Tabú de Hermana: Aún más A Fondo

¿Hasta donde estarías dispuesto a llegar en la búsqueda de tu placer? El incesto es pecado... Pero, a veces, ir al Infierno merece la pena.

Capítulo XI

Sergio intentó no perturbar a Leonor después de su orgasmo. Habían caído de lado en la cama; estando ahora totalmente tumbados, él le rodeaba la cintura con una mano mientras acariciaba su cabello con la otra, relajándola.

Estuvo tumbada diez o quince minutos, en algún momento llegó a pensar que podría estar dormida hasta que, finalmente, abrió los ojos poco a poco. Se giró pesadamente sobre sí misma, para quedar cara a cara con su hermano. Le miró con ojos aún vidriosos de placer.

-¿Qué tal? –Preguntó él.-

-Fenomenal... Ha sido lo más fuerte que he sentido jamás masturbándome... –Se lamió los labios y meneó la cabeza.- No sé ni como explicarlo...

-Me alegro. –Sonrió.- La verdad es que esta clase si que ha sido provechosa.

-Todas mis clases son provechosas. –Se hizo la ofendida.- Pero hum... Es que no sé, me sentía estallar, sabía que tu estabas ahí... Pero me daba igual... Era todo tan... Natural...

-¿Y por qué no iba a ser natural?

-No sé. –Musitó ella, pese a que sí sabía un par de motivos por los que lo que hacían no era natural.-

-Esto habrá que repetirlo más veces, ya sabes, tengo que mejora la técnica. –Exhibió su mirada más inocente.- Lo haré de forma totalmente desinteresada, claro, solo por ti.

-¡Pero quieres matarme o qué! –Exclamó ella entre risas. Mientras se revolvía en la cama rozó el sexo de su hermano.- ¡Ey!, vaya, tu amiguito parece que aún quiere guerra, espera, que te devuelvo el favor...

Ella intentó incorporarse para llegar hasta su entrepierna, acunando su miembro aún erecto, tal había sido la excitación provocada por Leo. Sin embargo, los brazos de Sergio la detuvieron.

-No, déjalo... Ya bajará, o me encargaré yo mismo. –Le guiñó un ojo.- Quédate aquí un rato más... Pareces... No sé, ¿Relajada?

-Oh... –Ovacionó, sorprendida.- Primer chico que me dice que no a una paja.

-Ya lo dijiste, soy raro.

-No, no, no. –Ella le besó.- Especial... Eres especial...

Permanecieron juntos toda la tarde; hablando, guardando silencio, mirándose. Eran conscientes de que habían llegado muy lejos, pero ya era tarde para rectificar. Al menos podían seguir limpiando sus mutuas conciencias poniendo y aceptando dinero, era una forma de evadir responsabilidad; un juego, un trato, un negocio. Por nada del mundo admitirían que había algo más de por medio. ¿Verdad?

Como si de una oleada de energía positiva se tratase, todo fue cambiando poco a poco en la casa. Leonor empezó a cosechar buenos resultados en el instituto; de estar prácticamente expulsada por mal comportamiento, pasó a recibir felicitaciones de sus profesores, que veían asombrados como una oveja negra a la que tenían por perdida resucitaba de sus cenizas. En casa, las caras largas desaparecieron. Ya no había quejas por el dinero; Sergio cubría ese aspecto compartiendo sus ahorros con ella a cambio de sus "clases". Además, dado que Leo salía menos, también se redujeron las peleas por extender sus horarios.

Y así, con caricias por un lado y lecciones por el otro, fueron pasando las semanas. Leo y Sergi vivían buenos y entretenidos tiempos.

-Toma, lo que me habías pedido. –Le entregó un fajo de folios recién salidos de la impresora.- Es la primera vez que me pides información para un trabajo del instituto...

-Eh, eh, que lo hubiera sacado yo, pero mi ordenador está estropeado. –Se quejó ella.-

-Las mujeres no sois amigas de las máquinas. –Se burló él.- Salvo del secador...

-¡Serás machista!

-No, no, realista más bien...

-Ya vendrás luego pidiendo que esta torpe y simple mujer te enseñe.

-Pero eso es otro tema. –Intentó cambiar de asunto rápidamente.- Además, era broma y... Eh... Ahora que lo dices... Me preguntaba si... Bueno... Es que...

-Suéltalo ya, no seas relamido. –Puso los ojos en blanco, cansada.- Y date prisita, que tengo que terminar el trabajo...

-Ya hemos "practicado" mucho... –Titubeó, indeciso sobre si compartir con ella el anhelo que poblaba sus sueños o no.- Creo... No sé... Que puede ser el momento de...

Sacó su salvaguarda, su lazo a la realidad. De su cartera de piel emergió un billete que depositó frente a ella en la mesa.

-Quizás podríamos... –No quería decirlo con las palabras exactas, a fin de cuentas y pese a todo lo vivido, no dejaba de ser sumamente introvertido.- Ir un paso más allá...

-Estás... Proponiéndome que tengamos... Relaciones sexuales plenas. –La voz de Leo fluctuó.- ¿Quieres... Follar?

-Hacer el amor... –Matizó él.- Claro, solo si tu quieres y crees que es el momento, porque...

-No. –Le cortó ella tajantemente- Solo se hace el amor con la persona a la que quieres, lo demás es follar.

Hubo un breve silencio, ella parecía ligeramente contrariada. Dedicó toda su atención a las hojas que le acababa de dar, fingiendo haber encontrado algo extremadamente interesante.

-Bien... Bueno... Tampoco deberías dar por sentado muchas cosas, como si yo tuviera mucha experiencia... –Empezó a agitar los folios de un lado a otro, repentinamente frenética.- ¿Crees que me tiro a todo lo que se mueve?

-No, no he querido decir eso. –Intentó calmarla.- Lo único que sé es que no eres virgen... Por eso...

-¿Sabes que no soy virgen? –Le dedicó una mueca sorprendida.- ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Quién te lo ha dicho?

-Bueno... Eh... Tu tenías 15 o 16, creo... –Hizo un ejercicio mental para recordarlo.- Pasaste la noche en casa de una amiga, o algo así... No me acuerdo... Bueno, cuando volviste... No sé, mamá te recriminó algo, y empezaste a llorar, y hablabais y gritos y... Eh...

-Dios... –Musitó ella, azorada, recordando la escena.-

-¡No estaba cotilleando ni nada! –Era mentira, puesto que había estado escuchando desde la escalera.- Es que gritabais... Te oí decir algo de un chico, o algo así... Y luego mamá te dio una bofetada "A tu edad aún deberían interesarte las muñecas", hablabais a voces y...

Ella carraspeó levemente.

-Y bueno, al final acabasteis llorando las dos, abrazadas. –Suspiró.- Un rato después llegó papá y bueno... Mamá te cubrió.

-Si se llega a enterar, me mata. –Concluyó ella con un hilo de voz.- Es más, dudo que hoy en día lo sepa con seguridad... Se lo imaginará, supongo.

-Yo no se lo he dicho. –Hizo un gesto con las manos, defendiéndose.- Así que si ni tú ni mamá lo habéis hecho... Como no conozca al hijo de perra ese...

-¿Por qué le insultas? –Preguntó ella de repente, tensándose.-

-Bueno... Si estabas llorando sería por algo. –Dedujo sabiamente.- La verdad es que no parecías muy feliz.

Leo entrecerró levemente los ojos. Siempre se preguntaba lo mismo, ¿Hasta qué punto su hermanito era realmente tan inocente y asocial como hacía creer a todo el mundo? Al menos de sentimientos y personas parecía entender, le fastidiaba como a veces la leía como un libro abierto. La hacía sentir vulnerable.

-No, no fue precisamente cosa de risa.

-Puedo...

-¿Quieres saberlo? –Le espetó con furia.- Sí, está bien, a fin de cuentas conoces gran parte de la historia, y esto te enseñará una lección sobre la vida.

Él se sentó en la cama de la chica mientras ella se reclinaba en su silla.

-Había una fiesta... Yo y un par de amigas fuimos, claro que mamá no lo sabía, se pensaba que estaba simplemente durmiendo en la casa de una de ellas, la excusa más vieja del mundo... –Guardó silencio unos segundos, reordenando pensamientos.- Bueno, pues uno de los chicos que había por allí empezó a lanzarme miraditas y sonrisas y... Bueno, yo era joven y estúpida, y él tenía como 17 o 18 años, sí, estaba impresionada de que se fijara en mí, no sé...

-Ya veo. –Asintió, incitándola a seguir.-

-Bebimos un poco... Él se fue poniendo más cariñoso y todo eso... Yo tampoco me quejaba mucho, me parecía divertido... Después me dijo que me llevaría en su moto a la casa de mi amiga, yo la había perdido de vista y teníamos que volver en taxi, así que le dije que sí y...

-Sí... –Sergio pensó que todo eso parecía salido de una historia típica de adolescentes. Lo que más le sorprendía era como, una tras otra, todas las chicas terminaban cayendo. Lo asoció a la ingenuidad de la juventud; era parte del viaje a la madurez.-

-Me llevó a un parque que estaba no muy lejos, era tardísimo, no había nadie. Me dijo que sería divertido ver si había algún vagabundo para despertarlo de un susto.

-¿Caíste en eso? –Dijo él sin poderse aguantar más.-

-Sí, joder, sí, era imbécil, sí, ya, ¡Si me vuelves a interrumpir te largas!

-Perdón. –Gruñó.-

-Bueno, pues, ahí no había ni vagabundos ni nada... Pero él tampoco los buscaba... Empezó a besarme, y a ponerse muy pulpo y...

-¿Te metió mano?

-¡Qué no me interrumpas!

-Perdón. –No pudo evitar pensar, por enésima vez, en que lo único que hacía con su hermana era disculparse.-

-Me tocó por todas partes, yo le dejé, en cierta forma... Me decía que era la más bonita, que le gustaba mucho... Todas esas gilipolleces. –Explicó con acritud.- Insistió en que lo hiciéramos, yo le dije que no estaba segura... Él insistió, me tocaba, empezó a bajarme las bragas...

Sergio empezaba a notarse irritado sin saber por qué.

-Yo insistía, le decía que no estaba preparada, que si quería se la... Se la chupaba... Pero... –Cada vez le costaba más rememorarlo.- Él de pronto me empujó, diciéndome que no había estado toda la noche con una niña solo para sacarle una mamada... Yo seguí diciéndole que no, pero... Él era fuerte... Finalmente consiguió... Eso... Y bueno, no fue precisamente delicado, yo me quedé congelada, dolía mucho, nunca lo había imaginado tan... Tan así...

La furia en su hermano se iba acrecentando.

-Al menos tuvo la delicadeza de ponerse un condón. –Rió ella, una risa lastimera y cargada de amargura.- Y bueno... Siguió, terminó... Y lo demás fue dejarme sola en el parque, de noche, tuve que llamar a mi amiga y...

Se le escapaban las lágrimas de los ojos pese a que intentara disimularlas.

-Hijo de... –Rugió de pronto Sergio, entre dientes.- Cabrón, hijo de... Perra...

Su hermana abrió los ojos de par en par, era la primera vez que su hermano decía palabras tan fuertes y malsonantes, nunca antes se las había escuchado, desde siempre había sido tan sosegado y correcto que parecía un viejo setenta años, y ahora, estaba fuera de sí, irritadísimo, como si al que hubieran desvirgado con violencia y abandonado en un parque en mitad de la noche fuera a él.

-Como pudiste... Dejar que un tío así... –Apretaba sus puños con todas sus fuerzas, notando sus nudillos blancos.- Hacerte eso... Eso...

-Eh, eh... –Ella se acercó para tranquilizarlo.- Es agua pasada, está todo superado...

-Pero... –Su cara se había puesto roja por la furia.- Ese imbécil... Se merece que se la corten la... ¿Le conozco? ¿Le has vuelto a ver?

-¿Y de qué serviría? –Preguntó ella, esta vez con tono sereno.- ¿Vas a darle una paliza o qué? Te debe sacar dos cabezas o más, además, él es un macarra de esos de...

-¡Tenías que haberlo denunciado! –La cortó de pronto, agarrándola de las muñecas.-

-No.

-¡Te violó! ¡Eso es una violación!

-Probablemente.

-¡¿Probablemente?! –Apretaba con fuerza.-

-Bueno, sí, vale, pero qué fácil es verlo ahora, yo ahí solo estaba asustada, solo quería... Olvidarlo...

-Dime quién es. –Prácticamente se había echado encima de ella, intentando sacarle información.- ¡Tendrías que habérmelo dicho hace años!

-¡Es lo más lógico que podía hacer! –Gritó ella, encarándole.- Decirle a mi hermano pequeño que un macarra acababa de violarme en un parque, claro, mi súper hermano, él, que tanto puede protegerme... ¡Oh! ¡Gran hermano súper protector! ¡Y SUÉLTAME, ME HACES DAÑO!

Él la soltó, pero, en vez de apartarse de ella, se echó encima. La abrazaba, la abrazaba muy fuerte.

-Lo siento... –Se le escaparon un par de suspiros cargados de impotencia.- Debiste pasarlo muy mal...

-Sergi...

-¡Si yo fuera el mayor! –Continuó, encorajinado.- Te hubiera protegido... De ese hijo de perra... Le hubiera dado una paliza que...

-No puedes ser mi guardaespaldas... –Intentó calmarle, quería verle la cara, mirarle, pero él seguía abrazándola con fuerza, quizás para ocultar la tristeza de su rostro.- Nadie podría protegerme en todos los sitios, simplemente pasó... Y... Ya está olvidado...

-¡Pues le habría dado una lección! –Su voz cada vez era más amarga.-

-Eh... –Ella le acarició la espalda, consolándole.- Me encanta que digas esto... Cuando os sale el instinto protector sois de lo más masculinos...

-Es que...

-Aunque si sigues lloriqueando se va a ir la masculinidad adonde yo me sé. –Intentó hacer un chiste para rebajar tensiones, pareció funcionar.- Venga, cálmate.

Permanecieron un rato más abrazados, hasta que él, poco a poco, se fue separando.

-Si algún idiota se pasa contigo. Me lo dices. –Dijo, intentando hacerse el gallito, en pose masculina.- Le daré una paliza.

-Oh, que gentil. –Rió ella.- Pero para eso tendrás que crecer e ir al gimnasio, no eres un tirillas, pero casi.

Él se sorprendió mirándose por primera vez los brazos, buscando músculos. No hizo más que aumentar las carcajadas de su hermana.

-Crece y hazte fuerte. –Continuó ella, atusándole el pelo.- Y así podrás proteger a todas las chicas que quieras.

-Lo haré. –Repuso con orgullo, desafiante.-

-Pues ten cuidado, que habrá algunas a las que no les guste que se las proteja, incluso te tildarán de machista... –Negó con la cabeza, como si el pensar en ese tipo de chicas la agotara.- Tu hazlo, pero sin agobiar.

-Bueno... –Tosió un par de veces y señaló los folios.- Tienes que terminar tu trabajo...

-Sí.

-Mejor me voy a mi cuarto. –Se incorporó con pesadez, molesto consigo mismo por haber perdido el control.-

Cuando su mano se alargaba para recoger el billete que aún permanecía en la cómoda, su hermana le detuvo.

-No, déjalo ahí. –Dijo de pronto, mientras volvía a estar interesadísima en las hojas, ocultando su rostro tras ellas.- Y sobre lo otro... Ya veremos... Lo pensaré.

Ante esas palabras de su hermana, ese "Lo pensaré", la emoción creció en su interior. Cerró con suavidad la puerta, y, con una gran sonrisa, se fue a preocuparse de sus propios asuntos.

Capítulo XII

El verano se les echaba encima de forma inexorable, y los exámenes apretaban de una forma un tanto peculiar. Leonor, irritable y ascética, se encerraba en su cuarto con pestillo, estudiando sin parar. Al menor ruido en la casa; desde un portazo hasta un estornudo, su cólera hacía temblar las paredes. Sergio, más relajado, pasó los suyos sin muchos problemas, puesto que era verdad eso de "Si estudias a lo largo del curso, los finales son fáciles".

Durante esta época sus "juegos" prácticamente quedaron reducidos a la nada. Era más de mutuo acuerdo que otra cosa, sabían que había preferencias; primero estudiar, luego jugar. Esas palabras salidas de boca de su hermana le hicieron sentir un escalofrío, no parecía ella. Verla alabar los estudios era como ver a un pirómano haciendo las pruebas de bombero.

Al final, el cuento tuvo final feliz. Su hermana llegó radiante, con una sonrisa de campeonato.

-¡Una! –Gritaba a pleno pulmón.- Solo me ha quedado una... ¡Una!

La verdad es que pasar de suspender seis en el primer trimestre, a tres en el segundo y una en la evaluación final, era algo sorprendente; una gesta, sin duda. Leonor había conseguido pasar de curso, y el año que viene le esperaba Segundo de Bachillerato y, sobretodo, los temidos exámenes de Selectividad, el acceso a la universidad.

Y así, de tener un pie fuera de la vida escolar, se encontró de nuevo como una estudiante más, de vacaciones, esperando Septiembre para recuperar la asignatura perdida, Economía, y continuar su camino a la universidad, donde, tomando a todos por sorpresa, les dijo que siempre había querido estudiar arquitectura.

El verano cayó sobre sus vidas con un calor sofocante y temperaturas que ni de día ni de noche dejaban de ser infernales, amenazaban con llevarlos al desmayo.

Afortunadamente para Sergio, reanudaron sus "juegos" poco tiempo después de que les dieran las notas, pero, en un hueco de su mente, continuaban las palabras "Lo pensaré", dichas por Leo en alusión a la posibilidad de hacer el amor, asunto que no habían tratado más pero que seguía flotando entre ellos.

La víspera de su cumpleaños, en Julio, su hermana se acercó a él por la espalda, abrazándolo descaradamente. Procurando que sintiera bien sus pechos.

-¡Mamá está en la cocina! –Susurró él, alarmado.-

-Está preparando tortitas. –Canturreó Leo.- Porque alguien cumple años mañana...

-Bah...

-¡Eh! Déjala, si le hace feliz hacerte tortitas, que te las haga. –Rió ella, que aún le apretaba con fuerza.- Y yo sé que regalito te voy a dar...

Tan solo les separaba una puerta de donde su madre, alegremente, preparaba una torre de tortitas con las que agasajar a su bebé del alma, pero eso no impidió a Leonor plantarle un beso con lengua que los dejó jadeantes a los dos.

-No tienes que molestarte. –Farfulló él, modestamente.-

-Ah... Eso lo dices ahora... –Le guiñó el ojo.- Pero seguro que después de "probarlo" no hablas así...

-¿En que has...?

La insinuante mirada de su hermana le dejó de piedra.

-¡No! –Exclamó de repente con incredulidad, en voz demasiado alta, puesto que desde la cocina su madre preguntó si pasaba algo, a lo que tuvieron que decir que nada.- Quieres decir que... Que... Vamos a... ¿De verdad?

-Bueno... –Ella se hizo la remolona.- Quizás... No sé, no te voy a decir cual es tu regalo exactamente, le quitaría la gracia.

Sergio empezó a reírse por lo bajo, con una mueca risueña a más no poder.

-¿De que te ríes? –Preguntó ella, ofendida.-

-Es que... A ver... No digo nada, pero... –Más carcajadas.- No es muy original... "Toma, tu regalo", Dios, si es que parece una película porno mala o un relato erótico poco original...

-Eh, eh, eh... –Ella le miró con los ojos entrecerrados, simulando enfado.- Lo que no iba a admitir es que mi hermano el insociable perdiera la virginidad con menos años que yo.

-¿Entonces es por eso por lo que...?

-¡Ya están las tortitas para mi campeón! –Su madre entró, risueña, con la vaticinada torre de tortitas.- Ah, mírate, ya estás hecho todo un hombre...

Leonor lanzó una mirada perversa a la espalda de su madre, un "Si tu supieras...". Acometieron contra las tortitas con una gula desenfrenada, y su progenitora, contenta como unas castañuelas, no paró de lanzar comentarios sobre lo rápido que pasaba el tiempo.

-"Y más que debería correr." –Pensó Sergio mientras se atragantaba con una tortita al pensar en su regalo.-

En un parpadeo ya era su cumpleaños y abría regalos en el salón. Sergio no era amante de grandes tumultos, tan solo seis o siete amigos le acompañaban, y su hermana, revoloteando por aquí y por allá. Aunque Pepe y Oscar habían insistido en celebrarlo emborrachándose, él consiguió que se contentaran con ir al cine y echar un campeonato de bolos. Fue divertido, pero, como ese no era su deporte, quedó el último, y eso que ellos se dejaban.

-Venga, adiós. –Se despidió de ellos con gesto solemne.- Y solo he perdido para que os confiéis en la próxima...

-Pero si eres más malo que pegar a un padre. –Se rió Pepe, dándole una puñetazo en el hombro.- Venga tío, felicidades, ya nos veremos... Una pena que tengas que irte a casa tan pronto.

-Me tienes que pasar el nuevo disco de...

-Tío... –Juanma le habló en voz baja.- Tenías que haberle pedido a tu hermana que viniera, está buenísima...

-Tenía cosas que hacer, además, no es plan... –Se defendió él.-

-Pero tiiiooo... –Arrastró la palabra hasta el extremo.- ¿Has visto como está? Creo que estoy enamorado...

-Pues olvídate de ella... –Carraspeó.- Tiene novio, y... Es grande, y muy celoso.

-Joder... –Suspiró.- Si fuera mi hermana... Me estoy poniendo "contento" solo de pensarlo... Tienes suerte...

-"Si tu supieras..." –Esta vez fue él quien exhibió una sonrisilla orgullosa en la cara.-

-¡Venga, nos vemos!

Llegar a casa, ya entrada la noche, le supuso un puntillo desconocido de incertidumbre por lo que podría pasar. Comentó brevemente con su madre lo que había hecho, esta aprovechó para recordarle otra vez más lo rápido que estaba creciendo. Incluidas unas bochornosas lágrimas mientras susurraba "Mi niño que se hace un hombre". Su madre era tan melodramática... Se duchó y fue a su cuarto a ver la tele. A ver la tele y a esperar.

Esperó bastante tiempo, hasta bien entrada la madrugada. Pero, salvo a sus padres al acostarse, no escuchó ni percibió a nadie. En torno a las dos de la mañana creyó notar una sombra por debajo de su puerta, pero esta desapareció. Confuso, dado que su hermana nunca había roto una promesa en los últimos meses, se durmió.

Al día siguiente se despertó de mal humor. La guinda del pastel fue que, por dormir en mala posición, le dolía el cuello, lo que acrecentaba su estado irritable.

-Buenos días. –Saludó su hermana cuando se cruzaron para desayunar, una terminando y otro intentando empezar.-

-Sí... –Murmuró él ácidamente, más para sí mismo que para ella.-

Se tomó sus tostadas con desanimo. Incluso siendo una de las especialidades de su madre, con el punto exacto de mermelada que le gustaba, le sabían amargas, y él sabía por qué.

El resto del día, sin sobresaltos. Televisión, ordenador, dar una vuelta con sus amigos, corta a causa del calor que amenazaba con derretirlo, y después, más televisión.

-Luego vuelvo, tesoro. –Comentó su madre con aire distraído mientras comprobaba que su maquillaje estuviera perfecto utilizando el espejo de la entrada.-

-Creía que esta semana no trabajabas. –Gruñó, no quería quedarse "solo".-

-Tengo que hacer unas compras, y es que por la mañana hace tanto calor...

-Eso les pasa por hacer el Centro Comercial a techo descubierto, es que no piensan... –Se quejó él, conocedor de la situación.-

-En fin... ¿Quieres que te traiga algo?

-No, gracias, pásatelo bien.

-Aprovecharé luego para que me traiga tu padre, así no tengo que venir cargada en el taxi. Nos vemos esta noche. –Le lanzó un beso maternal desde la entrada.-

Mientras se despedía, pudo notar una sombra espiando en la parte superior de las escaleras. Subió el volumen de la televisión y se hizo el loco, seguía enfadado por el desplante de la noche anterior. ¡No era justo que le dieran plantón de esa manera! Pasados unos minutos de la marcha de su madre, su hermana bajó con aire desinteresado.

-¿Algo interesante? –Preguntó, ocupando el otro sofá.-

-No.

-Que aburrimiento, ¿No?

-Sí.

-¿Y no tienes nada mejor que hacer?

-No.

-¿Es eso lo que tienes pensado hacer todo el verano?

-Sí.

Sus respuestas, automáticas y sin siquiera mirarla, no hicieron flaquear la determinación de su hermana.

-¿Estás molesto por lo de ayer?

-No sé de qué me hablas. –Cambió de canal y subió más el volumen.-

-¡Vale! ¡VALE! –Leo se levantó y apagó la televisión, incapaz de hablar por encima del ensordecedor ruido.- No seas crío, hablemos.

-¿Qué quieres? –Miró al techo, negándole a ella su atención.-

-Mira, me precipité al decirte que ayer era el día... –Hacía muchos aspavientos con las manos.- No estábamos solos, ¿Qué querías que hiciese? ¿Abordarte con papá y mamá en el piso de abajo?

-Ahora tienes pudor... –Rió él, amargado.- Qué fuerte.

-¿Qué quieres decir? –Musitó ella, notando el ácido de las palabras de Sergio.-

-No decías lo mismo cuando me dejadas manosearte como a una cualquiera... Previo pago, eso sí.

Al salir de su boca las palabras sintió dolor y un agudo remordimiento, ¿Por qué había dicho eso? Era lo último que sentía, es más, en su interior las únicas palabras que había querido decir eran "Estoy dolido porque creo que me he vuelto loco y no soporto un minuto más sin estar más cerca de ti", y sin embargo, el ácido, de nuevo, había sido escupido a la cara de su hermana.

Ni siquiera hizo ademán de moverse o cubrirse cuando ella, en un movimiento frío, llegó a su lado y le abofeteó. Pero él estuvo atento y cogió su mano cuando esta aún reposaba sobre su mejilla. Tiró. Su hermana, desequilibrada, cayó encima de él, que al instante cruzó sus brazos sobre su espalda, abrazándola.

-Perdóname. –Susurró, la bofetada le había quitado de encima todo el mal humor y el dolor de cabeza.-

Ella intentó vagamente zafarse del abrazo, pero estaba bien sujeta, así que se dejó.

-No hay nada que perdonar... –Siseó Leonor.- Es lo que piensas...

-No, no lo es.

-Sí.

-Que no.

-Que sí.

-Que no.

-Niñato.

-Tu más.

Creyó notar una leve sonrisa en la cara de su hermana, que en esos momentos estaba pegada a su pecho.

-Solo quería herirte, perdóname, fue sin querer.

-Pero nada de lo que has dicho es mentira... –La voz de esta llegaba amortiguada.- Solo soy una p...

-Princesa, sí, lo eres. –Interrumpió él, más rápido y con voz más potente.- La Princesa Leonor... Suena aristocrático y todo

Alzó el rostro de su pecho, no estaba llorando, pero sí se notaba que sus palabras le habían supuesto un golpe bajo, ella, que solo había ido con él para tantear el terreno, incluso a disculparse quizás.

-Eres un imbécil. –Exclamó con una media sonrisa. Afortunadamente, el ácido y el mal rollo que habían recorrido el salón y que podían haber infectado su relación, ya no estaban.-

-No me insultes.

-¿Te vas a chivar a mamá? –Rió ella.-

-No, porque esto es entre tu y yo. –Intentó estirar el cuello para darle un beso, pero ella lo esquivó.-

-Claaaro, ahora si eres cariñoso. Pero has cometido un error, las mujeres no olvidan, tan solo esperan el mejor momento para devolver el golpe.

-Ya me has pegado. –Apuntó con sus ojos hacía su mejilla, aún enrojecida.-

-Eso fue el aperitivo... –Una de las manos de la chica se cerró en un fuerte pellizco sobre el antebrazo de Sergio.- La venganza deja marcas.

Se sostuvieron la mirada durante unos instantes; él reprimiendo el gemido de dolor que tenía en la garganta, negándose a darle ese placer, a fin de cuentas, era un hombre. Pero Leo no tenía ninguna intención de parar antes de obtener ese regalo así que, finalmente, tuvo que ceder.

-¡Ay! –Se liberó de su pellizco.- Vale, vale... Dios, esto deja marca... ¿Sabes?

-¡Qué bien, cicatrices de guerra! –Ella besó su antebrazo donde sus uñas se le habían hundido en la piel.- Ahora podrás alardear con tus amigos.

-Claro, "Mirad chicos, esta es de cuando estuve discutiendo con mi hermana para ver si nos acostábamos o no". –Negó con la cabeza, exasperado.- Buen tema de discusión, eh.

Ella se incorporó, recolocándose la ropa. Tenía un porte solemne y orgulloso.

-Bueno, de eso quería hablarte... –Exclamó ella, sin mirarle.- Había pensado, que ahora que estamos solos y tenemos toda la tarde de por medio...

Ambos tragaron saliva.

-¿Te apetece subir a mi cuarto? –Preguntó ella con un hilo de voz.-

Sergio tuvo un escalofrío de pies a cabeza. Intentó buscar sus ojos, pero ella rehuyó su mirada, repentinamente sofocada. No había forma más sutil de decir lo que había dicho.

-Si quieres subir... –Empezó a ascender.- Te estaré esperando.

Ella se perdió escaleras arriba, y él, pasmado, quedó abajo.

Capítulo XIII

-"¿Debo subir? ¿Es lo correcto?" –Una mínima corriente de duda cruzó su mente.-

Sabía lo que iba a ocurrir, y era algo tan definitivo como irresistible. Hasta ahora había evitado ponerle nombre a la que hacía con Leonor, simplemente "jugaban". Pero ahora, la palabra incesto cayó sobre él como una pesada losa.

Era un tema tabú, el "Tabú Definitivo" más bien. Era normal que la gente tuviera tan mala imagen del incesto. Los casos que salían a la luz generalmente eran aberraciones como un tío que abusaba de sus sobrinos o casos parecidos, a cada cual más macabro. Sin embargo... ¿Estaba mal lo que él hacía con Leo? Era algo consentido y que, creía, disfrutaban los dos. Se lo pasaban muy bien, había mejorado su relación personal con su hermana, esta había "reconducido" su vida ahora que estaba más relajada...

Gruñó, confuso.

Un caso de incesto famoso que acudió a su mente fue el de los hermanos César y Lucrecia Borgia; hijos del Papa Alejandro VI, el cuarto y último Papa español. Se decía que la relación entre los dos hermanos era tan virulenta e intensa que, cuando estabas en la misma habitación que ellos, podías notar la atmósfera de tensión sexual que exudaban.

Claro que, sobre los hermanos Borgia, había muchas leyendas; una que le gustaba particularmente era la que decía que Lucrecia Borgia había matado uno de sus amantes untándose veneno en su sexo. Al parecer el tipo era especialmente aficionado a beber sin copa, y ese último encuentro fue su perdición. De ahí la famosa frase atribuida al Papa, dicha a Cesar: "Tu hermana ha ganado más batallas con su coño que tu con la espada." No importaba con qué hombre casara su padre a Lucrecia, ni con cual tuviera que compartir cama, no importaba a qué mujer le pidieran seducir, tales eran sus encantos en la época. Para bien o para mal, Lucrecia siempre volvía con su hermano. Pese a los rumores, pese al riesgo, pese a todo...

Sergio se estremeció al recordar que todos los Borgia habían acabado muertos, aunque sonrió irónicamente cuando también rememoró que la única en permanecer con vida fue Lucrecia. Era tan buena amante que ni siquiera sus enemigos osaron perderla.

¿Era Leonor su particular Lucrecia Borgia, con su sexo untado de veneno?

Se abofeteó las mejillas para espabilarse y negó con la cabeza.

No, nada de lo que hiciera con Leo podía ser malo. Era demasiado placentero como para serlo. La quería, la necesitaba...

Tres segundos después, había subido como un loco las escaleras, con el corazón bombeando a plena potencia y un sentimiento de miedo y nerviosismo en todo su cuerpo.

Lo primero que le llegó fu un fuerte olor a incienso, pero no tardó en saber de donde venía. Su hermana, al parecer, lo tenía todo planeado desde que su madre se había ido. Había separado la cama de la pared, centrándola en la habitación. Así mismo, las sábanas eran diferentes a los modelos que solía usar. La persiana estaba bajada, quedando iluminada la habitación por una lámpara que, tapada con un pañuelo rojo, emitía un resplandor anaranjado, muy tenue. Creaba un ambiente erótico y acogedor.

-Te ha quedado genial.

-No es nada. –Ella correspondió inclinando ligeramente la cabeza.- Es más íntimo...

Por un momento la cabeza de Sergio voló a un "Quizás es como le hubiera gustado que fuera su primera vez", pero rápidamente lo olvidó, ese tema le enfadaba mucho y, además, ella había comenzado a besarle con suavidad.

-Antes... Quiero hablarte de unas cosillas...

-Te escucho. –No lo dijo muy convencido, sabiendo que lo que tanto ansiaba tendría que esperar más.-

-Bueno... Lo que va a pasar aquí...

-Es un secreto, sí, lo sé. –La interrumpió, ansioso.-

-Sí, sí, pero además... –Suspiró.- El sexo puede interpretarse desde dos puntos de vista; follar o hacer el amor, algo de esto te lo comenté hace tiempo.

-¿No son lo mismo?

-No, para nada. Al menos yo no lo veo así. Se hace el amor con la persona que quieres, se folla con cualquiera...

-¿Pero por qué ibas a acostarte con alguien por quien no sintieras nada? –En realidad, nada más lanzar la pregunta se vio a sí mismo como un ingenuo. La sociedad y la promiscuidad actual hacían que el "sexo sin compromiso" le fuera ganando cada vez más terreno al "sexo con amor".-

-Pues, porque es lo que pasa... A mí me pasaba. –Negó con la cabeza, como si le molestara su propio comportamiento.- Antes, cuando era más joven y estúpida.

-Ah, perdona, que ahora eres vieja. –Le arrancó una sonrisa de los labios.-

-Hacer el amor... –Siguió ella, que no quería olvidar su discurso.- Es algo íntimo, personal y único... En este caso, sobretodo para las mujeres, nosotras tenemos que abrirnos, literalmente, abrir nuestra carne a un cuerpo exterior, ajeno... Usando un ejemplo, es como si entregáramos nuestro tesoro más valioso, lo que con más fuerza guardamos.

Sergio estaba pensando seriamente en lo que decía, comprendiendo, más o menos, el camino que quería seguir.

-Hacer el amor... –Repitió Leo.- Es una promesa. Puede que no veas más a la persona, pero, durante el tiempo que dure, no estarás solo. Serás único y especial para otra persona, que en ese momento solo tendrá ojos para ti.

Suspiró.

-Dios, que discurso más sentimentaloide he soltado...

-No, no es verdad, es... –Asintió con la cabeza, dándole fuerza a sus palabras.- Deberías escribirlo, te ha quedado precioso.

-¿Pero has comprendido lo que quería decir?

-Pues... –Dudó.- Creo que sí... En realidad es lo que has venido enseñándome todo este tiempo... Que el sexo, mantener relaciones sexuales con una persona especial para ti, no es solo una unión física con la que se busca placer, sino que es algo más... Espiritual, íntimo...

Leonor se mostró absolutamente estupefacta. Ella había tenido que salir de duros tragos, incluida una iniciación en el sexo que a cualquier otra chica menos fuerte le hubiera causado un trauma severo, para darse cuenta de qué eran las relaciones personales, y ahora, un niño, casi un criajo, le estaba repitiendo, más o menos, la definición que ella tenía idealizada de una relación sexual perfecta.

-Pero... –Sergio la sacó de su ensimismamiento.- Lo que no entiendo es... No te juzgo, pero... Sé que has mantenido relaciones con chicos de los que no parecías enamorada... ¿Por qué te "entregaste" a ellos entonces?

-Porque... –Susurró tristemente.- A veces hay que hacer cosas que no se desean, esperando que alguien se de cuenta de lo especial que eres; de lo bonito que es lo que guardas dentro.

-Eso si que no lo entiendo. –Levantó los hombros.-

-Porque estoy hablando del amor. –Le dio una cariñosa bofetada que más bien era una caricia.- Y eres muy niño para entender nada de eso.

-Que manía con hacerte la vieja... –Él le regaló una sonrisa.-

Hubo un breve silencio. Leonor seguía pensando lo mismo, que era casi milagroso que hubiera conseguido inculcar unas ideas tan poco frecuentes en un chico, un futuro hombre. Su propio hermano. Y entonces supo que nada había sido en vano. Que todo el "juego", empezado por dinero y aburrimiento, y que había estado plagado de momentos dolorosos en los que, a solas, lloraba con la cara apretada contra su almohada, sintiéndose sucia y perversa; había derivado en algo hermoso, no solo ella había sacado fuera el veneno que tenía dentro, sino que había conseguido que Sergio creciera como persona y como hombre.

No pudo evitar sentirse orgullosa de sí misma, y emocionada, sabiendo que el miedo que la noche anterior la había paralizado frente a la puerta de su hermano, el miedo a estar haciendo algo horrible y totalmente antinatural, ya no existía. En su lugar quedó una sensación pura de deseo... Y quizás algo más... ¿El qué? Ella lo intuía, pero no tenía respuesta, peor aún, no podría asumir la respuesta aunque quisiera.

Pronto los besos fueron acallando su pensamiento, los actores principales estaban en posición, luego la función podía empezar.

Fue un momento dulce, lento y cariñoso. Sus labios jugaban, sus lenguas se buscaban la una a la otra. Pronto las caricias les acompañaron y el incienso terminó de nublar sus sentidos.

Sergio había mejorado bastante en lo que a besar se refería, sobretodo cuando se dedicaba a agasajar su cuello, clavículas y alrededores. Quiso hacerlo notar, como si en su mente se repitiera "No soy un niño" una y otra vez.

-Espera... –Consiguió susurrar Leonor, que intentaba llevar la batuta.- Lo haré más fácil.

Se alejó un poco de su hermano, y, con una mirada lujuriosa, empezó a quitarse la ropa. Su gran camiseta y su pantalón, que más parecían un pijama, ocultaban otro de los puntos planificados por la chica. Su conjunto de ropa interior roja de encaje era un reclamo más, aún sin ser necesario, para aderezar ese gran concierto.

-Es preciosa... –Farfulló, encantado. Mientras sentía el deseo atenazarle la garganta.- Tú eres preciosa.

-Tonto. –Le dedicó una sonrisa.- Y ahora tú, a ver que me traes puesto.

Él se desprendió de su ropa en cuestión de segundos, quedando solo con unos slips negros, los primeros que había cogido esa mañana al ducharse, pero que aún así parecían apropiados, ya que marcaban su incipiente erección.

-Oh, no está mal... –Juzgó ella.- Pero le falta algo de... Como decirlo... ¿Volumen?

-Ja... Ja... –Rió él con ironía.- El volumen llegará, no te preocupes... En cuanto a ti... Quizás te falte un ligero toque de excitación...

-Me pongo en tus manos. –Abrió los brazos en cruz y cerró los ojos con una mueca teatral.-

-Veremos...

Se acercaron nuevamente, ya libres de esa ropa que les distanciaba, el poder sentir el roce de sus cuerpos fue algo balsámico. Sergio comenzó a besarla, aún estando de pie, por todos los rincones de su cuerpo a los que tenía acceso. Pronto, de tanto inclinarse, acabó de rodillas ante su hermana para poder seguir besándola de pies a cabeza, siguiendo ese ombliguito que tanto le gustaba, clavando ligeramente la barbilla en sus braguitas hasta arrancarle un murmullo de placer...

La profesora estaba ahora disfrutando lo que ella misma había enseñado a su aplicado alumno.

Él se dio cuenta de que ella se había perfumado especialmente para la ocasión dado que en los recodos más ocultos de su cuerpo encontraba el dulce aroma de su perfume, oculto en su piel. Le gustaba tanto...

Fue subiendo poco a poco, una vez recorrido todo su cuerpo, y cuando estuvieron a la misma altura, él buscó con la boca sus pezones, que ya destacaban bajo el sujetador, ella hizo ademán de quitarse la prenda, pero él la detuvo. Los sacó de la delicada prenda y pronto los notó, duros, en su boca, donde fueron bien tratados por su lengua. Llevó una mano a la espalda de la chica y, tras unos instantes de lucha, logró desabrochar el sujetador él mismo, sin ayuda.

-Con una mano... –Murmuró su hermana, reconociendo su gesta aunque para eso tuviera que romper el silencio.- ¿Has estado practicando sin mí?

Llevó un dedo a la boca de la chica para pedirle silencio, ella, juguetona, se lo metió en la boca y le dedicó una escenita propia de cualquier película porno, chupándolo y recreándose en él, causando un estremecimiento de placer en el paquete de Sergio, que deseaba el mismo trato que recibía ese dedo.

Degustó sus pechos durante unos minutos más, pasando de las delicadas caricias al leve mordisquito, intentando aprisionar cada una en una mano, jugando. Le gustaba besar y lamer todas sus pecas, su Polvo de Hada. Leo, que había aceptado temporalmente el papel dominante de Sergio, se limitaba a acariciarle donde podía, sus caricias se fueron haciendo más y más descaradas, llegando varias veces a alcanzar su miembro erecto, que estaba deseoso de recibirlas.

Los dedos del chico acariciaban la entrepierna de su hermana por encima de las braguitas, todavía le faltaba destreza y soltura, pero ya no era torpe hasta el punto de causar risa. Poco a poco habían ido cayendo en la cama, empujándose un poquito el uno al otro, sobretodo ella, que empezaba a estar deseosa de tener un papel protagonista.

-Acaríciame, sí... –Susurraba Leonor mientras le mordía el pecho.- Quiero sentirte bien...

Enardecida, finalmente acabó reclamando el poder. Se bajó las braguitas de golpe, dejando su sexo a la vista. Su aspecto era apetecible, sonrosado, ligeramente húmedo... Sus labios mayores dejaban a entrever el resto de su Secreto, ofreciéndolo. Ella, dirigiéndole una mirada descarada, recorrió su carne más sensible con un dedo que luego le mostró.

-Mira. –La mirada del chico seguía, hipnotizado, los ondulantes movimientos del dedo.- Has conseguido excitarme...

-Entonces yo gano. –Rompió su silencio con voz ronca.-

-No por mucho tiempo.

Empezó dándole pequeños mordisquitos por el cuerpo, en zonas sensibles, jugando con sus manos... Describió círculos alrededor de su ombligo, bajando lenta, muy lentamente, haciendo sufrir al bulto que, ya completamente firme, esperaba un poco más abajo. Despacio, muy despacio, bajó, hasta que el paquete de Sergio, entregado al placer, quedó a la altura de su cara. Ella lo restregó contra su rostro, mimosa, incluso le dio un ligero mordisquito a través de la tela que a él le supo a gloria.

Las manos de la chica le quitaron la ropa interior de una forma tan rápida y discreta que apenas se dio cuenta de que no la llevaba cuando notó la lengua de Leo recorrerle los muslos, el perineo, los testículos. Contuvo un gemido. Y entonces se lanzó a la caza del objetivo principal, volcando toda la habilidad que tenía a tan corta edad en un miembro aún más joven que ella. Era un juego sucio, pero le encantaba ensuciarse.

-Oh... Dios... –Clamaba él.-

-Puedes llamarme Leo... –Se jactó ella irónicamente, tomándose una pausa para respirar.- Esto no ha hecho más que empezar...

Estuvo un rato más paladeándolo, deleitándose con sus caricias y cuidadosamente retardando el posible orgasmo de su hermano. Su miembro era ahora un mástil caliente y enrojecido, sin duda, estaba listo.

Ella abandonó la cama un instante para alargar la mano hasta un cajón de la mesilla y sacar un par de preservativos. Abrió uno y se lo puso a Sergio, que observó la operación atento. La verdad es que no había pensado en los preservativos, pero tenía lógica... Alguna vez los había usado para masturbarse, solo por curiosidad, pero no dejaban de ser más que decorativos en su vida. Hasta ahora.

-Ya está... –Ella acarició su miembro a través del látex, causándole una sensación diferente, lejana.- Ahora... Sí, tú estarás encima.

-Pero...

-La primera vez siempre es rápido... –Explicó ella mientras se tumbaba en la cama.- Déjate llevar por el instinto y preocúpate solo de ti, de tu placer.

-Tu me dijiste que...

-Es la primera vez. –Le sacó la lengua, burlona.- En este caso si vale ser egoísta.

Los nervios aparecieron, y no solo en él. Ambos rostros estaban cruzados por un halo de dudas y temor. Quizás si seguían romperían una barrera irreparable, un simple juego se podría convertir en un drama.

-¿Estás segura? –Preguntó él.-

-Tómame. –Susurró con teatralidad mientras abría brazos y piernas, sin evitar que le temblara levemente la voz.- Si crees que estás listo.

Él terminó de situarse encima, estaba cara a cara con ella, con su hermana. Leo y Sergi, los dos, se buscaron mutuamente en sus ojos. Al parecer esa visión de océanos paralelos les gustó, puesto que, internamente, ambos dijeron "Sí".

Las suaves piernas de su hermana acariciaban las suyas, su postura era algo parecido al misionero, pero más bien era la posición que el instinto le dictaba, y su objetivo... Una fuente de calor entre las piernas de ella. Se mostró torpe, algo normal, ella tuvo que ayudarle a conducir su mástil de carne, ahora vestido de látex, a la entrada de la cueva del tesoro. Adueñándose de él temporalmente, lo frotó con sus labios y su clítoris, de arriba abajo, varias veces. Él se sintió a punto de explotar.

Buscó su mirada una vez más, su glande ya estaba posicionado, pero quería asegurarse. En su rostro encontró una sonrisa de bienvenida y una mirada de deseo.

-"Eso es un sí." –Pensó él, junto con un:- "Leo, que hermosa eres..."

Y, poco a poco, se deslizó en su interior. Ante la mirada de bienvenida y deseo de su hermana la suya solo pudo corresponder con sorpresa. Era una sensación indescriptible... Nunca antes había sentido algo parecido, ni siquiera cuando ella le deleitaba con la boca, no, no tenía comparación. Sentía presión y calor desde todos los puntos, un placer inmenso que amenazaba con hacerle acabar en ese preciso instante.

Cuando estuvo recuperado del shock inicial, volvió a prestar atención a su hermana. Intercambiaron mutuos cumplidos sin decirse nada.

Él notaba ese "instinto" del que ella le había hablado, como si fuera un animal en su interior que deseaba salir, y para hacerlo, tuviera que conseguir entrar más profundamente en el cuerpo de su hermana. Empezó a bombear con infinita torpeza, guiado únicamente por ese deseo animal, heredado de generación en generación, hasta llegar al primer hombre. Pero aunque ese "monstruo" quería borrar el rostro de su hermana y convertirlo en simplemente una gran vagina donde depositar su semilla, él no le dejó, tan hermosa era, tan suaves eran sus caricias... Y entonces lo comprendió, no estaba follando sin más, estaba haciendo el amor.

Inmerso en el delirio que el placer le provocaba, y cumpliendo los pronósticos de Leonor, no tardó mucho en terminar. Aceleró sus embestidas, jadeante, deslizándose en la húmeda cueva del tesoro. La sintió apretarse a su alrededor y no pudo más. Su corrida fue más intensa, diferente a cualquier que hubiera tenido antes. Primero, porque su leche quedó atrapada en el preservativo, dándole una sensación de extraño calor, aún estando dentro de un horno. Segundo, porque Leo siguió con un suave movimiento de caderas mientras él se abandonaba, acto que acrecentó su placer. Y tercero, porque acaba de romper la última barrera. Había visto el tesoro del que su hermana le hablara momentos antes.

Ella, más experimentada, le quitó el preservativo casi un instante después de que saliera de su interior. Le hizo un nudo con mucha habilidad, algo que a Sergio le pareció curioso, y lo tiró a uno de los rincones de la habitación. Después se tumbó de nuevo a su lado, observándole, no queriendo olvidar ni uno solo de sus gestos, ni de sus muecas de placer, ni de su rostro delirante...

Capítulo XIV

-Ha sido... –Consiguió farfullar, pasados un par de minutos.- No puedo creer que...

-Chsst... Descansa...

-Pero tú... Tú no has...

-Hoy el protagonista eres tú.

-Dame... –Suspiró.- Quince minutos... Y... Te prometo que...

-Dios... –Ella puso los ojos en blanco, divertida.- ¡Acabas de perder la virginidad y ya estás alardeando de aguante! ¡Hombres!

Aún así, las manos de la chica fueron directas hacia la entrepierna flácida del muchacho. Diez minutos después, milagros de la juventud y de la maestría de las caricias recibidas, el miembro de Sergio recibía una segunda funda de látex y se hundía en las profundidades húmedas de Leonor.

Esa vez intentó mantenerse más sereno, estar más atento a la chica, ver sus reacciones... Le encantó observar como su respiración se agitaba y sus ojos se entrecerraban... Ella llevaba un baile de caderas para apoyar el suyo, pero se notaba que le estaba dejando el papel protagonista sin quejarse. Quizás quería más. Llevó una de sus manos a los pechos de la chica, acariciándolos, estimulándolos, ella lo recibió con gratitud.

Pasados unos minutos, mientras succionaba uno de sus pezones, volvió a sentir la necesidad irresistible de correrse. Intentó aguantar, pero terminó sucumbiendo al placer.

Por segunda vez, eyaculó, acompañando su clímax con un pequeño gruñido de placer.

En esta ocasión el tiempo no había estado nada mal, pero lo que él buscaba era el orgasmo de su hermana, se sentía frustrado por no haberlo conseguido. Ella, lanzando el segundo condón junto al primero, no le reprochó nada.

-No, me niego. –Exclamó él, ofuscado.-

-¿A qué? –Preguntó Leo, sorprendida por su repentina reacción.-

-A ser aquí el único que recibe...

-Pero Sergi... –Ella le besó dulcemente.- Para mí es genial, y bueno...

-No. A grandes problemas, grandes soluciones...

Bajó por el cuerpo de la chica hasta llegar a sus muslos, más concretamente, hasta situar su cara frente a su sexo, observándolo de cerca, muy de cerca. Era tan apetecible que pensó que se lo podría comer con los ojos. Ella no estaba mojada al estilo de las películas porno, donde exageran todo, o como dicen en alguno relatos eróticos, que hablan de ríos y ríos de jugos vaginales, sin embargo, se notaba la humedad recubriendo su intimidad, cada poro de esa delicada y rosácea parte de su anatomía.

Nunca antes le había realizado un "trabajo oral" completo, como mucho, un par de lametones para degustar una de las corridas provocadas por sus propios dedos, con las manos si era más experimentado, el espejo y los consejos de la maestra le habían dado soltura en las caricias, pero estando a ciegas...

Como si leyera su mente su hermana subió las rodillas, ofreciéndole su sexo más abierto y accesible, y él no lo dudó más.

-"Que pase lo que tenga que pasar." –Pensó, mientras lamía el interior de sus muslos.- "Pero en algún momento tendré que hacerlo."

Y se internó en la cueva, buscando con su lengua y sus labios el tesoro oculto. El primer sabor, que reconoció como el del preservativo, no le gustó para nada, pero afortunadamente, un par de lametones después desapareció. Instintivamente, llevó su lengua hasta el último rincón de piel que alcanzó, con el objetivo de limpiar todo rastro de ese asqueroso sabor anterior, dando la bienvenida a ese gusto intenso y extraño que había probado cuando se aventuró la vez anterior, el sabor del placer femenino era, sin duda, muchísimo más apetecible que el del látex.

Iba a ciegas, puesto que las piernas de Leonor se cerraron, suavemente, sobre él. Se guiaba por el instinto y su percepción. Si ella gemía, ese sitio era bueno, si ella se estremecía, ese sitio era bueno, si ella apretaba los muslos de forma que prácticamente le cortaba la respiración, ese sitio era muy bueno.

Pronto empezó a desarrollar un pequeño mapa táctil, tal y como con sus dedos habían desarrollado una memoria de la tersura de las diferentes zonas del coñito de su hermana, ahora era su lengua la que, explorando y jugueteando, se iba adueñando de la situación. Afortunadamente para él, el morbo y el deseo cubrían la torpeza y las carencias de estilo de su boca, pero con el tiempo iría mejorando.

Por lo demás, él podía estar haciéndole sexo oral tanto como ella quisiera. Le encantaba su sabor, le gustaba hacerla estremecerse, y sus jadeos le regocijaban en lo más hondo. Orgullo masculino en todo su esplendor.

-Ahh... Ahh... –Le llegaban los gemidos de su hermana.- Mmmm...

Atrapó el clítoris de Leo entre sus labios y lo acarició con la lengua. Esto pareció gustarle a ella, que se contorsionó de placer. Pero a Sergio no le gustaba la idea de dejar tan desatendida la vagina mientras se dedicaba al clítoris, así que consiguió meter una mano en la zona, y, con un dedo un dedo travieso, se introdujo en la gruta donde poco antes había estado su miembro, comenzando un masaje que ya conocía de veces anteriores.

-Aaahh... Sí... Así, así, como te dije... –Gimoteaba ella, indicándole más o menos el ritmo.- Así... ¡Ahhh!

La boca en el clítoris y un dedo en su vagina, no se le ocurría que más hacer, pero parecía funcionar, ella, rápidamente, se acercaba al orgasmo. Le había parecido relativamente poco tiempo, pero la verdad es que estuvo un largo rato hundido entre sus muslos; sumando el periodo entre caricias tímidas, reconocimiento y "comida oficial". Su hermana, cuyas mejillas pálidas ahora estaban rojas, se frotaba las perlas de sudor que se le formaban entre los pechos. Esas preciosas gotas que tanto le gustaba ver en el espejo.

-Métemela... ¡Métemela! –Gritó ella de pronto, fuera de sí.- Quiero que... Ahh... Lo sientas... Dentro... Vamos...

Él levantó la boca, sintiendo un pequeño calambre en el cuello pero sin dejar de penetrarla con su dedo.

-¿Dónde están los condones? –Preguntó, ansioso. Su erección había crecido, al principio no se había dado cuenta, pero ahora se clavaba en la cama a causa de su posición.-

-A la mierda los condones... Ahh... Tomo la píldora... –Realmente parecía que le costara mantener momentos de lucidez para hablar.- ¡Quieres dejar de hacer el gilipollas y metérmela ya!

-Pero...

-¡YA!

Le dio un fuerte lametón de despedida y, con rapidez, se situó encima de su hermana. Cuando había conseguido situar su glande en la entrada de su coñito, ella, ansiosa y a traición, utilizó sus piernas para "empujar" al chico hacía su interior de un golpe.

Y esa penetración dura era lo único que le faltaba para llegar. Como un torrente, sus gritos llenaron la habitación, su cuerpo vibró, sus manos se cerraron firmemente sobre Sergio, así como sus piernas, que, cruzadas en su trasero, empujaban con avidez, deseando sentir el miembro del chico más y más adentro.

-Aaaahhh... Siii... –Fue lo único inteligible que consiguió sacar de sus sollozos de placer.- Joder, Siii... Sergi... Así... Así sí...

Sergio solo fue consciente vagamente del éxtasis de la mujer. Nada más entrar en su sexo, como un cuchillo caliente en mantequilla, de penetrar en la bien lubricada gruta de su hermana; tuvo un pensamiento.

-"Los condones son una mierda."

Y supo al instante por qué tantos jóvenes prescindían de usarlos, exponiéndose a embarazos y enfermedades de transmisión sexual. Lo que sentía sin el condón era cinco veces superior a lo que había podido percibir antes... El calor era ahora ardor, un horno hirviente. La humedad le arropaba, dándole un delicioso contraste. La presión eran contracciones que oprimían su miembro, abrazándolo, intentando exprimirlo. Y, sobretodo, el sentimiento de unión, eso que había estado buscando antes poseído por el instinto y que ahora encontraba.

Ahora, por primera vez se sentía parte de Leonor, tanto como ella, entre gemidos, era parte de él. Estaban juntos, sin barreras, ni muros, ni prejuicios...

En su mente y su corazón, ese fue el verdadero momento en el que perdió la virginidad, y no solo eso, también perdió el pañuelo que cubría sus ojos.

-Ah... Ahh... –Jadeó ella, cansada y sin fuerzas, buscando el aire que le faltaba.- Sergi... Gracias...

-Aún te gano dos a uno. –Murmuró, saliendo de sus ensoñaciones mientras la observaba, toda enrojecida, hiperventilada y con el pelo revuelto.-

Él había intentado que su miembro no reventase a causa de las contracciones que sentía en la pelvis de la mujer, aunque se estremecía con cualquier mínima fricción que se producía entre sus sexos.

Calmados y aún unidos, se observaron el uno al otro. Sus ojos brillaban, podían sentir el sudor en su piel, pero no era algo asqueroso y sucio, sino íntimo. Sergio se centró en la pequeña mancha en el iris de su hermana, y le pareció una isla en la inmensidad azul de su mirada.

-Te... Te quiero.

Lo soltó así, sin más, mirándola a los ojos con una determinación desconocida para él. Ella, sin embargo, solo sonrió.

-No, no me quieres a mí. –Negó con la cabeza, apartando una idea absurda de sus alrededores.- Quieres esto; las sensaciones, el placer...

-No, yo...

-Chsstt... –Ella le mandó callar. ¿Deteniendo sus palabras necias o, quizás, esa verdad que tanto daño podía hacer?.- Ahora déjame a mi terminar...

Ella le hizo algo parecido a una llave de Judo, cuyo resultado fue que, en un parpadeo y sin apenas desplazarse, estaba encima de él. Lo más curioso es que su penetración no se había roto en ningún momento.

-Leo, yo...

-Chsst... Tú disfruta. –En su rostro se dibujó una sonrisa perversa.- Me encanta estar encima...

Resignado, o más bien desbordado por las sensaciones que le llenaban de nuevo, se entregó al placer que le daba el suave movimiento que inició su hermana. Ella desplegó ahora sí toda su habilidad, primero suavemente, después cabalgando literalmente. Con sus pechos bamboleándose y su pelo oscilando sin control.

Sin condón, y con la percepción a flor de piel, él podía experimentar sensaciones que antes no había percibido, así como muchas otras cosas, pequeños detalles que le daban un puntito aún más especial a la experiencia. Lo tenía claro, los preservativos, cuanto más lejos mejor. Era una idea un poco peligrosa, pero siendo cabalgado a pelo por una gran y lujuriosa mujer, los pensamientos tampoco suelen ser muy razonables.

Esta vez acabaron jadeando los dos, fue lo más parecido a una relación seria y, pese a no llevar condón, su miembro estaba más cansado después de dos corridas muy seguidas, por lo que demoró su orgasmo, acrecentando las delicias de la galopante Leo.

-Ahhh... –Sollozaba mientras se movía arriba y abajo, el sonido de la penetración resonando en el cuarto.- Nunca había encontrado una... Tan... Se adapta perfectamente...

-Te daría mi opinión... –Respondió él con la respiración agitada.- Pero eres la primera... Con la que... Me adapto...

Ante su pobre chiste su hermana prorrumpió con carcajadas, su ritmo bajó un poco, pero, cada vez que la chica se reía, él lo sentía por los golpes del diafragma, era una sensación espectacular.

No supo si tuvieron un orgasmo simultaneo, él lo dudó, pero sí tuvo claro que ella también había gozado esa pequeña cabalgada a sus lomos. Correrse dentro de ella fue... Único. Los cuerpos están destinados a unirse de esa forma, y lo saben. Ella le volvió loco de placer haciendo círculos con las caderas, sintiendo en su interior el caliente, y esta vez poco abundante, semen que salía disparado del miembro de su hermano.

-Brrrrb... –Él resopló como un caballo agotado.-

-Mmmm... –Ella le desmontó agotada. Dejando su debilitado miembro manchado de semen y con un brillo húmedo causado por el flujo vaginal de la chica.-

-Y que... Que se dice... Cuando se termina...

-Pues... "Ha estado muy bien", "Eres genial" o... –Dudó.- "Te quiero"... Ya sabes, cosas sentimentales, a veces sobra con un beso, con eso se puede decir todo.

Él se incorporó levemente, lo justo para llegar a su cara y darle un beso bien dado, al mismo tiempo que susurraba un "Te quiero" tan quedo que tuvo serias dudas sobre si ella lo habría escuchado.

Permanecieron un rato sin decir nada, solo respirando, recuperando fuerzas, relajándose. Sergio tuvo ganas de dormirse, pero ella lo zarandeó para que no ocurriera.

-Venga... –Dijo al fin, también cansada.- Ve a ducharte. Y no tardes, luego voy yo...

-Solo un minuto más... –Se quejaba él, al que le gustaba estar pegado a la calidez de su cuerpo.-

-No. –Miró al reloj de pulsera que había en la cómoda.- Tenemos que ducharnos, ventilar esto, echar la ropa sucia a lavar, sábanas incluidas y...

-Vale, vale... Voy... –Se levantó cansinamente, notando que los músculos de sus piernas se resentían.- Vaya...

Las braguitas de la chica, tiradas en el suelo, se habían enredado en uno de sus pies, tuvo que agacharse a cogerlas. Una vez con ellas en la mano, tuvo una idea picante.

-¿Me las das?

-¿Mis bragas? –Ella le miró sorprendida.- No son de tu talla.

-Ja... ja... Que risa... –Bufó.- No, no, digo, si me las das, como recuerdo, no sé, un obsequio...

-Mmmm... –Ella pareció pensarlo.- No sabía que fueras fetichista. Pero sí, te las puedo prestar...

-Bien. –Sonrió hacia su trofeo, orgulloso de haberlo conseguido.-

-Espera... –Leo se las quitó de las manos, y, con una mirada extremadamente lujuriosa, se las pasó por su sexo, restregándolas, poniendo especial atención en que quedaran lo más posiblemente manchadas.- Ahora sí, toma. Si las metes en una bolsa de plástico, de esas con cierre al aire que usa mamá para los bocadillos, se conservará bastante tiempo. Es lo que hacen las cantantes de Rock antes de venderlas.

-¿Ahora quién es la pervertida? –Rió él, jugueteando de nuevo con la prenda íntima en sus manos.-

Estaba recogiendo su ropa cuando vio los dos condones tirados en el suelo. Los señaló.

-¿Qué hacemos con eso?

-Ahora me encargo de ellos. –Leonor estaba arrancando las sábanas de la cama.-

-Pobrecitos... Pensar que millones de mis soldaditos de la vida han muerto ahí...

-No te preocupes. –Ella se dio dos ligeros golpecitos en el pubis.- Algunos de sus camaradas aún siguen por aquí sueltos.

Nunca le habían dicho a Sergio algo que le excitara más. Bueno, tampoco se había dado la situación, obviamente. Bajo el riesgo de que se lanzara sobre ella otra vez, Leo le obligó a irse a ducharse de forma inmediata.

-¡Espera! –La chica puso algo en sus manos, cuando miró se dio cuenta de que era el dinero que él le había dado.- No voy a aceptar dinero por esto, no soy una puta, si no lo quieres tíralo, quémalo, haz lo que quieras, pero yo no me lo quedo. Lo otro es más un juego perverso que otra cosa, pero esto… Es diferente. No voy a aceptar tu dinero por esto, y lo haremos solo cuando yo quiera, eso si lo volvemos a hacer.

-Pero...

-¡A la ducha! –Le dio un buen cachete en el trasero, empujándolo fuera de su cuarto.-

Cuando, refrescado y sonriente, volvió al cuarto, las persianas estaban subidas y las ventanas abiertas, el incienso aún ardía, una barrita nueva, y las sábanas de siempre cubrían la cama, que ocupaba el mismo sitio que de costumbre. Incluso los preservativos usados habían desaparecido. El cuarto de su hermana presentaba ahora el mismo cuadro de siempre.

Todo había vuelto a la normalidad.

Al día siguiente, Sergio fue de tiendas, buscando algo que regalarle a su hermana. Puede que no aceptara el dinero, pero no creía que rechazara un regalo, a fin de cuentas, lo hacía con la mejor intención. También le interesaba mantenerla contenta, ella tenía mucho que ofrecerle... Pero lo que de verdad le importaba era que le gustaba verla feliz.

Al pasar delante del escaparate de una joyería, sus ojos se vieron atraídos al instante por una hermosa pulsera de plata con pequeños dijes colgantes de lunas y estrellas. No dudó ni un instante en comprarla. Regresó a casa y, aprovechando que Leo no estaba, entró furtivamente en su habitación y dejó el estuche con la pulsera en el escritorio. Cogió uno de sus post-it y escribió: "Cuando la vi, supe que tenía que ser tuya". No era precisamente una carta de amor, pero tendría que servir.

Un rato después vio a Leonor con la pulsera puesta. Ella no dijo nada sobre el tema, como si no se hubiera producido ningún hecho significativo. Sin embargo, de vez en cuando Sergio la veía acariciando los dijes de plata con una medio sonrisa cruzándole el rostro.

No podía ser más feliz...

PD. Seguiremos conspirando con la noche pronto.