Tabú de Hermana: A Fondo

¿Hasta donde estarías dispuesto a llegar en la búsqueda de tu placer? El incesto es pecado... Pero, a veces, ir al Infierno merece la pena.

Capítulo V

Los días siguientes fueron un suplicio para Sergio, que trataba de reunir valor para pedirle a su sensual hermana dar un paso más en su "aprendizaje". Unos días atrás, había leído en un periódico que, entre los 15 y los 60 años, un hombre eyacula entre 34 y 56 litros de semen.

Él creía haber agotado la mitad de sus reversas desde que cierto día se encontrara con su hermana en el parque. Su toalla se daba dos tipos de baños; los de suavizante de melocotón y los de semen.

Y así, en un estado de profunda necesidad, volvió al cuarto de su hermana.

-Cinco por mirar y cinco por tocar. –Soltó su coletilla mientras depositaba el dinero en la cómoda.-

-Sí... –Ella, automáticamente, empezó el ritual de quitarse el sujetador, pero esta vez Sergio la detuvo con un movimiento de mano.- ¿Qué pasa?

-No, hoy no. –Estaba bastante nervioso, su voz temblaba.- Hoy...

Su mirada pasó significativamente del escote de la chica hasta sus piernas, su entrepierna más bien. Leonor puso una cara de circunstancia que no le pasó desapercibido. Pese a todo, un brillo en sus ojos delataba que, probablemente, ya había pensado que esa petición llegaría algún día.

-No sé si es buena idea. –Dijo al fin.- Eso es pasarse de la raya.

-Es solo un paso más. –Había algo de súplica en su tono.- Es... Natural.

-¿Natural? –Su cara no fue precisamente agradable, más bien le retaba a decir otra estupidez más.-

-Soy tu alumno, quiero aprender.

-¿Alumno? Yo creía que solo venias aquí a meterme mano todos los días. –Le espetó ella de repente.- Y ahora encima quieres que te enseñe mi... Mi "Eso".

-Sí, es lo que quiero. –Le dirigió una mirada lastimera mientras intentaba contener una sonrisa. Quería verle su "Eso" con más ganas que respirar.-

Leonor asintió levemente con la cabeza mientras cerraba los ojos con fuerza y suspiraba. La situación la incomodaba horriblemente, pero, a fin de cuentas, se había acostumbrado y tampoco a ella le convenía que el negocio parara; se había habituado a no tener que discutir más con su padre por dinero.

Cambiando su pose a una de determinación, poco a poco desabotonó su pantalón, que bajó lentamente, mostrando sus preciosas piernas pálidas y torneadas. Las braguitas que llevaba eran negras y de encaje, muy atractivas. Ropa interior de mujer.

-Sigue, por favor. –Susurró Sergio cuando esta se quedó parada unos instantes. Le sorprendió conservar la capacidad de hablar.-

Leo volvió a suspirar, por su expresión, se diría que estaba al borde del ataque de ansiedad. Introdujo sus dedos por el elástico de la prenda íntima y, poco a poco, como si cada centímetro supusiera un enorme esfuerzo, las bajó.

Ante sus ojos quedó el sexo de su hermana.

-Es... Es precioso... –Dijo él de pronto, sin poder contenerse. Sabía que tenía los ojos como platos, casi tan abiertos como su boca.-

-Gracias. –Ella cruzaba un poco las piernas, ocultando pudorosamente las partes más íntimas de su Secreto. Pese a que había llegado a límites poco recomendados con su hermano, estaban llegando a unos aún más fuertes.-

-¿Te lo depilas? –Preguntó él, dando un paso, anhelante, para acercarse más a ese cofre del tesoro.-

-Solo un poco... –Estaba totalmente cortada, algo muy raro en ella. Incluso tenía dos chapetas de rubor en las mejillas.- No soy de las que le crece mucho pelo, no sé, es así.

-Pues es muy bonito, es...

Se calló, incapaz de decir nada que no fuera un balbuceo estúpido. Su mano temblorosa se estiró y llegó a rozar el muslo de Leonor. Incluso creyó que podía sentir el calor que emanaba de su sexo... Solo un poco más y podría acariciar ese suave vello púbico, solo un poco más y...

-¡No! –Chilló de repente su hermana, dando un salto hacia atrás mientras se giraba.- No, no, no puedo hacerlo, vete, ¡Vete!

A trompicones, Sergio salió del cuarto de su hermana. Ella le lanzó uno de los billetes; incluso en un ataque de pánico tenía sentido común como para juzgar que no podía pagar por tocar si no lo había hecho.

Sergio observó la puerta, triste. Para él, aún tan joven, atravesar la puerta del cuarto de su hermana se estaba convirtiendo en algo cuanto menos especial, diferente... Lo más excitante y emocionante que realizaba en su apenas usada vida.

No era fácil renunciar a algo así.

Pero los días pasaron, y Leonor, aparte de evitarle descaradamente, le ignoraba. Cerraba su puerta con pestillo, no le hablaba, no le dirigía la mirada... Llegó un momento en el que el chico se desesperó, quería estar con ella, la necesitaba. Incluso llegó a pensar que se había vuelto adicto, cosa que, por otra parte, le pareció normal. ¿Cómo no iba a engancharse al erotismo de las situaciones que se daban con Leo?

Los días se convirtieron en semanas, y todo pareció olvidado, volvían a ser los hermanos que no hablaban, que no se conocían... Estaban solos.

-Sí, el fin de semana. –Dijo su padre uno de esos anodinos días.- Nos vamos a esquiar.

-Que haya nieve en esta época del año es rarísimo, tenemos que aprovecharla. –Añadió su madre.-

-Pero... Hay que estudiar... –Leonor no estaba dispuesta a perder un fin de semana para ir a esquiar a la sierra.- Y bueno, no sé, yo me puedo quedar y...

-Ni loca pienses en que te vas a quedar aquí sola. –Su padre lo dejó claro apuntándola con el dedo mientras la fulminaba con la mirada. No tenía mucha confianza en su hija, precisamente.-

-Cariño, ¿Y si se queda Sergio también? –Su madre se lanzó al rescate.- Así me quedaría más tranquila, y si tienen que estudiar...

-A mi no me importa quedarme. –Dijo el chico de inmediato, viendo la oportunidad que se le ofrecía.-

Su hermana le miró e intercambiaron una mirada que, aunque fue corta de duración, lo decía todo.

-Bueno... Sino hay más remedio, tendré que ir. –Fue lo que soltó ella de repente en un gruñido.-

En su fuero interno, a Sergio le dolieron muchísimo estas palabras. ¿Prefería irse a un aburrido viaje de familia a quedarse a solas con él?

Con todo el equipo cargado en el coche, la familia se encaminó hacia la sierra; no estaba lejos, eran unas horas de viaje. Decidieron llegar por la noche al hotel que habían reservado, para evitar los atascos. El coche, de noche, y cuando no conduces tú, tiene un efecto adormilante bastante pronunciado. Su madre, reclinada en el asiento de copiloto, ya había caído en los brazos de Morfeo hacía rato. Su padre canturreaba entre dientes mientras escuchaba una emisora de radio especializada en música de los setenta, todo eso sin dejar de fumar uno de sus puros.

Arrugó la nariz cuando le llegó una vaharada del acre humo que emanaba del puro. Era el vicio irresistible de su padre, tenía prohibido, por edicto mayor de su madre, fumar en casa, pero el coche era suyo, y por mucho que gruñeran los demás, él seguía fumando.

Como podía fumar, canturrear y conducir al mismo tiempo era algo que su hijo no acertaba a adivinar.

Sergio y Leonor estaban detrás, los dos alejados lo máximo el uno del otro, lo que era una distancia considerable, dado que el coche era grande. Pese a que llevaban puesta la calefacción, el frío les llegaba de vez en cuando, sobretodo porque la ventanilla de su padre estaba bajada un dedo para dejar escapar el humo del puro. Ellos habían sido previsores y llevaban una manta con la que taparse. Sergio observó el reflejo de su hermana en el cristal de su puerta. Parecía medio adormilada, pero tenía los ojos un poco abiertos.

Un chispazo de ingenio le alcanzó de repente.

La idea brotó en su cabeza, maliciosa, llena de entusiasmo y. Era lo que tenía que hacer, su única oportunidad para normalizar la relación su hermana. Si es que por "normal" se podía considerar lo que habían estado haciendo los últimos tiempos, claro.

Buscó su cartera en el bolsillo y sacó uno de los billetes. Despacio, muy despacio, se aproximó a Leonor, que solo se percató de que se había acercado cuando, literalmente, estaban hombro con hombro. La joven le dirigió una mirada de aviso cargada de amenazas. Él no se acobardó. Le mostró el billete en su mano, lo señaló con la mirada y, hundiéndolo en las profundidades de la manta, se lo introdujo en el bolsillo del pantalón. La chica, sin emitir ni un solo sonido, le volvió a fulminar con la mirada. En sus ojos se leía claramente un "como te atrevas..."

Se atrevió.

El regazo de los hermanos estaba cubierto por la manta, por lo que su mano llegó hasta el muslo y, poco a poco, se aproximó a la entrepierna de la chica. La ropa que llevaba, un cómodo pantalón de deporte, facilitaría su trabajo. Pronto encontró una de las manos de Leonor intentando frenar su avance, las uñas se le clavaron con fuerza en el antebrazo, pero él hizo caso omiso. Ante su osadía, ella señaló con los ojos a su padre, vocalizando sin sonido un "¡Estás loco!" muy gráfico.

-"Me da igual." –Fue la respuesta de Sergio utilizando el mismo lenguaje.-

Siguió su camino, siendo más fuerte que su hermana bajo la manta. Llegó a su entrepierna y sus dedos empezaron a acariciar por encima de la ropa. Las caricias eran más bien... Extrañas. Acariciaba de la misma forma con la que acariciarías a un perro o algo parecido; aún no tenía la habilidad suficiente en los dedos como para arrancarle un suspiro a la mujer. Mucho menos si esta aún llevaba los pantalones puestos.

Decidido a ir hasta el final, y mientras sostenía un duelo de miradas con su hermana, sus dedos comenzaron a bajar, lentamente, el elástico de sus pantalones, con el fin de obtener el camino más rápido a sus braguitas. Agradeció que ese día no llevara vaqueros cuando estos cedieron fácilmente.

Los intentos de Leonor de sacarlo utilizando sus manos cesaron, dado que, con el invasor dentro de su pantalón, cualquier ruido raro o movimiento violento destaparía el pastel. Aunque mirara por el espejo retrovisor, su padre no podría ver nada, pero estando a menos de un metro...

Leo cerró los ojos con fuerza y cogió una gran bocanada de aire, esperando lo peor.

El joven continuó con sus caricias chapuceras y poco acertadas, esta vez por encima de la suave ropa interior. Podía notar el relieve de su sexo por debajo de la fina tela, y, también, el calor que nacía entre sus piernas.

Estuvo acariciando durante un rato, siguiendo los deliciosos contornos que sus manos encontraban. Deleitándose de ser capaz de respirar con normalidad cuando tenía el corazón latiéndole frenético y una erección de campeonato bajo la manta. Finalmente, y tras guiñarle un ojo a Leonor de forma sarcástica, introdujo la mano bajo el elástico de las braguitas y tocó su sexo.

Tuvo un escalofrío que sacudió todo su cuerpo.

Estaba caliente, o al menos eso notó en las yemas de sus dedos. Tocó; era rugoso, pero también extremadamente suave, como nada que hubiera tocado jamás. A ciegas era difícil hacerse una idea de lo que hacía, pero la acarició como pudo. Era suya... Su mano había colonizado el sexo de su hermana. Sus dedos rozaban la carne más tierna que se escondía entre sus muslos...

Había llegado a las Puertas del Cielo.

-Hmgg... –El sonido salió de la garganta de Leo. Durante unos instantes el chico pensó que era un pequeño gemido, pero luego se dio cuenta de que era una carcajada. Una carcajada contenida.-

-"Joder..." –Pensó, humillado.- "¿Tan mal lo estoy haciendo que se ríe?"

Cambió la forma de acariciarla intentando encontrar algo que le gustara más, pero las mismas carcajadas disimuladas aparecían una y otra vez. Cuando estaba a punto de abandonar el sexo de su hermana, humillado y avergonzado por su falta de talento, un pequeño bache hizo botar levemente el coche, provocando que su dedo se moviera y... Leonor cerró los ojos con fuerza mientras se envaraba, se mordió el labio inferior y dejó escapar el aire lentamente.

Se estremeció.

No sabía lo que había tocado ahí abajo, pero le había gustado, eso era lo que se deducía de la mueca llena de placer. ¿Sería el clítoris? Sergio sabía de anatomía femenina lo que había visto en Internet o en los libros, sabía lo que era el clítoris y sus funciones, pero dudaba que fuera capaz de acariciarlo correctamente en esa situación.

Desgraciadamente, y pese a que la cosa empezaba a ponerse caliente, su padre miró por el espejo retrovisor para ver si les pasaba algo. Sergio tuvo que sacar la mano de la entrepierna de su hermana y, disimuladamente, desperezarse, hacer como que el bache le había despertado. Al pasar su mano por su cara, notó un olor extraño e intenso, un olor que le gustó.

Mientras mantenía contacto visual con su hermana lamió los dedos que la habían acariciado tan íntimamente, llevándose con su lengua el sabor único y especial de esencia femenina. Le dirigió una última mirada a la joven, una mirada victoriosa, un "ya no tienes secretos para mí", y, apoyándose en su puerta, se hizo el dormido el resto del viaje.

Llegaron al hotel, la mujer que estaba encargada esa noche de la recepción les saludó y les dio sus tarjetas.

-¿Solo dos? –Leonor arqueó una ceja mientras miraba las tarjetas, imprescindibles para abrir sus habitaciones.-

-Claro. –Su padre le dio una de ellas.- La de nuestro cuarto y la del vuestro.

-¿Qué? –Miró a su madre.- ¿Tengo que compartir cuarto con Sergio?

-Efectivamente. –Su padre se encaminó al ascensor. Al ser de noche había un único botones que, somnoliento, cogió sus maletas y demás equipamiento.- Nosotros estamos en la cuarta planta, vosotros en la segunda. De todas maneras, si necesitáis algo, me podéis llamar al móvil.

-¡Pero mamá! –Leo se centró en su madre, generalmente más comprensiva.- Somos mayorcitos para compartir habitación...

-Lo siento. –Ella levantó los brazos, aderezando el gesto con una sonrisilla.- Pero, aparte de que saldría más caro, aún no os vemos lo suficientemente responsables como para que... Estéis solos.

Sergio, siempre en un segundo plano, fue suficientemente listo como para captar el mensaje oculto. "Estás loca si piensas que vamos a dejarte en una habitación sola, no eres precisamente la persona en la que más se pueda confiar."

Su hermana, siempre inteligente, también debió entenderlo, porque simplemente cogió su tarjeta y entró en el ascensor, donde hacía un rato que les esperaban su padre y el botones. Él examinó el semblante de su hermana, parecía dolida, quizás por tener que compartir habitación con él, quizás por saber que sus padres no confiaban en ella. La verdad es que tenía motivos para ofenderse, aunque muchos de ellos se los había buscado ella solita.

El ascensor paró y ellos se bajaron, portando sus maletas.

-Portaos bien... –Señaló su madre mientras se cerraban las puertas.- Nos vemos en el desayu...

Y desaparecieron. Eran cerca de las cuatro de la mañana, tenían cuatro o cinco horas para dormir y llegar al desayuno, antes de ir a las pistas. Leonor buscó la puerta que se correspondía con el número de la llave. Y se encontraron frente a la puerta 69. La chica dejó escapar un sonido de desagrado.

-"Es una señal". –Murmuró él para sus adentros mientras se le escapaba una sonrisilla irónica.- "Esto es cosa del destino."

Entraron. La habitación no estaba mal; Dos camas de aspecto cómodo, con sus respectivas mesillas, unos edredones de aspecto cálido, un pequeño televisor y un cuarto de baño decente. Encima de cada almohada había un bombón. Sergio se comió el suyo instantes después de dejar su maleta en la entrada.

-¡Qué bueno! –Dijo con la boca llena de chocolate.- Relleno de fresa.

-Toma. –Leonor le lanzó el que le correspondía.- Cómete el mío, lo que menos me hace falta ahora es engordar...

-Pero qué dices... –Lo cogió al vuelo.- Si estás estupenda, más quisieran muchas tener tu cuerpo...

Ella sonrió, un piropo nunca sentaba mal, pese a todo, frunció el ceño de inmediato. El azul de sus ojos convertido en una borrasca de furia. Puso las manos en las caderas, como queriendo controlarlas no fuera que le abofeteara. Era una mujer violenta.

-Eres un imbécil. –Le espetó de pronto con ira.- ¿A qué venía ese numerito del coche? ¿Es que no piensas? ¿Es que te crees que esto es una puro relato erótico o qué?

-Ya, bueno... –Tragó el segundo bombón.- Es que...

-¡Te das cuenta de lo que habría pasado si papá nos llega a ver! –Se acercó a él, bajando la voz, dándose cuenta de que en los hoteles las paredes tenían oídos.- ¡Nos habría matado! ¡Literalmente! Bueno, a mí al menos sí, a ti no, que eres el mimado de la casa.

Hubo cierta amargura en su voz. En realidad, ella había sido el ojito derecho de su padre toda su vida. Eran uña y carne, y así fue hasta que Leo entró en la adolescencia y... En fin. Su niñita preciosa se convirtió en... La adolescente problemática.

-No lo pensé bien. –Mintió él.- Lo siento.

-Por cosas así es por las cuales sé que nunca, jamás, debí entrar en este juego tuyo. Eres un imbécil que no sabe lo que hace, un puto crío que...

-Vale, perdona, no te pongas así. –De nuevo recurrió a su actuación de niño bueno. El chantaje emocional solía funcionar.- Nunca debí hacer...

-¿Hacer el qué? –Ella le clavó la mirada mientras entrecerraba los ojos.- ¿Meterme la mano en las bragas?

-Sí...

El silencio se prolongó hasta que ella abrió su maleta, sacó algo de ropa y se encerró en el cuarto de baño. Sergio suspiró.

-"Al menos ya no me pega." –Se jactó para sus adentros.-

Por curiosidad y no tener nada que hacer, buscó el mando a distancia de la televisión con los ojos, al no verlo supuso que estaría en alguna de las mesillas. Abrió el cajón de la suya, encontrando una sorpresita en su interior..

Era una revista porno.

Una revista porno, y encima de las duras, al menos la portada era de lo más explícita. Sergio dudaba que tal cantidad de semen pudiera pertenecer a un solo hombre.

Con más curiosidad que morbo, la sacó. Probablemente el antiguo dueño se la habría dejado olvidada. Ojeó sus contenidos. No era la mejor que había visto, sobretodo teniendo en cuenta que Internet estaba lleno de pornografía mil veces mejor. Le sorprendió la imagen de una mujer metiéndose un pepino gigante en la vagina, era... Inquietante... Tenía los ojos cerrados y la boca abierta en una exclamación muda de placer.

-"¿De verdad les gustará hacer eso?" –Se preguntó, como hacía siempre que se veía en situaciones parecidas.- "¿O lo harán por dinero?"

A él no le gustaba el porno, le desagradaba por ser tan artificial y repetitivo. Prefería la fotografía erótica, o los desnudos de mujeres famosas. Tenía una gran colección de ambas categorías. Estaba inmerso en sus ensoñaciones cuando su hermana salió del baño, ahora vestida con un pijama largo en vez de su ropa deportiva.

-¿Qué haces? –Miró la revista en sus manos y dejó escapar un sonido de incredulidad.- ¿De donde has sacado eso? ¡Joder, eres un obseso! ¡Todo el puto día pensando en lo mismo!

-Eh, eh, que no es mía... –Se defendió, zarandeando la revista- Yo buscaba el mando a distancia, y estaba en el cajón y... No sé, la miré.

Esta vez fue ella quien, lanzando la ropa usada a un rincón, ojeó la revista con una mueca inquisitiva en su rostro.

-No sé como os pueden gustar estas cosas. –Murmuró al final, negando con la cabeza.- Hay algunas que son sencillamente asquerosas... Jamás dejaría que un hombre se me corriera en la cara, es denigrante.

-Sí, es verdad. –Añadió él mientras pensaba que era absurdo eso de correrse en la cara de la mujer cuando podías hacerlo en su boca o entre sus pechos.- Pobres mujeres.

-¿Pobres?

-Sí, ¿Has visto la que tiene el pepino en... Bueno, ya sabes...? Eso no puede gustarle.

Ella pasó algunas páginas hasta encontrar la foto del pepino, la examinó con ojo científico, incluso le dio la vuelta a la revista para verla desde todos los ángulos.

-No sé. –Sentenció al final, con un fingido tono recatado.- Tampoco parece muy molesta precisamente. Además ese pepino tiene el tamaño justo como para...

Y empezó a reírse a carcajada limpia. Hacía mucho tiempo que Leonor no se reía de esa forma, y a Sergio le encantó. Como se contraía su pecho con cada carcajada, y sus ojos, que brillaban en tonos de azul capaces de hipnotizar a cualquier hombre...

Capítulo VI

-En fin... Ay... –Se limpió una lagrimilla que había aparecido en uno de sus ojos por tanta risa. Enrolló la revista y se la lanzó.- Qué cosas...

-Psé... –Fue lo único el chico mientras guardaba la revista en su sitio, sin interés ninguno en ella.- Hoy tienes la risa floja, al parecer.

Ella, que captó la indirecta, contraatacó con una de su propia cosecha.

-Solo para las cosas que dan verdaderamente risa, pequeñín. –Hizo especial énfasis en su última palabra, y eso no gustó nada a Sergio.-

Herido en su orgullo, se quitó los zapatos y, abriendo la cama de malos modos, se metió en ella, vestido como estaba.

-"Pequeñín..." –Gruñía hoscamente.- "Pequeñín... Ya te iba a demostrar yo lo pequeño que soy..."

Pero su cabreo mental desapareció, a fin de cuentas, es verdad que era un tipo inexperto, negarlo sería una necedad. Y bueno, vale, ella se había reído de lo mal que la había acariciado y eso le dolía, pero, ¿Acaso no tenía razón? Nadie nacía sabiendo. Él quería aprender. Y, si todo salía bien, aprendería de la chica que esas últimas semanas parecía haberse convertido en el centro de gravedad de su mundo...

Leo estuvo haciendo alguna que otra cosa durante un rato hasta que, finalmente, apagó la luz y se introdujo en su propia cama. Pasaron unos minutos de silencio en la casi completa oscuridad; tan solo entraban unos rayos de luz a través de las pesadas cortinas, algún luminoso, una farola lejana quizás.

-Oye... –Leonor habló, de forma conciliadora.- No tienes que preocuparte de lo del coche... Los he visto peores.

Sergio estaba tumbado de lado, dándole la espalda, les separaba un estrecho margen, y por unos instantes se imaginó que sentía su aliento en la nuca.

-Todo es cosa de encontrar la chica correcta. –Siguió ella, poniendo énfasis en sus últimas palabras.- Y practicar. Es algo natural, es... Instintivo.

-Huemfeaicacommecta... –Dijo él, con la almohada tapándole la boca.-

-¿Qué?

-Que tú eres la chica correcta. –Susurró más claramente, notando un leve rubor en sus mejillas y agradeciendo que estuvieran a oscuras. Intentó decir algo más crudo para suavizar sus palabras.- También la única que tengo a mano.

-Pero eso... –Replicó ella de forma vehemente.- Es porque no conoces más, no sé, alguna compañera de clase, una amiga o...

-Buenas noches. –Cortó él, no queriendo escuchar el resto de sus palabras.-

-Buenas noches. –Sentenció su hermana al final, regando su alocución con un suspiro exasperado.-

De nuevo, pasaron unos minutos. Sergio no podía dormir, aparte de por la ansiedad que sentía al tener tan cerca al objeto de su deseo, también porque algo se le estaba clavando en el muslo, palpó y se dio cuenta de que era su cartera. La sacó de su bolsillo con dificultades. Estuvo acariciando su superficie de piel, notando el relieve que hacían las monedas.

Tuvo una idea.

Lanzó una moneda de un euro al aire. Un instante después se escuchó el sonido metálico del metal al caer en el suelo, en la parte de la habitación que no tenía alfombra.

-¡Qué es eso! –Su hermana se sobresaltó por el ruido, que realmente fue estruendoso en medio del silencio.-

-Un euro por tus pensamientos.

-¿Qué?

-La moneda está por ahí. –Señaló vagamente hacia la oscuridad.-

-¿Y a mí que me cuentas?

-Pues eso... Que te doy un euro por tus pensamientos.

-Que estupidez.

-Vamos.

-No voy a decirte mis pensamientos.

-¿Por qué?

-Pues porque son míos.

-Ya te he pagado.

-No he cogido el dinero.

-Leo...

-Es que además no estoy pensando nada...

-Mentira.

-Verdad.

Cesaron en su dialogo sin sentido. Sergio notó como su hermana se revolvía entre sus mantas mientras musitaba algo sobre "pajeros cansinos".

-¿Qué quieres saber? –Suspiró pesadamente, como si tratara con un bebé especialmente agotador.-

-Todo.

-Todo es mucho. –Sentenció.- Elige un momento.

-Pues... –No tuvo que pensarlo mucho, acababa de ocurrir.- ¿Qué has sentido cuando mamá te ha dicho que no confiaban en ti?

-No ha dicho eso... –Se defendió ella.-

-Sabes que sí.

-¡Ja! Bueno, que más dará, quien les necesita... –De nuevo la amargura impregnó su voz.-

-Entenderás que les has dado motivos para desconfiar... –Expuso él, intentando no menear la cabeza con sarcasmo. Decir que les había dado motivos era un eufemismo, la verdad es que había atravesado por todo, desde llegar a casa borracha hasta no llegar hasta el día siguiente por dormir "en casa de una amiga".-

-No más que cualquier otro adolescente.

-Yo nunca...

-Tú eres raro. –Interrumpió Leonor.-

-¿Eso es malo?

-No sé... Es... Diferente...

-¿Y tú eres normal?

Se hizo el silencio.

-Cada persona es diferente, no sé...

-Pero yo soy raro, según tú.

-Entonces yo seré rara también, ¡Yo que sé! ¡Qué cosas me preguntas! ¡Pareces un puto Punset!

-Yo no creo que seas rara. –Opinó mientras ignoraba sus imprecaciones.- Solo una incomprendida.

-Ah, sí, genial... –Bufó con sarcasmo.-

-De verdad... Es que no sé, nadie se ha parado el suficiente tiempo a verte y pensar en ti, al menos eso es lo que me parece.

Ella le dejó seguir.

-Cuando no gritas, ni pones cara de mala leche e intentas sacudirme, eres muy agradable. Tampoco eres idiota, pero en el instituto pasas de todo. –Pensó bien en sus palabras.- Probablemente pienses eso de "Como nadie espera nada de mí, no hago nada", pero no es así.

-...

-Eh, no me dejes hablando solo. ¿Te has dormido?

-No, no... –Titubeó.- No estoy dormida.

-¿Entonces?

-Solo escuchaba.

-¿Y? ¿Alguna opinión?

-Sí. –Tosió levemente.- Buenas noches.

Y, efectivamente, no volvió a abrir la boca en lo poco que quedaba de noche. Sergio no insistió.

La mañana amaneció fría, pero la nieve estaba bien, no muy espesa, pero si perfecta para el esquí. El desayuno fue taciturno, la falta de horas de sueño se notaba en el grupo.

-Venga, coged los que más os gusten. –Dijo su padre señalando las hileras de esquís y cascos.-

Estaban en la tienda de alquiler del equipo. Enfundarse las botas era algo complicado, pero ya tenían experiencia, dejaron sus zapatos en los casilleros y cogieron los esquís que habían elegido. Pronto estaban subiendo en el telesilla. El que primero llegó era biplaza, por lo que Leonor y Sergio lo compartieron. Ella permaneció taciturna, concentrada en bajar la pendiente. Él también permaneció silencioso, mirando como a la chica se le marcaba el trasero en el traje de esquiar.

La mañana pasó sin nada que reseñar más que alguna caída suave y un profundo dolor de piernas al terminar la sesión.

-Estoy muerta... –Se quejó Leonor.- Creo que me voy a echar una siesta.

Acababan de terminar de comer en el restaurante del hotel.

-Sí, hija, sube y duerme un poco, se te ve mala cara.

-¿Adonde vais vosotros?

-Queremos ver unas casas rurales que hay no muy lejos de aquí...

Sergio, que no tenía pensado ni de lejos ir a ver chozas de madera con sus padres, decidió que la idea de la siesta también le apetecía. En el cuarto, con su hermana, esta se metió rápidamente al baño, donde estuvo prácticamente una hora larga. Al final salió entre una nube de vapor y con el pijama ya puesto.

-Todo tuyo.

Él no tardó ni diez minutos en terminar. Las mujeres eran todas unas exageradas... Aunque claro, un hombre encerrado en un baño más de quince minutos se convertía en blanco de sospechas... Y precisamente por estar jugando con líquidos blancos, y no precisamente el champú.

Leo permanecía aún despierta, sentada encima de las mantas, viendo la televisión. Al parecer, el mando misterioso había aparecido. Viéndola ahí, con ese gesto relajado y tranquilo, el pelo ligeramente revuelto por el secador y los labios húmedos...

Sacó su cartera de su mesilla de noche. Su hermana siguió sus movimientos con la mirada.

-Cinco por mirar y cinco por tocar. –Recurrió a la fórmula habitual.-

-No. –Lo dijo como una sentencia.-

-¡Venga! –Insistió él. No le importaba suplicar un poco, el fin justifica los medios, y no tenía a ninguno de sus amigotes delante con los que alardear de machito.-

-Hoy no se puede. –Gruñó ella.- Además, no quiero.

-¡Por favor! ¡Leo!

-¡Qué no puedo! –Gritó ella de pronto.- ¡Me ha bajado la regla esta mañana! ¡Eres imbécil o qué!

La chica le clavó una mirada fulminante, esperando que siguiera insistiendo para soltarle una bofetada.

-Vale. –Cedió él, desanimado pero comprensivo con las circunstancias. No pudo evitar ponerse ceñudo.-

-Eres un guarro. –Rió ella suavemente.- Siempre estás pensando en lo mismo.

-Si tu estuvieras en mi lugar yo sería más generoso. –Señaló hoscamente.-

-¿Ah sí?

-Sí, te haría todo lo que quisieses, te enseñaría todo lo que supiera...

-¿Cómo que?

-Pues... –Se lo pensó.- Te dejaría tocarme... Te enseñaría como hacerlo... Te... Tocaría... Incluso...

-¿Incluso que? –Fue una pregunta retadora.-

-Llegaría hasta el final.

-¿El final? –Ella pareció comprender, manteniendo su sonrisa divertida mientras negaba con la cabeza- ¿Qué quieres decir? ¿Te acostarías conmigo? ¿Follarías con tu hermana? ¿Es eso lo que quieres decir?

Lo había lanzado más como una pregunta hipotética, pero el contundente "Sí" de su hermano la dejó turbada y confusa. Ante esa situación, a Sergio se le ocurrió otra idea. Sacó un nuevo billete de su cartera, esta vez de veinte euros.

-¿En qué... estás pensando? –Ella se tensó, recelosa.- Ya te he dicho que no puedo y tampoco quiero...

-No, tranquila. –Se sentó en su propia cama y le lanzó una mirada significativa.- Esta vez serás tú la que tendrá que tocarme...

Capítulo VII

La mirada del chico pasó de los ojos de su hermana a su propia entrepierna. La mujer soltó un silbido prolongado, sopesando lo que le estaba diciendo.

-No sé. –Exclamó ella tono teatral.- ¿Con la mano o con la boca?

-Eh... –Esta vez el que quedó con cara de confusión total fue él, no sabía si bromeaba o hablaba en serio.- Con... Co... Como tu quieras.

Se produjo un pequeño silencio.

-Mmm... –Ella cerró los ojos un instante, pensando en algo.- Está bien.

Ante el sorprendido Sergio, ella apagó la televisión y se levantó de la cama. Brillaba decisión en sus ojos, o al menos eso interpretó él, que tampoco había descartado que se tratara de una treta para cogerle con la guardia bajada y darle dos buenos directos.

-Va... Vale... –Balbuceó.- ¿Qué tengo que hacer?

-Nada, sácatela. –Se había sentado a su lado y le obligaba a recostarse poniendo una mano en su pecho. Señaló su entrepierna con un gesto de cabeza.- Enséñame a tu pequeño camarada.

-Sí... –El nerviosismo se apoderó de él. Tragó saliva.-

-¿A qué esperas? –Le observó como un halcón haría con un ratón.- ¡Vamos!

-Es que... –El chico se sonrojó.- Me da vergüenza.

-Ah, claro, que fácil es hablar... A mí me has manoseado todo lo que has querido, eso es peor. Vamos, sácatela. –Disfrutaba viéndole enrojecer, al fin se cambiaban las tornas.- Antes de que me piense en "tocarte" tengo que ver si algo que merezca la pena "tocar".

-Yo...

-¿Quieres que lo haga yo? –Dirigió su mano hacia la entrepierna de su hermano, pero este la detuvo, provocando un suspiro exasperado.- No te deprimas si la tienes pequeña, ya sabes que te desarrollarás más tarde.

Él gruñó, enfadado, cuando la escuchó decir eso. No la tenía pequeña. Para nada. No es que fuera por ahí viendo penes, lo máximo a lo que había llegado era a echar vistazos disimulados a sus amigos, y creía que era tan normal como ellos. Claro que si se comparaba con un actor porno quedaba muy mal parado, pero solo un necio se comparaba en cuestión de pene con un actor porno. Sería como compararse en velocidad con un atleta profesional. Además, Sergio dudaba que le gustaba tener un pene de más de veinte centímetros. Si cuando tenía una erección ya le resultaban molestas, ¿Cómo sería con una anguila monstruosa entre las piernas? Le daba escalofríos solo de pensar en la tienda de campaña que se formaría.

Sin embargo, las dudas seguían ahí, y, por la poca paciencia que exhibía su hermana, si no se decidía pronto, perdería la oportunidad de recibir sus cariñosas atenciones.

-¿Puedes... Cerrar los ojos?

-¿Qué?

-Si cierras los ojos... Si lo haces con los ojos cerrados... Creo que podré.

Leonor escudriñó su rostro, buscando su reflejo en los ojos azules de su hermano. Finalmente, los cerró mientras alzaba los hombros con indiferencia.

-¿Más cómodo?

-Sí. –Y era verdad, ahora se sentía bastante mejor. Qué estupidez.-

-Recuéstate y déjame hacer entonces.

Él hizo caso. Verla ahí, a su lado, a pocos centímetros de él y con esas intenciones... Tragó saliva.

Era preciosa, eso era innegable. Aún con los ojos cerrados, llevó sus manos a las proximidades de su miembro. Se tomaba su tiempo, acariciando poco a poco sus muslos. Esas manos sí que tenían conocimiento sobre el cuerpo de un hombre.

Cuando llegó a acariciarle por encima del pantalón, Sergio emitió un pequeño jadeo que la hizo sonreír. Le bajó lentamente los pantalones, y después hizo lo mismo con su ropa interior. Entre sus manos, sin verlo, tenía el miembro de su hermano.

-Tranquilo. –Dijo ella de pronto, notando sus temblores.- Estás en buenas manos...

Pese a que ya estaba medio-erecta, la cogió con fuerza y la sacudió un par de veces para terminar de despertarla. Su mano derecha quedó en el tronco, mientras la izquierda recorría desde los testículos hasta su pubis. Al llegar a esa zona se detuvo.

-No me lo puedo creer. –Dijo de pronto, mientras se reía escandalosamente.- ¡Te rasuras el pubis!

-Yo... Solo quería probar... –Los escalofríos nacían en su sexo y se extendían a todo su cuerpo. Sentir los dedos de su hermana en su casi rasurado pubis le hizo estremecerse.- Algo nuevo...

-Sí, ya veo. –La chica volvió a reírse.- No lo hagas nunca más, al menos no totalmente. A las chicos no os queda nada bien, los únicos que se depilan son los nadadores, los chaperos y los actores porno.

-Va... Vale... –Se lamió los labios.- Lo que tu quieras.

Ella, una vez explorada la zona con los dedos, se situó ya en posición seria para empezar. Para ese entonces su miembro latía a plena potencia, firme, esperando con devoción la mano más experimentada de su hermana.

Y comenzó el sube y baja...

Sergio contuvo un sonido de placer en su garganta.

-Chsst... –Le silenció ella.-

Era increíble lo extraño que se sentía al no ser su propia mano la que hacía el trabajo, era diez veces mejor, donde iba a parar... Masturbarse a uno mismo le parecía algo vulgar en esos momentos. Además, ella estaba esmerándose, acariciaba sus testículos, apretaba su glande... Utilizaba tanto los dedos como las uñas, buscando el contraste preciso para aumentar el placer.

-¿Y bien? –Preguntó él, necesitado de saber si había pasado su examen.-

-Está... Bien... –Carraspeó, como si no supiera que decir.- Es normal.

-¿Estas segura? ¿Está todo bien? –No pudo esconder su ansiedad. De repente, toda la escena le pareció surrealista.-

-¿Crees que yo soy una experta? –Replicó ella, aparentemente irritada.- ¿Cuántas pollas te crees que he visto en mi vida?

-Más que yo, seguro.

Si no tuviera los ojos cerrados, estaba seguro de que su hermana los hubiera puesto en blanco.

-Tiene buen tamaño y grosor... –Comentó ella con un tono de voz que él conocía bien. Era la misma voz densa y pastosa que se le ponía cuando estaba un rato acariciándole los pechos hasta lograr excitarla.- Estás en la media, y eso sin haber pegado aún el estirón... ¡Vaya! Cuando acabes de crecer serás realmente un "chico grande".

De repente volvió a reírse a grandes carcajadas, en ningún momento soltó su miembro, y Sergio, en la nube en la que estaba, no se tomó a mal las risas. Le había dado su aprobación. ¡Qué diablos! No le importaba su aprobación, lo importante era que le estaba tocando...

-Mmm... –Él cerró los ojos, dejándose al placer.-

-¿Te gusta? ¿Te gusta que te hagan una paja? –Ella siguió hablando con ese tono extravagante.-

-Sí... Sí...

-¿Quieres correrte ya o qué dure más?

-Ma... Más...

-Pues esto está a punto, si aprieto un poco aquí...

-Ooh... –Gimoteó él cuando ella apretó la base de su glande.-

-Y otro poquito aquí...

-Humm...

-¿Te gusta? ¿Te gusta que tu hermana te esté haciendo una paja?

-Sí...

-Seguro que deseas correrte en su cara, o en su boca, y que se lo coma todo, ¿Verdad?

Por unos instantes Sergio dudó sobre si estaba tomándole el pelo o no. No sabía si estaba hablándole así porque estaba excitada o si, por el contrario, se sentía la persona más humillada del mundo. Tampoco estaba para captar indirectas amargas, tenía demasiada sangre en la entrepierna. Decidió ser neutral y que ella escogiera.

-Ah... No... Lo... Lo que tú quieras...

Ella aceleraba y detenía el ritmo de las caricias conforme quería, torturándole un poco. A veces incluso apretaba en la base de su pene o en sus testículos, lanzándole punzadas de dolor que, en ese estado, tan solo acrecentaban su placer.

-¿Lo que yo quiera? ¡Qué generoso! –Dijo con ironía mientras le pellizcaba el escroto.- Seguro que quieres correrte en mi cara, sí, para eso soy tu puta, es lo que quieres ¿Verdad?

-No eres una puta. –Él ya estaba en el delirio pre-orgásmico, donde los sentidos se nublan y la razón se pierde. Sus caderas se alzaban contra la mano de su hermana de forma instintiva.- Princesa... Eres una...

El clímax llegó.

Fue, sin duda, el mejor orgasmo que tuvo en lo que llevaba de vida. Dos potentes chorros de esperma salieron de su miembro, causándole una punzada de alivio en los testículos. Pero, más que la eyaculación, lo mejor fue la sensación en sí, el calambre... Durante casi veinte segundos su cuerpo vibró, y en ello también participó que su hermana continuara con su paja y, sobretodo, con sus caricias.

Sergio se dejó caer en la cama, derrotado. El impacto muscular de ese orgasmo había sido brutal, nunca antes había tenido nada parecido. El morbo, la persona que le acompañaba, su voz deliberadamente convertida en una incitación...

Abrió los ojos poco a poco, encontrándose con su hermana aún en su regazo. Su pene, medio flácido, caía derrotado hacía un lado. Ella jugueteaba entre sus dedos con lo que parecían los restos de su corrida, como si fuera lo más normal del mundo. Tenía los ojos abiertos, pero ya no sintió vergüenza.

-Gracias... –Susurró con una voz cargada de adoración.- Gracias... Ha sido la mejor... Eres la mejor...

-Que cariñosos sois todos cuando os habéis corrido. –Respondió ella con ironía. Exhibía una leve sonrisa en su rostro, pese a que en sus ojos seguía habiendo una especie de velada cautela.- Me debes una.

-Te la devolvería... –Musitó.- Pero al final acabaría haciéndote cosquillas en vez de...

-Qué drama... –Puso los ojos en blanco.- Pues habrá que enseñarte, no es plan de que vayas por ahí provocando carcajadas en vez de orgasmos, faltaría más.

-Seré un alumno dedicado.

-Y yo... –Leo se inclinó sobre su entrepierna, cogió el flácido falo entre sus manos, descubrió el prepucio y besó tiernamente el glande.- Una buena profesora...

Sergio, vencido por el orgasmo y el mar de sensaciones, sumado al agotamiento general de haber dormido poco, junto con el esquí, cayó dormido poco después, sin acordarse siquiera de limpiar los restos de su orgasmo. Su último pensamiento fue que ninguno de sus amigos le creería si les contara lo que acaba de ocurrir. Afortunadamente, no tenía pensado contárselo jamás.

Leonor lo observó un rato desde su propia cama. Se había lavado las manos, pero parte del olor a hombre proveniente del semen permanecía en ellas, impregnándolas temporalmente.

Recordándole la locura que acaba de cometer.

Se acercó los dedos a la nariz, notando una esencia penetrante que no le era desconocida. Su hermano se revolvió en sueños; tenía una sonrisilla inocente en la cara y, pese a que Leonor le había intentado tapar después de limpiarle, terminó por dejar medio cuerpo fuera de la manta que le cubría. Ella se rió con suavidad, contemplándole.

-"Princesa..." –Pensó Leo, enternecida en su fuero interno, mientras también era acariciada poco a poco por los brazos de Morfeo.- "Me ha llamado princesa..."

Capítulo VIII

El teléfono móvil de Leonor les despertó casi a la hora de cenar. Sus padres reclamaban su presencia. Con pereza, Sergio se dio una ducha y se vistió. Leonor, tras peinarse y vestirse, también exhibió una mueca que decía a todas luces "Dormida estaba mejor".

Dieron un paseo por el complejo, contemplando la iluminación de las pistas por la noche, después cenaron, y, durante casi dos horas, lo único que escucharon fue el extendidísimo discurso de su padre sobre las casas rurales y los turistas que las visitaban. Pasada la cena, no tenían nada programado. Había una discoteca cercana a la que Leonor tenía pensado ir, pero el "No" tajante de sus padres le bajó los pies a tierra.

De nuevo en su cuarto, ambos se echaron en sus camas sin sueño y sin saber qué hacer esa noche. Para su aburrimiento, incluso la televisión pareció conspirar contra ellos, todo lo que echaban era cotilleo o series aburridísimas.

-Ovarios de mierda... –Rugió de pronto Leonor, acariciándose el bajo vientre.-

-¿Te duele? –Preguntó Sergio inocentemente.-

-No, estoy fingiendo. –Le miró de forma acusadora.- Da gracias por ser hombre...

-Bueno, bueno, no te pongas así, es que no sé, como a mi no me pasa, no me hago ni una idea de qué sientes. No puede ser para tanto. –El joven arqueó una ceja de forma insultante.-

-Te daré una pista. –El tono alegre y amable que utilizó debería haberle avisado del peligro.-

La chica, con una mueca maliciosa en su cara, abandonó su lecho y fue al de su hermano. Con un movimiento rápido y certero, le propinó un golpe seco en los testículos. Él no tuvo tiempo ni de pensar en qué estaba pasando antes de expulsar todo el aire de los pulmones.

-Jo... Der...

El dolor era atroz. La debilidad extrema llegó a su cuerpo. Parecía que todo su organismo quisiera retorcerse de dolor; una sensación potente, profunda y muy, muy desagradable. Estuvo un par de minutos retorciéndose, siendo los primeros treinta segundos tan insoportables que incluso deseó la muerte. Había tenido golpes similares mientras jugaba al fútbol, y siempre había deseado la muerte en uno u otro momento.

-¿Duele? –Preguntó su hermana con fingida inocencia.-

-Ahora... Ahora te entiendo... –Dijo él tras recuperar la voz.- Si es algo parecido a esto... Sois increíble si podéis... Soportarlo...

-Lo somos, lo somos... –Corroboró ella, ufana.-

Estaba sentada en su cama, una posición parecida a la que había tenido hacía pocas horas antes de masturbarle con magníficos resultados. Intercambiaron una mirada unos segundos.

-¿Cuánto cuestan tus besos? –Preguntó él de pronto.-

-¿Mis besos?

-Sí.

-Los besos de una mujer no están en venta. –Respondió ella tras reflexionar unos instantes.- Son algo que se regala. ¿Es que nunca has visto Pretty Woman?

-¿Es una película? –Sí, la había visto, muy a su pesar, pero prefería hacer rabiar a su hermana.-

-Eres un caso perdido... –De nuevo puso los ojos en blanco.-

-Bueno, bueno...

-¿También quieres que sea yo la primera en besarte? –Volvió a usar el tono malicioso.-

-En realidad... –Él desvió la mirada hacia otro lado. No es que se avergonzara de eso, ni mucho menos, pero dicho en una situación así le hacía parecer arrogante.- Serías la quinta.

-¿Qué? –Rió ella.- Vaya, vaya, menos mal, no eres tan lento como parecías... ¿Y quienes han sido las afortunadas?

-Unas compañera de clase... -Dijo él con orgullo, su sonrisa desapareció cuando recordó el resto.- Y...

-Y...

-La tía Luisa. –Sintió un escalofrío.- Yo no quería, fue ella la que...

Su hermana estalló en carcajadas, de nuevo esa risa tan sana y atractiva, se retorció en la cama de Sergio, intentando imaginarse a su tía besándole.

-¡Pero si tiene más bigote que papá! –Decía, con los ojos anegados en lágrimas de tanto reír.-

-Fue ella... Me pilló por sorpresa...

-Dios... Es tan bueno... –Se llevó las manos a las costillas.- No puedo creérmelo... Ay... Genial...

-Bah...

-Venga, venga... Y las de tu clase, ¿Eran guapas? ¿Qué sentiste?

-Bueno, no fue nada del otro mundo, me gustó, claro, pero... No me emocionó especialmente.

-Un beso es algo diferente en cada persona. –Se había dejado caer a su lado, tumbada boca abajo y con la cabeza girada, mirándole.- Si no hay sentimientos de por medio, no deja de ser lo mismo que un apretón de manos, no es nada... Un buen beso... Sabes que es bueno porque sientes algo...

-¿Algo?

-Puede ser electricidad, pueden ser mariposas, saber que quieres o estimas a esa persona... No sé describirlo mejor, pero se sabe.

-Sabes mucho de besos, por lo que veo.

-Un poco. –Se dio aires modestos con un guiño.-

-¿Y has sentido ese "algo" muchas veces? –Preguntó él, astutamente.-

-Pues... No, la verdad es que no tanto como me gustaría.

-Pero has dado muchos besos...

-Sí.

-¿Sin sentir ese "algo"?

-Supongo...

-¿Entonces por qué los das?

-Pues porque... –Ella abrió la boca para decir algo, pero entonces, confusa, la volvió a cerrar.- No lo sé.

-Muy lógico. –Bufó.-

-A veces... –Explicó Leonor.- Hacemos cosas que no queremos...

-Entiendo... Bueno... Lo entenderé. –Le encantaba este grado de acercamiento y confianza que estaba experimentando con su hermana, no solo podían hablar de temas serios, sino que, poco a poco, se abrían el uno al otro.- Algún día.

-Sí, tarde o temprano todos lo entienden. –Suspiró ella.- Pero a lo que íbamos, ¿Quieres ganarte mis besos?

-Necesito saber besar. –En realidad no habría aceptado besar a cualquiera, en ese momento solo le apetecía ella.-

-Bueno, pero tengo que probarte... –Humedeció sus labios.- Si no hay nada, pues...

-Espero superar su examen, profesora. –Rió él, un poco nervioso.-

Leo se apoyó en sus manos y en sus rodillas hasta quedar sobre su hermano, ella era más alta que él, y la postura bastante comprometida, pese a todo, solo tenían ojos para sus mutuos labios.

-¿Qué... Qué tengo que hacer?

-Ahora no voy a enseñarte la técnica, solo a probar...

-Probar...

Ella se inclinó hacía él... Y...

Sus labios se fundieron en un hermoso instante.

Sergio cerró los ojos instintivamente, sentir ese beso era... Diferente. Notó como su garganta, su pecho, todo su cuerpo, vibraba de emoción. Quiso abrazar a Leo, acercarla aún más a él, pero no se atrevió, no quería hacer nada que rompiera la conexión que mantenían sus labios.

Pero unos segundos después terminó.

Lentamente abrió los ojos. Su hermana seguía encima, sus labios apenas a dos centímetros de los suyos, ella mantenía los ojos cerrados. Cuando Sergio iba a decir algo, ella lo besó de nuevo.

Y sintió lo mismo.

Ella finalmente se despegó, le miró intensamente.

-¿Qué dirías? –Preguntó.- ¿Te ha gustado?

-Algo... –Fue lo que respondió.- Una sensación que recorre todo tu cuerpo y te hace sentir bien. ¿Es eso?

-Es un comienzo. –Dijo ella enigmáticamente, con el ceño fruncido.-

Le besó varias veces más, besos cortos y llenos de entusiasmo.

-Un comienzo bueno...

Más besos, más pasión.

-Inmejorable...

Ella abandonó su comprometida postura y se sentó en un lado de la cama. Aún mostraba esa expresión de desconcierto que le había visto antes.

-Sí, está bien, creo que puedo... –Carraspeó mientras se lamía los labios.- Enseñarte.

Se mostró reflexiva unos instantes, como sopesando los límites y los contenidos.

-Bueno, para empezar... Hay muchos tipos de beso, muchos nombres, ya sabes de tornillo, pico... Todas esas cosas... ¿Los has escuchado antes?

-Sí.

-Pues olvídate de todo lo que hayas escuchado. –Fue absolutamente tajante.- Un beso no se puede definir, porque es, del sexo, lo más diverso. Puedes morder, acariciar, lamer, presionar, aspirar... Imagínate un concurso de baile estilo libre, pues son las mismas reglas.

-Lo entiendo, creo.

-Sí, bueno. Para recibir un beso la postura natural de los labios es esta. –Le colocó los labios con sus propias manos, juntos, paralelos, ligeramente entreabiertos.- Pero cambia después. Dependiendo de...

-Sé que toda esta teoría es importante. –Dijo él, abandonando la postura de labios que su hermana le había marcado.- Pero creo que la práctica es más importante.

-Tonto no eres. –Rió ella.- Está bien. Ahora, mientras te beso, ladearé ligeramente la cabeza, tu tendrás que moverte para acomodar la postura y seguir mi ritmo.

Volvieron a fundirse, y ella le degustó, poco a poco, ladeando lentamente la cabeza hacia un lado, Sergio la siguió, al principio con movimientos torpes, buscando no despegarse de ella. Un rato después, tras numerosos intentos, consiguió que fuera algo natural, un movimiento casi instintivo, incluso con los ojos cerrados. Le gusta el estilo libre.

-Aprendes rápido. –Observó Leo cuando se despegaron momentáneamente.- Ahora abre un poco más los labios, vamos a... Como si pellizcáramos los labios del otro con los nuestros propios, esto es más apasionado.

Dicho y hecho.

Juntos de nuevo, moviéndose, respirándose el uno al otro... Esta vez Sergio no pudo evitar el deseo de llevar una mano hacia la espalda de su hermana, de acariciarla, sentirla aún más cerca...

-Bien, bien... –Comentó ella, pasados unos minutos de prácticas y correcciones.- Irás mejorando, esto es como la bici, con práctica se consigue.

Estaban muy juntos el uno del otro, pero tan cómodos...

-Saca un poco la lengua. –Ordenó.- Deja la boca entreabierta...

-¿Afi? –Preguntó él, sintiéndose ligeramente idiota, pero divertido. Le gustaba que ella llevara la voz cantante. Había algo excitante en el acto de seguir indicaciones.-

-Sí. Al principio te parecerá extraño, incluso ridículo, pero un beso con lengua, sobretodo cuando hay pasión de por medio, es lo mejor.

Ella abrió ligeramente su boca y se acercó a la de su hermano. Notarse dentro de ella fue embriagador. Al instante la lengua de la chica luchó por enrollar la de Sergio, la acariciaba, la movía. Él al principio se sintió torpe, pero luego empezó a entrelazarla, y lo conseguía. Percibió el sabor de su hermana, de su saliva.

Se estremeció de placer y no pudo contener un gemido que tuvo su eco en la garganta femenina.

Y ella exploró más, pronto estuvieron estrechamente abrazados. Ella le acariciaba, recorría también su cuerpo, le apretaba contra sí. A Sergio le encantó eso, pero, pasados unos instantes, comenzó a notar que, literalmente, se estaba ahogando, no conseguía el suficiente aire que necesitaba para respirar, la pasión, el beso prolongado, los abrazos, las caricias... Se fue mareando poco a poco, incapaz de despegarse, temeroso de que no se volviera a repetir. Al final pudo más su necesidad de respirar, puso sus manos entre su hermana y él y empujó, se la quitó de encima, tosiendo, reclamando aire, oxígeno.

-¡Dios! Lo siento, me he pasado. –Le sacudió por los hombros, alarmada.- No debí exagerar tanto, me dejé llevar y... ¿Estás bien?

-Estoy... Coff... Bien... –Farfulló él, aún notaba el sabor de la mujer en su boca.- Es... Perfecto...

-He estado a punto de matarte de un beso con lengua... –Exclamó con amargura.- ¿Ves las tonterías que hago por tu culpa?

-Habría sido una muerte dulce. –Rió él, recuperado.- ¿Seguimos?

Capítulo IX

Sergio percibía su erección a plena potencia, también, entre los roces y caricias, había sentido los pezones erectos de Leo clavarse en su torso a través de los respectivos pijamas.

-Bien... –Ella le lanzó una última mirada para comprobar que estaba bien.- Ahora será todo más libre, más que un beso será... Un mixto, con caricias y todo lo que se te pase por la imaginación, será lo que más comúnmente se denomina "enrollarse".

-Suena encantador. –Rió él, excitado.-

-Empezarás besándome, luego irás a mi cuello, o mis orejas... Ahí déjate llevar, puedes incluso usar los dientes, pero no muerdas fuerte, que he conocido a cada salvaje...

-Bueno, lo intentaré... –Dudó él, nervioso.- Pero no esperes gran cosa...

-Tranquilo.

Se situaron de nuevo en posición, ella humedeció sus labios y, lanzando antes una sonrisilla, se fundieron en un beso. Poco a poco fue subiendo de nivel, apasionado, lujurioso... Sergio pensó que sería el buen momento para empezar con la segunda parte, así que abrazó a su hermana, mientras sus manos la acariciaban por todas partes y dirigió su boca a su cuello, que instantáneamente empezó a morder suavemente, improvisando.

Su hermana estaba totalmente encima de él, por lo que su miembro, erecto, frotaba contra su vientre, a veces incluso penetraba entre sus muslos. La fricción le estaba proporcionando un agradable placer.

Lamiendo y mordiendo fue subiendo, una de las manos de su hermana le acariciaba y pellizcaba el torso, otra la cintura, las del chico estaban situadas en la espalda y en el costado de ella, tocando, de vez en cuando, el contorno de uno de sus pechos.

-Así... –Susurraba ella, visiblemente excitada, habiendo empezado a besarle por todas partes, desde la barbilla hasta el cuello.- Sigue...

Sergio lamió la oreja de la joven, ella soltó un pequeño jadeo y se contrajo, después, casi por inercia, lanzó un sutil mordisquito al lóbulo de esta. Le gustaba, puesto que el tenue gemido volvió a repetirse. Las caricias y la fricción, todo subía de nivel. Chocaron sus labios una vez más, encontrándose a medio camino, y se besaron- Leo jugó claramente el papel dominante, clavándole unos ojos lujuriosos que enturbiaban el azul inmenso de su mirada, incluso la pequeña mancha de su iris parecía llamear.

Estuvieron un buen rato juntos, sintiendo sus cuerpos y sus bocas, dedicándose pequeños mordiscos, marcándose el uno al otro. El roce de su miembro contra su hermana se acrecentó, incluso ella, que obviamente lo estaba notando, parecía propiciarlas.

En uno de los momentos, llevado por la pasión, Sergio apretó uno de los pechos de su hermana. Esta se contrajo instantáneamente, pero esta vez por una mueca de dolor.

-"Hay días en los que incluso duelen." –Le había dicho su hermana hace un tiempo, refiriéndose al ciclo menstrual.-

-Perdona, no lo hice aposta... ¿Te ha dolido?

-No, no es nada. –Corroboró ella.-

Pero el inoportuno gesto había acabado con la atmósfera de pasión y lujuria. Su hermana desmontó de su torso, quedando nuevamente sentada en el lecho. En su cuello, alguna que otra marca rojiza, fruto de los lametones y mordiscos de su hermano, delataba la pérdida de control que ambos habían sufrido.

Estaban los dos acalorados, respirando agitadamente. Ella le miraba, él seguía sus ojos.

-Por hoy... –Dijo ella, observando el reloj que había en la mesilla.- Está bien.

Sergio no pudo evitar bajar la mirada hacia su gran erección, sin duda, tendría que hacerse una paja en el baño para que su miembro se aletargara. Leo siguió la mirada de su hermano y puso los ojos en blanco.

-Supongo que no es justo que te deje eso así. –Murmuró con malicia, y un nerviosismo relativo.-

Sus manos llegaron pronto a la excitadísima entrepierna del muchacho, este se colocó de forma que le fuera fácil acceder a la zona. Entrecerró los ojos, dejándose llevar por el placer. Su miembro salió disparado de su ropa interior, pidiendo a gritos atención.

-Se alegra de verme. –Rió Leo.-

Sus manos pronto recorrieron el aparato, que irradiaba un calor brutal, especialmente en la punta, toda enrojecida. La paja estaba siendo fenomenal, apasionada, Sergio la disfrutaba como un loco de sus caricias, y jadeó cuando, de repente, estando él con los ojos cerrados y disfrutando, ella paró.

-¿Qué...? –Se quejó él, abriendo un poco los ojos.-

Entonces descubrió como ella tenía toda la atención puesta en su trozo de carne. Parecía muy seria, y asintió para sí misma, como si hubiera tomado una decisión. Poco a poco agachó la cabeza, y, de pronto, la humedad y una sensación única de confort embargaron a Sergio, que no pudo evitar soltar un suspiro sonoro y prolongadísimo.

-Aaaah...

Ella comenzó a lamer su dura carne, centímetro a centímetro, acariciando sus testículos con una mano, mientras con la otra se apoyaba.

-Mmmm... –Continuó gimiendo él, que por instinto había empezando a mover ligeramente las caderas, estando también tentado a llevar una mano a la cabeza de la chica, pero sin hacerlo finalmente. Recordaba el encuentro en el parque, y la mirada de irritación que le había dirigido al tipo cuando este había intentado controlar su movimiento.-

Sergio no sabía si su hermana tenía mucha o poca experiencia, pero lo que sí tenía claro es que el placer que le estaba dando nunca lo había sentido, ni siquiera de lejos. Sus labios, la succión, su lengua... Toda su boca trabajaba al unísono... La saliva lubricaba la piel que luego era acariciada por los labios y atormentada con la lengua.

Se creyó morir de placer.

Antes de poder siquiera articular una palabra, coincidiendo con un ritmo especialmente vertiginoso de su hermana, cuya cabeza subía y bajaba de forma espectacularmente rápida, se corrió. Fue un orgasmo fuerte, lleno de gemidos y jadeos, golpeó con el puño cerrado la cama, varias veces, descargándose.

No fue consciente de la realidad hasta pasados los primeros instantes. El primer chorro de semen, el más importante, había ido de lleno en la boca de su hermana, el segundo, habiendo conseguido apartarse un poco, manchaba sus labios y su mejilla. Ella le miró unos instantes, después, haciendo una mueca de desagrado, escupió la carga de su hermano en un pliegue de la sábana. Ver su semen salir de la boca de su hermana fue una imagen extremadamente erótica. Deseó volver a hundir su sexo en esa preciosa y cálida boca.

-Antes de correrte... Avisa. –Dijo ella con voz pastosa, mirándole ceñuda.- A algunas chicas, incluida yo, no les gusta tragarse el semen...

-Perdona... –Dijo él con un hilillo de voz, incapaz de recordar cuantas veces se había disculpado a lo largo del día.-

-No importa, no te lo dije. –Ella se limpió con la sábana los restos de semen que cubrían su mejilla.- Toma, tu castigo.

Gateando, trepó sobre él y consiguió llegar hasta su cabeza, entonces, con una sonrisa pícara, le besó. Un beso profundo y con lengua, que Sergio notó al instante cargado con el sabor de su propia esencia, un sabor amargo y salobre, extraño... Muchas veces, cuando se masturbaba, examinaba su leche con interés morboso, pero nunca había llegado al punto de probarlo, y ahora... Degustar su esencia, arrancada por los labios de su hermana... Era como beber malvasía en un cáliz de oro.

Ambos sabían que su miembro, aún destapado, estaba ahora totalmente sobre la entrepierna de la chica, solo les separaban dos finas capas de tejido... Tan solo eso y podrían estar juntos, plenamente juntos...

Pero finalmente pudo el sentido común, y se separaron para tumbarse; él, agotado, ella, aún sofocada.

-Iré a darme una ducha... –Apuntó ella, carraspeando.- Una ducha fría.

Sergio, adormilado, se dejó llevar por el sueño. En un estado de duermevela, escuchó como el agua de la ducha corría, durante más o menos una hora. Después salió su hermana, con un pijama nuevo puesto, pero, curiosamente, sin tener el pelo mojado. ¿Qué habría estado haciendo todo ese tiempo en el baño sino era ducharse? ¿Y para qué dejar el grifo abierto?

Pensar en que Leo había estado masturbándose por la excitación que él le había provocado le hizo sentir poderoso y especial. De repente, se dio cuenta de que, después de cada "encuentro" que tenían en casa, lo más normal era que su hermana se encerrara su cuarto con la música escandalosamente alta. ¿Es posible que hubiera estado consolándose a su salud? Tuvo un repentino escalofrío.

El día siguiente fue realmente aburrido, el esquí estaba bien, pero había demasiada gente y la nieve no era lo suficientemente espesa. Lo mejor de la jornada fue la comida en un restaurante cercano; el cordero lechal estaba riquísimo. El viaje de vuelta, otra vez de noche, fue casi una repetición del de ida; su madre durmiendo mientras su padre fumaba su puro y tarareaba las canciones de la radio..

Leonor tenía la cabeza ladeada, arropada por la manta. Sergio, en su lado, hacía lo propio. Y todo habría seguido así hasta terminar el viaje de no ser porque la mano de su hermana se posó, descaradamente, sobre su entrepierna.

Ella ni le miraba, estaba absorta observando a través del cristal. Pero su mano, diestra en la labor, acariciaba con suavidad su miembro por encima de la ropa. Sergio, nervioso y excitado, vigilaba a su padre, que permanecía absorto en su musiquilla. Leo se aproximó un poco más a él, hasta quedar juntos. Sus miradas se cruzaron un segundo, leyéndose sus mutuos mensajes.

-"Estás loca" –Decía él.-

-"Mira quien fue a hablar" –Respondía ella.-

Pronto sus pantalones y su ropa interior fueron abordados por los finos y suaves dedos de Leo, que comenzó con un masaje, primero con los dedos, luego con la palma de la mano. Cuando su miembro hubo alcanzado casi todo su vigor, ella lo estrechó y empezó a masturbarle.

-Mmm... –Lanzó en un susurro casi imperceptible, notando el calor recorrer todo su cuerpo. La sangre le hervía en las venas.-

Percibía todo, desde la mano de su hermana subir y bajar, hasta su glande, descubierto, rozar contra la manta. El ritmo era lento, cadencioso, una tortura. Dada la oscuridad y que Sergio estaba detrás de él, por mucho que su padre mirara por el retrovisor no iba a notar nada raro, la radio y su suave canturreo ocultaban los posibles jadeos que le escaparan, y el olor acre del puro ocultaría el olor intenso de...

Tragó saliva una vez más.

Las caricias aumentaron de intensidad. Ella le miraba, buscando sus ojos, le clavaba una mirada de fuego que a él le pareció inmensa y todopoderosa. Su cuerpo, debajo de la manta, había empezado a retorcerse de placer. Un par de minutos después, la diestra mano de su hermana conseguía su objetivo. Sergio, ahogando cualquier sonido en la garganta, dejó escapar su esperma. Ella fue inteligente y colocó su otra mano como escudo para manchar lo menos posible la manta.

Leo sacó de su bolsillo una de las toallitas que había cogido del baño del hotel, la abrió con los dientes y limpió el semen de su mano. Abrió otra y limpió el miembro de su hermano, haciendo sentir escalofríos a este, pues el tacto con la toallita era extraño, incluso escocía, dado que tenía perfume de limón. Todas las evidencias de su "juego" fueron lanzadas por la ventanilla, haciéndolas pasar por un pañuelo que hubieran utilizado para sonarse la nariz.

Ambos hermanos volvieron a mirarse profundamente, bañándose en los ojos azules del otro. Por debajo de la manta, Sergio buscó la mano de su hermana y la estrechó. Los dos supieron que todo era diferente, algo especial. El viaje transcurrió sin más "incidentes", sus manos estuvieron entrelazadas hasta la hora de bajar del automóvil.

Capítulo X

Complicidad, esa era la palabra. Nunca había existido una unión tan estrecha y fuerte entre los dos hermanos. Ahora iban juntos al instituto e incluso se saludaban en los patios cuando se veían, cosa que antes era poco menos que un sueño, dado que Leonor solía hacer como si no tuviera ningún hermano. En casa la cosa era aún mejor, desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche, ellos eran los dueños del bungalow. Solos, cómplices. Hablaban y hablaban y hablaban... Ella le llamaba ahora frecuentemente "Sergi", su apelativo cariñoso, dado que su padre era catalán y esa es la correcta forma de pronunciar su nombre. Él pensaba que, hasta hacía pocas semanas, Leonor había tenido mucho que decir y nadie a quien decírselo.

A veces se sorprendía observándola, embobado, escuchando sus problemas, sus dudas, su poca fe en su vida académica...

-Yo sé que puedes pasar de curso. –Dijo él tajantemente.-

-Sí, claro. –Ella se dejó caer en el sofá, desanimada.- Me han quedado seis en el primer trimestre, y tres en el segundo, por si no te has enterado.

-Tres son superables. Tu tienes cabeza, lo sabes y lo sé. –Insistió él.-

-Es fácil decirlo.

-Solo tienes que organizarte mejor. –Sergio estaba decidido a darle una salida sencilla al problema.- Por ejemplo, en vez de estudiar solo el día anterior de los exámenes, o no estudiar, hazlo dos o tres antes, y sobretodo, no te pelees con los profesores o te cogerán manía.

-¿Más aún? ¿Es eso posible? –Dijo sarcásticamente.-

-Contigo se puede llegar a límites insospechados. –Empezó a reírse.- Uno sabe donde empieza pero no donde acaba...

-Serás... –Ella le lanzó el cojín del sofá, entendiendo el doble sentido.-

-No inicies una batalla que no puedas ganar. –Murmuró sabiamente mientras le dedicaba una mirada amenazadora y blandía su propio cojín.-

-Con pajarracos más grandes que tú me he topado.

Ambos levantaron sus propios objetos, dispuestos a lanzarlo ante la más mínima provocación.

-Bueno, bueno... –Masculló él.- Que estos cojines tienen cremallera, ten cuidado.

-No sea que te saque un ojo. –Se burló de él.- Porque tuerto no sé si le gustarías a las chicas.

-¿Ah no? –Contraatacó.- ¿Y a ti? ¿Te gustaría a ti?

-Quizás... –Hizo un ademán teatral.- Es lo que me faltaba en mi colección... He tenido un macarra... Un drogadicto... Un delincuente... Un tuerto no estaría mal.

-Bien, entonces lanza. –Puso los brazos en cruz en posición victimista.-

-Es que... –Ella devolvió el cojín al sofá.- Pobrecito, sin ojo... Con lo bonitos que son.

-Claro, que fácil es decirlo, son iguales que los tuyos. –Se burló él.- En realidad te estás piropeando a ti misma, egocéntrica.

-¡Qué dices! Mis ojos son horrorosos. –Se miró en uno de los espejitos decorativos que colgaba en las paredes del salón.- Con esa cosa ahí...

Se refería a la mancha en su iris. Recientemente habían secuestrado a una niña en Portugal que tenía la misma tara que Leonor. Todo el mundo opinaba que la chiquilla tenía unos ojos preciosos, ella decía que eran feos. Sergio fue hasta donde ella se encontraba y rodeó su cintura con un brazo.

-No seas estúpida. –Exclamó con firmeza.- Son preciosos. Y ese toque diferente y único que tienes te hace aún más especial. Ya me gustaría a mí tenerlo, con lo que se debe ligar.

Se observaron mutuamente unos instantes.

-Eres un idiota. –Sentenció finalmente ella, como llegando a una conclusión.-

-Eso dicen. –Se dejó caer nuevamente en el sofá.- ¿Esta tarde sales?

-Bueno, tenía pensado ir a dar una vuelta... –Dudó.- Pero creo que tenemos una clase pendiente.

-¿Sí? –Se le iluminó el semblante.-

-No besas mal y también vamos bien en el terreno de las caricias pectorales. –Usó un tono muy técnico, haciéndose la profesional.- Pero hay ciertos lugares a los que ni siquiera has llegado...

-Estás diciendo que...

-Algún día teníamos que llegar a "ese" punto. –Dijo sin más.- ¿O es que no quieres?

-¿Yo? ¡Pero que dices! Sí, sí, sí... –Estaba entusiasmado. Si fuera un perro, estaría meneando la cola. Aunque no necesariamente necesitaba ser uno para hacerlo.- Es decir, lo intentaré, prestaré atención, iré a por la cartera y bueno, sí... Dios, no puedo creerlo...

-Eh, eh, tranquilo. –Rió ella, viendo a su hermano a punto de un ataque al corazón.- Contrólate. Esto es por motivos... Filantrópicos...

-Y yo te lo agradezco. –La abrazó por detrás, dándole además un beso en la espalda.-

-Venga, sube, y no te vayas a caer por las escaleras.

Él subió como una flecha; ella se tomó su tiempo, dejándole sufrir la espera. Llegaron a su cuarto y, como siempre, pusieron el pestillo en la puerta pese a estar solos. Daba una seguridad que una puerta abierta no tenía. Leo colocó el gran espejo frente a la cama, como cuando solía darle lecciones prácticas. Sergio, excitadísimo, esperaba. Había dejado un par de billetes en la cómoda, siguiendo el ritual.

-Bueno... Antes que nada... –Ella también parecía estar nerviosa.- Tienes que comprender que los genitales de las mujeres no tiene absolutamente nada que ver con los de los hombres; es una zona muy delicada, puedes hacer mucho daño si no vas con cuidado.

-Sí, lo entiendo. –Se mostró igualmente inquieto.- Tendrás que decirme como y donde... Al menos la primera vez...

-Tranquilo, te guiaré paso a paso. –Ella se quitó los pantalones lentamente, mostrando sus trabajadas piernas.- Y como siempre... Esto...

-Queda entre nosotros, sí, no tienes que decírmelo más veces. –Añadió con ansía de que se desnudara finalmente.-

Ella llevó sus manos a los lados de sus braguitas, eran rosas, casi transparentes, muy bonitas. Se las quitó despacio, tiñéndose sus mejillas de un tono sonrojado. Ante sus ojos quedó de nuevo su bellísimo pubis que, al tener los muslos apretados, es lo único que podía ver.

Hubo un momento tenso, de inquietud. Sergio suponía que ella no se atrevía a dar el primer paso, pese a todo lo que se pudiera pensar de ella, era una mujer tímida.

-Cerraré los ojos. –Murmuró él con dulzura.-

Se sentó en la cama, frente al espejo. Pronto pudo sentir el peso de su hermana en el lecho, y a esta, acomodándose entre sus piernas, como la tarde en la que le había enseñado a acariciar correctamente los pechos de una mujer. Estaban pegados, muy pegados. Mantener los ojos cerrados fue muy difícil para él, pero lo hizo. Quería que confiara en él. Notó las suaves manos de su hermana buscar y entrelazarse con las suyas.

-Déjate llevar. –Susurró sugerentemente.-

Sus dedos se fundieron, convirtiéndose en un solo ente movido por la voluntad de su hermana, él era un mero espectador, aunque sin ver nada.

Notó una superficie lisa y delicada hasta que llegaron a una suave línea de vello.

-El pubis. –Narraba Leonor con esa misma voz ronca e intensa.-

Sus dedos, dirigidos por la mujer, estuvieron un rato acariciándolo, tan extenso era. Deleitándose con la textura de su vello púbico, que le recordaba al pelo de un bebé. Después, rodeando lo que supuso que sería su vagina, pasaron a los muslos.

-A las mujeres nos encanta que, antes de centrarse en nuestro sexo, jueguen con nuestros muslos... –Los acariciaba. La espalda de su hermana estaba totalmente reclinada sobre su torso.- Puedes acariciarlos... Pellizcarlos... Aunque no habrá nunca nada más placentero que besar suavemente la cara interior de los muslos... Hazlo y conseguirás que esta llegue a punto de caramelo, mantente el tiempo suficiente y la volverás loca de deseo.

-Mmm... –Fue su única respuesta, mientras pensaba que si le dejara, los besaría ahora mismo.-

Entonces, siempre con suaves movimientos y sin dejar de acariciar esa misteriosa y apetecible parte de su anatomía, llevó sus manos entrelazadas a la entrada de su Secreto.

-¿Notas el calor? –Susurró ella.- ¿Mi deseo?

-Lo noto. –Masculló él con sinceridad, puesto que era verdad que las yemas de sus dedos intuían una fuente de calor.-

Empezó a acariciar algo. Era suave, muy suave, de un tacto especial.

-Esto son los labios mayores. –Su respiración era armoniosa, Sergio la notaba en su propio cuerpo.- ¿Te gusta su tacto?

-Sí... Es genial...

-Abre los ojos. –Dijo ella pasados unos instantes.-

-¿Estás segura?

-Sí, tranquilo.

Abrir los ojos fue como salir de un gran túnel oscuro en el que su tacto era su única forma de escape. Se encontró ante su propia imagen reflejada en el espejo, su hermana le miraba también en el mismo, con aquellos ojos oceánicos y magnétcos... Las manos de ambos, siempre dirigidas por la mujer, continuaban con sus caricias.

El reflejo en el espejo del sexo de Leonor era increíble, tan solo de verlo la electricidad recorrió su cuerpo, desde las yemas de los dedos que la acariciaban hasta su cerebro, su entrepierna, su corazón...

Lo supuso una gran dificultad dejar de comérsela con la mirada. La chica, cohibida, parecía estar esperando una calificación.

-Ahora si que puedo decir que cada parte de tu cuerpo es perfecta. –Dejó caer él, mientras le daba un dulce beso en el cuello, que tenía justo a su alcance.- Nunca había visto a una mujer tan hermosa como tu.

-Eso me lo creeré cuando no sea la única. –Rió ella, más tranquila y visiblemente complacida.- Aunque con lo guarro que eres, seguro que has visto un montón de porno de Internet.

-A veces... –Puso una mueca inocente, observándose en el espejo.- Sin querer, ya sabes...

-Sí, claro, tengo un hermano pervertido.

Los dos rieron, también era excitante que estuvieran charlando tranquilamente mientras tenían sus dedos inmersos en el sexo de la chica.

-Bueno, bueno, a lo que íbamos.

-Sí, por favor. –De nuevo la besó.- Sigue.

Mientras con una mano seguía acariciando, con la otra tiró de los labios mayores, dejando a entrever lo que solo se intuía anteriormente. La carne rosada se le antojó a Sergio extremadamente apetecible.

-Estos son los labios menores. –Comentó.- Mucho más sensibles que los otros, buen sitio para acariciar, sobretodo con la lengua.

-Eh...

-En tus sueños. –Rió ella, ante el deseo que el chico emitió en un suspiro.- Y quizás en los míos...

De nuevo rieron los dos, pero Sergio estaba comprobando como las caricias que iban y venían estaban empezando a poner a tono a su hermana. Quizás adrede, ese día no llevaba puesto el sujetador, y sus pezones se marcaban bajo la camiseta.

Leo llevó una de las manos hasta su boca y comenzó a lamer lentamente algunos de sus dedos. Lo hacía de forma erótica a más no poder. Sergio notó como su erección empezaba a palpitar de deseo.

-Hay que estar bien lubricada... –Explicaba ella, con la respiración ya jadeante.- Y ahora... Una de las zonas más erógenas...

Poco a poco su sexo se iba hinchando, al principio él no lo notó, pero después se dio cuenta de que la chica ya no tenía que apartar los labios mayores ni nada, y que el resto también estaba más a la vista, todo eso le sorprendió sobremanera, era casi imperceptible, un movimiento menor, pero le encantó.

-Las paredes de la vagina... Son extremadamente erógenas... Las caricias ahí son... Impresionantes...

Entonces entreabrió un poco su vagina con los dedos, dejando a la vista una carne extremadamente rosácea, tierna y húmeda.

-Se lubrica cuando nos excitamos. –Señaló ella mientras se lamía los labios.-

-¿Estás excitada? –Le guiñó el ojo en el espejo.-

-Siéntelo, siente su textura... –Ignoró su pregunta maliciosa.-

Introdujo uno de los dedos de Sergio en la obertura, dejándole solo ante el peligro. A él le pareció que el tacto era muy parecido al de su glande cuando estaba excitado. Ella lo movió lentamente, acariciando su carne más tierna con dedicación. Sus estremecimientos se prologaban casi tanto como su pesada respiración. En su frente empezaron a aparecer gotas de sudor y, cada cierto tiempo, tenía que humedecerse los labios. Los de la boca.

Largos minutos estuvieron mantuvieron ese juego de dedos. De las cuatro manos, una de las de Sergio acariciaba lentamente la vagina de la chica, una de las de Leonor conducía la otra mano de Sergio hasta sus pechos, por debajo de la camiseta, y ambos los acariciaban. La otra mano de Leonor, ahora libre, la usaba para frotar un punto situado sobre su vagina.

-Eso es... –Preguntó él, dado que ella estaba casi completamente ida en sus caricias.- ¿El clítoris?

-Sí... Sí... –Dijo jadeante.- Tócalo, con mucho cuidado, es la zona más sensible de una mujer... Cuando nos excitamos se hincha, ¿Lo notas?

Sí, su dedo, abandonando temporalmente las caricias vaginales, ascendió hasta esa pequeñísima protuberancia, que era mucho más perceptible al tacto que a la vista, por sobresalir entre el resto de piel suave y caliente. La entrepierna de la chica lubricaba bien, y pronto todo estuvo húmedo, perlado de excitación. Los dedos que antes había mojado en su boca ahora la penetraban con facilidad por sí mismos.

-Introduce un poquito más tu dedo. –Suplicó ella con la voz rota.- Y sigue acariciando, ahora, sácalo un poco, y lo vuelves a meter... Más...

Leonor había cerrado los ojos, su respiración era ya un jadeo constante, gemidos escapaban de sus labios cada cierto tiempo. Sergio fue consciente de que las caricias y las instrucciones se habían convertido en un dedo en toda regla. ¡Estaba masturbándola! Aunque ella sola se sobraba y bastaba para darse placer, su colaboración era bien recibida.

Pronto el dedo de Sergio se introdujo mucho más profundamente, lo que antes era un masaje ahora era una penetración profunda, tanto como podía dada su posición. Ella seguía acosando su clítoris, rodeándolo con los dedos, tocándolo solo de cuando en cuando. Sus otras manos, ahora separadas, daban cuenta cada una de uno de sus pechos, estrujándolos, pellizcando delicadamente sus pezones, acrecentando la sensación de placer. Leo empezó a moverse conforme a las caricias, levantaba sus caderas, primero suavemente, luego de forma violenta y arrítmica, anhelando la fricción.

-Lo haces... Bien... –Decía entre jadeos.- Aprieta más, más profundo, no me voy a romper...

Sergio le daba pequeños besos y mordisquitos en el cuello y la oreja, cada vez que atrapaba su lóbulo ella se estremecía doblemente, le encantaba.

-Muy bien... Muy bien... –Repetía, complementa ida.- Sí...

Sus movimientos subían en intensidad, la cama ya rechinaba bajo ellos, la imagen del espejo era brutal, los dedos del chico entrar y salir, los de la chica abrazar su clítoris... La batalla bajo la camiseta de la mujer también era increíble; ambos pechos eran custodiados por una mano, sus oscuros pezones acosados por las caricias, y su cuello, coronado por los labios del joven, que sentía el impulso de hundir sus dientes en ella.

Sergio también recibía su dosis de placer, aparte del que le reportaba el morbo. El trasero desnudo de la chica friccionaba su erectísimo miembro cada vez que se movía, alguna vez incluso llegó a sentarse encima de él, haciéndole jadear de gusto.

Ella llevó el ritmo a un nivel exagerado, la mano que frotaba su clítoris prácticamente desaparecía de su vista, y obligó a que su penetración fuera tan rápida y profunda que le empezó a doler el bíceps, sus tetas eran sobadas y pellizcadas con violencia, sus gemidos eran gritos, gritos lujuriosos.

Explotó.

-¡Diooos! ¡Siii! ¡Sí! –Gritaba, saltaba, gemía, su cuerpo entero vibraba, su frente cubierta en sudor iba de un lado a otro.- ¡Por favooor! Aaah...

Coincidiendo con su orgasmo las manos que hurgaban en sus tetas pellizcaron sus pezones, aumentando la sensación de dolor-placer-locura que la llenaba. Gritó hasta quedarse sin aire en los pulmones. La mano de Sergio, que aún permanecía en su vagina, acabó húmeda de un líquido parecido al sudor pero más denso. Había sentido las contracciones de su vagina sobre su dedo, como intentaba exprimirle, anhelando algo más grande y consistente...

-"Increíble." –Pensó él, viendo arder a su hermana. Siguiendo sin parpadear su reflejo en el espejo.-

Fue mucho más prolongado que el más largo de los orgasmos que Sergio hubiera experimentado en su vida, y, de los gritos y los temblores, Leo pasó a un estado de relajación total, parecía dormida, casi inconsciente. Exhibía una sonrisa de satisfacción en los labios, que resaltaba su rostro feliz. Había tenido un Señor Orgasmo.