Tango nos une en el tiempo

Mucho se ha dicho de que los argentinos hacen un tango de cada tragedia y que los mexicanos hacemos un chiste, sin embargo, en este relato la tragedia no tiene nada cómico. Es la realaidad y la he vivido... es interesante el desenlace.

Ramsés era el típico galán de la secundaria, era un tipo asediado por las muchachas, tanto las compañeras como las mayores de otros grados.

Estaba en proceso de convertirse en un atractivo hombre que resultaría la delicia de las mujeres y por qué no decirlo de muchos hombres. Entre ellos yo, que lo imaginaba desnudo y provocando.

Para aquella época, en mis pensamientos no cabía duda de mi sexualidad, estaba plenamente consciente de mi preferencia hacia los de mi mismo género. Era un hombre, pero los otros hombres me parecían excitantes y Ramsés era uno de aquellos machos que me llegaban muy dentro en la emoción, y yo esperaba que más tarde en el intestino.

Cuando acabamos la secundaria, todos nos disparamos en diferentes direcciones, sin embargo al ingresar a la universidad me encontré con Ramsés en mi misma facultad. Me emocionó tener a alguien conocido en un lugar tan diferente al acostumbrado, pero la emoción mayor fue que precisamente se tratase de mi amor platónico, del homenajeado en cada puñeta (paja) de mi adolescencia.

Sin embargo, nuevamente su popularidad me dejó de lado, realmente su presencia opacaba a la de los demás. Mi macho dejó la facultad a los pocos meses. Lo lamenté y busqué la manera de estar cerca de él; tenía su teléfono y su domicilio. Nunca lo localicé.

En mi primer empleo disfruté de verdaderos ejemplares, con todo y mi actitud de reserva hacia mostrarme abiertamente gay, hice mis conquistas y me hice asiduo visitante de bares formales, serios, donde tomaba dos o tres copas por las tardes y escuchaba mi música preferida: tangos.

Teniendo como fondo tanto Besos brujos como El Choclo, La Cumparsita, Lejana Tierra mía, eso porque fui a trabajar al estado de Yucatán y yo soy del Norte de México. Me propuse encontrar a ese ser que me daría la felicidad, y así anduve hurgando entre la gente, encontrando posibles compañeros, que mas bien resultaron buenos amantes momentáneos, hasta que para mi sorpresa, una tarde entra al bar mi inolvidable Ramsés.

Ambos habíamos cobrado el precio de los años, aunque no éramos unos viejos, ya estábamos en los veinticinco y distábamos mucho de ser los adolescentes desgarbados de la secundaria y la preparatoria, aunque Ramsés había logrado ya ser el galán que yo había pronosticado.

Tomamos la copa, rememoramos años de inestabilidad, me confió que había logrado un cargo en el gobierno gracias a influencias familiares y que se estaba encargando de un importante proyecto. Yo le dije detalles sobre mi ocupación y cuando decidimos dejar el bar, se ofreció a llevarme a mi hotel. Acepté por el gusto de seguir a su lado, pero al llegar me pidió permiso para entrar al baño. No pude negarme, y al verlo dirigirse al sanitario observé que sus nalgas eran redondas y estaban antojables. Como soy Inter., es decir, me gusta tanto dar como recibir, me calenté al máximo y entonces imaginé el vertedor arrojando aquellos potentes chorros de orina que escuchaba..... fue todo uno el imaginarlo y el sentir que me corría, pero me contuve.

Cuando salió le ofrecí una copa más y entonces hizo referencia al tango "Una copa más". Cuando brindamos me preguntó abruptamente: "¿Todavía te gusto?"

Me dejó helado y el continuó haciéndome saber que siempre estuvo consciente de lo embobado que yo parecía viéndolo fijamente en todo momento en nuestros años de estudiantes.

No me quedó más remedio que confesarle la verdad; le dije que siempre me gustó, que muchas de mis puñetas en solitario habían sido en su honor, que en ocasiones lo soñaba y que esa tarde al verle revivió mis angustias y anhelos de adolescente.

Él me contestó que todavía era tiempo de hacer realidad mis fantasías, que estaba a mi completa disposición y, sin mediar más, abrió su cinturón, bajó su pantalón, se lo sacó, se retiró el boxer y apareció ante mí una hermosa verga que, sin ser grande era regordeta y cabezona, una delicia a mis ojos y entonces no me pude contener más, me lancé enfebrecido sobre ese distintivo viril y lo engullí, yo jadeaba a la vez que con mi lengua jugaba alrededor de su glande... él gemía y me decía frases quizá para algunos obscenas, pero a mí me sonaban a tango, a pasión, a fuerza de hombre.

Acto seguido nos fuimos a la cama, yo me desnudé con su ayuda y hemos realizado un magnífico 69 del que, al acordarme siento que no hace mucho ocurrió. Los dos nos corrimos simultáneamente, uno en la boca del otro.

Él me confesó que también le habían gustado los hombres desde siempre y que dada su galanura, la había usado como escudo ante la maledicencia e impertinencia de los compañeros, pero que cuando estábamos en la misma escuela él sostenía relaciones homosexuales con diferentes tipos de diversas edades, que le encantaba la verga, tanto o más que un culo o un buen par de nalgas. Sólo de hombre, las mujeres no le interesaron nunca, aunque les hiciera creer lo contrario.

Esa noche nos penetramos alternadamente, disfrutamos del sexo y de la pasión como jamás lo imaginamos ninguno de los dos.

Horas después se despidió y no volví a verlo. Hablé a su dependencia en gobierno y me dijeron que había sido transferido al Pacífico. Intenté en vano rastrearlo y no lo conseguí, hasta que desistí de mi búsqueda.

Los años pasaron. Poco después de haber cumplido los 40 años, días antes de Navidad, andaba yo viendo escaparates en una Plaza Comercial de Monterrey, al Norte de México, cuando localicé un espacio dedicado a la venta de discos de música de todas las épocas y entré. Pregunté por uno de Carlos Gardel que siempre había deseado tener y lo encontré. El encargado lo probó y por el altavoz se escucharon las estrofas de "Qué ganas de llorar en esta tarde gris..."

Ese día no era el mejor, había estado nublado desde el amanecer y las nostálgicas notas del tango me invadieron de mi propia nostalgia por los años idos y los amores pasados....

Hice una pregunta al encargado sobre una versión de "Lejana Tierra Mía" y entonces fue cuando me dijo: "No tengo idea, voy a preguntar al dueño". Preguntó por el intercomunicador y escuché una voz que se me hizo familiar que contestó: "Diga usted al cliente que sólo tengo la versión más reciente de , que haga el favor de pasar para que lo escuche tranquilamente.

El encargado me hizo la invitación y yo, como autómata le seguí. Al entrar a la trastienda me llevé la mayor sorpresa de mi vida: Ramsés, postrado en una silla de ruedas me veía ansioso y asía en su mano izquierda una copa mientras con la derecha me ofrecía otra.

Casi caigo de la impresión. Él me dijo que tenía 5 años de vivir en Monterrey, que había buscado mi número en el directorio telefónico y tenía todos mis datos incluyendo mi domicilio, pero que temía ser rechazado por su actual condición, que había tenido un accidente cuando dejó Yucatán y que sin saber en qué invertir la indemnización de su dependencia dejó pasar los años hasta que había decidido poner el negocio especializado en música de antaño, en recuerdo de mi preferencia por ella.

Yo le dije que nunca lo había olvidado y le canté una parte de "La Cumparsita": Si supieras, que aun dentro de mi alma, conservo aquél cariño, que tuve para ti.....

Él me contestó con: "Una copa más, tal vez un poco amarga, por nuestro gran cariño, que nunca volverá, una copa más......."

Finalmente, me dijo que no tenía movimientos de la cintura hacia abajo, pero que su lengua seguía siendo dueña de una especial habilidad......

Imaginen el resto.

Espero comentarios.

Julián.

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