Tanto por aprender

Experiencia de una primera vez, cargada de calor, de sensualidad y de la ingenuidad de un joven con un adulto del que conocerá los placeres desconocidos en su mundo de ingenuidad juvenil.

Tanto por aprender.

-…Y cuando cierres los ojos sólo sentirás el placer extremo invadiéndote, los sentidos estarán atenuados por la invasión del calor, del sudor, del escalofrío intenso de la pasión y todas las explosiones de energía serán mínimas expresiones de lo que recorrerá tu médula, de lo que pasará por cada milímetro de tu piel, por cada neurona de tu aturdido cerebro

-¿eso va a ocurrir?

Lo tiene en sus brazos, lo mece en su pecho, con el torso desnudo, los pezones destacan como dos botones en un paisaje de piel blanca, como la nata, sin más que algún lunar como una isla en un mar eterno de piel suave, tersa, de inmaculada placidez, tan suave que los delicados dedos la acarician como una porcelana fina, que temieran romperla en cualquier momento.

Son una pareja extraña, la juventud de un cuerpo fibroso, culminado en una cara de pecas ingenuas, que se adivinan como una acuarela desdibujada, pero con unos labios gruesos, que muestran una fila de dientes grandes, juveniles, con las paletas separadas y con el borde irregular de las piezas sin desgaste, su nariz es pequeña, juguetona, con unos ojos enormes, grises, redondeados, picarones, con largas pestañas negras como su pelo, que enmarcan una sonrisa en la mirada, una chispa contenida de una gaseosa explosiva, como si con ellos hablara para terminar en una carcajada que le revuelve el pelo rizado, desordenado en una maraña sin sentido.

Él es un ejecutivo, recién llegado a los cuarenta, con pocas ganas ya de trabajar, porque ha vivido su vida laboral con la intensidad de la duplicación del tiempo de hacer mucho dinero y con el ocaso de la jubilación muy anticipada aproximándose, más por la forzosa llegada de nuevas oleadas de jóvenes impetuosos, ávidos de ocupar su sillón, de controlar su espacio, de adquirir su poder, porque poder es lo que destila en su cuerpo, en su mirada, es alto, con un cuerpo bien formado, fuerte, vigoroso, profundos ojos azules, perilla recortada que encierran una boca sensual, de labios rosados y dientes perlados, lengua ágil, pelo moreno con pequeñas islas de canas, músculos disimulados, pero trabajados en pistas de pádel y frontones donde se cierran grandes negocios y se suda con remordimiento de parecer débil, pero él es un animal de su trabajo, un caimán con los dientes gastados de morder la piel curtida de los rinocerontes socarrones que tantas veces lo intentaron engañar, un tiburón lleno de cicatrices que conoce todos los rincones del más oscuro y turbio océano. Pero en contraposición a su aspecto poderoso emana un cariño mayúsculo, un complejo conjunto de afectos, devociones sinceras que sí se pueden llamar amor, porque superan la ternura y la confidencia de los sentimientos naturales. Sus brazos sujetan con energía al joven, lo ha conocido en el bar, lo está vigilando desde hace días, ejerce con bastante torpeza de camarero, lo ha visto en varias horas del día, y lo que en un momento fue una simple idea, una fantasía, ha ido tomando cuerpo en esa noche, cree que sabe muchas cosas de este chico, lo que pasa es que no sabe que es su primer trabajo, como es también su primer encuentro con un hombre, y además es un hombre de verdad, no una parodia de amante que sólo quiere pasar una noche iniciando a un novato, es una noche de estreno, de descubrir sentimientos, como el miedo:

-No, no debes temer, lo haremos con un solo fin…- Lo mira, se clava en esas islas grises con la interrogación en sus cejas dibujada -Sólo lo haremos para que disfrutes. Para que disfrutes hasta la extenuación

-Pero… me dolerá

-No, no, si sigues mis instrucciones, si haces lo que yo te digo, no notarás dolor, o al menos no un dolor insoportable – se aproxima a sus labios, se acerca a ellos mientras su mano describe un paseo desde su ombligo hasta su pecho, un camino limpio de vello – alguna vez… alguna vez, ¿has jugado con tu agujerito?, ¿te has metido algún juguete? Alguna cosa para… ¿ver qué sentías?

Se pone rojo, es algo instantáneo y se pone aún más rojo al ver como se le dibuja una sonrisa a él. Para calmarlo coge su paquete y lo aprieta con su mano fuerte y contundente. Sabe que los hombres le gustan a este chicuelo, pero también sabe que no conoce nada de lo que un hombre puede darle:

-U…una vez –tartamudea mientras se mira los pies- una vez… un rotulador, de esos gordos… yo… yo… no tenía dinero para nada.

Le enternece esta declaración, sincera, pero a medio camino entre el patetismo y la extravagancia.

-no pasa nada, me gustan los culitos pequeños, pequeñitos, que hay tanto por enseñarles. Ponte de pie, frente a mí.

Obedece casi al instante, es todo vida, energía contenida en un cuerpo lampiño, al elevarse frente a él su menudencia queda aún más manifiesta, acaba de estrenar la mayoría de edad, la voz no le acompaña aún, es joven y saltarina. Es muy delgado, con una cinturilla que recoge unos tímidos abdominales que no parecen serlo, su pecho es grande, con dos tetillas rojizas que tienen cuatro pelitos a su alrededor, los brazos son dos cintas de fibra pura, con los bíceps raquíticos enroscados hacia los codos, y acabando en dos manos grandes y limpias.

Se queda contemplando a su pequeño postre de pecas, es tan sumamente angelical que no puede dejar de mirarlo y notar como su paquete empieza a expandirse con latidos cálidos.

-eleva los brazos, por favor, ponlos detrás de la cabeza, cruzados… así, así. Ahora vamos a ir poco a poco.

Extiende sus manos hacia la bragueta, el cinturón enrollado como la cuerda de una lechuga alrededor de un pantalón negro, de camarero, lo abre, lo hace con fuerza para atraerlo más cerca de él, a escasos centímetros de su cuerpo, y dejarle claro con ese ademán quien manda en esa habitación, ahora la cremallera, que deja que se deslice hasta el final, introduce su mano para empezar a palpar la frutilla caliente del interior, está húmedo, la tela del slip deja pasar la humedad que su miembro está liberando. No deja de mirarlo a los ojos, a la cara, ha visto como su rostro se contraía en una mueca cuando su mano ha recogido su miembro y los testículos. Lo masajea mientras sonríe al ver como empieza a respirar con mayor velocidad y los gemidos se intuyen. Un poco más, un poco más aún.

El masaje es bueno, consigue irrigar las zonas, aumenta la sensibilidad de los tejidos y estimula los puntos más erógenos, pero también es un castigo si se efectúa con la habilidad de un maestro y con la paciencia y la calma necesarias para mantener los sentidos en la tensión constante del placer incompleto.

Cuando los gemidos son súplicas, el cuerpo se ha arqueado en la indigencia de notar más, y el pene del joven ya ha alcanzado el tamaño que le impide permanecer escondido en su nido de tela decide bajarle el pantalón desabrochándole el botón, lo deja caer, le hace sacar las piernas y con la tranquilidad de una vida entera, lo dobla mientras, en un intento vano el joven roza con sus ingles su paquete voluminoso, porque los brazos siguen quedando arriba en la orden aseverada por una mirada azul profunda, de ceño fruncido.

Después se levanta de la cama y se acerca a una silla, deposita la prenda con sumo cuidado y se dirige a su maleta, samsonite gris con cierre de seguridad; saca un bolsito de tela de colores. Vuelve a su asiento original con el joven mirándolo sin parar e inmóvil como una estatua de mármol más blanco que la nieve pura.

Lo toma por la cadera y desliza su calzoncillo, una prenda que le quedaba grande, y que cae al suelo al alcanzar sus rodillas, la recoge del suelo y se la lleva a la nariz, a la boca, el olor… las partículas de miles de átomos que chocan con sus sentidos y le devuelven esa mezcla dulzona del sudor infantil, de las hormonas salvajes de la adolescencia, de la imagen del placer trazada en piruetas de aromas. Y al abrir los ojos se encuentra con un pene regular, con unos testículos redondeados que lo sostienen, pero que no necesita ayuda para mantener esa erección que lo apunta hacia él, como un sable joven, que no conoce la sangre, preparado para ensartar la carne de una víctima. El glande está atrapado por la piel, pero un hilo de fluidos cae como una hebra infinita que se pierde en las leyes físicas de la caída.

Pero no es esto lo que le interesa ahora.

Ahora son otras partes las que han de salir al estrado y ser degustadas para el deleite absoluto. Lo toma y lo pone sobre sus rodillas, al principio se resiste, no parece entender qué va a pasar:

-Tranquilo, tranquilo, esto te va a gustar mucho, te lo aseguro – acaricia su espalda que se extiende hasta su cabeza con el pelo revuelto que cae desordenado, su mano se detiene en un movimiento muy estudiado en la nuca y que consigue calmar al jovenzuelo- ahora vamos a ver ese culito. Abre las piernas y relájate.

La renuncia es la primera respuesta ante lo desconocido, pero su mano, sabia, entrenada y hábil separa los cachetes duros y musculosos. Es una florecilla soberbia, un anillo rosado, arrugado en la poquedad de la ignorancia de su devenir. No puede evitar pasar su yema por los pliegues que cierran herméticamente esa puerta, la acción conlleva un movimiento de sobresalto, pero rápidamente la mano izquierda ha alcanzado el falo del joven entre sus piernas abiertas sobre las que se encuentra tumbado, expuesto como si fuera a recibir una azotaina, sin saber que el dolor más grande se lo causará el final de este acto. No pierde mucho tiempo, ya ha ensalivado su dedo índice y lo introduce solo unos escasos milímetros para comprobar cómo incluso ese leve roce es una oleada de sensaciones para ambos, estira su mano y abre la bolsa que permanece a su lado, su mano izquierda estrecha el pene que se encuentra ceñido en el encierro de las caricias ininterrumpidas.

Vaselina, el lubricante más natural y efectivo, es un clásico, pero el sexo no deja de ser un acto conservador y ancestral. La solidez que el derivado de la parafina exhibe obliga a introducirlo en el agujerito para que su efectividad sea real, por eso hay q meter un dedo, poco a poco pero con profundidad, deslizando, resbalando, rodando para notar y hacer que noten, y empezar a domar el orificio que ha de ser la entrada misma del placer.

-ptse, pste, pste…-chasquea con la lengua- tienes que tener las piernas abiertas y dejarte llevar, vale?

En esta pequeña reprimenda aprovecha para alzarle el culo, exponérselo más aún y tenerlo a su entra disposición.

-s…si

Es una vocecilla ahogada, llena de sensaciones, parece que tiembla.

-vamos poco a poco, vamos con un dedo –que introduce con energía, sin parar, pero con la suavidad del cariño, con el deslizamiento de la pasión- te gustó?

-Siiiii… siii

¿Ese dedo será el primero de muchos? O no habrá un camino que recorrer que empieza con ese gesto inocente y cándido. Ese dedo que adquiere la confianza necesaria para entrar y salir haciendo caso omiso a los gemidos, que pueden deberse a la paja que a la vez le está practicando, ese dedo que no sólo entra, sino que se regodea en su interior jugueteando con su esfínter. Burlándose de él.

-Ahora un poco más, así –un segundo dedo entra solo un puntito, un poco solamente, hasta que el cuerpo del joven recupera la normalidad perdida por unas milésimas de tiempo y entonces profana el interior con la misma energía que antes lo hizo uno solo.

Y entran y salen, y entran y salen incurriendo en ese agujero que empieza a ser más elástico y aprende deprisa porque aun hay muchas cosas por llegar y está desatado de sensaciones. Los dedos no son suficientes para alguien que llega al placer, para alguien que está posando sus pies en el paraíso.

Cuando ya los dos dedos entran con la facilidad necesaria, la mano izquierda empieza a apretar con más empuje que antes el miembro apresado que hierve de furia y calor, un movimiento de paja rápido, un arranque loco de velocidad, y lo libera para ocuparse de otras cosas. Y entonces del bolso sale un dildo de silicona, transparente, no excesivamente largo, pero lo bastante grueso para educar un culito nuevo, y enseñarle lo que la vida puede regalarle, como un tesoro secreto de inenarrable riqueza. Es de tipo piramidal, y en su superficie deja resbalar un buen chorro de lubricante, ahora líquido, después apunta el bote al agujerito más dilatado y una buena efusión invade el cuerpo del joven que ahora ya se retuerce de puro ardor. Y apunta con el inicio del instrumento de placer, apunta y presiona. La primera sensación arranca un gemido, una especie de grito ronco de la boca imberbe del chico:

-Te duele… o te has asustado?

-Humm… n… no… no duele… pero despacio, por favoorrr

Y él sabe que le ha dolido. Un poco al menos, pero no pasa nada. Porque en la conversación no hay tregua, es un pequeño sacrificio, un pequeño dolor para descubrir el placer infinito, el susto de la invasión desconocida para dar paso al furor del sexo ignoto.

Y como no hay tregua el falo avanza en su objetivo, retrocediendo si los gimoteos son más audibles, pero inmediatamente pasando al nuevo ataque que llevará un centímetro más adentro, un espacio más al pozo del entusiasmo. Mientras las manos hábiles no se mantienen ociosas, ahora es la derecha la que ha ido a por su miembro para descubrir con sorpresa y sentimientos encontrados que es aún más hábil que la izquierda y que masturbar es algo que maneja en sus movimientos como un rito antiguo, sobradamente conocido. El joven ha iniciado un ritmo de jadeos constantes, acompasando el metesaca del dildo con la paja soberana que está recibiendo. De repente se detiene todo. Se para todo y el tiempo parece suspendido.

-Ponte de rodillas por favor

Se lo ha dicho, pero no sabe si realmente es una voz de verdad, si está aquí o no, si esto no ocurre, si un fantasma se ocupa de que tenga compañía, pareja de baile y de sexo que no descansa sus sensaciones ni un instante. Y es que está flotando.

Se pone de rodillas con el culito lleno de un dildo enorme, nunca en su vida tuvo algo así, nunca en su vida el placer se descubrió ante él de esa manera. Y no quiere imaginar que siente molestias, son sólo sensaciones desconocidas.

Su pareja se pone de pie, frente a él y delante de la cama, se baja los pantalones y los calzoncillos juntos, en un movimiento sincronizado, repetido hasta el hábito cotidiano, y se muestra.

Un pene enorme, con una cabeza brillante y rosada en tonos que sólo la naturaleza diosa sabe proveer, un falo dominador, con las venas marcando sendas, un pubis velloso, con canas rizadas pero abundante, y detrás dos enormes testículos colgando, llenos de leche, rebosantes de algo que los atrae al suelo, como dos frutas maduras esperando a ser degustadas.

El joven no sabe muy bien qué se espera de él, está absolutamente embriagado de sentimientos, acaba de ser desvirgado por el señor que ahora le ofrece su pene enorme, que le apunta como un rifle duro y contundente, que emana aromas masculinos que hacen que se emborrache de verdad, perdido en un torrente de palpitaciones, de hormonas que le suben a la cabeza y le encienden luces donde solo hay oscuridad absoluta. Además está temblando, como una hoja, pero a la vez suda con el pelo cayéndole por la frente húmeda.

-Chúpamela.

Asiente con la cabeza, se acerca a ella, en su ignorancia absoluta aprieta los labios con demasiada fuerza, tanta que el pene se repliega a sus filas y sale de sus labios

-Ehhh… ehhh!!... uff, con más suavidad, venga, más suave.

-Perd

Está tan rojo que no es capaz ni de disculparse, aplica ahora los labios con más suavidad, con la intención de no hacer daño, de devolver algo de placer de todo el que ha recibido, no sabe si dejar sus ojos abiertos o cerrados, mira hacia arriba y comprueba que lo están mirando, dos ojos azules chocan con los suyos y prefiere entonces cerrar sus ojos, se desconcierta por los nervios y abre la boca más, lo que es interpretado por el compañero como una invitación a penetrar más adentro, pero no era así. El joven se nota ahogarse, no tanto por el falo que llena su boca absolutamente, sino porque este ha chocado en su velo palatino y una arcada se le viene encima, provocándole movimientos involuntarios por los que se libera del cuerpo que ocupaba su boca.

Se dobla sobre sí mismo, muy avergonzado, sabe que cuando levante la cabeza lo estará mirando, y no sabrá ni que decirle, sabe que lo más probable es que se haya alejado de él para ponerse su ropa y salir de esa habitación, esa habitación maldita donde él no supo aprovechar la ocasión de la primera vez. No puede mirar, es incapaz de elevar la mirada.

-Mírame pequeñín, mírame por favor.

Son pocas palabras, pero parece que lo rescatan del pozo sucio y oscuro en el que había caído.

-Tienes aún que aprender mucho.

Lo coge de los hombros y lo levanta del suelo, lo acompaña con las manos y le indica que se tumbe sobre la cama. Le extrae el dildo que sale con un ‘plop’ de su culo dilatado y húmedo. Pasa las manos por debajo de sus rodillas y se las lleva a sus hombros, ahora mirándolo a los ojos apunta con su pene, un falo de verdad, un dildo que no es de juguete, más grande, pero más caliente y suave, más exaltado y ardiente.

Va poco a poco, pero es sólo una imaginación momentánea, porque de repente se introduce de golpe y hasta el fondo, hasta los más profundo de sus entrañas, con un dolor seco que se ha transformado en una sensación placentera, en un estallido de excitación, un frenesí de pasión que no sabe si ocurre o no. Ha gritado, al menos en su cabeza ha escuchado un grito, pero no sabe si es de verdad, sus ojos están cerrados y sólo le llegan chispas sobre un fondo rojo, luces alocadas en un manto de noche oscura.

-me gustaaaa

Las palabras han salido de sus labios jóvenes, arrebatados en una mueca de placer, sus ojos cerrados, las mejillas rojas, las perlas de sudor decorando su frente.

-A mí también me gusta, mi niño….

Y el furor se libera, la locura de sentimientos profanan la habitación con olores a macho, con gemidos acalorados de una voz masculina y otra aniñada que gritan sin palabras el enardecimiento del amor, el sexo en su estado más puro, sostenido por el cariño y el respeto.

Y entran y salen, las pelotas golpean sobre su culo mojado de sudor, de esencias de él, suyas, y las manos pasean por las tetillas explosivas de delirio, por los cuellos mojados en el sudor del sexo, y los oídos ensordecen al penetrar en ellos la lengua para dejar un mensaje de fogosidad, de calor.

El joven se estremece, se encoge con energía, su cuerpo se envara para recibir la corrida, le llega y no puede detenerla, salpica con la energía de un púber que aun no controla los fluidos que estallan en su cuerpo, le llega la leche al pecho, al cuello y al abdomen de su compañero, y resbala hasta que es recogida por la lengua hábil del otro que no detiene su movimiento pendular, sino que lo acentúa en un frenesí desbordado de pasión.

Está aullando, no parece gustarle que la fiesta continúe cuando sus fuegos artificiales se han disparado. Pero debe aprender, aprender aún muchas cosas, cosas maravillosas que la vida le ha reservado para descubrir sorbo a sorbo, locuras que vivirá desde hoy, con el cuerpo en el deleite de lo desconocido pero en la ambigüedad de lo que vaya experimentando y lo culmine en un adulto ardoroso y con los parámetros del placer muy bien definidos.

Y se viene, se viene con un gemido fuerte, con un bramido de macho predominante, con el fin del sexo placentero que se metamorfosea en gotas de sudor que le corren por las espalda, que le humedecen el pelo y que resbalan por su frente recta hasta la nariz y caen diluyéndose en la piel transparente del niño hermoso que le ha sorprendido con este encuentro de sexo juvenil.

Están en la terraza, se escucha el mar de fondo como una nana que los arrulla, ambos fuman un cigarro, el más joven está sentado en sus muslos, los cubitos tintinean al dejar el vaso en la mesa de mimbre:

-Siento… siento que no haya sab

Pero le posa un dedo en sus labios, deja su dedo ahí situado, lo mira a los ojos, se humedece con la lengua, recoge el sabor amargo de ron seco, se detiene el tiempo, la noche los tapa con su manto negro pintado de estrellas.

-Sssshhhh….. sshhh… hay mucho que aprender, y ,lo mejor de todo, hay tanto tiempo para aprender, tanto

Y sus siluetas se pierden en la terraza de una habitación, en el calor cómplice de una noche de verano, en el ruido del mar al lamer la arena, en las estrellas que titilan en su centelleo mágico, en el tiempo infinito de los besos, del amor sincero y absoluto.