Tania e Iván Parte III; Amante Recuperado (Final)
¿Cómo te despides de la persona a la que amas y sin la que no puedes vivir?
**Tania e Iván Parte III;
El Amante Recuperado**
(Final)
M i madre nunca pudo entendernos a ninguno de los dos. Nunca pudo entender la clase de amor que sentíamos el uno por el otro. El día que nos sorprendió juntos pude ver en sus ojos el asco, el miedo y el sin sentido que representaba para ella. Con el tiempo ese asco y ese miedo se transformaron en un desprecio que apagó mi mundo.
Desde el primer día en que nos separaron me convertí en un espectro de mí misma, alguien triste y fría. Alguien incapaz de sentir ninguna emoción positiva. Nada me importaba demasiado a excepción quizá de mi hermana Erika, quien aportó algo de luz al pozo en el que estaba atrapada. No me sorprendió demasiado que fuese ella quien me tendiese la cuerda que me permitió escapar.
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Toledo. Hace dos semanas
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C orrí en su dirección tanto como él en la mía hasta que chocamos fundiéndonos en un abrazo enorme. Bueno, para ser sincera he de decir que literalmente salté sobre él y lo atrapé con brazos y piernas haciendo que estuviésemos a punto de caer al suelo, pero de alguna forma Iván resistió la embestida y me sostuvo sobre él. El tiempo no le había cambiado demasiado salvo que estaba algo más alto y fuerte.
Después de tanto tiempo volver a sentir su olor y el tacto cálido de su piel me hizo llorar de alegría. Cuando Erika llegó a nosotros también lloraba, pero con una expresión más alegre en el rostro. Se acercó tímidamente para no romper la magia de nuestro momento, pero Iván y yo acabamos atrapándola en nuestro abrazo y así permanecimos un buen rato. Al menos hasta que un conductor pitó para hacernos salir de la calzada.
Mientras llegábamos a la acera el instinto hizo que Iván y yo entrelazásemos los dedos tímidamente solo para soltarlos bruscamente cuando Erika se giró para mirarnos. No fuimos lo bastante rápidos.
— ¿Pero qué hacéis? —preguntó extrañada. Ambos nos quedamos helados temiendo su reacción— ¿Estáis tontos? —continuó mientras agarraba nuestras manos para volver a unirlas— Pensaba que ya os había quedado claro que a mí no me importa lo vuestro —concluyó con una sonrisa resignada. Aquello nos desconcertó. Era una situación extraña y nueva para nosotros que nuestra propia hermana nos animase a estar juntos.
— e-es que... Me da corte —respondí con timidez.
— Chica, como no le plantes un beso en los morros le meto en un tren de vuelta a Barcelona, así que tú verás... —bromeó. Aquello me hizo soltar una carcajada nerviosa pero no logré relajarme ni siquiera al darme cuenta de que él estaba tan nervioso como yo. Cuando se giró hacia mí mi corazón se aceleró de golpe.
Tenía ganas de besarle, claro, pero siempre lo habíamos hecho en privado mientras que ahora estábamos en plena calle y con nuestra hermana mayor mirando. Iván también parecía estar repasando excusas en su mente pero al final, como a mí, se le acabaron y el deseo pudo con la timidez.
Tras unos segundos di un paso al frente y posé mis manos en su cintura mientras me estiraba para alcanzar sus labios. Fue un beso rápido y tímido, tras el cual nuestros rostros se quedaron a pocos centímetros el uno del otro con un intenso cruce de miradas que expresaban la suma de los sentimientos que bailaban en nuestro interior.
En ese instante se produjo el famoso momento de los enamorados en que parecía que todo se detenía y se apagaba a nuestro alrededor, como si fuésemos dos bailarines en medio de una pista de baile escuchando alguna canción lenta que nos incitaba a besarnos. La canción era el ruido del tráfico bajo aquél efímero atardecer pero para nosotros era la melodía más romántica del mundo, ¿Puedes imaginarlo?
No puedes hablar porque vuestras miradas lo dicen todo, y entonces, sin previo aviso, se produce la magia. Vuestros labios chocan lentamente mientras el beso nace poco a poco. Al principio os contenéis por miedo a romper la atmósfera pero lentamente ganáis confianza y os volvéis más osados. Notas tu amor por la otra persona saliendo de tu pecho al igual que notas el suyo arropándote como un manto cálido. Durante los siguientes segundos el beso se prolonga, tus sentidos se disparan, notas su respiración, su olor, su sabor, la presión de su boca tratando de devorarte por completo, hasta que finalmente la canción se acaba y te aferras a ese instante que se extingue y que sabes que jamás regresará. Al final el momento pasa, la pista de baile se desvanece y ambos os encontráis de nuevo a un lado de la calle.
Si alguna vez has vivido algo similar entonces sabrás lo que es ser feliz y podrás hacerte una idea de cómo me sentí en aquél momento.
Cuando mi hermano y yo retrocedimos aún conmocionados por el beso nos dimos cuenta de que Erika nos observaba asombrada y con los ojos empañados. Obviamente para ella también debía ser extraño ver a sus hermanos besándose.
— Os teníais ganas ¿Eh? —bromeó finalmente. Los tres nos habíamos ruborizado. Agarré la mano de Iván y no volví a soltársela en toda la tarde.
E rika nos llevó a su piso para dejar mi equipaje y después nos mantuvo toda la tarde ocupados yendo de compras. Aprovechamos para ponernos al día de nuestros asuntos y de paso regañar a Iván por no estudiar en condiciones. Bueno, la verdad es que también yo me llevé mi rapapolvo por lo mismo. Era evidente que nuestra hermana se mantenía informada de todo a través de nuestros padres.
Al final, después de cenar en un restaurante italiano volvimos a casa. Erika nos había cedido su cuarto, que tenía baño propio y era el más espacioso de la casa, mientras ella dormiría en el de su compañera de piso, algo más pequeño. Viendo la cantidad de trastos dispersos y la escasa decoración me costaba creer que alguien lo utilizase a menudo, pero tampoco la conocía. Al parecer estaría fuera todo el fin de semana.
Nuestra hermana se despidió de nosotros con un abrazo y el silencio inundó el cuarto cuando cerró la puerta tras de sí. Saqué de mi pequeña maleta un pijama azul bastante viejo pero que era uno de mis favoritos y durante unos segundos dudé sobre si debía cambiarme en el baño ya que incomprensiblemente sentía algo de vergüenza. Era absurdo, él me había visto desnuda cientos de veces, ¡Habíamos hecho el amor otras tantas! Pero tras un año éramos de nuevo como dos desconocidos que se conocían muy bien.
Al final le di la espalda y comencé a desnudarme en silencio mientras él encendía una lámpara de noche y apagaba la luz del cuarto. Luego se sentó en el borde de la cama para observar el espectáculo, o sea yo. La presión de su mirada era tan intensa que me provocó varios escalofríos por todo el cuerpo pero no dejé de desnudarme.
Una a una las prendas de mi ropa aterrizaron sobre una vieja silla hasta quedarme en ropa interior y tras desabrochar mi sujetador y deshacerme de él traté de echar mano de mi pijama, pero Iván ya lo había alejado de mi alcance.
— ¿Me dejas verte? —preguntó nervioso. No vi por qué no debía hacerlo así que tragué saliva y me giré lentamente. Su mirada delató desde el primer momento el incendio que se propagaba por su interior y casi pude sentir su calor llegando hasta mí. — Ven... —susurró tendiéndome una mano. Tras unos segundos me acerqué a el y me agarró por la cintura para sentarme sobre su pierna izquierda mientras sus labios comenzaron a asediar mi hombro y mi cuello.
Le amaba, le deseaba, quería volver a hacerle el amor, pero por algún motivo aún esperaba que todo fuese una broma cruel y me mantenía a la defensiva con los brazos cruzados sobre el vientre. Estaba muy tensa.
— ¿Estás bien?... —preguntó.
— Sí... Es sólo que... Me cuesta creerlo. Esta mañana mi vida era un asco y ahora estás aquí... —respondí acariciando sus mejillas mientras apoyaba mi cabeza en la suya.
— ¿Y cuál es el problema? —dijo agarrando mi mano y besándola tiernamente.
— ¡Ninguno! De verdad... Solo que no quiero volver a perderte. El domingo tienes que irte y no sé si podré... —
— Eh eh eh, no me vas a perder. Ahora sabes que nos estaremos esperando el uno al otro. Además, Erika nos está ayudando —señaló en tono confiado. Me gustaba eso, después de un año había ganado cierta madurez y confianza.
— Pero es que solo es un fin de semana —insistí.
— ¡Pues no lo desaproveches! Tania, estamos aquí, ahora, ¡Juntos! Es más de lo que ninguno de los dos hubiese imaginado hace un par de días —sentenció. En ese instante la puerta sonó un par de veces justo antes de abrirse.
— Por cierto chicos se me ha olvidado deciros... —. Erika entró en tromba y yo salté de encima de Iván cubriéndome el pecho con las manos. Su cara reflejó la vergüenza que la invadió en ese instante y comenzó a retroceder con torpeza.
— ¡Oh! ¡Mierda! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! No pensaba que... Bueno, que miréis en el segundo cajón por si... ¡Adiósbuenasnoches! —soltó atropelladamente mientras salía dando brincos y cerraba tras de sí.
Una vez pasado el susto inicial, Iván arrancó a reír contagiándome la risa. Me dejé caer sobre la cama mientras él rebuscaba en el segundo cajón y sacaba una caja de preservativos sin abrir. Aquello cada vez parecía más surrealista pero de alguna forma comenzaba a aportarme algo de tranquilidad ya que no había dramas ni complicaciones.
Al final, más calmados, acabamos tumbados uno frente al otro observándonos con ternura.
— Tienes razón, estamos aquí, ahora... Juntos —comencé—, no podría estar más contenta —solté lanzándome a sus labios. No tenía sentido darle más vueltas. Después de un año tenía la oportunidad de volver a tenerle para mí y no estaba dispuesta a desaprovecharla.
Me coloqué sobre su cuerpo mientras devoraba su boca y quemaba su piel con mis manos. Cuanto más le besaba más me excitaba y cuanto más me excitaba más le acariciaba tratando de excitarle a él, algo que no me costó demasiado. Hay cosas que no se olvidan nunca y yo conocía todos los secretos de su cuerpo.
Le ayudé a quitarse su camiseta rápidamente mientras mis manos redescubrían su pecho. Estaba caliente y acelerado, y su corazón era como un martillo golpeando contra mi mano. Las suyas se lanzaron a mis pechos con el mismo tacto suave y delicado que recordaba y supe que él tampoco se había olvidado de mi cuerpo. Sus movimientos eran certeros y sus caricias precisas, como si supiese qué teclas debía tocar para componer la melodía de mis sentidos. De pronto ambos nos habíamos dejado caer sobre la cama para facilitar que su lengua alcanzase mis pezones y prendiese fuego a mi piel. Era maravilloso sentirme deseada de nuevo.
Después de unos largos segundos yo ya no aguantaba más y me coloqué sobre su cuerpo reclamando su atención y tratando torpemente de desabrochar los botones de su pantalón, hasta que al fin, con un poco de ayuda, logré arrancárselo y lanzarlo aleatoriamente provocando un pequeño caos en alguna parte. Su ropa interior había desaparecido junto al pantalón y la erección que mostraba era muy prometedora. Al fin, con media cama deshecha por el forcejeo, los labios enrojecidos por los mordiscos del otro y los nervios a flor de piel, ambos habíamos quedado desnudos y listos para la faena. Estábamos impacientes.
Su pene ardía bajo el suave movimiento de mi mano al masturbarle lentamente. Intenté lanzarme sobre él y practicarle el mejor sexo oral que le había hecho nunca pero me lo impidió tirando de mí y volviendo a poner mis labios al alcance de los suyos, entonces fue él el que lanzó su mano entre mis piernas buscando prenderme fuego definitivamente.
— Te-Te he echado ta-tanto, ¡aaah...! tanto... de menos... Iván... ¡aaah, dios...! —farfullé mientras sus dedos se dedicaban a provocar el caos. No era sutil ni paciente pero tampoco lo esperaba. Éramos dos volcanes en erupción constante que acumulaban presión antes de explotar.
Pronto mi clítoris se convirtió en el punto débil que atacaba sin cesar obligándome a someterme completamente a él. Cuando sus dedos comenzaron a penetrarme me lancé para alcanzar la caja de preservativos pero desistí tras un par de intentos. Estaban muy lejos. Él también trató de alcanzarla pero en un alarde de torpeza e impaciencia descontrolada la golpeó mandándola al suelo acabando con mi paciencia. No estaba dispuesta a esperar más así que simplemente me acomodé sobre su cuerpo con las rodillas a ambos lados de su cintura, preparé su pene en el ángulo correcto y me dejé caer sobre él permitiendo que comenzase la magia.
Cuando comenzó a abrirse camino en mi interior aun no estaba suficientemente preparada por lo que me resultó algo molesto al principio, aunque me daba igual, no estaba dispuesta a bajar el ritmo a esas alturas y sabía que el placer llegaría más pronto que tarde. Iván soltó un leve jadeo de placer.
— Dime que lo-lo echabas tanto de-de menos como yo —susurré aguantando el escozor de los primeros movimientos. Él sólo se limitó a asentir estúpidamente mientras no perdía de vista el punto donde nuestros cuerpos se fundían.
Por suerte, tras unas pocas penetraciones comencé a sentirme cada vez más cómoda con su pene ya que comenzaba a lubricar adecuadamente. Pronto todo lo que sentía se transformó en puro placer que comenzaba a arrancarme los primeros gemidos tímidos.
— Dios... —susurraba incrédulo una y otra vez. Yo le observaba con una sonrisa lasciva mientras seguía moviéndome arriba y abajo hasta que comencé a cansarme después de unos largos minutos y me dejé caer sobre su pecho para refugiarme en su cuello. Me fastidiaba haber perdido "practica o "resistencia" o como se quiera llamar, pero no me iba a detener a lamentarme. Ahora los movimientos eran de adelante a atrás y mucho menos exigentes físicamente. Aunque era yo quien realizaba casi todo el trabajo duro su expresión era de sofoco, por lo que deduje que literalmente estaba "flipando" con aquella cabalgada, hasta que casi diez minutos más tarde las gotas de sudor comenzaron a resbalar por toda mi piel abundantemente y noté mis muslos arder por el esfuerzo. Estaba llegando al límite de mis fuerzas y mis gemidos de placer empezaban a confundirse con quejidos de cansancio.
— ¿Cambiamos? —rogué soltando un resoplido.
Mi hermano me sorprendió incorporándose hasta sentarse en la cama y rodeándome con sus brazos se levantó conmigo a cuestas y me llevó hasta el extremo más alejado del cuarto. El choque contra la cómoda fue violento pero ignoré el dolor y me centré en apartar los objetos que habían quedado atrapados bajo mi trasero mientras empezaba a lamentar el caos que estábamos provocando en el cuarto de mi hermana.
Iván no había elegido ese punto al azar. El mueble tenía la altura perfecta para colocarme en una posición cómoda mientras abría mis piernas y comenzaba a penetrarme de nuevo y sin ninguna piedad, arrancándome gemidos que trataba de ahogar taponando mi boca con las manos. Sus embestidas comenzaron a desmontar mi iniciativa convirtiéndome en una simple muñeca de trapo completamente a su merced. Conocía esa sensación salvaje perfectamente ya que era una de sus posturas favoritas y siempre se entregaba a fondo con ella. "Joder, cómo lo echaba de menos" pensé con una tenue sonrisa.
Mi respiración se mezclaba con los gemidos que lograban escapar a mi control mientras su ritmo, lejos de ceder, aumentaba. Su resistencia no parecía haberse resentido tanto como la mía. Mis manos y mis labios se volvieron torpes a causa de las descargas de placer pero me las apañé para "sobrevivir" un buen rato mientras mi interior parecía estar a punto de explotar. Ni siquiera me importaba ya contener los gemidos, a esas alturas Erika ya debía de estar alucinando con nosotros.
— Iva-Iv-Iván... Dios, no pu-puedo más... —avisé posando mis manos sobre sus hombros suplicando una tregua. Sus embestidas disminuyeron cuando mi interior comenzó a desbordarse ligeramente empapando su pene como pocas veces me había ocurrido. Mis gemidos se estrellaban contra su piel mientras una de mis manos se aferraba a su nuca y la otra clavaba las uñas en su espalda. Podía notar aquella humedad goteando y resbalando por mi vagina hasta fundirse con el mueble haciendo que me lamentase una vez más, y eso que solo me había quedado al borde del orgasmo. Pero mi hermano no estaba dispuesto a que la tregua durase demasiado y comenzó a acelerar el ritmo de sus embestidas otra vez haciéndome suplicar por miedo a desmayarme, aunque no me hizo demasiado caso y no tuve más remedio que agarrarme fuerte para resistir lo que se me venía encima.
Ni siquiera era capaz de gemir cuando el orgasmo me sorprendió un par de minutos más tarde provocándome contracciones en el vientre que me hicieron delirar. Nada de lo que había hecho en la intimidad durante el último año podía compararse mínimamente con aquello, y a juzgar por su expresión mientras derramaba dentro de mí el fruto de su pasión, debía de sucederle lo mismo.
— No sabes cómo te he echado de menos cada día —susurró casi sin aliento. Parecía estar emocionándose a juzgar por el brillo de sus ojos.
— No, si ya lo he notado —bromeé acariciando su mejilla aún sin recuperarme del esfuerzo. No hacía falta que me dijese que me quería, nunca había sido necesario. Su mirada expresaba sus sentimientos mejor que sus palabras y esa era precisamente una de las cosas que más me gustaban de él. Me plantó un beso en la frente y me abrazó con ternura durante un buen rato.
Cuando me ayudó a bajar del mueble contemplé consternada el desorden que habíamos provocado pero él se centró en un viejo marco sobre la cómoda que contenía una foto de toda la familia. Cuando la cogió para verla de cerca abracé su costado para poder verla bien.
— ¿Lo echas de menos? —. No entendió la pregunta— Cuando éramos una familia "normal y corriente" —aclaré.
— mmm... —dudó—. A veces, pero no cambiaría nada de lo que ha pasado —comentó al final. De nuevo pude apreciar esa seguridad que tanto me gustaba. Tenía la sensación de que había madurado mucho más que yo.
— ¿Papá te lo ha puesto muy difícil? —pregunté insegura.
— En realidad no —comenzó—, simplemente actuaba como si no hubiese ocurrido nada. Creo que le daba vergüenza tocar el tema —explicó—. ¿Y a ti? ¿Mamá te lo puso difícil? —. No quería mentirle pero tampoco quería hablar del tema así que me limité a encogerme de hombros. Pensar en mi madre siempre me inquietaba, quizá porque en el fondo comprendía el dolor que le habíamos causado. Solté un suspiro y la saqué de mi cabeza dedicándole una sonrisa alegre a Iván.
Tras unos segundos noté cómo sus manos comenzaban a volverse más descaradas y supe que trataba de encandilarme de nuevo.
— Eh, eh... Antes vamos a limpiar y ordenar todo esto —advertí. Sólo me costó un tierno beso acallar sus gruñidos de protesta.
Fui al baño a por papel y me fijé en que el semen de Iván corría por mi muslo recordándome la imprudencia que habíamos cometido. No era la primera vez pero no dejaba de estar mal y me enfadé conmigo misma. Quedarme embarazada de mi hermano no entraba en mis planes precisamente y tampoco iba a ayudar a mejorar nuestra situación. Salí del baño y le entregué el rollo de papel.
— Toma, te toca limpiar mientras me aseo —solté intentando escabullirme.
— ¿Cómo? —preguntó incrédulo— ¿Por qué? —insistió. Puse mi mejor cara seductora y me acerqué a él lentamente.
— Porque sabes que luego te lo voy a compensar, porque harías cualquier cosa por mí, porque sé que me quieres... —susurré juguetona. Cuando llegué hasta él agarré su pene y lo acaricié mientras besaba sus labios con picardía haciendo que comenzase a excitarse de nuevo—. Y por que si te vuelves a correr dentro de mí sin condón te la corto por la mitad —amenacé simulando con mis dedos el movimiento de una tijera. El mensaje caló al instante y no se atrevió a seguir protestando.
Cuando salí del baño 15 minutos después Iván estaba a oscuras con la televisión encendida. Parecía estar a punto de quedarse dormido pero al verme con la toalla no dudó en arrancármela y volver a encenderse con mi cuerpo desnudo. Sonreí al recordar aquellos días antes de que nos pillasen, cuando aprovechábamos cada momento a solas para hacer el amor. Recordé que solía dejarme agotada mientras que a él siempre le quedaban ganas para "uno más". Era insaciable. Pero esa noche era yo quien estaba dispuesta a agotarle a él aunque tuviese que gastar hasta el último preservativo o dejarle seco a manadas. Teníamos mucho tiempo que recuperar.
Dos horas y tres orgasmos después caímos en la cama exhaustos. Le había acabado agotando, sí, pero me había costado lo mío y al final, empapados en sudor y fundidos en un abrazo, acabamos quedándonos dormidos.
Cuando desperté aún eran las 04:45 de la madrugada. No había dormido más de una hora y estaba cansadísima pero por algún motivo el sueño me eludía, por lo que encendí la televisión. Mi hermano dormía plácidamente con una expresión graciosa, era increíble volver a tenerle a mi lado aunque más increíble aún era sentir la felicidad que me aportaba después de tanto tiempo. Ahora más que nunca podía apreciar dicha felicidad y sentirme segura, al menos hasta que volvía a recordar a mi madre y sus desprecios hacia mí.
No solía darle demasiadas vueltas a los desagradables recuerdos de aquél día en que nos pillase juntos pero allí, junto a Iván, me sentía la chica más fuerte del mundo. Ya iba siendo hora de plantarles cara a mis demonios.
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**Un año antes
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L legué a casa empapada por la lluvia y con ganas de entrar en calor. Aquél temporal que duraba una semana deprimía a cualquiera. A cualquiera que no tuviese los mismos planes que yo para esa tarde, claro.
Mi padre llevaba dos meses sin dormir en casa después de que nos anunciasen que iban a "darse un tiempo". Las broncas diarias por la custodia fueron duras y nos afectaron muchísimo pero nos decantamos rápidamente por nuestra madre para no tener que irnos a Barcelona con nuestro padre, quien al fin había logrado un puesto envidiable en la empresa. También hacía poco que Erika se había marchado a estudiar, vivir y trabajar a Toledo. No estaba lejos pero no poder verla a diario también nos afectó muchísimo ya que era el alma de la familia.
Por todo ello mi madre comenzó a hundirse en un círculo vicioso de amargura, odio y mal humor tras ver que su matrimonio naufragaba y su hija predilecta se marchaba de su lado. Tal vez yo debí haberme puesto en su lugar, haber comprendido por lo que pasaba y haber estado a su lado, pero no lo hice. Solo era una adolescente con las hormonas revolucionadas que había empezado a enamorarse de quien no debía y que aprovechaba la menor oportunidad para tener sexo con él, como aquella tarde, que había decidido saltarme algunas horas de academia.
Mi hermano llegó a casa mientras me daba una buena ducha caliente así que me di prisa en terminar y acudir a su cuarto envuelta en una toalla y con ganas de empezar nuestro "plan", aunque lo único que hallé fue su bolsa de deporte sobre la cama, su raqueta y una camiseta dejada de cualquier manera.
— ¿Iván? —pregunté extrañada. Pasé por todas las habitaciones de la casa y el salón buscándole y comencé a pensar que se habría marchado nada más llegar, pero al entrar en la cocina para coger una manzana una mano surgió de detrás de la puerta arrebatándome la toalla y haciéndome dar un brinco que lanzó la manzana por los aires.
El susto inicial hizo que echase a correr hacia mi cuarto aunque a mitad de camino ya había deducido que se trataba de mi hermano gastándome una broma, por lo que me dejé atrapar entre risas solo para descubrir que se había desnudado casi por completo. Tenía mucha facilidad para excitarse cuando me veía desnuda por lo que no me extrañó notar su erección bajo la ropa interior. Sus impacientes manos no tardaron en comenzar a asediarme.
— Eh, eh... ¿Por qué tanta prisa? Hoy tenemos dos horas más que ayer, o sea, tres horitas para... Ya sabes —comenté juguetona.
— Sí, y me prometiste que aprovecharíamos esas tres horas al máximo —comentó mientras acariciaba mis labios y me conducía a su cuarto. No tardó en deslizar un dedo dentro de mi boca dejándome clara su intención, a lo que respondí dándole un empujón que acabó derribándole sobre la cama.
— Tienes suerte de que sea una chica de palabra —solté aún más juguetona mientras me arrodillaba a su lado preparando mi pelo para la tarea. No había tiempo que perder.
D espués de las dos dichosas horas estaba comenzado a anochecer rápidamente y la tormenta no hacía más que empeorar. Nuestras "travesuras" nos habían provocado mucho calor así que habíamos abierto ligeramente la ventana para refrescarnos y evitar que el olor a sexo cargase demasiado el ambiente. Nos habíamos acostumbrado al fuerte sonido de la lluvia golpeando contra tejados, toldos, ventanas y asfalto, y se había convertido en la banda sonora más romántica que podíamos imaginar. Sabía que a Iván le encantaban las tormentas por lo que le dejé disfrutar de un merecido descanso mientras notaba cómo el vello del brazo con que rodeaba mi cintura se erizaba cada vez que se producía algún estruendoso relámpago.
Sus besos en mi nuca, su corazón bombeando contra mi espalda, sus dedos dibujando formas encima de mi ombligo. Era uno de esos momentos que hubiese deseado detener en el tiempo porque en ellos me sentía completamente feliz. Hacía tiempo que había empezado a olvidarme de la cuestión moral referente a nuestra relación y había asumido que lo nuestro era real. Que éramos una pareja de amantes irracional y extraña, pero una pareja al fin y al cabo. No sabía muy bien cuándo pasó exactamente, pero lo cierto es que me había enamorado profundamente de él.
— Ojalá pudiésemos estar así para siempre —comenté tras apretarme aún más contra su cuerpo—, me encantan estos momentos —. Iván soltó una carcajada.
— ¡No me lo puedo creer! —protestó con una sonrisa— ¡Siempre estás diciendo que odias las cursilerías! —.
— ¡No las odio! Bueno sí, a veces, ¡pero no siempre! —me defendí— Es solo que no solemos tener muchos momentos de estos. Casi puedo sentirme normal —.
— "Eres"normal —afirmó molesto.
— Ah, ¿sí? Dime qué chica "normal" se enamora de su... —farfullé reaccionando demasiado tarde. Mi hermano nunca desaprovechaba una ocasión para chincharme y aquella no iba a ser menos.
— O sea, que te has enamorado —bromeó haciéndome cosquillas en el costado.
— No era lo que quería... —. Traté de defenderme pero el asedio de sus cosquillas cada vez se volvía más impetuoso. Siempre utilizaba la misma táctica para sacarme de mis casillas y obligarme a ceder, y después de un minuto de protestas y forcejeos estallé. — ¡Joder! ¡Vale! ¡Sí! ¡Me he enamorado de ti! ¿Ya estas contento? —grité furiosa apartándole de un empujón mientras me sentaba en la cama para marcharme.
Esos éramos nosotros por esas fechas, en un instante rozábamos el cielo con las manos y en otro nos enfadábamos por cualquier cosa.
— ¿Y qué tiene eso de malo? —preguntó sentándose a pocos centímetros de mí.
— ¡Que no quiero estar enamorada de mi hermano! ¿vale? ¡Quiero tener una vida normal! ¡Salir con chicos normales! ¡Hacer más cosas que follar a escondidas! —grité de nuevo saliendo por la puerta.
— ¿Y qué quieres que haga? ¿No crees que yo tampoco quería enamorarme de ti? ¡No eres la única que lo está pasando mal! —le oí gritar mientras llegaba a mi cuarto. Pero tras cerrar de un portazo volví a analizar sus palabras y di media vuelta para regresar con él sin saber muy bien para qué. Finalmente me quedé con la cabeza apoyada en el marco de su puerta mientras le observaba llevarse las manos a la cabeza. Era cierto, no solía pensar demasiado en cómo vivía él nuestra relación.
— "O sea, que tú también te has enamorado" —bromeé imitándole, pero quedó más patético de lo que esperaba y mi hermano se metió en la cama soltando un bufido mientras me daba la espalda.
Le entendía. No tenía más culpa que yo de lo que sentíamos y sin embargo pagaba con él mi frustración. Con paso lento e inseguro regresé a la cama siendo esta vez yo quien le abrazase por detrás. — Lo siento —susurré sin más.
Dejé que se disipase su enfado hasta que noté que comenzaba a responder a mis caricias con las suyas.
— ¿Tú también has pensado alguna vez en dejar esto? —pregunté en tono cálido. Quería abordar la cuestión de la forma más tranquila posible.
— Sí, pero por más que lo he intentado nunca puedo hacerlo, no me atrevo —explicó girándose hacia mí.
— Ni yo —confesé— Quizá sólo sea cuestión de tiempo. Puede que acabemos cansándonos de esto —sugerí.
— ¿Y mientras tanto? —preguntó escéptico.
— Seguiremos cometiendo errores —susurré al final mientras me abalanzaba sobre sus labios.
De nuevo, esos éramos nosotros. En un instante discutíamos por cualquier cosa y en otro rozábamos el cielo con las manos.
Me coloqué sobre él en cuanto la tormenta de besos fue equiparable a la tormenta del exterior y no perdí ni un segundo en comenzar a estimular su pene con las manos, mientras las suyas, como de costumbre cuando teníamos sexo después de discutir, desfogaban su ira desgarrando mi piel a base de caricias.
Después de un rato repté sobre su cuerpo para alcanzar uno de los preservativos del cajón de la mesilla y regresé rápidamente para comenzar a lamer su miembro con auténtica dedicación a pesar del sabor agrio a semen y látex. No era lo que más me apetecía precisamente en ése momento puesto que ya le había dedicado una "atención especial" durante media tarde, pero sabía que era la forma más rápida de ponerle "a tono". Mientras tanto, sin perder de vista el reloj de la mesilla aprovechaba para poner "a tono" mi propio cuerpo dándome algo de placer. No teníamos ni un minuto que perder.
— Venga, quiero empezar ya —ordené impaciente mientras le colocaba el preservativo.
— ¿Cuánto tiempo tenemos? —. De nuevo miré el reloj e hice mis cálculos mientras atendía a su indicación para ponerme a cuatro patas.
— Algo menos de cincuenta minutos —contesté apresurándole.
Sin perder ni un segundo más Iván se situó en posición y comenzó a presionar lentamente su sexo contra el mío dedicando las primeras penetraciones a asegurarse de que todo estaba correctamente. Después, a medida que íbamos sintiéndonos más cómodos, comenzó a acelerar el ritmo haciendo que cada una de sus embestidas fuese más placentera que la anterior y no tardé en notar cómo mi respiración se aceleraba rápidamente.
Un destello inusualmente brillante iluminó el exterior y por la potencia del trueno que le siguió pocos segundos después haciendo temblar levemente la cama supimos que el rayo había caído cerca. Yo me llevé un pequeño susto pero mi hermano pareció más animado y sus embestidas se volvieron mucho más intensas comenzando a arrancarme los primeros gemidos de placer, mientras que en el exterior, la intensidad de la lluvia nos indicaba que aquella tormenta de verano daría que hablar durante días.
Cada vez me sentía más excitada y envalentonada a sabiendas de que mis gemidos quedaban camuflados por el caos y la oscuridad creciente del exterior, por lo que decidí liberarme incitándole a penetrarme con mayor intensidad mientras me aferraba con determinación al cabecero de su cama.
— ¡Más fuerte Iván! —rogué mientras hundía mi cara en la almohada para sofocar los gritos— ¡Un poco más fuerte! —insistí, y sacando fuerzas de algún lugar que yo desconocía, empecé a pensar que mi hermano acabaría por desgarrarme algo en mi interior.
Había dejado de preocuparme del reloj vigilando la hora ya que sabía que a ese ritmo frenético ninguno de los dos tardaría en llegar a su límite, pero me parecía un estupendo colofón para aquella intensa tarde, así que decidí "ayudar" dirigiendo una de mis manos directa a mi clítoris mientras con la otra trataba de evitar golpearme con la cabeza en el cabecero de madera. Una a una las oleadas de placer fueron envolviéndome y alejándome de la realidad hasta que de pronto las embestidas de Iván frenaron de golpe y se apresuró a alejar su pene de mí.
— ¿Qué pasa? —pregunté jadeante mientras me giraba— ¿por qué te has parado? —. En aquél instante la luz del cuarto se encendió provocándome un grito histérico al descubrir la figura de mi madre observándonos junto a la puerta con la cara desencajada. La tormenta había hecho que regresase a casa antes de tiempo.
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Toledo. Hace dos semanas
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P oco a poco el fin de semana se consumía ante mis ojos que no perdían detalle de cada gesto, sonrisa o palabra que salía de mi hermano. No quería perderle nuevamente sin antes grabar a fuego en mi mente cada segundo que pasaba a su lado. Los días eran increíbles y las noches se consumían casi tan rápido como la caja de preservativos que nos había comprado Erika. Pero a pesar de nuestros " show nocturnos " ella nunca dijo nada, tan solo se limitaba a lanzar indirectas con una sonrisa pícara con el único objetivo de ruborizarnos.
Al final llegó el temido domingo por la mañana. En pocas horas tendría que marcharse en el tren de regreso a Barcelona y no sabía cuándo podría recuperarle, lo que entre otras cosas me había tenido en vela toda la noche. Él dormía tranquilo a mi lado y le observé un rato bajo aquella brillante luz de la mañana que iluminaba todo el cuarto, hasta que decidí que aún quedaban muchas horas que aprovechar para estar juntos.
— Despierta dormilón —susurré descargando un tierno beso en su mejilla.
— Buenos días —respondió sonriente. Mi sonrisa fue aún mayor y descargué una ráfaga de besos juguetones por todo su cuello.
— ¿Por qué estás tan contenta? —preguntó escéptico.
— Porque te quiero —solté con total confianza. Él pareció dudar.
— "O sea, que te has enamorado" —susurró burlón recordando sus propias palabras aquél día. Aquello no me lo esperaba y me hizo sonreír.
— Tengo miedo —confesé— no sé cuándo volveremos a vernos—.
— Cuando Erika vuelva a hacer "magia" —susurró tratando de animarme, y lo cierto es que lo consiguió. "Si ya lo ha hecho una vez podrá volver a hacerlo tarde o temprano" me dije a mí misma, entonces no tuve más remedio que besarle completamente rendida a él. Aquella era nuestra despedida más intima y seguramente tenía las mismas dudas que yo, pero no me iba a permitir perder el tiempo enumerándolas inútilmente. No, prefería besarme y atraparme en un romántico forcejeo que nos conducía inevitablemente a un desenlace obvio, pero podíamos permitírnoslo. La mañana era aún muy joven.
El resto de la mañana fue agridulce incluso para Erika que se escondía de vez en cuando para echar unas lágrimas mientras íbamos y veníamos tratando de ayudar a nuestro hermano a organizar su maleta, aunque logró contenerse razonablemente bien en la estación, quizá para ponerme las cosas más fáciles a mí ya que me había quedado destrozada al perder el tren de vista.
De vuelta en su casa no tardé en echarme a llorar amargamente sobre el sofá aferrándome con fuerza al pecho de mi hermana que me arropaba pacientemente con sus besos y caricias. Incapaz de verme sufrir más logró quitarme de encima y escabullirse al cuarto donde había dormido para volver segundos después con una bolsita de papel con flores estampadas.
— No quería dártelo hasta después de llevarte a Madrid pero no soporto verte más así. Cuando sepas lo que es creo que vas a llorar, pero de alegría —soltó secándose las lágrimas bajo las gafas. Yo no estaba para regalos precisamente pero después de todo lo que había hecho por nosotros no podía hacerle aquél desprecio. No, me obligué a serenarme y poner mi mejor cara de agradecimiento mientras le quitaba el papel de regalo de dibujitos Disney (muy de su estilo) que envolvía una cajita poco más grande que mi mano. Era un teléfono móvil completamente nuevo, lo cual no esperaba y que me impidió reaccionar inmediatamente. Me había quedado pasmada.
— Bueno, él seguramente no verá el suyo hasta que deshaga la maleta así que tienes unas cuantas horas para aprender a utilizarlo... —comentó con total tranquilidad. Mis manos temblaban aferrándose a la caja mientras mi mente trataba de procesar todo aquello. — ¡Y mira! ¡Esta tarjeta tiene un número apuntado con varios corazoncitos! ¿De quién crees tú que será? —preguntó divertida. Le arrebaté la tarjeta de las manos con la boca abierta por la sorpresa. Al final iba a ser cierto que lloraría de alegría.
Mi cabeza daba vueltas y no me salían las palabras así que directamente me arrojé sobre ella y la abracé con tanto ímpetu que creí que sus costillas cederían en cualquier momento. Ella sólo se limitó a reír, llorar compartiendo mi felicidad y fingir penosamente que le hacía daño. No se cuanto tiempo estuvimos así, pero no fue poco.
— ¿Por qué has hecho todo esto por nosotros? —pregunté después un poco más calmada. Ella me miró en silencio y torció el gesto. Parecía dudar.
— Por que sois mis hermanitos y os quiero " tonta " —mintió. Mi expresión incrédula la hizo dudar aún más hasta que cedió—. Vale, espera —soltó resignada. Sacó su teléfono y rebuscó hasta encontrar una fotografía en la que aparecía besándose con una chica rubia—. Lo hago porque yo también sé lo que es enamorarse de quien no esperabas —confesó tímida.
La chica se llamaba Belén y era tan guapa como Erika. Jamás hubiese imaginado que mi hermana fuese lesbiana y el descubrimiento me dejó un poco en shock, aunque no me importó lo más mínimo. Deduje entonces que su compañera de piso no era tal, sino que era su pareja, y que por eso aquél cuarto era más un trastero que otra cosa. Solo se me ocurrió abrazarla para mostrarle mi apoyo total e incondicional.
— A mamá le va a dar un patatús cuando lo descubra, lo sabes ¿no? —comenté inquieta. Era cierto. Nuestra madre era bastante religiosa y chapada a la antigua y no veía con buenos ojos cualquier unión que se saliese de lo común. Para ella la homosexualidad debía ser una aberración casi comparable al incesto entre dos hermanos, y resultaba que su hija predilecta lo era.
— Lo sé. Puede que un día se lo diga pero por ahora prefiero no hacerle más daño —contestó— ¡Anda vamos! ¡Ábrelo, que quiero verlo bien! ¡Y más vale que mamá no te lo descubra! —se apresuró a cambiar de tema.
— Eres increíble... —susurré con un suspiro. Definitivamente era la mejor persona que conocía.
— Increíbles son las "fiestas" que montáis vosotros dos por las noches —me incordió juguetona.
— ¡Erika! —grité avergonzada.
— No, en serio. ¿Qué es lo que te hace para que te pongas así? Mira que yo soy escandalosa cuando me pongo, pero... —insistió.
— ¡Dios! ¡Para ya que me da muchísima vergüenza! —supliqué. Pero no paró y fui objeto de sus burlas un buen rato. Supongo que era un precio pequeño a pagar por todo lo que había hecho por mí. Me había abierto una puerta a la felicidad que creía cerrada para siempre, pero ahora, además, sostenía en mi mano su regalo, el cual suponía un rayo de esperanza para Iván y para mí.
Erika cambió mi vida. Gracias a ella ya no tenía miedo a nada por primera vez en mucho tiempo, excepto quizá a volverme loca esperando a que mi nuevo móvil sonase trayéndome la voz de mi hermano.
Fin.
*Mi especial agradecimiento a Ilenea, por ayudarme con la revisión/reescritura de gran parte del texto. Ha sido una semana que nunca olvidaré.