También te vi, te confieso

Mientras una joven viuda intenta la autosatisfacción sexual transcurridos tres meses de la muerte del marido; es sorprendida por el joven hermano de éste, con quien conparte la casa obligada por las circunstancias... y se apresta a completar la historia.

También te vi, te confieso.

Tres largos meses han transcurrido desde la muerte de mi marido, tu hermano. Noventa interminables días con sus noches, tiempo suficiente para el dolor, la desesperanza, la zozobra, el llanto, la bronca; en fin para todo, menos para el olvido.

Todo me trae su recuerdo. Tras implacable persecución he intentado borrar toda huella suya, sus ropas, sus fotos, su perfume, su aliento. Sus sueños, sus anhelos, sus deseos, su estilo. Todo. Con nervioso entusiasmo creo estar triunfando sobre los recuerdos. Es que cambiar de vida me hace falta y por ello tanto me esfuerzo. Pero tus negros ojos se cruzan en mi camino y en ellos veo a mi marido muerto; tu querido hermano mayor a quien también extrañas, me lo has dicho.

Deambulas cual solitario fantasma por los pasillos de esta casa, que forzados por la desgracia ahora compartimos. Sigues mis pasos con tu tímida mirada, atento a mis movimientos y a lo que se me ofrezca, temeroso de no cumplir mis deseos. Tu aun adolescente cuerpo también vestido de negro, laborioso cumple con las tareas de la casa, por veces en el jardín, en la cerca, en el taller y hasta en la cocina. Siempre presto a borrar la tristeza de mis recuerdos, listo para llenar el vacío que a gritos se siente, deseoso de lograr el olvido en mi mente; pero por desgracia provocas lo contrario.

Es que si bien tu insipiente físico y tus casi infantiles ademanes son distintos, tu profunda mirada es la misma, tienes el mismo ardor en los ojos que tu difunto hermano, fulgor del que emana un sentimiento que no comprendo: Temor? Tristeza? Desdicha? ¡O quizás la misma zozobra!

Te dejo en tus cosas de niño para seguir mi rutina. Soy joven (y bella, como dijo el notario al traer los últimos documentos), debo renovar mi vida (así lo aconsejó mi madre antes de retornar a donde vive), tengo que recuperar la normalidad en mis quehaceres (me aliento yo misma). No todo está perdido. Aún estoy viva.

¡Si viva! Porque la naturaleza de mi ser así lo anuncia: en las crecientes ansias que despierta el solo roce de la fina y negra ropa que mi cuerpo cubre, con los largos chorros de tibia agua que recorren mis intimidades mientras me doy un baño, en el suave contacto de mi largo pelo mientras lo cepillo sentada frente al espejo, en las suaves caricias de las sábanas que me cubren y aun la tenue brisa que por la ventana ingresa en mis largas noches de soledad e insomnio; de mi triste y solitario dormitorio.

Entonces me animo. Dejando de lado las sábanas, suspendiendo mis ropas interiores hasta dejar mis largas piernas libres y tocar con tímidos y temblorosos dedos, aquella parte de mi cuerpo que fue de un solo hombre: de mi marido muerto. Cierro los ojos en busca de mejor intimidad, aprieto los labios para evitar cualquier sonido que devele mis deseos. Abro las piernas para hacer mas fácil el ingreso de mi sacrílego dedo. Acaricio con fuerza mis turgentes senos con la mano libre para aumentar mis deseos. Me pongo de costado dando la cara al espejo y apuntando mi gran culo ahora desnudo hacia la puerta. Aprisiono con las piernas mis cómplices dedos, que en forma ágil juguetean en medio del charco de la autocomplacencia.

Instintivamente me pongo en la posición de ¡Perra! Para recibir a mi imaginario macho muerto, así como en los mejores tiempos, cuando ágil cabalgaba sobre mí ¡Su yegua! Que recuerdos mas bellos, cuánta dicha y felicidad, qué desperdicio la temprana muerte de tu hermano, cuánto amor que por él aún siento. Estoy a punto de llegar al preciso momento, a lo máximo, sola, ayudada por mis ágiles dedos y mis añoranzas que traen hacia mi interior la gloriosa verga del ser que ambos amamos.

Abro los ojos para ver reflejado en el espejo mi sensual cuerpo en la posición del goce, con la esperanza de verlo joven y atlético en esa posición tan bella de jinete joven sobre mi culo atento y me encuentro con tus enormes negros ojos a través del mismo espejo, atisbando azorados en medio de la oscuridad y de la puerta entre abierta. Y se me crispan los nervios, porque en tus ojos negros veo a mi viril difunto; sus deseos, su fuego, sus fantasías, sus sueños. Confundida e indecisa decidir no puedo, pero veo que me viste y siento el deseo que tú también sientes.

Asomo la cabeza en el oscuro pasillo, ya no estás. Me apresto a seguir buscando tu rastro, quiero asegurarme de cuánto has visto de lo que intento hacer nuestro secreto. Me encamino hacia tu dormitorio. En medio de la oscuridad mi corazón late como una tromba, mi respiración desordenada, mis temblorosas manos buscando la perilla de tu puerta. Finges dormir, siento tu respiración también agitada, busco a tientas y mis manos se tropiezan con tu frágil y caliente cuerpo. Ya no tengo escrúpulos, lentamente deslizo mi temblorosa mano derecha entre las sábanas que lo protegen. Busco mi presa cual hambrienta serpiente deslizándose entre tus piernas y la encuentro. Lo que ansiosa palpo no concuerda con el resto de tu cuerpo. Se trata de un grueso e imponente animal que emerge erguido, mientras en posición fetal infructuosamente intentas ocultar la prueba de tu delito: tu irrefrenable calentura por mí, la mujer de tu hermano muerto.

Por un leve momento las dudas me atrapan, no es lo correcto: ¡Es incesto! Eres el frágil hermano menor de mi marido difunto, eres el tierno adolescente que apenas nace a la vida en medio de la tristeza de la fatal pérdida. Eres lo prohibido. Lo mas inocente. Inseguro. Inexperto. Temeroso. Tembloroso. Pero bello.

Nada me importa. La tremenda presa que aprisiono ahora con ambas manos, parece reconocerme y salta del puro gusto y esto me anima, mientras tu inseguro cuerpo se deja llevar hasta ponerse boca arriba. Es inaudito, te ves anacrónico, tus frágiles muslos semi abiertos, tus delgados brazos abandonados a cada costado, tus costillas emergiendo a cada impulso de tu agitado aliento, tus ojos negros tremendamente abiertos mirando al infinito y tu tremendo falo emergiendo de entre todo, orgulloso de ser preso de mis ansiosas garras.

¡Al diablo los temores! Con agilidad me pongo de a caballo sobre tu cuerpo y me clavo el enorme falo en mi ansiosa concha que cae sobre él, cual oscuro agujero que comerse todo quiere. ¡Qué delicia! Eres casi lo mismo, pero en versión mas grande. Llegas de un solo envión hasta donde tu hermano no llegó nunca. Mas tus movimientos no tienen su destreza, pero tu inoperancia es fácilmente suplida por mi sapiencia (mi maestría): "Aquí está la perra que te estrenará en la vida" en silencio me animo y emprendo este viaje hacia lo mas hermoso.

Percibo que tus nerviosas manos cogen mis caderas y se animan a recorrer con timidez mi enorme culo que baja y sube sin control. Dirijo una de tus manos hacia mis batientes tetas para que las disfrutes y siento la ternura de tus suaves dedos.

Como animal amaestrado y sin insinuación alguna de tu parte, cambio de posición y me pongo ¡Como perra! ¡Como mas le gustaba a tu hermano! Agarro tu miembro y con maestría lo dirijo entre mis nalgas y hago que me penetres por detrás, que me cabalgues, que entierres en lo mas profundo eso que tanto me gusta y tanta falta me han hecho estos aburridos tres meses. Te mueves con indecisión y te ayudo agarrándote con la mano derecha de las nalgas y atrayéndote hacia mí, cada vez que te entrego mi gran culo para que hagas lo que quieras.

Tiemblas. Sé que lo máximo está cerca y me "ayudo" con mi lujuriosa mano derecha que reparte caricias justo por delante de mi ansioso y peludo cocho, mientras por detrás me demuestras las ansias reprimidas de todos estos años que crecimos juntos, me transmites tu prisa por llegar por vez primera a la gloria de dejar tu semilla en el interior de una mujer: la mujer de tu hermano muerto.

Te mueves cada vez con mas destreza, ahora me coges con ambas manos el enorme culo, me sujetas por momentos de la estrecha cintura y me encajas la verga cada vez mas profundo, ¡Cuánto disfruto de ese contacto en mis partes no tocadas por nadie! La llegada de la punta de tu miembro a tierra virgen y sedienta me enloquece y empujo mas cada vez que te siento, buscando con tu complicidad el deleite supremo. Calculo que llegaremos juntos. Descargas tu caliente primer chorro justo en la profunda pared de mi hueco. Con mi frenético dedo busco el lugar preciso de mi precioso cocho para lograr el objetivo tan anhelado ….. y llego, (mientras tu segundo chorro me inunda), mi concha salta de alegría y todo mi ser se llena de la felicidad mas absoluta. Siento tu tercer chorro un poco mas fuera y empujo nuevamente el culo, para no perderme ni una gota de ese primerizo elixir de la vida.

Me tiemblan las piernas, tiemblas tú también y recuesto el cuerpo en la cama soportando el peso del tuyo que ahora aparenta sobriedad (de un verdadero hombre), porque tengo entre las nalgas tu aun dura verga y aprovecho para enterrarla nuevamente en mi ansioso interior, para no dejarte abandonado justo ahora que la zozobra es mayor para ti mi inexperto macho y juntos disfrutamos del descanso de nuestros satisfechos cuerpos.

"Te quiero", me susurras al oído."Tengo miedo de mi hermano muerto", me dices con voz temblorosa. "Creo en el retorno de las almas", me confiesas casi lloroso. "No tengas pena, ya no sienten celos los muertos", te respondo mientras una leve sonrisa asoma en mi rostro.