Tania e Iván Parte I; El Amante Inesperado

Una adolescente que está despertando sexualmente encuentra en su hermano mayor al amante perfecto, aunque... de forma algo accidental.

Tania e Iván Parte I;

El Amante Inesperado

S oy una joven madrileña que hasta hace tan sólo tres años tenía una vida normal, iba a un instituto normal, tenía amigas normales, novietes normales, padres normales y dos hermanos... bueno, supongo que también normales hasta ese momento.

Mis padres son poco interesantes. Ella, de altura media y regordeta, con un pecho grande y caído, está chapada a la antigua y tiene mal carácter. Él, alto y con una barriga considerable, es bastante más afable pero pasa casi todo su tiempo dedicándose al trabajo o el bar. Está bastante hecho polvo para su edad, dicho sea de paso. El caso es que ambos son las típicas personas que no mirarías dos veces.

La mayor de los tres hijos es mi hermana Erika. Es alta y esbelta como una bailarina, con una buena talla de pecho y que luce su metro setenta con ropa elegante y moderna. Tiene una melena dorada que cuida obsesivamente y que da brillo a un bello rostro de piel clara y rasgos atractivos, en el cual sus preciosos ojos azules resplandecen bajo unas elegantes gafas de pasta negras. Es bastante alegre y positiva y su cara está hecha para sonreír. Actualmente está en su último año de carrera de veterinaria que compagina con su trabajo en una pastelería. Vive de alquiler en Toledo.

El segundo es mi hermano Iván, unos minutos mayor que yo. Siendo objetiva he de decir que no es un chico muy guapo ni tiene un físico impresionante pero tampoco es feo. Decir que es "de lo mejor del montón" es la mejor forma de describirle. Actualmente roza el metro ochenta, tiene el pelo castaño, la piel rosada y unos ojos de color verde oscuro. La mayoría de la gente cree que es una persona seria pero en realidad, cuando le conoces, es tremendamente divertido.

Y por último voy yo, "la peque" . Me describen como una chica bastante extrovertida y alocada que no para quieta. Físicamente soy delgadita, con un cuerpo bonito de metro sesenta y cinco y con un pecho discreto pero bonito. Pelo castaño claro, ojos marrones, piel clara y unos rasgos ligeramente infantiles. Soy guapa pero ni por asomo tanto como mi hermana.

La mayoría de la gente siempre nos había considerado a los tres unos mojigatos por la educación religiosa que nos habían dado nuestros padres, pero con el paso de los años nuestra fe se había ido diluyendo hasta no quedar en más que unas cuantas preguntas sin respuesta, mientras que nuestra curiosidad por la vida iba en aumento.

Ahora que ya sabéis quién es quién creo que puedo empezar a contaros mi historia, que, aunque comenzó hace tres años, primero nos remontaremos a hace pocas semanas. Una tarde en la que esperaba ansiosa la llegada de mi hermana para irnos a pasar juntas un fin de semana lejos de mi casa...

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Hace dos semanas;

E rika se estaba retrasando. Llevaba sentada en la jardinera de mi portal tanto rato que tenía el trasero dolorido por los salientes de los ladrillos y aquél chicle de menta había perdido todo su sabor. A mis pies, mi maleta excesivamente cargada para un fin de semana se zarandeaba al ritmo de mi pie nervioso. Estaba bastante inquieta e impaciente. Aunque hablaba con mi hermana por teléfono o whatsApp todos los días llevaba sin verla cerca de dos meses pero más que por eso, tenía ganas de alejarme de mi madre unos días y escapar de su férreo control y su continuo desprecio. Relacionarme con gente cálida y alegre no iba a venirme nada mal.

Cuando vi llegar el coche de mi hermana perdí la noción del entorno y no me fijé en que mi madre había salido del portal y estaba a mi lado. Cuando finalmente la vi me atraganté con el chicle pero ella se limitó a lanzarme su habitual mirada de desprecio. Ambas esperamos en silencio a que Erika se bajase del coche y viniese hacia nosotras.

– Mamá por dios, alegra esa cara que sólo me la llevo un fin de semana —dijo Erika mientras se acercaba para darle un abrazo.

— Por mí como si te la llevas para siempre —respondió tajante mi madre.

— Va... no seas así. Además, sabes que yo me la llevaría encantada —respondió. Mi hermana me hizo un gesto de burla arrancándome una sonrisa justo antes de darme un fuerte abrazo y besuquearme las mejillas hasta enrojecerlas.

Hablaron unos minutos más sobre la universidad, el piso de Erika y cosas a las que no presté mucha atención, luego llegó el momento de marcharnos y mi hermana le soltó otro rápido abrazo a mi madre. Yo no me atreví a hacer lo mismo.

— Hasta el lunes mamá... —me despedí nerviosa. Ella contestó con un leve movimiento de cabeza que me indicaba que me dirigiese al coche mientras apenas me miraba.

— Ya te vale madre, ya te vale... —. Erika cogió mi maleta y tiró de mí para marcharnos. Siempre la llamaba "madre" cuando algo le molestaba de ella.

Cinco minutos después estábamos saliendo del barrio cantando "Las de la intuición" de Shakira que sonaba en la radio a todo volumen, cuando terminó la canción Erika la apagó y se puso seria.

— ¿Cómo la aguantas? ¿De verdad es así siempre? —soltó de pronto, yo me limité a asentir con tristeza.

— Lo que no sé es como la has convencido para que me deje ir contigo el finde... -comenté distraída con el tráfico.

— Bueno, a veces hago magia... —siempre decía lo mismo—, pero esta vez me ha costado lo mío ¿sabes? Llevo un año y pico sin tener ni idea de qué coño pasa con esta familia —soltó ofuscada.

— ¿A que te refieres? —.

— Venga ya, peque ... mamá antes no te trataba así. Ni a ti ni a Iván, a quien por cierto no puedo ni nombrarle sin que se ponga hecha una furia. Además, cuando se separó de papá hizo lo imposible porque os quedaseis con ella, y unos meses después va y manda a Iván a Barcelona con papá sin previo aviso. Ahora mamá y papá no se hablan, tampoco te dejan a ti hablar mucho con Iván por que no os dejan tener móvil y aquí ando yo, haciendo de enlace entre todos pero sin que ninguno me contéis qué coño ha pasado —. Me lanzó una rápida y penetrante mirada y luego volvió a centrar su atención en la carretera.

— No sé Erika, yo tampoco sé... —.

— ¡Chist! —me interrumpió—. Si no me lo quieres contar no me lo cuentes, pero ni se te ocurra mentirme a la cara diciéndome que tú no sabes nada, ¿entendido? —me espetó. Le costaba ponerse seria pero cuando lo conseguía daba bastante miedo. Me limité a asentir y guardar silencio.

— Bueno, peque —Su habitual sonrisa no tardó en reaparecer tras un leve suspiro que templó su ánimo—, al menos quiero que aproveches el fin de semana para disfrutar... verás como no te olvidas de Toledo fácilmente —sonrió agarrándome la rodilla para hacerme cosquillas.

Unos minutos después me sentí culpable de no atreverme a contarle lo que había ocurrido realmente. No podría entenderlo. Jamás lo haría. Ella era mi único apoyo y mi mejor amiga, si la perdía a ella no me quedaría nada por lo que seguir adelante. Por mucho que me doliese no podía contarle nada.

Me dejé caer abatida en mi asiento y apoyé la cabeza en la ventanilla ocultando mi rostro bañado en lágrimas. Si Erika me vio llorar no dijo nada.

"¿Cómo hemos llegado a esto?" Me repetía una y otra vez mientras mi mente rebuscaba entre mis recuerdos tratando de hacer memoria. Lentamente, esos recuerdos me fueron atrapando y sin querer, perdí la noción del momento remontándome a aquel día, el día en que todo comenzó a complicarse.

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Hace tres años;

E ra verano y mis padres habían decidido llevarnos a mis hermanos y a mí a Gijón para pasar unos quince días en la playa. Habían alquilado un apartamento bastante bien situado frente al paseo marítimo y en un par de días ya estábamos perfectamente acomodados y relajados. Mi hermana y yo nos paseábamos en bikini todo el día, mi madre con un camisón corto bastante viejo y sin mangas, y ellos, los chicos, únicamente con sus pantalones cortos.

Desde hacía tiempo mi cuerpo había empezado a despertar sexualmente y yo aprovechaba para frotar mi sexo disimuladamente con cualquier cosa, como los bordes de las mesas, los muebles, etc. Y más recientemente había comenzado a masturbarme con torpeza pero cierta eficacia, como aquella tarde.

Hacía poco rato que habíamos comido y la mayoría estaban echándose la siesta, así que aproveché mi momento para darme algo de placer.

Mis dedos presionaban mi clítoris describiendo pequeños y grandes círculos aleatoriamente. La mayoría de foros y vídeos que había consultado dejaban claro que era así como tenía que hacerlo, y la verdad, era bastante efectivo. El calor de mi cuerpo se había disparado, mi respiración se estaba acelerando por momentos y las pequeñas descargas de placer que me asaltaban venían como un oleaje que a cada minuto se volvía más intenso. No pude evitar la tentación de penetrarme con un dedo de la otra mano y aquello fue la chispa que prendió la mecha.

Mi mente no paraba de darle vueltas a la sensación con la que me había despertado una noche no hacía muchos días. Sudorosa, con las bragas empapadas, con la respiración acelerada y el corazón desbocado en mi pecho. Era algo nuevo para mí, pero no era una mojigata, sabía perfectamente que aquella noche había tenido mi primer orgasmo, y fue increíble. Se quedó grabado en mi mente casi como una obsesión. Tenía que recuperar esa sensación a toda costa.

Desde entonces me masturbaba cada día una o dos veces tratando de revivirlo, pero si bien unas veces tenía más éxito que otras, siempre me quedaba muy lejos de lograrlo. Aquella tarde, encerrada en el cuarto de baño la cosa no iba nada mal.

Mi dedo estaba llegando más adentro de lo que me había atrevido a meterlos nunca, y el jueguecito de mi clítoris estaba haciendo maravillas. Estaba segura de poder conseguirlo esa vez así que aceleré el ritmo de mis dedos y se creó un efecto dominó por todo mi cuerpo. La respiración se hizo tan pesada que arrastró una serie de pequeños gemidos que me esforcé por ahogar en mi garganta. Mi piel se erizaba por momentos y mi pecho parecía a punto de explotar con los latidos de mi corazón. Tragué saliva e incluso se me humedecieron un poco los ojos mientras algunas caricias se perdían para hacer travesuras con mis pezones. Era genial, todo marchaba como la seda.

Mi vagina cada vez estaba más húmeda y sensible permitiéndome introducir el dedo con más facilidad y rapidez. Un segundo dedo reforzó al primero y se me escapó un pequeño gemido que retumbó por los azulejos del baño, aunque no le di demasiada importancia. De hecho estaba tan confiada que dejé escapar unos cuantos más de forma controlada. ¡Estaba a punto de lograrlo! Mi estómago se tensó, mis piernas se cerraron instintivamente, y entonces...

La puerta sonó varias veces sacándome de mi estado y arrojándome violentamente a la realidad para escuchar la voz ronca y profunda de mi padre.

— Tania, llevas mucho rato ahí ¿no? ¿Estás bien? — Dijo. De pronto toda la excitación que había sentido desapareció de golpe y quedó sustituida por una enorme crispación.

— ¡Sí! ¡Ya salgo! —grité. Mi enfado iba en aumento mientras trataba de colocarme mi bikini rosa rápidamente por si se abría la puerta.

— Si se despierta tu madre dile que me he bajado al bar —contestó.

— ¡Vale papá! ¡Genial, gracias! ¡Muchas gracias por avisar! —respondí sarcástica.

¡Después de haber estado tan cerca todo se había fastidiado en un segundo! Apreté los dientes para no dar el enorme grito que aguardaba en el fondo de mis entrañas y contuve un par de lágrimas de rabia. "¡Joder! ¡Ya casi estaba!" pensé furiosa.

No tardé mucho en abrir la ventana, lavarme  y limpiar un poco. Salí del baño apresurada por llegar a mi cuarto para cambiarme el bikini pero me encontré la puerta entrecerrada. Yo no la había dejado así. Me asomé sigilosa y vi que mi hermano estaba sentado en mi cama de espaldas a mí viendo algo en mi tablet . No me extrañó mucho ya que dormía en el mismo cuarto que yo, pero verle ahí distraído era una oportunidad que no podía dejar pasar.

Como aún no se había percatado de mi presencia decidí asustarle y echarle una pequeña regañina por coger mis cosas sin permiso. Aún sentía los efectos de la masturbación cuando me agaché acercándome sigilosamente.

El brazo de Iván se movía de manera extraña a la altura de su cintura pero no presté mucha atención. Avancé emocionada por que prometía ser la madre de todos los sustos, uno que le costaría igualar, pero justo a un paso suyo algo debió fallar por que se giró velozmente hacia mí con los ojos como platos. Yo reaccioné instintivamente lanzándome sobre él y echándole sobre la cama mientras le hacía cosquillas.

— ¡Ja! ¡Te he pillado capullo! ¿Qué haces con mi tablet ? —solté entre risas. Estaba tan concentrada en hacerle cosquillas y retenerle debajo de mi cuerpo que no me fijé en su cara de susto. Con cada movimiento se producía un roce de mi entrepierna contra la suya. Era un roce placentero que me estaba encendiendo poco a poco, inconscientemente, claro, ya que para mí aquello era tan solo un juego. Al menos al principio.

Iván forcejeaba conmigo para escapar pero me aferré a él y seguí forzando la situación todo lo que pude para extraer cada roce de su entrepierna, esta vez sí, de forma consciente, siempre simulando hacerle cosquillas. Llegó un punto en que la situación resultaba ridícula y simplemente seguí moviéndome sobre él sin tratar de ocultar mi propósito. Estaba avergonzada pero también estaba tremendamente excitada y, aunque todo aquello me asustaba, no paré. Él tampoco se resistió mucho más tiempo y se quedó mirando la pared mientras aquello ocurría, era evidente que también estaba disfrutando de aquél "juego".

Pronto solo podía oírse mi respiración mezclada con pequeños gemidos junto con la suya, acelerada y profunda. Para mi sorpresa, la mitad de su pene erecto sobresalía del  pantalón soltando leves gotas de liquido preseminal sobre su cuerpo y manchando la parte de abajo de mi bikini cuando avanzaba sobre él. Manchas que según se resecaban, se volvían blanquecinas. Pero aquello no nos detuvo. No a mí. No tan cerca de alcanzar un clímax como el de aquella noche.

Era absurdo tratar de disimular o fingir. Posé las palmas de mis manos sobre su pecho y me incliné hacia adelante para acelerar el ritmo y la presión. Era una postura más cómoda para mí y más erótica para él ya que acercaba pi pecho al suyo. Me miró con una expresión extraña y pareció dudar. Yo no pude aguantar su mirada y la esquivé como pude hasta que sentí sus manos aferrarse a mis pechos. Traté de impedirlo con una mano pero insistió y lo dejé pasar. Me gustaba su tacto acariciándome y, después de todo, ya habíamos metido la pata hasta el fondo, ¿qué importaba a esas alturas que me tocase las tetas?

Sus caricias se volvieron más confiadas a cada segundo y no tardó en descolocarme la parte de arriba del bikini dejando mis afiladas tetas al descubierto. Traté de cubrirme pero siguió insistiendo hasta que logró apartar mi brazo y aferrarse a ellas mientras le dirigía una mirada de reproche. También cedí en ese momento ya que no podía pensar en otra cosa que no fuera en el placer que sentía por el roce de nuestros sexos. Era algo nuevo, excitante, aterrador y terriblemente placentero.

Después de unos minutos la excitación de ambos estaba a punto de desbordarse y aceleramos el ritmo. Sus caricias ya no se limitaban a mis pechos sino que se internaban en mi espalda descendiendo hacia mi trasero, al cual acompañó en su frenética danza. Estaba empezando a agotarme así que agradecí la ayuda. Estaba cerca, muy cerca de correrme, pero faltaba algo. Instintivamente lancé mi mano bajo el bikini para estimular el clítoris y enseguida comencé a notar sus espectaculares efectos.

Una mano posada sobre su pecho y la otra dándome placer, las suyas sobre mis tetas quemándome la piel, una familia dormida y un cuarto que acababa de convertirse en la caja fuerte de nuestros secretos. Lo teníamos todo para condenarnos al infierno y si embargo, nos faltaba valor para detenernos.

Mis gemidos se ahogaban en mi garganta y su respiración se quebraba en la suya. Nuestras miradas se quedaron cruzadas mientras manteníamos aquella expresión avergonzada, y entonces pasó.

Mi bikini se empapó enseguida mientras todas mis emociones y sentidos se escapaban por mi vagina obligándome a retorcerme y caer sobre su pecho sudorosa y exhausta. La vergüenza me arrancó un par de lágrimas que no lograron diluir la maraña de emociones y sensaciones que recorría hasta lo más recóndito de mi cuerpo. Tristeza, vergüenza, confusión y miedo, sí, y sin embargo satisfacción. Una plena y profunda satisfacción que reafirmaba mi sexualidad de formas que no habría podido imaginar.

Apenas fui consciente cuando se giró colocándome boca arriba y comenzó a moverse sobre mí igual que había hecho yo, pero a diferencia de mí, él había sacado su pene completamente de su ropa interior. Sus manos aún seguían acariciando mis pechos desesperadamente e incluso se atrevió a acercar sus labios para jugar con ellos. ¿Debí haber reaccionado? ¿Debí haberme resistido? Tal vez, pero no lo hice. Mi mente estaba saturada y no lograba hallar ni un ápice de desagrado en lo que estaba ocurriendo.

Finalmente, tras unos largos segundos comencé a recuperarme y ser consciente de mi entorno. Fui cayendo lentamente en la realidad mientras mi hermano aún se frotaba conmigo unos segundos más antes de tensarse y eyacular sobre mi cuerpo con una intensidad abrumadora. El primer chorro de llegó hasta mi pecho izquierdo describiendo en mi piel una línea recta y blanca, el segundo y  tercero fueron menos intensos y pronto mi vientre quedó hecho un desastre perlado por el sudor y el semen. Estaba tan sorprendida y aterrada que me quedé inmóvil.

A medida que menguaba su excitación Iván también se hacía consciente de la situación y se levantó lentamente mientras yo me incorporaba avergonzada tapándome el rostro con las manos. Al sentir el semen resbalando por mi cuerpo traté de limpiármelo rápidamente pero mis manos solo consiguieron esparcirlo más por mi piel. "Dios mío ¿Qué hemos hecho?" me pregunté, e inmediatamente después me apresuré a cubrir mis pechos con el bikini.

Iván me observaba en silencio con una expresión de miedo sentado al borde de la cama. Al principio yo no me atreví a mirar más allá de mis rodillas pero sentía la presión de su mirada sobre mí con tal intensidad que al final cedí y le miré mostrándome igual de asustada y triste.

— T-Tania, no podemos decir n-nada a nadie o nos ma-matan... —tartamudeó.

Volví a ocultar mi rostro detrás de mis manos tras examinar de arriba abajo mi cuerpo y mi desastrado bikini. Aún me costaba creer lo que acababa de pasar pero en el fondo no podía evitar sentirme culpable de aquella situación.

— Joder, joder, ¡Joder! ¿Qué hemos hecho? —me pregunté desesperada. Iván se arrodilló frente a mí y acarició mis rodillas pero yo le aparté las manos de un manotazo. — ¡No me toques, joder! —grité en un susurro.

— Eh, cálmate, tampoco es tan grave ¿Vale? No hemos llegado a... —. Parecía que mi hermano trataba de convencerse a sí mismo más que a mí pero yo no tenía ganas de hablar del tema y me levanté para escapar al baño a limpiarme. En ese instante vi la tablet al borde de la cama y la cogí solo para soltarla asqueada tras comprobar que mi hermano estaba viendo los videos porno que tenía guardados para mis "consultas intimas" . No me resultó difícil deducir qué estaba haciendo con su mano mientras los veía.

— Joder Iván, ¡Somos unos putos enfermos! —me lamenté mientras me marchaba.

Cuando me planté desnuda frente al espejo me puse a analizar la situación tratando de despejar la mente. En mi cabeza persistía la idea de que lo que habíamos hecho era terrible, pero el placer estaba ahí, era innegable, y eso me confundía aún más. Había logrado el objetivo que perseguía al comienzo de la tarde (revivir aquella noche del orgasmo) y me sorprendí con una media sonrisa al dejarme atrapar por el recuerdo de lo que acababa de sentir hacía tan solo unos instantes. Estaba hecha un verdadero lío.

Siempre me había caracterizado por ser una chica curiosa y decidida, algo que no tiene por qué ser siempre una virtud si en ocasiones te lleva a realizar auténticas tonterías, lo que explica que en un alarde de valentía recogiese con mi dedo índice el semen acumulado en el ombligo y me lo introdujese en la boca para descubrir su sabor. Al fin y al cabo no sabía cuánto tiempo iba a tardar en tener otra oportunidad de saciar mi curiosidad y, admitámoslo, una vez cruzas la línea es difícil dar media vuelta.

En pocos segundos ya me encontraba fantaseando y practicando una imaginaria felación a mis dedos sin dejar de practicar poses y expresiones lascivas frente al espejo hasta que recuperé el sentido del ridículo. Reaccioné con enfado percatarme de que mi mano izquierda había comenzado a explorar mi vagina de nuevo y me di cuenta de que comenzaba a tener un problema.

L a ducha no estaba siendo tan tranquila como esperaba ya que no logré quitarme de la cabeza lo que había ocurrido. Por algún motivo que no lograba comprender quería repetirlo e incluso tal vez llegar más lejos, y ya fuese por ese anhelo o porque simplemente era una inconsciente cada minuto que pasaba me costaba más reconocer que lo que habíamos hecho estaba mal. ¿Por qué habría de estarlo? ¿No se suponía que en eso consistía la adolescencia? ¿En descubrirte a ti misma? ¿En descubrir tu sexualidad? Iván debía de tener las mismas inquietudes que yo y no me lo imaginaba hablando de sexo con mis padres debido a sus creencias, ni siquiera con Erika, igual que no me imaginaba a mí misma haciéndolo. ¿Qué había de malo en solventar nuestras dudas mutuamente? Hacer esas cosas no haría que dejásemos de ser hermanos.

Me puse en cuclillas dejando que el agua masajease mi espalda mientras me relajaba antes de comenzar a masturbarme de nuevo. Mi clítoris ardía bajo el estimulo de mis dedos mientras con la otra mano me penetraba rápidamente. Ni siquiera quería repetir la intensidad del orgasmo anterior, me conformaba con cualquier cosa, uno pequeño, uno rápido, solo uno más.

En mis pensamientos no podía evitar recordar a mi hermano sobre mí frotándose con fuerza y eso me provocaba sentimientos encontrados. Más aún cuando esos recuerdos derivaban en fantasías en las que me penetraba violentamente aumentando mi excitación. Sabía que mis barreras morales se estaban tambaleando pero ¿estaba llegando al punto de desear a mi propio hermano? Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa y tenía vértigo.

El ruido de la ducha no logró tapar al ruido que produjo la puerta del baño al abrirse y cerrarse rápidamente a pesar de que quien hubiese entrado tratase de ser sigiloso. Algo me decía que aquella silueta que se dibujaba en la cortina era la de mi hermano, que no tardó en retirarla lo suficiente para asomar la cabeza.

— Joder Iván —me lamenté. Su mirada buscaba con avidez descubrir las partes de mi cuerpo que la postura en la que me encontraba no le permitía ver—, ¿Qué coño haces aquí?—solté en un susurro furioso, aunque él guardó silencio y se limitó a mirarse los pies. Estaba claro que ni él mismo sabía muy bien a qué había entrado en el baño, y si lo sabía toda su confianza se estaba desvaneciendo rápidamente.

— He echado el seguro a la puerta pero aún van a tardar un buen rato en despertarse, ya sabes cómo les gusta dormir a esas dos —comenzó nervioso—, ¿P-Puedo entrar? —preguntó aún más nervioso.

— ¿¡Qué!? ¡No! —respondí anonadada.

— P-Pensé que querrías co-continuar con... ya sabes —se explicó. Estaba comenzando a ponerse como un tomate por la vergüenza e intuía que yo no debía de estar mucho mejor.

— ¡Pues no! ¡Largo! —. Iván dio un brinco y llegó a la puerta con un par de pasos pero no abrió sino que dio media vuelta y regresó junto a la ducha.

— ¿Me dejas verte un poco? —suplicó.

— ¡Iván! —protesté.

— Solo un poco —volvió a suplicar—, y luego me voy. Te lo prometo —. Había chocado las palmas de las manos en una estúpida pose religiosa.

Di un largo suspiro tratando de decidir si tenía valor necesario para acceder a su petición pero en el fondo sabía que aceptaría porque sabía lo pesado que podía ponerse en ocasiones, y tampoco quería que aquella situación se alargase eternamente. Finalmente cerré los ojos maldiciéndome por lo que iba a decir.

— Joder, vale, pero luego te vas —indiqué señalando firmemente a la puerta. Él asintió entusiasmado.

Comencé a erguirme lentamente dejando que disfrutase de cada curva de mi cuerpo mientras trataba de distraerme a mí misma metiendo la cabeza bajo el chorro de agua templada. Aquello era tremendamente embarazoso para mí. No pensaba darle más que unos segundos pero se adelantó con otra petición antes de que pudiese echarle.

— ¿Puedes girarte un poco? —su voz temblaba. Accedí resignada ya que al fin y al cabo lo más interesante estaba en la parte de delante.

Al principio me resultó algo inquietante que se mantuviese inmóvil frente a mí. No esperaba que se masturbase, claro, pero tampoco que permaneciese tan sereno. No se mostraba nervioso ni avergonzado ni tan siquiera excitado, él simplemente me recorría de arriba a abajo con aquella mirada fascinada como si estuviese contemplando a una diosa. Por algún motivo aquella mirada cada vez me parecía menos incomoda. Era la primera vez que alguien me hacía sentir deseada.

— Te toca —indiqué señalando su pantalón. No iba a ser el único que se divirtiese ¿no? Al principio pareció dudar pero cuando hice el amago de girarme no se lo pensó ni un instante y dejó caer su pantalón hasta los tobillos mostrando una erección considerable.

— ¿Quieres tocar? —preguntó. Me moría de ganas de tocarla por simple curiosidad pero me negaba a decirlo en voz alta así que asentí con la cabeza. Iván avanzó medio paso hasta alcanzar el borde de la bañera y esperó. Aunque no tuvo que esperar demasiado. Avancé hacia él hasta que su pene quedó al alcance de mi mano y sin mucha ceremonia lo atrapé y lo examiné mientras notaba cómo crecía lentamente poniéndose cada vez más duro. Sabía que era cuestión de tiempo que se atreviese a tocarme así que no me sorprendió cuando lo hizo directo a mi vagina. Era torpe e impreciso pero era mejor que nada y aprendía con rapidez.

— Después de esto se acabó eh... —solté con tono severo, aunque me dio la impresión de que no me tomaba en serio—. No, Iván, lo digo de verdad. Después de esto se acabó —insistí aún más severa. Aquella vez sí pilló el mensaje y se aseguró de no perder el tiempo.

Durante tres o cuatro minutos ambos permanecimos allí parados saciando nuestra curiosidad mientras le dábamos placer al otro hasta que algo le llevó a estamparme un beso peligrosamente cerca de los labios. Cuando regresó para un segundo beso más certero retrocedí pero sus manos se aferraron a mi cintura llevándome hasta él y atrapando mis labios con los suyos. Sabía besar, lo que me lo puso más fácil para corresponderle. De pronto me hallaba de nuevo atrapada en una situación absurda con mi hermano y sin tener el valor para ponerle fin.

Mi excitación iba en aumento con cada una de sus caricias y notaba su impaciencia por meter su pene dentro de mí. Aún estaba lo bastante lúcida como para no permitírselo pero a ese ritmo y con aquellos insistentes movimientos no me cabía duda de que acabaría por ceder también en aquello. No, tenía que buscar una salida más sensata así que me apresuré a arrodillarme en la bañera y comenzar a chupársela tan bien como supe, que no era mucho. Aunque yo también aprendía con rapidez a juzgar por su expresión.

He de reconocer que la situación me dio bastante morbo al igual que ver la cara de placer de mi hermano, así que me puse juguetona y comencé a lanzarle las mismas miradas y sonrisas lascivas que había ensayado frente al espejo mientras comenzaba a acostumbrarme al intenso sabor de su líquido preseminal. A medida que se la chupaba iba aprendiendo más cosas sobre él y sobre mí. Sobre lo que les gusta a los chicos y cómo jugar con ellos. Disfruté aquello más allá de la excitación y el morbo. Lo disfruté por sentirme deseada. Fueron unos minutos deliciosos.

— T-Tania voy a... —Justo en ese momento su pene se tensó más de lo normal y expulsó en mi boca una gran cantidad de semen. "Seguro que si me lo trago alucina" pensé, pero había cubierto mi cupo de nuevas experiencias para un día, así que me limité a escupirlo en la bañera con un una sonrisa indecente.

— Ahora me toca a mí —susurré invitándole a pasar a la ducha e indicándole que se arrodillase. Después guié su mano hasta que comenzó a penetrarme con dos dedos que me provocaron un ligero escozor entremezclado con descargas de placer. Me sentí tentada de detenerle pero pronto comencé a acostumbrarme a sus torpes dedos mientras yo misma estimulaba mi clítoris. Aquello se me fue de las manos una vez más y no tardé en caer presa del placer que me arrancaba un gemido tras otro mientras trataba de acallarlos bajo la palma de mi mano.

Me quedé apoyada en la fría pared incapaz de moverme mientras notaba cómo poco a poco llegaba a mi límite. Dejé de acariciar mi clítoris por miedo a perder la cabeza pero Iván tomó el relevo y pronto me encontré suplicándole que parase, aunque no me hizo ningún caso. Al final llegué al clímax y me desvanecí sobre sus hombros tratando de ahogar los gemidos. Hasta él se asustó y se puso en pié para sostenerme mientras examinaba sus dedos levemente ensangrentados.

Refugiada en su pecho comencé a recuperarme y poco después sin dedicarnos ni una sola palabra pero sí muchos besos, nos duchamos y salimos del baño por separado con la promesa de que aquello se terminaba allí.

Durante el resto del día ambos nos evitamos descaradamente y aquella misma noche, obligados a dormir en el mismo cuarto, no nos atrevimos a cruzar ni una sola palabra.

Ambos estábamos asustados, confusos y avergonzados. Parecía que la semana y media que aún nos quedaba de vacaciones en Gijón se nos presentaba complicada.

Continuará...