Talla m

Acudo a una tienda de lencería a comprar un bóxer y la dependienta madura resulta ser una fetichista.

TALLA M

Nueve menos cinco de la noche de un lunes de febrero. La amabilidad de la madura dependienta de la tienda de lencería me permite entrar al establecimiento, pese a que quedan cinco minutos para el cierre. Mi objetivo: comprar un bóxer nuevo.

Tengo que darme prisa: muchos colores, tonos y modelos....Y la duda de siempre: ¿qué talla? Los fabricantes de prendas íntimas parecen no ponerse de acuerdo: unas veces la talla M me queda perfecta; otras demasiado pequeña y la compra resulta un fracaso, pues hubiese necesitado mejor la L. Como ese tipo de prendas no se descambian, supone dinero tirado a la basura.

Me decido por un bóxer azul oscuro, talla M, e intento calcular a simple vista si me quedaría bien. Lo veo algo pequeño para mí, así que opto en esta ocasión por la talla L. Me dirijo a pagar la compra a la caja, donde espera la dependienta después de haber bajado los cierres metálicos del escaparate de la pequeña tienda. Le entrego el bóxer para que pase el código por la caja y me pregunta con una ligera sonrisa si es para mí. Asiento con la cabeza, un tanto extrañado por la pregunta, y la mujer se me queda mirando de arriba a abajo, centrando la atención de sus ojos oscuros en mi cintura y en mi entrepierna. Pasan uno, dos, tres segundos y ella sigue observando esas zonas de mi cuerpo. Comienzo a incomodarme un poco ante dicha fijación.

  • ¿Sabes que estas prendas no se pueden descambiar, verdad? Una talla M te quedaría mucho mejor para mi gusto: el bóxer estaría ajustado, ceñidito...- opina la mujer.

Es la primera vez que una dependienta de este tipo de tiendas me da su parecer sin pedírselo. La primera frase no me extraña tanto, la considero en cierta forma normal: me estaba aconsejando para evitar el lío con las tallas. Pero la segunda oración, con ese diminutivo y esa pausa en el hablar tras pronunciar la palabra “ceñidito”, ya no la veo tan lógica. Aun así no quiero darle más importancia. Vacilo unos instantes sobre si hacerle caso o no: realmente la talla M me había parecido excesivamente pequeña y no creo que me vaya a quedar cómoda y bien. Pero la experta es ella, así que me dispongo a dirigirme a coger un bóxer de la talla inferior. Sin embargo, antes de que dé el primer paso, la dependienta vuelve a dirigirme la palabra:

  • Si sigues con la duda, podemos hacer algo: mira, aquí tengo unos bóxers que han salido defectuosos y ya no sirven para su venta. Son del mismo modelo que el que quieres llevarte, incluso hay uno de idéntico color y de la talla M que te he recomendado. Si quieres, puedes probártelo rápidamente.

La propuesta no suena mal, así puedo asegurarme de que la mujer tiene razón en su consejo.

Inocente e inconscientemente le pregunto por el probador. La dependienta esboza una sonrisa de oreja a oreja.

  • Mi vida, no hay probador. Ya te he dicho que las bragas, tangas, sujetadores, bóxers y demás ropa íntima no se pueden probar. Esto que te he propuesto es una excepción. Has tenido suerte de que hubiese esos bóxers con una pequeña tara. Pruébatelo sin miedo y sin vergüenza. Me daré la vuelta y no miro hasta que tú me avises de que estás otra vez vestido. Si no, pues decídete por una de las tallas, pero date prisa, por favor, que debo cerrar y mi marido no tardará en pasarse por aquí para recogerme- me comenta con total naturalidad.

Me quedo unos segundos sin reaccionar, quieto, inmóvil, sin dar crédito a las palabras de la madura. ¿De verdad pretende que me desnude de cintura para abajo con ella allí, a escasos metros de mí, simplemente vuelta de espaldas?

Mi estúpido encabezonamiento de querer comprar la prenda y no demorarlo para otro día con más calma me lleva a aceptar la propuesta de la dependienta. Ella se gira, mostrándome un buen culo metido en la falda roja que lo cubre y el pelo moreno rizado cayendo sobre los hombros de la blusa blanca bajo la que se transparenta ligeramente la tira de un sujetador negro.

Me quito los zapatos, desabrocho el pantalón y no pierdo de vista a la mujer, que se entretiene mirando y pasando revista a sus uñas de las manos pintadas de un intenso rojo carmín. El sonido de la cremallera de mi pantalón bajándose rompe el silencio dentro de la tienda. Me deshago del jeans y me quedo con el bóxer rojo que llevo puesto. Mi polla se marca semierecta: la situación me está empezando a excitar. Respiro hondo, agarro el bóxer y me lo quito de golpe. Sin perder tiempo alguno, cojo el bóxer azul, lo meto por los pies y me lo subo, cubriendo la desnudez de mi sexo totalmente rasurado. Noto cierto alivio, no ha habido incidente alguno: la mujer ha mantenido su palabra y ha permanecido de espaldas.

Pero he cantado demasiado pronto victoria:

  • ¿Cómo te queda? ¿Te está bien verdad?- pregunta la madura.

La tardanza en mi respuesta mientras compruebo que, en efecto, la mujer tiene razón y la prenda me sienta como un guante, provoca que la dependienta se gire.

  • ¿Has visto? He acertado de pleno- afirma un tanto orgullosa tras verme el bóxer puesto.

El pudor pero también el estupor ante la manera tan aparentemente natural de actuar por parte de la dependienta invaden mi mente. Da unos pasos más y se aproxima con firmeza hacia mí. Trago saliva, aquello ya sí que deja de ser normal. Me quedo con los pies clavados en el suelo, sin pestañear, sin respirar. Ella se detiene justo delante de mí, mira con descaro mi paquete y asiente lentamente, mientras muerde con disimulo sus labios. Comienza a dar una vuelta a mi alrededor para echar un vistazo a mi retaguardia.

  • ¿Lo ves? Justo como te decía: ajustado y ceñidito, tal como debe ser- me dice, mientras noto una de las manos de la mujer acariciando mi culo y luego tirando suavemente del bóxer para soltarlo posteriormente.

No lo puedo evitar: mi verga empieza a palpitar y a hincharse bajo el color azul oscuro del tejido del bóxer. La mujer prosigue con su caricia y recorre mis glúteos a la vez que ella continúa girando a mi alrededor. La mano llega a mi cintura y se acerca peligrosamente hacia mi bulto. Escucho el latido de mi corazón acelerado justo en el instante en el que la cara de la madura queda a escasos centímetros de la mía y su mano palpa mi entrepierna.

-Ummmm....Estás delicioso, ¿lo sabes? Ni te imaginas lo que me pone ver un culo macizo, un rabo duro y unos huevos hinchados bien apretaditos bajo un bóxer. Más incluso que contemplarlos desnudos. No sé si por suerte o por desgracia para ti, pero has venido a caer a la tienda de una auténtica fetichista de los bóxers masculinos. ¿Y sabes cómo me gustan todavía más? Húmedos, manchados, mojados, con el aroma de la polla y del glande impregnando el tejido.

Ahora me vas a dar el gustazo de ser espectadora de cómo te tocas por encima del bóxer, de ver cómo te pajeas sobre él, de cómo las manchas de flujo empiezan a extenderse por ese tejido azul. Mi marido no tardará en llegar y tiene un olfato muy desarrollado, casi canino, y es capaz de saber cuándo mi mano ha masturbado a un hombre. Ya he pasado por eso otras veces y no quiero que hoy se vuelva a repetir. Así que lo tendrás que hacer tú solito, yo me limitaré a mirar y a disfrutar- me comentó.

Como hipnotizada por las palabras de la dependienta, mi mano baja a mi entrepierna y comienza a acariciarla. La restriego con parsimonia, notando todo el tremendo bulto que se ha formado. Me aprieto los testículos, los suelto y vuelvo a aprisionarlos. Están como piedras. Me apodero del pene y marco aun más su silueta bajo el bóxer. La mujer no pierde detalle y goza con cada uno de mis movimientos. Su mano se ha perdido por dentro de la falda pero la muy cabrona no me muestra nada. Sólo veo que sus movimientos son cada vez más rápidos. Me ordena que acelere yo también y eso hago. De repente veo una pequeña mancha que viola el hasta ahora inmaculado azul del bóxer. El rostro de la dependienta refleja pura satisfacción ante lo que acaba de ver. Otra manchita de flujo hace acto de presencia sobre la prenda en el momento en que aumento el ritmo de la masturbación.

La mujer me anima, me incita a que siga y a que acelere todavía más. No desvía la mirada ni un instante de mi paquete deleitándose al comprobar cómo la prenda se humedece cada vez más. El ritmo de la mano bajo la falda es ya frenético. La saca unos segundos, se la acerca a su boca y lame con la lengua los dedos para probar el sabor de su propio sexo. En seguida la mano se vuelve a perder en la entrepierna de la madura que comienza a gemir de placer. Desesperada, me grita que acelere aun más, que me la machaque con más fuerza, que me corra de una vez. Mi abdomen se contrae ante las embestidas que sufre mi polla y noto varios latigazos. Mientras mi frente se baña en sudor, agito mi mástil un par de veces más y gimo como un loco hasta que mi verga estalla a chorros de semen, que impregnan por completo la parte delantera del bóxer, dejándolo totalmente sucio y pringoso. La madura alcanza el orgasmo un par de segundos después de mi corrida y apoya su espalda sobre una de las estanterías de la tienda. Tras recuperar algo de aire, empieza a bajarse el tanga sin quitarse la falda: es un tanguita rosa de encaje. La mujer se acerca a mí y me restriega la prenda por mi cara y por la nariz.

  • ¡Huele mi humedad! ¡Mira cómo has hecho que moje el tanga!- me espeta a viva voz.

La prenda desprende un intenso aroma a orín y a flujo vaginal y se siente empapada. También percibo el inconfundible olor a culo sobre la tira y sobre el minúsculo triángulo trasero.

Cuando la madura queda satisfecha de haberme hecho oler el tanga, me lo guarda en el bolsillo de mi camisa de cuadros.

  • Ahora quiero tu bóxer. Quítatelo y mételo en esta pequeña bolsa de plástico. Lo limpiaré entero con mi lengua en casa, tranquila, cuando no esté mi marido.

De nuevo la obedezco sin rechistar y me despojo de la prenda. Mi polla queda a la vista de la mujer y suelta las últimas gotas de semen sobre el suelo de la tienda.

  • Por una chupadita a tu nabo no creo que mi esposo se dé cuenta cuando me bese- me dice la dependienta antes de agacharse y darle un buen lametón a mi miembro limpiando los restos de semen que quedan sobré él.

Me visto, aunque sin prenda íntima bajo el pantalón, y la madura me regala el nuevo bóxer talla M metido en su correspondiente cajita y con una nota que dice:

  • Pásate pronto otra vez. Me encantará volver a aconsejarte.

Al salir por la puerta de la tienda, me cruzo con el marido. Giro la cabeza y veo cómo besa a su esposa en esa misma boca que segundos antes saboreaba mi caliente esperma.