Tania - 7

Mi marcha a Madrid

Mi marcha a Madrid.

La idea me vino tras la tercera o cuarta tarde con mi amigo el guardia civil. De nuevo, una buena follada, más exquisita y suave que con mi compañero de comisaría, pero igual de gratificante. Me encantaba cambiar de registro y alternar el sexo duro de mi compañero, de embestidas potentes y rudas, con la follada más complaciente, pero firme de mi amante de la Benemérita. Una tarde, después de dos orgasmos intensos y de haber disfrutado tanto de su polla como de sus dedos y lengua, me convencí de que tenía que dar un giro radical a mi vida.

Acababa de echar el segundo polvo y me encontraba aún cachonda. No tenía prisa. Quería más de mi amigo, pero noté que tenía urgencia por irse. La razón, según me dijo, era que al día siguiente cogía un vuelo a Madrid. Tenía una posibilidad de destino allí. Conocía a un sargento primero de los antidisturbios de aquella comandancia y le apetecía un cambio de aires. Me contó la adrenalina de ser una fuerza de choque, podríamos decir. La necesidad del ejercicio físico, cosa que a mí me atraía, el compañerismo y la sensación de grupo. Me gustó lo que escuché.

Me quedé pensativa mientras conducía a mi casa. Me detuve en un bar a tomar una cerveza y un bocadillo. No quería llegar a cenar con mi marido. Hasta esa tarde, estaba decidida a separarme de Ernesto si las cosas no mejoraban entre nosotros. Y tras algunas semanas después de vernos en el portal, llegando cada uno de camas diferentes, no había mejorado. Es cierto que no discutimos en esos días y que la convivencia fue tranquila, incluso complaciente entre nosotros. Pero manteníamos todavía ratos de silencio o con conversaciones forzadas sobre una película, el tiempo o la vida en general. No terminábamos de conectar ni de encender esa chispa de complicidad que debe existir en los matrimonios, por muy abiertos que sean. Cuando apuré el último trago de la cerveza y me terminé el bocadillo, ya tenía un plan diseñado en mi cabeza. Solo faltaba convencer a Ernesto.

Al día siguiente, en la comisaría, me entretuve en mi tiempo libre viendo las plazas que se ofertaban de agentes antidisturbios y en dónde. Madrid era una de ellas y, en principio, el lugar con más posibilidades, que en ese momento había.

Hice un par de llamadas y me enteré de una forma bastante exhaustiva de lo que necesitaba, y los requisitos para hacer los exámenes y pruebas físicas. No me pareció complicado. Esa misma tarde me puse a ello. Necesitaba darme prisa porque las pruebas y los exámenes eran en poco tiempo, por lo que tenía que estudiar y prepararme a conciencia. Aparqué por unas semanas mis estudios de Criminología y me concentré en mi propósito.

El temario no iba a ser un problema. Nunca había sido mala estudiante, tenía fuerza de voluntad y orgullo. Y las pruebas físicas no estaban tan alejadas de mis posibilidades. El escollo era Ernesto. Cómo se iba a tomar que hubiera decidido irme a vivir a Madrid, si aprobaba.

Tardé una semana en contarle mi decisión. Y eso que me veía todas las tardes y parte de la noche, estudiar, salir a correr y trabajar en un gimnasio además del habitual del Cuerpo Nacional de Policía. Durante ese tiempo, fuimos dos extraños. Más compañeros de piso que marido y mujer. Él, por lógica, debía sospechar que algo me pasaba. Yo, en cambio, prefería no preguntar. Si tenía que suceder nuestra separación, estaba preparada.

—Ernesto…

Aquella tarde me decidí. Era imposible aguantar más tiempo. Me acerqué a él, que veía la televisión en silencio. Se me quedó mirando expectante.

—Me estoy preparando para la UIP. La Unidad de Intervención de la Policía. Los antidisturbios —aclaré.

Se me quedó mirando fijamente durante unos segundos. Como si no me hubiera entendido. Luego echó el cuello para atrás en señal de incomprensión.

—¿Antidisturbios? Joder, Tania, ¿por qué?

Respiré profundamente antes de continuar. Había ensayado esa respuesta porque estaba completamente segura de que me la iba a preguntar.

—El dinero es una motivación. Se cobra algo más. Pero también me tienta la necesidad de hacer algo nuevo y que me llame la atención. Ya sabes como soy. Me puede la adrenalina y estar activa.

—¿Aquí, en Las Palmas?

Mi marido era inteligente. Intuía que todo lo que le había dicho, era en realidad la fachada que ocultaba la huida de nuestro matrimonio sin llegar a romperlo del todo.

—No, Ernesto. Me iré a la península. Necesitamos estar un poco separados —le detuve su protesta—. No quiero que rompamos. —Aquí le cogí una mano porque aunque yo me estuviera agotando en las Palmas, y con él, no quería desengancharme—. Vendré cada dos o tres fines de semana. En teoría se libra uno de cada dos, pero estamos prácticamente disponibles las veinticuatro horas. Pueden surgir servicios continuamente. Pero haré lo que sea por venir a estar contigo. Lo prometo.

Cerró los ojos y apoyó la espalda en el respaldo del sofá lentamente. Mantuvo su mano en la mía y durante varios segundos, permaneció en silencio. Pasado ese tiempo, me miró con una interrogación en sus pupilas. Era obvio que también sabía que la razón oculta de mi marcha residía en que ya no me atraía tanto estar con él.

—¿Quieres que nos separemos? ¿El divorcio?

—No, no. De verdad.

Nunca he estado completamente segura de que en ese momento hiciera lo correcto. Fue una salida que él me ofreció, pero que no cogí, a pesar de que la buscaba indirectamente. Creo que me sentí culpable y que si le decía que sí, sentiría que estaba siendo demasiado cruel. Quizá, también fue por cobardía. O posiblemente por comodidad o una sensación de compromiso con él, por haberme ayudado a salir de la casa de mis padres.

—Entiendo que de esta forma tendrás… O tendremos libertad para acostarnos con quien queramos. ¿Es así?

—No pienso en eso ahora. En serio Ernesto, no es lo que me mueve. —En parte, era verdad. No le estaba mintiendo, aunque esa posibilidad era obvia que flotaba en mi decisión.

—Y cuando vengas, ¿seremos un matrimonio perfecto? ¿De esos que se quieren y que están deseando verse? —ironizó.

—Eso pretendo. No sé si perfecto —me corregí a mí misma al momento, porque era obvio que tras mis infidelidades y su noche con la alumna venezolana o colombiana, no podíamos ser una pareja normal y tradicional—. Pero que nos podamos mirar a la cara, sin reproches, sin ocultarnos nada…

—¿Te vas a acostar con otros en Madrid?

Nunca supe si tras esa mañana que nos encontramos ambos en la puerta de nuestra casa, recién follados y con la infidelidad impresa en nuestras miradas, él se planteó que podríamos dar marcha atrás a ese estado de nuestra relación y de las decisiones tomadas.

—No lo sé, Ernesto. No lo pienso, no me hago ninguna composición de lugar. Y…

—Lo vas a hacer —me cortó en un tono bajo y doliente.

Sentenció tanto con la voz como con la mirada. Simple, práctico como siempre lo era. Casi se podría decir que académico e instructor. Luego asintió lentamente mientras esbozaba una sonrisa que me dio la sensación de que era más apática que triste.

—¿Es esa la razón por la que te vas a la Península? Ya tienes aquí la libertad de follarte a quien te dé la gana, Tania.

El tono de su voz cambió. Ahora era suave y casi amigable. Y eso lo hacía todavía más incriminatorio y acusador. Hendía de forma lenta y directa mi culpabilidad en la apertura de nuestro matrimonio.

—De verdad que no es por eso. Te lo prometo, Ernesto.

Asintió de nuevo repetidas veces de forma mecánica y rápida. Luego, unos instantes más tarde, me miró, me acarició ligeramente la mejilla y sonrió con esa apática tristeza anterior.

—Voy a creerme que te vas porque quieres poner distancia entre nosotros. Y que tu intención es que eso sirva para que no nos terminemos divorciando. También, que cuando vengas, serás mi mujer, mi esposa.

—Eso pretendo, de verdad.

Mi respuesta se interpuso en la continuación de sus palabras. No hizo el menor amago de revocar o de tomarla en cuenta. Como si yo no hubiera dicho nada, continuó con su exposición.

—… pero no me intentes vender que no sabes si tendrás sexo con otros hombres en donde te destinen. Porque sé que te vas a meter en la cama con alguien. Posiblemente no el primer día. Ni el segundo… Pero más temprano que tarde, lo harás. Y yo, aquí, no podré hacer otra cosa que engancharme a esa vida de diferentes camas y cuerpos. Si te soy sincero, no es lo que más me atrae, pero entenderás que no puedo permanecer quieto mientras contemplo cómo eso terminará por destruirnos. Y eso… —aquí se me quedó mirando con un velo de tristeza y de abatimiento en los ojos—, tengo la intuición o la sospecha o el mal presentimiento, de que provocará que un día nos acordaremos de esto y concluyamos que no hicimos ni lo debido, ni lo correcto.

Aquellas palabras en su momento me parecieron ampulosas y más parecidas a un discurso de facultad que a un reproche de marido. Pero ahora que ha pasado el tiempo, veo que estaban cargadas de razón. Y que a pesar de que, en efecto, mi vida sexual no era el detonante visible para salir de las islas, sí terminó siéndolo.

No quise preguntar qué era lo que debíamos hacer. Preferí escudarme en mis ideas, en mis excusas y en la huida de mí misma que empezaba a imponerme.

Me abracé a él. Quise transmitirle que de verdad deseaba continuar. En ese momento, así lo sentía. O creía que era lo que mi cabeza planteaba. Hoy, más experta, veterana, divorciada y madura, también sé que no era posible aquello que mi mente imaginaba, y mi positivismo errado, querían desear.