Sutilezas morbosas (1)
En la vida hay momentos para todo. Marcos y Mónica disfrutan con un morbo sutil, evidente pero escondido a la vez. La insinuación resulta, frecuentemente, más excitante que los hechos explícitos en si mismos. A eso les gusta jugar a esta parejita...
[NOTA PREVIA: Ésta es mi primera contribución, espero y deseo que les satisfaga el relato en la medida de las posibilidades. Para cualquier sugerencia, comentario, pregunta, crítica pueden escribirme al mail que se encuentra visible en mi perfil. Gracias de antemano]
Marcos estaba subiendo por una de las escaleras mecánicas de unos grandes almacenes. Era un chico apuesto y responsable, contaba con 22 años, y tenía un gran vicio: el MORBO, en su forma genérica, algo que ni él mismo sabría describir, pero que le resultaba tan excitante y placentero. Su mente, ahora, estaba ensimismada en ciertos pensamientos, y su mirada se dirigía a un lugar muy concreto: el culo de la chica que iba justo delante suyo, unos tres o cuatro escalones más arriba, de manera que quedaba justo a la altura de los ojos de Marcos.
Observaba con detalle la curva sinuosa y perfecta que trazaba ese trasero femenino bajo una minifalda vaquera exageradamente ceñida a su moldeada figura. Marcos sabía con toda seguridad que debajo de esa minifalda no se encontraba ninguna prenda de ropa más, y no por que pudiera apreciarlo directamente con sus atentos ojos ya que, aunque la minifalda terminaba justo donde muslos y nalgas se unían, no dejaba, al menos en la posición en la que se encontraban ahora, ver nada más allá. Marcos lo sabía con toda certeza, entonces, porque la chica en cuestión era su novia.
Mónica, que así se llamaba, iba en cumplir en apenas dos semanas la misma edad que su novio. Era una joven vital, alegre, siempre disponía de una bella sonrisa para todo el mundo, y, al igual que su novio, era tremendamente morbosa. Cuando conoció a Marcos, un año y medio atrás, ya era una chica con ganas de experimentar nuevas sensaciones, de buscar el verdadero placer sexual y sensual, aunque no estaba muy segura cómo. Con él, supo de buen principio que podría llegar a un estado de perfecta compenetración con su pareja, y que ello implicaría una total comunicación, y una completa complicidad que los llevaría a ambos a disfrutar al máximo a su manera, todo lo que cualquier persona desearía.
Seguía dejándose llevar por el suave ascenso de la escalera mecánica, con la vista puesta a la planta superior, pero su mente no iba en esa dirección precisamente. Sabía que detrás de su novio subía más gente, entre la que podría haber chicos de su edad, que sin duda tendrían sus ojos pegados a su exuberante cuerpo, chicas jóvenes y guapas (quizá las novias de algunos de esos chicos), que podrían transmitir en su mirada una pizca de envidia y/o admiración, hombres de cierta edad, maduros, que verían a Mónica como un deseo inalcanzable y lejano, y mujeres, quizá solteras de por vida o divorciadas, que reflejaban en sus ojos una expresión de indecencia y rechazo.
Mónica pensaba en todo eso, quizá no era exactamente así, quizá su imaginación iba demasiado deprisa, pero le gustaba sentirse observada, ser el centro de atención de hecho, le encantaba. Tenía un cuerpo bonito, atractivo para la gran mayoría de los hombres y de no pocas mujeres. Bajo su minifalda se vislumbraban unos muslos bien bronceados, al igual que el resto de su piel (incluso la que no era visible), y que se veían tremendamente sensuales y deseables. El aspecto de sus piernas era inmejorable, y es que a pesar de ser una muchacha muy dinámica y que siempre andaba ocupada, siempre disponía de unos minutitos para cuidárselas, y sin vislumbrarse ningún rasguño ni irregularidad, su piel confería un aspecto fino y suave.
En la parte superior llevaba una sencilla pero gustosa camiseta de tirantes, que dejaba a la vista de todas las miradas su ombligo, y la estrechez de la misma hacía a su vez de sujetador de unos pechos excepcionalmente sugerentes, generosos en su tamaño, y sensualmente voluptuosos. Su pelo, de un negro intenso, era largo y liso, cayéndole por sus hombros y su menuda espalda, y era inusitadamente suave, tal como se podía apreciar al menor movimiento de su cabeza. Su cuerpo era excepcional, quizá no mejor que el de muchas otras chicas que se creían en inferioridad, pero sabía como realzarlo y como sacar el máximo partido a sus curvas. Resultaba enormemente provocativa, simplemente con verla a lo lejos, y ella era plenamente consciente que su cuerpo era objeto de deseo sexual para la mayoría de los hombres con que se cruzaba.
Hubo un tiempo, unos años atrás, que ella dudaba respecto a su forma de vestir, y optó por la informalidad, por la mediocridad, por no querer llamar la atención. Le asqueaba, en ese período, que un hombre desconocido pudiera tener pensamientos impuros con ella por el simple hecho de verle más campo de piel desnuda. Pero eso ya quedó atrás, ya no se preocupaba por ello, ahora todo resultaba un juego más, un juego de pareja. A ella le encantaba sentirse observada, teniendo la confianza de su novio; él adoraba jugar de ese modo junto a Mónica, sabiendo con seguridad que ella le era totalmente fiel. Habían llegado a un punto de la relación que no había secretos entre ambos, no había lugar a ello, la confianza era total, y si alguna vez sucediera algo, se lo contarían enseguida.
Así que Mónica no llevaba ropa interior. No era algo inusual en ella, incluso antes de iniciar su relación con Marcos ya lo había probado en diversas ocasiones. Le gustaba sentirse liberada de esas pequeñas prendas, aunque también sabía usarlas con enorme conocimiento cuando la ocasión lo requería. Al levantarse aquella mañana de la cama, junto a su novio, Mónica se duchó y se dispuso a escoger la ropa que se pondría aquel día. Empezando con el morbo habitual entre ellos dos, le preguntó a Marcos, en un tono socarrón, que deseaba que se pusiera para vestirse. Él, acostumbrado ya a estas preguntas, le respondió desde el baño que no era necesario que se pusiera nada. Se refería a la ropa interior, por supuesto. Mónica, ni corta ni perezosa, le hizo caso, y se vistió tal como se encontraba en esos momentos en unos grandes almacenes.
Cuando Marcos, esa mañana, salió del baño, totalmente desnudo, y vio el aspecto de su novia, tuvo que hacer un gran esfuerzo para evitar tener una erección aunque, al fin y al cabo, quería disfrutar del momento, y ambos se dejaron llevar por la pasión
Cuando llegaron a la segunda planta, Marcos se situó al lado de Mónica, se cogieron de la mano, y echaron a andar hacia la sección de zapatos, y es que ella deseaba comprarse un buen conjunto de zapatos elegantes. Mientras se dirigían hacia allí, a Marcos se le vino a la cabeza una situación que vivió junto a Mónica en un restaurante, unos meses atrás. Ambos, por entonces, ya se conocían bastante bien, habían hecho el amor, naturalmente, pero todavía no estaban con ese sentimiento de plenitud en el que se encontraban actualmente.
Mónica, ese día, le sorprendió muy gratamente. Llevaba puesto un vestido totalmente negro, muy elegante, de una sola pieza, que le cubría casi la totalidad de su cuerpo, exceptuando sus sensuales pies y un incansable y siempre sugerente escote. Si figura y la sinuosidad de sus curvas se apreciaban mejor que nunca, aunque, eso sí, bajo un tela fina negra. Mónica estaba radiante, hermosa. Marcos, a su lado, tuvo la sensación que debía cuidarse y arreglarse más, aunque se trataba de un chico guapo, simpático, y con un encanto especial. Se sentaron en la zona céntrica del restaurante. Estaban rodeados por otras parejas que deseaban pasar una velada romántica en ese distinguido restaurante. Pidieron lo que iban a tomar, y empezaron a hablar de sus cosas, a veces de forma caótica, yendo de un tema a otro, pero siempre terminaban la charla recordando lo mucho que se querían. Comieron con entusiasmo el primer y el segundo plato, y justo cuando habían pedido los postres, Mónica se disculpó y se dirigió al baño.
Dejó el bolso en su asiento, que aunque no le gustaba llevarlo, lo creía necesario para llevar su móvil y otras cosas que ella pudiera necesitar en determinadas circunstancias. Marcos no perdió detalle del contoneo del trasero de su novia en ese andar tan gracioso que tenía, pero que tan sumamente excitante resultaba. Pudo apreciar, cuando el paso de una pierna tensaba sensiblemente el vestido, la marca de unas braguitas. Jugó a adivinar de cuáles se podría tratar. Pensó en unas blancas, una de sus favoritas y imaginó que esa misma noche, cuando llegaran a casa, tendría la oportunidad de sacarle el vestido de los pies a la cabeza, y ver el increíble cuerpo desnudo de Mónica, tapado mínimamente por esas braguitas tan sensuales.
Al cabo de casi cinco minutos Mónica salió del baño y se dirigió a reunirse con su pareja. A pesar de lo que llevaba cogido en su puño, no se mostraba dubitativa ni indecisa, muy al contrario, su andar era firme y decidido. Marcos no la vió venir, ensimismado como estaba en sus pensamientos. Mónica se situó a su lado, y antes de que él pudiera reaccionar, ella se inclinó suavemente y le susurró en la oreja un escueto: "Toma, esto es para ti". Al mismo instante que decía estas palabras dejó caer en el regazo de su novio la única prenda íntima que llevaba esa noche. Marcos tardó en reaccionar lo primero que pensó es que no tendría ya que esperar hasta más tarde para saber que, efectivamente, las braguitas que llevaba eran, ahora ya sin ninguna duda, sus favoritas.
Mónica tomó asiento, sin dejar de mirar a los ojos de Marcos, y con una sonrisa casi imperceptible en su cálida boca. Marcos asimiló por fin la situación, y le pareció inmensamente morbosa y excitante. Notó un movimiento en su entrepierna no era para menos, su novia le acababa de entregarle sus braguitas en medio de un restaurante repleto de gente. Allí estaba ella, tan guapa con ese elegante vestido, y a la vez tan morbosa Marcos supo que había encontrado a su alma gemela, al amor de su vida. Agarró la prenda íntima de su novia, y pensó en dejarla en algún sitio a buen recaudo, como queriendo esconderla, pero no supo dónde guardarla luego, yendo al otro extremo, pensó en llevársela a la cara, y olerla tiernamente.
Le excitaba hacer eso en presencia de Mónica y de otras personas anónimas. Su erección estaba más que consumada. Pero al final no se atrevió, y decidió dejarlas donde Mónica quiso dejarlas caer al fin y al cabo, era el sitio más seguro para tenerlas bajo custodia. Mónica, por su parte, sentía un suave cosquilleo en su estómago, pero se encontraba tremendamente excitada. Al sentarse había notado con más intensidad el frío de la silla. Había pensado también en hacer algo más, pero que ya vio que seria inviable al menos en esa noche. Quería que su novio lo viera con sus propios ojos.
En su cabeza rondaba la idea de arremangarse el vestido negro, taparse disimuladamente con las cubiertas de la mesa del restaurante, e incitar a su novio que echara un rápido vistazo por debajo de la mesa ella restaría con sus piernas bien abiertas, pensó. Pero no, eso resultó imposible en esa situación, resultaba demasiado arriesgado, y casi siempre, la sutileza y la insinuación eran valores más excitantes y morbosos, al menos para ellos dos, que los hechos explícitos en si mismos.
Marcos se había abstraído con esa vivencia hasta que Mónica, con un suave golpecito en su brazo, le devolvió al presente, señalando los primeros zapatos que estaba viendo y le iban gustando un presente que se presentaba mejor quizá que el pasado