Taller de masturbación
A veces, en los cursos para aprender técnicas de masturbación, no sólo te enseñan pura teoría.
Hace unos meses me suscribí a un blog cuya autora es una sexóloga de cierto prestigio. Cada mes, cuando publica una nueva entrada, me llega a mi correo electrónico una notificación para avisarme.
El contenido de dicho blog es variado y su temática va desde libros eróticos, hasta salud sexual, consejos sobre posturas para el sexo, pasando por novedades de juguetes eróticos, entre muchas otras cosas.
A finales de la semana pasada recibí la notificación correspondiente al mes de diciembre. La entrada iba dedicada a un taller sobre masturbación. La sexóloga, de nombre Úrsula, iba a comenzar a impartir dicho taller en diferentes ciudades de España. En esas charlas pretendía enseñar técnicas para aumentar el placer durante la masturbación. Cada taller se dividía en dos jornadas: una destinada a la masturbación femenina y otra a la masculina, aunque ambas sesiones estaban abiertas a personas de los dos géneros.
La primera de esas charlas-taller iba a celebrarse justo en mi ciudad, el lunes día 5, a las 20.00 horas.
Cinco minutos antes de la hora fijada para el comienzo de la charla, llegué al hotel donde tendría lugar. En la recepción me indicaron hacia qué sala debía dirigirme. Caminé por el hotel hasta dar con la puerta de la sala y una vez allí, asomé la cabeza hacia el interior y comprobé que el espacio habilitado tenía una capacidad para unas cien personas. Casi todos los asientos estaban ya ocupados, exclusivamente por mujeres, excepto un hombre en la segunda fila. Eso me echó un poco para atrás e hizo que me invadiera la duda de si quedarme y entrar o marcharme de allí. Me acomplejé y me acobardé tanto que decidí darme la vuelta para irme a casa. Pero al girarme, me topé de bruces con la sexóloga que iba a dar la charla.
- ¡Hola! ¿No te quedas?- me preguntó al ver que me marchaba.
- Bueno es que.....Creo que yo aquí no pinto nada. Ya vendré mañana para el taller masculino- le respondí.
- Supongo que sabrás que ambos están abiertos a hombres y mujeres, así que puedes quedarte, si te apetece. Te prometo que aprenderás muchas cosas que podrás aplicar a tu esposa, novia o a la chica con la que vayas a tener sexo. Soy buena en mi profesión.
Permanecí quieto, pensativo. Finalmente, las palabras de Úrsula hicieron que me replantease mi postura y optara por entrar a la sala.
- Hay pocos sitios libres pero, mira, ahí tienes uno. Y, además, vas a estar muy bien acompañado: podrás sentarte junto a Nerea, mi amiga y compañera de profesión- me indicó la sexóloga.
Me dirigí hacia el asiento que me había mostrado Úrsula y ella me acompañó.
- ¡Hola, Nerea! Me alegro de verte por aquí- saludó Úrsula a su amiga.
- Sabes que nunca me pierdo ninguna de tus charlas.
- Y yo te lo agradezco. ¿Te importa que se siente él a tu lado? Estaba indeciso y he logrado convercerlo para que se quede- le comentó Úrsula.
- Por supuesto que no. Yo soy Nerea, ¿y tú?.
- Me llamo David- le respondí a la mujer.
- Pues encantada, David. Toma asiento y dejemos que Úrsula comience ya la charla.
Me senté junto a Nerea y Úrsula se dirigió hacia el estrado, donde había un atril, un proyector para diapositivas e imágenes, una pantalla, una mesa y un par de sillas. Mientras la ponente del taller ultimaba los preparativos, me fijé en Nerea. Tendría unos 40 años, morena, de pelo largo y liso. Iba ligeramente maquillada y sus carnosos labios resaltaban todavía más gracias al espectacular brillo del carmín rojo. Lucía un vestido azul corto, hasta la mitad de los muslos y sus bonitas piernas estaban cubiertas por unas medias marrones, finas y transparentes. Unos zapatos oscuros con algo de tacón remataban la vestimenta de la mujer. Aparté momentáneamente la mirada de Nerea y contemplé la situación en el estrado: Úrsula se disponía ya a comenzar su exposición. Tras un rápido agradecimiento a todos los asistentes por su presencia y una breve introducción, realizó una pregunta que me dejó sorprendido.
- ¿Alguna voluntaria que quiera ser mi ayudante? Necesito a alguien que se siente aquí, a mi lado, para que vaya llevando a cabo de forma práctica los consejos que iré ofreciendo- señaló Úrsula.
Yo no terminaba de dar crédito a lo que acababa de escuchar: pretendía darle un carácter práctico al taller y representar una masturbación en directo gracias a la voluntaria. Pensé que ninguna mujer daría el paso de ofrecerse como voluntaria para tales efectos, pero estaba muy equivocado. Tras las palabras de Úrsula, una decena de mujeres alzaron el brazo. Nerea debió de ver la cara de extrañeza que puse, porque me dijo:
- Las mujeres ya no tenemos ningún tipo de complejos, afortunadamente.
Úrsula tuvo que escoger de entre todas las candidatas y terminó por elegir a una chica de unos 25 años que estaba sentada en primera fila. La joven se levantó, subió al estrado y se sentó junto a Úrsula. Ésta le preguntó a la elegida:
- ¿Estás dispuesta a seguir todas las indicaciones que te dé?
- Por supuesto que sí, sin ningún problema. Quiero experimentar qué se siente- contestó la chica.
Durante unos minutos la sexóloga dio una serie de consejos a través de gráficos y diapositivas proyectados en la pantalla y luego, inmediatamente, pasó a la parte práctica de la conferencia.
- Muy bien. Ahora vamos a aplicar a la práctica todo lo que acabamos de ver en las imágenes y todo lo que os he explicado- dijo Úrsula.
Abrí los ojos como platos, todavía incrédulo por lo que allí estaba a punto de ocurrir.
- Comienza lentamente a realizar los movimientos que se están proyectando en la pantalla- le indicó la sexóloga a la voluntaria.
Ante mi asombro, la chica se bajó los leggings negros que llevaba puestos y dejó al descubierto su sexo. Sobre la raja vaginal se vislumbraba una fina tira de vello púbico castaño. La joven acercó su mano derecha a sus genitales y empezó a imitar lo que aparecía en la pantalla. Con los dedos en forma de “v” invertida aprisionó los labios vaginales y deslizó un dedo de la mano izquierda a lo largo de toda la raja de abajo a arriba. Poco a poco la presión ejercida sobre los labios se fue haciendo mayor, al igual que se incrementaba el ritmo de deslizamiento del dedo.
El coño de la chica comenzó a humedecerse y a brillar y una capa de flujo blanco empezó a cubrir el sexo. El dedo, en sus movimientos, arrastraba el flujo y lo extendía sobre toda la vagina de la chica. Ésta proseguía obedeciendo a pies juntillas los consejos y pautas de la sexóloga y sus gemidos no tardaron en comenzar a invadir la sala.
Cuando me di cuenta, numerosas mujeres de las allí presentes se estaban masturbando también, imitando a la joven voluntaria, experimentando el mismo placer. Giré la cabeza y contuve la respiración al comprobar que Nerea también se estaba tocando: había subido su vestido hasta la cintura y se había despojado del tanga verde, que yacía en el suelo, junto a sus pies. Tenía el coño completamente depilado y ya empapado. Nerea me miró unos segundos y no se inmutó: continuó acariciándose, observando lo que hacía la chica para seguir así sus mismos movimientos.
Mi polla llevaba ya un buen rato empalmada, desde que la voluntaria dejó al descubierto su sexo, pero ahora, al ver a Nerea masturbándose, me palpitaba sin cesar. Agarré la tira de la cremallera de mi pantalón y la deslicé hasta abajo. Metí la mano por la abertura, aparté el bóxer negro que llevaba puesto y liberé al fin mi hinchado miembro, que salió como un resorte, tieso y apuntando al techo. Nerea alternaba sus miradas hacia el estrado con las dirigidas a mi entrepierna y se mordía el labio inferior de la boca, mientras observaba mi tiesa verga. Mi mano envolvió la polla y empecé a pajearme. A un ritmo lento deslizaba la mano desde la punta hasta los huevos, rozando en cada ocasión el rojo y mojado glande. Aceleré los movimientos en cuanto la joven voluntaria introdujo dentro de su coño, siguiendo las órdenes de Úrsula, un primer dedo, luego un segundo y los empujaba hacia dentro y hacia fuera de manera veloz. Estuvo así un minuto, antes de meter el resto de dedos y toda la mano dentro. La chica cerró los ojos de puro placer y no dejaba de girar la mano en el interior de su coño, haciendo movimientos circulares, primero de derecha a izquierda y luego al revés.
Incrementé el ritmo de mi masturbación y la mano se desplazaba ya de forma vertiginosa por toda la venosa superficie de mi falo. De repente, una de las manos de Nerea se posó sobre mi paquete, apartó mi propia mano y se apoderó de mi verga. Dejé hacer a la mujer, que con suma maestría retomó la paja sobre mi polla, mientras que con su otra mano continuaba penetrando su coño. Mis jadeos no se hicieron esperar y se mezclaron con los gemidos femeninos que se oían en la sala del hotel.
Yo veía cómo la voluntaria se retorcía de gozo; por mis fosas nasales penetraba el intenso olor del coño empapado de Nerea y mi polla estaba a punto de estallar ante el vehemente ímpetu que la desbocada mujer ejercía manualmente sobre mi erguido pene. Nerea machacó con virulencia un par de veces más mi falo y ya no resistí más: varios chorros de semen manaron de mi polla sin control alguno, aterrizando sobre el vestido y sobre las medias de la mujer. Ella no detuvo sus movimientos y, mientras mi leche seguía saliendo a borbotones del glande, prosiguió agitándome el miembro y no paró de hacerlo hasta que, finalmente, las últimas gotas de leche cayeron de forma débil al suelo.
Unos segundos después de mi eyaculación, un enorme grito de la voluntaria precedió al momento de su corrida: un río de flujo brotó de su sexo como un auténtico caño ante la satisfacción de Úrsula, que contemplaba la escena satisfecha, al comprobar los efectos que habían tenido sobre la joven sus indicaciones para la masturbación.
Una a una las restantes mujeres que habían estado tocándose fueron llegando al orgasmo. Entre las últimas en hacerlo estuvo Nerea: después de correrme, me pidió que terminara de masturbarla y eso fue lo que hice. Froté la palma de la mano contra su coño con tal fuerza que acabó meándose de gusto allí mismo, completamente abierta de piernas.
Úrsula esperó unos instantes para dar tiempo a que todos recuperáramos un poco el aliento y, posteriormente, empezó a agradecer la presencia a los asistentes y dio por finalizado el taller, no sin antes recordar que, al día siguiente, tendría lugar el dedicado a la masturbación masculina. Acto seguido se acercó hacia donde nos encontrábamos Nerea y yo, esbozó una sonrisa al ver las manchas de esperma sobre las medias de su amiga y me comentó:
- Te dije que te convenía quedarte. Supongo que también vendrás mañana, ¿no?
Me limité a asentir con la cabeza.
- Muy bien. En ese caso, ya tengo voluntario masculino que se siente conmigo en el estrado. Eso sí, te advierto de que siempre soy yo la que se encarga de masturbar a los hombres voluntarios durante mis charlas- dijo, mientras cogía del suelo el tanga de su amiga y limpiaba con él los restos de mi semen sobre las medias de Nerea.