Sutilezas morbosas (2)
Mónica, junto a su novio, visita la sección de zapatos de unos grandes almacenes, con la morbosa intención de mostrar su tesoro más íntimo al chico que la atiende.
Mónica contemplaba con afán los elegantes zapatos bien ordenados en varias estanterías. Periódicamente se inclinaba con ligereza para verlos con más detalle, con tal de decidir si eran realmente de su estilo o no. Con ello, su cuerpo ofrecía una apariencia que resultaba ineludible para cualquier mirada indiscreta. Hombres entrados plenamente en lo que viene a referirse como la segunda edad miraban fijamente el respingón trasero de Mónica, además de encontrarse en este momento inclinado como decíamos. Las mentes de estos hombres se activaban, básicamente en la zona que controla los impulsos sexuales. La simplicidad del pensamiento humano masculino sexual hacía acto de presencia. Todos los que pasaron por sus cercanías y pudieron contemplarla, sin excepción, tuvieron la tentación de arremangar esa minifalda, si es que era posible hacerlo con una prenda ya de por si tan pequeña, y contemplar y acariciar la zona en que terminaban esos muslos tan tersos y apetitosos. La gran mayoría imaginó que debía llevar un tanga, muy sensual, conforme a lo que llevaban ampliamente las jóvenes de hoy en día, incluyendo, seguramente, alguna de sus hijas. Los menos atrevidos se conformaban con lo tradicional: imaginaban que llevaba unas braguitas de encaje de punto. Curiosamente, ninguno de estos mediocres hombres les pasó por la cabeza que la muchacha en cuestión, Mónica, pudiera no llevar nada debajo de tan sugerente prenda de vestir. Cabe excusarlos a alguno de ellos, los que iban acompañados de su mujer, lo que, como los lectores comprenderán, turbaba y limitaba la libre circulación de ideas en sus alteradas mentes.
Mónica, absorta en los destinos de su mirada, no se dio cuenta de las reacciones que provocaba, cosa rara, ya que como se advirtió en el primer capítulo, era una chica deseosa de adelantarse a las circunstancias. Y lo estaba haciendo, aunque en otro flanco todavía no presentado al lector. En la sección de zapatería estaban destinados dos dependientes, uno de cada sexo, y ambos de corta edad. La chica, rubia y bastante mona, se ocupaba de recolocar sistemáticamente los pares de zapatos pedidos por los clientes y que finalmente no son adquiridos. El chico, de una delgadez notable, parecía que se encargaba de trato directo con el cliente. Aunque no se puede considerar que fuera atractivo, tenía un aire que a Mónica le satisfizo para ser su próxima "víctima". El chico dependiente todavía no había reparado en la presencia de la pareja protagonista, de otro modo sus ojos se mostrarían más abiertos que de costumbre. En esta situación todavía no se ha reparado en el papel que deberá ejercitar el novio, Marcos. En realidad, se mantendrá en un segundo plano, al acecho de las vivencias que vayan sucediéndose.
Mónica, al fin, con pase firme y ciertamente algo presumido, se dirigió hacia el mostrador principal, donde el chico dependiente estaba escribiendo unas notas. Con un efusivo saludo Mónica hizo notar su presencia, el despistado chico todavía no había reparado en ella. Ruborizándose levemente, el chico devolvió el saludo, haciendo esfuerzos para fijar su mirada en los brillantes ojos de Mónica. Le preguntó, con cierto nerviosismo, pero recobrando ya la normalidad, en qué le podía atender. Ella le expuso sus gustos en cuanto al calzado y le hizo saber lo que buscaba. El chico dependiente vaciló un instante, pero acto seguido le comentó que enseguida le traería algunos modelos de zapatos para que se los probase, y la invitó a que, mientras, se sentara en el banco situado delante de un espejo, suficientemente grande como para reflejar la totalidad de un cuerpo humano de medidas convencionales, situado ahí a tal efecto. Ese momento era el que estaba esperando Mónica. Hizo caso al chico dependiente, quien se perdió por unos instantes por detrás de unas estanterías, y se acomodó en el banco. A todo esto, Marcos, como ya se apuntó anteriormente, se mantenía neutral, a unos metros de su novia, interesándose ficticiamente por cualquier zapato al azar por tal de vivir con mayor discreción el juego que iban a protagonizar su novia y el chico dependiente.
Mónica se sentó, y como un acto reflejo, cruzó las piernas casi simultáneamente. Se miraba a si misma, no por el espejo todavía, sino inclinando su cabeza hacia delante y mirando en una rápida sucesión como se veía así sentada. Al fin, sintiendo un ligero cosquilleo en su interior, levantó la mirada, hasta encontrar sus bonitas piernas en el espejo. Lo primero en lo que reparó fue en la visión de su muslo interior derecho, que al ser de la pierna cruzada, parecía que seguía hasta el infinito, fusionándose con su nalga correspondiente. Levantó más la mirada, una mirada que podía describirse como expectante, tal como ella misma pensó cuando se vio cara a cara. Reparó también que sus labios, los únicos que de momento están a la vista, dibujaban una sutil sonrisa. Como no era cuestión tampoco que nadie la pudiera calificar de narcisista, quiso hacer un rápido vistazo a la situación. Intentó buscar con su mirada al chico dependiente, sin éxito. En esa sección se encontraban también, en esos instantes, aparte de su novio, un matrimonio que debía rondar por la cincuentena, y una chica de una edad similar a Mónica, pero totalmente diferente en cuanto a la vestimenta. La situación parecía ser idónea.
Mónica volvió a centrarse en si misma, concretamente en una zona muy especial. De repente, rememorando una conocida escena cinematográfica, descruzó las piernas, pero sin volver a cruzarlas en sentido inverso. Durante ese proceso, su mirada se concentró exclusivamente en su entrepierna. No fue hasta que tuvo ambos pies en el suelo cuando lo vio en todo su esplendor. Sintió una punzada aguda en su estómago. Sus ojos se congelaron observando su coño, no por desconocerlo obviamente, sino por vérselo en semejantes circunstancias. Debió sentir una sensación similar a la que se vive cuando, por primera vez, se visita una playa nudista y se ejerce como tal, porque de todos es sabido que de mirones los hay en todos los lados. Aparecía, pues, ante sus ojos, la visión de su coño, perfectamente contorneado, como si lo hubiera trazado a lápiz, con la mayor delicadeza, un artista del dibujo. No ahondaremos en la descripción de esa perla, y dejaremos en manos del lector, aunque más bien expresado sería decir en su mente, los detalles. La imaginación suele ser más benévola que la realidad. Tan sólo nos limitaremos a añadir, para aquellos y aquellas que sean impacientes y con una limitada, expresado innovadoramente, fantasiosidad, que su pubis presentaba bello, muy bien recortado, en forma de pirámide invertida, si bien es cierto que a temporadas lo llevaba totalmente depilado, a petición expresa de su novio.
No narraremos que Mónica experimentó un orgasmo muy intenso en semejante circunstancia, porque eso sería una fantasía exagerada, y si bien coincidimos con este relato en lo primero, no pretendemos que se pierda en lo segundo. Pero no sería ir demasiado allá decir que sintió un agradable escalofrío que le recorrió la zona comprendida entre sus muslos y su ombligo. No se sabe exactamente hasta dónde vivió ese escalofrío y qué efectos pudo tener en su vagina, para eso tendría que palparse con sus propias manos, ya que el tacto es el sentido menos engañoso, pero no lo pudo hacer. Justo en ese instante, el chico dependiente volvió a escena llevando, agolpadas entre sus brazos, seis cajas de zapatos. Se acercó a Mónica y depositó las cajas a un lado del banco donde ella esperaba sentada, habiendo vuelto a cruzar las piernas durante el trayecto recorrido por el chico dependiente. Mientras empezaba a abrir las cajas, a sacar los zapatos y pasárselos a Mónica, para que pudiera hacer un primer análisis, el chico afortunado no pudo evitar echar una ojeada, en más de una ocasión, a su cuerpo. El chico en cuestión quizá tuviera novia, y quizá ésta fuera más atractiva que Mónica, aunque debemos confesar que las probabilidades son pocas, pero aun así, el ser humano no tiene normas en ese sentido, creemos que en ambos sexos, aunque resulta más notorio, también ayudado por la opinión popular y la tradición, en el género masculino.
Excepto uno, que ya quedó descartado, a Mónica le gustaron los otros cinco modelos de zapatos que el chico dependiente le trajo de buena gana. Éste, llegados a este instante, se dispuso a incorporarse y seguir con sus tareas, quizá tomando más notas, o atendiendo a otros clientes, pero de forma inesperada, por él, que no por ella, Mónica le pidió, con toda la amabilidad y naturalidad que su rostro y su voz podían expresar, que lo ayudara a probarse los zapatos, arguyendo además que no había otras personas que esperaban a ser atendidas, como así era. El chico dependiente se quedó algo sorprendido, incluso algo ruborizado, no porque nunca hubiera ayudado a algún cliente a lo mismo que le pedía Mónica, sino por ser precisamente ella quien se lo pidiera, una joven atractiva y vestida de un modo que no hubiera sido nunca aprobado por ninguna diócesis episcopal.
Tras unos segundos de silencio, el chico dependiente aceptó con una creciente animosidad, como no podía ser de otra forma, la proposición ya planteada. Así pues, sin más rodeos, cogió con suma delicadeza el pie derecho de Mónica, el que quedaba suspendido en el aire, y con una eficiencia que contrastaban con los nervios que poblaban el interior del chico dependiente, le sacó el calzado que llevaba. Mónica sintió gratamente los dedos fríos del chico dependiente, como recorrían por sus pies, casi masajeándola. Se sintió tan a gusto por un momento que no le hubiera importado quedarse dormida, siempre, claro está, con ese chico tan singular agazapado a sus pies. Por su parte, el chico dependiente sintió en sus propias manos la suave piel de Mónica, y admiró su bonito pie derecho, bien cuidado, en el que resaltaba un pequeño lunar bajo el tobillo. A todo esto, Marcos no perdía detalle de lo que sucedía, y lejos de sentirse celoso o malhumorado, sentía una agradable sensación, no libre de nervios, como cualquier sensación que se preste a serlo.
El chico dependiente agarró el primer modelo a probar, tomó en sus manos el zapato derecho, y lo encajó, casi podríamos decir con maestría, en el pie de Mónica. Para ella, era el que más le había gustado en la primera impresión visual, y de la manera en que se había acoplado a su pie, supo que sería el modelo con que se quedaría finalmente, pero le gustó tanto el trato que recibía por parte del chico dependiente que decidió probárselos todos. Sin embargo, antes de seguir con el segundo modelo, quedaba la parte que pretende ser, en este relato, el de mayor éxtasis.
Con una ligera presión en los dedos del chico dependiente, éste le hizo saber a Mónica que sería conveniente, como es natural, que descansara el pie en el suelo, e incluso que se levantase y diera unos pasos para comprobar la comodidad del zapato. Esta acción implicaba, en primer término, descruzar las piernas. El chico dependiente no estaba ansioso para que se produjera ese momento, ya que de hecho no se atrevía a lanzar una mirada impúdica hacia la entrepierna de la joven morbosa, estando acuclillado como estaba delante de ella, y teniendo seguramente la estricta vigilancia de los ojos femeninos. En realidad, Mónica iba a abrirse de piernas, si se nos permite la expresión, con la sana intención de que el chico afortunado, ahora más que nunca, viera la luz, expresándolo metafóricamente. Y así fue, con la inestimable ayuda de la mano izquierda del chico dependiente, que acompañó acertadamente el lento movimiento del pie derecho de Mónica en su recorrido hacia el suelo, como ella quedó en la posición con la que pocos minutos antes se había visto sola ante el espejo. Su tierno coño quedaba a la vista, si no de todos los presentes, sí de la del chico dependiente, que de hecho seguía agazapado por si Mónica le pedía mover así o asá el zapato para una mayor comodidad. Pero todavía no había reparado en ello, su vista enfocaba el pie derecho de Mónica, quien también se miraba, presumidamente, cómo le quedaba el zapato nuevo.
El chico dependiente levantó la mirada para analizar el rostro de Mónica, pero se quedó a medias. Sus ojos escrutaban detalladamente el cuerpo de Mónica a medida que iba subiendo la cabeza. Observó sus piernas, gozó con sus muslos, subió un poco más, y ahí se quedó. Le pareció que su corazón se había paralizado, empezó a sudar sensiblemente, maldijo a quién había parado el aire acondicionado, su mente se nubló por momentos, y se abstrajo totalmente del porqué estaba acuclillado frente una chica joven que se estaba probando un zapato. Si bien antes jugamos con la posibilidad de que el chico dependiente tuviera novia, creemos que no nos equivocamos al decir que ni la tenía ni probablemente la había tenido jamás, a tenor de la reacción del muchacho. Todo esto, expresado por escrito en unas cuantas líneas, sucedió en apenas un par de segundos. El chico dependiente estaba maravillado ante semejante visión. Se sorprendió, inocente de él, que la chica fuera tan descuidada. De repente, algo avergonzado, desvió la mirada, y curiosamente, echó un vistazo a su alrededor, asegurándose que nadie se hubiera dado cuenta, antes de mirar la cara de Mónica, que era precisamente quien más se había podido dar cuenta. El chico dependiente sólo observó un matrimonio, que estaba de espaldas, y un chico joven a unos metros de distancia que estaba hablando por el móvil. Sin duda, Marcos sabía cómo pasar inadvertido sin levantar sospechas de complicidades. La chica joven que antes se dijo que también estaba presente en la sección de zapatos ya había desaparecido, quizá por tener prisa, quizá por ser lesbiana, y habiéndose sentido atraída por Mónica, la hubiera visto sola ante el espejo en esa provocativa posición, y se encontrase en estos momentos en el baño de los grandes almacenes. Pero eso nos tememos que nunca lo sabremos.
Definitivamente, el corazón no se le había paralizado, de hecho, iba a mil por hora. Las manos del chico dependiente empezaron a ser más rudas, habiendo perdido algo de sensibilidad. De todo esto, naturalmente, Mónica fue testigo. Encontrándose con las piernas separadas, vistiendo una minifalda, sin ropa interior, dejando su coño a la vista del chico dependiente, sintió la terrible necesidad de abrirse más de piernas, de notar algún tipo de movimiento de sus labios vaginales, algún roce consigo misma, y poder calibrar así su excitación. Pero se contuvo. Hizo el amago de ponerse en pie, pero el chico dependiente se adelantó, y ya en pie, ayudó a Mónica a erguirse cogiéndola de la mano. Observó, mejor que antes cuando se saludaron, la tremenda mujer con quien estaba, las sinuosas curvas de su cuerpo, estilizadas con la sugerente ropa que llevaba. Mónica caminó unos pasos, ladeando su trasero de forma casi mortal para la inocente e inexperta mirada del chico dependiente. A pesar de ello, los excesivos nervios que sentía le impidieron tener una erección como las circunstancias se merecían. Muy al contrario, los slips de Marcos se removían sin cesar. Mónica, que estaba en todo, y sabía perfectamente cuánto abultaban o dejaban de abultar los tejanos de su novio, ya se había dado cuenta. Dio media vuelta, y volvió de nuevo hacia el banco y su querido chico dependiente. Éste, tampoco pudo evitar fijarse ahora en el ligero movimiento de los pechos de Mónica bajo la apretada camiseta, y aunque antes no lo comprobó, le pareció que sus pezones se marcaban más bajo esa fina tela.
Mónica, diciéndole al chico dependiente que le encantaba ese modelo, volvió a sentarse, cruzando después, de nuevo, las piernas. Le manifestó también su deseo de querer probarse los otros cuatro modelos que le interesaban, y el chico dependiente, como no podía ser de otra manera, la complació. Una y otra vez, la secuencia largamente descrita para el primer zapato se repitió. Cada vez que Mónica se abría de piernas, el chico dependiente, a pesar del temor a ser cazado, lanzaba una mirada fugaz, aunque debemos decir que cada vez era menos fugaz, a su entrepierna. Si bien los nervios dominaban su cuerpo en la primera, segunda y tercera prueba, en la cuarta pareció que se iba calmando poco a poco, y es que uno se llega a habituar a cualquier cosa, por especial que sea, como es el caso, antes de lo que se cree. Sintió, ahora así, una reacción en su miembro, y como los lectores masculinos conocerán perfectamente, cuando se siente que empieza a crecer parece que ya no haya posibilidad de dar marcha atrás. El chico dependiente, con un temor creciente, no supo si alegrarse porque el discreto tamaño de su pene, que impediría que se notara de forma evidente su erección, evitando así pasar por un momento muy comprometido, o lamentarse precisamente por ello mismo.
Con todo, el chico dependiente, en la quinta y última prueba de calzado, estuvo tentado de poner su mano derecha en la cintura de Mónica mientras la ayudaba a levantarse, teniendo la izquierda, por supuesto, en la mano de ella. Se imaginaba palpándole el culo, ni que fuera con el dedo meñique y por el inicio de la zona donde la espalda pierde su nombre, pero, como era de esperar, no se atrevió. Quizá otro chico, más lanzado, con un concepto del morbo más sexual, se hubiera abalanzado sobre el coño de Mónica al estar agazapado frente sus piernas, teniéndolo a un metro escaso y, por más inri, a la altura de su boca. Pero el chico dependiente que nos ha acompañado durante todo este relato no era ése otro chico. En cualquier caso, había sido testigo en primera fila de una experiencia que, si nos permiten decirlo, sería recordado en varias ocasiones en la intimidad de su casa.
Mónica, por su parte, había disfrutado ampliamente de la situación vivida, y más incluso teniendo a ese chico tímido y siempre expectante. Le gustaba dominar la situación, forzada por ella misma, y se sentía a gusto, por decirlo suave, siendo el centro de atención, y figurando en las fantasías, sin temor a que la podamos tildar de presuntuosa, del chico afortunado. Sólo tenía que pasar suavemente uno de sus dedos de la mano por su entrepierna para darse cuenta de lo excitada que estaba. Eso lo hizo momentos después de salir de los grandes almacenes, con una bolsa, llevada por su novio, que contenía el primer par de zapatos que se probó, en plena calle, con una total indiscreción, pero de una sutileza sublime. No nos cabe duda que el dedo apareció ante sus ojos, y ante la mirada impaciente de su novio, brillante, húmedo, mojado. Estos fluidos se fueron perdiendo al darle la mano a su novio, mientras aceleraban el paso, en dirección a su casa, dónde terminarían, con un final a la altura de las circunstancias, pero que no será relatado, una modesta, si ustedes quieren, pero vivida con intensidad y llena de morbo por sus protagonistas.