Suya II

Llega la pequeña princesa Isabel de España a la Francia de su esposo, asustada y sin más apoyo que su nana y una amiga se enfrenta a un destino marcado por los deseos de su cruel esposo, que se vislumbra no solo como un maltratador sino como un gran amante. Versión 2

El Gallo anida al Aguila de San Juan

Dejar a mi madre, a mi padre, a mis amigas, fue doloroso; pero peor que todo eso, fue ver por la ventana del carruaje como me alejaba de mi hogar, de las campiñas, de los olores, del sabor duro y recio de España. Me acompañaban Doña Florinda y Juana, que con sus intentos fútiles no lograron alegrar el trayecto hacia Francia. Los cuentos sobre la corte francesa y el miedo a mi esposo marcaban mis pensamientos. Añoraba ya, a la niña que fui, a esa que se había perdido para no volver, bajo el cuerpo del joven Rey francés. Ninguna de ellas estuvo allí conmigo, por lo tanto no entendían mi desasosiego y mi tristeza.

Desperté en

El castillo de Saint-Germain-en-Laye

,

un palacio enorme a unos kilómetros de Paris, nos esperaban la Reina Madre, mi tía Catalina, encabezando la corte de Francia. Los vestidos de las mujeres eran de colores llamativos, nada que ver con el gris , el café y el negro, tan usados en su homologa española, demasiados encajes en los vestidos de las mujeres y en las ropas de los caballeros.

Mi esposo me abrió la puerta del carruaje y tomó mi mano para que bajara, me introdujo a su madre que amablemente se dirigió a mi con cariño

  • Querida, mi salud no me ha permitido viajar a tu matrimonio y el de mi María, espero que todo haya sido a satisfacción de ambas coronas y que este bribón de Luis te haya traído con bien a la que hoy es tu casa.
  • Si tía, todo ha ido muy bien – respondí con una reverencia hacia una Medici regordeta y rubia, muy distinta a mi madre, a pesar de ser hermanas-

Entrar a aquel Palacio tan rimbombante me dio una idea de como se comportaba la corte de Francia, no debía ser ni parecida a la corte española, tan austera y religiosa. En los salones del Pardo embajadores y emisarios siempre comentaban como en la Corte francesa si acaso se enteraban que estaban en guerra. Eso reflejaba ese Castillo, alejado de la ciudad, en medio de una pequeña villa, con grandes jardines y altas paredes en las que los artesanos debieron pasar siglos tallando tan hermosas imágenes.

Mis habitaciones eran amplias y muy ventiladas, con un salón decorado en oro y terciopelo verde. La gobernanta era una vieja italiana de ojos pequeños y demasiado delgada para mi gusto, con rostro avinagrado, y por lo que supe devota hasta la muerte de mi marido.

Ella me indico que por ordenes expresas del Rey debía pernoctar en sus habitaciones, que tenia permitido estar hasta las 8 pm. Fuera de ellas, pero que a esa hora debía esperarlo para dormir. Doña Florinda desempacaba, mientras a mi se me presentaban mis nuevas damas de compañía. Dame Marie, Dame Adelaide, Dame Charlotte y así, todas mas o menos de mi edad. Juana a mi lado, las veía como gallina que mira sal. Pues a decir verdad cada una era más estirada que la anterior. Ni me importaba, mis pensamientos se centraban en mi esposo, el Señor de este Castillo y de este país.

La noche se acercaba y mi miedo y mi excitación se aceleraban. Doña Florinda atareada no me quitaba la vista de encima, después de tanto años sabía que algo me perturbaba. Por fin pudimos zafarnos de todas esas Dames tan insoportables y de la vieja gobernanta italiana.

  • Princesita no es tan malo como te lo pensaste, el Castillo es hermoso y eres la Reina de éste país, tu suegra es tu tía y seguro que te protegerá ante cualquier cosa, debes relajarte
  • Doña Florinda, no entiendo nada – decía Juana- el Castillo es grandísimo y demasiado frío, tendremos que usar 10 frazadas, las Damas de Compañía nos miran como se ve a un campesino, y el Rey no se a dignado a aparecer por todo esto, creo que el matrimonio le hizo tanta gracia como a Isabel.
  • Niña impertinente, no entiendes que tenemos que verle el lado bueno a las cosas, éste es nuestro hogar ahora, así que traten las dos de acostumbrarse a Francia.

Oscureció, prendieron lamparas y chimeneas, Doña Florinda y Juana revoloteaban por las habitaciones arreglando cosas. Me di cuenta de la hora y me levante esperando que alguien me desvistiera, Se acercaron las ayudas de cámara y mi nana con cariño fue quitando las capas de ropa que me cubrían, escogí un camisón rosa para mi primera noche en Palacio. Una pared falsa se abrió y la gobernanta entró para llevarme hasta mi esposo.

  • Su alteza, el Rey Luis está por llegar, ya casí es la hora, venga por favor.

Abrió la puerta por la que había salido y me dio paso, su cuarto era igual al mío, pero decorado en gris y oro, todo se veía adusto y rudo, no tenía la delicadeza del resto de las habitaciones del Castillo. Los ayudas de cámara esperaban de pie a cada lado de una cama enorme de madera pesada, cubierta con cortinas de gasa.

  • Puede acostarse su alteza, el Rey pronto estará aquí y querrá ver a su esposa en la cama.

Entendí allí, que esa vieja insufrible sabía de mi martirio y en sus ojos se veía que lo disfrutaba, que habremos hecho los españoles para merecer tanto odio de estos franceses, será que acaso la Guerra no la hemos sufrido las dos naciones, será acaso mentira que se a desarrollado casi toda en nuestras tierras y hemos sido invadidos por estos franceses, son nuestros campos los que han sido diezmados, nuestros castillos los que han sido sitiados, nuestros niños los que no han tenido un pan que llevarse a la boca. Mientras mi cerebro vagaba por todas las penurias que sufrió mi España en la Guerra.

  • ¿Su alteza?¿Su alteza? Debe recostarse.
  • Si, si, si. Disculpe

Quede sola en aquella habitación tan masculina, donde nada era mío, ni me recordaba a mi.

Su majestad entró por una de esas puertas invisibles y mi corazón latió inmediatamente como queriéndose salir de mi cuerpo. Los ayudas de cámara lo desvistieron y pusieron un camisón blanco que hacía mas blanca su piel y mas rubio su pelo. Abrió la cama y me miró por primera vez desde aquella noche en Barcelona.

  • ¿Qué haces vestida?¿No te quedo claro que te quiero desnuda?

Lentamente intentaba sacar mi camisón, no por desesperarlo, sino porque mis manos temblorosas no respondían con la rapidez que yo misma quería, pues haría cualquier cosa para no enojarlo.

  • Isabella, deja la mojigatería, todo lo que hay que ver ya lo vi.

El mismo tomó mi ropa y la rasgó en dos, dejándome petrificada sin saber si acostarme, quedarme sentada o que cosa hacer.

  • ¿Tienes miedo? - asentí con un movimiento de cabeza – Eso está bien, debes temerme, soy tu dueño y señor. -Yo tapaba mis pechos a sabiendas que eso le molestaría, pero no dijo nada – Tendremos que poner algunas reglas para ti, quiero que las entiendas y las cumplas.

Mi cuerpo y mi voz no atinaban a moverse . Lo detallé como nunca lo había hecho, grande, musculoso, con algunas heridas de guerra en su piel clara y límpida, la mandíbula cuadrada y masculina, los labios finos, nariz aguileña y unos ojos azules, profundos, que escondían algo más que su intemperancia.

  • Me gusta el sexo fuerte y tendrás que acostumbrarte a ello. Mi mujer tiene que estar siempre disponible. En la cama no usarás ropa y en el día no llevarás enaguas. Lo demás lo iremos viendo en el camino.

Se me acercó, como se le acerca el depredador a su presa y con sus manos tomo mis pechos, los sopeso, los apretó fuerte hasta hacerme doler, tomo mis pequeños pezones entre sus dientes, eso me gustó, los chupó como un bebé chupa a su madre y en mi vientre nacía un cosquilleo, mi vulva se mojaba.

  • Tienes buenos pechos. Ahora quiero ver que ha pasado por allí abajo, abre las piernas.

Me recosté y abrí mis piernas lo mas que pude, doble mis rodillas. Abrió de nuevo mi vagina con sus dedos y apenada sentí como los mojaba con mis líquidos, tocó algo allí que palpitaba y hacia crecer mi excitación.

  • A la nena le gusta que la toquen. Estas muy mojada para ser embajadora de esa España pacata y conservadora.

Odiaba que aprovechara cualquier cosa para insultar a mi nación. Quise contestarle, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas, me había hecho el propósito de callar y aguantar.

Hizo algo que no esperaba, subió mis piernas sobre mi cabeza y con mis manos hizo que tomara mis rodillas, estaba tan expuesta, toda mi intimidad a su vista. Cuanta humillación para una princesa.

  • Muy bien, se una buena niña y quédate así.

Metió un dedo en mi vulva y luego dos, mi respiración se aceleraba, sabia que él lo notaba y eso me avergonzaba aún más.

  • Ahora respira profundo para que no duela. Voy a meter un dedo o dos en tu culo

Apreté los ojos e intente acompasar mi respiración para soportar aquello, dolía, dolía horrible, sus dedos entraban y salían de mi ano, y eso me dolía muchísimo, no pude contener las quejas, quería que parara, pero callé.

  • Bien, debes aprender a soportar el dolor. Todos estos agujeros están allí para mi placer, pero aún estás muy estrecha para entrar.

Que alivio.

  • Volteate, tengo algo que mostrarte.

Me voltee, acostada sobre mi estomago, él se levantó de la cama, dejándome sola con mis pensamientos, la espera me volvía loca, no podía ver , y él no llegaba. De repente

  • Sube las manos

Me amarro las manos con una cuerda que ató a la cabecera de la cama.

  • No te muevas.

Se sentó a mi lado y pasó sus manos por mi cuerpo, deteniéndose especialmente en mis nalgas

  • A mi me gusta que me obedezcan, y aunque una orden mía te parezca descabellada o humillante para ti, es tu deber, como mi esposa, obedecerme, sino lo haces te castigaré de diversas formas.

Me pegó, con su enorme mano en mis nalguitas

  • Si te portas bien, te premiaré, ahora quiero que te relajes, te voy a mostrar qué es un castigo.

Se levantó de la cama y en un segundo, un correazo recorría mi espalda, grité, pedí clemencia, pero siguió golpeándome por todas partes, ya cansada, lloré, me di cuenta que no iba a parar y lloré. Mi mente se nubló por completo, sólo podía pensar en el próximo golpe, donde lo asestaría, cuanto me dolería. Al final no supe cuantos fueron, 10, 15, 20. Cuando por fin paró, pasó sus manos por mi cuerpo, por cada lugar que me escocía, el calor de su piel acrecentaba el dolor y yo no podía parar de llorar. Con calma me soltó las manos y me tomó entre sus brazos acurrucandome en su pecho, gemía, lloraba, me quejaba y él por primera vez, para mi sorpresa, fue tierno, dulce, bueno.

  • Tranquila pequeña princesa, shhh, shhhh, no fue tan malo. Mañana te darán un baño de agua tibia con algunas hierbas y verás que pasará, quedarás como nueva; llora todo lo que quieras, te prometo que pasará.

En sus brazos me fui tranquilizando, sólo quería esconderme, me había pegado como nunca lo hicieron ni mi madre, ni mi padre, ni nadie, jamás había sido tan humillada, pero por qué había hecho esto, si yo era obediente y callada; y entonces beso mis lagrimas, mi boca, mis muñecas; me posó en la cama como si fuera una muñeca, pues era tan pequeña a su lado; suavemente entró en mi cuerpo, con suavidad pero sin pausa, al principio fue incomodo, el tamaño de su ariete era desproporcionado con respecto a mi cuerpo, cuando logró derrotar mis defensas naturales, me puso en cuatro patas, como las perras y entró de nuevo a mi vulva, desde atrás, nunca paró de tocar ese punto de mi cuerpo que yo no conocía, del que emanaban sensaciones nuevas, increíbles y placenteras. Y exploté, me hice añicos, él crecía dentro de mi, caí en la cama agotada, temblaba de pies a cabeza, lo último que sentí fue como me llenó por completo de su semilla y entonces desee quedar embarazada.