Tarde de préstamo en el campo

Mi AMO decide prestarme a unos desconocidos en su huerto. Cuando llego resultan ser hermanos y ambos me usan tanto sexualmente como para el huerto.

TARDE DE PRÉSTAMO EN EL CAMPO

Suena el teléfono y antes del tercer toque mi AMO lo descuelga. Yo me encuentro a sus pies, completamente desnudo, masajeando sus pies con mi lengua y permanentemente atento a cualquiera de sus necesidades.

No puedo dejar de escuchar la conversación y tanto por lo que oigo, como por lo que no se quiere que oiga, comprendo que nada bueno me espera. Mi AMO lleva días inquieto, buscando por internet, atendiendo llamadas intempestivas y dejándome ir alguna que otra indirecta de las suyas.

Sea lo que sea que me espere, no tardaré mucho en saberlo y mi angustia e intranquilidad de estos días por el desconocimiento de aquello que me espera, se trasformará en angustia e intranquilidad por la comprensión de aquello a lo que deberé enfrentarme. Ya lo dice la frase: en el desconocimiento está parte de la penitencia; lo que no acaba de aclarar es que en el conocimiento radica la otra parte.

Mi AMO cuelga el teléfono y me ordena vestirme ligero. No es más que un eufemismo para indicarme que desea que me ponga directamente el chándal sobre la piel desnuda y como calzado unas simples bambas sin calcetines. Cumplo sus deseos a toda prisa y en cosa de cinco minutos ya estamos en el ascensor descendiendo hacia el aparcamiento.

Una vez al lado de su coche me ordena desvestirme por completo y me coloca el collar de perro con tachuelas así como las muñequeras y tobilleras de cuero negro con anilla. Es evidente que vamos de sesión. Abre el maletero del coche y con un simple gesto comprendo lo que debo hacer. Me tumbo acurrucado en su interior y se cierra el portón.

Lo normal es que fuera a su lado en el asiento del copiloto y que una vez en carretera me ordenara quitarme los pantalones del chándal y bajarme por completo la cremallera de su chaqueta, complaciéndose en conducir en paralelo con los camiones, igualando la velocidad de su marcha a la altura de la cabina hasta que estos, desde su posición elevada, se percaten de mi desnudez forzada. La reacción inicial siempre es de sorpresa, la que le sigue varía. En ocasiones de risa y cachondeo, en otras de enfado y molestia, pero siempre clavando sus ojos en mi sexo desnudo, evidenciando que son plenamente conscientes de ello, mientras yo, profundamente humillado y degradado, aguantado el tipo, mostrando lo más íntimo de mi anatomía en actitud sumisa y de entrega, teniendo que obligar a mis manos a permanecer alejadas de mi sexo, dispuestas como resortes a saltar sobre él para terminar con la humillación. Solo mi AMO decide cuando terminar con ella, acelerando para adelantar al camión. Sin embargo esto es solo la calma que precede a la tormenta, porque poco más allá, otro camión espera a ser adelantado y continuar así con mi particular paseo de exhibición y humillación.

Si voy en el maletero, pues, quiere decir que no se desea que sepa a donde nos dirigimos. Como siempre, ese es el peor tormento. La mente se dispara en mil y una preguntas que por respuesta no tienen más que otras preguntas. La angustia se eleva a niveles casi insoportables, la respiración se acelera y las inspiraciones profundas y rápidas parecen no ser suficientes para aportar todo el oxígeno que necesitas, el corazón se desboca en un palpitar violento que parece aplastarlo contra tu pecho, y por tus poros comienzan a salir ríos de un sudor frío que te empapa y te congela.

Inmediatamente y de forma instintiva, empiezas a prestar atención a todos y cada uno de los sonidos que te envuelven y a intentar traducir los movimientos del coche en un vano intento de averiguar tu destino. ¡Pum, Pum!, las ruedas del coche acaban de bajar el vado de la calle. Sientes como la inercia te aplasta contra el lateral del coche: Estamos girando a la izquierda para subir por la calle hasta el semáforo. Sigues y sigues en tu particular intento de ubicarte, pero cada vez resulta más difícil. A medida que te alejas los sonidos y movimiento del coche se hacen menos reconocibles y comienzas a dudar de si has girado por tal o cual calle, hasta que llega un punto en el que, totalmente perdido, te abandonas a tu destino.

Tras una hora de coche y cuando el paso del tiempo y la costumbre han conseguido que vuelvas a la calma, el vehículo frena y se detiene, oyes el freno de mano y como, tras breves instantes, se abre la puerta del conductor. Inevitablemente todo vuelve a empezar, la angustia, la respiración agitada, el corazón acelerado…

Se abre la portezuela del maletero y lo primero que haces es mirar al exterior con ojos como esponjas, intentando absorber por ellos la mayor cantidad de información posible. ¿Dónde estamos? ¿Hay más gente o estamos solos? ¿Es un lugar público o privado?...

Mi AMO engancha por el mosquetón la correa de eslabones metálicos a la anilla de mi collar y tirando de ella, sin mediar palabra alguna me obliga a bajar del coche. Estamos en el final de un camino mal asfaltado, entre cañizales altos que no dejan ver nada de lo que sucede a lado y lado. Al frente, el camino asfaltado se convierte en otro polvoriento y sin asfaltar, con profundos surcos provocados por el paso de vehículos cuando el suelo, húmedo aun por la lluvia, se ablanda y no es capaz de soportar su peso. No parece haber nadie más y eso me calma algo.

Con un severo tirón de correa mi AMO me indica que inicie la marcha. A duras penas le puedo seguir, descalzo como voy, por el camino reseco y pedregoso. A cada curva mis ojos intentan adelantarse a nuestros pasos en un vano intento de averiguar lo que me espera más allá. Mis huevos presos del “ballring” de acero que los rodea permanentemente por detrás de la polla, se bambolean dolorosamente chocando contra mis muslos a cada traspiés, y los cascabeles que penden de mis pezones anillados no dejan de sonar, delatando, entre chivatos y cotillas, todos mis movimientos.

Sigo los pasos de mi AMO con la cabeza gacha y a un paso por detrás de él, colocado siempre a su derecha (Modestia aparte, estoy bien entrenado y se cuáles son mis obligaciones) hasta una zona en la que a lado y lado del camino empiezan a verse entre el cañizo, cercados y puertas hechos de todo tipo de material reciclado. Tanto sirven somieres viejos, como palés de madera o plásticos y lonas entretejidos con caña y alambre. Estamos sin duda en alguna zona de huertos de auto ocupación, de los que proliferan en los márgenes de carreteras o rieras, ocupando zonas prohibidas a la edificación pero olvidadas por su fealdad y poca accesibilidad a cualquier otro uso.

Al poco mi AMO se detiene frente a una de esas “puertas” medio abierta y desde el quicio de la puerta, conmigo a su lado oculto por la valla pero aun sujeto a mi AMO por la correa de perro, pregunta a alguien en el interior de la parcela por un tal “José”. Solo de pensar que el interpelado por mi AMO puede salir al camino a darle las correspondientes explicaciones, descubriendo mi presencia, completamente desnudo y en actitud de perra sumisa me hace flaquear las piernas al punto que debo apoyarme con las manos en la valla para no caer al suelo.

El individuo se acerca a la puerta mientras mi AMO entabla conversación con él y si no fuera por la correa que me une inexorablemente a mi AMO y por los temblores y flojedad de mis piernas, hubiera, sin duda, apretado a correr como quién persigue el diablo. Sin embargo hay algo en el esclavo de raza, algo incomprensible para quien no está acostumbrado a su trato, que transmuta en él la humillación en orgullo, el terror en deseo y el dolor en placer. Ese algo es sin duda el deseo, la necesidad más bien, de servir, obedecer, aceptar y complacer a su AMO en la predestinación, casi genética, que le hace únicamente placentero el goce de su SEÑOR.

En medio del terror que me embarga y justo cuando el hombre está a punto de llegar a la puerta, deduzco por la conversación que se trata del tal “José” Por un lado el descubrimiento me tranquiliza, pues es evidente que estoy allí a sabiendas del Sr. José pero casi de inmediato y sin solución de continuidad, me vuelve a abrumar el temor a aquello que se espera de mí.

El Sr. José llega a la puerta y mi AMO se aparta para mostrarme en toda mi desnudez. Al tiempo que lo hace me ordena que me arrodille ante al Sr. José y adopte la postura de saludo y presentación. Lo hago de inmediato, conocedor de que mi AMO es tremendamente estricto en todo lo que se refiere al código. Me arrodillo pues, primero con el tronco erguido, flexionando las rodillas y tobillos hasta que las pantorrillas tocan el suelo. A continuación desciendo mis nalgas, aun con el tronco aún erguido, hasta asentarlas sobre los talones de los pies y desde allí inicio la flexión de cintura que me llevará a postrar mi frente sobre el suelo por delante de mis rodillas. Adelanto entonces los brazos, extendiéndolos por completo hacia delante y con las palmas de las manos siempre abiertas y hacia arriba, cruzando las muñecas exclamo:

-          ¡A su entera disposición, SEÑOR!

Permanezco en esta posición hasta que se me indica. Es evidente que al Sr. José se le escapan estos detalles y tiene que ser mi AMO quien me mande incorporarme. Una vez en pie se me ordena que adopte la posición de inspección: de pie, cuerpo erguido, con los pies separado hasta la altura de los hombros, nalgas ligeramente tiradas para atrás, cabeza gacha mirando siempre al suelo y palmas de las manos sobre la cabeza.

Comienza entonces el relato de mis particularidades físicas al Sr. José, se me tira de los pezones por las anillas, se me coge de los huevos con una mano tirando de ellos hacia delante para mostrarlos mejor, se accede a mi coño y separando las nalgas se pasa el dedo por mi ano. Finalmente se me ordena abrir la boca introduciendo en ella todos los dedos menos el pulgar, en demostración evidente de mi capacidad y entrenamiento bucal.

No puedo dejar de observar cómo, a cada paso el Sr. José se sorprende más y más. Sin duda no está a acostumbrado a toda aquella parafernalia BDSM y mi AMO , que como en mi caso, también lo percibe, decide acortar la ceremonia e ir al grano.

-          Bueno, pues como quedamos aquí lo tienes, José - exclama  mi AMO.

-          ¡Joder! Polvo tiene el chaval - responde el Sr. José entre sorprendido y aturdido.

Se trataba de un hombre de unos 55 años, metidos en una apariencia de 65 por la intemperie y el trabajo duro. Escasamente de 1,60 metros de altura, con barriga cervecera y peludo hasta en las orejas. Sus manos grandes y pesadas como martillos, en lugar de dedos tenían cinceles de acero. Olía a sudor de muchos días y su ropa estaba raída, sucia y llena de girones.

-          Toque, toque – le decía mi AMO . – Está en todo su derecho a comprobar la mercancía.

Sin embargo el Sr. José apurado y superado por la situación no se atrevía. Mi AMO percatándose de ello derivo la conversación a las típicas frases insulsas e insustanciales: que si este año los tomates iban retrasados, que si el tiempo… El Sr. José entrando en el tema preció calmarse y una vez mi AMO se aseguró de que ya aceptaba plenamente la situación, se dirigió a mí diciendo:

-          Bueno cabrón, ahora tengo que irme. Te dejo al servicio de José. En mi ausencia te comportarás con él como lo harías conmigo. Si a mi regreso tengo la menor queja ¡TE ACORDARÁS!

En esos momentos me invadieron mil preguntas, ¿Cuándo regresará a por mí AMO ? ¿Todo es… TODO ? ¿Y si aquel hombre no sabía que hacer conmigo? ¿Sabría cómo se castiga a un esclavo? ... Pero era plenamente consciente de que no debía formularlas bajo ningún concepto. No era el momento, ni mucho menos mi prerrogativa. Mi AMO entrego la cadena de mi collar al Sr, José y se despidieron.

El sonido de la puerta de la parcela cerrándose tras de mi retumbó en mis oído como si de una pesada losa se tratara. Ya no había remedio me dije, así que ahora toca cumplir y pasar por esto lo mejor que se pueda.

Inmediatamente el Sr. Jose soltó la cadena y continuó con la insustancial conversación que había iniciado con mi AMO . A cada frase se hacía más y más evidente que aquel hombre de Dominación y sumisión sabia más bien poco, tirando a nada. Era, sin duda, un hombre inculto, de escaso mundo, al que todo aquello le superaba y medio arrepentido, ahora, de haberse metido en aquel berenjenal.

Se me hizo evidente entonces, que lo único que quería de mí el Sr. José era un buen revolcón, así que conocedor de mis obligaciones, decidí con determinación que si eso quería, iba a tener el mejor polvo de su vida.

Tomé entonces la iniciativa. Mientras el Sr, José me comentaba lo poco que habían subido las tomateras yo me doblaba de cintura como interesado en la mata mientras aprovechaba para restregar mi desnudo culo por su paquete. Más allá, plantados los dos el uno al lado del otro le pasaba el brazo por encima del hombro como quien, confiado, abraza a un amigo y le apretujaba costado contra costado.

El Sr. José, ya calmado y acostumbrado a mi presencia, empezó a entrar en el juego poco a poco. Primero con indirectas verbales, luego con alguna que otra caricia furtiva y finalmente incitado por uno de mis restregones de nalgas contra su paquete y totalmente empalmado ya, me la clavo entre las matas de habas.

Se bajó los pantalones desanudándose primero el cordel que le hacía las veces de cinturón. Con su mano empujó mi cabeza para que adoptara la posición en pompa y de puntillas por la diferencia de altura me la clavó hasta los huevos. Tenía una polla de largura estándar, entre 15 y 17 cm pero de un calibre espectacular. Más ancha en su base que en la punta, a medida que te penetraba podías sentir como te iba separando las paredes del esfínter primero y del recto después. El dolor inicial fue intenso, sin embargo me sorprendió que el Sr. José supiera lo que le colgaba entre las piernas y consciente de ello tuviera la deferencia de penetrarme, inicialmente, con suma lentitud y delicadeza.

Una vez su polla se hubo encajado totalmente en mi coño, espero unos instantes a que este se acostumbrara a su presencia y cuando mis espasmos intestinales y exhalaciones de sufrimiento hubieron cesado, inició un bombeo rápido en el que sacaba y metía en cada golpe de riñón toda la longitud de su polla. Tanto es así que en varias ocasiones se le salió de dentro, lo que suponía para mí una nueva clavada profunda y rápida, ahora sin miramientos que me hacía incorporar por la cintura como acto reflejo por el dolor infringido.

Por la rapidez de sus movimientos, la ausencia de pausas y la insistencia de sus embestidas, parecía que el Sr. José no hubiera follado en años y que lo que pretendía es alcanzar el tan ansiado clímax lo antes posible, como el drogadicto busca sus dosis para quitarse el “mono” cuanto antes mejor.

La verdad es que como era de esperar con aquel ritmo frenético su corrida no tardó mucho en llegar. En pocos instantes, cinco minutos a lo sumo, me preño, dejando su blanquecino regalo dentro de mis entrañas. Sin embargo, agarrado de mi cintura no quiso retirar de mi interior su gruesa polla hasta que ella sola, en parte por su flojera, en parte por los movimientos naturales de expulsión de mi esfínter, salió al exterior. La situación me recordó al típico embotonamineto entre perro y perra.

Liberados ya, me agache para limpiarle la polla con la boca. Al principio entre piadoso y comprensivo la retiro, pero como consecuencia de mi insistencia acabo cediendo. Su leche sabía entre salada y amarga y los característicos espasmos musculares que le producían las caricias de mi lengua en su glande recién exprimido parecieron gustarle, ya que no retiró su polla de mi boca hasta que estos cesaron por completo.

Siguieron entonces momentos de calma y conversación distendida. Al poco, me indicó que nos dirigiéramos a la chabola que le hacía de vestuario, caseta de aperos, almacén y, evidentemente, picadero.

Entramos en ella y comenzó a desnudarse. ¡No había pasado ni un cuarto de hora y el Sr. José ya iba a por el segundo! Si era capaz a  sus cincuenta y muchos, ¿De qué lo habría sido de joven? Se sentó en una especie de taburete para acabarse de quitar los pantalones y las botas de agua de caña recortada por encima de los tobillos. Aproveché para arrodillarme frente a él dispuesto a ayudarle en la operación. Mi intención le cogió por sorpresa y en un principio la rechazó, pero yo ya sabía que tenía que hacer con él, así que insistí hasta que se dejó.

Comencé por sacarle las botas de agua. Al hacerlo aparecieron unos pies sudados y llenos de los característicos chorretones negros producidos por el roce de la piel muerta del pie con las paredes de las botas. No lo pensé dos veces, era lo que se me había enseñado y actué casi por instinto. Cogí fuertemente el pie recién salido de la bota con ambas manos y comencé a lamerlo. Empecé por la punta de los dedos, lamiendo después el espacio escondido entre dedo y dedo. Tras un primer intento de retirarlo, el placer que mi lengua le producía y la conciencia y aceptación de lo que era, hizo que  se relajara apoyando la espalda contra la pared y dejándome hacer con libertad.

Pasaba la lengua humedecida de un dedo a otro repasando por el espacio interdigital en donde me entretenía en pasarla por todos sus recovecos. Cuando hube finalizado esta operación me introduje los cinco dedos de golpe para poder alcanzar sin dificultad con lengua y dientes el pliegue que queda entre el inicio de los dedos y la planta del pie. Aquello pareció producirle un especial placer, a juzgar si mas no, por la exhalación de goce que soltó. Insistí pues en aquella zona y a continuación fui descendiendo la lengua por toda la planta del pie, ahora con insistencia, ahora con suavidad, casi sin rozarla. El Sr. José se retorcía en su asiento, guiando ahora mi lengua a base de colocar su pie en la posición que más favorecía el tratamiento de mi lengua en el lugar que el deseaba. Al poco descendí hasta los talones. Como era de esperar me encontré una zona llena de duricias y pieles muertas que alisé con el filo de mis dientes a manera de lija. Pronto mi boca se llenó del característico sabor de pies, entre agrio y salado por el sudor y la piel sucia. Era un gusto intenso, acompañado por el característico olor a queso fuerte, que permaneció en mi boca durante el resto del día, así como los restos de arenilla, extremadamente fina, casi limosa, que desde sus pies penetró en mi boca haciendo que mis dientes chirriaran durante varias horas.

Cuando ya había dejado el primer pie reluciente como los chorros del oro, inicie la misma maniobra con el segundo. Al acabar con este le bajé los pantalones, apareciendo una polla dura como el acero, completamente descapullada y llorando precum casi casi a chorros. Evidentemente aquello no se podía quedar así y comencé el ritual de la mamada perfecta. Subí la cabeza hasta la suya, acerque mis labios a los suyos y le morreé hasta la campanilla. Le chupaba su lengua con mis labios, se la restregaba por todos los rincones de su boca y le mordisqueaba dulcemente los labios. Ahora abandonaba su boca para pasar a  jugar con los lóbulos de sus orejas, de ahí descender hasta su cuello y recorrerlo de lado a lado mediante sonoros y profundos chupetones para regresar finalmente a un nuevo morreo a tornillo.

Cuando lo sentí a punto de caramelo, pase del cuello a sus pechos en lugar de volver de nuevo a su boca. Los lamí de lado a lado, empezando desde el sobaco derecho para acabar en el izquierdo. Como todo él, sus sobacos poblados por una densa pelambrera de girones de pelos largos como para poder hacer trenzas con ellos, sabían sudor rancio. En este caso su sabor era algo diferente, como más concentrado, lo que de buenas a primeras me produjo una arcada. Por suerte estoy bien adiestrado y supe contenerme.

Cuando finalicé con los sobacos y pechos comencé con sus pezones. Los tenía carnosos, largos y gruesos, lo que me facilitó las cosas. Empecé lamiéndolos en círculos, dándoles sensuales golpecillos en sus extremos con la punta de la lengua para acabar mordisqueándolos de arriba abajo con el filo de los dientes. Eran mordiscos suaves y tiernos pero firmes y prolongados. A cada mordisco el Sr. José respondía con un estremecimiento de placer que me animaba a seguir con la maniobra.

Finalmente decidí entrar a matar. Comencé a descender la lengua lentamente, muy lentamente de sus pechos hasta alcanzar su ingle. Ahora lamía, ahora mordisqueaba y mientras tanto el Sr. José consciente de que el siguiente paso era la mamada final, a cada acción se abandonaba pensando que la siguiente sería la introducción de su Iniesta polla en mi húmeda boca. Pero lo que venía era otro mordisquito y u otro chupetón. Alargaba así la dulce agonía del que sabe el placer que se le viene encima, deseándolo con todas sus fuerzas, pero interrumpido en el último momento. Solo cuando su desesperación se hizo evidente acabe de bajar la cabeza y lamiendo desde la base de su polla hasta la punta de su capullo, finalmente me la tragué hasta los huevos, de golpe y casi a traición. El resultado fue que al Sr. José le sobrevino un espasmo de placer tan repentino y agudo que casi se cae del taburete.

En eso empezaron a oírse ruidos fuera de la chabola. Yo no sabía si seguir o parar, pero ante la falta de indicación alguna por parte del Sr. José opté por no darles importancia y seguir con mi peculiar francés.

En eso el Sr. José exclamó:

-          ¿Hay alguien ahí? – con tono fuerte y severo.

-          Soy yo José -  se oyó desde la distancia.

-          Estoy en la cabaña Pedro – Contesto el Sr. José.

Por prudencia decidí finalizar la mamada e intentar retirarme lo más discretamente posible, pero para mi sorpresa el Sr. José, cogiendo mi cabeza con ambas manos impidió que sacara de ella su polla clavándomela, si cabe, más profundamente. Comprendí lo que pretendía y dejé al momento de forcejear para retirarme. Sin embargo el Sr, José endureció sorpresivamente su actitud y comenzó literalmente a follarme la boca.

Al poco se abrió la portezuela de la chabola y asomó por ella un hombre mayor que José, de fisonomía y complexión muy parecida, en todo caso algo más delgado y un poco más alto.

Al entrar y encontrarme amorrado al pilón no solo no se sorprendió si no que en tono jocoso exclamó:

-          ¡Así que este es el cabrón que nos han prestado!

-          Ja, ja, ja – Rio el Sr. José – Ya ves hermano, aquí lo tienes, ves como no iban a fallar…

Mientras el segundo hombre se desnudaba, señal inequívoca de que pensaba participar de mi préstamo, siguió la conversación entre risotadas y comentarios vejatorios hacia mi persona. De ella deduje dos cosas, la primera es que ambos hombres eran hermanos y la segunda que mi AMO era plenamente consciente de que serían ambos los que me iban a follar.

Mientras se desnudaba, el Sr. Pedro, se dedicó a palpar la mercancía todo lo que el Sr. José no se atrevió delante mi AMO . Yo seguía con la cabeza sujeta por las manos de este, chupando y chupando mientras, de tanto en tanto, notaba como el Sr. Pedro me daba una fuerte y sonora palmada en una nalga, o  como me agarraba firmemente de los huevos estirándolos hacia atrás hasta hacerlos aparecer más allá de los muslos. Enseguida comprendí que el que iba a llevar la voz cantante de ahora en adelante iba a ser el Sr. Pedro y que sus intenciones iban mucho más allá de lo que el Sr. José había mostrado hasta entonces.

Una vez desnudo y mientras seguía mamando el Sr, Pedro, en tono jocoso, le preguntó al hermano si podía hacer los honores, a lo que este respondió entre risas que él mismo. Acto seguido se puso detrás de mí y tal cual estaba me ensarto con intención de hacer daño. Por suerte el Sr. José me había dilatado el coño poco antes y la brutal embestida no causo todos los efectos deseados. Al notar mi falta de reacción el Sr. Pedro preguntó a su hermano:

-          ¿Esta tan abierto de natural o es que ya te los has follado?…

-          Me lo acabo de follar en el huerto – Contesto el Sr. Pedro.

-          Cabronazo, me debes una – Añadió el Sr. Pedro dirigiéndose a su hermano.

Ya que con la primera penetración no había conseguido el efecto deseado, se dedicó a machacar mi próstata con la punta de su capullo, dispuesto a hacerme sufrir sí o sí. Y como que cada día sale el Sol ya lo creo que lo consiguió. A cada embestida exprimía literalmente mi próstata aplastándola contra la cadera. Mi respuesta era un espasmo de dolor que se transmitía al Sr. José a través de la contracción involuntaria de mi esófago sobre su polla hincada en la boca. Este respondía clavando su polla tan adentro que las arcadas que me producía a su vez, se transmitían a su hermano, mediante la contracción involuntaria de mi esfínter y colon. Entramos así en un bucle sin fin en el que los hermanos se iban trasmitiendo, alternativamente, oleadas consecutivas de placer a través del dolor y sufrimiento que me causaban.

El final como era de esperar fue una corrida colectiva en la que el Sr. Pedro me preñó el coño y su hermano la boca.

Yo quede doblemente preñado, dolorido y cansado, mas psicológicamente que físicamente. De rodillas aún, con arcadas retardadas y el esfínter espasmando involuntariamente permanecí inmóvil en espera de recuperarme. El Sr. José con dos corridas ya, se levantó del taburete y se enjuagó la polla de las babas y principios de vómito que su mamada profunda me había originado, ocupando su sitio el hermano, quien de forma querida y expresa quiso que le limpiara la polla con la boca como voluntariamente y por iniciativa propia había hecho poco antes con el Sr. José.

Una vez reposados, los dos hermanos salieron al huerto ordenándome que les siguiera. Se inició entonces una conversación entre ellos a cerca d la necesidad de reparar un sector de la valla del huerto.

-          Oye José, ¿No era este el trozo que querías arreglar? – dijo el Sr. Pedro.

-          Sí, pero tengo que ir a por caña para hacerlo – contesto su hermano.

Estuvieron hablando de si necesitaban más o menos cañas, y de si convenía colocarlas de esta manera o de esta otra. Al final, llegaron a un acuerdo. El Sr, José se dirigió al interior de la chabola y tras unos instantes, salió con una pequeña hoz en sus manos.

-          ¡Tú perro! – me espetó viendo que andaba despistado – Coge la hoz y ves al camino a por cañas.

Tras unas breves instrucciones a cerca de cómo debía cortar las cañas, de qué tamaño las querían y en qué cantidad, salí al camino e inicié la tarea encomendada. Era finales de Julio, sobre las 5 de la tarde y el calor intenso y húmedo se mezclaba con el canto de las chicharras, ahogándome en oleadas de sudor. Todo mi temor era que apareciera alguien y me viera completamente desnudo, con collar de perro, muñequeras y tobilleras con anilla cortando cañas con una hoz. Miraba más a mí alrededor que a donde apuntaba con la hoz, no teniendo una desgracia en un par de ocasiones de auténtico milagro.

Estuve como hora y media cortando caña, llegue a cortar tanta que perdí por completo la cuenta. Lo pero era cuando, una vez cortadas las más cercanas al camino, te tenías que meter en medido del cañaveral para cortar las restantes. Te rozabas con el resto, los mosquitos hacían su agosto en mi piel desnuda y expuesta y los pies desnudos se clavaban en los rizomas de las ya cortadas. Pero al final te quedaba aún transportarlas en manojos, apoyados al hombro, hasta el huerto.

Durante la faena cruzaron por el camino un par de coches. Como pude oírlos en la distancia, me dio tiempo a esconderme entre el cañaveral. Otra cosa bien diferente hubiera sido que alguien hubiera pasado caminando. Una vez en casa, reposado y en calma, comprendí que esta situación era del todo improbable ya que en plena canícula únicamente un estúpido esclavo como yo se iba a atrever a andar a pleno sol por el aquel camino. Sin embargo, metido en situación la cosa cambiaba y cualquier ruido o golpe de viento se me antojaba un paseante que iba a pillarme infraganti.

Casi a punto de finalizar la tarea encomendada, el Sr. Pedro salió a controlar y aun no se bien bien porqué, entró en cólera. Según creo fue por cortar las cañas del lugar en el que no debía, circunstancia que de ser cierta, no se me había explicado. El caso es que sacó a pasear la correa. Allí mismo, en medio del camino me ordeno arrodillarme arqueando la espalda hacia adelante, diciendo:

-          Vamos a comprobar si eres tan bueno desobedeciendo como aguantando palos.

Y ni corto ni perezoso comenzó a azotarme la espalda con la correa. Se notaba a la legua que disfrutaba con cada golpe. Un esclavo sabe apreciar etas cosas, la cadencia de los azotes, los lugares en los que impacta la correa, la respiración del verdugo, sus expresiones… Todo se combina en tu subconsciente, allí es analizado y evaluado, y en pocos golpes ya intuyes donde te va a caer el siguiente, con que fuerza y en cuanto tiempo.

Cada impacto de la correa restañaba en mi piel con un chasquido sordo y penetrante. Mis músculos se tensaban tras el golpe y con la relajación venía el grito de dolor, ahogado voluntariamente para no llamar más la atención, sordo y casi mudo.

Cayeron más de cincuenta. Al final ya todo me daba igual y aligeraba el dolor con gritos y alaridos que seguro podrían oírse en la distancia. Tras el último azote se sacó la polla por la bragueta y me follo brutalmente en medio del camino. Tal era su excitación que no pudo aguantar más de 15 o 20 embestidas antes de preñarme nuevamente. Si mas no, esta vez agradecí el dolor que sus brutales penetraciones me producían en el recto, ya que con él disimulaba el característico escozor de espalda de después de unos azotes.

Una vez todo volvió a la calma y pude incorporarme de nuevo, comprobé como el Sr, José estaba aún desnudo en el filo de  la puerta del huerto, cascándose una señora paja a mi costa. Evidentemente reclamaba su parte en la función, así es que me tocó practicarle una nueva mamada de estas que tanto le gustaban, clavando la polla hasta los huevos, dejándola ahí metida hasta que mis arcadas masajearan su capullo. El problema es que era su tercera corrida en menos de dos horas y en esta ocasión se hizo esperar. Las babas me regalimaban literalmente por la comisura de los labios, y una vez aprendida la lección de su hermano, el Sr, José sabía ya cómo se trataba a un esclavo como yo y no dejaba que me sacara la polla de su boca a bofetón limpio.

Al final, después de la tormenta siempre viene la calma y todo volvió a la normalidad. Los hermanos de charla por el huerto y yo apilando las cañas ya cortadas, hasta que al cabo de una hora poco más o menos apareció mi AMO . Me pilló formando la típica cabañita en forma de tienda india con la que por aquí se suele apilar la caña y del susto, pensando que sería un desconocido, faltó poco para que me saliera el corazón por la boca. Al verlo solté la hoz y las cañas, salí corriendo hacia él sin importarme los pies descalzos ni ponerme en evidencia delante de los hermanos. Me abalancé a sus pies y se los besé como nunca antes se los había besado, totalmente entregado y sumiso, implorando con ello que me sacara de allí. Tras charlar con los hermanos quedaron en que me había portado bien y que no tendrían ningún inconveniente en repetir. Mi AMO me acarició al salir, felicitándome por haberle dejado en buen lugar y regresamos a casa tal y como llegamos, conmigo metido en el maletero, pero esta vez tranquilo feliz y orgullosos de haber sabido servir a mi AMO como se merece.