Tailandesa apropiada
Busco esposa y lo mejor es buscar a una mujer que merezca la pena.
Harto de fracasos sentimentales, de desengaños con mujeres a las que he amado, de rupturas traumáticas, discusiones, malentendidos y proyectos frustrados decidí hacer caso de las recomendaciones de mi amigo Bartolomé, que habiendo recorrido mucho mundo me dijo que no había mejores mujeres para mis pretensiones que las orientales. Mis pretensiones no eran otras que casarme y tener hijos, y que mi esposa fuese una mujer leal, comprometida y abnegada en sus obligaciones matrimoniales y de ama de casa, que cuida del hogar, del marido y de los hijos. Esto se considerará machista por mi parte, lo sé, pero para una chica venida de un mundo pobre, lo que yo podía ofrecerle era mucho más que el paraíso, y desde luego no quería esclavizarla sino convertirla en una señora de ojos rasgados en un mundo occidental.
Pero cuando llegué a Bangkok tenía ciertas reservas en cuanto al éxito de mis pesquisas. Gasté mucho dinero para el viaje y los preparativos, casi más de lo que me podía permitir. Hasta me dejé bigote, porque Bartolomé me dijo que a las tailandesas era algo que les gustaba de los hombres. Resultaba sencillo conocer a mujeres allí y barato pagar a un intérprete que me ofreció sus servicios. Intenté hacerle ver que no buscaba a una prostituta, pero lo cierto era que eso iba a ser difícil. No obstante no tenía prisa por salir de aquella ciudad con una mujer, y elegiría cuidadosamente.
Conocí a Chiang-Li, una simpática chica muy bonita, con la que no tuve sexo y no me pidió nada a cambio y con la cual compartí cuatro o cinco noches de compañía hasta que creí que era la adecuada y le hice saber cuáles eran mis intenciones. Se puso contenta y quiso que visitase a su familia para presentar mis respetos, lo que creí acertado. Entré a su humilde casa en la que moraban sus ancianos padres, dos hermanos menores y su hermana mayor, Thie-Mai, de la que me enamoré nada más conocerla. Aquello era un contratiempo, pero Thie-Mai era el tipo de mujer a por la que había venido. Su forma de atender a sus padres y a sus hermanos, sus maneras en el hogar, encajaban a la perfección con mis pensamientos. Sentí tanta ternura por ella que maldije aquel giro del destino y egoístamente tanteé las posibilidades que existían de cambiar los planes; sin embargo Thie-Mai no parecía dispuesta a abandonar a su familia. Decidí entonces romper con Chiang-Li, para no causarle daño y empezar de nuevo, trasladándome a Saigon. Aquello causó un gran trauma entre ellos y Thie-Mai tomó cartas en el asunto como cabeza representante de la familia, ofreciéndome un trato: tener sexo con ella a cambio de que tomase a su hermana por esposa.
Pensé una noche entera en ello. No tendría jamás por esposa a aquella maravilla de mujer, ¿por qué no tenerla conmigo en el lecho? Acepté un tanto avergonzado y nos citamos en la habitación de un pequeño hotel. En mi vida olvidaré aquel encuentro. Se tomó muy en serio lo del asunto de su hermana, tan en serio que me convenció de que lo mejor era casarme con Chiang-Li. ¡Cómo me chupó la polla, como se abrió de piernas para que la penetrase, qué duros tenía los pezones !
Chiang-Li y yo nos venimos a vivir a Madrid. Es una mujer estupenda, que desgraciadamente me recuerda en cada cosa a su hermana mayor. Recientemente han muerto sus padres y es posible que Thie-Mai y sus hermanos se trasladen a vivir aquí a Madrid junto a nosotros.