Swing brothers

(...) Nuestras parejas salieron ya vestidas, justo antes de que termináramos. Nos vieron corrernos, pero esperaron sin decir nada a que acabáramos y cogiéramos aliento.

A Maite.

La verdad es que no puedo más. La culpa y el remordimiento me reconcomen. Escribiendo lo que siento me siento algo mejor, pero en cuanto dejo el teclado el arrepentimiento vuelve a caer sobre mí como la lluvia fría.

Apenas han pasado ocho meses, pero tengo la impresión de que han transcurrido ocho años. Todo se ha precipitado de tal manera, y ha sido tan intenso…

Para comenzar por el principio de esta historia, hay que remontarse a principios del verano pasado. Me notificaron en mi trabajo el calendario que iba a llevar en los meses estivales, y aunque me lo esperaba, no dejé de maldecir mi suerte: todo julio y agosto pringando. Sólo tenía libre el puente de la Virgen. De manera que programé con mi mujer irnos a algún sitio ese fin de semana largo.

Todos los hoteles y apartamentos que buscamos estaban ocupados, era imposible encontrar nada. Pasaban las semanas y no salía ninguna cosa que nos interesara, así que nuestras opciones empezaron a reducirse a algún camping de mala muerte lleno de niños gritando.

Un día, hablando de nuestra mala suerte en el WhatsApp de la familia, mi cuñado Luis me dijo que fuéramos con él y Ana, mi hermana, que habían alquilado un apartamento quince días. Sin pensarlo demasiado, aceptamos. Cualquier cosa era mejor que un camping (habíamos tenido un par de experiencias que nos hacían desistir).

Y así, sin mucho preámbulo, quedamos en ir a pasar cinco días a su apartamento en Peñíscola. Era pequeño, pero les sobraba una habitación diminuta con una cama que era más cómoda de lo que parecía. Llegamos el viernes a mediodía, y ya nos habían preparado la habitación y un vermú. Tras los saludos iniciales, tomamos un refrigerio antes de comer una deliciosa paella.

  • Qué putada te han hecho este año, ¿no, Nacho? –dijo mi hermana.

  • No lo sabes bien; pero ya me tocaba. La verdad es que me lo esperaba –contesté.

  • Llevaba ya tres años librándose en verano –indicó Luna, mi mujer.

Mi hermana y mi cuñado habían reservado ese apartamento hacía meses; por suerte ellos no tienen problema con los horarios y las vacaciones en su trabajo. Les gustaba la zona, y siempre solían ir a algún pueblo de Castellón o Tarragona.

La tarde transcurrió agradable, dando un paseo junto al mar, para terminar cenando en el Castillo y bebiendo gin tonics en el Mandarina , un local de moda.

Pero dejo de lado esos detalles menores, que ni interesan al lector, ni consiguen absolverme de mis pecados. Rememorar y plasmar los detalles escabrosos, es lo único que me alivia momentáneamente. Al regresar al apartamento, nos dimos las buenas noches y cada pareja se metió en su habitación. Me quité la ropa y me eché en calzoncillos a la cama; estaba cansado y no tardaría mucho en dormirme. Luna salió en ropa interior al baño, y en cuanto regresó, se quitó el sujetador y las bragas, quedando desnuda.

  • ¿Qué haces?  ¿Vas a dormir así? –pregunté intrigado, porque no solía dormir desnuda.

Sin responder, se subió a la cama y se colocó a horcajadas sobre mí, poniendo su coño de pelo negro justo sobre mi cara. Su aroma inundó rápidamente mis fosas nasales.

  • Sólo vamos a estar unos pocos días de vacaciones, y quiero follar todas las noches. Cómeme el coño –me ordenó.

  • ¿Qué? No jodas, aquí no, con mi hermana al lado me da cosa –argüí, con algunos pelos dentro de mi boca ya.

  • Venga va, porfa, vamos a hacerlo –insistió.

Me estaba excitando, pero el hecho de tener a mi hermana y mi cuñado al otro lado de la pared me frenaba.

  • De verdad, Luna, que me da mucho apuro.

  • No seas tonto, vamos a aprovechar. Además, ¿te crees que no se imaginan que vamos a follar estos días? –repetía perseverante.

  • Sí ya lo sé…  Pero aún así, me da no sé qué…

Mi mujer había iniciado un movimiento de vaivén, refrotándose contra mi barbilla. Como tengo barba de pocos días, eso la pone a mil.

  • Venga… chúpamelo ya –pedía.

  • No, si es que no podría; ni siquiera se me va a empinar de los nervios –aunque en parte era mentira, ya la tenía algo dura.

Aparté a mi mujer como pude, a pesar de sus protestas. Se quedó tumbada a mi lado, sin ponerse nada de ropa.

  • Anda que ya te vale… con la guerra que pides otros días –se quejó.

  • Va, no te enfades –dije en tono lastimero.

Y así, en medio de nuestra pequeña discusión, oímos de repente una carcajada al otro lado de la pared. Era mi hermana. Le siguió un golpe fuerte, como de algo que se caía al suelo, y otra carcajada. Entonces un grito de hombre; era mi cuñado pero no entendí lo que decía. Seguidamente un “ noooo!!! ” de mi hermana, y otra risotada. A eso siguió un “ aaaahhhh!!! ” de placer, también de mi hermana, y “ sigue… ”. A partir de ahí todo fueron jadeos, tanto de uno como de otra; se mezclaban las voces. Estaban follando.

Mi mujer me miró cómplice con una sonrisa, y se echó a reír. A mí me daba apuro hacer el amor con mi mujer, pero a mí hermana y cuñado no les importaba en absoluto montarse una juerga. Las paredes parecían papel de fumar.

  • No seas gilí, Nacho, ahora sí que lo vamos a hacer –ordenó Luna–. ¿Ellos pasándoselo bien y nosotros de celibato? Ni hablar –sentenció, y volvió a poner su coño en mi cara.

Aquello me excitaba, porque me gusta mucho chupárselo; pero en aquel momento lo que más morbo me daba, era escuchar a mi hermana gemir. Es mi hermana pequeña, y aunque yo soy más recatado y no suelo hablarle de temas sexuales, ella es más liberal y no es vergonzosa. Pero nunca la había escuchado (ni por supuesto, visto) tener relaciones. Y me gustaba.

Le di un lengüetazo en el clítoris, y comencé a lamer vigorosamente. Luna empezó a gritar mucho más de lo normal; creo que los gritos le habían influido y lo hacía involuntariamente. Se quitó de mi cara, y bajó para insertarse mi polla con mano experta. En efecto, mentí cuando dije que no podría, porque estaba cachondo perdido. Los gritos contiguos no sólo no cesaban, sino que iban a más. Parecía que se acompasaban: chillido de mi mujer, chillido de mi hermana. Primero uno y luego otro, sucesivamente, hasta que en medio del escándalo creía confundirlos.

De repente, sobrevino un grito a mayor volumen que el resto, que duró varios segundos. Debía de haberse corrido. Después hubo silencio, aunque Luna seguía jadeando con ganas. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, vi que ella también estaba a punto.

  • ¡Me corro! –exclamó fuertemente, sin importarle que la estuvieran oyendo. Creo que disfrutaba con ello.

Aquello no lo resistí y llegué también, inundándola de mis fluidos. Eso sí, me contuve y no grité como ella. Me abrazó y me besó, sin separarse todavía. El semen salía y nos pringaba a los dos.

  • Me ha encantado… -me susurró al oído.

Entonces sacó mi miembro, y desnuda como estaba, salió al baño. No me dio tiempo a impedírselo y decirle que se pusiera algo. A los dos minutos reapareció, con una expresión de entusiasmo en la cara.

  • ¿Pero qué haces? ¡Cómo sales así, que te podrían haber visto! –dije en voz baja.

  • Calla calla –me interrumpió agitada–, no te lo vas a creer.

  • ¿Qué? ¿Qué pasa?

  • Siguen dándole. Tu hermana se la estaba chupando ahora –me confesó con una risita.

  • ¿Cómo? ¡Pero qué dices anda! –repliqué.

  • Que sí que sí, ves a verlo –me animó–. Tienen la puerta medio abierta.

  • Deja deja, yo no voy a ver eso –repuse mientras me ponía los calzoncillos.

  • Como quieras, pero ahí siguen –contestó tumbándose desnuda a mi lado.

Pero algo tiraba de mí. No sé si fue la curiosidad o el morbo, pero me levanté de la cama para ir al baño. El pasillo estaba oscuro, y salía un débil resplandor del otro dormitorio. En efecto, a la luz de una lamparilla, mi hermana se la estaba chupando a mi cuñado. Ella estaba de rodillas, con las bragas puestas; Luis, con los ojos cerrados, al borde de la cama, parecía estar gozando de lo lindo. Me metí rápido al wc, y oriné. Al salir volví a echar una ojeada. Mi cuñado me vio y nuestras miradas se cruzaron. No pareció importarle; incluso diría que lo buscaban. Me giré y entré rápido a mi habitación.

  • No te has podido resistir, ¿eh? –me pinchó Luna.

  • Joder tenías razón –reconocí–. Mi hermanica estaba haciendo una mamada –dije con aire ausente.

  • Tu hermanica, como dices, tiene treinta y dos años y lleva cuatro casada. No creas que es la primera vez que lo hace.

  • Ya lo sé, pero… ni siquiera la había visto dándose un beso con Luis, o con otros novios antes.

  • Pues ya has visto algo nuevo; nunca te acostarás sin saber una cosa más –bromeó Luna, y nos acostamos para dormir.

__________

Al día siguiente desayunamos los cuatro. No había ni rastro de tensión; parecía como si no hubiera pasado nada la noche anterior. Como si mi cuñado no hubiera visto que les había descubierto. Como si ninguna pareja hubiera escuchado a la otra follar.

  • Esta noche salimos, ¿no? –propuso mi hermana comiendo una tostada.

  • Sí, ¿o qué?. A mí me apetece –contesté mirando a Luna, en busca de su aprobación.

  • Claro, a eso hemos venido –afirmó mi mujer, sonriendo.

  • Os llevaremos a un sitio que conocemos aquí cerca. Lo descubrimos hace un par de años, y está muy bien –dijo Luis, y lanzó una mirada cómplice a mi hermana, a quien le entró la risa–. ¿Verdad que sí, Ana?

  • No sé, Luis, está un poco lejos, y si bebemos… –se hacía la remolona, pero en sus ojos vi que quería.

  • Que sí, hombre, ya conduzco yo –zanjó Luis.

  • Bueno, luego en la playa decidimos –concedió finalmente Ana.

Fuimos a la playa, que estaba atestada de gente. No me gusta tan masificado, pero tampoco iba a exigir, estando de invitado. Nos llevamos una nevera llena de latas de cerveza, y la mañana transcurrió muy amena, entre baños y birras.

Debo decir que la imagen de mi mujer y mi hermana, saliendo juntas del agua, era tremendamente sexy. Ambas son muy parecidas: Luna tiene treinta y cinco años, tres más que Ana; las dos son rubias, y prácticamente igual de altas. Podrían pasar por hermanas. Mi mujer, con un bonito bikini negro, se había recogido el pelo en un moño; mientras que mi hermana se había dejado dos juveniles coletas, y llevaba un bikini rojo de esos que la parte de abajo no llega a ser tanga, pero deja ver la mitad del culo. Un culo, por cierto, pequeño pero redondeado y atractivo. En eso no se parecía a su cuñada: Luna es de caderas más anchas, glúteos más amplios, y tetas más grandes. Las de Ana son más pequeñas, pero no por ello menos seductoras. Aunque eso es algo en lo que nunca me había fijado, hasta este viaje.

El caso es que salían juntas de refrescarse, y no pude dejar de admirar la belleza de las dos mujeres, como dos Venus del siglo XXI. Mi cuñado también parecía disfrutar de la imagen, puesto que no les quitaba ojo mientras se acercaban desde lejos.

  • Ayer también lo pasasteis bien –dijo Luis, con una Ámbar en la mano, sin dejar de mirarlas.

  • ¿El qué? –pregunté confundido.

  • Que también os oímos. Y vi que me viste, después –confesó riendo.

  • Yo… macho Luis, es que dejasteis la puerta abierta –me excusé.

  • Nada, tranquilo. No somos vergonzosos –y dio un trago a su cerveza.

Pero no lo decía como reproche ni queja, su tono era alegre y de broma. Pero eso sí, en cuanto llegaron las mujeres, no dijo nada más acerca de ese tema.

Sin previo aviso, mi hermana se quitó el sujetador. No le había visto las tetas desde hacía más de veinte años, y aquella situación me turbó un poco. Lo hizo con total normalidad; de hecho casi había más chicas en topless que con bikini entero. No obstante, intenté aparentar normalidad, hacer como si fuera algo habitual y estuviera acostumbrado, pero me puse nervioso. En el momento en que se lo quitó estaba bebiendo un trago de cerveza, y como si de una comedia romántica se tratara, me atraganté y empecé a toser.

  • Uy, qué te pasa, Nacho –dijo mientras metía el sujetador en el capazo.

  • Nada, que me ha entrado por el otro lado –me excusé, no sé si con mucha convicción.

Mi mujer se había percatado de mi nerviosismo, y le hizo gracia.

  • ¿Qué pasa, te gustan las tetas de tu hermana? He visto cómo te ponías nervioso, bribón –me susurró en tono jocoso al oído, sin que la otra pareja se diera cuenta.

Con el paso de los minutos me serené y la situación se normalizó, pero no pude evitar mirar los pechos de Ana multitud de veces, oculto por las gafas de sol. No quería hacerlo, y me sentía un miserable por ello, pero me era imposible no contemplarla.

No sé si Luna se había dado cuenta y se puso celosa, o le entró envidia. El caso es que se quitó el sujetador también. Tenía una hermosa hembra a cada lado, con el pecho descubierto. Y no era el único que disfrutaba: Luis no quitaba ojo de las tetas de mi mujer, que contemplaba con mucho más descaro que yo. De hecho creo que le lanzaba miraditas y sonrisas; aunque puede que fuera mi imaginación.

Comimos en un chiringuito (ya con sujetador) y sesteamos en las toallas, hasta que la playa se empezó a vaciar. Entonces recogimos y volvimos al apartamento para cenar algo rápido, cambiarnos y arreglarnos.

Había que coger el coche para llegar al sitio en cuestión, aunque tardamos poco. Pensaba que sería un pub normal, pero resultó que había portero en la entrada y teníamos que pagar entrada.

  • Deja Nacho, invitamos nosotros –se ofreció mi hermana–. Que para eso lo hemos propuesto.

Era un sitio tranquilo, con luces tenues y música agradable. No estaba hasta arriba de gente pero tampoco vacío. La mayoría eran mayores que nosotros, pero también había gente de nuestra edad e incluso más jóvenes, de apenas veintipocos años. El ambiente era raro; no desagradable, pero extraño.

Pedimos las copas, y hablamos relajadamente. Aunque mi cuñado parecía ausente, como pendiente de algo que sólo sabía él. Intenté sacarle conversación: sobre fútbol, películas, la fórmula 1 que tanto le gusta… pero apenas me contestaba con monosílabos.

Tras el segundo whiskey, fui al wc. De camino, una señora de unos cincuenta años me sonrió y me tocó el culo al pasar. Yo le sonreí extrañado, dando un respingo al sentir el contacto. Su marido, o lo que fuera, también nos observó divertido. Al regresar, Luis no estaba.

Pensé que también habría ido al baño, y que aún estaría allí. Pero tardaba y no aparecía.

  • ¿Y Luis? –pregunté.

  • Ehh… ahora viene –Ana parecía nerviosa; a mi mujer le dio la risa–. O mejor, iros si queréis, nosotros cogemos un taxi.

  • ¿El qué? ¿Cómo que…? –dije extrañado.

  • Sí sí, no te preocupes, cogeremos un taxi Nacho –me interrumpió.

  • Que sí Nacho, déjalos; además estoy muy cansada –intervino Luna.

Yo estaba alucinando. No entendía nada. Pero mi señora se levantó y cogió las llaves del coche que le ofrecía mi hermana, y nos despedimos.

  • A ver, qué coño pasa. Dónde estaba Luis. Y por qué quieres que nos vayamos ya, ¿no estás cansada, verdad? ¿Qué coño habéis hablado cuando he ido a mear? ¿Qué tramáis? –pregunté visiblemente cabreado, una vez fuera del bar y dirigiéndonos al opel astra de mi cuñado.

Mi mujer se carcajeó, lo cual me enfadó aún más. Tenía la sensación de ser el único tonto que no se enteraba de nada. Y era verdad.

  • Ayy Nacho, qué inocente eres. ¿No has notado nada raro en el bar?

  • Bueno, la verdad sí. No sé, era un poco raro, ¿no? –respondí.

  • Y te han tocado el culo cuando ibas al baño, ¿verdad? –dijo subiendo al coche.

  • ¿Lo has visto? Sí, me he quedado un poco pillao , sin saber cómo reaccionar –confesé–. Además estaba el marido.

  • ¿Y no se te ocurre por qué?

Tanta pregunta y tanto misterio me estaba irritando ya.

  • ¡Noooo…! ¿…porque tengo un culo espectacular?

  • Ayyy, qué tonto eres… Es un local de intercambio. Como el del otro día, en el reportaje de Callejeros –me desveló.

Me quedé ojiplático. Ahora todo cobraba sentido: el suave y sugerente ambiente, las luces, la palpada de culo. Pero en ese momento un montón de dudas asaltaron mi mente: ¿dónde había ido Luis, con alguna fulana? ¿Y mi hermana iba a ir también con uno? ¿Por eso nos habían echado? ¿Frecuentan esos sitios? ¿Alguien esperaba en las sombras ser intercambiado con nosotros?

  • Entonces, ¿qué ha pasado mientras he ido a mear? –conseguí resumir todas mis dudas en una sola pregunta.

  • Ana me ha dicho que vienen a estos garitos desde hace tiempo… hace un par de años ya me lo dejó caer, pero no tocamos más el tema. A este bar dice que vienen casi todas noches desde que están de vacaciones. El otro día estuvieron con una pareja con la que hicieron buenas migas, y hoy han vuelto a coincidir –me relató–. Mientras no estabas, Luis se ha ido con la mujer, por cierto una cincuentona que no entiendo cómo ha ido con ella –me decía en tono confidencial–, y Ana ha esperado a que salieras porque le sabía mal irse sin decir nada.

Mucha información de golpe… Continuaba pensativo en el coche, sin encenderlo. Más interrogantes venían a mi cabeza.

  • Pero entonces… vamos a ver. ¿Quieres decir que intercambian parejas?

  • Claro tonto… Yo ya me imaginaba algo. Ya te digo que tu hermana me lo insinuó… A mí no me parece mal. Es interesante.

¿Cómo? ¿Ahora mi mujer me estaba sugiriendo entre líneas hacerlo?

  • ¿Qué dices? ¿Que no te parece mal que lo hagan ellos ?

  • Claro, ellos… o cualquier persona –afirmó, y me miró de reojo, como expectante.

Vaya shock; al bombazo de que mi hermana y cuñado hacían intercambios, se unía que mi mujer parecía querer practicarlo también.

  • Cualquier persona –repetí, mirándola.

  • Sí, cualquier persona –confirmó, devolviéndome la mirada.

Su expresión era como de esperar aprobación.

  • Cualquier persona… como por ejemplo nosotros –dije con naturalidad, procurando no parecer escandalizado. Como si pusiera palabras a sus pensamientos.

  • Hombre, Nacho, yo no he dicho eso…

  • Pero lo piensas –afirmé.

  • Bueno, no está tan mal, ¿no? Tú no eres celoso… Te gusta que me miren por la calle y esas cosas.

  • Coño no me jodas, eso es una cosa, y que chingues con otro es otra –repliqué.

  • Ya, pero tú también chingarías con otra. A mí me encanta que mis amigas me digan lo bueno que estás.

  • No me hagas la pelota, que te conozco –repuse.

La conversación se iba por extraños derroteros. Sentía que defendía una postura en la que no creía del todo. Como en algunos debates de la radio, en los que hay un cara a cara, y a un periodista le asignan argumentar a favor de una posición unas veces, y otras de la contraria.

  • Anda, arranca ya, que te voy a dar un buen meneo en el apartamento –exhortó, con una sonrisa en la boca.

__________

A la mañana siguiente, sí parecía haber algo más de tensión en el desayuno. A mí me daba cosa hablar del asunto, así que en principio hice como que no había pasado nada.

Pero Luna no parecía dispuesta a ello, y tenía ganas de saber más. Parecía una adolescente cotilleando con una amiga.

  • Bueno, ¿qué tal anoche? ¿A qué hora volvisteis? No os oímos llegar.

  • Anoche… –comenzó mi hermana y carraspeó, aclarándose la garganta–, bueno primero pediros perdón. Os llevamos allí y prácticamente os dejamos tirados.

  • No te preocupes, ya te dije que no pasa nada –la disculpó mi mujer.

A mí no me importaba eso, pero estaba pasando mucha vergüenza. Notaba que me estaba poniendo colorado, pero no por nada que hubiera hecho yo: me daba corte descubrir las prácticas de mi hermana y mi cuñado.

  • Como ya os imagináis, hacemos eso –prosiguió, y me lanzó una mirada rápida–. Siempre hemos sido liberales, y no somos celosos.

Luis desayunaba como si nada, pero mi hermana lo estaba pasando mal con su confesión. Y no tanto por contarlo a los dos (sospechaba que mi mujer sabía mucho más), sino por contármelo a mí. No dije nada.

  • El caso es que conocimos a una pareja hace unos días, y bueno… –le costaba explicarse.

  • Vale vale, ya nos imaginamos el resto –le echó una mano Luna, riendo para quitar tensión.

  • Mujer, si llevamos años haciéndolo. No pasa nada –intervino Luis mientras masticaba, como si tal cosa.

  • Bueno voy a preparar las cosas, que hoy comemos en la playa, ¿no? –dije levantándome, desviando la conversación.

  • Sí sí, vamos a ir a una playa muy bonita –contestó mi hermana, algo aliviada.

La verdad era que no me importaban sus prácticas; aunque me chocaran, podían hacer lo que quisieran. Pero si ya me costaba imaginarme a mi hermana pequeña acostándose con un tío, mucho más haciéndolo con otros que no son su marido.

Preparamos unas tortillas de patatas y lomo, la típica comida de ir a la playa. Cogimos el coche y tras media hora, llegamos a una cala rodeada de vegetación por todos lados, y a la que había que acceder a pie.

No estaba muy concurrida pero sí había gente. Al principio no me di cuenta, pero en cuanto nos asentamos vi varias personas desnudas. Era una cala nudista.

  • Coño, ¡pero si es nudista! –le dije a Luna al oído.

  • Siiii, ¿no es genial? –me respondió con evidente entusiasmo.

  • ¡Pero qué dices! –repliqué.

Pusimos las sombrillas, toallas y demás. Una vez acampados, mi cuñado se dispuso a bajarse el pantalón.

  • ¿No os importa, verdad? –preguntó, ya desnudo.

  • No, no –respondió Luna, con una sonrisa en los labios. Era obvio que estaba encantada.

  • Como quieras cuñado –dije yo.

No pude evitar mirarle el miembro. Era grande, más que la mía, y muy peluda.

Ya me esperaba que mi hermana se quitara el sujetador. Si ya lo había hecho en una playa urbana, aquí no iba a tener ningún miramiento. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, tras desprenderse de la parte de arriba, se bajó la braga del bikini. Se encontraba de pie, enfrente de mi, y sin mayor ceremonia ni miramiento, se agarró la braga por los lados y se quedó como Dios la trajo al mundo. Ella no preguntó, simplemente lo hizo. Tenía el coño muy peludo, cubierto de vello oscuro. Contrastaba con su melena rubia. Como tenía las gafas de sol, podía mirar sin levantar sospechas. Sabía que estaba mal, pero mi mirada se negaba a apartarse de allí. Mi hermana era una belleza.

Por dentro me quedé atónito, pero tras tantas sorpresas ese fin de semana, no me costó aparentar normalidad. En ese momento vi que Luna se quitaba el sujetador, dejando al aire sus voluminosos pechos. Alguna vez lo hacía, pero no siempre. No me importaba, y desde luego ya no me sorprendía que les imitara.

  • Sí, ¿no? –me preguntó sonriendo, dándose cuenta de que me había quedado mirándole las tetas.

  • Sí, claro.

Entonces se me acercó, para hablar sin que nos oyeran:

  • Oye… ¿y si nos lo quitamos? Ya sabes que me encantaría probar…

  • ¿En pelotas? No jodas, ¡están estos! –dije, refiriéndome a mi hermana y cuñado; aunque me daba mucho morbo verla desnuda y que ellos también la vieran.

  • ¿Y qué? Ellos están desnudos, y no pasa nada.

Se habían ido a bañar, mientras Luna y yo discutíamos la cuestión. Pero yo sabía cómo iba a acabar: mi mujer se iba a desnudar también. Varias veces lo habíamos hablado, pero nunca nos habíamos atrevido, o más bien no habíamos tenido la oportunidad. Ahora tenía la excusa perfecta: estábamos en un sitio nudista y nuestros acompañantes estaban desnudos.

  • Bueno, voy a probar… –se decidió. Se hallaba sentada, por lo que no era muy visible a la gente de alrededor.

Levantó el culo, y se desprendió de la braga. Le miré el coño hirsuto, que sólo unas horas antes había saboreado. Le entró una risilla tonta, pero en su expresión vi que disfrutaba de la situación.

  • Ufff, qué gusto… prueba por favor –me pidió.

  • No no… –aunque en lo más profundo de mí, se estaban despertando unas ganas de hacerlo que iban in crescendo .

  • Voy a ir así hasta el agua… qué nervios.

Se levantó despacio, y admiré su silueta. Melena rubia, grandes pechos, un culo ancho y bonito, y el coño sin depilar, como me gusta. Adiviné en sus ojos que verdaderamente estaba gozando del momento, porque siempre ha sido un poco exhibicionista. Comenzó a caminar hasta el agua, ante mi atenta mirada. Me fijé en las demás personas, y si bien no la observó todo el mundo, sí que hubo cuatro o cinco hombres que la miraron sin pudor. Se metió en el agua y se acercó a mi hermana, que hacía el tonto con mi cuñado.

Allí estuvieron los tres unos quince minutos, momento que aproveché para contemplar la gente que nos rodeaba: a esas horas, la gran mayoría iban ya desnudos. Había pollas de todos los tamaños, aunque en lo que verdaderamente fijé mi atención fue en las mujeres, obviamente. Habitualmente se dice que en las playas nudistas abundan los viejos salidos y viejas con tetas colgantes; en esa playa no era así. Casi todo el mundo era joven, y de buen ver. Empecé a contar coños peludos y depilados, a ver de cuál había más. Había más rasurados, pero por poco margen. Ese pequeño “juego” me tenía excitado cuando regresó el trío.

Al verlos llegar, me sentí un poco raro, todos en pelotas y yo el único con bañador. No tardaron en hacérmelo ver.

  • Venga Nacho, sólo quedas tú… –me animó mi hermana.

  • Eso, no seas tonto –se sumó Luna.

Me estaban entrando ganas, no lo niego; pero si ver a mi hermana en cueros me resultaba extraño, que me viera ella a mí me parecía demasiado chocante. Sin embargo, era morboso.

  • No, no empecéis –rezongué.

  • Venga chicas, no le presionéis –me apoyó Luis.

  • ¿No ves que estás haciendo el ridículo? ¡Eres el único en toda la playa! –mi mujer es insistente cuando quiere.

  • Bueno… está bien –capitulé–. Pero con una condición.

La verdad era que estaba deseando quitarme el bañador, y sólo quería remolonear un poco y que me insistieran.

  • ¡Vale! –exclamó Ana aplaudiendo como una niña–. ¿Qué condición?

  • No me gusta el garito de anoche, no quisiera volver –planteé.

  • Perfecto, pues no volvemos –aceptó mi hermana.

Sin pensármelo, agarré el elástico del bañador y me lo bajé, sentado en la toalla. Pensaba que me costaría más, o que sentiría vergüenza al hacerlo, pero no. Me sentí de lo más normal.

Abrimos unas cervezas y hablamos un rato; después fuimos los cuatro al agua. No aguanto mucho bañándome, así que me salí. Me encantó pasearme delante de todas las toallas, sintiendo miradas en mi cuerpo. En cuanto me senté, vi que mi hermana también salía y venía a nuestro sitio. Vaya dos días; primero le veo las tetas tras muchos años; luego la vea totalmente desnuda (y por primera vez su vello púbico), y al final me destapo yo también ante ella. Y además, me entero que intercambian parejas.

  • Qué tal Tato, ¿nuevas experiencias? –me preguntó.

  • Pues sí, no me esperaba hacer esto este finde.

  • Hace mucho que venimos a playas nudistas; nunca lo comentamos porque me da corte que se enteren los papas –comentó riendo.

Se echó un chorro de crema en las manos y se la extendió por brazos y hombros, pero en seguida se dirigió a sus pechos. Creo que ahí empezó su plan. O realmente, había empezado antes, al invitarnos a pasar el fin de semana, sólo que yo no lo sabía.

Se masajeaba las tetas mucho más de lo necesario para que penetrase la crema, y su intención, ahora lo sé, era captar mi atención. Y vaya si lo conseguía. Como llevaba gafas de sol, la observé todo el tiempo. Disimulé poniéndome crema también, pero mi polla no podía disimular. Empezó a crecer de tamaño, así que me giré de manera que no me viera. Respiré hondo intentando controlar la erección, y se quedó a media asta.

  • ¿Me pones protección por la espalda? –me pidió con voz ahogada.

  • Sí… –accedí.

Estaba sentada, mirando hacia el agua. Se la extendí desde los hombros hacia los costados. No tenía intención de tocar con ánimo libidinoso, pero no obstante disfrutaba del tacto de su piel. Bajé por los costados, con cuidado de no rozar sus tetas, aunque a ella no le habría importado que se las tocara. Seguí bajando, hasta la rabadilla, y ahí paré. Pero Ana no quería que parara todavía, y para facilitar el trabajo, se tumbó boca abajo.

  • Sigue… –ordenó.

No quería hacerlo, pero me salté el culo y seguí por las piernas, hasta los tobillos. Tan imbuido estaba en el proceso, que no había caído en la cuenta de que Luna y Luis seguían bañándose juntos. Y desnudos. Miré hacia el agua y estaban bañándose uno al lado de otro. Parecían estar hablando.

Extrañamente, no me preocupé ni me puse celoso. De hecho, no me importaba que mi cuñado estuviera con mi mujer desnudos en el agua, incluso me gustaba que lo hicieran, y hasta que la deseara. Así que seguí con el masaje, mucho más de lo necesario. La crema ya se había absorbido, pero continué acariciando las piernas de mi hermana. Eché otro chorro en mis manos, y lo extendí de nuevo por las piernas, pero esta vez las pasé por el culo. Fue sin pensar; pero una vez lo había hecho, no paré. Se lo toqué varias veces, y su única reacción fue apoyar la cabeza sobre el lado contrario al que la tenía apoyada. Puse una mano en cada nalga, y apreté suavemente. Me pareció ver un atisbo de sonrisa en su cara. No quise sobrepasarme, de modo que terminé el masaje, y me tumbé a su lado, dándole un beso en el hombro. Hacía años que no la besaba, aparte de los dos besos de rigor en los saludos.

Me miró complacida, y radiante a la luz del sol de agosto. Hacía calor, y mi temperatura también había subido. No me importaba nada que mi señora compartiera baño en cueros con otro hombre; en ese momento disfrutaba de estar al lado de mi hermana.

  • Esos dos no se cansan del agua –observó ella.

  • Pues sí, les van a salir aletas –bromeé.

  • Oye Nacho, ¿eres celoso? –preguntó espontáneamente.

Pensé en hacerme el tonto, aunque sabía perfectamente por dónde me quería llevar mi hermana.

  • Hombre, yo creo que en mayor o menor medida, todos somos algo celosos; es algo que tienen que tener las relaciones, ¿no? –me anduve por las ramas.

  • Claro, es verdad; pero no todos tenemos el mismo grado a la hora de ponernos celosos, ¿no crees? –replicó con una sonrisa burlona.

  • Es verdad que vosotros tenéis el margen más bajo –afirmé.

En la lejanía, nuestras parejas parecían hablar muy animadas. Ahora el agua les llegaba por las rodillas, por lo que tenían perfecta visión del cuerpo del otro. Luis acababa de poner la mano en el hombro de mi mujer, y creí que estaba riendo.

  • Mírales –dijo Luna, señalando con la cabeza–. Están súper contentos. Quién nos iba a decir que les íbamos a ver así, en pelotas, hablando el uno con la otra.

Tenía razón. La situación tenía cierto toque surrealista. Nunca había imaginado que vería a mi mujer desnuda en una playa junto con mi cuñado.

  • Sí… la verdad que tiene gracia. Luna me ha dicho muchas veces de ir a playas nudistas, pero por una cosa u otra, nunca habíamos ido.

  • He de confesarte –comenzó a decir–, que ella me lo ha comentado alguna vez también. Y anoche, al mencionarlo, no es que me lo pidiera…  pero le ofrecí venir y le cambió la cara. Sabía que si íbamos todos, no te negarías.

Vaya, me estaba confesando que me habían hecho una encerrona. Pero sólo era la primera parte de la encerrona. No me molestó en absoluto; al contrario, me gustó.

  • Si es que tenéis más peligro… -dije sonriendo.

Mi hermana también rió. No sé cómo explicarlo, pero desde que nos encontramos los dos solos en las toallas, primero con la crema y luego conversando, me avino una sensación extraña; como si los dos tuviéramos cosas que decir, pero pusiéramos mucho cuidado en cómo decirlas.

  • Está cachondo –soltó de repente.

  • ¿Cómo? –pregunté.

  • Luis, que está cachondo.

  • Qué dices…

  • Mira, ¿no lo ves? No hace más que tocarle el hombro y el codo; y se rasca la cabeza una y otra vez, y se ríe. Eso es que está nervioso. Si está nervioso, es que está cachondo –explicó, dirigiéndome una mirada divertida.

Ahora empezaba a tener la confirmación. Ya me había parecido que Luna atraía a Luis, pero ahora mi hermana me lo confirmaba. Y lejos de ponerme celoso, me gustaba, como ya he dicho.

  • Pero, ¿cómo lo sabes? Estamos a bastantes metros –aunque sabía que me decía la verdad.

  • Tato, le conozco desde hace casi diez años. Créeme, está cachondo –cada vez parecía disfrutar más.

  • Y qué…  Quiero decir, que con ella…  –pero en ese momento habían salido y ya se acercaban, con lo que dejé mi duda en el aire.

Tenía razón: su miembro había crecido, y si bien no estaba empinada, sí estaba morcillona. Luna, por su parte, parecía una ninfa sonriente, saliendo mojada del mar, con una mata de vello que atraía las miradas de las toallas vecinas. Joder, estaba cachonda también.

Mi cuñado se agachó y dio un largo morreo a mi hermana; Luna me dio un beso también.

  • Ahora venimos –dijo Ana, levantándose de la toalla, y sin darme tiempo a responder, se alejaron.

Se fueron caminando en dirección a la maleza; no habían cogido toallas ni bañadores, lo cual me pareció extraño.

  • ¿Dónde van? ¿Van los dos juntos a cagar o qué? –pregunté a Luna.

  • Ay qué tonto eres –contestó sonriendo–, mira que eres bobo.

  • ¿Ahora bobo por qué? ¿Y qué te contaba Luis tanto rato?

  • Nacho, se han ido a echar un polvo.

  • ¿Queeee? –repliqué boquiabierto.

  • Que se han ido a follar.

No me lo podía creer; después de ponerse cachondo hablando con mi mujer, ahora se iba a follar a mi hermana. Me sentía extrañamente cornudo.

  • Pero qué me estás comentando, ¿aquí? ¿En el bosque? ¿Cómo animales?

  • Pues claro, no creas que son los únicos; me ha dicho que esta es una cala bastante liberal. Y ahora porque es de día, pero por la noche tiene que haber de todo –reveló.

  • ¿Así que era eso lo que te contaba? –intenté parecer escandalizado o celoso, pero lo cierto era que no lo estaba.

  • Sí… bueno…

  • ¿“ Sí  bueno ”  qué? ¿Qué más te ha contado? –aunque parecía preguntarlo cabreado, realmente sentía una honda curiosidad.

  • Me ha explicado un poco lo de los locales liberales…  que hay más de uno en Zaragoza y suelen ir…  pues eso.

  • No, “ pues eso ” no; qué más te ha dicho –le presioné.

  • Ay Nacho, nada más –contestó riendo nerviosa.

  • Que te lo noto, Luna; qué más –insistí.

  • Bueno, pues… –comenzó a decir.

  • Venga, dime. Que no me enfado.

  • Que le pongo cachondo. Que estoy muy buena. Me ha dicho que le he excitado mucho allí en el agua, y me he puesto nerviosa, y él también se ha puesto nervioso; entonces ha dicho que en cuanto saliéramos del agua se iba a ir a follar con tu hermana para quitarse el calentón –confesó por fin.

Era justo lo que me esperaba. Y en cierto modo, lo había vaticinado mi hermana también. En ese preciso momento estarían follando, sólo unos metros más allá…

  • Joder –fue mi respuesta.

Se me quedó mirando como con ganas de decirme algo, como si no me hubiera contado todo pero no estaba segura de contarlo.

  • ¿Qué? –le pregunté.

  • Puessss… es que también me he puesto un poquito cachonda –me confesó con cara de cordero degollado.

  • Ya te lo he notado, ya.

  • ¿No te enfadas? ¿No te pones celoso? –inquirió.

  • Pues si te digo la verdad, no. Es extraño pero no. Me ha gustado ver cómo te miraba la gente.

Sus ojos se abrieron ilusionados, se acercó y me dio un sensual y largo beso. Su mano se posó en mi muslo, muy cerca de mi miembro que crecía por momentos; yo le toqué la cintura y subí hasta el pecho, sobándole teta y pezón sin importarme que hubiera gente alrededor.

  • Vamos… –susurró al oído.

Me tomó de la mano y se levantó. Yo la seguí, como hipnotizado. Se encaminó al mismo sitio por el que hacía unos instantes habían desaparecido mi hermana y cuñado. Pasamos junto a varias personas que ni se inmutaron. Nada más adentrarnos en el camino, el bosque era muy frondoso y no se veía la playa, pese a que se oían las olas del mar. Caminamos unos cuantos metros, luego nos salimos del sendero y nos internamos en la maleza. Las agujas de hojas de pino nos pinchaban los pies: no habíamos cogido ni las chancletas, íbamos completamente desnudos y sin nada en las manos; sin embargo era agradable. Y esa sensación de “indefensión” me excitaba sobremanera.

Mi mujer se agachó junto a un árbol, y se introdujo mi polla completamente en la boca. Comenzó a succionar con maestría, de una forma que ha perfeccionado con los años. La sacaba y la metía, besando los lados, y lamiendo con brío el glande. Agarró mi culo y aceleró el ritmo; yo le cogí la cabeza y a punto estuve de correrme. Ella me conoce tan bien que se dio cuenta y paró.

Entonces me agaché yo y le lamí con ansia el coño; su pelo se metía en mi nariz y me impregnaba de olor a sexo. Gimió sin vergüenza ninguna; sin duda nos podían oír a nada que se acercaran al camino de entrada al bosque.

Me levanté, le di la vuelta y la empotré con fuerza, encaramados al árbol. Gritó aún más alto que antes, pero ya no me importaba. No éramos los primeros ni seríamos los últimos que follábamos allí. Me aferré a sus grandes pechos, retorciendo los pezones al tiempo que besaba su cuello y la metía y sacaba con energía. Me cogió la mano y la llevó al clítoris, que empecé a acariciar en círculos. Vi que le faltaba muy poco, por su respiración y movimientos cada vez más agitados.

  • Mmmmhh, ya llego… ya llego… -me confirmó entre jadeos.

Efectivamente, no pasaron ni cinco segundos desde que me dijo eso hasta que emitió un fuerte chillido al mismo tiempo que mordía los dedos de mi mano libre.

Era nuestro primer polvo al aire libre; y si bien no era en publico, era a escasa distancia de donde había gente. Aquello me estaba gustando. Me dije mentalmente que quería repetir, mientras seguía clavándosela sin cesar.

Entonces oí un ruido a mi izquierda; miré y entreví dos figuras humanas que se aproximaban, pero un arbusto les ocultaba. En cuanto se asomaron, descubrí que eran Ana y Luis.

No dijeron nada, sólo se acercaron y miraron. Él sonreía divertido, pero ella estaba seria. Seria y con el rostro encendido por el deseo. Acababan de follar, pero no debían de haber tenido bastante. Su polla iba en aumento, y no dudó en cogérsela y meneársela en nuestra presencia. Entonces mi hermana se agachó y se puso a chupársela, mientras se tocaba el coño. Cada poco tiempo soltaba el miembro y se giraba para mirarnos, presa de la más pura excitación. Entonces se puso a cuatro patas, y Luis se la metió raudo. Ambos nos observaban mientras follaban, era algo que nunca me había pasado.

A Luna la situación también le debía de estar poniendo a mil, porque chilló corriéndose por segunda vez, algo que no siempre consigo. Me encantaba. En poco rato había hecho tres cosas nuevas: desnudarme en una playa, follar al aire libre y ser observado. No sé cuál de las tres me ponía más.

Me estaba gustando mucho joder allí al mismo tiempo que otra pareja. Era una sensación única, fantástica. Pero no podía más. Me tenía que correr, ya no aguantaba.

Bajé el ritmo, alargando el momento. La polla entraba y salía a la perfección, su coño estaba muy mojado. Y quería que fuera una corrida memorable, así que me preparé. Miré fijamente a mi hermana, como avisándole mentalmente de que me iba a correr; di un fuerte empentón, luego otro, y al tercero ya no pude retener más y me vacié, eyaculando sin parar dentro del coño de mi mujer, sin apartarle la mirada a Ana, en un largo orgasmo que me dejó temblando.

Eso debió de excitarles, porque los dos empezaron a gritar y convulsionarse, hasta caer rendidos al suelo. Era su segundo polvazo en poco rato.

Se incorporaron poco a poco, y yo separé mi miembro goteante del cuerpo de mi mujer. Le acaricié el pelo, y le besé el hombro. Cuando nos acercamos a la otra pareja, para salir al sendero, se estaban besando. Entonces mi cuñado se separó de mi hermana, y besó a mi mujer, que correspondió con pasión. Ella le apretó el culo, y le acarició el cuerpo hasta manosearle el pene y los testículos. Estaban desatados. Ana y yo les observamos primero a ellos, y luego nos miramos. Parecía que la situación nos empujaba a besarnos también. ¿Darme el lote con mi hermana? Nunca lo hubiera imaginado…

Nos acercamos y, torpemente, nos dimos dos besos en las comisuras, rozando los labios. Se notaba que estábamos nerviosos. Justo en ese momento mi mujer y cuñado se separaron, tras tocarse los genitales y probarse las bocas largamente.

Los cuatro juntos nos dirigimos a la playa, sin decir palabra. Llegamos a la toalla y permanecimos un rato callados. Parecía que nadie se atrevía a hablar. Por fin, mi hermana rompió el hielo.

  • ¿Ha estado bien, no? –en su voz había un deje de duda.

  • A mí me ha gustado… –comentó mi mujer mirándome, como esperando mi aprobación.

Luis soltó una carcajada.

  • Pues claro que les ha gustado –dijo riendo–, ¿no ves la cara de felicidad que llevan?

Era verdad. Habíamos disfrutado mucho, y no me importaba que él se hubiera besado con mi mujer. Ese fue el último comentario al respecto. La tarde transcurrió lánguida y agradable, entre baños y siestas.

Cuando atardecía recogimos y nos fuimos. Esa noche no salimos, sino que nos quedamos en el apartamento. Estábamos todos muy cansados y no apetecía. Después de cenar, nuestros acompañantes se fueron rápidamente al dormitorio; pensé que a dormir, pero al parecer seguían con ganas.

Nosotros nos quedamos un poco más viendo la tele, pero al escuchar gemidos desde la habitación nos entraron ganas y fuimos a nuestra habitación. Echamos un polvo de campeonato. Pero no podía quitarme de la mente la mirada de mi hermana mientras me veía follar.

__________

El lunes era el último día completo que íbamos a estar allí. Por la mañana no fuimos a la playa, sino a tomar algo y comprar. Tras la siesta, decidimos despedir el fin de semana saliendo a cenar a un buen sitio, sin reparar en gastos.

Nos hallábamos en el restaurante, apurando la primera botella de vino sin que todavía nos trajeran los entrantes.

  • Bueno cuñado, ya me dirás si tienes ganas de repetir en una playa nudista –dijo Luis con una sonrisa.

Era la primera vez que se tocaba el tema. Parecía como si a todos nos hubiera dado apuro comentarlo; pero nos gustó a los cuatro. Como Luis era el que menos vergüenza tenía, inició la conversación. A pesar de que yo era más parado, el vino me ayudó.

  • Pues sí –reconocí–. Nunca hubiera imaginado que me despelotaría en una…  Y bueno, lo otro menos.

Mi hermana rió ante mi comentario.

  • No parece que se te diera mal, visto lo visto –observó socarrona.

  • Y por cierto, besas tremendamente bien –se lanzó de repente mi cuñado, mirando a Luna. Definitivamente la conversación se había desmadrado.

En ese momento pasó el camarero y le pedí otra botella de vino.

  • Seguro que no es lo único que hace bien, Luis –dijo mi hermana guiñando un ojo.

  • Uff qué calores me están entrando –intervino mi mujer–. Voy al baño a refrescarme un poco.

  • ¡Te acompaño! Y así hago un pis hasta que traigan el vino –anuncio mi cuñado.

Se levantaron y fueron al wc, dejándonos a mi hermana y a mi solos. No creo que fuera una encerrona, simplemente los acontecimientos se precipitaron. En realidad, se habían precipitado desde que llegamos el finde, o quizá mucho antes.

  • Esos dos se gustan –me indicó mi hermana, mirándome seria–. Van a acabar follando. ¿Lo sabes, no?

Supongo que lo había sabido desde que Luna se desprendió del bikini el primer día de playa. Pero eso no era lo que me preocupaba. Después de todo, no había sentido celos ni siquiera con su beso tras el polvo. Lo que me reconcomía es que me había estado sintiendo atraído por mi hermana desde que llegamos. Y sabía que si ellos se acostaban, nosotros acabaríamos haciéndolo también.

  • Qué dices… –ni siquiera traté de aparentar sorpresa.

  • Tato, Luis se muere por cepillarse a Luna, pero no quiere hacerlo si alguna de las cuatro partes no quiere.

La visión se me nublaba. Mi mujer iba a follar con mi cuñado. ¿Y yo con mi hermana?

  • Alguna vez, hace tiempo, ya me ha dejado caer que es atractiva y que es el tipo de mujer que le pone –prosiguió–. Y no lo habíamos planeado, pero aquí todos nos hemos alterado un poco. Las cosas se han precipitado, y bueno, él quiere, y ella creo que también…  ¿Qué piensas tú?

  • Yo…  pues…  –no sabía muy bien qué decir. Lo de que se liaran me chocaba pero no me importaba; lo que de verdad me importaba era que quería liarme con mi hermana. Basta de mentirme a mí mismo.

Luna se acercó, me cogió la nuca y me dio un largo beso. Se separó, y me miró a los ojos, en busca de mi reacción. Le cogí la cara y la morreé, abriendo ambos las bocas, enroscándose las lenguas. Se me pasó por la cabeza qué pensarían los comensales al ver besarse a dos hermanos, pero claro, en seguida me di cuenta que no sabrían quién era pareja de quién ni qué relación teníamos los cuatro.

Trajeron la botella de vino y frenamos nuestra pasión. Luna y Luis tardaron aún unos minutos en volver; después me enteraría que ella le hizo una mamada en el baño que no pudieron acabar porque entró alguien y casi los pilla.

El resto de lo que pasó es fácilmente imaginable; no obstante lo voy a contar porque al escribirlo, ya he dicho al principio que me hace sentir mejor.

Al volver nuestros respectivos, el intercambio se hizo total: ellos no pararon de hacer manitas y darse besos toda la noche, y nosotros también tonteamos pero con más recato. Recuerdo haberle puesto la mano en el muslo a mi hermana durante largo rato, y empezar a subir hasta rozarle las bragas, sin duda fruto de lo que desinhibe el alcohol. Fue como si hubiera una norma no hablada, por la que íbamos a fingir estar con la otra pareja esa noche, ante los desconocidos del restaurante.

Pero en acabar de cenar, no tardamos en ir directamente al apartamento. Sacamos la ginebra, y echamos un cubata entre bromas y refroteos. Luna y Luis se sentaron muy juntos, y en seguida se metieron mano.

  • Una cosa debemos tener clara –anunció Luis en tono serio–. Lo que pase esta noche no debe salir de aquí. Nosotros hacemos intercambios, pero siempre con mucha discreción. Y más en este caso.

  • Por supuesto –confirmó Luna.

  • Y otra cosa –siguió mi cuñado–. No debe estropear la relación. Si esto va a causar problemas…  mejor dejarlo ahora.

Se hizo un corto silencio.

  • Yo por mi parte no –se pronunció Luna, en primer lugar.

  • Yo tampoco –dijo mi hermana.

Entonces todos me miraron, expectantes.

Sabía que era un paso ante el que no cabía marcha atrás. Si lo daba (si lo dábamos), no podíamos retroceder.

  • Adelante –dije en tono digno.

Aunque eso era como un pistoletazo de salida, Luis ya le estaba magreando las tetas a Luna desde que terminó de hablar. Empezaron a besarse salvajemente, a lo guarro. Yo permanecí sentado, junto a Ana. Mirábamos el espectáculo, que era bastante excitante. Yo no sabía cómo iba esto del intercambio de parejas, si primero una pareja y luego otra, las dos a la vez, todos en la misma habitación, unos en una y otros en otra… Tampoco me parecía momento para preguntarlo.

Simplemente me limité a mirar cómo se enrollaban. Él ya se había descamisado, y Luna le lamía el pecho. Luis prácticamente le arrancó la camiseta, y con gran pericia desabrochó el sujetador para dejar sus grandes pechos colgando. Le bajó los pantalones, y se metió ávida la polla en la boca. Chupaba con destreza, era una mamada digna de las que me hace a mí.

Mientras la chupaba, se fue desnudando y empezó a tocarse el coño. Entonces, Luis, con la cara rota de placer, la apartó de la verga y se agachó para lamerle el coño. No se recreó empezando poco a poco, con caricias o besos; directamente le puso la boca en la raja y lamió como un poseso. Me dio la impresión de que llevaba tiempo deseando hacerlo.

  • Qué pasada… Me encanta ver cómo las hace retorcerse de gusto –observó mi hermana.

Tan absorto estaba en lo que contemplaba, que casi se me había olvidado que ella estaba allí al lado. Y se había metido la mano por la falda, haciendo movimientos rítmicos: había empezado a tocarse.

Me estaba poniendo muy cachondo; delante tenía la escena de una peli porno, protagonizada por mi voluptuosa mujer, y al lado, pegada a mi cuerpo, mi hermana pequeña se estaba masturbando.

La polla se había puesto dura hacía rato. Ana, conciente de ello, la acarició por fuera, con la mano libre. Cada momento que pasaba, más barreras caían entre nosotros. Metió la mano bajo la ropa, y agarró el falo en toda su extensión. Lo movió lentamente, apretando suavemente. Entonces dejó de masturbarse, pero sólo para coger mi mano y guiarla hasta su entrepierna. Noté el tacto de su braga; metí la mano dentro y noté su vello púbico. Pasé los dedos por la vagina, que ya no podía estar más húmeda. Eso hizo que aumentara la presión y velocidad en mi polla, con fuertes movimientos arriba y abajo. La ropa ya molestaba.

Ya no estaba muy atento de lo que ocurría enfrente nuestro, pero pude ver que ya no hacían sexo oral, y que Luis acababa de penetrar a Luna en la postura de misionero. Mi mujer gemía muy alto, más que las noches anteriores.

Ana se quitó muy rápido la ropa y en unos segundos estaba desnuda. Me ayudó a quitarme todo, y en seguida se puso de rodillas para introducirse mi pene en la boca. Pensaba que sería algo más ceremonioso, como si nos fuéramos a mirar y a hacerlo todo de manera solemne. Pero no. Se la metió rápido, como si yo fuera otro desconocido de intercambio y no su hermano. En cierto modo, ya no éramos hermanos. Y sin embargo lo éramos. La cabeza se me hacía un lío, y se me hace ahora mientras escribo.

Una vez se hubo saciado, se sentó encima y me rodeó con las piernas. Entré en ella con facilidad, como si estuviéramos hechos a medida. Creía que si finalmente llegábamos a hacer el intercambio, nos iríamos cada uno a una habitación. Pero allí estábamos, las dos parejas fornicando a apenas un metro de distancia.

Mi hermana empezó con sus habituales gritos, poniéndose a coro con su cuñada. Sólo faltaba una cámara para que fuera uno de los mejores vídeos porno que había visto. Nunca me había imaginado follar ante otras personas, y menos que fueran familia. Y menos aún follar con mi hermana. Pero ahí estábamos dándole cada vez más duro.

Nuestros acompañantes habían cambiado de posición y ahora mi mujer botaba encima de él, mirándome fijamente. Parecía decir “ sí cariño, fóllatela fuerte ”. Y me debió de leer la mente, porque entonces chilló más y se sobó las tetas.

  • ¡Siii, dale dale! –dijo mi mujer, no sé si refiriéndose a mí o a Luis.

Estaba muy excitado y no tardaría en irme. Pero quería aguantar. Así que me centré en las sensaciones: besé a mi hermana, sintiendo su lengua, probando la saliva que de niños tanto asco nos daba al pelearnos; le acaricié los pechos, mordiendo los pezones erectos. Su piel era fina, y me resultaba muy agradable pasar la mano desde los hombros hasta la cintura, el culo, y las firmes piernas.

No podía creer que estuviera disfrutando tanto. No es que fuera mejor que con Luna, pero era… diferente. Nos acoplábamos a la perfección, ella seguía mi ritmo como si lleváramos toda la vida follando. Mi polla encajaba exactamente en su coño, parecía hecha a medida. Y su manera de tocarme… Sabía, no sé cómo, todo lo que me gusta. Es como si lo adivinara. Me mordió la oreja, me besó el cuello; todo como si supiera lo que quería en el momento preciso.

Estaba absorto. Las cosas salían mejor de lo esperado. Los otros también disfrutaban de lo lindo: Luna empezó a gritar como una loca y a clavarle las uñas en la espalda a Luis, señal de que se estaba corriendo con ganas. Entonces él salió de ella, la puso de rodillas, y le indicó que se la chupara. Ella accedió, y empezó a mamar. Lento al principio, pero muy rápido después, hasta que él arqueó la espalda. Me di cuenta de que se iba a correr, en la boca de mi señora. En efecto, soltando un fuerte gemido y dando espamos con todo su cuerpo, eyaculó en su boca, y pude ver cómo caían chorros de semen por su barbilla. No puedo describirlo mejor porque aunque me fijaba en cómo lo hacían, mi propio placer me absorvía.

Se tumbaron el uno junto a la otra, cansados, y se dieron un beso. Entonces dirigieron su atención a nosotros. Aquello me puso un poco nervioso en los primeros momentos; nunca había tenido espectadores y quería dar la talla. Pero no les hice caso y me centré en Ana. Nos pusimos tumbados, ella abajo y yo arriba, y nos miramos a los ojos. La penetré lentamente, sacándola casi por completo y volviéndola a meter, despacio, sin prisas. Disfrutando de cada segundo. Quería grabar a fuego cada instante, porque sentía que era la última vez que haría el amor con mi hermana. Parecía que ella pensaba lo mismo.

Nuestros mirones no dijeron nada. Nos dejaron hacer. Tan es así, que sentí que estábamos los dos solos, cuerpo con cuerpo, gozando como nunca antes lo habíamos hecho. Ana empezó a acelerarse. Sabía que se iba a correr. Quería hacerlo con ella, y acompasé mis movimientos a los suyos. Sus gemidos fueron en aumento, su respiración se hizo más fuerte, y me apretó el culo fuertemente.

Soltó un chillido a más decibelios que todos los que le había oído hasta el momento, alcanzando el clímax mientras sus piernas me aprisionaron. Sus gritos hicieron que por fin me soltara, y sintiera uno de los orgasmos más intensos de mi vida. No sólo por el enorme placer físico que sentí, sino por el inexplicable morbo y los profundos sentimientos que se desataban al ser con mi propia hermana. En ningún momento nos dejamos de mirar a los ojos.

Fue muy largo, me corrí muy profundamente en ella. Sin apartar mi vista de ella, ni salir de su interior, me recosté como pude a su lado. Me dio un beso en los labios, y me acarició la mejilla un rato. No sé cuánto tiempo pasamos así, pero bastante. Por momentos se me llegó a olvidar que teníamos compañía.

Al cabo, la otra pareja (nuestras parejas en realidad), se levantaron y fueron a las habitaciones y el baño. No nos molestaron. Escuché ruido por dentro; debían de estar haciendo las maletas. Luego la ducha, una vez; al tiempo otra vez.

Nosotros seguíamos abrazados. Había pasado un buen rato, y no habían vuelto a salir. Pero no debieron de estar follando, porque oí ruidos en las dos habitaciones, y no hubo más gritos ni gemidos.

A mí se me volvió a empinar. Ana se dio cuenta y me la agarró, moviendo la piel despacio. Sin esperar, se la metió y comenzamos nuestro segundo polvo. Me equivocaba cuando hacía un rato pensaba que sería la última vez. En esta ocasión fue lento, como dos amantes enamorados. Nada de sexo salvaje; más bien dos personas que se conocen desde hace mucho y se demuestran su amor. No tardó en correrse; pero lo hizo en silencio, mordiéndose el labio para no hacer ruido. Yo lo hice a continuación, y me esforcé por ser sigiloso también.

Nuestras parejas salieron ya vestidas, justo antes de que termináramos. Nos vieron corrernos, pero esperaron sin decir nada a que acabáramos y cogiéramos aliento. Luna ya estaba vestida y preparada para la vuelta a casa. Nos separamos, y desnudos, a la vista de nuestros respectivos, nos pusimos en pie y fuimos a asearnos y vestirnos.

__________

Y esta es la historia. Nos despedimos y nos fuimos rumbo a casa. El viaje, de casi tres horas, lo hicimos en su mayor parte callados. Yo pensaba en todo lo vivido: nudismo, sexo en la playa, voyeurismo…  Pero sobre todo pensaba en mi hermana. Pese a lo que pudiera parecer, sí hablamos del tema. Estuvimos un rato reviviendo el polvo en la playa, y también tocamos el tema del intercambio. Que qué tal, y esas cosas. Creí que sería más difícil hablarlo con Luna, pero no. Detecté que no le hizo gracia el segundo polvo, cuando ellos ya se vestían, pero no me lo dijo expresamente. En realidad no dimos por zanjado el intercambio, pero en la atmósfera se intuía que era así. Llegamos a casa, y no hemos vuelto a hablar del asunto.

__________

Parecía zanjado el tema, pero no. A día de hoy llevo casi un año enrollado con mi hermana. Por eso siento esa culpa y remordimiento de los que hablaba al principio. Me siento mal por Luna, porque la amo y jamás habría pensado en engañarla. No hemos vuelto a hablar de intercambios, ni hemos ido a locales swing, ni por supuesto hemos repetido. Ni qué decir tiene que no sospecha nada. Era la más interesada en el intercambio, y ahora es la más interesada en olvidarlo.

Y me siento peor porque lo que hacemos mi hermana y yo es pecado. No sólo es adúltero, también incestuoso. Ana nunca ha tenido un amante. Intercambios, muchos; tantos que dice que casi no lleva la cuenta. Pero es la primera vez que engaña a su marido. Ella también siente miedo y culpabilidad, pero tampoco lo puede evitar. La quiero con locura y la querré pase lo que pase.

Tengo el corazón loco. Luna es el amor sagrado, compañera de mi vida, y esposa y madre a la vez; Ana es el amor prohibido, complemento de mi alma y a quien no renunciaré.

Y así culmino estas líneas, que pretendo sirvan de expiación, o al menos me hagan sentir mejor; pero temo que el indulto no dure mucho: mi hermana está desnuda, detrás de mí, esperando que le haga el amor en cuanto apague el ordenador.