, para tener una visión más clara de la escena.

Mi primo parecía estar pasándolo de puta madre mientras mi amigo le comía los ‘pinreles’. No paraba de pajearse y pude ver cómo algunas gotas de preseminal salpicaban de su polla al cuerpo de Peter, que se revolcaba de placer en el suelo. Dani se agachó y echó mano de una de sus ‘NB’, poniéndosela a mi amigo en toda la cara. El otro empezó a gemir como una verdadera puta. Sin retirarle la zapa de la cara, le ayudó a levantarse primero y, después, a ponerse de rodillas, mirando hacia mí. Peter parecía extasiado con la peste que desprendían las zapas de mi primo. Con una mano, se pajeaba rabioso, y con la otra, oprimía la mano de Dani contra la zapa y contra su propio rostro.  Después de un rato oliendo como un poseso la zapatilla sudada de Dani, éste se la retiró de la cara y le habló:

  • Ahora le vas a comer la polla a mi primito, que también está muy rica, y yo te voy a comer  a ti otra cosa.

Dani dirigió la cara de Peter, que parecía haber perdido su voluntad, hasta mi dura entrepierna, metiéndose mi polla enhiesta en la boca de un bocado.

  • Eso es, cabrón… Cómesela bien…

Dani se agachó y, para mi sorpresa, metió su cara en el culo de mi amigo y, mientras Peter devoraba mi tranca hasta los cojones, empezó a comerle el culo, lanzando sonoros lapos y restregando la humedad de sus babas a intervalos contra sus cachetes. Mi colega no paraba de pajearse. Las ardientes gotas de su precum cocaban contra mis piernas. Nunca habría imaginado que mi mejor amigo era, además, un mamón de campeonato. El cabrón sabía hacerlo de puta madre, apretaba sus labios contra mi tronco y segregaba una buena cantidad de saliva, con lo cual la sensación era casi igual a la de follarse un buen coñito.

Empezó a comerme los huevos y me llevé la mano a la tranca, que estaba empapada en babas. Aproveché para mirar a mi primo y vi que se estaba medio incorporando: Dani se lo iba a follar. Le vi tanteando con su polla entre las nalgas de Peter, y un estremecimiento de éste mientras me devoraba los cojones me sirvió de indicación para saber que mi primo le había clavado su polla en el ojete.

Se la fue metiendo, lentamente, hasta que la tuvo toda dentro.  Después de un intervalo, empezó a bombear con suavidad, aumentando el ritmo de forma progresiva. Al cabo de unos minutos, Dani estaba follándose vivo a Peter, mientras éste se retorcía de placer como una verdadera zorra. Mi primo tenía los ojos cerrados y la cara contraída por el placer que el culo de mi amigo le estaba dando. El sudor le corría por el pecho y por los costados. También podía ver la espalda de Peter empapada en sudor y yo mismo estaba empezando a transpirar como un cerdo, aunque era el que menos ejercicio estaba haciendo.

Dani paró su ritmo frenético y empezó a dar enculadas secas, con unos segundos de intervalo entre una y otra. Intuí que eso volvía loco de placer a Peter. Al cabo de haber repetido ese movimiento en no menos de diez ocasiones, Dani sacó su polla del ojal de mi amigo y empezó a pajearse con furia. Pudo estar así un minuto o dos, el tiempo justo de soltar varios trallazos de lefa que fueron a parar a la espalda de mi amigo. Cuando terminó de correrse, Dani, con la polla todavía morcillona, hizo amago de volver a metérsela. Peter no debió oponer mucha resistencia, porque en menos de un segundo, mi primo lo estaba enculando otra vez con un poco menos de furia. Finalmente, Dani se la clavó hasta el fondo y dejó caer su pecho mojado sobre la espalda encharcada en lefa de Peter, restregándose contra ella, hasta que mi amigo se corrió, soltando parte de su semen sobre mis piernas. En ese momento fui yo quien no pudo aguantar más y solté mi carga de lefa en la boca de Peter, que pareció encantado con aquel regalo. Nos quedamos así unos segundos, tras haber eyaculado los tres, mientras un repentino aire huracanado empezaba  a soplar en la calle. Dani sacó su rabo mojado del ojete de Peter y yo le liberé la boca. Él se dejó caer sobre el charco de su propio semen, mientras respiraba jadeante.

Súbitamente, un trueno hizo retumbar la habitación.  Al cabo de treinta segundos, sonoras gotas de agua empezaron a repicar contra el suelo del salón.

[CONTINUARÁ…]

Tarde de verano (II) : El partidito

  • ¿Puedo pasar al baño y darme una ducha? – Peter fue el primero en romper el silencio en que nos habíamos quedado inmersos.

  • Claro, tío. Hay toallas limpias en el mueble. Si quieres, también hay desodorante. Pilla lo que necesites. Te presto unos gayumbos, si eso…

  • No, macho, no hace falta. Voy a lavarme, que estoy hecho un Cristo.

Peter se levantó, envuelto en sudor y lefa, y se dirigió al cuarto de baño. Al cabo de un par de minutos, el ruido del grifo  indicó que se estaba duchando ya. La lluvia caía atronadoramente, como si fuera el diluvio universal. Las gotas entraban por la ventana y salpicaban sobre el suelo de parquet, pero el ambiente estaba tan cargado y el olor a hombre era tan intenso, que no cerramos las ventanas. Empecé a hablar en susurros a Dani, que estaba tirado en el sofá, con los ojos entrecerrados:

  • Tío, ¿te das cuenta de lo que acaba de pasar?

  • ¿Qué acaba de pasar? Pues que hemos pasado un buen rato – dijo, mientras abría los ojos y me miraba con indiferencia.

  • Macho, que te acabas de follar a mi mejor amigo y, encima, me ha comido la polla.

  • Va, venga, tronco, no te estreses. Lo hemos pasado de puta madre y punto. ¡No le des más vueltas!

  • Tío, que es Peter, macho, mi amigo de toda la vida…

  • ¿Y…? ¿Nunca os habéis hecho unas pajillas viendo una porno o qué? Yo, en Canarias, de crío, lo hacía con mis amigos casi a diario. De hecho, Kevin, un coleguita de allí, disfrutaba mucho comiéndomela el cabrón.  No pasa nada, macho, son cosas normales entre tíos.

  • Mira, Dani, tío, no sé cómo coño será en Canarias, pero yo no me he pajeado con mis amigos en la puta vida, ni hemos visto porno en bolas, ni mucho menos nos hemos comido los rabos…

A Dani parecía divertirle mucho esta conversación, porque me miraba con ojos incrédulos y con expresión entre irónica y paternalista:

  • Take it easy! Be water, my friend…!  ¡Relájate, tío! ¿Tú te lo has pasado bien o no?

  • Bueno… No sé… Supongo que sí, pero…

  • Pues ya está…  No le des más vueltas, macho – me interrumpió Dani, volviendo a entrecerrar los ojos.

  • Mira, ¡paso de tu culo, tío!

Me calcé los calzoncillos y decidí salir un poco a la terraza, a ver si la lluvia me aclaraba las ideas. Me quedé allí unos minutos, dejando las tibias gotas caer sobre mi piel y mitigar el abrumador calor que venía acumulando desde comienzos de la tarde. La lluvia era cálida, pero el contacto del agua sobre mi epidermis me relajó un poco. Al cabo de unos minutos, Peter, todo repeinado, se asomó por la ventana y me habló:

  • ¿Estás bien, David?

  • Sí, tío. He salido un poco a refrescarme con la lluvia. ¿Tú? ¿Todo OK?

  • Claro… Oye; me voy a casa. Creo que tu primo se ha metido en el baño. Supongo que irá a darse una ducha también.

  • OK, OK…

  • Bueno, pues me piro, ¿vale? Nos hablamos por el Whatsapp…

  • Oye, Peter, una cosa…

  • ¿Qué…?

  • Bueno, que lo que ha pasado esta tarde…

  • Tranquilo, queda entre nosotros. No tengo intención de decirle nada a nadie…

  • No; no es eso… Es que… Bueno, déjalo, macho…

  • Va, venga; hablamos… ¡Gracias por las birras, tío!

  • Pilla un paraguas, si quieres, en la entrada, que hay varios… Mira la que está cayendo. ¡Te vas a empapar!

  • OK, gracias, David, tío…

Peter se fue. Pude verle alejarse desde la terraza, mientras el agua seguía empapando todo mi cuerpo. La tormenta empezó a remitir y, para cuando mi primo había salido de la ducha, ya no caía ni una sola gota. El calor bochornoso de la tarde ahora se había tornado pegajoso. Notaba la mezcla de mi propio sudor con la lluvia y tenía una sensación extraña, como si el tiempo se hubiera detenido. Estaba calado hasta los huesos, con la tela del calzoncillo pegada a mi culo y a mi rabo, marcando sus formas curvilíneas, y con los pies resbalando en el pequeño charco de agua que se había formado en el suelo de la terraza. Dani me habló desde la ventana, como hiciera Peter unos minutos antes:

  • No necesitas ducharte, ¿eh?

Me volví y vi a mi primo envuelto en una toalla, con el torso y el cabello chorreando, y haciendo unos estiramientos con los brazos.

  • Oye, ahora que ha dejado de llover, si quieres, bajo a la calle y pillo algo para cenar. ¿Qué te apetece? ¿Unas hamburguesas?

  • Me da igual, tío. Pilla lo que quieras… Hay pasta en el bote de la cocina. Ya sabes dónde…

  • Vale, tío, me visto y bajo a por algo. Y tú, métete dentro, que te vas a enfriar, macho.

  • Sí; ahora entro…

Me quedé unos minutos más en la terraza; el tiempo justo de ver a mi primo alejarse por las calles empapadas en busca de nuestra cena. Los últimos días de agosto, las tardes eran ya mucho más cortas y las luces de las farolas ya se habían encendido cuando cesó la tormenta. Los acontecimientos de aquella jornada me superaban. Cada vez que pensaba con más detenimiento lo que había pasado, me sentía peor. Pero, al mismo tiempo, tenía una extraña sensación de satisfacción, porque la mamada que me había hecho Peter era, sin duda, la mejor que me habían hecho en toda mi vida. Por otra parte, pensaba que dejar a mi mejor amigo que me comiera el rabo, mientras mi primo se lo follaba, era algo antinatural, perverso. Las dos personas que sentía más próximas a mí compartiendo un rato de sexo conmigo… Realmente, era algo de locos. Al menos, tenía el consuelo de no haber sido yo quien había iniciado todo aquello. La culpa, si es que alguien era culpable de algo, era de los otros dos. Todas estas ideas daban vueltas por mi cabeza mientras la noche se iba haciendo más y más cerrada. Entré de nuevo al salón, recogí la infinidad de latas que había sobre la mesa y los restos de pizza, llevé todo a la cocina, y me encaminé al baño, para darme una ducha de agua helada. El agua fría consiguió revivirme…  Durante los siguientes días, tenía otros asuntos en los que pensar, así que decidí aparcar todas estas divagaciones y centrarme en lo importante, que era estudiar para aprobar las asignaturas que había cateado en junio.

Las siguientes dos semanas transcurrieron con la parsimonia típica de la época de exámenes. Parecía que el tiempo no discurría y que nunca iban a acabar aquellos puñeteros quince días. Volver a la rutina me resultó gratificante: las aulas de la Facultad, los amiguetes de la Uni, las conversaciones sobre Administrativo, Penal, Romano III… Mi primo Dani decidió quedarse en casa esos días ya que, según él, se concentraba más que en su piso compartido, así que los dos seguimos de ‘Rodríguez’ durante esas dos semanas. Mi padre, que ya había acabado sus vacas, se pasaba algún día, al terminar la jornada, pero luego se iba a la casa de la sierra. Mi madre también bajó algún día, para comprobar que todo seguía en su lugar y que no habíamos montado ninguna bacanal. Transcurridas las dos semanas de exámenes, Dani y yo volvimos a ser libres. A mí no me había ido del todo mal; estaba satisfecho con mis resultados, aunque no había aprobado todas. Dani seguía con el Álgebra atragantada. Durante esos días, ambos permanecimos enclaustrados, así que no vi a Peter, ni a ninguno de mis otros amigos. Nos mensajeamos por el Whatsapp y hablamos algún día por teléfono, pero ninguno de los dos comentó nada sobre lo que había sucedido aquella tarde de sábado.

El primer día que volvimos a vernos fue a mediados de septiembre, una tarde que quedamos para tomar unas cañas.

  • ¿Qué tal tu primo Dani? ¿Aprobó todo o qué?

  • No lo sabe todavía… Pero parece ser que repetirá alguna. Mis tíos lo van a matar. Se han gastado  más pasta en matrículas de la que Dani ganará como ingeniero en toda su vida, si es que algún día llega a ejercer…

  • Por cierto, me mandó un mensaje el otro día. Me decía que le apetece venirse a jugar fútbol una tarde. Le he dicho que un colega del equipo está lesionado y que, si quiere, puede reemplazarlo en los próximos partidos. A lo mejor se viene a jugar el próximo finde.

  • Ni idea… Estuvo en casa hasta hace unos días, pero se ha vuelto a su piso, así que hace, al menos, cuatro o cinco días que, ni nos vemos, ni hablamos.

  • Podías venirte tú también, tío. Estaría divertido.

  • ¡Bah! Ya sabes que paso… Soy muy malo y prefiero ver fútbol a jugarlo.

  • Pues tío, vente a ver el partido. Luego nos tomamos algo en la cantina… ¡Estaría guay!

  • Va… Bueno… Si Laurita no me lía con alguno de sus planes, voy, ¿vale? ¿Cuándo sería?

  • Esta semana jugamos en domingo. El campo está libre el domingo por la tarde, así que será sobre las siete, más o menos…

La semana transcurrió con rapidez. Es curioso lo rápido que pasaban los días cuando no tenías exámenes de por medio. Empecé a hacer las gestiones de la matrícula del que sería mi último curso. Nunca había sido un gran estudiante, así que tardaría un año más en licenciarme que el resto de mis compañeros, algunos de los cuales ya tenían el título en las manos. Aquel curso no era, por tanto, demasiado prometedor. Septiembre nunca me había gustado: era un mes de cambios, en el que dejabas atrás la rutina del verano y recuperabas la de la vida ordinaria. Mi primo me llamó una tarde esa semana:

  • ¿Qué pasa, David, tronco? Oye, que el domingo me he apuntado a jugar con tu amigo Peter. Pásate, macho, y así nos vemos…

  • Ya; ya me lo dijo… Si puedo, voy, pero no te aseguro nada…

  • Va, venga, que necesitamos una hinchada, ¡jajajaja!

Aquel domingo era el último que estaba solo en casa. Mis padres y mi hermana pequeña regresaban a Madrid aquella noche, ya que Cris empezaba el cole al día siguiente.  Dediqué el día a poner orden en la casa, que estaba, de hecho, hecha un auténtico desastre. Mi primo no había venido a dormir ese finde. Supuse que tendría otros planes más interesantes. Laura me habló de quedar el domingo por la tarde con unos amigos suyos, pero no me apetecía mucho el plan, así que le puse la excusa del partido de éstos. Afortunadamente, la ola de calor había remitido y no moriría de insolación en pleno campo. Cuando el todavía potente sol de septiembre empezaba a remitir, me dirigí al campo de fútbol, que estaba a un par de manzanas de mi casa.

Aquél era el campo donde había jugado de niño pero, por aquel entonces, era un campo bastante cutre, de tierra batida, con unas vallas metálicas alrededor. La junta de distrito había inyectado pasta hacía algunos años y ahora era un campo con un espléndido césped, perfectamente cuidado, con unas pequeñas gradas en un lateral y con vestuarios y una cantina al otro.

Afortunadamente, las gradas estaban en la zona se sombra. Me senté, rodeado de gente del barrio y de jubilados que no tenían ningún plan mejor para aquella tarde de domingo, y esperé a que empezara el partido. Al cabo de un rato, vi a mi primo y a Peter salir al campo. Peter llevaba de nuevo sus pantacas rojos y la camiseta blanca, y mi primo iba con su pantalón de deporte negro y también con camiseta blanca. Les saludé desde la grada y ellos me devolvieron el saludo.

El partido comenzó. La verdad es que aquello era bastante aburrido. No dejaba de ser un equipo de barrio con unos tíos que jugaban bastante mal. Siempre me habían aburrido los partidos en los que un equipo marcaba más de tres o cuatro goles, y  el equipo de Peter y mi primo ya le había colado cinco a los otros antes de acabar el primer tiempo. Por un momento, me arrepentí de no haber ido con Laurita y sus amigos, pero la idea de pasar la tarde con sus colegas de la Escuela de Diseño tampoco me atraía demasiado.

Dejé pasar el partido, más pendiente de mi móvil que del deporte, aunque pude comprobar que Peter seguía jugando bastante bien. Mi primo estaba mucho más oxidado y se le veía un poco menos resuelto en el campo, a pesar de jugar con tíos a los que superaba en forma física. El árbitro pitó el final del partido y la mayor parte de los jugadores se fueron a los vestuarios. Dani y Peter se acercaron a la grada y me propusieron ir a la cantina a tomar algo, antes de cambiarse. Así hicimos; fuimos al bar del campo, que estaba inusualmente abarrotado, y nos pedimos unos tercios, que bebimos con avidez. En unos minutos, el bareto se quedó casi vacío y mi primo y mi colega me dijeron que iban a darse una ducha y a cambiarse.

  • Tómate algo, David, mientras nos cambiamos. Estamos de vuelta en diez minutos. Si quieres, luego nos tomamos algo en otro sitio.

  • Vale, genial. Os espero.

Volví a sacar el móvil y me entretuve mirando gilipolleces en el ‘Facebook’. Al cabo de cinco minutos, mi móvil pitó. Acababa de recibir un Whatsapp. Era de mi primo Dani:

‘Pásat x l vestuario. La puerta stá abierta’

Pagué la cuenta y me acerqué a los vestuarios, que estaban contiguos al bar. Cuando llegué,  un intenso olor a sudor masculino me taladró la nariz. Me encontré a mi primo y a mi amigo, sentados en unos bancos de listas de madera, con sendas toallas anudadas a la cintura. Aquel vestuario no era demasiado grande: un habitáculo con ventanucos a la altura del techo, que dejaban filtrar la luz crepuscular de aquella tarde de septiembre. Unos focos halógenos iluminaban la estancia. Las taquillas, alrededor de los bancos, estaban todas abiertas de par en par y en una pared había una fila de tres o cuatro lavabos encastrados en una encimera de obra, sobre la que un enorme espejo, también de obra, daba una falsa sensación de amplitud. A continuación, una puerta abatible, parecida a las de las películas de Oeste, que no llegaba al suelo, conducía a  la zona de duchas, que parecía completamente desierta. De hecho, no se oía ningún grifo encendido.

  • Ya se han pirado todos – me dijo Dani nada más entrar – y estábamos hablando Peter y yo que, tal vez, estaría guay repetir lo del otro día…

Los miré intermitentemente y me limité a responder:

  • ¿Repetir? ¿Lo del otro día?¿Aquí? ¿Ahora?

  • Sí, ¿por qué no? – dijo Dani.

  • Las instalaciones están abiertas hasta las diez y pico de la noche, y por aquí no vendrá nadie hasta que los del bar cierren el campo – opinó Peter, que estaba familiarizado con los horarios de esas instalaciones -. Son las nueve, así que tenemos una hora larga, al menos.

  • No sé - acerté a responder.

Por un lado, la sensación de culpa, que me había estado atormentando los últimos días, me frenaba, pero, al mismo, tiempo, pensaba en lo bien que la comía Peter y en lo que había disfrutado viendo a mi primo follándoselo. A lo mejor, yo también era un poco ‘maricón’. El caso es que Dani había dicho que él lo hacía con sus colegas canarios, que era normal entre tíos. Las dudas se cruzaban por mi mente, cuando mi primo me instó a decidirme.

  • Bueno, ¿qué? ¿Te decides? Que no tenemos toda la puta tarde, macho.

  • Bueno… Vale…

  • ¡Guay! – Dani colocó su mano morena sobre el muslo de Peter, como hiciera la otra tarde, sólo que, esta vez, en lugar del pantaca, mi colega llevaba una toalla que le cubría la entrepierna -. ¡Lo vamos a pasar de puta madre!

Dani siguió masajeándole a Peter el muslo y subió hasta llegar a su ingle. El otro resoplaba y le miraba con cara de deseo. Noté que me empezaba a excitar. A continuación, Dani soltó el nudo de la cintura de Peter y dejó caer la toalla a ambos lados. De nuevo, el enorme pollón de mi amigo quedó al descubierto, sólo que esta vez no estaba completamente empalmado, sino a media asta. Dani empezó a pajearlo y yo me fijé en los huevos, que caían, pesados, sobre la tela blanca de la toalla. Peter seguía resoplando y entrecerró los ojos, abandonándose al placer. Yo observaba de pie la escena, cómo mi primo masturbaba, con movimientos rítmicos, el enorme falo de mi amigo, que iba cobrando envergadura por segundos. No había pasado mucho tiempo, cuando Peter consiguió empalmarse por completo. Su rabo caía pesado y desafiante hacia el frente, mientras mi primo lo estrujaba con la mano. Una gota brillante se vislumbró en la punta; Dani la recogió con un dedo y se la llevó a Peter a la boca, que la recogió con la lengua, paladeándola ansioso. Mi primo empezó a decirle guarradas al oído, algo que pareció excitar todavía más a Peter, a juzgar por los espasmos de su polla, que parecía seguir creciendo por instantes:

  • ¿Vas a comerle la polla con ganas a mi primito como el otro día? Sí, ¿verdad? Y vas a dejarme también que te taladre ese culo apretado que tienes, eh ¿cabrón? Lo estás deseando, ¿a que sí?

Peter no respondió, se limitó a jadear con la cabeza echada hacia atrás. Mi primo no paraba de hablarle:

  • Y me vas a dejar que te coma bien el culito, ¿no? ¡Qué cabrón! – no dejaba de pajearle el rabo con intensidad -. Vamos a pasarlo de puta madre esta tarde los tres, cabronazo. Tenía ganas de pillarte por banda, cabrón, que llevo cinco días sin correrme y tengo los huevos llenos de lefa. Te la vas a tragar toda, ¿a que sí? La mía y la de mi primo, que el cabrón lleva un montón de días sin correrse también.

Dani se estaba inventando aquello. ‘¿Qué coño sabía él cuántos días llevaba yo sin correrme?’ Lo cierto es que el día anterior me había hecho una paja, así que no tenía los huevos muy cargados. De haber sabido que aquel domingo acabaría así, me habría reservado.

  • Mira cómo se excita el cabrón, David – me dijo Dani, mirándome fijamente a los ojos.

Tenía una de sus manos en el enorme cipote de mi amigo y, con la otra, le estaba apretando un pezón. De repente, Dani agachó su cabeza y empezó a mordisqueárselo. Peter pareció enloquecer de placer.  Mi primo no paraba de hablar mientras le devoraba el pezón a mi amigo:

  • ¡Qué cabrón! Te gusta, ¿eh? ¡Cómo disfrutas!

Yo me desabroché el pantalón corto que llevaba y metí mi mano bajo mi gayumbo, palpando mi rabo, que estaba ya más que morcillón. De nuevo, me estaba dejando arrastrar por el morbo de esa situación. Era como una marea contra la que no se podía luchar. Cada vez me arrastraba más y más, mar adentro. Sentí que deseaba estar en el lugar de mi primo, palpando el cipote de Peter y comiéndole el pezón.

  • ¡Oh! Sí, sigue… - dijo Peter entre jadeos.

Dani siguió jugando con sus tetas. A continuación, soltó el rabo de mi colega, que estaba ya en su máximo esplendor, y desanudó la toalla de su cintura, mostrando su entrepierna, plagada de pelos negros, de la que emergía su cipote, como un misil. Dani cogió una mano de Peter y se la acercó al rabo, invitándole a que le pajeara, mientras él devolvía la suya al cipote de mi amigo, que palpitaba y se zarandeaba sin control. De repente, un ruido en el pasillo nos inquietó. Alguien entraba por la puerta.

  • ¡Coño! Entra alguien – acertó a decir Dani, mientras se cubría de nuevo con la toalla.

Peter tuvo el tiempo justo para colocarse encima la suya y se inclinó un poco hacia a delante, para disimular su tremenda erección que, así, liberada, no era fácil de camuflar. Yo me limité a dejar caer mi camiseta sobre la bragueta. Unos segundos después, un tipo vestido de negro llegó al vestuario:

  • Hey, Matías, ¿todavía por aquí, tío? – preguntó Peter, una vez que el hombre estuvo en la estancia.

  • Sí, me entretuve un poco con Rafa, el de la cantina. ¿Ya se ha ido todo el mundo o qué? ¿Y vosotros? ¿Qué hacéis aquí todavía?

  • Nada; estábamos comentando el partido, macho – dijo Peter.

  • Ah, ok. Yo me voy a dar una ducha y pa’casa, que es domingo y mañana toca madrugar.

Aproveché para fijarme en el aspecto del tal Matías. Era un cuarentón no guapo, pero sí bastante atractivo, que parecía estar en buena forma física.  La frente estrecha, las cejas anchas y pobladas, y las orejas pequeñas. El cuello extremadamente ancho y una enorme nariz entre sus penetrantes ojos oscuros. Vestía de negro riguroso, así que deduje que se trataba  del árbitro del partido aunque, como no había puesto demasiada atención en el juego, tampoco podría haberlo jurado. Matías  estaba rapado y tenía una perilla ‘Beatnik’, que parecía una flecha, en la punta de su barbilla. Los brazos y las piernas eran fuertes y estaban poblados de vello oscuro. Siguió hablando:

  • ¡Qué bien vivís los estudiantes! ¿Ya empezasteis las clases o qué?

  • No, hasta finales de septiembre, nada – dijo Peter.

  • Pues aprovechad mientras podáis, que luego todo es cuesta abajo, jajaja – dijo, mientras se quitaba la camiseta.

Matías exhibió su torso, donde destacaban unos enormes pezones oscuros que parecían exageradamente empitonados.  Los hombros estaban bastante caídos y eran anchos, al igual que sus brazos. Supuse que haría pesas o musculación.  El vello de su torso se juntaba con el de sus axilas, aunque en el abdomen tenía menos. Pude ver también un tatuaje en uno de sus brazos, aunque no acerté a adivinar de qué se trataba. Continuó desvistiéndose: se soltó los cordones de las zapatillas y, tras quitárselas, empezó a desenfundarse las medias de deporte, que le llegaban hasta la rodilla. Un ligero olor a pie sudado llegó a mi nariz. Para aquel entonces, ya me había familiarizado con el fuerte olor del vestuario, que tan picante me había resultado nada más entrar.

  • Ha estado bien el partidito de hoy, ¿verdad, Matías? – preguntó Peter.

  • Buenoooooo… Los he visto mejores. ¿Tú eres el colega de Pedro, no? – dijo, dirigiéndose a mi primo.

  • Sí, soy el nuevo – dijo Dani.

  • Juegas bien, tío, pero con esa forma física, podrías hacerlo mejor – dijo el árbitro, al tiempo que desenfundaba el segundo calcetín.

  • Y éste, ¿quién es? – dijo refiriéndose a mí.

  • Es David, un colega de toda la vida. Dani  es su primo. Nos conocemos de eso – respondió Peter.

  • Ah, ok. ¿Tú también vas a jugar con nosotros, chaval? – dijo, mirándome a mí, inquisitivamente.

  • No; me temo que no; no soy muy bueno, la verdad.

  • Bueno, aquí casi ninguno lo somos. Es pura diversión. Hacer un poco de deporte y eso, básicamente. Pero Pedro juega bien. De ser un poco más joven, tendría futuro en una liga profesional.

  • Sí, siempre ha jugado muy bien, desde que éramos pequeños - respondí.

  • Yo siempre se lo digo: con cinco años menos, habría hecho carrera. Pero ahora ya es un poco tarde, quizá. Aun así, es buen delantero. Hay profesionales que juegan muchísimo peor y que están ahí, ganando una pasta.

  • Matías fue profesional en segunda, cuando era joven – apuntó Peter.

  • Sí; bueno, tuve una lesión y lo dejé. Ahora arbitro en plan hobby, para no perder el gusanillo. Me mantiene con vidilla.

Mientras decía estas palabras, Matías se bajaba el pantalón de fútbol, bajo el que lucía unos slips blancos, que permitían entrever las redondeces de su paquete.  Aquel tipo tenía una forma física envidiable, para su edad. Los cachetes del culo se veían musculosos  y las pantorrillas eran incluso más anchas que las de mi amigo Peter.

  • Joder, Matías. ¡Qué bien te conservas, tío! – dijo mi colega. A ver si yo consigo llegar a tu edad con un cuerpo así.

  • ¡Qué va, chaval! Comparado con vosotros, soy un abuelo – cuando dijo esto, apretó su barriga y exhibió el michelín que se dibujaba debajo de los pelos. A partir de los cuarenta, todo se cae, chavales, jajaja. En fin; paso pa’la ducha, que se me hace tarde.

Matías se bajó los calzoncillos y mostró su verga, que parecía un poco pequeña, comparada con sus gordos cojones. Eso sí, era ancha y peluda. Se envolvió una toalla a la cintura y fue camino a las duchas.

Los tres nos volvimos a quedar solos, sin saber muy bien qué hacer. A mí, con el susto, se me había bajado la calentura, pero Peter seguía ligeramente inclinado hacia adelante, señal de que todavía estaba empalmado.

  • Un momento, vamos a hacer una cosa – dijo mi primo en un susurro, mientras se ponía de pie y se acercaba al banco donde se había sentado Matías, en el que estaba toda la ropa que se acababa de quitar.

  • ¿Qué coño estás haciendo? – acerté a preguntar, con los ojos como platos.

  • Tú calla y habla de cualquier cosa – me dijo en voz baja, mientras cogía una zapa, una media y los calzoncillos del árbitro.

Yo empecé a hablar en voz alta de trivialidades relacionadas con el partido: que si los otros eran muy malos, que si ellos tenían que esforzarse más… El sonido del grifo hizo que mi primo se acercase a Peter, con sus nuevas pertenencias en ambas manos. Primero le pasó un calcetín por la cara. El otro cerró los ojos y empezó a esnifar aquella media negra y larga, mientras jadeaba en silencio. Yo seguía hablando y mi primo me rebatía como un autómata, aunque estaba pendiente de su trabajo, que era restregar aquellos calcetines por la cara de Peter, que volvía a perder el control de sí mismo. Rápidamente, sustituyó el calcetín por la zapa. Se la plantó en toda la cara, de forma que dejé de ver su expresión, aunque intuí que disfrutaba, porque no paraba de mover la cabeza.

  • Eso es cabrón, ¡huele bien! – le dijo Dani en un susurro.

A continuación, volteó la zapa y puso la suela de pinchos sobre la boca de Peter. Transmutado por el vicio, pude adivinar cómo lamía la suela. Aquello no duró mucho porque, aunque el grifo seguía sonando, la ducha de Matías podía acabar en cualquier momento y no era plan de que nos pillara morboseando con su ropa. Mi primo soltó la zapa y, a continuación, extendió los slips del árbitro. Se veían mojados  por el sudor de la tarde. Incluso pude atisbar una mancha amarillenta en la zona del culo. Dani se los colocó a Peter en todo el careto y éste empezó a olerlos como un desquiciado. Dani se los restregaba por toda la cara y Peter parecía descontrolando, oliendo aquella prenda mojada. Incluso abrió la boca y se los metió dentro. Estaba disfrutando de lo lindo. El grifo de la ducha paró y Dani, rápidamente, devolvió las cosas que había tomado prestadas a su posición inicial. Los tres retomamos la compostura (me sorprendió la rápida capacidad de Peter para volver a su ser, inclinándose hacia adelante, para ocultar su rabo) y seguimos hablando de trivialidades relacionadas con el partido de la tarde.

Matías apareció tras la puerta abatible, con una toalla envuelta a la cintura y con todo el cuerpo chorreando. Peter se lo estaba comiendo con los ojos. Intuí que le habría gustado pedirle que se uniera, pero el otro continuó con su rutina, ajeno a esas miradas.

  • Joder, ¡Qué bien sienta una ducha después del deporte! Te quedas nuevo – dijo Matías, mientras se quitaba la toalla y se colocaba unos calzoncillos limpios que sacó de una taquilla.

Me fijé bien en su culo, que quedó a la vista, cuando se agachó para ponerse la ropa interior. Tenía bastante pelo, tanto como en las piernas. No tardó en enfundarse un nuevo slip blanco. A continuación, sacó unos tejanos y un polo de la taquilla y terminó de vestirse, mojando la camiseta con los restos de agua que no había retirado de su piel. Se puso las zapas que unos segundos antes estuvieran en la boca de Peter, sin calcetines, y se las anudó. Finalmente, metió toda la ropa sucia y la toalla en una bolsa de deporte que sacó de la taquilla y, poniéndose de pie, se dispuso a irse.

  • Bueno, chavales, me piro. No tardéis en ducharos, porque esto lo chapan en un rato. Nos vemos la próxima semana, ¿no, Pedro? Bueno, y a vosotros, espero veros más a menudo por aquí, también. Venga, hasta luego…

Matías colocó su bolsa de deporte bajo uno de sus hombros y salió por la puerta.

[CONTINUARÁ…]

Tarde de verano (III): las duchas del vestuario (desenlace)

  • ¡Tiene buen cuerpo ese cabronazo, eh! – dijo Dani, cuando Matías se marchó.

  • Sí, tío. Hace un montonazo de deporte y se conserva genial – comentó Peter, al tiempo que se echaba para atrás, mostrando la montaña que se dibujaba bajo su toalla.

  • Se ve que te pone, eh, macho. Que no se te ha bajado la calentura, cabrón – dijo Dani, mientras le quitaba de nuevo la toalla y dejaba saltar el rabo de Peter, que seguía igual de trempado que antes de la llegada del árbitro.

Mi amigo no respondió, arqueó su espalda hacia atrás y dejó que mi primo volviera a manosearle la polla, que permanecía erguida, desafiante, de frente a mí. Levanté mi camiseta y volví a meter mi mano en el paquete. Mi cipote se había relajado un poco, pero seguía morcillón. Ver a Dani en acción de nuevo ayudó a que empezara a enderezarse. Éste seguía diciéndole cosas a Peter:

  • ¡Molaría que se hubiera quedado, eh! Me habría gustado ver cómo se follaba ese culo apretado que tienes, cabrón.  Pero primero, me lo quiero follar yo, nene. Que seguro que tienes ganas de que te metan una buena polla ahí dentro, ¿no, cabrón?

Peter seguía sin articular palabra, con las manos apoyadas en el banco, tras la espalda, la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Mi primo volvió a pajearle con fuerza, mientras no paraba de decirle cosas, para ponerle más cachondo todavía.

  • Creo que será mejor que vayamos a las duchas, no sea que vuelva a entrar alguien y nos pille aquí. Venga, David, quítate la ropa y vamos para adentro – dijo Dani, mientras no paraba de manosear la enorme polla de Peter, quien parecía en otro mundo.

Empecé a desvestirme y dejé toda mi ropa en el banco donde unos segundos antes se hubiera sentado Matías. Mi primo soltó la polla de Peter y se puso de pie, al igual que mi amigo, que se quedaron, mirándome, mientras me desvestía. Dani se retiró la toalla y vi su polla peluda bastante animada también.  Me bajé los calzoncillos y los tres quedamos completamente desnudos.

  • Vamos para adentro – dijo mi primo, mientras le daba una palmada en el culo a Peter, que encabezó la fila hacia las duchas.

Pasamos uno detrás de otro: primero Peter, luego Dani y finalmente yo. Me fijé por vez primera en el culo de mi primo, que era pequeño y bien definido. Hasta ese momento, nunca me había fijado en el culo de ningún tío, pero algún mecanismo había cambiado dentro de mi cerebro desde el sábado de la tormenta, porque empezaba a sentir curiosidad por las anatomías de otros chavales.

  • ¿Queréis que nos mojemos un poco, para ir calentándonos? – dijo Dani, una vez que los tres estuvimos en la sala de duchas.

Aquella estancia era también bastante reducida. Un cubículo de pocos metros cuadrados, con suelos de lamas de madera,  en el que seis  alcachofas, colgadas de la pared, se alineaban, tres a cada lado. Había restos de espuma en el suelo, que todavía estaba mojado, testigo de las duchas del resto de los jugadores y del árbitro. La sensación de humedad en la madera del piso me recordó la tarde del sábado, mientras estaba en la terraza mojada.

  • Por mí, guay, estoy mazo sudao y mojarme un poco me vendría de puta madre – Peter fue el único que respondió.

Dani pulsó un botón que había en la pared, bajo la ducha, y un potente chorro de agua templada chocó contras nuestras cabezas. Nos acercamos los tres, para compartir ese torrente de agua, y empezamos a rozar nuestros cuerpos, por los que el líquido empezó a deslizarse. Dani cogió un poco de jabón de un expendedor que había colgado en la pared y empezó a enjabonar el cuerpo de Peter, a quien pareció excitarle mucho ese juego. Estaba descubriendo una faceta de mi primo que desconocía. Aquello me turbaba un poco, pero al mismo tiempo me atraía. Me sentía un poco como en la adolescencia, cuando empecé a echar mis primeros polvos: la sensación de novedad, de riesgo, de hacer algo prohibido, era más potente que los remilgos que toda aquella situación me generaba. Me vi a mí mismo completamente empalmado, mientras Dani enjabonaba el cuerpo mojado de Peter. Empezó a enjabonar su polla, sus huevos, su entrepierna, su culo… El otro parecía extasiado, mientras el agua chocaba agresivamente contra nuestras cabezas.

  • Ayúdame a lavar a este cabrón – me dijo Dani, al tiempo que recogía más jabón del expendedor y lo rociaba sobre la palma de mi mano.

Los dos empezamos a limpiar el cuerpo sudado de Peter. Dani se encargó de su pecho, de sus brazos, de sus sobacos… Yo me agaché y asumí la limpieza de sus piernas y pies. A ratos, nuestras manos se juntaban en su entrepierna, en su polla, en sus cojones, que desprendían un abrasador calor. Peter no paraba de gemir. Aquello le estaba poniendo como una moto. El agua de la alcachofa retiraba la espuma casi de forma inmediata, así que llegó un momento en el que no le estábamos enjabonando; sencillamente, le estábamos magreando a saco.  Al cabo de unos minutos, el torrente de agua empezó a perder fuerza y disminuyó progresivamente su potencia, hasta que se esfumó y nos quedamos los tres empapados, calientes y deseosos de más. Me levanté y Dani empujó ligeramente a Peter hacia abajo, invitándole a ponerse de rodillas. Él obedeció presto y quedo de rodillas, entre mi primo y yo, que nos quedamos mirando hacia abajo.  Dani soltó un lapo sobre la palma de su mano y lo restregó sobre mi polla empalmada. A continuación, echó otro escupitajo y lo esparció sobre el tronco de su rabo. Su siguiente orden fue impositiva:

  • ¡Cómenos bien las pollas, macho!

Peter se lanzó sobre el rabo de mi primo, metiéndoselo en la boca y chupándolo avariciosamente. A continuación, hizo lo mismo con el mío mientras, con la mano, no paraba de pajear la polla de Dani, que miraba ese espectáculo con cara de vicio. Colocó su mano sobre la cabeza de Peter y empezó a dirigir la intensidad de la mamada. Aprovechando un momento que éste tenía mi polla clavada hasta lo más profundo en su boca, Dani empezó a hacer fuerza sobre la cabeza de Peter, impidiéndole retirarla. Yo creí morir de placer. Era la primera vez que clavaba mi tranca tan profundamente en una boca. Dani estuvo durante, al menos, un minuto, sin retirar su mano de la nuca de mi amigo. Cuando los resoplidos de éste le indicaron que ya no podía respirar, le dejó zafarse, aunque lo hizo sólo por el tiempo necesario para recobrar un poco de aire. Repetimos la mamada profunda tres, cuatro, cinco veces más. Yo estaba disfrutando como un auténtico hijo de puta y Peter parecía no menos satisfecho. Dani, por su parte, estaba encantado dirigiendo aquella situación, aunque fuera mi polla y no la suya la que mi colega se estaba zampando.

  • ¡Buen perro, cabrón! – le dijo, una vez que le permitió concluir con mi mamada -. ¡Ahí va tu premio, ‘perrako’!

A continuación, Dani le soltó un espeso lapazo en toda la cara a Peter, cuyo rostro estaba lleno de sus propias babas, producidas por la profunda mamada que me acababa de hacer. Mi amigo se relamió y recogió con la lengua los restos de aquel escupitajo que empapaba su cara.

  • Me parece que tu amigo Peter es un vicioso de mucho cuidado, David. Vamos a tener que darle algo más fuerte.

A continuación, Dani, sin avisar, empezó a soltar un meo amarillo y potente sobre la cara de Peter. Éste, al principio, pareció un poco asqueado, ya que aquello nos pilló a los dos de sorpresa pero, en cuestión de segundos, pareció entender el juego y dejó que mi primo le llenase la cara de pis. Es más, incluso abrió la boca y dejó que ésta fuera el urinario de Dani, que parecía cachondísimo con toda esta escena. Yo estaba flipando, no podía retirar la vista de Peter, que se relamió con vicio los restos de orina que quedaron en su cara y, no contento con esto, se lanzó a limpiar la polla de Dani, una vez que éste hubo acabado de mear.

  • Jodeeeeeeeeeeeeeeeer… ¡Qué cabronazo! – dijo Dani-. ¡Estás hecho una verdadera puta, cabrón! - Dani le soltó un sonoro sopapo en la cara, mientras le comía la polla -¡Eso es, hijo de puta, pónmela bien dura, cabrón! – mi primo le soltó un nuevo sopapo, esta vez más fuerte y sonoro.

A Peter no pareció importarle, ya que se empezó a afanar más y más en la comida de polla que le estaba haciendo a Dani. Los tres estábamos excitadísimos. Peter no paraba de gemir, mi primo emitía bufidos sordos y yo estaba alucinando con el cariz que estaban tomando las cosas. Repentinamente, la puerta abatible de las duchas se abrió y una silueta se dibujó a contraluz: era Matías.

  • ¿Qué coño está pasando aquí? – preguntó el árbitro desde la puerta.

Ninguno de los tres respondió. Nos quedamos todos flasheados por aquella repentina aparición. Peter es el que tenía una tesitura más complicada, ya que permanecía de rodillas, con la polla de Dani clavada hasta la garganta. Era un poco obvio lo que estaba pasando, así que ninguno de los tres o, mejor dicho, de los dos que teníamos la boca libre, tuvo cojones de responder a aquella pregunta.  Matías volvió a repetirla:

  • ¿Qué cojones estáis haciendo? – sus espesas cejas se juntaron más de lo estrictamente necesario.

Dani, acostumbrado a camelar a la gente con su magnetismo natural, fue el que respondió finalmente:

  • Nada, tío… Nos estábamos duchando y, al final, pues…

Matías nos escudriñaba con sus ojos penetrantes y los pensamientos que se cruzaban tras su estrecha frente eran completamente inexpugnables en ese momento. Por un momento, supuse que montaría un pollo, que se pondría a gritar, que nos echaría la peta, como a unos críos que se han portado mal en el cole, y que no nos volvería dejar pisar ese campo de por vida. Eso, en el mejor de los casos: si tenía de veras la mala leche, a lo mejor llamaba al tal Rafa, el encargado de las instalaciones, y le instaba a que nos pusiera una denuncia o algo así. Por un momento, pensé que aquello era un castigo más que justificado por mi mala conducta. Me había dejado arrastrar por mis más bajas pasiones y ahora pagaba las consecuencias…

Sin embargo, para mi sorpresa o, para sorpresa de los tres, que seguíamos en esa ridícula posición, con las pollas erectas y sin hacer nada, por el susto y los nervios, al cabo de unos segundos,  Matías soltó su bolsa de deporte en un rincón, bajo una de las duchas que estaban enfrente, y empezó a desnudarse con parsimonia. Aquello sí que no me lo esperaba.  Aquel macho se empezó a quitar de nuevo las zapas, el polo y el tejano, y volvió a quedarse en calzoncillos, mientras nosotros alucinábamos con su reacción. Lo que estaba sucediendo era del todo imposible: ¿se nos iba a unir a la fiesta…?

Cuando Matías se quedó en aquellos slips blancos que marcaban tan bien sus gordos cojones, se aproximó hacia nosotros y susurró unas palabras:

  • Sabía desde hace tiempo que este tío es un mariconazo y le tenía bastantes ganas.

Se llevó la mano a los slips y se los fue bajando. Su polla ya no era tan pequeña como antes: estaba empezando a crecer.  Matías se colocó entre mi primo Dani y yo. Peter quedó sepultado bajo nuestras piernas y rabos. Sorprendido ante aquella reacción, sacó la polla de mi primo de su boca y se lanzó sobre la de Matías, que estaba envuelta en un auténtico  matorral de pelos rizados y largos. Empezó a mamarle el cipote al árbitro, que lanzó sus manos como zarpas sobre el culo de Dani y sobre el mío. Peter empezó a pajearse a sí mismo. Pude comprobar que estaba al borde del colapso. Aquella tarde, contaba con tener un par de trancas para su disfrute, pero la repentina llegada de una tercera, era algo que le vino dado, como caído del cielo, así que supo agradecerlo debidamente.

En poco más de tres o cuatro minutos, merced al dedicado esfuerzo de mi mejor amigo,  el cipotón del árbitro lucía en todo su esplendor. Matías tenía una polla de unos dieciocho centímetros, con mucho pellejo, muy parecida a la de mi primo, pero más gorda, más madura, más curtida. Los huevos le colgaban muchísimo y se balanceaban hacia adelante y hacia atrás, mientras mi colega le practicaba una mamada con la que parecía estar gozando bastante. Entretanto, el árbitro atenazaba nuestros cachetes con sus manos. Estuve tentado de masajear los suyos, plagados de pelo, como pude observar antes, pero no me atreví. Los tres mirábamos hacia abajo y nos excitábamos con la visión de Peter, metiéndose la tranca de aquel tío hasta las amígdalas. Fue un momento de locura: habría podido correrme sin tocarme, tal era la energía sexual que concentrábamos en aquellas duchas.

Al cabo de unos minutos comiéndole la polla a Matías, Peter volvió a dedicarse a la de mi primo y a la mía. Nos comió los huevos, las ingles, metió su lengua entre nuestras piernas… Peter se comportó como una auténtica zorra. Dani le escupía la cara intermitentemente y Matías, alentado por el ejemplo de mi primo, empezó a hacer lo mismo. Al cabo de unos minutos, mi mejor amigo estaba envuelto en babas: las suyas propias, las de mi primo y las del árbitro.  Fue éste quien puso fin a aquella sesión de comidas de rabo. Nos soltó los culos y nos invitó a hacer espacio.

Se trataba de dejar a Peter tumbarse sobre el suelo mojado. Una vez que éste estuvo, tan largo era, tendido sobre el piso de lamas de madera, el árbitro tiró de sus piernas hacia arriba y las abrió, para que dejara su culo a la vista. Mi primo se puso de rodillas sobre la cabeza de Peter y le encajó la polla en la boca, una vez más. Matías, por su parte, se agachó y bajó la cabeza casi hasta la altura del suelo. Sacó la lengua y empezó a recorrer el culo de Peter, todo esto al tiempo que masturbaba su gordo rabo. Yo no sabía qué hacer, así que me quedé mirando la escena y pajeándome.

Dani le estaba punteando la boca a Peter y el árbitro le estaba metiendo la lengua en el culo: aquello era una locura. De repente, Dani se incorporó y me instó a que ocupara su lugar. No dudé en obedecerle. Pero Peter no tenía más ganas de rabo, ya que se lanzó sobre mi culo y empezó a lamerlo. Es difícil explicar las sensaciones tan guapas que nublaron mi mente en esos momentos. De todas formas, no podía pensar con claridad. Dani se había puesto a horcajadas sobre la tripa de Peter y estaba, de cuclillas comiéndole la polla.

Por un momento, me pareció que el árbitro y mi primo se besaban. Al menos, sus rostros se aproximaron y me pareció ver que compartían sus lenguas. No sé si realmente lo vi o si estaba alucinando por la comida de ojete que Peter me estaba haciendo. El cabrón empezó a meter su lengua dentro de mi culo, con lo cual, yo lo relajé y le dejé que fuera más y más adentro. Estaba tan extasiado con las sensaciones que Peter me estaba proporcionando en el culo, que sentí la necesidad de dar placer. Me incliné hacia adelante y empecé a mordisquearle los cachetes a mi primo. A Dani pareció gustarle, ya que se puso de rodillas, abrió sus nalgas y exhibió su botón rosado, todo esto mientras no paraba de devorar la polla de Peter.

Sin dudarlo, metí mi boca en el culo de Dani: no sabía muy bien lo que había que hacer, me dejé guiar por la intuición: lamí los bordes, duros y musculosos, y luego dejé caer la punta de la lengua sobre el centro, más blando. Noté cómo se relajaba y, aprovechando uno de esos momentos, colé mi lengua dentro de su ano. Aquello era una auténtica cadena de placer: Peter me comía el culo, yo se lo comía a mi primo y Dani devoraba el rabo de Peter. No podía ver al árbitro, pero le oía afanado en trabajarle el ojete a mi mejor amigo. No sé cuánto tiempo transcurrió, pero cuando nos empezábamos a cansar de estar en esa posición, Dani se levantó. Yo seguí su ejemplo y, desde la altura, pude ver que Matías ya no le estaba comiendo el ojete, sino que le estaba introduciendo dedos por el culo. De hecho, ya debía tener varios, a juzgar por los movimientos convulsos de Peter.

  • Este hijoputa tiene un culo bien duro – dijo el árbitro, mirándonos a mi primo y  a mí.

Su perilla estaba humedecida por la saliva. Mientras, con una mano, fisteaba el culo de Peter, con la otra no paraba de pajearse. Reparé en el pellejo de su polla, que había quedado replegado bajo el glande.  Visto así, de rodillas, su anatomía no resultaba tan impactante, aunque sus hombros, anchos, musculosos y algo caídos, seguían siendo imponentes. Matías sacó su mano embadurnada en saliva del culo de Peter y soltó un nuevo y sonoro lapo contra su ojete. A continuación, lanzó otro escupitajo sobre su polla y lo esparció por la cabeza. Se disponía, indudablemente, a clavarle el nabo  a Peter  hasta el fondo. Mi primo, que no quitaba ojo al espectáculo, tenía el pene como un misil. Levantó un pie y lo colocó sobre la cara de mi colega, que empezó a lamerlo. Yo me limité a pajearme. Matías fue metiendo su gordo rabo lentamente, hasta que consiguió acoplarlo en el estrecho ojete de Peter, que no paraba de gemir, mientras le comía los pies a Dani. Luego, tiró de sus caderas hacia arriba, a fin de acoplarse mejor, y empezó a bombear. Los músculos del árbitro estaban en tensión y Peter emitía gruñidos que no sabría determinar si eran de placer o de dolor. Dani estaba fascinado. Intuí que ver aquello le ponía más cachondo que follárselo él mismo. El árbitro empezó a acelerar el ritmo de la follada.

  • ¡Ostia, cabrón! ¡Sí! ¡Abre bien el culo, hijoputa!

Peter se convulsionaba y mi primo le taponaba la boca con sus pies. Temí que no estuviera disfrutando. Aquel macho lo estaba taladrando vivo. Dani retiró su pie de la cara de Peter, que habló por vez primera:

  • Sí, tío. Más, más, más… Por favor… ¡Quiero más! – su cara no era su cara: era la de un sátiro, dominado por el placer.

No sabía si se refería a los pies de Dani o a la polla de Matías, aunque no me cupo ninguna duda, cuando Peter levantó un poco la cabeza, loco de vicio, y miró al árbitro:

  • Ostia, cabrón… ¡Fóllame vivo!

Matías se la clavó durante unos minutos, ante la atenta mirada de mi primo y la mía propia. Después, sacó la polla mojada y le dio una palmada en los muslos, para que se levantara.

  • Ahora, límpiame bien el rabo – le dijo a Peter.

Mi amigo empezó a mamársela una vez más, de rodillas, mientras el rudo árbitro nos miraba a Dani y a mí, cómo nos pajeábamos.

  • ¿Vosotros no os lo vais a follar o qué?

Mi primo asintió, pero algo había cambiado en su mirada. Sus palabras me cortaron la respiración:

  • Sí, quiero metérsela bien, hasta el fondo. Pero quiero que me folles tú a mí también. Nunca me la han metido y me apetece probar qué se siente.

  • Pff ¡De puta madre, cabrón! – respondió Matías -. Con lo bueno que estás, debes tener un culazo de vicio – dijo el árbitro, al tiempo que le echaba una mirada de arriba abajo a mi primo.

Matías  sacó su tranca empapada de la boca de Peter. Volvía a relucir dura, roja y brillante, con ganas de más guerra.  Peter miraba desde el suelo, de rodillas, con la boca abierta, suplicante, deseoso de llevarse algo caliente a la boca. El árbitro tiró de sus axilas y lo puso en pie. Le soltó un lapazo en la boca y luego acercó la suya, besándolo con vicio. Cuando separaron sus caras, pude ver que un hijo de baba colgaba de la perilla del árbitro.

  • Venga, chaval, ¡todo tuyo! – le dijo Matías a mi primo -. Ya tiene el culito abierto, así que le entrará sin problemas.

Dani se colocó detrás de Peter y empujó su espalda hacia abajo, de forma que mi amigo se quedó en ángulo de noventa grados, con las piernas abiertas de par en par. Mi primo colocó sus caderas detrás de su trasero y no tardó en acoplar su polla en el ojete de Peter, que empezó a mirarme suplicante. Sabía lo que quería, así que me acerqué y le coloqué la polla en la boca. Empezó a mamarla con la dedicación a que me tenía acostumbrado. Mi primo le metió la tranca sin problemas y empezó a bombearle con buen ritmo. No obstante, de repente, paró. El árbitro se había colocado detrás de él y le estaba haciendo algo.

Intuí que le estaba metiendo dedos en el culo. Uno de sus fuertes brazos atenazaba su cuello, mientras el otro se perdía detrás de su espalda. Mi primo siguió bombeando con más suavidad, mientras Matías le daba placer por la retaguardia. Dani parecía disfrutar, porque su mirada se había vuelto perdida. Estaba recibiendo por la polla y por el culo simultáneamente. No articuló palabra, se limitó a gemir sordamente. Entretanto, yo no paraba de puntearle a boca  a Peter, que quería meterse mi polla cada vez más adentro. Al cabo de unos minutos, el árbitro empezó a comerle el cuello y las orejas a Dani, al tiempo que estrujaba un pezón con el brazo que lo atenazaba. Dani estaba como en otro mundo. Sin embargo, un grito sordo anuló la magia de ese momento:

  • Para, para, para, para… Por favor… ¡Paraaaaaaaaaaaaaaaa!

Matías le había empezado a meter la polla y aquello no debía ser lo que mi primo esperaba. El árbitro le habló en un susurro:

  • Tienes que relajarte, chavalote… Verás cómo te gusta… Tienes que relajar el culo y metértela tú mismo. Fóllate a este hijoputa y déjame que te folle yo a ti.

El árbitro empezó a recorrer el cuello de mi primo con su lengua. Dani respiró hondo y le dio una nueva embestida a Peter. El retorno fue más lento ya que, según volvía hacia atrás, se estaba metiendo el gordo rabo de Matías por el culo. El árbitro no paraba de lamerle y estrujarle el pezón. Dani dejó de quejarse; simplemente resopló sonoramente. Un nuevo movimiento hacia adelante y volvía a estar dentro de Peter. Otro movimiento hacia atrás y Matías lo penetraba con más fuerza. Así estuvimos durante unos minutos, hasta que Dani pareció acostumbrarse a la sensación de tener una polla metida en el culo. Cuando consiguió ese punto, los dos empezaron a bombear con el mismo ritmo, de tal forma que, cuando Dani penetraba a Peter, Matías se la clavaba a él. Mi rabo estaba enhiesto en la boca de mi colega, cuyo aliento me abrasaba el pubis. Aquella follada a cuatro duró unos minutos, hasta que Dani no pudo más y anunció que se corría:

  • Jodeeeeeeeeeeeeeeeeeeer… No aguanto más. ¡Me voy a correr! Ostiaaaaaaaaaaaaaaaaaaa… ¡Sí!

  • Eso es, cabrón, córrete dentro del ojete de este hijoputa. Lubrícamelo bien, para que se la vuelva a meter – le dijo el árbitro.

Dani eyaculó mientras gemía como un poseso. Matías mantuvo su polla dentro de mi primo, hasta que éste dejó de gemir. Aquel orgasmo debía haber sido, con seguridad, algo monumental. El árbitro se desacopló primero y luego lo hizo mi primo, que se dejó caer exhausto, sobre el suelo mojado. Matías seguía con el rabo trempado, así que se lanzó sobre el culo de Peter, que lo recibió con las puertas abiertas. Otros cuatro o cinco minutos de embestidas brutales, hasta que el árbitro empezó a gritar:

  • ¡Ostiaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa…! ¡Me corroooooooooooooooooooooo…!

Peter parecía poseído por el vicio: estaba comiendo polla como si fuera una aspiradora. Matías sacó su rabo morcillón y lleno de lefa y se dirigió a mí:

  • Tu turno, chaval, fóllatelo.

Dani estaba sentado en el suelo, ajeno a todo lo que estaba sucediendo, respirando hondo y mirando hacia el piso de madera mojada. Parecía no interesarle ya el devenir de los acontecimientos. En cambio, el árbitro siguió sobando su rabo peludo y lleno de semen, al tiempo que yo liberaba la boca de Peter. Una vez que lo hube hecho, me dirigí a su retaguardia y le clavé la polla, que entró con la misma facilidad con que lo haría en un coño. Aquello estaba cálido y mojado. De hecho, no parecía un culo en absoluto. Era flexible y blando. Matías metió su polla gorda y morcillona en la boca de Peter  y le invitó a que se la limpiara. No aguanté mucho follándome el culo de mi mejor amigo, ya que la excitación del momento era tal, que no pude retener la corrida. Solté varios disparos de lefa ardiente dentro del ojete de Peter.

Cuando saqué mi pene semierecto y teñido de blanco, Matías liberó también la boca de Peter, que era el único que no se había corrido, aunque no paraba de pajearse. Aquel tiarrón se dirigió al culo de mi amigo y empezó a meterle dedos: uno, dos, tres, cuatro… Estuvo masajeando unos segundos, hasta que extrajo la mano completamente llena de lefa. El cabronazo le llevó la mano a Peter a la boca y se la metió hasta los nudillos. En ese momento, pude ver cómo mi amigo estallaba y soltaba su carga de semen sobre las piernas peludas y robustas del árbitro.

Aquello se nos había ido de las manos… Ya no eran unas pajillas entre colegas: había sido un sexo guarro y vicioso entre tíos. Mi primo seguía completamente ido en el suelo, yo estaba de espaldas a Peter y el árbitro seguía con la mano en la boca de mi amigo, que relamía gustoso los restos de lefa.

Una megafonía anunció que las instalaciones estaban a punto de cerrar. Nos duchamos los cuatro, rápidamente y sin hablar. Tampoco comentamos mucho en los vestuarios. Matías se largó pitando, volviendo a enfundarse la ropa de antes y despidiéndose precipitadamente. Dani, Peter y yo, nos volvimos de camino a casa. No hablamos mucho durante el trayecto, que tampoco se demoró demasiado. Nos despedimos en la puerta del portal y Dani anunció que, esa noche, se quedaría a dormir en casa. Mientras subíamos por el ascensor, sólo dijo una cosa:

  • Es la última vez que dejo a un tío que me la meta.

[FIN]