Tabú 02. Látigo, vara y postre (2ª parte)

TABÚ: Cap. 02 (2ª parte). vMariposa recibe la vara ante su marido. Conocemos a Marisa, la sumisa de MisterKhan. *Contenido para adultos*

—Mister, que he traído de Alicante una coca, mistela y café licor, tienes que pasarte a merendar —le ha dicho DonJavi por teléfono, con mucho énfasis.

Luego recibe a Héctor descalzo y en bata, llaneza que sorprende un poco al dominante. “¿Pero te gusta la coca boba, ¿no?, ¿la conoces?”, le dice llevándolo hacia la sala de estar. Allí está vMariposa, con su mirada siempre un poco retadora. Lleva el cabello rubio recogido en un peinado algo vintage, acorde con su atuendo, un sujetador muy estilizado, con las copas traslúcidas en forma de corazón, y una braga muy alta, negra, aunque transparente en las caderas, con pétalos de raso azul en la cintura y finos ligueros incorporados. Se mueve como una modelo de Victoria’s Secret, lenta y felina sobre sus tacones de aguja, acompañada por el frufrú de las medias de seda con costura.

—Ya verás qué buena está; todo está en el toque de limón y canela —le explica DonJavi mientras vMariposa los mira desde las alturas, sirviendo las tazas, los cubiertos y el bizcocho aun dentro de la llanda —. Bueno, esto lo suyo es con chocolate, pero nos arreglaremos con un cafecito…

Luego toman mistela, aunque Héctor hubiera preferido un dedo de whisky en lugar del dulzón licor. DonJavi ha vuelto a la carga con tus inquietudes como dominante. Va soltando sus dudas y proyectos a retazos nerviosos. E, intercalada, la receta del plis play —el Red Bull alicantino—, y otras anécdotas varias. En algún momento MisterKhan se ha enterado de que el joven dominante y su sumisa son además unos felices recién casados...

DonJavi insiste en sus alabanzas hacia Héctor, un poco excesivas… Quiere que mariposa sienta, que experimente en profundidad… Hablan de ella como si no estuviera presente. En resumen: DonJavi está empeñado en que mariposa pruebe la vara como es debido, y que prosiga su adiestramiento a manos de MisterKhan. Héctor le pregunta si no estarán yendo un poco lejos, no quiere inmiscuirse demasiado entre ellos. Porque, a parte de las preguntas y cuestiones técnicas, tiene la impresión de que el joven dominante está planteando alguna forma de compartir con él a su pareja…

—Mira. Mister, es una forma de posesión —replica él, muy convencido, invocando la sabiduría de ‘Historia de O’—, solo se puede compartir con otro lo que se posee totalmente, ¿no es así?

MisterKhan se encoje de hombros, sonriendo… Debaten un rato las intenciones de DonJavi —mientras, vMariposa los escucha sorbiendo su licor, como si la cosa no fuera con ella— y se dan mutuas seguridades de que la situación será clara y sin complicaciones. Tiene lugar entonces una escena lenta y silenciosa como una ceremonia: DonJavi hace levantarse a su joven esposa y la conduce por los hombros ante Héctor.

—Arrodíllate y obedece en todo a MisterKhan —le susurra. Entonces, él mismo, de pie ante Héctor, se quita la bata y descubre su cuerpo casi desnudo, depilado, robusto pero con musculatura elegante. Solo lleva puesto una especie de taparrabos de cuero unido a un arnés del mismo material que le cruza el pecho.

Héctor se ha quedado un poco sorprendido pero, a fin de tomar el control de la situación, se levanta y ordena a vMariposa que se desnude. Los dos hombres contemplan el lento striptease . Ella se planta ante ellos, contoneando las nalgas perfectas sobre los tacones.

—Fuera las medias —le dice MisterKhan, y una vez descalza, reducida a su estatura normal, la agarra del pelo, deshaciendo su peinado, y la obliga a inclinarse; la lleva así, temblorosas las piernas, con la cabeza a la altura de la cintura de él, hasta una butaca, donde la sube de rodillas, con la grupa bien expuesta y las manos y el pecho en el respaldo.

De un alto mueble con puertas de cristal esmerilado va sacando DonJavi varios floggers , fustas y varas. Se hace un poco raro verlo casi desnudo al lado de MisterKhan, que sigue con sus pantalones de pinzas gris marengo, fino cinturón negro con herrajes dorados y camisa color camel de manga larga. Pero el joven dominante no parece incómodo con la situación; sigue muy dicharachero, comentando a Héctor las características y origen de los instrumentos.

—Yo es que con esto soy incapaz de dar fuerte —dice, ofreciendo a Héctor unas varas de ratán, de fibra de vidrio…—, me parece que voy a romperle el cuerpo…

—Nadie sabe lo que puede un cuerpo… —dice Héctor, mientras DonJavi golpea flojamente la grupa de la chica con un flogger de cuero rojo—. En serio, no te imaginas la resistencia de la carne, sobre todo en ciertas zonas.

En lugar de aplicarle enseguida los instrumentos de impacto, MisterKhan se dedica a acariciar las nalgas de vMariposa, con las yemas de los dedos, con las uñas…, luego recorre los muslos, las ingles. Las cosquillas la hacen estremecerse. Le planta la mano en los riñones, obligándola a hundirlos, sacando y exhibiendo sus agujeros, entonces recorre su vulva suavemente por los lados y en el centro; cuando ella gime, le agarra en un gran puñado todo el coño y se lo aprieta con fuerza, mientras cruza la mirada con la del marido, testigo de los gruñidos de gozo de su joven esposa.

Héctor hurga en la raja de vMariposa, ya húmeda, y ella se contonea, dispuesta a disfrutar. Pero él, echa mano de una recia paleta de madera y comienza a golpear ruidosamente sus nalgas y muslos. Son golpes fuertes, que pican, y ella se queja y resiste, pero Héctor le habla al oído, la calma con la mano puesta en sus riñones, en la rabadilla, estimulando con su su dedo pulgar el coño húmedo y el ano de la chica.

Tras unos minutos de golpeteo rítmico, MisterKhan aprecia la piel enrojecida de manera homogénea, la amasa… Hace una pausa para preparar bebidas y da a DonJavi, ya más callado pero muy atento y participativo, la ocasión de aplicar a su esposa una paleta de cuero. Luego retorna a la escena con otra tanda de impactos firmes; se complace en subir y bajar la intensidad de los golpes, mientras deja que el cuerpo de la mujer vaya liberando endorfinas.

Tiene vMariposa ya toda la grupa de un rojo vivo y brillante cuando Héctor toma una vara de ratán y comienza a aplicársela en las nalgas; sin demasiada fuerza al principio, pausadamente… Luego, cuando la violencia de los golpes aumenta y ella empieza a chillar, el dominante empuña un hitachi y lo mete entre las piernas de la mujer.

—Aguántalo aquí —ordena a DonJavi. Al joven le brilla el labio superior y parece acalorado pese a su exiguo vestuario—, pero así, tenlo quieto, sin moverlo. —Luego aparta el pelo de la chica y le susurra al oído unas palabras que el marido no alcanza a entender.

Con la mano izquierda obliga a vMariposa a subir y bajar los riñones, culeando y frotándose contra la gruesa cabeza del hitachi . Cada vez que saca el culo, Héctor le aplica un varazo fuerte, marcando oscuros verdugones sobre las finas nalgas y muslos ya enrojecidos. Ella grita, pero procesa el dolor frotando con ansia su clítoris en el potente vibrador. Entonces el grito termina en un ronco gemido y todo su cuerpo tiembla a la espera del siguiente golpe.

Por accidente, un varazo ha impactado en la mano de DonJavi, que sostiene el hitachi inclinado hacia las nalgas de su mujer, asistiendo en primer plano cada impacto del ratán sobre la carne maltratada.

—¡Eh, que me has dado! —se queja.

—Anda, pues aguántate un poquito, no seas quejica…

Se calla el joven dominante y luego, cada vez que que un golpe impacta casualmente sobre su mano o antebrazo, gruñe suavemente y se muerde el labio inferior.

Sigue mientras la azotaina, próxima ya a su culminación. Gritos de dolor y gruñidos de placer se van haciendo más intensos mientras vMariposa se retuerce y ondula sus nalgas marcadas profundamente por la vara.

—Esta vez sí podrás correrte, putilla —le dice Héctor—, ¿lo quieres?

—¡Si, señor! —chilla ella.

—A la de cinco.

Lentamente le aplica los últimos golpes con un máximo de fuerza, disfrutando de los quejidos profundos, de los espasmos estremecidos de su cuerpo que culea sobre el hitachi . Alguno de los golpes toca también la mano del marido que gime de dolor pero se come los golpes, ya sin quejas. Al llegar al ultimo varazo todo el cuerpo de la mujer se tensa, se arquea, lanzando hacia el techo un alarido largo y rítmico, que enronquece y regresa una y otra vez, sacudiendo el cuerpo tembloroso…; mientras Héctor recorre con los dedos las hinchadas magulladuras de su grupa y sonríe satisfecho.


Marisa recoge los restos del desayuno y los lleva a la cocina. Ha pasado la noche en casa de Héctor y eso le da un sentimiento de plenitud y orgullo. Sabe que es la única que algunas veces puede hacerlo. Permanecer en el pequeño apartamento “de su Amo” —así se lo dice a sí misma— antes o después de las sesiones, cuando él está ocupado en sus cosas y ella puede quedarse en ese espacio lleno de luz cobriza y del olor de los gruesos libros: un privilegio que bebe con silencio y reverencia.

—Tengo que escribir unos emails —ha dicho él, y se ha sentado en su escritorio, ante el ordenador.

Ella friega y seca lentamente las tazas, los cubiertos del desayuno, pasa un paño por la encimera. Disfruta manejando la pequeña cocina americana, como quien juega en una casa de muñecas. A veces mira a MisterKhan de reojo. Poco a poco siente crecer una comezón que le bulle entre el vientre y los pezones, aun algo irritados al rozarse con el tejido rugoso del albornoz.

Se muerde el labio inferior, se recoloca la melena castaña… Como cediendo a la tentación de hacer una travesura, Marisa suelta el cinturón y deja caer la bata a sus pies. Lentamente se acerca, desnuda, al escritorio de Héctor. Es una mujer atractiva, fuerte, no muy alta, de unos 45 años, con pechos llenos y bien formados, algo separados, piel blanca y delicada —su mayor orgullo— y nalgas y caderas anchas, con ciertas irregularidades por la piel de naranja, pero aun morbosas y sensuales. Tiene ojos castaños, grandes, de mirar tímido, que dominan una cara ancha, franca y sonriente.

—¿Puedo? —pide ante Héctor, los brazos colgado a los lados del cuerpo desnudo.

Él ha levantado la mirada hacia ella con leve sonrisa. Se miran hasta que ella baja los ojos. El dominante contempla su cuerpo, presentado ante él con la sencillez de un soldado.

—Bueno… —responde.

Marisa se arrodilla y se desliza en el estrecho espacio bajo el escritorio, entre sus piernas. Héctor se desabrocha los pantalones y pasa la cintura del calzoncillo por debajo de sus genitales, dejando estos fuera, alzados por el elástico. Cubre su pene con la camisa para dejar sólo los testículos bien visibles y resaltados. Luego vuelve a acomodarse, sentado cerca del borde de la silla, y retoma su teclear en el ordenador.

En el cubículo bajo el escritorio, pequeño y en penumbra, Marisa se acomoda con las rodillas muy separadas, sentada en los talones, las manos en el suelo, y acerca su boca temblorosa a los testículos del dom, redondos, tensos por la presión de la goma. Comienza a besarlos con suavidad infinita; rozándolos apenas con los labios, inspirando el calor que desprenden. Sabe que no puede tocarlos con las manos ni molestar a MisterKhan o distraerlo de sus ocupaciones. Saca la lengua y contornea apenas con la punta los genitales, luego, envalentonada, los lame de abajo arriba, con toda la lengua, acaso demasiado húmeda, piensa.

Marisa se concentra, con suaves movimientos de su boca, una y otra vez repetidos, en cada milímetro, en cada curva, de la masculinidad del dominante. Como si solo existieran esos genitales, agrandados hasta ocupar todo el espacio ante ella, y su lengua, su labios hipersensibles, en adoración absoluta. Lame, roza, besa con lentitud y devoción, a lo largo de minutos silenciosos, que ella no controla, pero que suelen pasar de los 45, o incluso a veces de la hora.

La excita sentirse encerrada en ese cajón, siendo tan solo una boca ávida, en reverencia meramente tolerada, en adoración casi clandestina. Ha cubierto su sexo abierto con la mano, por miedo a gotear sobre el suelo, pero luego lo acaricia con suavidad y disimulo pues nunca ha sido autorizada a masturbase allí en el cubículo.

El mundo exterior lo siente difuminado, como entre algodones. Solo percibe con intensidad las caricias rítmicas de su lengua sobre la piel tersa de los testículos, y una corriente que baja desde ellos, por su cuerpo, hasta la oquedad de su vagina húmeda e hinchada. Marisa pasa los minutos en un preorgasmo secreto, con la respiración contenida, pues teme que sus jadeos, la fuerza de su respiración sobre los genitales del hombre, la delaten.

Como en un sueño, siente Marisa la mano de MisterKhan que ha surgido de pronto acariciando suavemente su pelo, para llegar luego al cuello y rozarlo suavemente, en insoportable cosquilleo, desde la oreja al hombro, donde se aposenta ancha y pesada, con la autoridad del propietario. Ya al borde del orgasmo, basta esa sorpresa, ese escalofrío que la recorre al sentir la caricia, para que un espasmo largo, contenido y denso, llene todo el abdomen de la mujer haciéndola temblar… Se le ha escapado un gemido y levanta la vista temerosa.

—Tienes que levantarte ya, que va a llegar la señora de la limpieza —le dice Héctor. Y con una sonrisa añade señalando al suelo—: Y seca todo eso antes de irte.